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Raíza. La novia de Raíza. Yo 64 65

15 ácaro rojo

Después de tantas trastadas como empleado en las posadas habaneras, Ácaro Rojo fue amonestado y castigado severamente… lo mandaron a atender el baño público de la terminal de trenes. Tras un tiempo de sentirse humillado y avergonzado, se fue habituando a aquella nueva función que le había sido conferida. En realidad no le iba tan mal, al fin de cada día lograba acopiar las monedas necesarias como para no morirse de hambre y de vez en cuando poder tomarse una cervecita con los otros ácaros que le rodeaban. Esos ácaros eran gentiles con él y a menudo le hacían donativos de periódicos viejos para facilitarle su gestión de trabajo. La estabilidad no duró mucho, fue destruida por la buena intención de uno de esos ácaros que le llevó unos cuantos suplementos del periódico de más circulación en todo el país. Se trataba de un documento crucial para el destino de la nación. Nadie, ni el propio Ácaro Rojo, se percató de ello, rasgándolos a la mitad para el bienestar de los usuarios. Cuando todo fue descubierto ya no había remedio: el asunto estaba en manos de la Seguridad del Estado y el pobre ácaro podría ser acusado de Traición a la Patria.

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Entre un trago y otro de vodka, a mi amigo Eugenio se le ocurrió preguntarle a una amante ocasional: «¿crees que soy un pervertido?» La mulata, que estaba excedida, le contestó en un tono cínico: «Un verdadero pervertido no preguntaría eso». A lo que Eugenio respondió con un gesto violento agarrándola con furia por la raíz de los cabellos y arrastrándola hasta el baño, donde terminó de desnudarla. A partir de ese momento no hubo más diálogo. La mulata emitía unos sonidos rezongones que nos desconcentraban a mí y a otra mulata mientras intentábamos divertirnos en una habitación cercana. De pronto me quedé quieto, disfrutando la tonalidad del cuerpo que tenía sobre mí y empecé a buscarle sentido a la condición de ser o no un pervertido. Hay interrogantes temerarias; cuando abres los signos tienes que estar preparado para soportar las nuevas condiciones que implican la respuesta. Es decir, hay que estar listo para habitar esa zona que acaba con tu ignorancia y te hace consciente. De súbito, te desenvuelves en la extrañeza de lo que has provocado, y causa inquietud cierta inseguridad referida a la firmeza de tus piernas y de tus ideas... En este tipo de tensión algo siempre se rompe o se derrama.

No me gusta cómo lloran las rusas, nunca he soportado ese modo semisalvaje de manifestar el dolor… las rusas parecen una especie de la zoología en el modo de ofrecer su sexo a los otros. Las identifican por la abundancia de animalidad, ¿nunca has tenido cerca de tus ojos, de tus manos, de tu boca el

sexo de una rusa? Las rusas mientras te lo muestran, se lo miran y quizás piensen: «tengo en esa grieta el tormento de Dostoievski, el lirismo de Stravinski, la pasión de Pushkin». Lo que tú ves no es eso, sino algo regordete, de un rosado pálido que te recuerda a un tipo de carne enlatada. Pero ahí sigue la rusa dispuesta a hacerte creer lo contrario, cuando haga falta, ella pondrá a funcionar su acústica diferenciada para demostrarte que en dicho Imperio eres tan solo un objeto indefenso.

Los Nimiedad se organizan. Cuando casi todos imaginábamos que iban a empezar a morir, se ha notado dentro de ellos una extraña conducta de prepararse para una prolongada existencia. Andan merodeando con muchas ilusiones. Nos preocupa el de agenda negra y gafas oscuras, este en los últimos tiempos se ha hecho inseparable de La Estrella que visita al Gorila, que a su vez es muy amigo del otro miembro de los Nimiedad que siempre tuvo pasión por los perros.

Igor me dijo: «el sexo de las rusas es exactamente del color de la lombriz». Escarbé en el patio trasero donde la humedad era abundante y con rapidez comprendí todo en torno a la diversidad de las rusas, multiplicada de manera inmediata por una amplia gama de animalejos que levantan las cabezas y ondulaban el cuerpo con sintonía perfecta aspirando a ser contempladas como un elemento indispensable para el mejor entendimiento de la profunda condición espiritual que las eslavas resguardaban en su sexo. Decidí meter todas las lombrices en una lata de sardinas e iluminarlas con la luz azulosa de una lámpara. Al parecer sintieron el calor porque la agitación dentro de la lata se multiplicó y cada uno de los ani-

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