Semana 2 (c) – Unidad 1: Teoría del conocimiento
RENÉ DESCARTES – MEDITACIONES METAFÍSICAS LA DUDA (1ra. Meditación) Hace ya mucho tiempo que me he dado cuenta de que, desde mi niñez, he admitido como verdaderas una porción de opiniones falsas, y que todo lo que después he ido edificando sobre tan endebles principios no puede ser sino dudoso e incierto; desde entonces he juzgado que era preciso seriamente a cometer, una vez en mi vida, la empresa de deshacerme de todas las opiniones a que había dado crédito, y empezar de nuevo, desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias. Todo lo que he tenido hasta hoy por más verdadero y seguro, lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado varias veces que los sentidos son engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez. Pero aunque los sentidos nos engañen, a veces, acerca de cosas poco sensibles o muy remotas, acaso haya otras muchas, sin embargo, de las que no pueda razonablemente dudarse, aunque las conozcamos por medio de ellos, como son por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, vestido con una bata, teniendo este papel en las manos, y otras por el estilo. Y ¿cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, a no ser que me parezca a algunos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado, que afirman estar vestidos de oro púrpura, estando en realidad desnudos? Mas los tales son locos, y no menos extravagante fuera yo si me rigiera por sus ejemplos. Sin embargo, he de considerar aquí que soy hombre y, por consiguiente, que tengo costumbre de dormir y de representarme en sueños las mismas cosas y aun a veces cosas menos verosímiles que esos insensatos cuando velan. Supongamos pues, ahora, que estamos dormidos y que todas esas particularidades, a saber: que las manos y otras por el estilo, no son sino engañosas ilusiones; … Aún cuando pudieran ser imaginarias esas cosas como cuerpo, cabeza, manos y otras por el estilo, sin embargo es necesario confesar que hay, por lo menos, algunas otras más simples y universales, que son verdaderas y existentes, de cuya mezcla están formadas todas esas imágenes de las cosas. Entre las tales cosas están la naturaleza corporal en general y su extensión, y también la figura de las cosas externas, su cantidad o magnitud, su número, como asimismo el lugar en donde se hallan, el tiempo que mide su duración y otras semejantes. Por lo cual haríamos bien en inferir de esto que la física, la astronomía, la medicina y cuantas ciencias dependen de la consideración de las cosas compuestas, son muy dudosas e inciertas; pero que la aritmética, la geometría y demás ciencias de esta naturaleza, que no tratan sino de cosas muy simples y generales, sin preocuparse mucho de si están o no en la naturaleza, contienen algo cierto e indudable, pues duerma yo o esté despierto, siempre dos y tres suman cinco y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; y no parece posible que una verdades tan claras y tan aparentes puedan ser sospechosas de falsedad e incertidumbre. Como pienso a veces, que los demás se engañan en las cosas que mejor creen saber, ¿qué sé yo si Dios, que todo lo puede, no ha querido que yo también me engañe cuando sumo dos y tres, o enumero los lados de un cuadrado? Mas acaso Dios no ha querido que yo sea de esa suerte burlado, pues dícese de Él que es suprema bondad… Supondré pues, no que Dios, que es la bondad suma y la fuente suprema de la verdad, me engaña, sino que cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlados que poderoso, ha puesto su industria toda en engañarme; pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las Escuela y Liceo Elbio Fernández Prof. Fernanda González – Filosofía 2º BD
figuras, los sonidos y todas las demás cosas exteriores no son sino ilusiones y engañosos de que hace uso, como cebos, para captar mi credulidad; me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre, creeré que sin tener sentidos doy falsamente crédito a todas esas cosas; permaneceré obstinadamente adicto a ese pensamiento y, si por tales medios no llego a poder conocer una verdad, por lo menos en mi mano está el suspender mi juicio. Por lo cual, con gran cuidado procuraré no dar crédito a ninguna falsedad, y prepararé mi ingenio tan bien contra las astucias de ese gran burlador, que, por muy poderoso y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada. LA PRIMERA VERDAD Supongo pues, que todas las cosas que veo son falsas; estoy persuadido de que nada de lo que me memoria, llena de mentiras, me representa, ha existido jamás; pienso que no tengo sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar sin ficciones de mi espíritu. ¿Qué, pues, podrá estimarse verdadero? Acaso nada más sino esto: que nada hay cierto en el mundo. Pero, ¿qué sé yo si no habrá cosa diferente de las que acabo de juzgar inciertas y de la que no pueda caber duda alguna? ¿No habrá algún Dios o alguna otra potencia, que ponga estos pensamientos en mi espíritu? No es necesario; pues quizás soy yo capaz de producirlos por mí mismo. Y yo, al menos, ¿no soy algo? Pero ya he negado que tenga yo sentido de mi cuerpo alguno; vacilo, sin embargo, pues ¿qué se sigue de aquí? ¿Soy yo tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos no pueda ser? Pero ya estoy persuadido de que no hay nada en el mundo: ni cielos, ni tierra, ni espíritu; ni cuerpos; ¿estaré, pues, persuadido también de que no soy? Ni mucho menos; si he llegado a persuadirme de algo o solamente he pensado alguna cosa, es sin duda porque yo era. Pero hay un cierto burlador muy poderoso y astuto que dedica toda su industria a engañarme siempre. No cabe pues duda alguna de que yo soy, puesto que me engaña, y por mucho que me engañe, nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De suerte que, habiéndolo pensado bien y habiendo examinado cuidadosamente todo, hay que concluir por último y tener por constante que la proposición siguiente: “yo soy, yo existo”, es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando o concibiendo en mi espíritu… Yo soy, yo existo, esto es cierto; pero ¿cuánto tiempo? Todo el tiempo que dure mi pensar, pues acaso podría suceder que, si cesase por completo de pensar, cesará al propio tiempo de existir. Así yo no admito nada que no sea necesariamente verdadero; ya no soy pues, hablando con precisión, sino una cosa que piensa, es decir un espíritu, un entendimiento o una razón. DIOS (5ta. Meditación) Habituado en todas las cosas a distinguir entre la esencia y la existencia, me persuado fácilmente de que la existencia puede separarme de la esencia de Dios y, por lo tanto, de que es posible concebir a Dios como no siendo actualmente. Pero, sin embargo, cuando pienso en ello con más atención, encuentro manifiestamente que es tan imposible separar la esencia de Dios de su existencia, como de la esencia de un triángulo, el que la magnitud de sus tres ángulos sea igual a dos rectos, o bien de la idea de una montaña con la idea de un valle; de suerte que no hay menos repugnancia en concebir un Dios, esto es, un ser sumamente perfecto a quien faltare la existencia, esto es, a quien faltare una perfección, que en concebir una montaña sin valle. ... no puedo concebir a Dios como inexistente, se infiere que la existencia es inseparable de él y, por tanto, que existe verdaderamente. Escuela y Liceo Elbio Fernández Prof. Fernanda González – Filosofía 2º BD
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Selección de texto: DESCARTES, René. (2004). Meditaciones Metafísicas. Buenos Aires. Editorial Gradifco SRL.
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