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Últimas voluntades

El cadáver de la prostituta inflable está tendido en el suelo de la cocina. Lo miro. Lo vuelvo a mirar. Es difícil de creer.

Denise dijo. No dejes que me lleven a un vertedero de chicas reventadas, es un lugar espantoso. En eso siempre fue precisa. Las tijeras están en la primera gaveta. Yo soy la que ahora mismo no sabe dónde está. Mi mente lejos de mi cuerpo. La vida ya nunca volverá a ser la misma. Hay cosas que no tienen vuelta atrás, como los sueños inconclusos. Telefoneo a la policía. Dicen que llegarán en breve. Cuelgo. Caigo en la cuenta de que nunca me preguntaron la dirección. Yo tampoco la dije. Vuelvo a llamar. Nadie contesta. Llamo una y otra vez. Y otra vez. Y otra más. Hasta que la misma voz de antes me dice que estoy equivocada.

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El número inequívoco de la estación de policías no es el error. Lo sé. El error ha sido llamar. A nadie le interesa lo que sucede en las afueras. En el borde del borde. Es sabido. Esta es la periferia. Aquí todos estamos desesperados. La policía se preocupa por los que aún tienen oportunidad. Es un principio básico. Incluso en casos de accidente se aplica. El más fuerte inventó la ley del más fuerte. Los protocolos de rescate. Los principios básicos. Los finales. Hizo la ley y la trampa de la que nunca lograremos salir. Denise, como nadie, lo sabía. A ella le parecía un asunto demasiado obvio.

Falta poco para el amanecer. Parece una noche interminable. La larga noche de los quinientos años. El desamparo es una sensación casi corpórea. Más que nunca, extraño a mi marido. Esta noche trabaja fuera. Vigila los almacenes del puerto. Debe regresar a media mañana. Con hambre. Con sueño. Con sed.

Cuando vuelva se encontrará esto. La puerta ya no nos protege. Se mueve con el aire de la noche, como una veleta al viento. Desde aquí puedo escuchar al muerto de las escaleras. Ríe como un hombre-insecto. Cómo alguien puede reír así en un momento como este. Mientras lloro, ríe el muerto de las escaleras. A veces quisiera tener un arma. Destrozar todo lo que se me ponga por delante. Tres vueltas concéntricas de rabia al rojo vivo. Ardo. Quemo. Puedo incluso explotar.

La casa está en ruinas. La puerta de mi cuarto también fue profanada. Ciega la puerta. Disparos en el ojo de la cerradura. Roto el espejo. Agujereada la cama. El closet. Todo parece quebrado. Registro en los escombros del cuarto. Mi computadora portátil no está. Uno de los hombres-insecto se la llevó. Yo lo vi. Había un bulto en sus manos. Era mi portátil.

Busco una y otra vez. Y otra vez. Y otra más. Se la han llevado. Allá fue mi instrumento de trabajo. El sustento de la familia. Mi literatura inédita. Llevaba meses trabajando en la beca literaria. La novela iba por buen camino. Tenía la certeza de que era lo mejor que había escrito hasta ahora. Adiós a la oportunidad de publicar con una buena editorial extranjera. Planeta o Anagrama. Adiós a una vida mejor.

Voy hasta la cocina. Sirvo un vaso con agua. El agua no logra borrar el sentimiento. Vista desde arriba, la imagen de Denise roza lo grotesco. La llevo hasta su cuarto. Camino entre los escombros. Deposito su cuerpo sobre las sábanas manchadas por pisadas de fango.

En las gavetas del cuarto también hay tijeras. Parece haber tijeras por toda la casa. Las últimas voluntades fueron precisas. No quiere que nadie más la vea así. Es algo que debo hacer yo. Debo apresurarme. Mi marido está por llegar.

Él tampoco debe verla en este estado. Son sus últimas voluntades.

Zafo la cinta adhesiva. La piel de vinilo soldado queda al descubierto. Girones de vinilo. Duele la imagen. Cómo fuiste a acabar así, muchacha. Pregunto. Nadie responde. Están abiertos para siempre los grandes ojos grises. Acerco las tijeras. Las tijeras recorren el cuerpo inflable. Desde el ombligo de Denise. En dos mitades Denise. Más abajo de la piel hay píldoras de colores brillantes. Unos cuarenta bitcoins de colores brillantes.

Estoy fuera de peligro. Había dicho Denise una semana atrás. Tuvo que vender la vagina portable para saldar la deuda. Un señor muy viejo con unas alas enormes le dio quince bitcoins. Estoy limpia, había dicho. Por esos días se sentía aliviada. Son unas bestias, podrían hacer cualquier cosa. Unas semanas atrás esas habían sido sus palabras. No me esperaba que esos tipos duros vinieran a matarla.

No a la casa. Ella nunca se traía el trabajo a la casa. Solo las píldoras de colores brillantes.

Por qué matarla ahora. Si la iban a matar, por qué proporcionarle nuevas píldoras de colores brillantes. Por qué matarla y dejar las píldoras. Cerca de cuarenta bitcoins. Una cifra nada desdeñable. Es obvio que estos hombres-insecto no tenían idea. Yo los vi sin camisa. Mis ojos no hicieron pip como un lector de códigos de barra. Esta gente no tenía en su hombro la cicatriz del hierro caliente. Traían armas automáticas. En este barrio de los suburbios no abundan las armas automáticas. Yo vi la furgoneta perderse por la autopista. La vi alejarse de la periferia. Los negocios de la prostituta siempre han sido en la periferia. Esta era gente de fuera. La prostituta nunca salía de los suburbios. Quién la conocía fuera. Quién tenía la intención de descargar una ráfaga de munición sobre su cuerpo inflable.

Hoy regresé más tarde del trabajo. Casualmente más tarde. Denise me estaba esperando.

En días normales, sería yo quien hubiera estado en la casa a la hora del asalto. Mi marido también podría haber estado. A esta hora seríamos nosotros dos cadáveres entre los escombros. Denise ha muerto en nuestro lugar. Querían matarnos. Por qué alguien querría matarnos. Nosotros que a nadie le hacemos mal. Los habitantes de la periferia podrían matarnos por una portátil. Pero en la ciudad de la luz la gente no mata por tan poca cosa. Venir de tan lejos acá. Para matar. Para robar. No encuentro sentido. A no ser que fueran órdenes. Quién ordenaría mi muerte. Por qué.

El jefe acaba de despedirme. El jefe es detestable, pero no es un asesino. No puede serlo. Claro que no. No soy una persona de interés. Soy un pequeño insecto de campo. Para matar a un insecto de campo basta con aplastarlo con el zapato. No es necesario contratar una banda armada. El despido es suficiente castigo para alguien como yo. Por qué matarme.

Qué he hecho. No debe ser por los videos que he sustraído del trabajo. Son videos banales. Solo eso. Ellos no saben nada de la bomba lógica. Si lo supieran ya la habrían eliminado. Es el protocolo para los casos de amenaza. Las amenazas se eliminan. Cómo puedo ser yo una amenaza. Mi error ha sido no entender el código Varmint. Mi error ha sido tratar de entenderlo. Tratar de hacer bien mi trabajo. El jefe nunca me creería si le contara todas las horas extras que trabajé para él desde la casa. Mi error ha sido trabajar en tiempo libre. Este es mi premio a la mejor trabajadora del mes. Corrección, a la trabajadora más estúpida del mes. Varmint, todo es culpa tuya. Deberías haber muerto en mi lugar. Denise no tenía la culpa, tampoco yo. Tu estúpido código. Tu estúpida manía de creer en las garantías futuras. Tenías que ser cibernético, Varmint.

Miro a través de la ventana. Está amaneciendo. Mi marido pronto llegará. Debo apresurarme. Cortar a Denise.

Finas tiras de vinilo dentro de un cubo metálico. Vierto alcohol sobre las tiras. La botella de licor azul Mulata. La botella de las ocasiones especiales. Rayo un fósforo. El olor a melocotones verdes inunda la casa. El fuego es verde.

Recojo las cenizas. Debo cumplir sus últimas voluntades. Es lo menos que puedo hacer. Ella fue clara. Yo solo sigo las instrucciones. Vierto las cenizas en el inodoro. Descargo. Son sus deseos. Ahora nunca llegará a un vertedero de chicas reventadas. Ella dijo que es un lugar espantoso.

En la mano tengo los grandes ojos grises de Denise. Alguna vez estos ojos fueron de un azul muy intenso. Ahora están cansados de tanto mirar la mala vida. Me los ha dejado de herencia. A sabiendas de que para mí son inútiles y tortuosos. Pero Denise, a pesar de todo, quiso que me quedara con ellos. Cuando tengas un hijo, pidió ella, dáselos para que juegue a las canicas.

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