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Versiones al estilo de Arenas, Pedro Almodóvar, Lars Von Triers o Quentin Tarantino IV 93
Versiones al estilo de Arenas, Pedro Almodóvar, Lars Von Triers o Quentin Tarantino
La equivocación
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Era sábado, sí, era sábado. Eso creyó, pero no, era miércoles. Lo supo cuando fue a comprobarlo en el almanaque que colgaba detrás de la puerta del cuarto. Ahora podía llevarse a sí mismo al convencimiento de que en realidad se trataba de un sábado, porque el día anterior había terminado de trabajar a las tres y veinte de la tarde cuando salió del taller de cerámica y bajando por la avenida Acosta, decidió cambiar el rumbo, recordó que era viernes y no quería llegar temprano a casa.
Era un viernes doce de febrero del año dos mil cinco cuando se detuvo en una cafetería que hacía esquina para tomarse un café que a pesar de haber sido recalentado, le sentó bien, aprovechó para comprar unos cigarros sueltos. Caminando a la parada sintió deseos de ir a la costa, lo pensó más de una vez, no tenía mucho dinero, pero bien podía sacrificarse en soltar cinco pesos para coger el camión de pasajeros que paró frente a él y lo condujo al centro de la ciudad, donde le sería más fácil hallar algo que cruzase el túnel.
Era viernes cuando se apeó en la parada de la cabaña y apresurando el paso cruzó la amplia carretera. Bajando por la pendiente sintió como la brisa y el olor a salitre le dulcificó el espíritu. De su bolsa de estambres coloridos sacó el último número de la gaceta que había com-
prado en la mañana. Andando hojeó algunas páginas, y la cerró porque prefirió estar cerca del agua para ponerse cómodo y recrearse con algunos de los cuentos allí recopilados.
Era viernes cuando se tropezó con dos tipos vestidos como mendigos que le gritaron unas cuantas groserías, palabras acompañadas de ademanes a los que no quiso darle una connotación significativa, apresuró la marcha y siguió de largo. Cruzó por entre las uvas caletas requemadas por la sal y el viento, hasta llegar al diente de perro.
Desde allí miró a lo lejos y vio la ciudad del Este repleta de edificios pintados como cakes, luego se concentró en el mar y caminó hacia la orilla, sintiéndose desconfiado se volteó para presenciar a uno de los tipos trepado encima de una mata de pino medio seca, llevaba los pantalones a mitad de rodillas y la camisa entreabierta hasta el ombligo. Le enseñaba la pinga que era avivada con una de sus manos, mientras con la otra se agarraba con fuerza de un alargado tronquito.
A Víctor la excitación le llegó con una repetición de golpes en la nuca que le produjo ansiedad y una falta de aire a la que se le unieron palpitaciones que no eran otra cosa que síntomas del deseo.
No quiso mirar más. En su vida, a pesar de ser considerado por casi todos como una guaricandilla de carroza, nunca había ido a la costa a eso.
Era viernes cuando colocó el bolso de colorines sobre una poceta de piedras lisas y se sentó
para leer los cuentos que le parecieron haber sido escritos por un mismo autor. Luego, centró la mirada en la profundidad del agua, durante largo rato pensó en Ron Shkedi, en lo imposible que ahora se le hacía poder irse para así librarse de los malos recuerdos. Largarse a cualquier otra parte y olvidar su culpa, pero ya era demasiado tarde, nunca pensó en las consecuencias, mucho menos en ese miedo que dormitaba bajo sus pies y crecía un poco más cada mañana. Quería irse, pero no había globos inflables, ni lanchas rápidas o aviones, ni visas, y mucho menos dinero disponible.
Aún continuaba siendo un viernes doce de febrero, y se dio cuenta de que no podía reprimir por más tiempo las ganas de girar la cabeza para ver lo que estaba haciendo aquel tipo. Lo hizo con discreción, ya se había cambiado de lugar, estaba un poco más cerca de él y sin pantalón ni camisa, bajo la escasa sombra de las uvas caletas permanecía junto al supuesto amigo, que más que un amigo demostraba querer ser algo más íntimo porque ahora le zuzaba la pinga con una mano haciéndole la paja. El otro amable y recíproco le tocaba el pecho desnudo y le pellizcaba los pezones.
Ambos comenzaron a hacer señas con las manos y la cabeza, para que Víctor se uniese a ellos con el único propósito de completar el triángulo.
A cierta distancia vio desfilar a un grupo de mujeres que se destacaban por su estatura, todas en una marcha bajaban hacia la costa. A Víctor
le pareció una situación poco común, pues muchas de ellas cargaban consigo colchonetas, almohadas, mochilas y otros objetos que por la lejanía le era difícil distinguir. En solo unos segundos logró enumerarlas, eran quince mujeronas que por lo que pudo apreciar, estaban siendo dirigidas por una larguirucha que tomando la delantera y dando brinquitos, gritaba enloquecida señalando con una mano hacia él. –¡Es el agrimensor! ¡Es el agrimensor!
Fueron tan claros y vigorosos los gritos, que de inmediato provocaron el desmonte de los cuerpos desnudos que ya comenzaban a influir no solo en su decisión, sino también en el comportamiento, porque en él, había renacido la voluntad de quebrantar sus propias reglas: no hacerlo con más de un sujeto, tampoco hacerlo con extraños, ni en lugares poco propicios, no hacerlo con gente que no se acepta a sí misma, ni lo aceptan a él.
Pero gracias al destino las reglas quedaron intactas e inquebrantables, porque aquel alboroto y el taconeo incluido, se encargaron de espantarlos como a moscas.
Era viernes cuando Víctor pudo comprobar de cerca, que no se trataba de una aglomeración de mujercitas comunes y corrientes, sino de la mujer de ese otro mundo olvidado por Dios, su mundo: maricones disfrazados o simples transformistas. –¡Es el agrimensor, nuestro agrimensor!
Aclamó una vez más la larguirucha que llevaba
un vestido emplumado en el escote adornado con incrustaciones de canotillos y perlas falsas. Con sus enormes plataformas se echó a correr por el diente de perro en dirección a Víctor, dejando atrás al grupo de locas que soltando las colchonetas y toda la carga, formaron un coro. –¡Es nuestra agrimensora!
Víctor no supo cómo reaccionar, y se sintió un poco molesto, pero la larguirucha no lo advirtió y desplegando toda su efusividad le fue encima para besarlo y embadurnarle la cara de pintura. –¡Gracias al señor, nuestro agrimensor ya está aquí! Creíamos que no llegaríamos a tiempo, no puede imaginarse cuánto nos alegra que esté con nosotras en un momento tan significativo como este, porque hoy es un día histórico, ¿no le parece?, es la primera vez que nos conceden un sitio donde podamos hacer lo que nos venga en ganas, ah, y sin nadie que nos critique, oh, ya me olvidaba de mis muchachitas, dijo, y comenzó a enumerar una por una llamándolas por sus nombres, allí tendidas en una colchoneta estaban Chantali, Carla, Cristal... –¡Hola agrimensor! –gritaron a coro. –Aquella que ha tomado el machete para cortar hierba es Foxisoxy, y la otra, la del chupachupa en la boca es Susay, la de los bucles postizos es Angélica, y también está Frida la gorda, Dorien, Lilin, Susay, Danna, Bethy es muy linda, y Mary Clear y yo, Verónica, que soy la representante de la obra y de este primer grupo. Dentro de dos o tres horas ya irán llegando los otros veinte grupos que faltan, que serán los
encargados de la construcción, que tiene que ser una obra que nos represente como una verdadera comunidad gay. Debemos construir algo, que sirva para ponernos a la altura de otras comunidades del mundo, pero primero que todo necesitamos un nombre para nuestra villa, ¿qué nombre sugiere nuestro agrimensor? –¿Yo...? –¡Ya sé!, nuestro agrimensor sugiere que se llame... a ver, a ver, ¡sí! ¡Villa Rosada, la internacional!, ¡no, villa no! ¡Ciudad Rosada, la internacional! Será un recinto inmenso, no escatimaremos en gastos, todo ha de estar lleno de luces, plumas y colores, para que se respire la felicidad y la independencia, la vida aquí será divina. Todas las habitaciones deben tener vista al mar, habrá mucha libertad pero claro, con cordura, podrán visitarnos todos los que así lo quieran sean hombres o mujeres, ¿por qué no?... ¿y entonces, por fin, con cuántas parcelas contamos? –¿Parcelas, yo...? –¡Somos tan, tan, pero tan felices, agrimensor!, ¿qué le parece si pensamos en la construcción de un sitio nocturno? ¡Sí! Un cabaret gay, eso, será el mejor del mundo, la envidia de todos los pájaros europeos y de los maricones del norte, sin nada de frivolidad ni violencia, solo habrá rumba y sandunga. ¡Ayyyyyyy, al fin podré interpretar mis números favoritos! ¡Pero venga, venga, agrimensor!
Tomando a Víctor por el brazo lo condujo hasta la arena que no era tan fina.
Era viernes y para él no era usual ser partícipe de ese tipo de actividades que desde un inicio le pareció un acto ilegal y subversivo. Ahora las demás locas se les acercaron corriendo con tremendo desparpajo y formaron un círculo alrededor de ellos. De repente comenzó a escucharse una melodía y la Verónica haciendo alarde de sus dotes histriónicas se puso a cantar y bailar, en lo que las otras realizaban movimientos con las manos y las caderas, todas muy bien sincronizadas iniciaban el show. –Never know how much, I love you, never know how much I care, when you put your arms around me, I get a fever, that’s so hard to bear listen to me, baby, hear every word I say, no one can love you the way I do cause the don’t now how to love you way
You give me fever, when you kiss me
Fever when you hold me tight
Fever, in the morning
Fever all through the night !Ayyyyyyy, qué rico, papi!... ¿Qué me dice, agrimensor? –¿Agrimensor...? Yo ni siquiera sé que es un agrimensor, explicó Víctor, confundido, mirando las caras sudorosas de las artistas que de inmediato gritaron al unísono. –¡¿Que tú no eres nuestro agrimensor?! –Yo no sé lo que es un agrimensor. –¡Maricón!, chilló la Verónica y prosiguió: el agrimensor es el sujeto encargado de medir un terreno, nuestro terreno. ¡¿Y tú de verdad no eres el agrimensor?!
–No, yo me llamo Víctor, y no sé de donde han sacado que soy un agrimensor. –¿Y qué haces aquí si no eres el agrimensor? –Ver el mar, vine también a leer y a... –¡Y a mamar! –gritó la gorda en tono de burla y se echó a reír, logrando que las demás se sumergieran en un silencio sepulcral. Después de tanta carcajada, la gordiflona de un sopetón se desplomó en la arena no tan fina.
Víctor notó que la gorda no se encontraba nada bien, esta hizo algunas arqueadas y echó un buche de algo blanco y pastoso, después de repetidas convulsiones dejó de respirar. Cuando Víctor miró a su alrededor todas actuaron con indiferencia como si nada hubiese pasado, y tres de ellas intentaron cargarla para subirla a una colchoneta, pero de nada sirvió el esfuerzo.
La Verónica con una sonrisa le aseguró que solo se trataba de un infarto y que era algo que le ocurría desde que había aprendido a reírse de esa forma.
Ahora le juraban que estaba muertecita, entre chistes y risas de mal gusto, le pidieron de favor que no se asustara, porque lo habían visto pálido e impresionado.
Para la gorda morirse y volver en sí después de varios días en coma era algo completamente natural, esa situación le venía sucediendo desde que era un niño delgadito y lozano, cuando aún no pensaba asomar la cabeza fuera del cascarón, ni sospechaba que podían salirle varices en el culo.
La misma gorda les contó que en realidad, no
era a causa de esa risa tan despampanante, sino que más bien todo era a consecuencia de los recuerdos, o sea, que se reía y bromeaba para de cierta manera ahuyentar el recuerdo, pero como le era tan difícil el olvido, se pasaba la mayor parte del tiempo estirando la pata.
Todo aquel suceso comenzó a gestarse cuando en contra de su voluntad, la gorda fue albergada por sus padres en una escuela en el campo donde tuvo que vérselas y convivir con el homosapienshomoerectusmasculinishijoeputacabezadenazidepeloenpecho. Allí muchos de los estudiantitos y profesores todos muy varoniles, no solo lo obligaban a realizar trabajos forzados para enmendar su precoz mariconería, sino que también lo ultrajaban, lo sodomizaban en grupo y se lo templaban cuando les venía en ganas.
Tres más del grupo se sumaban a cargar el cuerpo de la difunta-temporal que con mucho cuidado fue arrojado sobre una colchoneta.
Seguidamente con una sonora carcajada la Verónica se dirigió a Víctor que a juzgar por la expresión de su cara aún no parecía entender lo que pasaba. –Se suponía que a esta hora ya nuestro agrimensor estuviese aquí con su ayudante; claro que todo ha sido una terrible confusión, porque tú ni siquiera andas acompañado y, mirándote bien, no tienes cara de agrimensor. –¡Claro que no soy un agrimensor! –Bueno, eso ya no interesa, de todas formas estás de nuestro lado ¿es que acaso no te alegra la idea de contar con un terreno libre solo para
nosotras, donde podamos vivir con tranquilidad, sin ser agredidas y juzgadas todo el tiempo? ¿Es que no te parece espléndido? –¿Vivir apartado de todos? –¡Sí! Una ciudad solo para gente como tú y como yo, claro que el terreno no es lo suficientemente extenso, supongo que no quepan todas las locas del país, pero tenemos en plan favorecer a las de la ciudad, en próximas negociaciones intentaremos conseguir otras tierras para entonces privilegiar a nuestras hermanitas de provincia que, según los reportes, son las que peor están. ¡Pero tú eres de la ciudad! Así que tendrás tu lugarcito reservado. –¿Y eso no es ilegal? –¿Ilegal? Claro que no, maricón, ¿qué cosa es ilegal aquí? –Bueno... –¡Bueno nada, lo que no es legal es ilegal, y ser maricón en ninguna parte del mundo es prohibido, mucho menos en este, y que yo sepa, ese tipo de ilegalidad no aparece en ninguna constitución. –¡Este lo que es, es un anti-maricón! –con aires de insolencia saltó la Mericlear. –¡Shhh! –mandó a callar la Verónica–, ¿cómo pueden pensar que es un anti-maricón si a mil leguas se le nota el plumerío? Lo que pasa es que el pobrecito tiene miedo, no está acostumbrado a recibir noticias de este tipo, de solo pensar que va a tener un lugar propio se caga en los blumers. Imagínense cuánto le habrán hecho pasar, cuántas patadas y críticas, ¿eh?
–Yo he visto a su agrimensor –dijo Víctor al fin y todas quedaron paralizadas y boquiabiertas observando en silencio. –¿Nuestro agrimensor? –exclamó la verónica sonriente y de fondo se escuchó el coro. –¡El vio a nuestro agrimensor! –Claro que lo he visto, y estaba muy bien acompañado por su ayudante, lo que no sé decirles es cuál de los dos era, porque no tuvieron tiempo de presentarse, lo único que sé es que estaban aquí cuando llegué y que al rato se desprendieron a correr hacia aquella loma.
Víctor les indicó con un dedo el lugar.
De inmediato, como en un maratón, todas comenzaron a despojarse de los zapatos y alzándose los vestidos emprendieron la búsqueda de la cual mejor no presenciar el desenlace, porque quién podía asegurar que aquella pareja eran los que buscaban tan afanosamente.
Ya era algo tarde y no quiso permanecer un minuto más allí, rodeado de personas tan teatrales y ridículas.
Entonces Víctor prendió un cigarro y se fue.
Algo difícil de entender
Era viernes noche y al llegar a la casa, de inmediato se percató de que alguien le había pasado por debajo de la puerta un trozo de papel gaceta con olor a cebollas, en el que con una pésima caligrafía pero legible rezaba un aviso: VICTOR LA POLICIA TE ANDA BUSCANDO. Y lo dejó encima de la mesa del comedor.
Era viernes noche y no atinó a nada más que a cerrar bien la puerta y cerciorarse que las ventanas también lo estaban, luego se tomó dos vasos de agua y un calmante para el dolor de cabeza. Fue en dirección al cuarto y se paró a un costado de la cama. Se arrodilló e inclinó un poco el cuerpo sobre el colchón y extendió una mano para tocar las losetas que en esa parte del piso estaban sueltas. Olfateó profundo, pero solo le llegó el hedor de los animales que convivían en el vecindario.
Al levantarse del suelo no pudo evitarlo y se descompuso, echándose a llorar como un angelito, se tiró en la cama, consiguió que en su mente se reconstruyeran cientos de palabras, miles de anuncios muy similares al recibido, donde la palabra BÚSQUEDA jugaba un papel desestabilizador que lo hacía carecer de estabilidad emocional, esa estabilidad que siempre trató de mantener a raya y, ahora se le hacía imposible.
Era viernes noche cuando sobrevino algo de
calma y dejó de soltar tanta lágrima y quiso darse un baño porque sabía que era bueno para relajarse e intentar apartar de sí toda esa porquería que se le desbordaba en los sentidos. Ya dentro del baño, enjabonándose, advirtió que algo comenzaba a funcionar mal en su organismo. Le sobrevino una repentina falta de aire, pero esta era diferente a la que le había sucedido en la costa. A la ausencia de oxígeno se le unió una punzada bajo el vientre que de inmediato lo hizo doblarse por el dolor.
En un instante sus piernas flaquearon y cayó de rodillas en el interior de la poceta, con las manos frenó la caída, logrando sostenerse para resguardar la cabeza de un trastazo que bien podría poner en peligro su conciencia.
Con los ojos abiertos y sin ocultar el desconcierto, comenzó a vislumbrar imágenes y a percibir voces, eran comentarios de gente que chismorreaban. Con claridad vio como lanzaban escupidas en el piso, proclamaban su nombre y el de muchísimos otros a los que por ser como eran, los recriminaban, y ya ese sentir se les había convertido en un odio irremediable.
Las murmuraciones venían de largas distancias, los criterios se hacían interminables y nada alentadores, cada una de las voces se adentraban es sus conductos auditivos y solo conseguían acrecentar el dolor. Presintió que de un momento a otro sus sienes podían terminar haciéndose pedazos que quedarían diseminados sobre los azulejos, formando un estupendo e irrepetible agua fuerte.
Ahora le resultaba imposible articular algún miembro, tampoco contó con la posibilidad de trasmitir sonidos. A su alrededor todo adquiría una cualidad misteriosa de mal sueño. Pero estaba convencido de que no se trataba de un sueño. No lo era.
De improviso advirtió cómo algo o alguien luchaba por salir de adentro de él.
No tardó en verse a sí mismo de pie con las piernas separadas, sonriendo, clavándole la mirada al otro yo que se encontraba desnudo en aquella postura tan penosa.
Víctor solo contó con la posibilidad de presenciar su otra mitad fuera del cuerpo y se supo bello; se descubría como nunca antes. Lo único que marcaba una diferencia entre ambos era que el otro yo, el supuesto yo interno, contaba con algunos brazos de más, para ser más exacto, tenía cuatro izquierdas y cuatro derechas que sumaban ocho miembros en los que sin aparente dificultad sostenía rifles, armas eléctricas, ballestas y flechas, cuchillos, pistolas, sables, y también incluía una gran variedad de granadas y minibombas.
El otro yo de Víctor fue acercándose hasta terminar de rodilla frente a él. Sin decir una palabra, aún con la risa anclada en los labios, con una de sus manos le acarició las mejillas empapadas por el agua.
Víctor, con los ojos aún bien abiertos, lo vio levantarse para darle la espalda y encaminarse suavemente hacia la puerta, por donde se le perdió de vista.
El regreso
Sintió cómo una ráfaga de luz penetró hasta el fondo de sus ojos. De inmediato todo parecía haber vuelto a la normalidad, aunque ahora se sentía muy cansado, seguía estando de pie dentro de la poceta, enjabonándose. Algo que atrajo su atención fue aquella sangre que se desprendía de su cuerpo, una sangre casi seca que no le pertenecía y se le incrustaba bajo los poros y entre las uñas. Eliminarla era una tarea difícil. Para limpiarse del todo debió permanecer bajo el chorro de agua y estregarse con un paño más de una veintena de veces.
Ya seco fue al cuarto. Allí, en el piso, presenció huellas de pies dibujadas con sangre, y en el comedor frente a la puerta de entrada alguien había escrito un cartel que en letras grandes anunciaba: LOS MATE A TODOS PORQUE ESTABAN EQUIVOCADOS.
Víctor no conseguía comprender nada, continuaba nervioso y sorprendido. La claridad del sol atravesaba por las aberturas de las ventanas, para él la noche había transcurrido en escasos segundos.
Era sábado sí, era sábado, eso creyó, pero no, era miércoles. Lo supo porque antes de comprobarlo en el almanaque que está tras la puerta del cuarto, encendió la radio y buscó Radio Reloj pero no pudo localizarlo porque todas las emisoras estaban fuera del aire. Solamente
consiguió ubicar su estación extranjera favorita, donde solía escuchar música en inglés. Allí estaba la deliciosa voz del locutor anunciando que era una espléndida mañana de miércoles, del año dos mil cinco. Y lo apagó de inmediato porque no quiso seguir escuchando. Indeciso se acercó a una de las ventanas que abrió despacio. Y fue una sorpresa. Del otro lado todo estaba desierto, algo inusual fue no ver a la gente andando por las calles, tampoco escuchó gritos ni malas palabras. Las adorables vecinas ya no estaban, tampoco sus hijos ni sus hombres. Víctor pensó que tal vez estarían tomándose un descanso, y prendió un cigarro.
Un rotundo cambio de historia
Hubiese querido indagar, conocer que había sido de la gente, de los puercos, pero reconoció que así, sin tener conocimiento se sentía a gusto, ahora nada le resultaba más preciado que estar sumido en esa tranquilidad y el silencio, únicamente alcanzó a escuchar el zumbido de algunas moscas pero tampoco se les veía. De par en par abrió las ventanas, por primera vez lo hizo sin sentir desconfianza. Se convenció de que estaba solo y que la preocupación actuaba solo como un estorbo, respecto a la nota que le hicieron llegar, le ofreció un destino que creyó justo: el cesto de basura.
Lo único que no podía apartar con facilidad de su mente, era aquel sitio bajo las cuatro patas de su cama, donde, hacía solo unos meses mantenía oculto el cuerpo de Ron Shkedi, allí lo había sembrado como se hace con una semilla, inconsciente, pero vivo.
Lo hizo en aquella madrugada cuando tuvo la certeza de que volvería, pero no precisamente para llevárselo a Tel Aviv ni colmarlo de bienestar, o de esas ilusiones que renovarían su vida, sino porque había abandonado la cámara donde tenía cientos de fotografías, instantáneas que Ron Shkedi no podía darse el lujo de perder así por así, al tener en sus planes no regresar a la isla en mucho tiempo.
Para Víctor hacerlo fue algo razonable, justo
porque en ese momento se sintió nostálgico, abandonado y demasiado triste. Solo vio las manos temblorosas del extranjero. Todo fue rápido, un acto en el que no existió la premeditación.
No creyó tener fuerza para soportar otra despedida, aún recordaba a Irmeldo por lo que no podía tolerar otro pasaje similar. No deseó que todo lo vivido se convirtiese en una última vez o en un adiós definitivo, sin contar con posibilidades o esperanzas porque ambos pensaron de manera diferente. Eran de lugares donde se iba en sentido contrario, pero aun así quiso violar todas las trabas posibles, lo quería suyo, tenerlo por el resto de su existencia, para no olvidar el brillo de sus ojos, la piel dura y cobriza, el sexo vivo escarbando entre los muslos, esos besos que embriagaban tanto como su nombre.
Claro que Ron Shkedi, por un simple olvido no pudo tomar el rumbo que había decidido.
Fue en esa madrugada cuando Víctor, intentando ocultar el nerviosismo, salió a la calle a pagar un taxi, el cual sin pasajero alguno se fue en línea recta para darle un giro a lo que pudo ser otra historia.
IV
Teníamos armada nuestra propia guerra, guerra en la que solo mediaban palabras, confesiones que de a poco adquirían el filo de las armas y nos sacaba la sangre de adentro, una sangre que no se dejaba ver pero estaba allí y nos pertenecía.
Con cierto desdén y un cinismo de por medio, dijo que todo lo que yo había escrito era material inservible. Desde el sofá de la sala, a gritos me hizo saber que lo de más valor en toda esta historia no eran mis cuentos, sino su cuerpo y el buen uso que aprendió a darle, también a la boca y a esas miradas provocativas que como dardos lanzaba en el momento preciso a los encargados en valorar sus obras.
Ahogada en una risa falsa, el llanto, y uno de esos shows de Laura que veíamos por televisión, se vanaglorió al afirmar que como escritor yo era un fracaso. «Ni siquiera puedes darte cuenta de lo malo que eres, tú solo serás eso, un fantasma» y mientras me soltaba una carcajada yo miré a la pantalla del televisor y vi como la simpática Laura presentadora entraba en la sala enfundada en un vestido color mamoncillo a medio muslo, saludando al público con su habitual sonrisa de colgate. Guiña un ojito y es como si nos invitase a estar allí junto a ella. Mira a la mujer que desde el sofá también lo hace con cara de santa, y esta nerviosísima, an-
siosa y confundida, lo sé porque no para de comerse las uñas ni de mover las piernas, la expresión de su cara ahora es una mueca que le impide disimular la cordura, aunque poco a poco se suaviza, cuando mira al frente donde están las cámaras junto a los camarógrafos que solo ella descubre. Sabe que en este momento miles de gentes que se interesan en husmear en otras vidas, conocerán de inmediato una buena parte de sus secretos.
Justo en este instante Laura mira a mis ojos, sonríe, lo hace como si ya supiese todo lo que acontece en nuestras vidas.
Sin apenas darnos cuenta nos encontramos sentados frente a ella. Diana permanece callada, y solo faltan unos segundos para que el esperado show inicie.
LAURA: Dices tú que eres una mujer muy buena, que eres incapaz de serle infiel a tu pareja y que lo quieres mucho.
DIANA: Sí, señorita, yo lo quiero mucho a él, señorita, y no quisiera perderlo, porque si él se va, qué va a ser de nosotras, señorita.
LAURA: Sí, pero según tengo entendido, la relación entre ustedes se ha vuelto insostenible, se ha convertido en un volcán en erupción, y recordemos que en el medio de todo este embrollo hay una niña que está viviendo todo esto. He tenido la posibilidad de conversar con ella y por lo que me ha dicho, la notó muy confundida y triste, esto es algo que puede llevarla a sufrir un trauma, tú misma me comentaste que él no es el verdadero padre de la criatura.
DIANA: No, no, señorita, no es su hija, pero es como si lo fuera porque él la ha criado desde que nació, él ha sido su padre aunque biológicamente no lo sea, señorita.
LAURA: Pero tú lo engañaste.
DIANA: Señorita, yo no lo engañé, cuando nos conocimos, ya estaba esperando, solo tenía unas semanas, yo no quise contarle porque sentí un no sé qué, tenía miedo, señorita, miedo de que me dejara tirada como a un perro, ya sabe cómo son los hombres, señorita y como mis padres se habían ido del país y me dejaron sin nada y estaba muy sola, yo no quería quedarme así, señorita.
LAURA: Pero lo engañaste, eso no tiene otra definición, y en ese momento en él solo encontraste un apoyo, una seguridad para tu vida y la del bebé, pero en realidad tú no sentías nada por ese hombre.
DIANA: No, señorita, no, yo sí lo quería, si no le dije nada fue por él, porque lo primero que me comentó al conocernos fue que deseaba tener una linda familia, soñaba con tener un hijo, más que todo porque su madre se pasaba todo el tiempo sacándole en cara que nunca le había dado un nieto, entonces yo creí que si no le contaba nada hacía un bien, señorita.
LAURA: ¿Y tú crees que eso fue correcto, embaucar a alguien de esa forma? Eso es el colmo vida mía, cómo puede ser posible que después de transcurridos ocho años tú te me salgas con que esa criatura no es hija de él, eso es algo muy, pero muy fuerte, ¿no?
DIANA: ¡Pero señorita, lo que él me hizo es peor, lo que él me ha hecho es mucho peor, señorita.
LAURA: vayamos por partes ¿Porque es peor? A ver, dame una explicación que me haga pensar diferente, porque acá tengo recogido que los dos llevan unos cuantos meses, casi va para un año que no mantienen relaciones sexuales y duermen separados, o sea que ustedes solo conviven pero no están juntos, todo no pasa de ser pura imagen para los vecinos y la sociedad, ¿no es cierto?
DIANA: Pero yo lo quiero, señorita, ya no podría estar sin él, y ahora nos está exigiendo que nos marchemos de la casa.
LAURA: Bueno, esa es su casa, tiene los papeles en regla, además de que tú misma le has dicho a la nena que él no es su verdadero papá y que por ese motivo se tienen que marchar a casa del papá verdadero que aún está muy enamorado de ti y que te espera con los brazos abiertos ¿no es así?
DIANA: Sí, señorita, él todavía me busca, no me deja tranquila, me acosa constantemente pidiéndome que regrese junto a él, se lo he explicado a la nena porque no tenemos otro lugar a donde ir, pero no quiero dejarlo, quiero seguir al lado del hombre con el que me casé. Quiero seguir junto a él, ya no me importa nadie más, señorita.
LAURA: Con esto quieres decir que no te importa en lo absoluto lo que él hace en la actualidad con su vida, ni en lo que anda envuelto.
DIANA: Pues claro que me importa, señorita, él me ha engañado a mí, lo ha hecho todo el tiempo, señorita, no sabe toda la vergüenza por la que he tenido que pasar.
LAURA: ¿Y con quién te ha engañado él?
DIANA: De eso no sé, señorita, todo esto me agarró de sorpresa, lo único que puedo decir es que hace un par de días llegó a la casa una carta que yo misma recibí, señorita, venía del extranjero y traía su nombre, era para él, a mí me pareció un poco raro porque nunca habíamos recibido correspondencia de nadie y muchísimo menos del extranjero.
LAURA: Y esa carta, ¿de dónde venía? Cuéntame.
DIANA: Venía de Israel, señorita, y olía extraño, así como a flores.
LAURA: Y tú, ¿abriste esa carta?
DIANA: Sí, lo hice, señorita, y ahora me arrepiento una y mil veces, yo me sentí muy mal, porque ese hombre le mandaba a decir un montón de cochinadas, que lo extrañaba mucho, le recordaba momentos de cuando se conocieron aquí, y dice que viene a buscarlo. Luego saqué en cuenta y sí, porque por un tiempo él estaba muy distante de mí, muy cambiado, señorita, y se perdía de la casa.
LAURA: ¿Y qué hiciste tú después de enterarte de todo ese asunto, porque es una situación bien difícil esta de enterarse por mediación de una carta que el marido de una nos ha cambiado nada más y nada menos que por un hombre.
DIANA: Ese día lloré mucho, señorita, lloré mucho y esperé a que él regresara de traer a la nena de la escuela. Entonces le entregué la carta y se puso muy violento, nunca lo había visto de esa manera, comenzó a gritarme y a soltar palabrotas, lo lanzó todo al piso, señorita, entonces yo le fui encima porque me había roto un portarretratos que era recuerdo de mi mamá, y con las uñas le arañé su cara, ahí comencé a gritarle que se la cortaría para metérsela en la boca y hacérsela tragar, señorita...
LAURA: Dios mío, pobrecita ¿Y él te golpeó a ti?
DIANA: Sí, señorita, me golpeó muy fuerte, me agarró por el cuello y me lanzó contra una pared, después perdí la conciencia y cuando desperté ya estaba tirada en la calle y no recordé nada más.
LAURA: ¡Por dios! Ahora yo te pregunto si tú te merecías eso, y si crees que se deba llegar a esos extremos y que la solución del problema sea esa.
DIANA: Yo lo quiero, lo quiero mucho, señorita, y no quisiera perderlo, pero él me humilla contándome todo lo que hizo con ese sujeto, hasta le ha dado por escribir una novela en la que relata esa historia tan sucia, señorita.
LAURA: No, no te me pongas así, mi amor, que aquí las cosas no se solucionan con lágrimas. ¿No te parece que en una situación como esta, tan enrevesada, lo mejor es terminarlo todo de una vez? Es evidente que él ya no desea nada contigo, no se puede obligar a una persona a
que esté atada a otra por la que ya no siente ningún tipo de afecto, además, él te ha demostrado que no quiere saber de ti, tú misma lo has dicho, todo lo que te ha contado de su romance con ese extranjero, y las cosas que escribe de él, ¿no crees que con eso sea suficiente para decirle hasta aquí?
DIANA: No, señorita, usted tiene que ayudarme, se lo pido de favor, tiene que comprenderme, ayúdeme se lo pido, yo sé que usted está en contra de los hombres y puede ayudarme, se lo pido, señorita.
LAURA: No, no, mi vida, eso que dices no te lo permito, yo sí estoy en contra de los hombres que son malos, esos hombres que maltratan y atropellan a la mujer, pero no estoy en contra de los hombres buenos, y creo que existen muchos hombres por los que aún se puede alzar la mano.
DIANA: Pero él es homosexual, señorita, es un desnaturalizado que me ha estado engañando y vaya Dios a saber desde cuándo lo hace.
LAURA: ¿Y tú crees que porque sea homosexual es un tipo malo?
DIANA: Es malo, es muy malo, señorita, él me ha golpeado, ¡por eso me las tiene que pagar todas!
LAURA: Tú igualmente lo has hecho, y también lo has amenazado, ¿o no lo recuerdas? Qué pretendes, ¿ah? ¿Que se quede de brazos cruzados en lo que tú lo desangras? A mí en realidad toda esta situación me maravilla, porque tú me dijiste con la cara toda llorosa allá dentro antes
de salir aquí y sentarnos frente a toda esta gente que siempre le has sido fiel a tu esposo.
DIANA: Sí, señorita, se lo dije, y lo repito, le he sido fiel todo el tiempo.
LAURA: Bien, hay algo en lo que quiero hacer énfasis, porque es una situación que me preocupa, y no es solo para Diana es para todos, porque sé y tengo el conocimiento de que existen muchos casos como este. Por favor, cuando se llega a este límite es mejor concluir, si ya no hay amor es preferible tomar otra senda, es lo mejor para evitar esto. Él es un homosexual o un bisexual, da lo mismo, ahora lo que interesa es que te lo ha hecho saber con palabras y con hechos, es evidente que ya no siente nada por ti, por eso tú, como mujer, debes sentir un poco de amor propio, tú eres bonita, no estás gorda, te ves muy bien, por favor abre tus caminos, estás actuando de forma negativa, y estás haciendo mal, ¡entiéndelo!
DIANA: ¡Él no sirve, señorita, es un sucio, no sirve! ¡El me las va a pagar!
LAURA: Diana, escúchame, si no sirve como bien tú dices, ¡déjalo!... ¿No sirve por su homosexualidad o porque te ha dejado de querer y te ha dicho toda la verdad?
DIANA: Es un homosexual, y es malo, señorita, todos ellos son una plaga, todos son iguales, son malos, yo le he sido fiel todo el tiempo, nunca he dejado de pensar en él y mire cómo paga, todo lo que me hace y me sigue haciendo, yo soy capaz de hacerle cualquier cosa, cualquier cosa, señorita.
LAURA: Sabes, ahora sí me has tirado encima un balde de agua fría, primero dices que es un sucio, luego generalizas al decir que todos los gays son malos y toda esa barbaridad en la que no estoy de acuerdo contigo, pero como es tu criterio y vivimos en un país libre donde todo el mundo tiene el derecho de pensar como le venga en gana, yo no digo nada y me quedo calladita. Ahora, te pregunto, ¿por qué no lo dejas, si es un homosexual, y es malo, y te ha hecho tanto daño, eh? ¿Por qué no te decides de una vez y te vas con ese tal Eduardo?
DIANA: ¿Eduardo, y quién es ese, señorita?, no sé de qué me está hablando.
LAURA: ¡Miren, ella no sabe quién es Eduardo! De verdad me sorprende que no sepas quién es.
DIANA: ¡Señorita, le juro que no sé quién es ese Eduardo, es una confusión, no conozco a nadie con ese nombre!
LAURA: ¡Pues bien, quiero hacerte saber a ti y a todos los que nos están leyendo porque este programa está saliendo simultáneamente por nuestra página en Internet, que acá hoy tenemos a alguien que nos puede hablar un poquito del tal Eduardo. Esa persona ha estado acompañándonos en el transcurso del programa, claro que no ha escuchado nada de lo que se ha dicho acá, y ahora se va a enterar de muchas cosas… ¡que pase, que pase la señora Martha, la mamá del esposo de Diana! Ella nos contará de ese otro hombre con el que Diana ha estado viéndose, ¡adelante!
DIANA: ¿Qué dice, señorita Laura, eso es un error, no sé de lo que está hablando?
MARTHA: ¡¿Qué le hiciste a mi hijo, víbora?! ¡¿Qué le hiciste a mi hijo?! Piiiiiiiiiiiiiiiii ¿¡Qué fue lo que le hiciste!? Piiiiiiiiiiiiiiiii…
LAURA: Cálmese, señora, por favor, y vamos a tratar de no decir tantas malas palabras porque sería imposible continuar así.
MARTHA: ¡Ella es una vividora, no sirve, señorita, es malvada y mentirosa, no tiene corazón señorita, exprime a mi hijo como si fuese una naranja, y lo tiene todo nervioso.
DIANA: ¡No mientas, no mientas vieja mentirosa!
LAURA: Por favor, respeto, que ella es una persona mayor, eh… A ver, señora, ¿me contó que su nuera engaña a su hijo y que lo está haciendo ya hace ocho años?
MARTHA: Sí, señorita Laura, esta sanguijuela, piiiiiiiiiiiiiiiii, lo engaña. Lo hace desde que comenzó con mi hijo hace ya nueve años.
LAURA: ¿Y cómo sabe que lo ha estado engañando durante tanto tiempo? ¿Y por qué no le dijo nada a su hijo al respecto?
MARTHA: Porque la he visto con mis propios ojos, resulta que desde hace mucho está zorreando con el hijo de una amiga mía, la he visto y ella lo sabe, siempre me dijo que iba allí a hacerse ropas porque mi amiga es costurera y es la que siempre se ha encargado de hacerme mis arreglos, y como es muy amiga mía, no pudo aguantárselo y me dijo, Martita tú sabes que tu nuera está rondando a mi niño, imagínese,
siempre hemos sido muy amigas y ella estaba muy apenada con todo este asunto.
LAURA: ¿Y por qué no le dijo nada a su hijo, no le parece que lo mejor era decirle lo que sucedía?
MARTHA: Iba a decírselo, señorita, juro que iba a decirle, pero esta víbora me pagaba con dinero para que yo no soltase la lengua.
LAURA: ¡Dios santo, esto ya es el colmo! ¿No le dijo nada a su hijo porque ella le pagaba para mantenerla callada y continuaba acostándose con otro hombre que no es su hijo?
MARTHA: Sí, señorita, sé que hice mal pero yo necesito ese dinero, desde que mi esposo murió yo estoy muy sola, señorita, ya estoy un poco vieja y el dinero apenas me alcanza…y esta es una piiiiiiiiiiiiiiiii.
DIANA: Eso es mentira, señorita, lo que pasa es que desde que empecé con su hijo siempre ha estado en contra de nuestra relación, hasta dejó de visitarnos porque decía que yo era una perra, lo que no sabe es que cuando yo empecé con su hijo hice de él una persona porque ella lo tenía medio trastornado y enfermo. Ella es una loca, una loca, señorita, que no puede vivir sin tomar pastillas, es una drogadicta, señorita.
MARTHA: ¡Loca es tu madre piiiiiiiiiiiiiiiii y la piiiiiiiiiiiiiiiii que te parió y el piiiiiiiiiiiiiiiii yo no soy una mentirosa, ella traiciona a mi hijo, lo traiciona piiiiiiiiiiiiiiiii, y si tomo medicamentos es porque los necesito para mis nervios.
LAURA: Bien, acá hay algo que mostrar, y va a ser muy interesante para Martha, pero antes
de llegar a ese punto, yo quisiera que Diana le cuente lo que esta sucediendo entre su hijo y ella.
MARTHA: Qué tiene que decir esta de mi hijo, ¿ah? Piiiiiiiiiiiiiiiii ¡¿Qué le hiciste a mi hijo, qué pudiste hacerle?! Piiiiiiiiiiiiiiiii…
DIANA: ¡Es ridícula, es una vieja ridícula! Lo primero que tengo que decirte es que Víctor no es el verdadero padre de Lesbia, así que vete haciendo la idea de que ya no tienes nieta, ni tienes nada. Y lo segundo, lo segundo es que su hijito del alma, me los ha estado pegando con otro hombre. ¡Y entérese, no lo voy a dejar, no lo voy a dejar por nada del mundo, aunque se vaya a vivir con ese hombre a la casa no lo voy a dejar, no lo abandonaré como tú lo hiciste, porque yo lo quiero!
LAURA: Por favor, cálmese, sé que una situación como esta es muy difícil de entender, más para una madre que es toda ternura y confianza, enterarse de algo así en público es de verdad algo muy duro, pero es una realidad y tenemos que afrontarla.
MARTHA: Es mi hijo, señorita, está hablando de mi hijo, ¡¿él es un piiiiiiiiiiiiiiiii?!
LAURA: No, no, señora, su hijo, no creo que sea enteramente homosexual, que yo recuerde y si no me equivoco, en la escala de Kinsey él debe pertenecer a los del grupo dos, o sea, que su hijo es aún un heterosexual con frecuente sexo homosexual, aunque con posibilidad de pasar a los de la escala seis, que sí son homosexuales por completo, pero esto...
MARTHA: No, no entiendo, cómo es posible, ¿mi hijo se acuesta con otros hombres? Eso no lo puedo creer, señorita. ¿Por qué tiene que sucederme algo así, por qué a mí? Hubiese preferido cualquier otra cosa, pero un homosexual señorita, mi hijo es un piiiiiiiiiiiiiiiii, y tampoco tengo nieta, no tengo nieta. ¡Todo esto es una falsedad, señorita, me quieren volver loca!
LAURA: Escúcheme, señora, y contrólese, por favor, tampoco creo que sea el fin del mundo, hoy en día la homosexualidad, en muchos países es vista como algo normal, es casi un esnobismo, existen millones de gente con este tipo de inclinación, hay personalidades muy importantes de la cultura que anuncian abiertamente su homosexualidad. Ya sé que es un poco fuerte enterarse de esta manera, pero recuerde que se trata de su hijo, y una buena madre, debe ser…
MARTHA: ¡Pero mi hijo no es Ricky Martin, señorita! Ya yo no tengo hijo, esta situación es absurda y no la puedo aceptar, señorita, no lo puedo creer, si su padre estuviese vivo, lo mataba, lo mataba, señorita, yo hubiese preferido recibir cualquier otra noticia, tal vez si hubiese sido un delincuente, un violador o cualquier otra cosa, pero mi hijo es un, un piiiiiiiiiiiiiiiii, no sé si podré perdonárselo, ni siquiera tengo ganas de volver a mirarle a la cara, no puedo con esta noticia, no puedo, señorita!
DIANA: ¿Se da cuenta, señorita Laura? ¿Cree que ella es una buena madre? No, no es buena, una madre en primer lugar no deja solo a su hijo como ella lo hizo, que lo mandó a vivir
solo. Una madre de verdad no reacciona de esa manera.
LAURA: Tú ahora, Diana, te me quedas quietita y, por favor, miren hacia allá, que acá esta la sorpresa, ¡que ruede el video!
DIANA: ¡Yo no soy esa, señorita, yo no soy esa!
MARTHA: ¡Sí, es ella!, es ella, y ese no, no, ese no es Eduardo, ¡maldita, quién es ese otro hombre! Piiiiiiiiiiiiiiiii. ¡Por eso mi hijo está así, es tu culpa! Piiiiiiiiiiiiiiiii… ¿Con cuántos te has acostado, con cuántos, eh? Piiiiiiiiiiiiiiiii… ¿Cómo puedes hacerle eso?
DIANA: ¡Tú no hables, tú no digas una palabra, que no quieres a tu hijo, nunca lo has querido por eso te fuiste de su lado, porque tenías a otro hombre y sabías que él no lo iba a aceptar porque estabas engañando a su padre antes de que se muriera, sucia, antes de que el viejo muriese ya le pegabas los cuernos!
MARTHA: ¡Mentiras, mentiras, no quieras cambiar las cosas! ¡¿Qué estás haciendo en ese video, dime?! ¿Quién es ese hombre? ¡Habla maldita! Piiiiiiiiiiiiiiiii ¡Habla!
LAURA: ¡Silencio, silencio! Ya paren de berrear, el programa está llegando a su fin, y parece que no vamos a llegar a un entendimiento porque las dos están relocas, todo esto es como el juego de la soga en el que cada uno hala por su lado. Quiero que me presten atención, y abran un poquito sus entendederas, espero que las dos sean capaces de darse cuenta de las cosas, les pido de favor que actúen según sus conciencias. A ti Diana por ser y comportarte
como una persona que al parecer no tiene la facilidad de razonar como Dios manda, te digo que dejes libre al hijo de la señora y que te vayas con el padre de tu hija, o con cualquiera de esos otros con los que te has enredado y…
DIANA: ¡Yo no lo voy a dejar, señorita, no lo voy a dejar porque él es el hombre que me gusta, no lo voy a dejar!
LAURA: ¡Silencio, no te das cuenta de que eres una empecinada, una burra reburra! Quiero recordarte que tienes una nena, y ella está en el medio de todo este embrollo, ¿sabes qué? Que te la puedo mandar a quitar por daño psicológico a una menor. Esa es tu hija, no hagas algo por lo que después tengas que arrepentirte, si el verdadero papá te quiere, aprovecha la situación y vete con él. Recuerda que un hijo es para toda la vida, esto también va con la señora, y punto, no tengo más que decirte. Ahora a Martha le digo que…
MARTHA: Ella no vale, señorita, es una mala mujer y ha destrozado a mi hijo. Es una… piiiiiiiiiiiiiiiii.
LAURA: ¡Se me calla, y no me interrumpa, y compórtese! ¿No se da cuenta? Desde que entró a esta sala no se ha cansado de decir palabrotas y el pito no ha parado de sonar. ¡Bien, así está mucho mejor, calladita! A la señora le digo que no se debe hablar de traición cuando la primera en traicionar a su propio hijo ha sido usted misma ocultándole durante tantos años que su nuera se vea con otro hombre, y que para rematar cobraba por el servicio de
quedarse en silencio, veremos si después de que su hijo sepa todo esto quiera mirarle a la cara. Y le digo más, ya es una mujer, ¿no?, ¿Cuántos años tiene?
MARTHA: Cincuenta y ocho, señorita.
LAURA: No olvide Martha que ya es una mujer grandecita, y que en poco tiempo tal vez necesite de alguien para que la ayude a hacer mandados, buscarle alguna medicina o lo que sea. ¿Y qué es lo único que tiene? ¿A quién va a recurrir cuándo esté sola en la vida y ya no pueda valerse por sí misma?...
MARTHA: ¡No tengo a nadie, señorita, no tengo a nadie!
LAURA: ¡Claro que sí tiene, lo tiene a él, a su hijo, y sabe, me da gran tristeza saber cómo piensa respecto a su hijo, y eso que ha dicho anteriormente de que preferiría un asesino o un delincuente es algo que considero descabellado, señora, porque él no pidió en ningún momento que lo trajeran así al mundo, en un principio es una madre la que asume la maternidad! ¿Y si le hubiese nacido sin brazos, lo hubiese tirado en el primer callejón que encontrase para dejarlo morir? No, claro que no, señora, porque una madre no deja morir a sus hijos. Yo soy madre y sé bien lo que significa un hijo. Porque él tenga inclinaciones sexuales diferentes a la que nos inculcan desde que nacemos ¿va a dejarlo de querer? Sería muy duro que su propia madre le dé la espalda por un simple gusto sexual. ¿No le parece?
Lesbia no es mi hija, no me pertenece, ella misma una tarde, bajo la sombra de los almendros, comiéndose los corazoncitos de la fruta, y con las hojas secas cayendo a nuestros pies, se lo arrancó de la boca, tenía la costumbre de prestarle atención a lo que Diana decía para luego repetirlo todo al dedillo, hablaba de más porque como niña desconocía las consecuencias.
No consigo olvidar la manera en que miró a mis ojos, fue la primera vez que descubrí en un ser tan inocente y frágil, el odio brotándole por todas partes. No tuvo necesidad de abrir los labios para hacerme saber todo lo que transitaba por su cabeza.
Pero no todo es dolor, sé que la infelicidad le deja un espacio a la alegría, y hoy, después de tantas confesiones ha llegado el equilibrio, gracias a Dios que es sabio y sabe resarcirnos en el momento preciso. Estoy más calmado, es una paz que llega y se posesiona haciéndome sentir liberado de toda culpa. Ya poco importa que Diana llore y pida perdón por todo lo que ha dicho, sé que tampoco yo he tenido un mínimo de compasión, cuando con la sangre helada le leí en voz alta el capítulo final de esa novela que momentáneamente había dejado inconclusa, hasta que apareció esa carta donde rezaban mi nombre y el suyo: Ron Shkedi, era su carta escrita de la mejor manera, en un español difícil, pero entendible. Sabía que el sabor de la maldad no era la gran historia, desde un inicio lo que me interesó más allá de que fuese leída como algo extraordinario, era hacerles saber a
todos que era un relato que me pertenecía por entero, cada renglón salía a flote sin manchas de falsedad, no me preocupé por la verosimilitud, simplemente eran personajes reales que rondaban por mi mente, bastaba con saber que era una fiel descripción de mi mundo, ese, que visualizaba dentro de mí y que desde niño supe inventarme, no con soldados de plomo sino con muñequitas de biscuit y sus vestidos color rosa, un lugar demasiado insulso, recubierto de vidrios por donde me era casi imposible hallar una escapatoria. Casa de espejos en los que se reflejaba una cara que nunca creí mía, y un mal cuerpo armado de músculos que desde un principio negué y que debí aceptar para ser hipócrita conmigo mismo, y con todos, siempre escuchando una voz renaciendo desde el fondo de un gigantesco pozo ciego, y que llamé la voz del censor: camina despacio y no muevas así tus caderas, no gesticules tanto con las manos, habla en voz alta y fuerte. Haciéndome pensar todo el tiempo que lo más importante en la vida era la apariencia que cada cual debía brindar de sí mismo a la gente. Por eso tenía que hacerles creer que yo era una copia casi perfecta de los demás hombres.
Diana está recogiendo todas sus pertenencias, camina del cuarto a la cocina y vigila lo que hago, no ha podido aguantar tanta discordia, tampoco quiere que le cuente a todos los vecinos lo que ocurre con nosotros, cuántas verdades ocultas. Nunca llegamos a conocernos del
todo. Al menos ya no desconoce que en estos años no fue mía como creyó, o le hice creer.
Cada vez que ella me prodigaba caricias, eran otros los brazos, y siempre que se desnudaba era otro el cuerpo y mi deseo, ni siquiera el sabor que sentía dentro de su boca era el de una hembra. Diana, le dije, estamos hechos para vivir de los recuerdos, tenemos el privilegio de inventarnos otra vida tan dulce, como la que se sueña.
Por un instante, cuándo salió del cuarto nerviosa, vi la expresión de su cara y no pude apartar esos ojos enloquecidos de donde saltaban unas lágrimas llenas de rencor. Esos ojos en los que se reproducían imágenes que guerreaban por escapar de dentro de ella, pertenecientes a aquel capítulo que ella había memorizado y en el que aparecía yo, hincado de rodillas, escarbando como perro en el fango, tratando de sacar al extranjero de aquel foso repleto de cuerpos; amores de una sola noche, a los que no le había hallado un lugar más conveniente. Todos aquellos hombres que llegaron como canciones que acaban pronto y que en su momento solo sirvieron para alimentar el espíritu y devolverme a Diana satisfecho.
A él lo saqué de allí para que recuperase la frescura, y despertarlo de esa muerte absurda que no merecía. …Toda una vida yo estaría contigo, no me importa en qué forma, dónde ni cómo, pero junto a ti…
Cantaban en la radio, cuando Lesbia salió muy asustada del cuarto, y a puro grito decía que su mamá estaba loca. También yo grité que
era una loca, y me levanté de la mesa tirando al piso papeles y libros, pidiéndole que lo pensara, que no lo hiciera.
Tal vez me hubiese alcanzado el tiempo para huir al balcón y allí encerrarme, pero todo sucedió con la rapidez de un acontecimiento que no se espera y Diana no se detuvo. …Toda una vida, yo estaría contigo…
Y no pude hacer otra cosa que quedarme inmóvil frente a ellas, encharcado de la cabeza a los pies. …no me importa en qué forma dónde ni cómo, pero junto a ti…
Destilando olor a gasolina y ropa quemada. Pude ver cómo las llamas hacían un extraño contraste de colores que según la rapidez con que movía la cabeza cambiaban del tono bermejo al anaranjado.
De inmediato comencé a sentir un calor demasiado profundo que se pegaba a la piel. Tras de mí escuché gritos y la música. …Toda una vida, yo estaría contigo…
Con las manos, comencé a darme palmadas sobre la cara para intentar apaciguar el fuego, pero no dejaba de arder.
Quise salir, ir a la playa, al agua, no supe si me alcanzaría el tiempo, no podía pensar, corrí hasta la puerta, frente a mí se atravesó Lesbia, y solo sé que lloraba.
Sobre el picaporte dejé olvidadas las yemas de los dedos, y no sentí dolor. Me volví, y casi sin poder distinguir bien su cuerpo, la cargué en mis brazos y la abracé con todas mis fuerzas,
escuché más gritos, eran los de la loca que se entrecruzaban con los de mi niña. …Toda una vida, yo estaría contigo, no me importa en qué forma, dónde ni cómo, pero junto a ti…
La loca gritaba: «!Que los apaguen, que alguien los apague, coño! ¡Que los apaguen!» Y cuando Lesbia estuvo más tranquila, me la arrebataron. Seguí bajando escaleras hasta llegar casi sin aliento a la calle. Ahora precisaba ir al mar, correr, hacerlo mientras no hubiese dolor. Continuaban los murmullos de la gente, y otros que no paraban de dar gritos y más gritos.
Hasta que al rato, todo se quedó en silencio, y ya no corrí más, cuando frente a mí renació una ciudad inmensa hecha de luces que se perdían a gran distancia, allí ya estaba Lesbia, comiendo corazoncitos bajo un almendro, se veía feliz, retozando entre las hojas con su vestido blanco. no tardé en volver a ver a la Verónica junto a sus amigas que llevaban ropa y peinados de fantasía, iban montadas encima de una carroza y bailaban al ritmo de una música alegre, desde allí lanzando al aire plumas y confetis me saludaron. Yo tomé rumbo al mar, y a mitad del camino lo vi venir, era él, Ron Shkedi, sonriendo.
Lo presencié como el primer día, llevaba el pelo suelto cayéndole en cascada sobre los hombros. «Al fin ya estás aquí», le dije, y ofreciéndole mi mano fuimos hacia la orilla de la playa, allí, cerca de los arrecifes nos miramos, y no supimos hacer otra cosa, que darnos el beso más largo de nuestras vidas.
Photo © Nonardo Perea, 2017
Historias que se entrecruzan, homosexuales que viven su pasión en contra de la hipocresía social, homosexuales perseguidos por la policía, la televisión, lo lírico, el qué dirán. Homosexuales que se autoparodian a sí mismos y se travisten. Homosexuales que gritan, violan, buscan a su Agrimensor; que se esconden de su familia y devienen –casi con risa– su propia familia… La nueva novela de Nonardo Perea más que un texto en sí es fragmento de un proyecto mayor. Un proyecto que incluye fotos y cine. Un proyecto que, por su mezcla de violencia, eros y kitsch, nunca ha tenido mucho recorrido en Cuba. País eminentemente machista, como sabemos todos. Anestesiado por su falsa moral y pseudocarnaval. País cero.