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Un encuentro, una pizca de sexo y algo de cólera I 19
Un encuentro, una pizca de sexo y algo de cólera
Ahora siento su lengua en el interior de mi boca, el aliento, los labios embarrados de saliva, y ese sabor a extraño que comenzaba a escalar por la garganta.
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Ron Shkedi, fue lo primero que le escuché cuándo se detuvo a mi lado y se quitó las gafas de sol. Frunció el ceño y alargó una de sus manos, la misma que antes imaginé manoseando moneditas que iban guardadas en el bolsillo del pantalón, con discreción palpó la textura de mis dedos, lo hizo como si en ellos desease hallar algún indicio de mi vida.
Se sentó y, en un acto que sospeché intencional, rozó sus rodillas con las mías, y sin dejar de prestarle atención a mi mirada, me sonrió.
Ya descubiertos y visibles los cuerpos, con voz entrecortada dije algunas frases, y me detuve a lamer las gotas de sudor que habían quedado empozadas en el huequito de su ombligo. Él, tendido cómodamente, echaba la cabeza hacia delante y captando mis movimientos, repetía palabras: «tú también me gustas, me gustas mucho». Desde aquella perfecta hendidura fui bajando hasta su pelvis, luego jugué a encontrarle un sabor a los muslos y rodillas, mordisquear dedos y humedecerlo todo, hasta detenerme en el punto exacto donde los dos queríamos.
Con una mala pronunciación se lanzó a hablar de la ciudad y su arquitectura que le pare-
ció alucinante, del bullicio habitual de las calles, de lo rápido que hablábamos los cubanos y lo poco que entendía el español. Aprovechó la ocasión para decir algunas cosas de Israel y Tel Aviv, lugar donde nació y también radicaba, de la civilización y su cultura, de esa libertad absoluta; libertad de la que según su punto de vista nosotros carecíamos. Me hizo saber que todos los que se le acercaban, de alguna forma querían sacarle algún provecho. Con gestos de espanto narró la historia de lo que le había sucedido una noche en que se fue solo de parranda y ya regresaba a la casa de alquiler, cuando sin darse cuenta apareció un tipo al que jura no haberle visto la cara porque llegó corriendo y todo fue muy rápido, solo sabe que cuándo iba a pagar el taxi le arrancó la billetera de la mano.
Fue muy incómoda aquella situación, porque por más de dos semanas tuvo que depender de unos amigos, hasta que recibió un dinero que le enviaron sus padres.
No habían transcurrido muchos días cuando en algún lugar que no especificó conoció a una muchachita inteligente, que se las ingenió para llevarlo de paso en paso a uno de los tantos derrumbes que abundan en la Habana. Allí sin preámbulo alguno, sin besos ni caricias se la sacó de dentro del pantalón, para pegarse a chupar como bien lo haría una miss Playboy. Luego le exigió algo de dinero y él reaccionó confundido, se negó a pagarle. Entonces, la muy puta, toda una experta, de la cartera de mano extrajo un escarpelo que tenía la punta
oxidada y con maestría se lo llevó al cuello susurrándole palabras que supo amenazantes, pero no las entendió. Después de todo aquel forcejeo terminó dándole el reloj de pulsera, recuerdo de su abuelo, y una cadena dorada que gracias a Dios no era genuina.
Cuando terminamos no creí que hubiesen transcurrido cuatro horas, por un buen espacio de tiempo, quedamos mirándonos fijo a los ojos, como si hubiésemos descubierto algo nuevo y fabuloso. Sonreímos como niños y le pedí que no se pusiese la ropa o lo mataría. Preguntó por qué y le respondí que solo quería y necesitaba mirarlo desde todos los ángulos inimaginables, ponerlo frente a mí, de costado, boca arriba, boca abajo, y regocijarme al deslizar las manos por esas nalgas tan redondas, y la espalda, para hacerle cosquillas e inventar que entre los dos no existían las barreras.
Después de tanta charla en el parque, creímos conveniente levantarnos para caminar un rato. Fuimos de calle en calle, solo nos deteníamos a intervalos en las vidrieras de algunas librerías para curiosear desde fuera, todo le llamaba la atención, y más, mucho más mis labios que dijo eran perfectos.
Con su cámara digital tomó algunas fotos a las viejas que le parecieron estar pintadas con betún, fumando habanos de segunda, disfrazadas con vestidos de colores santorales. Sentadas en los quicios de algunos portales llenos de polvo.
Ya oscureciendo no demoró en preguntarme si tenía a alguien. Sin salir del asombro, le respondí que no, que hacía mucho no compartía con nadie agradable. Le devolví la pregunta y lo noté muy seguro de sí cuando respondió que también estaba solo. Y me invitó a salir a cualquier parte.
No está bien que ande por ahí con un extranjero, no quieres mejor ir a mi casa, propuse, y él muy dispuesto sacó unos cuantos billetes y fuimos a por un taxi.
«Ya sabía yo maricón de mierda venir a salirme con esa cómo te atreves a soltar eso ahora a mí que siempre he soñado con alguien así coño mejor hubieses seguido de largo no voy a hablar despacio ni un carajo si no entiendes jódete no me importa que no entiendas ni cojones es tu problema tú con tu carita de yo no fui y sabes más que si yo parezco una persona desinteresada que si para allá que si para acá que lo viste en mis ojos que si mis labios… vete para la pinga singao como si yo fuera igual que la putica esa que te la mamó en el derrumbe conmigo te comiste un cable mi chini ¡bujarrón! Lo que a ti te pasa es que en tu país no encuentras a nadie que te dé por el culo es muy fácil sí facilito hablar toda esa basura romántica y complicar a uno te has preguntado qué hago yo ahora explícame no no no hables ni pinga que de lo que tengo ganas es de caerte arriba y darte un par de galletas matarte sí matarte darte candela cuidado que aquí en este barrio hay una pila de
negros que te caen arriba y te desaparecen chico tú no te das cuenta que a mí me importa un pito que no entiendas lo que yo digo deja de resingarme la existencia no voy a hablar despacio me niego a hablar despacio yo tampoco entiendo esa mierda que me dices de outpersonals eso no me importa OK ya no me interesa comunicarme contigo por ninguna vía y menos por internet eso es lo último que me faltaba no no entiendo nada de chatear lo que quiero es desaparecerte hacerme la idea de que ya no existes sí coño tú sí me gustas me gustas demasiado muchísimo pero como te vienes ahora con que mañana a las siete de la mañana tienes que irte para ese país horrible sí ya sé que así tiene que ser pero por qué no me diste más tiempo por qué y ahora tiene que ser así dame una razón anda dame una sola razón para creer en ti en que vas a volver no no digas más que te gusto no lo digas más cojones no me beses júrame que me vas a seguir queriendo y que no te vas a singar a nadie más… eso es mentira maricón tú crees que uno es comemierda no vas a estar a base de pajas todo el tiempo yo que me hice la idea de que te quedarías conmigo al menos una semana para aprovechar y presentarte a mi familia bueno no a toda la familia pero sí a una parte en realidad casi no tengo familia pero mi mamá se pondría contenta la pobrecita desde que Irmeldo se me fue no hace más que preguntarme por qué no tengo a nadie que valga la pena y ahora tú te quieres ir así de sopetón no no me menciones más a outper-
sonals que a mí no me interesa ese tipo de comunicación detesto las máquinas el desarrollo yo lo que quiero es tenerte así bien cerca en carne y hueso déjame déjame tengo que sacarme un poco de mocos no no yo no tengo teléfono tú eres ciego tampoco tengo computadora ni Internet no tengo nadaaaaaa bésame bésame y óyeme bien escúchame tú me entiendes verdad, te lo deletreo de-le-tre-o ¡Carajo! Quie-roque-me-en-tien-das mí-ra-me ¡mírame! Ya sé que mañana tienes que irte y no sabes cuándo vuelves, yo puedo averiguar, con una amiga que tiene acceso a internet quizás ella pueda ayudarme pero ahora dime tú có-mo carajo ha-go para poder chatear contigo y entrar a outpersonals ¡Cachoehijoeputa!»
I
Son las cuatro y treinta minutos de la tarde, justo ahora ha de estar bajando los escaloncitos que están frente a la biblioteca donde cada quince días se congrega un grupo de viejas y jovencitos a los que solo les importa llegar a ser verdaderos escritores.
Al entrar tropezará con la bibliotecaria y le dará las buenas tardes, no perderá la ocasión para echarle una ojeada a los que se entretienen o fingen hacerlo en lecturas que poco les atraen. Seguirá su rumbo por el corredor que la conduce a la otra pieza donde seguramente ya todos los asientos han de estar ocupados. Antes de llegar se agachará para arreglarse una sandalia que se le ha salido del pie, casi siempre le ocurre porque suda mucho y le resbala. Luego, sin proponérselo, como si tuviesen alitas, el portafolio se le irá de las manos, exclamará algo así como: «qué tonta» frase antológica a la que acude cuando tiene problemas que se ocasiona a sí misma y quiere hacerse notar.
El hombre vestido de rojo, con espejuelos e indiscutible cara de intelectual, desde la esquina de un librero la estará observando con interés. Se acercará para ayudarla y ponerse de rodillas junto a ella, pero antes se quedará embobecido echándole un ojo a la rajadita de las nalgas que se han quedado fuera a mitad de pantalón. «Yo puedo hacerlo sola», le explicará
sin esquivar la mirada, pero él insistente meterá las manos dentro del portafolio para introducir el manojo de papeles que habían quedado bajo las mesas. Aprovechará para decirle: «qué rica estás», ya en pie ella cerrará la boca y usará esa técnica tan bien aprendida de inflamar los labios para que luzcan cómo fruta, le dará las gracias y será lánguida, imaginando ser Carilda Oliver cuándo aún era digna de todo el esplendor. De repente la expresión de su cara ya no será la misma, arqueará las cejas y con la lengua limpiará los dientes donde ha quedado prendido el bermellón de la pintura.
Dará media vuelta para aligerar el paso y entrar a la sala donde uno de los presentes estará leyendo un cuento que más tarde será analizado.
Pero no, en esta ocasión nadie estará inmerso en la lectura, más bien todos aguardan por ella, incluso, le tendrán un asiento reservado. Es la tercera vez en el año que sucede lo mismo. Con atención escuchará los aplausos y caminará lentamente, hasta sentarse. Al cruzar las piernas sentirá cómo de a poco se acalora y que algo le oprime el pecho, en pocos minutos se mostrará menos desorientada, perderá el pánico para brindar la mejor imagen posible de una joven escritora, que pronto dejará de ser inédita y a la que a juzgar por los importantes premios le vaticinan un privilegiado sitio entre las mejores de la isla. Repetirá unas cuantas muecas, muestra fehaciente de su nerviosismo. Sus pensamientos se diluirán junto a sonrisas y a esos aplausos que se le harán interminables. En ese
momento recordará la discusión que sostuvimos en la mañana a causa del capítulo inicial de una novela.
–¿Crees que una buena historia pueda comenzar de esa manera? Ahora siento su lengua dentro de mi boca. –Es mi novela, y no lo veo ni bien ni mal, y no es dentro de mi boca, sino en el interior de mi boca. –Para mí es la misma porquería, y quiero decirte que no es nada interesante, mucho menos eso de un encuentro, una pizca de sexo y algo de cólera. No parece que has leído lo que últimamente se está escribiendo en el país. –Sabes muy bien que sí he leído. ¿Pero qué pretendes tú, que todo lo que escriba sea una copia de lo que ya está hecho por otros? –¡Claro que sí!, en qué mundo tú estás viviendo, cómo se te puede ocurrir escribir una novela donde los personajes principales son dos maricones, y donde ni siquiera el sexo es fuerte, tampoco hay frases en inglés, ni citas, ni notas a pie de página. Además quiero decirte que aquí el boom de la mariconería ya pasó de moda. Y como si fuera poco, ese título ¡Dios mío! Qué horror, los amores ejemplares. A qué escritor en pleno siglo veintiuno se le puede ocurrir un título tan anticomercial y cursi, tenemos que pensar en el mercado, en la posibilidad de hallar otros horizontes, pensar en España, en México, y esto, ¡esto es una mierda, chico!
La mente se le quedará en blanco cuando le pregunten cómo en ese cuento premiado pudo jugar con tanta facilidad con el tiempo, y esa manera tan peculiar de usar la tercera persona y el ir y venir de la segunda a la primera o viceversa, ¿y por qué no se deshizo del personaje femenino si era un ser despreciable? Continuará en blanco, sin respuesta, se llevará los deditos a la boca y con los dientes morderá las uñas y sin parar de reír dirá: «es que estoy algo nerviosa, es solo eso, estoy muy nerviosa» y seguirá montada en una nube hasta que se le ocurra la brillante idea de levantarse y dar las gracias a todos sus seguidores por los aplausos, y dedicarle el premio a los presentes. Saltarán unas lágrimas porque es lo mejor que ha aprendido a hacer en treinta años, no perderá la ocasión para comentar que consigo ha traído un nuevo engendro para leer, entonces todos la aclamarán, querrán oírla, disfrutarla, conocer un poco más de esas oscuridades que se cobijan dentro de ese cuerpecito indefenso.
A la hora de la salida, ella no sospechará que el de los espejuelos e indiscutible cara de intelectual, estará aguardándola afuera fumándose un cigarro.
Pronto la verá asomarse por la puerta y despidiendo a los del grupo. Será prudente, la dejará alejarse unas cuadras, y sin perderla de vista caminará despacio, y tratará de darle alcance, una vez a su lado pondrá cara de gángster melancólico y le dirá: «me llamo Leonardo.» Enseguida se remontará al pasado, y sin quererlo,
visualizará a ese Leonardo por el que en su juventud había perdido la cabeza, así se llamaba el hombre que la hizo toda una mujer, su Leonardo. Pero a este otro lo recordará de rodillas recogiéndole las hojas, manoseándole las manos, pensando tal vez que este Leonardo es también un hombre muy atractivo.
Él la invitará a una Heineken. Previamente habrá sido informado de que es su cerveza favorita, como también conocerá que a Diamela Pared le encantan los tacos mejicanos y los frijolitos chinos en salsa de ketchup, que su cantautor preferido es Caetano Veloso, que disfrutará hablar del cine Italiano, que le tiene pánico a las pesadillas, y no soporta las películas de Woody Allen ni a la gente aburrida.
Toda esa información le servirá para hablar de varios temas, también sabe que hacerla sentir cómoda y segura no será tan sencillo, porque Diamela Pared suele ser muy desconfiada.
Pero Leonardo con sus mañas sabrá darle una rápida solución al problema, lo hará con esas píldoras que en un inicio eran demasiado azules y luego de ser trituradas en un mortero se hicieron un polvillo muy blanco. Antes de ingeniárselas para disolverlas en la cerveza tendrá que hacer una llamada telefónica: le es preciso confirmar si solo debe meterle mano con la pinga, llenarla de moretones, o darle quince o veinte puñaladas en el estómago. Es importante saber si debe dejarla con vida, o enteramente muerta.
Al escuchar el timbre estaré sentado en la me-
sa de escritura, solo cuando me aburra de oírlo dejaré de hacer para levantarme e ir hasta donde suena, alzaré el auricular y mi respuesta lo hará encabronarse, se sentirá agraviado, incómodo. Le dejaré de regalo los quince dólares. Cambiaré de opinión respecto al asesinato o la violación porque para ese entonces habré pensado demasiado y no creeré que sea la mejor manera de morir. Colgaré y sentiré un gran alivio, aunque me dolerá haber desperdiciado el tiempo en vano, pero sé que no guardaré ningún peso en la conciencia, tampoco tendré que verme en la obligación de gastar el poco dinero del que dispongo en coronas fúnebres.
Para entonces, ya no tendré muchas ganas de seguir escribiendo, descansaré. Iré a la cocina a preparar un té para tomarlo con una pajita y tirarme en el sofá a ver el último capítulo de la telenovela. Y esperaré a que Diamela Pared abra la puerta, y entre como suele hacerlo todos los días.