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Falsos genitales

Abro la puerta. La prostituta tirada en el piso del apartamento. Irreconocible la prostituta. Quién te hizo esto, pregunto. No contesta. No quiere o no puede contestar. El aire se le escapa. Silva el aire a la salida. La prostituta está rota. Reventada. Su cuerpo no se parece a su cuerpo. Su cara no se parece a su cara. Su piel ha dejado de brillar. Sus senos han desaparecido. No pide que la ayude. No quiere o no puede pedirlo. Los ojos de la prostituta lloran. Quizás lloran de vergüenza. Dolor. Rabia. Con las prostitutas nunca se sabe. La piel cubierta de barro. Los pezones mordidos. El aire también se le va por los pezones. El problema no es que se vayan o se dejen de ir ciertas cosas. El problema es lo que pueda entrar por esos orificios.

La muerte podría entrarle al cuerpo por uno de sus orificios. La prostituta está muriendo en la sala del apartamento. Si pierde todo el aire se muere. Ha gritado por ayuda. Nadie vino. Cuando una prostituta grita nadie cree que necesita socorro. A estas alturas no le debe quedar voz. Ni fuerzas para estar de pie. Llegar al teléfono. Llamar a alguien. Llamar a quién. Nadie que venga por ella. Nadie que asista a la hora de su muerte.

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Busco la válvula. Con la punta de los dedos busco. Está debajo de la ropa. Le quito la ropa. Me llevo la válvula a los labios. Soplo. Tomo aire. Soplo otra vez. Soplo con insistencia. La muerte mira a los ojos desinflados de la prostituta. No se decide la muerte. Avanza y retrocede al ritmo de mis soplidos. Por la boca me sale aire. Me entra un ligero mareo. El problema no es que puedan salir ciertas cosas.

La prostituta se lleva la mano al costado para taparse la herida. Inmensa la herida. Estalló por la costura. Por algún lugar tenía que estallar. Camino hasta el cuarto. Revuelvo las gavetas. Regreso con un rollo de cinta adhesiva. No te muevas, digo. Ella se queda quieta. La pego por dentro y por fuera. Comienzo a soplar otra vez. Ahora el cuerpo de la prostituta retiene el aire que le envío desde mis pulmones. Los inmensos senos aparecen en el pecho. Las piernas logran sostener el peso de su propio cuerpo. Poco a poco se hace tersa la piel de vinilo soldado. Hasta que ya no cabe más aire.

Camina desnuda hasta su cuarto. Va frente al espejo. Mira la cinta adhesiva que acabo de ponerle. La toca con la punta de los dedos. Es una cicatriz espantosa, dice. Tiene el cuerpo lleno de parches así. Esa cicatriz te salva la vida, digo. Se queda mirándome. Tiene los ojos grises. Una vez sus ojos fueron de un azul muy intenso. La luz de la ciudad le ha desteñido los ojos.

Ha cambiado su piel. Su cabello. Los colores se le escapan. Otras cosas también escapan. Vuelve a mirarse la cicatriz en el espejo. Se busca la cicatriz en el fondo de sus ojos descoloridos. Toma aire para decir algo. Pero no dice nada. Una prostituta siempre sabe cuándo guardar silencio.

Exhala. El aire que le di sale de su cuerpo. Se mezcla con el aire de la habitación. Ahora no le pertenece a ninguna.

Va hasta el baño. La sigo. Tengo miedo de que vuelva a romperse. Abre la llave. El chorro impacta contra la superficie del lavamanos. Se saca la vagina portable. La mete debajo del chorro. Se forman pequeñas burbujas de agua. Una espuma diminuta. Perecedera. La vagina portable se llena de agua. Se desborda. El líquido es blanquecino. Cada hombre ha dejado una huella hidrosoluble.

Gota a gota se colma el interior de su falso genital. El último hombre del día la encontró más húmeda. Dijo que lo enloquecía la humedad de la prostituta. Que era mejor que una mujer de verdad. Sonríe la prostituta en sus ojos grises. La espuma de jabón se va despacio por el tragante. La espuma huele a melocotones verdes. La prostituta va hasta el patio. Toma unas presillas de tender ropa. Se dispone a tender su falso genital. No es falso, me dice. Es un objeto tan real como estas paredes, como tú, como yo. Las gotas de agua caen desde el falso genital. Mojan el suelo de la terraza. Yo miro. Discrepo. Ella lo acerca hasta mí. Tócalo, dice. Es repugnante, digo. Está limpio, dice. La prostituta es higiénica. Cada día lava su genital y lo cuelga en el patio para que coja aire. Cada día riega las plantas mientras canta November Rain. Cada día barre la casa. Yo no tengo tiempo para barrer la casa, solo los fines de semana.

Mete un dedo para que veas. Lo dice sin desfachatez. Meter cosas en su vagina portable debe parecerle lo más natural del mundo. Yo nunca he metido cosa alguna en genitales ajenos. No, gracias, digo. Intento no parecer grosera. Ella se ríe. Lo tiende en el cordel de la terraza. Lo veo balancearse despacio.

La prostituta alguna vez no fue prostituta. Se llamaba Denise. Nació con los senos gigantescos. La boca abierta. La vagina portable húmeda. El ano estrecho. Era modelo de ropa interior. Posaba en una vidriera. La tarea era fácil. La paga buena. Había otras chicas de vinilo. Había una chica de látex. La de látex era la más hermosa. Tenía los ojos de vidrio. El cabello natural. Japonesa, según me dijo la prostituta. La gente se quedaba mirando a la japonesa. Parecía una mujer de verdad. Una mujer demasiado hermosa. Llevaba años trabajando en la vidriera. Le daba distinción a la tienda.

El jefe del establecimiento estaba encantado. Imagino que tuvieran un romance. En caso de que se tratara de un hombre atractivo o adinerado. La prostituta no me da detalles al respecto. Yo tampoco pregunto. De ella sé lo que me ha dicho y lo evidente.

Las chicas de vinilo sentían hacia la japonesa una mezcla de cariño y respeto. Las chicas a veces salían juntas. Ropas de fiesta. Vaivén al caminar. La gente no dejaba de mirarlas. Puede que la felicidad haya sido eso. Denise se hubiera pasado la vida trabajando en la vidriera.

Todo era perfecto hasta esa tarde en que un muchacho iba por la calle y miró a la vidriera. Encontró los ojos dibujados de un azul muy intenso. Se quedó mirándolos. Se acercó a Denise. La invitó a salir. Lo dijo con torpeza. Confundiendo las palabras. Tartamudeando. A ella le pareció tierno. Le dio risa. Con el tiempo se enamoraron. Ella dejó de trabajar en la vidriera. La japonesa les deseó buena suerte.

Denise fue a vivir con él. El muchacho estudiaba en la universidad. No se casaron porque aún no habían aprobado el matrimonio inflable.

El sexo era intenso. Al muchacho parecía gustarle todo de ella, incluso el olor característico de la piel de vinilo soldado. La besaba cerca del cuello mientras la penetraba con toda la pasión que un universitario puede sentir hacia su chica de vinilo. A Denise le gustaba la lengua del muchacho. Las arremetidas del muchacho contra los falsos genitales comprimían el aire en el cuerpo inflable. Las costuras se estiraban peligrosamente. Miedo y morbo. Más morbo que miedo. El muchacho metía sus dedos en la boca abierta y húmeda. Denise fingía los orgasmos con pasión.

Él contaba sobre la universidad. Las pruebas, las bajas calificaciones. Ella no siempre se reía. Le acariciaba la piel hasta que se quedaba dormido. Le gustaba mirarlo mientras dormía. Animal vivo. Indefenso. Cachorro humano. La piel tibia.

La respiración. Denise se preguntaba cómo sería dormir. Cómo sería soñar. Las chicas de vinilo no duermen. No sueñan.

A veces salían juntos. Paseaban por la avenida del puerto. Fumaban un mismo cigarrillo. Tragaban píldoras de colores brillantes. Hablaban de abordar un barco. Conocer el mundo. Se burlaban de los muros y las calles torcidas. El humo y las píldoras de colores trastornaban los sentidos del muchacho. Denise se fingía trastornada solo para acompañarlo. No estaba en su naturaleza experimentar placeres ni dolores. Sensaciones físicas. Todo lo que podía sentir estaba en su cabeza inflable. El sexo le complacía solo porque le complacía a él. Estaba enamorada. Hizo planes. Incluso cuando el sexo comenzó a hacerse esporádico. Incluso cuando se dio cuenta de que él la presentaba como una amiga inflable.

Denise estaba ciega. Estaba sorda.

Estaba muda. Denise era una simia mítica. Una mona sabia. De vinilo. De aire.

Denise llegó a la fiesta del brazo del muchacho. Todos los hombres de la sala se parecían. Todos la miraron con timidez. Tartamudearon. Es verdad que fuiste modelo de ropa interior, preguntó alguien. Y alguien más respondió que sí. Entretennos, pidió el muchacho. Denise miró a los lados. Quiero irme, dijo. Accedió a quedarse solo porque él lo pidió mucho. Primero fue el baile. Luego el muchacho que se acercó para besarla. El alcohol que entró a la boca de la chica. Cómo puedes acostarte con ella, preguntó uno de los muchachos. Es mejor que una mujer de verdad. Tócala para que te des cuenta. Métele un dedo. Es repugnante. Está limpio. Huele a vinilo. A qué iba a oler. ¿A melocotones verdes? Tiene un culo maravilloso, dijo el muchacho.

Nunca se la he metido por detrás a una chica de vinilo, contestó alguien. Denise quiso irse a casa. Las manos del muchacho la sostuvieron. Denise sintió que entraban por la vagina portable. Por el ano estrecho. Por la boca abierta. Animales vivos. Feroces. Bestias humanas. Denise quería zafarse de todas las manos que la sujetaban. No podía. Era tan débil como solo puede ser una chica de vinilo soldado. Los falsos genitales se llenaron de esperma. Se desbordaron. Las arremetidas comprimían el aire dentro del cuerpo de Denise. Las costuras se estiraron. Amenazaron con estallar. Socorro, gritó. El muchacho le golpeó el rostro. Cállate, dijo, y Denise cerró el azul intenso de sus ojos. Estallido. Explosión. Reventó Denise por una de sus costuras de vinilo soldado. Por alguna parte tenía que reventar. El aire se fue despacio. Mientras se desinflaba lloró sin emitir sonidos.

El dolor no era físico. Todo lo que podía sentir estaba en su cabeza inflable. Está muerta. La mataste. Yo no he matado a nadie. Vamos a pensar algo. Tengo miedo. Mejor llamar a la policía. Nada de policía. Hijo de puta. Tírala a la basura. El carro de la basura pasa temprano. La llevarán a un vertedero de chicas reventadas.

En la vidriera no la aceptaron de regreso como modelo de ropa interior. Otra chica de vinilo soldado ocupaba el lugar que una vez perteneció a Denise. La japonesa habló claro. Ya no eres hermosa, dijo. En ninguna otra tienda la quisieron contratar. En ninguna pasarela. En ningún programa televisivo. Chica de vinilo demacrada. Chica de vinilo defectuosa. Chica de vinilo reciclada. En la ciudad de la luz no hay lugar para chicas así.

Las gotas de agua caen desde el falso genital. Mojan el suelo de la terraza.

La prostituta camina desnuda por el apartamento. Se sienta en el sofá. Prende un cigarrillo. Se recuesta. Cierra el gris de sus ojos. Una prostituta sin genitales y con los ojos cerrados podría estar dormida. Podría estar soñando. Los ojos cerrados podrían no estar descoloridos. Podrían ser negros, verdes, magenta, de todos los colores, incluso de un azul muy intenso. Cuando la prostituta se quita los falsos genitales y cierra los ojos luce tan distinta. No parece una prostituta de verdad. Tampoco una mujer. Puede que se parezca a Denise. Por eso la observo. La prostituta aspira el cigarrillo. Lanza una gran bocanada de humo. La próxima vez deja que me desinfle, dice sin mirarme. El humo da vueltas por el aire de la habitación. Se quiebra. Se retuerce. Se deshace antes de llegar al techo. No hables así, respondo. La prostituta sonríe sin mirarme. Una mueca tan gris como sus ojos.

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