Julio Jiménez, Un mundo tan blanco

Page 1

Novelas de Gavetas Franz Kafka

Julio Jiménez Un mundo tan blanco

fra



Julio Jiménez (1974, Santiago de Cuba) Graduado de Letras por la Universidad de Oriente en 2000, y por el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en el mismo año. En 2015 ganó el Premio Oriente de novela, con un libro que saldrá en los próximos meses. Tiene publicado Cinco perros y un ratón (Ediciones Santiago, 2014). Ha participado además en varias antologías y obtenido menciones en diversos concursos.

fra1


2


Julio Jiménez Un mundo tan blanco

3


4


Julio Jiménez Un mundo tan blanco

fra5


Julio Jiménez Un mundo tan blanco Publicado por Fra, Šafaříkova 15, 12000 Praha 2, República Checa, fra@fra.cz, www.fra.cz, el 2015, como su publicación Nro. 164 en la imprenta Tiskárna VS, Praha Primera edición © Éditions Fra, 2015 Text © Julio Jiménez, 2015 Author photo © Dariela Gámez Paz, 2015 ISBN 978-80-7521-026-5

6 BF007


A los doctores Ivo y Vicente Jiménez, que todavía están en el hospital.

7


8


¿Ha acaso desaparecido del alma humana la compasión?, ¿qué terrible metamorfosis ha convertido a los una vez benévolos doctores, surgidos para comprender y curar, en verdugos implacables que denuncian, reprimen y destierran?, ¿y a sus otrora imprescindibles ayudantes, los enfermeros, en esas feroces Brigadas Blancas, que cualquier día pueden invadir nuestras casas en busca del menor síntoma de enfermedad y arrancar a los desgraciados de su familia y comunidad? ¿Es ese el modo en que nos hemos ganado la fama de ser la nación más sana y saludable del planeta? José Miguel Sánchez, Yoss All my stiches itchs My prescriptions is low I wish you were queen Just for today In a world so white What else could I say? The great white world, Marilyn Manson

9


10


Día 5. Tengo que hablar con Tania. Me despertaron la gente de las Brigadas Blancas con su entusiasmo chillón, alborotando por todas las salas, llamando a los pacientes para hacer ejercicios; pero logré barajarlos y seguir durmiendo. Mientras desayunaba, revisé el diario y vi que hoy era un día importante: tenía la entrevista con el responsable de la entrega de cubículos para parejas. Si todo marchaba como era de esperar, finalmente Tania y yo tendríamos un cubículo y podríamos dejar de templar a la vista de todos en su sala o en la mía. Recogí mi historia clínica y el diario y salí de la sala rumbo a la oficina. Ya en el pasillo, me felicité por la costumbre de escribirlo todo, única forma de combatir mi desmemoria. La culpa la tenía el Químico, que no paraba de darme material. Pasábamos las tardes encerrados en su departamento, combinando mierda que yo inhalaba o tragaba apenas sin preguntar, obediente como la mejor rata de laboratorio, lo que me borraba la memoria de un tirón, me confundía las fechas y me obligaba a apuntarlo todo en este cochino diario que el día menos pensado cualquier enfermera podía encontrar. Sabía del peligro que esto significaba, pero, ¿si no andaba todo el día arrebatado, cómo cojones aguantaba esto? El material era lo único que podía 11


quitarme tanto blanco de delante de los ojos, además de proporcionarme todo lo demás que necesitara. Imaginaba a mi socio sonriendo irónico antes de argumentar que bien visto, no tenía motivos para quejarme. Mientras otros pacientes se desesperaban por su material, yo pasaba los días consumiéndolo y traficándolo por todo el hospital en cantidades literalmente industriales, y lo único que me faltaba para ser todo lo feliz que se podía ser aquí dentro, estaba a una conversación de distancia. Seguramente, cuando el funcionario supiera quiénes eran mis padres, no pondría muchas objeciones y después de unos pocos trámites recibiría mi cubículo de pareja y podría mudarme con Tania. De ahí en adelante, ella dejaría de joder con lo de la privacidad, tragaría tranquilamente toda la droga que me cupiera y dormiría feliz en una habitación para dos. En el pasillo frente ante la oficina del funcionario había una buena cola, formada por varias parejas y algunos tipos solos. Pasé un buen rato ahí, mirando la puerta con su letrero «espere su turno», sin ver a nadie entrar o salir y pensando decenas de cosas que podrían echarme a perder la entrevista. Temía que, como en tantas otras situaciones similares, ese día el funcionario no atendiera a nadie. Aquí no era raro pasar sentado en un pasillo toda una mañana antes de que alguien advirtiera que debía volver otro día, porque a quien buscáramos no había llegado, o había salido urgentemente, o presen12


tado problemas familiares, o ido a almorzar, o salido urgente de misión. Decidido a averiguar algo, fui hasta donde estaban los primeros de la cola y pregunté si el funcionario estaba atendiendo. Respondieron afirmativamente, uno de ellos me reconoció, enseguida me presentaron papeles y recetas para que las autografiara, y los primeros me brindaron su turno. Me senté frente a la puerta de la oficina, con el abultado cartapacio que conformaba mi historia clínica sobre los muslos. Dentro se acumulaban chequeos, padecimientos, resultados de análisis, recetas y todo cuanto constituía mi vida desde mi nacimiento. Sería lo primero que pediría el funcionario. Era el documento más importante de todos para cada uno de los millones de pacientes que vivíamos aquí, y de un rápido vistazo el funcionario podía derivar agudas observaciones. Una historia clínica bien cuidada, con su carátula limpia y sus documentos ordenados, indicaba siempre un paciente modelo, cumplidor de los tratamientos y ejemplo de recuperación. La mía mostraba manchas de grasa, grandes círculos dejados por jarras de café y horror de horrores, una o dos quemaduras de cigarros. La limpié un poco, intentando componerla, cagándome mentalmente en la madre de los directivos del hospital. Era un viejo reclamo de todos los pacientes la digitalización de las historias clínicas, y así evitar el constante deterioro, pérdidas de análisis y otros percances, pero los directivos hacían oídos sordos a estas peticiones, como a tantas 13


otras. Alegaban que era nuestro deber mantener semejante libraco siempre limpio y a la vista, y presentarlo ante cualquier funcionario que lo reclamara, lo que era un problema fundamentalmente para gente fiestera como el Químico, yo y algunos socios. No adelantaría mucho por más que intentara limpiarla. Abrí, y el primer análisis era de cuatro o cinco años atrás. Necesitaba uno de los primeros años. Hojeé rápidamente, y comprobé que el reguero era monumental. Cerré de un tirón, no fuera a ser que alguno de los presentes reparara en el desbarajuste. Era preferible concentrarme en la historia del hospital y rogar porque el funcionario fuera benevolente.

Día 12. Fotos. Me ha llegado un álbum con fotografías mías. El nombre y número de sala del remitente escrito en el file que envuelve el álbum no me dice nada. Ninguno de los de mi sala ha visto a nadie merodeando por mi cama, así que no tengo ninguna pista. Aunque estoy acostumbrado a excesivas muestras de cariño y admiración por parte de muchos pacientes, esto me sorprende un poco. Casi siempre, la gente me espera a la salida de alguna consulta, o viene aquí a la sala o me lo manda con alguna enfermera. Tampoco sé qué le habrá hecho considerar a este paciente que ya tenía fotos suficientes co14


mo para organizarlas y hacerme entrega del producto. A juzgar por el tamaño del álbum, puede decirse que se ha dedicado a esto durante un buen tiempo. Hojeo el álbum, buscando alguna pista sobre el fotógrafo furtivo. En algunas fotos he salido muy desfavorecido. En otras aparezco con una rara expresión, como de tedio o vaga humillación. Hay muchas previsibles: en actos conmemorativos, rodeado de personal facultativo, o en abanderamientos a médicos y enfermeras que salen de misión, pero también hay algunas de cierto sabor humano, que me inmortalizan en la cola del comedor o cargando el agua hacia el baño. De pronto descubro una foto insólita: estoy vestido completamente de civil, en medio de un pasillo. Esto puede ser peligroso. Si alguien de las Brigadas Blancas lo ve, podría ponerse suspicaz. No recuerdo haber abandonado nunca el piyama reglamentario del hospital, pero la droga no me permite llevar un registro consciente de todos mis actos. Nota: en cuanto pueda, responderle al fotógrafo, agradeciéndole, y preguntándole cuándo tomó las de civil. Ahora mismo, enseñárselas al Químico, y advertirle que se nos está yendo la mano con su material. Después quemarlas.

Día 2. He conocido a una muchacha. Vuelvo de una fiesta, sin cabeza. El nuevo ma15


terial del Químico ha sido un éxito. Hasta hace poco me acompañaba una muchacha muy amable, estudiante de Medicina pero ahora se ha marchado. Al despedirnos, frente a la puerta de mi sala, dijo que no podía quedarse, aunque yo no la había invitado. Le respondí que no importaba y me miró con esa expresión de superioridad que algunas mujeres adoptan ante lo que consideran una humillación, mientras insinuaba que tal vez era muy tarde y debía irse a su sala. A mí me daba igual: ya me la había mamado en un pasillo y ahora prefería dormir solo. Le dije que se fuera, no estaba para coqueteos. Sonrió y dijo que pasaría a verme después. Nada más hice tirarme en la cama y comencé a vomitar, una flema verde con restos de pastilla y el pepino que dieron en la comida. La enfermera de guardia se pasó conmigo toda la noche.

Día 5. Un día importante. Estoy sentado frente a la oficina del encargado de entregar los cubículos a las nuevas parejas, la puerta se abre y salen una muchacha y un muchacho tomados de las manos. Lucen verdaderamente emocionados. La muchacha se limpia las lágrimas que bajan incontenibles por sus mejillas mientras sonríe apenada, y su acompañante le susurra algo al oído, pro16


bablemente pidiéndole que se calme. Ella sacude la cabeza y logra cierta estabilidad después de una inspiración profunda. Algunos de los presentes se acercan a felicitarlos, ellos reciben los saludos y enhorabuenas con madurez y sobriedad. Después se alejan por el pasillo, balanceando suavemente sus manos entrelazadas. Este puede ser mi caso. Unas breves preguntas y la entrega del documento que me acredita para ir al departamento de ingresos y pedir una habitación para mí y mi novia, una importante estudiante de medicina. Es mi turno. Me levanto y entro a la habitación: el funcionario lee un papel sobre su mesa y me ofrece un asiento sin mirarme. Coloco mi historia clínica sobre los muslos, lejos de su vista. De todas formas, no parece importarle demasiado. Después de preguntarme nombre, edad, número de sala y padecimiento presente, me entrega un extenso formulario, lleno de preguntas con grandes espacios para las respuestas, detalladas y exhaustivas. La tercera pregunta era cómo nos habíamos conocido. No lo recordaba y dejé el espacio en blanco. Al finalizar y entregarle el documento, el funcionario enseguida me hizo notar mi falta y aclaró que eso lo invalidaba. Le dije que iría a preguntarle a mi novia, y salí a zancajear a Tania por todo el hospital.

17


Día 16. Fotos. El fotógrafo me respondió. Al entrar del baño descubrí una carta bajo mi almohada. El sobre llevaba el mismo remitente, pero la dirección era de una sala diferente, y otro número de cama. El tono general de su misiva era bastante respetuoso. Estimado muchacho: No recuerdo haber tomado nunca ninguna foto, ni a usted ni a nadie, donde alguien aparezca vestido de civil. No sé de dónde habrá sacado la idea y lamento profundamente el incidente. De todas formas, es mi modesta opinión que aclaremos un poco el asunto. Ante todo, recuerde que no hay ninguna sanción prescrita para aquellos pacientes que decidan prescindir del uso correcto o completo del piyama reglamentario. Una revisión somera al código de conducta para pacientes le demostrará que incluso existen varios artículos que consagran la libertad de vestuario en nuestras salas y consultas, siempre y cuando las condiciones objetivas y subjetivas así lo permitan. Ahora bien: como grupo de pacientes completamente asistidos por sus enfermeras, médicos y demás personal, y como pueblo que goza de una atención sanitaria universal y gratuita, hemos decidido usar el piyama reglamentario del hospital en cualquier circunstancia, y así presentar un frente 18


unido ante las manipulaciones de aquellos que conspiran contra nuestra salud. Por eso le recomiendo el uso correcto de su piyama permanentemente, y a mostrar una actitud combativa ante esos irresponsables que en ocasiones se inventan cualquier excusa para abandonarlo. Además, lo exhorto a leer un poco más sobre los principios que orientan nuestra sociedad. Solo tiene que acercarse a cualquier biblioteca cercana a su sala. Afectuosamente, su admirador y amigo, el fotógrafo.

Día 5. Tengo que hablar con Tania. Salgo del departamento del funcionario y unos metros después encuentro un grupo de enfermeras a la entrada de una sala revisando unas historias clínicas. Me acerco a preguntarles. Hay una que la conoce, pero hoy no la ha visto. Le pregunto si tiene idea de dónde podría encontrar a mi novia y la mujer tiene un gesto de fastidio. Mira atentamente sus historias clínicas mientras pasa un dedo por el borde izquierdo, intentando no perder la secuencia de las muchas anotaciones. Con desgano, me responde que le parece recordar que el grupo de Tania hoy tenía prácticas de laboratorio. Me cago en tu madre, Tania. Cada vez que me hace falta verla tengo que desandar el maldito hospital arriba y abajo, y siempre llego diez, quince minutos retrasado al lugar de donde 19


acaba de irse. Veo un teléfono y le pido a la enfermera que me deje usarlo para llamar al laboratorio. Accede de mal humor, obligada por mi jerarquía. Me responde una laboratorista, y cuando le pregunto por el grupo de estudiantes de medicina me advierte que no está autorizada a revelar información acerca de ellos. Tengo que repetir la cantaleta de mis padres y su posición en el hospital, lo que convence a la mujer, y me dice que allí en el laboratorio ya no quedan estudiantes, que terminaron su turno de clases y se fueron no sabe a dónde. Agradezco a las enfermeras y sigo buscándola por las salas de las inmediaciones, rogando porque apareciera. Si había tenido clases en algún departamento lejano no me quedaría más remedio que esperar a que le diera la gana de aparecer. Paso por uno de los tantos comedores para médicos. Ya ha terminado el desayuno, todavía no es horario de almuerzo y está prácticamente vacío, solo con algunos cocineros que se ocupan desganadamente de sus deberes. Algunos pelan vegetales para la sopa mientras otros preparan chícharos, dos o tres mujeres organizan las sillas. Todos laboran despacio, como si no les interesara demasiado. Uno de los que pela vegetales me ve y me llama, voy hasta él. Dice que no puedo estar ahí, que el lugar es solo para médicos, mientras continúa en su labor de deshojar un gran repollo que sujeta en una mano sobre el vacío abierto entre sus piernas. Le explico quién soy y que 20


conozco bien las diferencias entre los comedores para médicos, para trabajadores y para pacientes. El tipo se disculpa atropelladamente, y me ofrece la mitad del repollo que está deshojando, pero lo tranquilizo y no le acepto el regalo: aunque me gustan los vegetales, temo verme muy ridículo desandando por todo el hospital pasándome un repollo de mano en mano. Le pregunto si por casualidad no ha visto por allí a estudiantes de Medicina, y responde que se fueron después del desayuno, hace mucho rato ya, y no volverán hasta el almuerzo, para el que falta bastante. Me dice que si quiero puedo esperar allí, pero prefiero seguir buscando. Casi al salir del comedor siento que chiflan y miro atrás. Es otro de los cocineros. Unos metros antes de llegar el tipo se quita su gorrito blanco, y se mantiene estrujándolo toda la conversación. Mirando al piso, me pregunta por el Químico. Le digo que no lo he visto en el día, y el tipo, nervioso, indaga si no llevo nada conmigo. Respondo que sí, y después de rogarme un rato me dejo convencer. Me lleva a la parte de atrás del comedor, donde hay otras dos mujeres escogiendo arroz, una de unos treinta y tantos y la otra de menos, quizás de veinte. Mi anfitrión, sin dejar de estrujar su gorrito blanco, explica que son pareja, y con una sonrisa socarrona agrega que puede convencerlas de que tengan sexo para nosotros, si compartimos con ellas un poco de material. La mayor no me gusta. Bajo el uniforme se adivinan sus carnes frías y macilentas, y propon21


go que la más joven me la mame. El tipo se pone su gorrito de uniforme y va a hablar con las mujeres mientras saco el material del Químico y me bajo el pantalón. La muchacha se levanta, se arrodilla frente a mí y comienza a mamármela mientras el cocinero prepara la droga y su pareja continúa escogiendo arroz.

Día 4. Día normal. Hoy he pasado el día entero en la sala, tirado en la cama, oyendo las conversaciones de los demás. A media mañana me han traído El Termómetro, el único periódico que se edita en todo el hospital, y lo he leído de arriba abajo. Siempre desprecio las páginas internacionales. Cuando no hablan de escándalos y peligros suscitados por internet y toda esa mierda que hay en otros hospitales, y que afortunadamente aquí no hacen falta, entonces todo es accidentes multitudinarios, catástrofes y niños muriendo por falta de atención primaria. Por eso prefiero las nacionales. Son muy profundas y sutiles en sus comentarios, y sirven para saber qué médico goza del favor de la dirección y cuáles medidas se avecinan. Las opiniones sobre nuestra cotidianidad ocupan las páginas del centro. Trastornos de la ansiedad La ansiedad es la más común y universal de 22


las emociones básicas humanas y se encuentra presente a lo largo de nuestra vida. Guarda relación con otras reacciones emocionales como la alegría, la ira, la tristeza o el miedo. Proviene del latín anxietas, que significa congoja o aflicción, y consiste en un estado de malestar caracterizado por la sensación e inquietud e intranquilidad, inseguridad y desasosiego. Confundida o usada como sinónimo de stress, en ambos casos se produce una reacción caracterizada por alta activación psicológica. El stress es un proceso más amplio de adaptación al medio. La ansiedad es una reacción emocional de alerta ante una amenaza o peligro. Digamos que dentro de los procesos de cambio que implica el stress, la ansiedad es la reacción emocional más frecuente. La ansiedad elevada genera stress, y a su vez, el stress es una de las fuentes más comunes de ansiedad. Y para comentarnos más sobre este fenómeno, recurrimos a la opinión de la Doctora Marielena Pena Ramos, jefa del Departamento de Ansiedad. Dígame, doctora, ¿La ansiedad tiene alguna función en nuestra supervivencia? Podemos definir las respuestas de ansiedad como reacciones defensivas e instantáneas ante el peligro. Estas respuestas, ante situaciones que comprometen la seguridad del paciente, son adaptativas de la especie humana. Esto significa que ejercen una función protectora, en primer lugar. ¿Qué situaciones cotidianas pueden causar ansiedad? 23


La lista sería grandísima y probablemente interminable, pero podrían estar la calidad de la alimentación en nuestros comedores, las largas colas para las consultas, las propias enfermedades, o enfrentarnos a un examen, ya sea ante un médico o cualquier otro facultativo, la muerte de un familiar o amigo, en fin. Entonces presenta aspectos positivos y negativos. Cuando no es excesiva, presenta aspectos positivos ya que estimula el aprendizaje y el desempeño de labores. Sin embargo, cuando rebasa cierto margen, lleva a una evidente manifestación de aprensión y temor, además de síntomas somáticos de hiperestimulación simpática. ¿Qué causas originan los trastornos en esta esfera? Hay factores genéticos, y también biológicos y psicológicos. También pueden afectar los rasgos de la personalidad del paciente. Pueden influir la excesiva dependencia, pensamientos rígidos o elevadas autoexigencias. ¿Son frecuentes estas alteraciones? Datos de la Organización de Salud indican que fuera de nuestro hospital existen aproximadamente cuatrocientos cincuenta millones de personas aquejadas de ansiedad, y se considera que aumentará en los próximos años. Afortunadamente, entre nosotros el número de pacientes aquejados de ansiedad disminuye cada día. ¿Qué síntomas podrían alertarnos de que estamos teniendo el privilegio de ver a uno de nuestros pocos pacientes sufriendo de ansiedad? 24


Cuando la respuesta ansiosa deja de ser adaptativa y resulta desproporcionada hay una explosión neurovegetativa en todos los aparatos y sistemas. Sabemos lo ocupados que permanecen nuestros médicos, enfermeras y demás personal facultativo. ¿Qué síntomas indican ansiedad? Hay múltiples posibilidades, por eso es tarea de todos mantener la vigilancia. Cuando el paciente rehúse estar en su cama y prefiera deambular por los pasillos del hospital, si se ausenta en demasía de su sala, si se le ve nervioso, disgustado o remiso a participar en las actividades programadas, si se queja continuamente, en fin. ¿Cómo se alcanza un diagnóstico con certeza? Sometiéndolo a una entrevista exhaustiva, inquiriendo si el estado es inducido por la actitud de otro paciente, si es fingido para provocar malestar u otras razones, o si es auténtico y necesita de tratamiento mental. En caso de ser verídico el episodio de ansiedad, se le somete a otra entrevista y a la aplicación de instrumentos de evaluación psicológica. Este es una especie de examen clínico al que por su complejidad y duración, que a veces abarca meses o años, los pacientes denominan interrogatorio. Nos parece un término poco feliz y exhortamos a nuestra población a no emplearlo. ¿Podría aclarar en qué consiste dicho tratamiento? Incluye recursos psicológicos, psicoterapéuticos, farmacológicos, de medicina natural y tradicional así como elementos psicoeducativos. 25


¿Existe algún tipo de prevención? La mejor forma es adaptarse lo mejor posible a nuestra realidad y perfeccionar estilos de vida saludables que no incluyan el cuestionamiento de cuanto hacemos. También, entender que todo es pasajero, que dentro de un rato todo mejorará y si no es así, no podemos hacer nada por cambiarlo. Muchas gracias, estimada doctora, y discúlpenos la molestia.

Día 8. Pincha. A las cinco, al finalizar el horario de consultas, salí para el departamento del Químico y lo encontré envasando. Tenía mucho que comentarle: la campaña anunciada en El Termómetro contra aquellos que, como nosotros, se pasaban todo el tiempo desandando el hospital, y lo de las fotos de civil que me había mandado el desconocido. Como siempre, mi socio creyó que le estaba dando mucha importancia a todo y me metió una pastilla en la boca. Segundos después, sentí una congestión en el estómago, algo me subió tráquea arriba y comencé a vomitar conejitos. Rosados, rollizos y peluditos, una detrás de otro, y así hasta llegar a nueve. Le pregunté por qué coño había vomitado aquellos nueve bichitos, ahora desperdigados 26


por el pequeño departamento, que en sus saltos y carreras evitaban milagrosamente las probetas, retortas y otros utensilios como toda criatura de condición alucinógena. Porque diez hubieran sido demasiado, me respondió, y me tendió un sobrecito para que echara adentro cinco de aquellas tabletas eméticas y maravillosas. No había dudas de que aquel material sería un éxito. Teníamos comprobado que a la gente del hospital le encantaban las drogas que aportaran colores con los que rellenar el paisaje ártico que proporcionaban las paredes blancas, las sábanas a lo Gerardo Alfonso, los piyamas, las losetas de los baños, las recetas, los termómetros y demás objetos, así como los uniformes de médicos, enfermeras, laboratoristas, camilleros y demás personal que se movían en este, nuestro mundo tan blanco. Pregunté qué componentes había usado, y enseguida me arrepentí. Como de costumbre, sus explicaciones estaban saturadas de silicatos, metacrilatos, hepta, tetra y otros prefijos griegos que le quitaban toda la diversión al asunto. Encontré tres dedos de alcohol en un pequeño pomo de análisis, pero me advirtió que eso podía disminuirme los efectos, así que tomé algunas pastillas más hasta dejar el cuarto infectado de conejos que solo yo veía chapotear en varios dedos cúbicos de vómitos. Ya con la carga lista, me enteré que debíamos llevarla a cierto distribuidor que, como siempre, estaba en una sala distante. Casi teníamos que atravesar todo el cabrón hospital, con lo que se 27


añadía el problema del transporte. Intenté convencerlo de que alquiláramos alguna silla de ruedas, porque podíamos demorar una eternidad esperando una camilla. El Químico no estaba dispuesto a negociar con esa gentuza, que cada vez cobraban más por sus servicios. Yo no tenía muchas ganas de caminar, pero era imposible contradecir al socio, que siempre andaba con ese buen ánimo de traficante. Íbamos con retraso y caminábamos de prisa. Teníamos que ver al cliente antes de que empezara el horario de comida, porque con las enfermeras y tías del comedor repartiendo bandejas por las salas, cualquier venta de drogas se complicaba. Mientras sorteábamos camillas, sillas de ruedas, médicos, enfermeras y acompañantes en los atestados pasillos, el Químico iba preguntándome cómo me sentía, y me molestaba dejar de prestar atención a los conejos rosados que ahora colgaban de las puertas de las salas, subían a las camillas y jugueteaban en el pasillo, para tener que responderle. Llegamos a la sala del distribuidor, no lo vimos y preguntamos. Un paciente, acostado en la primera cama de la sala según se entraba, nos explicó que el hombre hacía poco había salido acompañado de un tercero, que tampoco era de esa sala, pero al menos nos habían dejado una dirección. El tipo, con un gesto esforzado nos hizo acercarnos a su cama, miró para todos lados y dijo en voz baja que el distribuidor nos esperaba en los sótanos del hos28


pital, en los departamentos de anatomía patológica. Era la zona de las fiestas. Le agradecimos e hicimos por salir de la sala, pero el tipo volvió a llamarnos y nos preguntó si podíamos dejarle algo. El Químico le respondió que no sabía de qué hablaba, y el otro le dijo que no teníamos por qué fingir, que en esa sala todos sabían que a quien estábamos buscando era distribuidor al detalle y cliente fijo nuestro. El Químico me miró. Claro que dudábamos, nuestro interlocutor podía ser un informante de las Brigadas Blancas. Al parecer, el tipo entendió nuestro recelo, porque con otro gesto esforzado abrió una gaveta al lado de su cama y nos mostró una muda de ropa de civil. Mi socio le propuso dejarle dos o tres pastillas, pero el hombre estaba buscando alcohol. Me parecía recordar que en el departamento del Químico había cogido un pequeño pomo de análisis con alcohol, y saqué el diario para comprobar. Sí, ahí estaba la anotación. Enseguida encontré el pomo, entre los paquetes de material. El paciente propuso pagarnos con sexo, el Químico intervino alegando que el alcohol fue encontrado en su departamento, y que de alguna forma todavía le pertenecía, así que había que hacerle algo a él también. El otro aceptó sin rechistar y nos bajamos los pantalones.

29


Día 5. Tengo que hablar con Tania. Salgo del comedor de médicos y sigo por el pasillo de ese piso. Antes de llegar a la escalera me encuentro un teléfono público. Extrañamente, funciona. Llamo a Información pidiendo el número de Personal, pero cuando logro comunicar me dicen que no pueden darme datos de ubicación de ningún médico, enfermera o estudiante de medicina. Les digo quién soy y qué relación tengo con Tania. Mi interlocutor se deshace en disculpas, me dice que espere y se hace el silencio al otro lado de la línea. En el comedor, después que la muchacha que escogía arroz me la mamara, el cocinero yonqui me preguntó cómo alguien de mi posición no tenía teléfono móvil. Le expliqué que no me gustaban, y enseguida el tipo lo entendió. Estuvimos de acuerdo en que en el hospital resultaban prácticamente inservibles por lo cara que eran las tarjetas, y rememoramos varios casos de gente que daba el culo o hasta su bandeja del comedor con tal de tener uno. Nos compadecimos de todos aquellos que solo podían usar sus aparatos para mandar mensaje escritos en abreviaturas y escuchar música, y nos cagamos en la madre de todos los directivos del hospital, esa bola de hijoeputas. La persona al otro lado del teléfono, allá en el departamento de Personal, finalmente me dijo que ya los estudiantes habían terminado las clases y estaban para el comedor, que pro30


bara allá. Me cagué en su madre, colgué y seguí por el pasillo.

Día 16. Un brete. Se ha formado tremendo brete con un posible viaje fuera del hospital. Dicen que la cosa es un encuentro deportivo con enfermos de otro hospital, y ya están pegando carteles por todas partes anunciándolo. También comentan que van a hacer una reunión general, pero que antes debemos reunirnos por salas, para elegir a los candidatos. En la que corresponde a la mía, en medio de la algarabía producida al escucharse mi nombre como candidato, recordé el problema reciente con el Jefe de Servicios en los sótanos del Hospital, cuando andaba con el Químico buscando a un cliente. Mi candidatura tenía que ser sometida al Consejo de Dirección del Hospital, y es muy probable que él forme parte de este. Con las visitas fuera del hospital siempre hay mucha expectación e intriga. Comienzan las murmuraciones y chismes entre candidatos y la guataquería con el personal de servicio. Ya el Químico estuvo hablando conmigo y me advirtió que no cayera en la trampa. Pensándolo bien, para este tipo de cosas su amistad no me conviene. La gente sabe a qué se dedica y eso pudiera perjudicarme. Por otra parte, hace rato que nadie lo ve enfermo, así que no puede con31


tagiarme nada, y eso podría ser otro punto contra mí. Es mejor estar atento por si me entero de las deliberaciones del Consejo de Dirección, y si la cosa progresa, cojo una buena cantidad de material y le digo que tenemos que dejar de vernos.

Día 1. Baja. Se murió el tipo de la cama de enfrente. El tipo venía con problemas, y sabíamos que no pasaría de esa noche. Al parecer, había gozado de mucho respeto y admiración por parte de la dirección del hospital, y había rumores de que era fundador de las Brigadas Blancas. Por sí o por no, yo siempre me le había mantenido apartado. Por la mañana, en la entrega de guardia, el médico leyó un pequeño comunicado a sus familiares, amigos y compañeros de sala. Luego, en una pequeña pero emotiva actividad, se recordó la enfermiza vida del finado y los ingentes esfuerzos que hizo nuestro Estado por llevarle la salud, cosa que desafortunadamente no pudo ser. De todas formas, eso no demeritaba los colosales trabajos que a diario hacía la dirección del hospital para brindar a cada uno de «sus» ciudadanos una salud de calidad. Con las últimas palabras, un nuevo enfermo entró a la sala y se instaló en la cama recién desocupada.

32


Día 2. Salida. Hoy por la tarde me mandaron a hacerme una radiografía. Cuando fui a la consulta, el técnico de rayos-x me explicó que no tenía placas, estaba muy ocupado como para buscarlas, y necesitaba que yo lo hiciera. Le pregunté dónde era y fui. Resultó ser en un almacén cercano al cuerpo de guardia. La puerta estaba cerrada, y al lado encontré otra abierta. Me asomé, y vi que daba al parqueo. Entré enseguida y miré atrás. Por el pasillo andaban algunas enfermeras pero ninguna reparó en mí. Entonces salí. Fue la cosa más extraña del mundo. Solo pude dar unos pocos pasos, enseguida comenzó a faltarme el aire y a duras penas pude llegar al parque. Me senté en un banco, sintiéndome las piernas muy cansadas y la cabeza pesada. Apenas tuve tiempo de nada más. Miré hacia la puerta y vi algunas enfermeras que se acercaban a todo correr hacia donde yo estaba. Me desmayé antes de que llegaran. Ahora dicen que el médico jefe de sala quiere conversar conmigo por lo que considera un intento de salida ilegal.

Día 21. Fotos. Creo que ya sé quién es el tipo. Meses atrás tuve que tirarme dos fotos para actualizar el 33


carnet de salud, y me habían dicho que en el primer piso, sala C, un paciente tenía una cámara. Fui a verlo, con mis recelos, claro. Por lo general, todo el que tiene alguna posesión valiosa está rigurosamente vigilado por la gente de las Brigadas Blancas. El tipo tenía colgado detrás de su cama un letrero muy atractivo, «le ayudamos a crear recuerdos felices», y no sé por qué, aquello me convenció. Había mucha gente alrededor de su cama, pacientes, acompañantes, llegué a ver hasta uno o dos médicos, todos en lo mismo que yo. Tratando de darme valor, estuve un rato observándolos. A muchos el fotógrafo les preguntaba si querían algún atrezo, enarbolar una jeringuilla o un acta de ingreso, y en el caso de pacientes o acompañantes, asomar la cabeza por un orificio para verse vestido de médico o enfermera. A mí no me importaba nada de eso, solo quería mis dos fotos y actualizar mi carnet de salud, y esperé pacientemente mi turno. Cuando llegó, me acomodé frente al lente, pero no me recuerdo preguntándole al tipo si podía fotografiarme vestido de civil. Sería bueno averiguar un poco más, aunque resulte peligrosa la confianza con este personaje. Nota: andar con cuidado en todo lo relacionado con las fotos.

34


Día 5. Tengo que ver a Tania. Dejo el teléfono público y sigo por el pasillo. En una intersección me cruzo con una mujer, en ropas de civil. En la mano lleva una bolsa de plástico. Ese detalle y lo tranquila que luce me hacen entender enseguida que es una acompañante. Solo a ellos les permiten vestir así dentro del hospital. Como extranjeros también gozan de otros privilegios menores (previa revisión por los custodios): pueden entrar comida y algunos otros productos elaborados fuera, conversar con los médicos para saber por sus pacientes y otras minucias. La señora me pregunta cómo llegar a cierta sala, y me muestra un papel donde tiene anotados los datos. No conozco la dirección y busco por los alrededores a una enfermera u otro personal facultativo que pueda ayudarla. No encuentro a nadie y le digo que me siga, aunque debe conservar la distancia. Tampoco necesito aclararle que no está bien visto que conversemos con los turistas y que debo dejarla con la próxima enfermera que me encuentre. Sigo por el pasillo y la mujer camina tras de mí. Al poco rato la escucho preguntándome desde cuándo estoy aquí y qué padezco. Le contesto que nunca he salido, ella se detiene, y sonríe con una mezcla de admiración y cariño. Los visitantes siempre tienen esas reacciones. Los «puros», sé que nos llaman a veces, u «hombres nuevos», e inventan y mitifican sobre nues35


tras vidas. Las creen saludables y apasionantes, llenas de pasajes heroicos y hazañas deportivas, ecuánimes y pocas consumidoras de sal. En una intersección nos cruzamos con un camillero. El tipo me echa una mirada rabiosa, pero no le hago caso. En todos los papeles de personal consta que somos colegas, y aunque es una labor con notable poder por su capacidad de trasiego de recados, tráfico de influencias y contrabando de cuanto se necesite, gracias al prestigio de mis padres jamás he laborado ni una hora como tal. Ahora el camillero ha demostrado sin palabras lo que de mí piensa el gremio, y añade un mohín de desprecio hacia mi acompañante. La señora comienza a hacerme preguntas. Que si es buena la comida, cada qué tiempo limpian las salas, que sin son amables los médicos y qué opinión me merecen sinceramente las enfermeras. A todas respondo con halagos. Con los extranjeros hay que tener mucho cuidado. Cualquier cosa que se les diga termina siendo un motivo de preocupación para la gente de las Brigadas Blancas, y a cada rato se escucha de algún acto de repudio contra cualquier comemierda que se ha explayado ante desconocidos. Seguimos desandando por los pasillos, ella preguntando cosas y yo respondiendo lo mejor que puedo. Finalmente encuentro una enfermera con quien dejarla encaminada. Casi sin querer, escucho a la turista repetir la dirección buscada, y resulta que es bastante cerca. La en36


fermera la guía hasta la sala y cama que busca. Su familiar tiene una cámara fotográfica con la que apunta a todas partes. Los otros enfermos presentes en la sala, así como algunos médicos y otro personal facultativo, esquivan el lente entre sonrisas y parecen divertirse mucho. Detrás del fotógrafo, un letrero anuncia: «lo ayudamos a crear recuerdos felices».

Día 2. Un brete. Comentan que unos muchachos hicieron una revuelta, y El Termómetro sacó un artículo al respecto: Ataques de ira Y en respuesta a los cientos de cartas enviadas por nuestros lectores planteando el problema de la mala educación, grosería y agresividad de nuestros niños y jóvenes, conversamos hoy con el doctor Ramón Ramírez Plasencia, que atiende el Departamento de Menores Agresivos, quien nos explica que los ataques de ira, frecuentes en esta edad, son una manifestación de enojo, casi siempre ante una frustración, que se presentan generalmente en los primeros cuatro años de vida. Son considerados trastornos monosintomáticos, porque constituyen afecciones en las cuales se presenta generalmente un síntoma único, o un grupo de síntomas notorios, que no son par37


te de una enfermedad de manera más específica. Está ligada al desarrollo, aparece en una etapa y desaparece en la otra, su pronóstico es benigno, ya que tiende a desaparecer espontáneamente, y las técnicas de tratamiento son posibles de utilizar en la propia sala del paciente, por lo que no es necesario llevarlo a consulta. Estimado Doctor, ¿cuáles son las características fundamentales de estos ataques de rabia en niños y jóvenes? Tienen el antecedente, casi siempre, de una frustración, algo que el niño o joven desea y no alcanza o logra. No en todas las edades se manifiestan de la misma forma. Los más pequeños lloran, gritan, patalean y retuercen el cuerpo. Los mayores golpean objetos, se golpean a sí mismos con ellos o pueden golpear a otros pacientes. ¿Son transitorias? Sí. ¿En qué edades como promedio constituirían un comportamiento natural? Hasta los cuatro años. Sin embargo, que sea normal a esta edad no significa que el niño deba lograr lo que pide a través del llanto. ¿Pueden desencadenarse por cansancio físico o necesidades insatisfechas? Sí. También pueden aparecer si se les interrumpe una actividad que realizan con interés, o cuando se les trata con agresividad. También pueden utilizarla simplemente para llamar la atención. 38


¿En alguna etapa podría considerarse como trastorno? Si persisten después de los cuatro años de edad. ¿Se presentan igual en ambos sexos? Sí. ¿Qué actitud deben tomar los padres u otros pacientes alrededor del niño? Ignorarlo olímpicamente. Sabemos lo ocupados que están nuestros especialistas, y todos estamos enmarcados en la lucha por molestarlos lo menos posible. En un caso como este, ¿Cuándo debemos consultar a uno? Cuando estos ataques de rabia aparezcan frecuentemente o sean una forma tradicional para el niño o joven de lograr lo que desea. Nuestro personal facultativo sabe cómo hacerlos entrar en razón. ¿Cuál suele ser el tratamiento de elección? Como expresaba anteriormente, ignorarlo. El adulto debe permanecer tranquilo y evitar ejercer el control, porque puede perder la calma e írsele el asunto de las manos hasta desencadenar en la violencia, que es, al final, lo que pretenden muchos de esos jóvenes irresponsables. Debe quedar bien claro que los niños y jóvenes no pueden obtener lo que desean si no es trabajando por ello cuando tengan la edad requerida. Hasta entonces, lo único que les está permitido es estudiar, hacer ejercicios, tomarse todos los medicamentos prescritos por los facultativos, y demás cosas propias de su edad. 39


¿Cómo sería la prevención en temas como el que nos ocupa? La culpa es de los padres. Los pacientes adultos tienen que ofrecer modelos adecuados de comportamiento en el hospital, y mantenernos firmes y serenos ante las provocaciones y contrariedades, así como intentar solucionar los conflictos de manera sosegada, pacífica, atendiendo a los consejos e instrucciones orientados por los médicos y demás personal facultativo, que son los únicos que saben lo que hay que saber en la vida, y para eso son la organización política de vanguardia con que cuenta este hospital. ¿Desearía añadir algo más? Los pacientes, además de vigilarse entre ellos, deben vigilar a sus hijos, y no esperar a que este monte todo un espectáculo, tal vez frente a alguien de fuera del hospital, y se susciten comentarios que entreguen armas al enemigo. La lucha por nuestra tranquilidad ciudadana es una tarea de todos. Muchas gracias, estimado Doctor.

Día 8. Pincha. Vamos camino al sótano, buscando la fiesta donde nos espera el distribuidor del Químico, cuando nos encontramos con el Jefe de Servicios. Este tipo es quien prácticamente dirige el hospital. Hasta el Director le teme, aunque para 40


decir verdad, el doctor Ramos es un pobre tipo que se dice que incluso le teme a muchos de sus pacientes. Al Químico y a mí nos importa una pinga el Jefe de Servicios, y el muy cabrón lo sabe. Desde niños hemos estado luchando contra él, hasta convertirlo en una especie de archienemigo, un poderoso supermalvado que continuamente nos perseguía cuando jugábamos en los ascensores o teníamos carreras de sillas de ruedas en los pasillos. Incapaz de atraparnos, siempre lo dejábamos atrás, iracundo y vociferante, maldiciéndonos y amenazándonos con decírselo a nuestros padres. Más de una vez le fue con las quejas al mío, que ocupado como estaba siempre con sus consultas, conferencias, simposios, clases magistrales y viajes fuera del hospital, era muy poco lo que podía hacer. Este que nos encontramos en el pasillo es el hijo de nuestro perseguidor, y ha heredado de su antecesor la manía persecutoria y el mal humor. En cuanto nos ve requiere nombre y sala, y nos pregunta qué hacemos por allí. Todos saben que los sótanos tienen acceso restringido, y el tipo mira con una arrogante suspicacia hacia los varios carteles que lo anuncian por todas partes. El Químico me mira, sonríe malicioso y comienza a quitarse la ropa. El Jefe de Servicios me mira, esperando una reacción que desconozco. Yo también comienzo a desvestirme, dispuesto a seguir la improvisación de mi amigo. Cuando el Químico termina, ofrece las es41


paldas al atónito funcionario, se inclina y le muestra el culo, abierto entre sus manos que se agarran firmemente a los cachetes. Hago lo mismo, con la esperanza de que el tipo crea que somos pacientes mentales. Mientras miro al piso, no puedo contener la risa al imaginarme la expresión del Jefe de Servicios ante semejante abertura de tapas. Para más sabor, se me sale un peo y la risa del Químico retumba en el pasillo.

Día 5. Tengo que ver a Tania. Dejo a la mujer vestida de civil con el fotógrafo, llego al final del pasillo y comienzo a bajar la escalera. Antes de terminar escucho el murmullo, y temo toparme con un acto de repudio. Cuando finalmente llego al pasillo del piso inferior, veo a la gente de las Brigadas Blancas ocupando todo el lugar. Es una multitud alba enfurecida, compuesta por médicos, enfermeras y pacientes destacados. Me pego a la pared y avanzo despacio, atemorizado por las ofensas, las palabrotas y los consabidos gritos de «que se vayan, que se vayan». En el centro del ruedo que forman, logro distinguir a los causantes de la actividad, cuatro hombres y tres mujeres vestidos de civil. Dos de ellas lloran, la otra mira a la multitud rugiente con una expresión entre lastimada y despectiva, como lo haría una bruja condenada o una heroína malentendida. Una paciente se acerca a una de las llorosas 42


que mira al piso con la cara cubierta entre las manos, y la sacude del pelo. Uno de los de civil trata de impedirlo, las Brigadas Blancas vociferan ante la provocación y los más cercanos arremeten contra el hombre. Le pregunto a un paciente que me queda cerca la causa del acto de repudio. Dice que no lo tiene claro, él estaba en su sala y la gente de las Brigadas Blancas lo llamó para que participara, y todo el mundo sabe que negarse puede ser tremenda candela. Pregunto a los demás. Por una parte escucho que las mujeres habían empezado una huelga de hambre, y que los hombres se le unieron días después, por otra, que todos separadamente se negaron a seguir usando los piyamas. Sigo caminando pegado a la pared, abriéndome paso a permisos y leves empujones. Necesito atravesar el gentío para seguir buscando a Tania. Me pongo a gritar con entusiasmo contra los vestidos de civil, eso me permite apartar a los que están frente a mí y avanzar más deprisa. Cuando los rebaso, doy un empujón al repudiado que me queda cerca, y sigo por el pasillo gritando consignas enfermizas. A poco de repetirlas, les encuentro ritmo, y avanzo entonando una patriótica canción.

Día 3. Fotos. El muy comemierda del fotógrafo ha vuelto a 43


escribirme. Su estilo sigue siendo irreprochable y aburrido. Estimado muchacho, le confieso que siento tranquilidad al comprobar que las nuevas generaciones se muestran merecedoras de todo el sacrificio que nuestro Estado ha hecho para garantizar una salud pública universal y gratuita a todos sus ciudadanos. Como seguramente usted sabe, nuestros niveles de asistencia sanitaria fueron lo suficientemente rigurosos como para declararnos potencia médica a finales del siglo pasado. A mediados de este, con la continua demanda de personal médico desde otras partes del mundo, nos dimos a la tarea de fomentar el estudio de las ciencias médicas, en aras de preparar el personal solicitado, y siempre bajo la dirección de nuestro sabio Ministro de Salud Pública, nos dimos cuenta que podíamos vincular todas las ramas y ocupaciones laborales con los servicios hospitalarios. Fue esa la razón primordial para acometer aquella gigantesca obra de llevar a vivir a cada ciudadano dentro del hospital, y como seguramente sabe, usted es uno más de esa afortunada primera generación de cubanos que goza del privilegio de no haber salido nunca de un hospital. Esperamos que dé a este esfuerzo un justo reconocimiento, y aprecie en lo que vale la obra de generosos hombres que lo precedieron y hasta dieron su vida por su salud. 44


Día 15. Alta. Ha llegado un nuevo vecino a la sala. Después que murió el señor de frente a mi cama, y de quien no llegué ni a saber el nombre, he comenzado a estrechar relaciones con quien actualmente ocupa su lugar. El tipo se llama Alberto, escuché el nombre en la primera entrega de guardia, cuando el médico saliente dictó a los alumnos nombre, edad y padecimientos. Es un tipo amable, que lo único que hace todo el día es leer: después de la entrega de guardia y el desayuno, antes y después del almuerzo, por la tarde y hasta por la noche. Lo curioso es que ni siquiera se molesta en salir de la sala. Cuando termina un libro, abre la gaveta al lado de su cama, lo guarda y saca uno nuevo. Esto me intriga. Por más que haya vivido toda mi vida en este hospital, jamás he encontrado gavetas sin fondo. Después de almuerzo, lo vi hacer algo verdaderamente temerario. Al terminar su siesta, se levantó, cogió una toalla y salió de la sala. Escuché agua cayendo en el baño, y minutos después Alberto regresó a la sala con el pelo húmedo y la toalla al hombro, vestido con el pantalón del piyama y un escandaloso pulóver azul. Este es el comienzo general de todos los tropiezos en el hospital: negarse a llevar el piyama reglamentario. A veces, médicos y enfermeras fingen que no reparan ante el cambio de alguna prenda, pero todos se ponen alertas. Si el pa45


ciente se viste completamente de civil, entonces le mandan a las Brigadas Blancas.

Día 8. Pincha. Llegamos al sótano y encontramos al distribuidor del Químico. Le encuentro un exasperante parecido a un actor hollywoodense que ahora no logro ubicar. Nos mira de cuando en cuando, como apenado o temeroso. Debe ser por mí. El Químico sonríe y le pide que se relaje. El distribuidor le responde que la gente de las Brigadas Blancas está dondequiera. Lo dice mirándome, pero no me siento aludido. Al final, tiene razón. Están por todo el hospital, entre los mismos pacientes, atentos al menor descuido. Quienquiera puede verlos delante de la cama de algún enfermo, o a la entrada de cualquier sala, organizándose para llevar a cabo sus actos de repudio, pero sus intereses tienen que ver con el uso correcto del piyama, no con nuestro tráfico. Al parecer, mi actitud relajada contagia al hombre, que comienza a relatarnos algunas de sus anécdotas con la gente de las Brigadas Blancas. Todo aquello le da pie para rememorar su vida fuera del hospital, las cosas que le gustaban y las que no. Encuentro paradójico que extrañe ambas. Me mira y me pregunta qué extraño de la vida allende el Hospital. Le respondo que nada, que al igual que el Químico nunca he sa46


lido. Quiere saber qué he oído de cómo se vive más allá del parqueo. Miro al Químico, que está concentrado contando tabletas. No se da por aludido, y su actitud relajada termina por contagiarme. Comienzo a relatarle algo que me contó mi novia Tania, hace años, la tarde aquella que se robó un termo.

Día 20. Consulta. Hoy tengo consulta, y estoy un poco nervioso. Desde la noche anterior, la enfermera responsable de la sala vino a recordármelo, pero este es uno de los días más importantes para cualquier paciente y es imposible que se le olvide. Se dice que ha habido pacientes que han logrado salir del hospital después de una consulta. Un rumor sostiene que estas consultas no son sino una vana esperanza con la que médicos y enfermeras nos manipulan. Otros, lenguaraces, llegan a asegurar que los dados de alta han pagado enormes cifras de dinero a cambio de la dichosa planilla que puede sacarnos de aquí. Yo, por mi parte, apenas pude dormir la noche anterior. Me veía una y otra vez entrando a la consulta, respondiendo a los buenos días del facultativo y preparándome para hacer diligentemente todo lo que se me pidiera: quítese la camisa, tosa, saque la lengua, póngase la camisa. Hoy, bien temprano en la mañana, hecho una 47


manojo de nervios y en ayunas, cogí mi historia clínica y me fui a la consulta.

Día 3. Propiedades. Tania pasó por mi sala con un termo de café y dos vasos plásticos desechables. Lo ha robado todo de una sala vecina, y me invita a beber un trago antes que las enfermeras se den cuenta y se forme el alboroto. Se lo acepto, sirve en los vasos y nos sentamos en la cama a beber. Ella mira el termo, un traste verde, marcado de sarro en los bordes, y se felicita por la maravillosa posibilidad de conservarlo. Víctimas de un severo racionamiento, originado en la ecuanimidad sanitaria con que los enfermos debemos consumirlo todo, hemos terminado por ser ladrones consumados y temerarios, cleptómanos compulsivos a la caza de la más mínima oportunidad de cargar con lo que sea, por superfluo, viejo, o ajeno que sea. Aunque a veces la critico, yo mismo tengo que vaciar de vez en cuando mi gaveta, abarrotada de cuanto chisme encuentro y que nunca sé cuándo voy a necesitar. Así, voy recolectando pedazos de nailon por si tengo que envolver alguna muestra para análisis, bolsos plásticos por si súbitamente debiera guardar alguna comida sobrante, pomos de medicinas vacíos para lo que se presente, cucharas, también por obvias 48


razones, termómetros para congraciarme con alguna enfermera. Aprovecho para finalmente hablar con Tania. Desde hace algunos días estoy por comentarle que ya debo visitar al funcionario encargado de entregar los cubículos para parejas. Esto es un paso grande para todos los pacientes. Por lo general invitan a sus amigos, enfermos de otras salas y hasta algún que otro personal facultativo. Muchos, cuando ya han tomado la decisión, ahorran durante años algo de lo que dan en el comedor, o rondan permanentemente por los laboratorios y otros departamentos mendigando un poco de alcohol con el que preparar algún licor para el brindis. Nosotros no queremos hacerlo a la vieja usanza, preferimos algo más modesto, que ella invite a dos o tres condiscípulas y yo al Químico y algunos más, tal vez a alguien de mi sala. Mientras hablo de estos preparativos y bebemos café, ella aparta su taza de los labios y dice que quiere contarme algo que soñó. La interrumpo, no quiero perder tiempo en algo tan aburrido como escuchar un sueño ajeno, pero Tania no se deja robar la iniciativa. Me pone la mano en la boca, impidiéndome hablar, y comienza a contarme una absurda historia donde la gente está vestida de civil y combinada como le da la gana y no hay Brigadas Blancas. En su sueño, aunque la gente sigue naciendo en hospitales, vive fuera, y solo regresa cuando se enferma, y a menos que sea muy grave pueden mantener el tratamiento en sus hogares. No me 49


imagino de dónde puede haber sacado tanto relajo, a no ser de alguna novela, pero me lo cuenta con tantos detalles cómicos y verosímiles, que poco a poco, a pesar de mi poco interés, comienzo a prestarle atención.

Día 20 (por la tarde). Consulta. De regreso en la sala. Bajé al primer piso, busqué la consulta correspondiente y me senté a esperar mi turno en un banco frente a la puerta. «Espere su turno» rezaba un papel pegado al cristal tras el cual una enfermera malhumorada anotaba algo. La puerta no se abría, nadie entraba o salía y yo comenzaba a desesperarme. Miraba a un lado y otro del pasillo, y cada vez miraba el letrero sobre el cristal conminándome a la calma. Junto conmigo esperaban un señor, que desde que llegué no ha hecho otra cosa que hablar del padecimiento de sus riñones, y dos mujeres que intercambian opiniones sobre el personal que nos atiende. Una de ellas, venía acompañada de un niño que sollozaba por algo que estaba dentro del bolso de la mujer. Cada cierto tiempo intentaba cogerlo, ella le apartaba las manos, le limpiaba la nariz, pedía que se estuviera quieto y continuaba su cháchara. Me hubiera gustado estar tan calmados como ellos, aunque entendía fácilmente que su situación era muy diferente a 50


la mía. El señor, con mucho, aspiraba a un señalamiento de mejoría, y en el caso de la madre del niño, evidentemente ella solo acompañaba al infante. Mirándolos, en algún momento busqué sin encontrar alguna escena similar en mi vida. Criado por enfermeras que me hacían llamarlas «tías» y que me recordaban todo el tiempo lo importantes que eran las misiones de mi madre y mi padre fuera del hospital, curando a niños pobres de países lejanos, de ellos apenas me quedaba un parecido y las consabidas preguntas cuando sus colegas reparaban en mis apellidos al leer la historia clínica. El señor a mi lado continuaba hablándome de sus riñones, mientras yo asentía sin prestarle atención. Miraba a la puerta, concentrado en que finalmente se abriera y ver a una enfermera leyendo un papel. Imaginaba que enseguida respondería, cuando escuchara mi nombre y dos apellidos, me incorporaría, me despediría del señor y entraría a la consulta con una sonrisa. Pero nada de eso. La puerta seguía cerrada, y de la consulta no entraba ni salía nadie. Comencé a temer que, como en tantas otras ocasiones, esta visita al médico se malograra. Decenas de circunstancias podían hacerlo. No era raro pasar sentado en un pasillo toda una mañana, antes de ser informado por una enfermera que la consulta quedaba suspendida y debía volver en otra ocasión. Porque el médico no estaba, o había salido urgentemente para el cuerpo de guardia, o había tenido que salir del hospital por problemas familiares, o estaba 51


de misión, como mis padres, curando a niños menesterosos de países lejanos, o sencillamente, el pobre hombre había ido a almorzar. La consulta podía echarse a perder aun con el facultativo dentro de la consulta y dispuesto a trabajar. Podía ser que ya dentro, él o la enfermera anunciara que no había agua o agujas para jeringuillas, o que el algodón se había terminado, o cualquier otra cosa. Se sabía de pacientes que, desesperados, andaban con todo eso, pero estaba comprobado que no era una buena táctica. Predisponía a muchos médicos, o peor, estos sentían cuestionada la eficacia de todo el sistema sanitario nacional. Otros, como el mismo Químico, mucho más atrevidos, recomendaban llevar dinero y dárselo al médico a la menor oportunidad y con cualquier excusa. Dejarlo caer, por ejemplo, y no recogerlo. O entrar a la consulta con los billetes en la mano diciendo que se lo habían encontrado en el pasillo. Yo no me atrevía con ninguna de las formas. Si algo tenía bien presente de las conversaciones con las enfermeras que me hacían llamarlas «tías» y me recordaban todo el tiempo lo importantes que eran las misiones de mi madre y mi padre fuera del hospital, curando a niños pobres de países lejanos, era la absoluta incorruptibilidad de mis padres, y lo que pensaban acerca de recibir por sus servicios un dinero que no fuera estatal. Pensando en todo eso, vimos una enfermera entrar a nuestro pasillo. Esto, como se sabe, es señal de que algo ocurriría. La vimos dirigirse a 52


la colega tras el cristal, bajo el letrero que pedía esperar el turno, intercambiar algunas oraciones y asentimientos, y virarse hacia nosotros. Nos informó que la consulta no se realizaría allí, sino en otro piso, otro pasillo, tendríamos que esperar sentados en otro banco. La seguimos, y después de tomar y dejar dos elevadores y cruzar un salón de operaciones, nos dejó en un enorme salón cubierto de sillas plásticas donde esperaban decenas y decenas de pacientes frente a dos puertas flexibles que no cesaban en su movimiento, dejando entrar y salir a enfermeras y enfermos. Frente al grupo de sillas, una enfermera sentada tras un buró declamaba nombres por un altoparlante, alguien se levantaba de entre la masa de pacientes y se dirigía hacia las puertas. Todos nos mostramos muy esperanzados, especialmente el señor con padecimiento en los riñones, al que se le vio dar un pequeño salto de júbilo. Nos despedimos y distribuimos por el salón como pudimos. Ahora, mis nuevos vecinos eran una muchacha con una venda enorme cubriéndole el ojo que le quedaba de mi lado, y al otro, un señor sosteniendo una radiografía. Saludé a ambos. El señor me respondió inclinando la cabeza, y la muchacha, tal vez confianzudamente, me apoyó una mano en el muslo. Se la dejé ahí, sin atreverme a decirle nada, hasta que al rato la enfermera dijo mi nombre por el altoparlante. Voy hasta la puerta de doble hoja, inquietas como las de un bar del Far West. Estas no abren 53


a una consulta, sino a un pasillo lleno de puertas laterales. Lo atravieso, buscando algún cartel que me dé alguna indicación de consulta. Ninguna lo tiene y me detengo frente una puerta cualquiera y abro. Veo un buró metálico y un hombre sentado detrás, con todo el aspecto de un médico, espejuelos y bata blanca, escribiendo. Hay una silla frente a él. Definitivamente, es un médico y esto es una consulta. «Siéntese», dice el hombre, y ocupo la silla frente al buró. No me mira. Escribe en su papel sin levantar la cabeza. Pasan unos minutos y no me atrevo a interrumpir. «Nombre completo y sala», pregunta, y le respondo. Levanta la vista y me mira inquisitivamente, como si yo fuera un amigo lejano. «¿Usted es el hijo de…?» Sí, soy yo. Comienza a hacerme preguntas. «¿Dónde están, siguen juntos, desde cuándo no vienen por el hospital?». Le respondo que no sé, no sé y no sé. El médico sonríe mientras mueve la cabeza afirmativamente. Luego vuelve a escribir por un par de minutos.

Día 1. Un brete. Con esto del encuentro deportivo fuera del hospital, una enfermera me ha dicho que el Químico se opone a mi participación. La mujer 54


me asegura que él no le ha dicho nada, pero se le ve en los ojos. Estoy acostumbrado: no sé cómo, pero en el hospital la gente siempre sabe con anterioridad lo que alguien está pensando o lo que un tercero dijo a otro de confianza. La enfermera me asegura que tal vez ni el propio Químico sepa que se opondrá, pero lo hará sin dudas. Se le ve en la cara. No confío mucho en el criterio de los médicos, pero está comprobado que el de las enfermeras es infalible.

Día 8. Pincha. Ya me di cuenta: el distribuidor del Químico es idéntico al Jack Nicholson de Atrapados sin salida. Insiste en que entremos con él a la fiesta. Mi socio le dice que debemos ver a otros clientes para entregarles sus mercancías, pero nos aclara que la fiesta también está llena de clientes. Además, la de hoy es especial, porque han conseguido pacientes del pabellón de siquiatría, hombres y mujeres. Saicofockers, les llamamos, y son una decoración invaluable para cualquier fiesta. Tras semejante noticia, aceptamos, y avanzamos entre los cuartos del sótano, buscando la fiesta del distribuidor. Hace rato dejé de ver conejitos rosados por los pasillos y el Químico se niega a darme más pastillas antes de llegar. Por el camino, el distribuidor insiste en contar55


me cosas de su vida en el exterior. Tanta confianza me molesta, pero le respondo con afabilidad, finjo interés y hasta le pido que me aclare algunos detalles. Me siento el cuerpo entrecortado. No sé si será el material o sencillamente estaré comenzando una gripe. Le pregunto al distribuidor si por casualidad no tendrá una aspirina encima. El tipo me asegura que podremos conseguirla en la fiesta, que allí habrá todo tipo de pastillas, drogas, alcohol y cuanta mierda necesite. Después aprovecha para contarme que también le ha dado gripe algunas veces, pero prefiere no darle importancia. Entre sonrisas, enumera a los posibles asistentes a la fiesta y sus padecimientos más memorables. Me alegra saber que no conozco a ninguno y me pregunto si faltará mucho. Saber que en la fiesta hay saicofockers ya me tiene la pinga medio entusiasmada. Miro atrás, el Químico me hace una mueca, burlándose de mí y de mi interlocutor.

Día 16. Fotos. He ido a tirarme las fotos para el carnet de salud. En cuanto el fotógrafo se ha enterado de que mi novia estudia medicina, ha comenzado a preguntarme sobre nuestra relación. Tuve que contarle cómo nos conocimos en una fiesta a la que llegué con el Químico buscando clientes para su material, y muchas cosas más. 56


La vida personal de los médicos y sus familiares despierta mucho interés entre los pacientes, que siempre están a la caza del detalle más trivial de sus celebridades. Es algo a lo que estoy acostumbrado. Desde niño, las enfermeras siempre me ponían como ejemplo de lo que debía ser una actitud correcta dentro del hospital, y usaban como causa de mi buena conducta la educación recibida por mis padres, modelos de médicos esforzados por el bien de toda la Humanidad. Esto provocaba que mis condiscípulos, hijos de camilleros, auxiliares de limpieza, farmacéuticos, laboratoristas y médicos menos destacados, me miraran con sana envidia infantil. Todavía niño, en muchas ocasiones tenía que interrumpir mis juegos para firmar autógrafos en afiches que mostraban a uno o a mis dos padres, ataviados con sus pulcras batas, estetoscopio al cuello, límpida mirada y atractiva sonrisa, rodeados por niños pobres de países lejanos, ansiosos de curación. Ya de adolescente, era convocado a cuanto acto se celebrara a mi alrededor, o a cada momento era interrumpido en pasillos y consultas, importunado hasta en mi propia sala, e instado a hablar de ellos, a firmar más afiches y hablar a pequeños pacientes e hijos de camilleros, auxiliares de limpieza, farmacéuticos, laboratoristas y médicos menos destacados. Por eso puedo convivir tan fácilmente con la gente que admira a mi novia mientras recorre los pasillos del hospital con su pulcra bata blan57


ca y su estetoscopio al cuello, preparándose para curar a ansiosos niños indigentes de países lejanos. No me molesta que invadan nuestra privacidad, ni que estén por todas partes las pocas veces que tenemos sexo, ni que me acribillen a preguntas cuando voy a sacarme dos simples fotos para el carnet de salud.

Día 8. Pincha. Finalmente llegamos a la habitación del sótano donde los amigos de Jack Nicholson, el Distribuidor, tienen su fiesta. Es una sala espaciosa, con varios saicofockers ya desnudos, que acechan por los rincones, mientras otros pacientes cantan, beben y se divierten. La música, rock pop español de los setenta, llena el lugar, como es costumbre en las fiestas clandestinas. Este género, preferido de los médicos y personal directivo del hospital, banda sonora de sus años de gloria, cuando el hospital comenzaba a cobrar poder, es el que se oye usualmente como camuflaje de las mejores fiestas secretas. Ninguno de los presentes está aquí por la música. Todos vienen por las drogas y el sexo multitudinario y pervertido que ofrecen los saicofockers. Aquellas fiestas donde se atreven a escuchar otra música, ya sea rock, rap, electrónica o pop anglosajón de otros años, son apenas toleradas por las enfermeras, quienes las vigilan con rigor 58


con la intención de impedir que la gente tiemple o se arrebate, y las detienen en cuanto ven a una pareja besarse. Pero aquí nos sentimos protegidos con la mierda de música que suena, y ya muchos saicofockers varones se masajean la pinga y las hembras intercambian escupitajos con que humedecerse las rajas. Nuestro conocido sonríe a todos y llama a algunos. Quien más y quien menos, le devuelve el saludo y se acerca. Casi al centro del lugar, cuatro tipos desnudos juegan a las cartas sentados alrededor de una mesa. En una esquina una botella de ron observa el juego indiferente. Los jugadores se pasan un magnífico cigarro, y desde los alrededores aparecen tragos y más cigarros, todo entre exclamaciones de júbilo e incitaciones. Uno de los sentados llama a Nicholson, quien sonriente, se acerca a ellos, acepta el cigarro que le ofrecen, da una calada inspirada y me lo pasa. Fumo y se lo entrego al jugador más cercano. Es un buen material, que enseguida me pone a toser. Nicholson busca entre la multitud y me pregunta por el Químico. Logro descubrirlo conversando con un par de muchachas, bastante lejos de nosotros. El distribuidor lo llama, el Químico viene a nuestra mesa y hay una exclamación de júbilo de los presentes cuando se sabe que está allí para vender material. Varios de los jugadores lo invitan a participar. La cosa va de apostar a las cartas. Quien pierde, debe 59


hacerse una paja, pero no venirse sobre la mesa. El Químico se rasca la cabeza, dudando, y uno de los jugadores le aclara que no debe preocuparse, que se permite poner a mamar a un saicofocker, hembra o varón, o una y uno, o dos hembras o dos varones, lo que se desee, pero mi socio aclara que prefiere hacer su negocio primero y templar después. Su savoir faire arranca aplausos entre los presentes, y después del mercadeo, mi socio vuelve a su rincón con las dos saicos, already naked, y se incorpora a la complicada red de caricias que rápidamente lo envuelve hasta hacerlo desaparecer entre senos, brazos, bocas entreabiertas, dientes y labios. Entonces siento frío, y los conejitos rosados de la última carga desaparecen. Temo que sea la marihuana. Le pregunto al guía si no siente frío y me dice que no más de lo habitual. Me preocupo: en estas condiciones no puedo buscar ayuda de ninguna enfermera. Todos sabemos cuánto rechazo causan entre el personal médico las drogas recreativas, y puedo pasarla muy mal. Debo lucir preocupado, porque Nicholson, dándome palmaditas confianzudas en el hombro, me dice que no hay nada que no se quite con un poco del material del Químico, y me da un poco más. Reaparecen los conejos, más rosados que de costumbre. Ahora se mueven entre los presentes, menean sus mullidas cabezas al compás de la música bobalicona que llena el lugar y uno de ellos decide quedarse en el cen60


tro de la mesa de los jugadores, meneando su colita esponjosa. Uno de los jugadores me mira, y al parecer, se percata de que no me siento bien. Me dice que me busque una saicofocker, y señala alrededor, donde decenas de muchachas se pasean con los senos al aire y sonrisas extraviadas. Le sobra razón. Me alejo de la mesa y voy hacia mi socio y las dos muchachas. El Químico me recibe con una sonrisa, las dos saicofockers están agachadas frente a él, disputándose su pinga a mordiscos. En cuanto me ve, la más cercana se incorpora, ruge, apoya su pie en una de mis rodillas, salta, y en una rápida maniobra me tira al piso y enreda sus piernas en mi cuello. Su bollo queda a la altura de mi boca. Chupa, maricón, dice enérgica la saicofocker, halándome del pelo, por lo que comienzo a chupar, aturdido ante el peligro de ahogarme con el líquido pastoso que brota abundante de sus gordos labios mayores. No todos los pacientes están aptos para singar con un/a saicofocker. Se sabía de varia gente jodida después de haber pasado dos o tres horas de fiesta con ellos. A veces se ponían muy emocionales y volcaban en el sexo sus muchísimos traumas, y los no avisados podían recibir mordidas a veces mortales, dedazos punzantes como cuchillos, penetraciones vaciantes o asquerosos gargajos. Sabía que la mejor estrategia para disfrutarlos era echar más leña al fuego, por lo que agarré lo primero que me pasó por delante, que desde 61


el suelo no podía ser otra cosa que un tobillo. Lo halé y terminó convirtiéndose en un paciente cualquiera. Por lo que se veía, el tipo era bastante tranquilo, porque a aquella altura de la fiesta aun llevaba puesto el piyama del hospital. Loco, le dije, apartando de mis labios los mayores de la saicofocker, ayúdame con esto. El tipo desanudó su piyama, sacó su notable miembro todavía medio fláccido y se lo puso en la boca a la muchacha, quien, moviéndose para acomodar al recién llegado, ofreció espacio y pude salir de bajo ella. Entonces me acomodé a sus espaldas, le pedí por señas al socio que se hiciera atrás, doblé por su lomo a la saico y sin ni siquiera mojármela en saliva se la metí en el culo. Ella se estiró con un gemido de placer que completó con un grito aprobatorio, lo que motivó palmadas entusiastas de algunos de los presentes. Cuando sentí que había tocado fondo, le di una nalgada. Muévete, ahora, saico, le dije y casi me arrepiento de haberlo hecho. La muchacha inició un movimiento rotatorio que acompañaba con impulsos hacia atrás, en una coreografía que incluía satisfacer al otro con la boca y pedir más pinga, ahí, dame, maricón, dame pinga, dale, dame, entre borboteos de saliva y ojos en blanco y temblor de muslos que enseguida me fueron transmitidos y sentí las piernas haciéndoseme agua y el grito que no debía que no sabía que no podía que no quería contenerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. 62


Día 6. Un brete. Todo parece indicar que Alberto, el de la cama de enfrente, se decidió. Hoy entró al baño por la mañana, salió vestido completamente de civil y se acostó otra vez en su cama, a leer, como de costumbre. Al poco rato ya la tensión podía sentirse en toda la sala. Primero pasó una turista cualquiera, con su bolso plástico bajo el brazo, como si viniera de visitar a algún nacional. Le echó apenas un vistazo a la sala y vio a Alberto en su cama. Unos pasos, y la vimos detenerse, rebuscar algo en su bolso y regresar a la puerta. Traía una cámara fotográfica, y muy amable le preguntó a Alberto si podía tomarle una fotografía. Los demás entendimos que la cosa comenzaba a ponerse fea, y ya la tensión dentro de la sala podía cortarse con un cuchillo. Mal visto y todo, muchos de nosotros hablábamos con turistas alguna que otra vez, y hasta aceptábamos cualquier bobería que tuvieran a bien regalarnos. Pero lo de las fotos si era delito mayor. A cada rato El Termómetro tenía que desmentir campañas del exterior que habían comenzado con una inocente instantánea. Decididos a destruirnos, muchas veces veíamos cómo nuestros enemigos alteraban digitalmente el más mínimo recuadro de nuestra realidad con tal de difamarnos, y todos sabíamos que delitos como ese tenían gravísimas consecuencias. Alberto respondió a la mujer que le daba igual lo que hiciera, pero que lo hiciera ya, que esta63


ba incomodando a los demás pacientes. Aquello fue peor, porque entonces la turista se viró hacia nosotros y comenzó a pedirnos disculpas, lo que puso más nervioso a algunos de los presentes, principalmente a los más viejos. Termine de tirar su foto, señora, le reclamó uno, y la mujer volvió al principio de su discurso que no quería molestar y que la disculparan. Finalmente, pareció convencida de que habíamos aceptado sus disculpas y se viró hacia Alberto, que seguía leyendo como si aquello no fuera con él. La extranjera se retiró y Alberto siguió en lo suyo. Dos o tres entre los más viejos, comenzaron a recoger sus pertenencias mascullando improperios, señal evidente de que se mudarían a otra sala. Otro fue hasta la cama de Alberto, pero no logró que lo atendiera, y se retiró hacia su cama agarrándose la cabeza con las manos. Una mujer pasó frente a la puerta de la sala. Llevaba uniforme de cocinera. Echó un vistazo a la sala y se detuvo, como petrificada por la sorpresa de la provocación. Dio unos pasos dentro de la sala, miró al hombre que leía en su cama, imperturbable, hizo una mueca de repulsa y lanzó un escupitajo contra la portada del libro. Alberto, a pesar de estar leyendo, o fingir que leía, al menos debió haber visto los pies de la mujer por debajo de las páginas abiertas ante sus ojos, y sentir el salivazo contra el cartón. Francamente, no sé qué pretende con un acto tan solitario, inútil y peligroso. 64


Al poco rato una enfermera metió la cabeza dentro de la sala y se quedó mirándolo.

Día 6. Bronca. Tania y yo acabamos de tener sexo. Los espectadores aplauden y les saludo con un gracioso movimiento de la mano, una especie de reverencia galante. Uno de ellos me pregunta si puede conservar como souvenir la tira de tela que amarra mi piyama. Acepto y poco a poco comienzan a abandonar la sala. Brotan de debajo de la cama, se bajan del muro de la ventana, se levantan de las otras camas de la sala, y salen al pasillo. Mi novia y yo quedamos abrazados, yo mirando al techo y ella de costado, con una pierna encima de mí. Al rato me quita los brazos de alrededor del cuello, emite un hondo suspiro y se aparta un poco. Así pasamos un buen rato, desnudos, la vista perdida en el blanco del techo de la sala. Al cabo me incorporo para vestirme y ella hace lo mismo. La oigo pidiendo a mi vecino de la cama de enfrente que mire hacia otra parte, que quiere vestirse. El tipo la complace y mi novia comienza a ponerse la ropa. Lo hace irritada, nerviosa, y me comenta que así no puede seguir, que necesita que yo vaya de una vez a ver al funcionario que entrega los cubículos para parejas. 65


A mí esto de la intimidad me la suda. Acostumbrado desde niño a bañarme en público, a los chequeos colectivos y a las fiestas con saicofockers, me da igual que tres o cuatro tipos, por lo general pacientes de mi propia sala con los que llevo conviviendo meses y hasta años, me vean el culo tres o cuatro veces a la semana, como yo se los veo a ellos y a sus mujeres y hombres. Tania ya está de completo uniforme cuando me dice que tiene que hablar conmigo. Yo estoy buscando con qué reemplazar la tira del piyama que acabo de regalarle al fanático, creo que es una continuación del asunto de la intimidad y le respondo vagamente. Mi novia me aclara que el asunto es serio. Su tono no me ha gustado. Dejo de buscar, me sujeto el piyama con ambas manos y la atiendo. Mi novia se sienta en la cama y me dice que ha desaprobado varias asignaturas, que no va a poder seguir estudiando Medicina y tendremos que conformarnos con que haga un curso de enfermería. Me llevo las manos a la cabeza y se me cae el piyama. Mi vecino de la cama de enfrente me señala al culo y ríe fuertemente, ajeno a nuestra catástrofe.

Día 8. Pincha. Mientras templaba con la saicofocker, varios de 66


los presentes empezaron a corear un estribillo bobalicón del tema que amenizaba la fiesta. Era divertido, alguien muy desafinado trataba de resaltar y lo estropeaba todo tan espontáneamente que resultaba risible. Escuchamos un tropezón y entró corriendo un tipo avisándonos de que andaban cerca la gente de las Brigadas Blancas, y ahí mismo se formó el corre-corre. Salí de la saicofocker, de un manotazo agarré la prenda que me quedaba más cerca y fui vistiéndome mientras buscaba la salida. Intenté avisarle al Químico, pero con la confusión, la gritería y la estampida, apenas pude hacer nada. El tumulto me sacó por la puerta y me dejó en el pasillo mal iluminado por el que habíamos llegado. A mi alrededor solo habían puertas que vaya a saber adónde daban y una muchacha, tan asustada como yo, ambos semivestidos, o semidesnudos, según quisieran interpretarlo las enfermeras. Me preguntó qué podíamos hacer, y solo atiné a tomarla de la mano y avanzar por el pasillo. Le dije que si nos encontraban, podíamos fingir que éramos novios buscando privacidad. Aunque esto también está penado, a la gente de las Brigadas Blancas les importa menos. La muchacha se llama Tania.

Día 11. Un brete. Dice una enfermera que mi madre viene de 67


vacaciones al hospital. Junto con ella llegan otros médicos, algunos también en período sabático, y otros definitivamente. Por desgracia, la importancia de la posición de mi papá hace imposible encontrarle relevo, por lo que deberá quedarse un tiempo más. Me da absolutamente igual. Con tanto tiempo de separación, apenas recuerdo algún momento trascendental a su lado. De hecho, hasta sus facciones se me han desdibujado un poco, aunque según algunas enfermeras tengo su misma nariz y la barbilla. Por lo que me ha dicho la mujer, sumamente emocionada, son tantos y tan importantes los que llegan, que el mismísimo Ministro de Salud Pública saldrá de su departamento para darles la bienvenida. Esto no es bueno. Con ese tipo dando vueltas por nuestras salas, todos se ponen nerviosos, especialmente la gente de las Brigadas. Por otra parte, ver de nuevo a la vieja podría resultar interesante. Su posición y relaciones podrían ayudar en lo de conseguir el dichoso cubículo, y ya puestos, también echar una mano con la carrera de Tania. No le sería muy difícil lograr que le hicieran nuevos exámenes y evitarle esos humillantes cursos de enfermería. Vamos a ver cómo me va. No recuerdo nada de su carácter.

68


Día 8. Otro brete. Hablé con el Químico. Le dije que sabía que andaba murmurando mierda de mi candidatura al encuentro deportivo fuera del Hospital, y que con todo lo que habíamos pasado juntos jamás pensé que él cayera en eso. Se demoró en responderme. Estábamos en su departamento, rodeado por sus compañeros de trabajo. Sabía que nos podían escuchar, pero tampoco era necesario disimular, porque probablemente todos estuvieran enterados. Me pidió disculpas, decía que lo cegó la idea de quedarse solo en el hospital. Tenía los ojos llorosos. Podía entenderlo, desde que éramos chamacos habíamos ido perdiendo socios y conocidos. Algunos murieron, dos o tres se hicieron médicos y desertaron de su misión fuera del hospital, varios lograron pagar por una planilla de alta, otros se habían mudado a salas lejanas, la concreta era que todos se habían ido salvo nosotros. Le aseguré que no tenía por qué preocuparse. Si finalmente iba al dichoso encuentro deportivo, podía estar seguro que regresaría para hacerle compañía. Nos abrazamos, llorando, mientras sus compañeros de departamento aplaudían conmovidos.

69


Día 20. Consulta Dice el médico que lo mío es una depresión pasajera, que se me quita viendo televisión, y entonces me pregunta que si veo la suficiente. Probablemente más de lo que debiera. Como todos los pacientes y algunos del personal facultativo, también yo participo del peligroso tráfico de programas de televisoras extranjeras, y estoy al día con ER, la novelita con George Clooney que todos se pasan en las memorias flash. Pero sé que no es a eso a lo que el hombre se refiere. La televisión nacional se me hace insoportable, con sus programas políticos tan parecidos entre sí. Los detesto todos, desde Ponte en forma, el informativo de la mañana, el dramático Hablemos de salud y el policíaco La dosis exacta. Lo demás son las competiciones deportivas por la disminución de la mortalidad infantil y la variadas y costosas reparaciones y reconstrucciones en las diferentes salas. El médico me dice que debo verlos más a menudo, que en la próxima consulta me preguntará sobre ellos, y que hasta entonces no habrá diagnóstico.

Día 12. Reunión de cambio de sábanas. Ya empezaron de nuevo con esa estupidez. Ahora van a ser tres o cuatro semanas con esa 70


mierda, hasta que nos reunamos sala por sala para chequear los méritos y deméritos de cada uno y ver quién se merece el cambio de sábanas y piyama. No soporto estas reuniones. La gente comienza a enumerar todo lo que ha hecho con voz entrecortada y gestos grandilocuentes, mientras sus vecinos los miran con menosprecio, intentando restar importancia a la maravillosa novela de cada uno. Después vienen los desmentidos, las acusaciones mutuas y las descalificaciones. A veces se han esmerado tanto, que la dirección no ha tenido a quién cambiarle las sábanas y dar un nuevo piyama. Ya El Termómetro ha empezado su campaña. Oxiuros Y atendiendo a las interrogantes de muchos lectores por las reuniones próximas a realizarse, hoy les traemos un apropiado comentario sobre los oxiuros. Estos son parásitos que afectan al hombre y pertenecen al grupo de nematelmintos o gusanos redondos, denominados científicamente Enterobius vernicularis. Tienen un aspecto blanquecino, de tamaño pequeño, entre dos y once milímetros, y forma cilíndrica, con una extremidad posterior muy afilada y alargadas, por lo que en algunos lugares los llaman «gusanos de alfiler». La enfermedad producida por este parásito se llama enterobiosis u oxiriosis. Los oxiuros adultos viven en el intestino, y las hembras van a poner sus huevos en los márge71


nes del ano. En este momento, principalmente, pueden ser vistos los parásitos, cuya distribución es global. Se estima que en el hospital cerca de cuatrocientos millones de personas están infectadas actualmente. En amable conversación con el Doctor Franco Cremata, este informó que los gusanos generan infecciones en instituciones cerradas dedicadas al cuidado y atención de niños, ancianos, centros mentales o penitenciarios, aunque se originan también en población general, con más incidencias en regiones frías o en comunidades con hábitos de no bañarse con frecuencia o no cambiarse diariamente las prendas de vestir interiores. Doctor, ¿aqueja por igual a personas de todas las edades? Sí. Los niños en edad preescolar y escolar son los más afectados, atendiendo a que en edades tempranas no están bien establecidos los hábitos higiénicos sanitarios, y por similares razones, (malos hábitos higiénicos), los adultos pueden infectarse mediante la manipulación de sus hijos y por prendas de vestir contaminadas, fundamentalmente. ¿Cuál es el reservorio de este agente y el modo de transmisión? El humano es el huésped de la infección por enterovirus, es decir, donde se alojan y desarrollan estos parásitos hasta su madurez. El modo de trasmisión es directo. Se adquiere la infección al manipular prendas de vestir interiores de personas parasitadas y luego llevárnosla a la 72


boca, o al ingerir alimentos o emplear utensilios contaminados por los huevecillos. ¿Cuáles son sus signos y síntomas más notables? El prurito o picazón anal-perianal, la irritabilidad, falta de concentración. Junto al prurito, los pacientes pueden referir sensación de dolor y de cuerpo extraño en la región anal. Como consecuencia, se produce el rascado y con él, las lesiones traumáticas que pueden infectarse secundariamente. En el caso de niños infectados, es común que estos pierdan el interés en la escuela, muestren falta de concentración o intranquilidad nocturna. En las niñas, la presencia del parásito en la región de la vulva y vagina provoca irritación y en muchos caso infección. ¿Qué procederes se emplean para establecer el diagnóstico con certeza? Es importante tener en cuenta las manifestaciones clínicas. Por las características biológicas del parásito, no es frecuente el diagnóstico por las técnicas convencionales. En algunos casos pocos frecuentes se pueden observar los oxiuros en las heces recién emitidas. ¿Puede existir la infección y no dar síntomas? Sí. Depende de la cantidad de parásitos con que está infectado el paciente. ¿Tiene tratamiento específico?, ¿es eficaz? Sí, existen varios esquemas de tratamiento aplicados por los facultativos. El problema radica que acompañado del tratamiento medicamentoso los pacientes y sus familiares deben cumplir con un estricto conjunto de medidas encaminadas a evitar la re infección, que cons73


tituye el tema más complejo en este tratamiento. ¿Qué medidas tomar ante un caso como este? Se impone un tratamiento masivo a todos los convivientes, haciendo énfasis en la adopción de estrictas medidas higiénico-sanitarias que incluyen el cambio diario de ropa interior del infectado y de su ropa de cama. ¿Cómo prevenirlo? Con exigentes hábitos de higiene, en especial el lavado correcto de las manos antes de comer o manipular alimentos. Evitar la mala costumbre de comerse las uñas o chuparse los dedos. Gracias, doctor.

Día 6. Un brete. Una enfermera entró a la sala y fue hacia la cama de Alberto. Creímos que venía avisada por la cocinera, y temimos lo peor, pero la mujer se notaba tan nerviosa como nosotros mismos, y continuamente miraba afuera, como si temiera que entrara alguien. Le preguntó muy agitada a Alberto por qué hacía aquello, y este le respondió con mucha calma. Había dejado caer al piso el libro ensalivado y ahora tenía las manos entrelazadas tras la cabeza y apoyaba un talón en los dedos del otro pie. La enfermera insistió varias veces en que se quitara aquella ropa y se pusiera el piyama, pero él no aceptó y ella empezó a llorar. Al verla así, Alberto intentó cal74


marla, pero la enfermera no lograba recomponerse. Entre sollozos, intentaba explicarnos a los pacientes presentes en la sala que a ella no le gustaba participar de aquellos actos de repudio contra los vestidos de civil, pero las demás enfermeras la obligaban. Sabía, o creía saber, que podía negarse, pero probablemente eso la dejaría sin trabajo y la convertiría a su vez en víctima de un nuevo acto de repudio. Alberto y yo nos miramos, viendo a la pobre enfermera hecha un manojo de nervios. Podíamos entender su miedo a los gritos y humillaciones de las Brigadas Blancas. Alberto le dijo que no se preocupara, que enseguida volvía a ponerse su piyama reglamentario. Ni aun así la mujer lograba tranquilizarse, pero varios de nosotros sentimos físicamente el gran peso que nos abandonaba.

Día 16. Me cago en la madre de todo el que trabaje en el INDER. Se jodió lo del encuentro deportivo. Como nos imaginábamos, en la reunión de entrega de sábanas y cambio de piyama no quedó títere con cabeza, y de paso, los directivos del departamento de deporte y recreación anunciaron que el encuentro deportivo quedaba suspendido por indisciplina generalizada. Por lo menos la decepción me dio para hacer un chiste con el Químico, que ahora luce más tranquilo. Al otro día vino lo del escándalo en El Termómetro. La 75


mañana había estado tranquila, y hasta después del horario de comida nadie habría podido prever lo que estaba por formarse. Cuando finalizó la visita, dicen que descubrieron a varios pacientes tratando de abandonar el Hospital, vestidos como acompañantes. Algunos custodios repararon en que algo no andaba bien, y enseguida dieron la voz de alarma. En cuestión de minutos todas las salidas estaban bloqueadas por las Brigadas Blancas, que coreaban ¡que se vayan, que se vayan!, su consigna preferida. Esa misma noche salió publicada una enérgica respuesta en El Termómetro, pero un mal cálculo hizo que desembocara en un escándalo mayúsculo que provocó la remoción de la doctora por mencionar la agorafobia. Crisis de pánico Y hoy conversamos con la Doctora Raquel Maldonado Duany, quien nos refiere que las crisis, ataques de pánico o ansiedad paroxística, como se les denomina indistintamente, son cuadros caracterizados por la aparición brusca de una ansiedad intensa y de corta duración, que surge sin relación con situaciones desencadenantes, sobre todo en las primeras crisis. Después, el propio temor del paciente a que en circunstancias similares reaparezcan los síntomas, actúa en ocasiones como detonante. Pueden ser consideradas como una enfermedad en sí misma o como síntoma de alguna dolencia, pues cuando se repiten más de una al mes se denominan trastornos de pánico y se 76


consideran una enfermedad. Sus manifestaciones durante otros desarreglos mentales, como ocurre en algunas fobias, principalmente en la agorafobia, tan extendida entre nosotros, y en el trastorno de ansiedad generalizado, se consideran como síntoma de enfermedades. Estimada Doctora, ¿conoce la ciencia las causas que desencadenan estas crisis? La causa exacta, como en la mayoría de los trastornos mentales, no se conoce. Sin embargo, se invocan teorías como «desórdenes bioquímicos a nivel cerebral», o se enfatizan en el efecto del stress mantenido, en la personalidad y en la predisposición hereditaria. ¿A qué edades como promedio comienzan sus manifestaciones? ¿Aquejan por igual a personas del sexo masculino y femenino? No hay edades específicas para su aparición, aunque son raras en la niñez y adolescencia y más frecuentes en la adultez. Con relación al sexo, se plantea que es más común entre mujeres. ¿Aparecen cuando el paciente está despierto o dormido?, ¿cuál es su frecuencia y cuánto duran como promedio? Estas crisis ocurren con el paciente despierto. En cuanto a la frecuencia, deben ocurrir más de una al mes. Se clasifican de graves cuando se reportan más de cuatro ataques semanales. La duración es corta, desde segundos a no más de diez minutos. Son muy intensas, de ahí el temor que producen en quien las padece y la sensación de una durabilidad mayor. 77


¿Son predecibles? No cuando constituyen una enfermedad, pero sí cuando acompañan a otros trastornos como la agorafobia. ¿Cuáles son los síntomas principales? Inicio brusco, sensación de pérdida de control, miedo a enloquecer, a morir de pronto, deseo de escapar, huir, palpitaciones, taquicardia, temblores, dificultad para respirar, opresión en el pecho y otros temores hipocondríacos. Pueden ser tan intensos que desorganizan la conducta del paciente, y generan depresión. ¿Es posible confundirlo con los síntomas de un ataque cardíaco? Para un auténtico profesional de este hospital, ocupado de sus pacientes, no, pero sí para otros pacientes o personal no calificado. ¿Cómo auxiliar a un paciente del que se sospeche está en un ataque de pánico? Dándoles apoyo, comprensión y tranquilidad. Cuando con esto no desaparezcan los síntomas, debe ser llevado inmediatamente ante un facultativo. Sabemos lo ocupados que están nuestros especialistas, por eso debemos buscar la forma de molestarlos lo menos posible. ¿Cuándo consultar a uno? Atendiendo a la frecuencia de las crisis y luego de analizar que no se relacionen con eventos específicos que las desaten. ¿Qué procederes establecen el diagnóstico? No hay. La mayor parte la proporcionan los datos aportados por una buena historia clínica, una correcta anamnesis o interrogatorio y un 78


apropiado examen, acompañado de pruebas psicológicas. ¿Existe algún tratamiento específico? Sí, desde el uso de la psicoterapia, la medicina natural y tradicional, hasta el uso de psicofármacos. ¿Estos pacientes son curables o transitan hacia la cronicidad? Los síntomas se controlan con el tratamiento, y pueden pasar grandes periodos asintomáticos. ¿Cómo prevenirlos? Fomentando estilos de vida saludables, con dietas adecuadas, manejar correctamente las situaciones estresantes y recrearse lo más que permitan nuestras numerosas responsabilidades e importantes tareas. Gracias, doctora, ha sido muy amable.

Día 15. Tremendo brete. Mandé a singar al fotógrafo: me propuso que me incorporara a las Brigadas Blancas. Con la moda de la huelga de hambre imponiéndose, los de las Brigadas Blancas también se han revuelto y están yendo sala por sala recogiendo nombres de pacientes que quieran cooperar con ellos. Me ha mandado la invitación con la señora acompañante, la que había encontrado en un pasillo y guiado hasta su cama. He logrado darme cuenta a tiempo que esta señora apenas 79


entiende nada de lo que pasa aquí dentro. Enajenada por los comerciales televisivos y radiales del Ministerio, se le ve muy convencida de la necesidad de luchar contra estos pervertidos, enfermos y malagradecidos que le encuentran defectos a todo lo que se hace por ellos y no se merecen los desvelos y privaciones de nuestro estado en pos de la Salud Pública. Después de escucharle la andanada, no tengo mucho que responderle. O tengo, lo que no cómo, y esto lo hace complejo. Si tuviera tiempo, o ganas, tal vez intentaría explicarle. Entonces me doy cuenta que tengo qué y cómo explicarle, pero no tengo porqué, y la mando a singar a ella también.

Día 17. Otro brete. Ahora sí la cosa se está poniendo mala: todos están comentando del grupo de hombres y mujeres que están haciendo huelga de hambre en varias salas del Hospital. La gente de las Brigadas Blancas está como loca. Cambiaron a Alberto de sala, dicen que para una de siquiatría, y trajeron a otro paciente, que todos los demás creemos que trabaja para las enfermeras. Ahora sí hay que cuidarse. Hasta al Termómetro no le ha quedado otra que abordar el tema. La anorexia Y hoy hablamos con la eminente Doctora Ma80


ría Carmela Columbié, quien nos habla de un mal muy poco común entre nuestros pacientes. Lo primero que nos puntualiza es que se debe hacer una distinción entre la anorexia común y la nerviosa, y nos recuerda que el término proviene del griego a, an, negación, y arexis, apetito. Sin embargo, la anorexia nerviosa, o AN, es un trastorno alimentario grave que consiste en el rechazo a la comida por parte del paciente, a pesar de tener hambre, por miedo a engordar, lo que puede producir una gran debilidad por ingesta insuficiente de nutrientes esenciales. Estimada doctora, ¿cuáles son las características esenciales de este trastorno alimentario? Entre otras muchas, el peso corporal por debajo del nivel mínimo para la edad y la talla, miedo intenso a ganar peso o convertirse en obeso, alteración de la percepción del peso y la silueta corporal. En las mujeres posmenárquicas puede aparecer la amenorrea o falta de menstruación, que es consecuencia generalmente de la pérdida de peso, y en las niñas prepuberales puede retrasar la aparición de la menarquía. La AN se clasifica en dos subtipos: el restrictivo, cuando la pérdida de peso se consigue haciendo dietas y ejercicios físicos intensos, y el compulsivo/purgativo, cuando el paciente recurre regularmente a purgas y vómitos. ¿Se conocen las causas que pueden originarla? El origen es complejo y se conocen diversas causas. Entre ellas las fisiológicas, psicológicas, socioculturales, familiares, profesionales, genéticas y hormonales. 81


¿Tendría alguna relación con esos nocivos patrones de belleza importados, donde la extrema delgadez se impone como ideal? Las influencias llegadas de fuera del hospital son importantes, estas por lo general sobredimensionan el ideal de que la esbeltez está relacionada con ser delgado. ¿Es un trastorno exclusivo del género femenino en su etapa adolescente? Afecta principalmente a este, sin embargo, estudios realizados fuera de nuestro hospital indican que ocurre en ambos sexos, mayormente a las edades comprendidas entre los catorce y los dieciocho años. Se dice que es común en el hospital, ¿es cierto? No. ¿Hay señales que indiquen que alguien a nuestro alrededor la padece? Sí. Cuando algún paciente presente disminución progresiva del peso sin que existan causas aparenten que lo provoquen, es hora de comenzar a estudiar sus hábitos alimentarios, así como su actitud en el comedor y buscar los indicios que puedan desenmascarar su conducta. Sabemos lo ocupados que están nuestros especialistas, por eso debemos buscar la forma de molestarlos lo menos posible. ¿Cuándo consultar a uno? Lo antes posible. Estos pacientes nunca visitan la consulta por propia voluntad, por lo que deben ser obligados por otros pacientes o familiares. En caso de resistencia, comunicar a la enfermera más cercana, ella se encargará de avisar al equipo de endocrinos, nutriólogos, psiquiatras, 82


psicólogos y cuantos facultativos sean necesarios. Quiero recalcar que la vigilancia sobre los pacientes propensos a padecer la AN, es una tarea de todos. ¿Cómo se establece el diagnóstico? A través de un exhaustivo examen clínico para descartar causas psicológicas como trastornos depresivos mayores, esquizofrenia o alguna de esas fobias sociales que ahora están de moda. Este es el examen clínico al que por su complejidad y duración, que a veces abarca meses o años, los pacientes denominan interrogatorio. Nos parece un término poco feliz y exhortamos a nuestra población a no emplearlo. ¿Tiene tratamiento específico? Sí, y este requiere de ese equipo multidisciplinario de enfermeras, nutriólogos, psicólogos, endocrinos y psiquiatras al que antes hacía referencia. Si el paciente se resiste, en ocasiones hay que alimentarlo por vía intravenosa o por sonda nasogástrica para preservar su vida. A veces requieren de terapia grupal o familiar, en ocasiones incluso hay que cambiarlos de sala. Debemos aclarar que aunque el paciente se haya recuperado, debe continuar el tratamiento por tres años o más, para evitar recaídas. Lo más difícil e importante es que este reconozca su padecimiento y su equivocación, que acepte colaborar y denuncie si hay otros pacientes en las inmediaciones con el mismo proceder. ¿Qué consecuencia puede acarrear esta actitud anoréxica? A corto plazo, las consecuencias son mínimas. 83


Ahora bien, si no lo descubrimos a tiempo y el paciente llega a un estado extremo de pérdida de peso, pueden reportarse afectaciones físicas y psíquicas, e incluso poner en riesgo la vida, lo que conllevaría a un nocivo incumplimiento de nuestro planes de salud y a un daño considerable a nuestro proceso social.

Día 8. Reencuentro. Me avisan que mi mamá acaba de llegar y corro al aeropuerto. En la explanada esperan cientos de pioneros, prestos a agitar sus pañoletas y formar bullicio en cuanto reciban la orden. A su lado un gran grupo de médicos y enfermeras cuchichean impacientes. Ya el avión está en la pista, y el Ministro espera a los pies de la escalerilla, rodeado de otros funcionarios y directivos del Hospital. Se le ve sonriente, afable, dueño absoluto de la situación. Se abren las puertas de la aeronave y un hombre de bata blanca se asoma, mira el escalón de la escalerilla, se sujeta al tubo-pasamanos y comienza a descender, sonriente, saludando a los presentes, mientras por el lugar comienzan a escucharse las gloriosas notas del Himno del Hospital. Al primer galeno le sigue otro, y luego una mujer, y otro, y otra mujer, y los demás médicos comienzan a bajar. El Ministro los espera, a unos pasos de la escalerilla. Les estrecha las 84


manos a los hombres y besa en las mejillas a las mujeres. Los recién llegados se van agrupando a su alrededor, mirando y saludando a la multitud que los aclama. Por mi parte, saludo a todos, especialmente a las mujeres. No reconozco a mi mamá. Se hace silencio y pasan unos segundos sin que baje nadie del avión, nuevamente se escuchan las notas del Himno del Hospital y todos los presentes readquirimos una posición respetuosa, digna del recibimiento a los que asoman por la puerta de la aeronave. Mientras sigo mentalmente la letra de la canción patria, trato de distinguir a mi mamá entre el grupo de recién llegados. Al terminar los heroicos y viriles versos, varias enfermeras, familiares y pioneros con flores en las manos se acercan al grupo. Los acompaño, esperando que mi mamá me reconozca. Apenas llegando, un hombre se me abalanza encima y me abraza. Sé que no es mi padre, sospecho que será uno de sus amigos o colaboradores más cercanos. El hombre se aparta, me acaricia los hombros, me despeina, me sujeta por las manos y las sacude. Sonríe y le devuelvo el gesto. Me pregunta qué edad tengo ya, y le respondo. Una mujer, con una flor en una mano y secándose las lágrimas que le corren mejilla abajo con la otra, se acerca y me abraza. El médico le comenta mi edad, ella asiente, y ambos coinciden en que estoy bastante grande, hecho casi un hombre. No sé si la señora es mi madre, pero igual la abrazo y la beso y huelo en el cuello de su 85


bata ese característico olor profesional de los médicos, mezcla de colonia y medicamentos. La mujer me pregunta si ya he visto a mi madre y niego. Ella me señala hacia el grupo de hombres y mujeres abrazados a enfermeras y pioneros que entregan flores. Vamos hacia el grupo cuando escuchamos los sonidos preparatorios del orador ante un micrófono y miramos. Es el Ministro, que se prepara a dar las palabras oficiales de bienvenida. La doctora afectuosa me indica silencio con un gesto, como si yo fuera un niño. Otra doctora me mira, sonríe, me guiña un ojo, y se dispone a escuchar al funcionario. Espero que sea mi mamá. Al día siguiente salió en El Termómetro el discurso íntegro del ministro de Salud Pública. Palabras de Norberto Concepción Rosales, Ministro de Salud Pública, en el acto oficial de Recibimiento a Médicos de Misión Versiones taquigráficas del Departamento de Personal. Estimados pacientes, personal facultativo y otros: La lucha por la salud es de todos. Hoy en día, y aunque a algunos les parezca increíble, el hospital cuenta con más de cincuenta y seis mil médicos, sin contar a los más de veinte mil que se desempeñan fuera del mismo, los cual nos ubica como uno de los mejores centros en el mundo en cantidad de galenos por paciente. Lo primero es informarles que estamos a pun86


to de comenzar una nueva etapa, acorde con los tiempos que corren. Entre las premisas fundamentales de este proceso, se encuentra el fortalecimiento de la atención primaria, específicamente con el rescate de la vigilancia de nuestros médicos y enfermeras sobre cada sala, quienes además de su labor curativa deben desempeñar un importante papel en la prevención y educación de los pacientes. En este año, hemos realizado cincuenta millones de consultas, de ellas, cuarenta en la atención primaria, dos millones más que en igual período del año anterior, lo que evidencia la recuperación paulatina de este importante subsistema. A ello se suma mayor empleo del método clínico, lo que permitió reducir el uso de medios diagnósticos. Igualmente, se efectuaron más de dos millones de operaciones, se redujeron los tiempos de espera y se han realizado trescientos trasplantes de córnea, ciento veintiuno de riñón, diecisiete de hígado, catorce hematopoyéticos y dos de corazón. Junto al trabajo creciente con la medicina natural y tradicional, se ha logrado reducir la falta de medicamentos, tanto importados como de producción nacional. Además, crece la esperanza de vida, la cual se sitúa en setenta y siete años, y que los mayores de ochenta representan ya el treinta por ciento de la población. La mortalidad infantil vuelve a situarse por debajo de los cinco por cada mil nacidos vivos, mientras que la materna se ubica en veintiuno por cada cien mil. 87


Todo esto lo hemos logrado con una racionalización de gasto y personal, lo cual evidencia que siempre es posible mejorar nuestras condiciones de vida. Tenemos el propósito de seguir como hasta ahora. No quería terminar sin hacer algún comentario sobre la situación higiénico epidemiológica. Sigue siendo necesario extremar las medidas de control de vectores y saneamiento, para evitar disímiles enfermedades a las cuales estamos expuestos, principalmente por contacto con algunos de nuestros médicos que regresan de misión. Cualquier otro cambio en el sistema se explicará en su debido momento. Seguiremos informando a nuestro pueblo.

Día 11. Pésima noticia. El Químico vino a verme a la sala. Desde que lo vi entrar, me di cuenta que no era bueno lo que venía a decirme. Me saludó, se sentó en la cama y empezó a preguntarme por los otros pacientes de la sala. Quise saber por qué no estaba en su departamento, pero siguió preguntando tonterías. Se notaba que algo le costaba trabajo. Lo conminé a que dijera lo que tuviera que decir, no éramos muchachos para darle tantas vueltas a las cosas. Finalmente lo dijo, aunque ya lo imaginaba: se iba de misión. Tiene que relevar a la gente de su departamento que 88


vino ahora, en el grupo de mi mamá. Todavía no le han dicho por cuánto tiempo estará fuera del hospital.

Día 22. Un brete. Está pasando algo raro. Dicen que después que terminó el acto, el Ministro estuvo hablando con los pacientes aficionados al periodismo que se encargan de El Termómetro, y los exhortó a publicar trabajos más incisivos sobre la realidad del hospital y las nuevas políticas que, según dicen, están al ponerse en práctica y nadie parece saber realmente de qué se trata. Por lo pronto, hay un rumor de que la cosa es con los pacientes más viejos. Se comenta que su atención resulta muy costosa y que van a eliminar varios servicios. Lo que nadie tiene claro es cómo. Por lo pronto, ya la redacción de El Termómetro empezó a preparar al público. Artrosis Sabemos que la artrosis es una enfermedad de las articulaciones en la cual la capa protectora situada en los extremos de los huesos, el cartílago, se desgasta y los huesos subyacentes comienzan a rozar entre sí. Al parecer, en nuestro hospital la más común es la de la rodilla. Esta es la opinión del Dr. Guillermo Riera Canler, quien afirma que se le denomina os89


teoartritis o enfermedad degenerativa de la rodilla. Estimado doctor, ¿qué provoca que el cartílago comience a desgastarse más rápido de lo que se repone? No es conocido, pero todo parece indicar que características genéticas del paciente determinan que las propiedades del cartílago articular sean deficientes, lo cual, interactuando con factores de riesgo, hace que el cartílago se desgaste más rápido. ¿Cuáles serían esos factores de riesgo? Traumatismos y fracturas, obesidad, deformidades en las superficies articulares, bien adquiridas o congénitas, alteración en la alineación de los miembros inferiores, debilidad de los músculos de las piernas, y otras. También existen factores sistémicos como ser mayor de cuarenta años, sexo femenino, deficiencias nutricionales de vitamina A, ocupación o actividad física que conlleven una sobrecarga en los miembros inferiores, como es el caso de nuestras enfermeras, padecimientos como la diabetes, el hipotiroidismo o cualquier otra afección articular. ¿Cuáles son las coincidencias y diferencias entre artritis y artrosis? Ambas provocan dolor. Diferencias: en la artrosis no suele haber inflamación articular y en la artritis sí. ¿A qué sexo afecta con mayor frecuencia? Por igual, aunque al parecer, los síntomas aparecen más tempranos y con mayor severidad en las mujeres después de los cuarenta años. 90


¿En una o ambas rodillas? Es más frecuente en ambas, salvo que sea causado por trauma o accidente. ¿Cuáles son sus síntomas principales? Dolor, de instalación lenta y progresiva a través de años, que aumenta cuando se usa la articulación y desaparece en el reposo. Otro síntoma es la rigidez para iniciar el movimiento después de reposos de menos de treinta minutos. Los síntomas más comunes son la deformidad y la crepitación al utilizar la articulación. ¿Cómo se establece el diagnóstico? Por las características clínicas de la enfermedad, y se confirma con estudios radiológicos convencionales. Si hay con qué hacerlo, claro. ¿Y el tratamiento, es curativo o solo paliativo? Es solo paliativo, y consiste en el uso de analgésicos como dipirona o paracetamol, y antiinflamatorios no esteroideos como el ibuprofeno. También puede recurrirse a la rehabilitación o procederes quirúrgicos como la artroscopia, las cirugías para alinear miembros y la sustitución de la articulación por prótesis. De todas formas, debe advertirse a nuestros pacientes que la capacidad de reparación del cartílago es muy limitada. ¿Y en cuanto a la rehabilitación? La rehabilitación siempre es importante, pues el fortalecimiento de los músculos y tendones origina estabilidad y ayuda a evitar la sensación de fallo y las caídas, además de las propiedades analgésicas de dicho proceder. ¿Es posible prevenirla? 91


Sí, sobre todo actuando en lo modificable, como bajar de peso, hacer los ejercicios dirigidos tan eficazmente por las Brigadas Blancas, corregir deformidades y evitar traumas que afecten la zona. ¿Quisiera señalar algo más? El notable aumento de nuestra expectativa de vida, gracias a los sabios consejos de nuestro excelentísimo Ministro de Salud, hacen que la artrosis de rodilla se convierta en un tema de mucha preocupación, por la reducción de la calidad de vida que provoca, por lo que todos los pacientes deben desarrollar estrategias para modificar los factores de riesgo. Evitar la artrosis es tarea de todos.

Día 15. Otra mala noticia. Papá desertó de su misión. Me enteré porque mamá entró a mi sala llorando, seguida por una enfermera. Yo estaba sentado en la cama de un vecino, leyendo El Termómetro, y las dos se me tiraron al cuello, una por cada lado, y me abrazaron sin parar el llanto. Entre sollozos, mamá me dice que papá ha decidido abandonar su misión y quedarse en otro hospital. Me interesa saber cómo se han comunicado, pero ella no me responde. Quita sus brazos de alrededor de mi cuello, se aparta de la cama y me mira con ojos enrojecidos e hinchados. Me promete que vamos a estar bien, que solo debe92


mos esperar el acto de repudio de las Brigadas Blancas y empezar de nuevo.

Día 5. Una cita importante. Vuelvo a ver al funcionario que debe entregarnos el cubículo para parejas, vine ayer y no lo encontré. Otra vez el letrero «Espere su turno», escrito en un papel pegado sobre la puerta. Ya llevaba un buen rato ahí y la puerta no se abría, nadie entraba o salía, y comenzaba a desesperarme. Miraba a un lado y otro del pasillo, buscando alguien que me orientara, y la única respuesta era el letrero sobre la puerta conminándome a la calma. Junto conmigo esperaban varias parejas, muchachos y muchachas tomados de las manos que cuchicheaban, sonreían y se acariciaban quedamente. Comencé a temer que, como en tantas otras situaciones similares, ese día el funcionario no atendiera a nadie. No era raro pasar sentado en un pasillo toda una mañana antes de que alguien advirtiera que debía volver otro día. Porque no había llegado, o había salido urgentemente, o presentado problemas familiares, o estaba de misión, como mis padres, curando a niños menesterosos de países lejanos, o sencillamente, el pobre hombre había ido a almorzar. Decidido a averiguar algo, fui hasta donde es93


taban los primeros de la cola y les pregunté si el compañero estaba atendiendo. Respondieron afirmativamente. Entré al poco rato. El funcionario estaba sentado tras su buró, escribiendo algo en un papel. «Siéntese», dijo, y ocupé la silla frente al buró. El hombre no me miró, siguió escribiendo en su papel sin levantar la cabeza, y en eso pasaron unos minutos. «Nombre completo y sala», dijo el tipo, y tras un suspiro, los pronuncié El funcionario levantó la vista y quedó un rato mirándome inquisitivamente, como si yo fuera un amigo lejano. «¿Usted es el hijo de…?» Le respondo que sí, soy yo, hizo un rictus amargo con los labios y se inclinó hacia una gaveta que le quedaba cerca. Escuché cómo la abría, y lo vi detenerse. «¿Es cierto que su padre abandonó la misión?» Me encogí de hombros y el funcionario me mostró unas hojas. «Aquí está la opinión del compañero Jefe de Servicios que atiende su sala», dijo, señalándolas. «¿Quiere leerla?» No le respondí. Me imaginaba muy bien todo lo que ese singao debía haber escrito. El funcionario movió la cabeza, negando, decepcionado, y luego volvió a escribir por un par de minutos.

94


Día 21. Pincha. Finalmente hoy el Químico se fue. No me atreví a ir a despedirlo al aeropuerto. La tarde anterior estuve en su departamento, donde coincidí con varios clientes que fueron a aprovisionarse y a despedirse. Después, cuando quedamos solos, consumimos un poco de su nuevo material, pero de todas formas no me sentía muy animado. Debe ser que me está cayendo gripe. Por la noche, quiso que diéramos una vuelta por el sótano, a ver si encontrábamos alguna fiesta, pero preferí quedarme en mi sala.

Día 16. Ruptura. Tania quiere que nos separemos. Le he comentado lo de mi papá. Ya ella lo sabía. Días atrás tuvo que asistir a una conferencia sobre preparación política ideológica donde se mencionó el problema de los médicos que abandonaban su misión en hospitales extranjeros y sus artimañas para reclutar amigos, colegas y familiares. Todo fue muy sutil, no se mencionaron nombres ni anécdotas concretas, pero dice Tania que podía sentir sobre sí los ojos de todos sus condiscípulos. También le advirtieron que ahora tenía que estar atenta a nuestras conversaciones, especial95


mente a lo que dijera mi mamá, que podía querer reunirse con papá e intentar seducirme para que la acompañara en la aventura. Ella cree que es mejor que nos separemos, y yo la entiendo. Sé que es lo mejor para ambos, ahora que ni siquiera tendremos la posibilidad de conseguir el cubículo para parejas. Ahí mismo Tania tiene un gesto de contrariedad y me dice que no, que no le va a dar ese gusto a sus profesores y compañeros de aula. Le aclaro que eso puede perjudicarla en la carrera, que lo peor que puede pasarle a un médico, por no hablar de una enfermera, es tener un familiar desertor, y le pongo por ejemplo todo lo que está pasando mi mamá, pero ella sigue insistiendo en que no le dará ese gusto a nadie. Le recuerdo que estamos esperando de un momento a otro el acto de repudio de las Brigadas Blancas, pero tampoco parece importarle demasiado. Por lo pronto, ya El Termómetro ha publicado un artículo donde ataca frontalmente a mi mamá, y se lo doy a leer. Síndrome de tensión premenstrual Y atendiendo a las numerosas cartas enviadas a nuestra redacción, abordamos una problemática muy común entre mujeres en edad fértil. Este síndrome se conoce desde hace varios siglos, nos comenta hoy la Doctora Ana Delia Ramos, y agrega que su definición, causa, sintomatología y tratamiento son todavía controvertidos. Se define como la aparición cíclica de síntomas emocionales o físicos lo suficiente96


mente intensos como para alterar algunos aspectos de la vida relacionados con la menstruación. Es también llamado por los psiquiatras como síndrome disfórico premenstrual. Entre las características de este trastorno está la recurrencia de síntomas vinculados con la menstruación como dolor mamario, retención de líquido, aumento de peso, cefalea, inestabilidad emocional o depresión, nerviosismo, cambios en el comportamiento, disminución de concentración y trastornos del apetito. Estimada Doctora, en cuanto a las causas de la tensión premenstrual, usted señalaba que son «controvertidas». ¿Qué hipótesis se plantean? Se mencionan las genéticas, dadas por incidencia familiar, las psicológicas, donde el síndrome reflejaría conflictos no resueltos, las sociales, como resultado de actitudes negativas ante la menstruación, las biológicas, que aparecen únicamente en ciclos ovulatorios y relacionándolas con desequilibrios hormonales. ¿Es frecuente? Oscila entre el treinta y el noventa por ciento de las mujeres en edad fértil. El número de pacientes que lo mencionan en consultas está en el rango de un diez a un veinte por ciento. ¿A qué edad suele presentarse y con qué síntomas? Puede hacerlo desde la menarquía o primera menstruación hasta la menopausia. Los síntomas suelen ser muy leves en la adolescencia y primera juventud y manifestarse de forma franca hacia los treinta y cinco años. Estos no tienen relación ni con la paridad ni con la fertilidad, y 97


aparecen en los cuatro o cinco días previos a la menstruación y desaparecen bruscamente una vez que esta comienza. No persisten más de una semana. ¿Afecta socialmente al desempeño de la mujer? Este síndrome puede llegar a constituirse en una identidad morbosa capaz de producir una verdadera perturbación en algunas mujeres. Afecta los hábitos de conducta con repercusión en el ámbito laboral. Las propias pacientes refieren que se hacen insoportables para aquellos que la rodean, y tiene un impacto considerable en el ausentismo o la eficiencia del trabajo. ¿Los anticonceptivos orales disminuyen o incrementan la tensión premenstrual? Aunque por lo general desaconsejamos el uso de anticonceptivos orales con el objetivo de interrumpir la ovulación, estos podrían curar a algunas pacientes, pero también podría agravar los síntomas en otras, por lo que deben ser utilizados con precaución. ¿Esta tensión muestra algún cambio en su presentación a medida que se aproxima al período de transición de la menopausia? Esta enfermedad aparece en período reproductivo relacionado con ciclos ovulatorios, y al acercarse la menopausia estos síntomas van disminuyendo su intensidad hasta desaparecer. ¿Existen pruebas de laboratorio específicas que puedan contribuir al diagnóstico? El diagnóstico es difícil, ya que las causas son 98


desconocidas y no existen marcadores objetivos para cuantificar la gravedad de la sintomatología. ¿El tratamiento es curativo o solo paliativo?, ¿en qué consiste? No existe un tratamiento estandarizado, de ahí que sea paliativo. Entre las medidas generales están los ejercicios físicos, la dieta, la ingestión de vitaminas. Entre los medicamentos se aconseja el uso de diuréticos para el edema, sedantes para trastornos nerviosos y el tratamiento hormonal con prostágenos. ¿Los amigos y otros pacientes pueden ayudar? Sí, porque hay afectación en la esfera afectiva, y su intensidad puede dañar las relaciones familiares o sociales. Ante la sospecha de casos como el síndrome premenstrual, ante todo, mucha paciencia y compresión. Sabemos lo ocupados que están nuestros especialistas, por eso debemos buscar la forma de molestarlos lo menos posible. ¿Cuándo consultar a uno? Desde la aparición de los primeros síntomas con vistas a que la enfermedad no llegue a presentarse en sus formas más graves. Recuerde que el bienestar de todos nuestros pacientes es nuestra máxima prioridad. En general, ¿cuáles son las expectativas? Este síndrome transita desde las formas leves antes mencionadas, con buenas expectativas, a formas más graves que pueden simular un estado psicótico, con cambios sorprendentes en la personalidad y crisis emocionales que dificultan el racionamiento y su relación con los pacientes 99


cercanos. Pueden darse cefaleas incapacitantes acompañadas de síntomas sensoriales y motores, e incluso asociarse a pensamientos sobre el suicidio y otros factores de violencia. Gracias, Doctora.

Día 5. Una cita importante. El funcionario me da la hoja redactada por el jefe de servicios. Está todo, desde la muchacha que puse a mamar en el comedor a cambio del material del Químico hasta la traición de papá, pasando por mi amistad con Alberto, la fiesta con los saicofockers donde conocí a Tania y mi intento de salida ilegal. Lo que más daño hace en todo el informe es la deserción de papá, así que le pregunto al tipo si puedo hacer alguna especie de acto público donde pueda arrepentirme de haber nacido de semejante hombre, renegar de su apellido y cagarme en su madre. El funcionario me dice que eso no está en sus manos, pero que puede elevarlo, que me dé una vuelta en estos días a ver qué ha podido resolver. Le agradezco y salgo de la consulta.

Día 5. Una cita importante Cuando salí de conversar con el funcionario 100


regresé a la sala y la encontré vacía, salvo por mi mamá, que estaba sentada en mi cama. Le pregunté dónde estaban los demás pacientes y me comentó que había sabido que ya lo de nuestro acto de repudio estaba listo. Nuestros vecinos habían desaparecido por solidaridad. Quise saber cuándo sería exactamente. Miró su reloj. Dentro de un rato, respondió. Me senté a su lado en la cama, la abracé y le pasé la mano por el pelo. Pensé que me hubiera gustado tener más confianza con ella para poderle decir que la quería y que no se preocupara, que todo iba a estar bien, pero no sabía cómo se lo iba a tomar. Escuchamos el murmullo creciente, vimos la marea blanca acercándose por el pasillo. Mami me agarró la mano. La miré. Estaba a punto de empezar a llorar. Le aparté la lágrima y le sonreí. Ya escuchábamos los gritos y consignas, y podíamos distinguir las batas llegando al pasillo. Una de las primeras en entrar a la sala, brazo en alto y voz estentórea coreando la consigna, fue Tania. Detrás, llorando, venía el Químico.

101




¿Por qué están todos forzados a vivir dentro del hospital como en un sueño? ¿Cuándo fue que las cosas tomaron ese orden? En Un mundo tan blanco se describe la experiencia de una sociedad de control, en la que el Estado (representado aquí en la figura del Ministerio de Salud Pública de un país irreal) confina a sus ciudadanos a residir en el Gran Hospital, bajo la idea de que todos están «realmente» enfermos, y necesitan ser curados. Una imagen carnavalesca: una metáfora llana del totalitarismo con un ojo en la Cuba de hoy, que, de soslayo y con ironía, aparece marchando al ritmo (siempre burlesco) de las Brigadas Blancas y las consignas de la política oficial. ¿Acaso no son las mejores historias aquellas que explican lo posible de la perversión humana? Esta novela responde a esa pregunta con la frialdad y la música con que se ejecuta el movimiento de un escalpelo sobre una mesa de disección. Javier L. Mora fra.cz

Cover © Martin Kubát, 2015

Photo © Dariela Gámez Paz, 2015


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.