La creciente diversidad en América latina por y
Nuevas normativas, viejos dilemas
marina ariza orlandina de oliveira página 2
por
Las mujeres y los escenarios familiares en la Argentina
gioconda herrera mosquera página 8
Política
por
por
página 12
Sociedad
Latinoamérica, el Brasil y el entorno global. Una expectativa moderada
dora barrancos
Claroscuros de la sociedad argentina
juan gabriel tokatlian
por
página 20
gabriel kessler página 26
Historia ¿Carne o pescado? La comida porteña desde la arqueología por
daniel schávelzon página 32
www.revistatodavia.com.ar
Aurora 1982
LA CRECIENTE DIVERSIDAD EN AMÉRICA LATINA ampliadas, extendidas, nucleares, encabezadas por mujeres, uniones de visita: diferentes trayectorias y experiencias sociales influyen en las variadas formas de organización familiar de la región.
por marina
ariza
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, iisunam
y
orlandina de oliveira
Investigadora del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, colmex
Artista invitada
marcia schvartz
D
esde finales del siglo XX las familias y los hogares latinoamericanos han atravesado importantes transformaciones; en medio de estos cambios, muestran hoy una gran diversidad, en los distintos países de la región e incluso dentro de cada uno de ellos. Según los especialistas, los hogares (o unidades domésticas) se definen como grupos residenciales conformados por un conjunto de personas –ligadas o no por lazos de parentesco– que comparten la vivienda, un presupuesto común y una serie de actividades imprescindibles para la reproducción vital de sus miembros. Las familias, en contraste, se constituyen solo a partir de relaciones de parentesco, establecidas, o no, legalmente, y no conviven necesariamente en la misma casa. No obstante esta diferenciación analítica, familia y unidad doméstica son conceptos que se superponen y complementan. Mucho se ha escrito sobre las transformaciones y la diversidad de las familias en la región. De acuerdo con algunos analistas, el proceso de formación y disolución familiar viene experimentando cambios paulatinos. La edad de la unión conyugal se ha incrementado levemente, así como también las separaciones, los divorcios y
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El patrón afrocaribeño de formación familiar anida en sólidas raíces histórico-culturales, y es un factor importante en la constitución de los hogares de jefatura femenina.
las uniones consensuales o de hecho, como se suelen denominar los vínculos conyugales no legalizados. Las modificaciones han sido mayores en cuanto al tamaño, la composición y la jefatura de los hogares: mientras el número de personas que componen el hogar se redujo, la jefatura femenina se expandió. Las familias nucleares tradicionales, integradas por un jefe varón proveedor exclusivo y la esposa –madre y ama de casa–, perdieron importancia relativa. Vale la pena destacar que tales transformaciones son el resultado tanto de tendencias demográficas y socioculturales de largo aliento, como de cambios socioeconómicos más recientes. En términos sociodemográficos, el descenso de la fecundidad y la mortalidad, el aumento de la esperanza de vida al nacer y el envejecimiento de la población, forman parte de la primera transición demográfica, proceso con consecuencias decisivas para la vida familiar. La disminución sostenida de los niveles de mortalidad propició el aumento de la esperanza de vida al nacer y el envejecimiento de la población. A su vez, a medida que la esperanza de vida al nacer se incrementa y la duración de la vida en pareja se prolonga, crece el riesgo de disolución conyugal, ya sea por viudez o separación, y se eleva en consecuencia la oportunidad de conformar hogares unipersonales o de contraer segundas o terceras nupcias. Este fenómeno se ha producido en la mayoría de los países de la región, aunque sobre todo en aquellos que iniciaron primero la transición demográfica (la Argentina y el Uruguay). Por otra parte, a partir de los años sesenta del siglo pasado, la expansión del uso de anticonceptivos hizo posible la caída de la fecundidad, tendencia que –junto a la migración interna e internacional– contribuyó a la disminución del tamaño de las familias. Los procesos de formación y disolución conyugal experimentaron cambios, especialmente en los sectores sociales medios de los países que habían culminado la primera transición demográfica e iniciado la segunda: la Argentina, Chile y el Uruguay. La llamada segunda transición demográfica –que se manifiesta en el incremento de las uniones de hecho, la reducción del número de matrimonios, cierto retraso en la edad de unión en las mujeres y mayor disolución conyugal– involucra un proceso más general de transformación sociocultural relacionado con el aumento de la escolaridad, la separación entre sexualidad y reproducción, la participación económica femenina y la emergencia de nuevas imágenes sociales de ser hombre o
Familia tipo 1978
mujer. Han tomado forma proyectos de vida más autónomos para las mujeres, centrados en su realización personal, y nuevas masculinidades fundadas no solo en el rol de proveedor económico, sino en el ejercicio de una paternidad más activa y cercana a los hijos. En este punto, es necesario destacar la contribución de los movimientos feministas al debilitamiento de la legitimidad de los esquemas familiares tradicionales. En aquellas sociedades que se encuentran en etapas menos avanzadas de la primera transición demográfica –como las de Honduras y Nicaragua, por ejemplo–, o incluso en algunas de mayor avance –como las del Brasil y México–, resulta más difícil deslindar el sentido de los cambios recientes en cuanto al proceso de formación y disolución familiar. El aumento de las uniones de hecho y el leve retraso en la edad de la unión en las mujeres, pueden tener diversas interpretaciones según el sector social de pertenencia. En una parte de los sectores medios y altos podría responder a la creciente escolaridad, la mayor autonomía femenina o al surgimiento de visiones de género más igualitarias; mientras que en la mayoría de los sectores bajos empobrecidos –sin excluir situaciones de mayor autonomía femenina– es más factible que dichas transformaciones se relacionen con arraigadas pautas culturales en un contexto de constante deterioro de los niveles de vida. Las dificultades que enfrentan los jóvenes de estos sectores sociales para ingresar al mercado de trabajo, sumadas a la contracción de los salarios y la escasa cobertura de la seguridad social, podrían, en algunos casos, contribuir hipotéticamente a retrasar la edad de la unión. En un conjunto de países (América Central y el Caribe), el peso de las tradiciones culturales en la formación de uniones de hecho no es nada desdeñable. Sin lugar a duda, procesos socioeconómicos tales como la reestructuración productiva y las reiteradas coyunturas económicas recesivas han repercutido profundamente en el ámbito laboral y familiar. Ante un escenario de creciente precarización del mercado de trabajo, de desprotección laboral y pérdida del poder adquisitivo de los salarios, las familias han respondido incrementando la participación económica de sus integrantes. Este aumento descansa principalmente en la participación económica femenina, a la que han contribuido también la reducción sostenida de la fecundidad, la ampliación del sector de servicios y el afianzamiento de las inTODAVÍA 5
dustrias de exportación. La mayor presencia de las mujeres en el mercado de trabajo ha propiciado, a su vez, modificaciones en la composición de los hogares. A pesar de haber experimentado transformaciones importantes en su composición interna, las familias nucleares siguen siendo predominantes en la región. Sin embargo, el modelo familiar tradicional –nuclear biparental con hijos– ha perdido vigencia en términos relativos en todos los países, sobre todo en la Argentina, el Uruguay, el Brasil y México. Nos movemos gradualmente de un esquema de organización familiar con predominio del modelo jefe varón proveedor único-mujer ama de casa, cuyo salario alcanza a cubrir las necesidades familiares, a otro de dos o más proveedores. En conjunto, la importancia relativa de las familias nucleares biparentales con hijos en las que la esposa no trabaja disminuyó consistentemente en la región, aunque siga siendo el modelo de familia nuclear más frecuente. La segunda forma de organización familiar más común en el universo de los hogares nucleares es la de la pareja con hijos en la que la esposa trabaja. Es importante remarcar que la mayor participación económica femenina y el aumento de las familias de dos o más proveedores no han estado acompañados de una clara reorganización del trabajo doméstico y de cuidado. En la mayoría de los sectores sociales –pero más aún en los de situación económica precaria– la esposa continúa siendo la responsable de la realización (o supervisión) de las tareas domésticas y la provisión del cuidado. Las familias extensas, padres, hijos y otros parientes, y las compuestas, que incluyen la presencia de no parientes, presentan variaciones importantes entre los distintos países: aumentan en unos casos y conservan su peso relativo en otros. Este tipo de familia alcanza una mayor preeminencia en Centroamérica (Honduras, El Salvador y Nicaragua), pero es también importante en República Dominicana y Venezuela. Los especialistas interpretan la persistencia de las familias extensas como el resultado de múltiples factores: culturales, demográficos y económicos. Entre los elementos decisivos se señalan la prevalencia de uniones de hecho y de pautas residenciales matri o patrivirilocales, es decir, cuando una pareja reside en la casa de los padres de alguno de ellos. Las
sociedades con mayor peso de uniones de hecho suelen tener una mayor presencia de familias extensas o compuestas; y, viceversa, las de menor presencia de hogares complejos poseen porcentajes más bajos de este tipo de unión conyugal. Desde otra línea de reflexión, se afirma que la frecuencia de los hogares extensos puede constituir una respuesta a las crecientes necesidades económicas. Efectivamente, contar con miembros adicionales puede representar una ayuda valiosa a la hora de realizar labores domésticas u obtener recursos monetarios complementarios, tan escasos en estos tipos de hogares. El aumento de la jefatura femenina es otro cambio consistente a lo largo de la región. Esta categoría engloba una diversidad de situaciones: madres solteras o separadas, mujeres viudas, jóvenes solteras con elevada escolaridad. En la conformación de estos hogares, de por sí heterogéneos, confluyen factores de diversa índole. Entre los aspectos demográficos sobresalen el incremento diferencial por sexo de la esperanza de vida al nacer y la menor frecuencia de nuevos casamientos entre las mujeres viudas, separadas o divorciadas, con relación a sus pares masculinos. En efecto, la presencia de familias encabezadas por mujeres es importante en las sociedades de transición demográfica muy avanzada (la Argentina y el Uruguay), y alcanza cifras elevadas en el Caribe y América Central. En esta región, el patrón afrocaribeño de formación familiar anida en sólidas raíces histórico-culturales, y es un factor importante en la constitución de los hogares de jefatura femenina. En el contexto de estos países, las denominadas uniones de visita son formas de organización familiar no legales (de hecho) en las cuales los cónyuges comparten la vida sexual y afectiva y la crianza de los hijos, pero no la misma residencia. Dichas uniones son a veces el modo de iniciar la vida de pareja, y una parte de ellas se legaliza con posterioridad. Dentro de estas familias la procreación garantiza a las mujeres la posibilidad de asumir algún día la jefatura del hogar, posición de alta estima social. En varios países de la región, el aumento de los hogares encabezados por mujeres se asocia a la alta inestabilidad conyugal de las uniones corresidenciales. Sería necesario ponderar también el papel de la violencia doméstica en la creciente jefatura femenina.
En varios países de la región, el aumento de los hogares encabezados por mujeres se asocia a la alta inestabilidad conyugal de las uniones corresidenciales. Sería necesario ponderar también el papel de la violencia doméstica en la creciente jefatura femenina. 6 TODAVÍA
A Luis 1979
Se puede afirmar, entonces, que la presencia de hogares de jefatura femenina es el producto de la confluencia de aspectos de carácter histórico-cultural, como el peso de la población de origen africano, de las pautas de formación y disolución familiar predominantes en cada sociedad y de factores de índole socioeconómica y demográfica (emigración masculina a gran escala). El inusitado dinamismo adquirido por las migraciones internacionales en el contexto de la globalización, sumado a la diversificación de los lugares de destino de la migración latinoamericana, han contribuido a la proliferación de familias transnacionales. Se trata de arreglos familiares no corresidenciales, en los que la reproducción y el cuidado se llevan a cabo en el espacio social entre varios estados nación, a pesar de las fronteras políticas. En los países que transitan por las etapas más avanzadas de la primera transición demográfica o que han iniciado la segunda, la secularización de la sociedad, los niveles crecientes de urbaniza-
ción y escolarización y la participación económica femenina han contribuido indirectamente al aumento de las familias de jefatura femenina al brindar condiciones favorables para la autonomía de las mujeres. En tales casos, la jefatura puede ser más el resultado de una elección individual que una situación residual producto de otros procesos sociales. En ciertas circunstancias, llega a constituir también un espacio de autoridad alcanzado en fases avanzadas del ciclo vital. En síntesis, las transformaciones señaladas, algunas todavía incipientes, apuntan hacia modelos de organización más flexibles, menos tradicionales y hacia la pluralidad de formas familiares que desmienten la idílica visión de la familia nuclear tradicional como el modelo por excelencia de nuestra región. En esta dirección se enmarca también la reciente legalización de las uniones de personas del mismo sexo en unos pocos países de América latina. n TODAVÍA 7
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La madre
por gioconda
1976
herrera mosquera
Doctora en Sociología, profesora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, flacso ecuador
NUEVAS NORMATIVAS, VIEJOS DILEMAS Reflexiones a partir de la experiencia ecuatoriana el reconocimiento constitucional de diversos tipos de familia amplía la mirada y posibilita nuevos sentidos y prácticas alternativos a un “modelo tradicional”, instalado como un mito que desconoce conflictos y desigualdades.
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n 2008, la nueva Constitución ecuatoriana formaliza en su normativa la existencia y protección de diversos tipos de familias, constituidas a partir de vínculos de hecho o de derecho, realidad que por supuesto no era nueva, pero que hasta entonces no gozaba del reconocimiento del Estado. ¿A qué respondió este giro? ¿Expresa cambios en las estructuras familiares o más bien se trata de transformaciones en nuestro imaginario sobre qué es una familia? ¿De qué manera estas nuevas realidades contribuyen a disputar los sentidos de la familia en la sociedad? Los y las historiadoras en América latina nos han enseñado que el paradigma hegemónico de familia patriarcal, en la colonia, y luego, el nuclear moderno-occidental, no se aplicaban a la gran diversidad de tipos de relaciones presentes en la realidad social de la región, sino que más bien respondían al modelo de los estratos dominantes. Estos esquemas, sin embargo, como señala David Robichaux, se fueron convirtiendo en mitos sobre el supuesto origen mediterráneo de la organización familiar en Latinoamérica. Mitos que descuidaron la profunda estratificación social que permea las distintas formas de familia y de arreglos conyugales existentes. Pero, esta diversidad de prácticas no se corresponde con los discursos normativos que so-
bre la familia han estado presentes en las legislaciones, los sistemas educativos, y en general en el sentido común de nuestras sociedades. En consecuencia, el señalado reconocimiento en la Constitución ecuatoriana de 2008 constituye una transformación interesante en el imaginario del deber ser de la sociedad ecuatoriana. ¿De qué forma una sociedad como esta, que fácilmente penaliza y patologiza diversos tipos de familia como desviaciones sociales, llegó a consensuar una nueva concepción en sus normas? En este artículo me interesa más que nada reflexionar sobre qué clases de sentidos han surgido en torno al reconocimiento de las familias diversas en el contexto ecuatoriano. En mi opinión, la confluencia de dos actores sociales fundamentales, el movimiento de defensa de los derechos de los migrantes y el movimiento de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales ecuatoriano (LGBT), hizo posible estos cambios. Precisamente lo que ocurre con las familias migrantes constituye un ejemplo de la discusión más general sobre el reconocimiento o la negación de la existencia de familias diversas en el país, que fue motivo de acalorados debates en la Asamblea Constituyente de 2007 y que, luego, se ha convertido en un caballo de batalla para algunos grupos conservadores, al igual que en muchos otros lugares de América latina. Es decir, TODAVÍA 9
las tensiones respecto de la familia migrante en realidad reflejan una disputa entre diversos sentidos del concepto de familia en la sociedad ecuatoriana contemporánea. Las discusiones y la confluencia de los actores mencionados no son casuales. Tienen que ver con el éxodo ocurrido a finales del siglo anterior, que provocó en un país pequeño como el Ecuador una serie de repercusiones sociales y culturales, y que, entre otras, generó lazos transnacionales entre familias separadas por la migración. Al mismo tiempo, la defensa de los derechos de la población LGBT surge, en parte, como respuesta de la sociedad civil interesada en las cuestiones de género, frente a un proceso de institucionalización del movimiento feminista y de mujeres.
discursos, sentidos y realidades
La familia es una institución social cuyos sentidos son frecuentemente disputados, en especial en tiempos de transformaciones sociales rápidas. Ideas y discursos sobre su desintegración tienden a proliferar a la hora de diagnosticar sus cambios y, de allí, con facilidad se derivan representaciones sobre la situación de riesgo y la vulnerabilidad de sus integrantes. Más aún, en varias ocasiones las imágenes sobre la crisis de las familias como un hecho privado oculta y suplanta un examen de la situación en términos estructurales –léase de sus condiciones sociales y económicas– y del rol del Estado y las instituciones públicas en su bienestar o malestar. En la concepción liberal de la familia, esta se constituye en un espacio privado que, por su carácter separado del mundo de la deliberación política y de las interacciones económicas, constituye un refugio frente a los embates del mundo exterior. Esto alimenta la ilusión de que estamos ante una institución estable, con poco movimiento, que permanece en el tiempo mientras se producen cambios vertiginosos en la esfera de lo “público”. Pero, difícilmente se articula lo que sucede en el interior de las familias con otras dimensiones de la vida social. Así, poco sabemos de su diversidad, su composición, la organización social de las actividades reproductivas, sus potencialidades, vulnerabilidades y conflictos. Más bien la idea que predomina en el imaginario social y en la norma es la de un solo tipo de familia nuclear, biparental, monogámica, permanente en el tiempo y fija en el espacio. Por el contrario, las familias siempre están en constante transformación, actuando y reaccionando frente a los cambios de las demás estructuras sociales con las cuales se hallan íntimamente relacionadas y se caracterizan, como muchas otras instituciones sociales, por las desigualdades que atraviesan su misma existencia. Así, no solo hay muchos tipos de familias, sino que cada vez más una misma persona puede experimentar y vivir en varios tipos durante su vida: crecer en una familia monoparental, formar una biparental, acudir a estrategias de familias extendidas en tiempo de crisis y otras combinaciones más. Este aspecto temporal es fundamental para entender y colocar en su real dimensión los impactos que producen los entornos familiares en las personas y no caer en estigmatizaciones. A esto se puede sumar también un aspecto espacial. En efecto, con mucha 10 TODAVÍA
facilidad se considera que la familia es una institución cuyos miembros comparten el mismo lugar. Por ejemplo, la legislación ecuatoriana supone esta condición al establecer la residencia compartida como uno de los requisitos de la sociedad conyugal, con lo que desconoce, entre otras, las experiencias de migración interna e internacional que por largos años se han producido en el país. Por último, otra cuestión fundamental a la hora de observar los cambios en las familias tiene que ver con sus dinámicas internas. En efecto, las atraviesan relaciones de poder que suponen conflictos y negociaciones permanentes entre sus miembros, tanto de género como generacionales. La división de tareas entre los sexos y la distribución del trabajo remunerado y no remunerado entre sus integrantes expresan estas relaciones en el ámbito reproductivo y se vinculan estrechamente a la organización social del cuidado. A su vez, esta última no solo depende de las familias, aunque culturalmente así se presuponga, sino que se entrelaza con el Estado y el mercado, y entonces queda de nuevo al descubierto la articulación de las dinámicas familiares con otros procesos económicos y sociales. Pero más allá de los cambios profundos que puedan haber experimentado las familias que parten, la migración ha impactado en el
imaginario de la sociedad ecuatoriana y ha servido de espejo para pasar revista a muchos temas como la identidad, las ausencias, la debilidad o fortaleza de los vínculos sociales. Cada una de estas cuestiones implica la discusión sobre las familias, su papel de cimiento de las sociedades, su rol en la socialización de las personas, su fragilidad. Estos discursos han circulado de diferente manera, a través de historias sobre éxitos y fracasos, abandonos y reencuentros. Entre estas narrativas, presentes tanto en medios impresos como audiovisuales, e incluso en manifestaciones artísticas –teatro, cine, fotografía, novelas– los temas de la ausencia y las separaciones han predominado teniendo como telón de fondo una serie de construcciones sociales sobre las familias, su desintegración y su vulnerabilidad. Estos relatos han copado también el debate en el terreno de las políticas públicas: la migración ha sido vista como el símbolo de la crisis y la desintegración familiar, como una de sus nefastas consecuencias. Asimismo, se han reactivado mensajes estigmatizadores sobre la responsabilidad de las familias y especialmente de las madres en el cuidado de sus hijos e hijas, que se hacen eco de una construcción histórica centenaria de las políticas sociales en el país, referida a la díada madre-hijo y el maternalismo social. Sin embargo, aunque han predominado los discursos tradicionales sobre la desintegración familiar, la experiencia migratoria permitió catapultar la discusión política con relación a los distintos tipos de familias. A pesar de las fuertes reacciones por parte de sectores conservadores que todavía idealizan la familia nuclear patriarcal, fueron precisamente las realidades sociales de la migración, como experiencias múltiples y ambiguas que marcaron al conjunto del país, las que coadyuvaron a considerar en el debate político otros tipos de familias: las transnacionales, las uniones de hecho y también, causando mucho más controversia, las homosexuales. En efecto, durante la Asamblea Constituyente de 2007, como producto de un proceso de cabildeo de varias organizaciones de defensa de los derechos de los migrantes, se insertaron cincuenta y ocho artículos relativos a la migración, entre los cuales está el
Pizzería 1976
reconocimiento a las familias transnacionales y la protección de sus derechos. Las discusiones específicas sobre éstas fueron llevadas a cabo en alianza con sectores que trabajaron por la defensa de los derechos de la población LGBT, quienes, bajo el paraguas de la diversidad de familias, también buscaban garantizar un marco mínimo de respeto a sus demandas y derechos, por ejemplo, el reconocimiento legal de la unión de hecho entre parejas del mismo sexo. La mención en la Constitución de 2008 implica un paso importante para que cobre existencia legal. Pero hace falta todavía que el propio Estado plasme políticas concretas que, necesariamente, ayuden a visibilizar la organización transnacional de las familias, las familias de un mismo sexo, los vínculos a la distancia que se tejen, se componen y se descomponen con la migración internacional. Es decir, la existencia de las familias transnacionales como motores de la organización social del cuidado no es todavía reconocida y menos aún la necesidad de imaginar políticas que incluyan estas prácticas. En parte, esto parece estar relacionado con la ausencia, en el discurso y las políticas del Estado, de la experiencia de las mujeres migrantes, sus problemas y vivencias. Como si la figura fija de la madre, tan arraigada en las construcciones sobre la familia y la nación impidiera la enunciación de la experiencia legítima de las maternidades transnacionales. Así, su tímida aparición en el discurso del Estado es una ventana de oportunidad para disputar los sentidos que las distintas capas del poder estatal construyen sobre la maternidad, los diversos tipos de familias, entre ellos, la migrante. El ejercicio de desmontar estos significados puede contribuir a modificar el orden de género que subyace en la organización social del país y posicionar con más fuerza el reconocimiento de la diversidad de familias. Pero no es suficiente con desarmar los sentidos naturalizados sobre la familia, hay que avanzar hacia la transformación de las representaciones. En ese sentido, es importante reconocer que a pesar de que este cambio no constituye todavía un discurso hegemónico, ya circula en los corredores del poder estatal y puede potenciar un uso simbólico de la norma a la hora de reivindicar los derechos de las familias. n
Las familias siempre están en constante transformación, actuando y reaccionando frente a los cambios de las demás estructuras sociales con las cuales se hallan íntimamente relacionadas y se caracterizan, como muchas otras instituciones sociales, por las desigualdades que atraviesan su misma existencia. TODAVÍA 11
por dora
barrancos
Cortando la cebolla 1977
Profesora Consulta UBA, investigadora principal, conicet
LAS MUJERES Y LOS ESCENARIOS FAMILIARES EN LA ARGENTINA desde aquellos años en los que el futuro era un “buen matrimonio” pautado por otros, la huida del hogar o el convento, las mujeres pudieron abrir otros caminos, otros destinos, otros dilemas. ¿cómo vincular estos giros a los cambios de las familias?
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esde hace aproximadamente dos décadas, hemos podido acrecentar los escenarios históricos con diversos episodios de la vida de las mujeres, una tarea que congregó a muy distintas oficiantes y cuya producción ha permitido ir completando las negligencias del pasado, aunque quede mucho por hacer. Intentaré mostrar a grandes trazos la evolución de la condición de las mujeres y de las relaciones de género –relaciones que podemos definir como las que vinculan a varones y mujeres en cada momento histórico–. Las comunidades indígenas fueron muy diversas en nuestro territorio y aunque todavía contamos con escasas indagaciones, puede inferirse que en ningún caso hubo términos de igualdad entre los sexos, lo que no significa que en algunas experiencias no se produjeran ciertos reconocimientos. En oportunidades, sin duda excepcionales, hubo jefaturas femeninas, pero parece incontestable que los varones ocupaban los cargos y funciones de mayor prestigio, y que las mujeres les debían obediencia. Sin duda, en algunas tribus las mujeres realizaban tareas que iban más allá de lo que denominamos “trabajo reproductivo”, esto es el trabajo imprescindible para el mantenimiento de las condiciones de sobrevivencia, me refiero sobre 12 TODAVÍA
todo a funciones sanitarias y religiosas. La conquista española significó la creación de toda clase de leyendas sobre los comportamientos nativos, su visión fue casi siempre antojadiza, teñida por completo de prejuicios, especialmente en materia de sexualidad, aunque es bien sabido que uno de los aspectos más redundantes del comportamiento de los conquistadores fue el abuso sexual. La colonia representó un sistema de sometimiento indígena a través de diversos mecanismos, como el de la encomienda, prerrogativa concedida a los españoles por la corona para que pudieran servirse de su trabajo. Las mujeres indígenas no solo servían a las familias de los encomenderos en tareas domésticas, ya que muchas veces debían realizar actividades de labranza y cuidado de animales, por citar los trabajos más comunes. Cuando decimos “encomenderos” debe pensarse que no pocas mujeres quedaban al frente de esas empresas por muerte del marido titular, aunque había restricciones en el traspaso de la encomienda. En la región salteña, en algún momento fue una mujer la principal encomendera, pero esto no significa, en absoluto, que las mujeres españolas tuvieran las mismas prerrogativas que los varones connacionales. Durante
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el período colonial, el patriarcado tuvo una vigorosa expansión, las jefaturas masculinas resultaron indiscutibles en materia familiar, social y política. Las mujeres debían completa obediencia a sus padres y luego a sus maridos. Era moneda corriente el casamiento precoz de las muchachas –al inicio de la adolescencia en muchos casos–, con varones que, por lo general, las doblaban en edad y que, dependiendo del grupo social, tenían muchas exigencias en materia de dote. El instituto de la dote significaba que, al momento de casarse, la familia de la novia entregaba diversos recursos que iban desde dinero contante y sonante y bienes raíces, hasta vestidos, muebles y joyas. Las familias de la elite colonial en el Río de la Plata no gozaban de la holganza de sus iguales en el Perú a causa de la 14 TODAVÍA
disponibilidad de oro y plata de estas últimas. Dificultades con la dote fueron a menudo la razón de que algunas hijas ingresaran a la vida religiosa, una salida más que decorosa entre los siglos XVI y XVIII. Pero en todos los lugares de dominio español se crearon barreras casi intrasponibles entre los grupos sociales más elevados y los más bajos de la sociedad, y además, las normas establecían que no podían mezclarse las razas ni los orígenes religiosos. La “limpieza de sangre” obligaba a que las familias de los contrayentes averiguaran fehacientemente que no había impedimentos raciales ni religiosos para establecer el vínculo. Muchas veces, el conocimiento tardío de que se había falseado uno de estos datos llevaba a solicitar la anulación del matrimonio ante el fuero religioso. Fue
Plática 1978
Las socialistas –cuyo partido se había fundado en 1896 en nuestro país–, estuvieron entre las primeras adherentes de la nueva corriente que había surgido a mediados del XIX abogando por los derechos de las mujeres, porque se las reconociera ciudadanas en paridad con los varones.
absolutamente corriente el casamiento “arreglado” entre las familias, pues casi siempre se trató de que la conveniencia orientara la empresa de matrimoniar a las muchachas. El interés pudo no ser solo económico, pues cabe admitir que muchas familias apetecían valores simbólicos, deseaban incrementar poder, o cuando menos, consideración. La potestad del padre –según los ordenamientos del siglo XVIII–, alcanzaba hasta los 25 años, por lo tanto hasta esa edad era menester contar con su autorización. Para las díscolas, la situación no se hacía nada fácil, y las alternativas eran solicitar el amparo de alguna figura potente que las comprendiera e iniciar con ese apoyo un juicio “de disenso” –generalmente largo–, pactar un rapto con el amado o convertirse en monjas. El período que se abrió con la Revolución de Mayo fue una “crisis continua”, primero con la guerra revolucionaria y más tarde merced al enfrentamiento civil, pero no hay dudas de que permitió una cierta movilidad de las mujeres. Me refiero a que no pocas participaron activamente en esos acontecimientos. El espíritu descolonizador también se expandió gracias a la acción femenina, cuya opinión pudo transmitirse tanto en tertulias hogareñas como en las actividades de los salones literarios a cargo de mujeres. Las movilizaciones bélicas contaron con muchas de ellas, y algunas se consagraron como notables combatientes y hasta alcanzaron órdenes militares. Pero en buena parte se hicieron cargo de sus hogares con inmensos sacrificios, debido al gran número de hijos, a las vicisitudes a causa de enfermedades y muertes –piénsese en la pérdida de niños pequeños–, y a la necesidad de sustituir a los varones envueltos en guerras. Mujeres de familias patricias perdieron estabilidad económica (aunque es difícil que siempre la hubiera habido) y tuvieron que realizar tareas domésticas extra para subsistir, de la misma manera que estaban acostumbradas a hacerlo buena parte de las mujeres de los sectores populares –productoras de dulces y confituras, cuando no se desempeñaban como amas de leche, cocineras, lavanderas o costureras–. Las ocupaciones femeninas eran muy variadas según la región, a
veces hasta realizaban tareas “impropias del sexo”, como oficiar de boyeras y estar a cargo de postas en donde se cambiaban los animales empleados en los largos trayectos. Nunca faltó entre las mujeres opinión política y toma de posición a favor o en contra de Rivadavia, Rosas o cualquier otro caudillo.
de la “inferioridad institucionalizada” al protagonismo en las luchas sociales A mediados del siglo XIX había aumentado un poco el número de las alfabetas –generalmente educadas en los propios hogares– y ya se distinguían, entre los grupos mejor situados, letradas que hacían una diferencia con el pasado. El período institucional que siguió a Caseros, que procuraba la definitiva implantación republicana, forjó la normativa civil que significó una involución para las mujeres. En efecto, en 1869 se sancionó el Código Civil que estableció su inferioridad jurídica, imponiendo la tutoría del marido. Las mujeres no podían educarse, profesionalizarse o trabajar sin su consentimiento, estaban inhibidas de gerenciar sus bienes y tampoco podían testimoniar en juicio sin el permiso del cónyuge. Se trataba de un ordenamiento que copiaba en buena medida el Código de Bonaparte de 1804 que tuvo enorme recepción en nuestros países. El siglo XX se abrió paso iluminado por diversos faros de modernidad y entre estos asomaron las tempranas huestes del feminismo. Las socialistas –cuyo partido se había fundado en 1896 en nuestro país–, estuvieron entre las primeras adherentes de la nueva corriente que había surgido a mediados del XIX abogando por los derechos de las mujeres, por que se las reconociera ciudadanas en paridad con los varones. Alicia Moreau hizo un recorrido notable. También fueron feministas nuestras primeras egresadas universitarias, las médicas Cecilia Grierson y Elvira Rawson, y no pocas “librepensadoras” se sumaron al reclamo de los derechos de las mujeres. En 1910 tuvo lugar el primer Congreso que las reunió, en el que solicitaron diversos derechos, especialmente igualdad TODAVÍA 15
jeres, a propósito de la convicción, hasta el fanatismo, de que había que sostener la política de su esposo. Sin ninguna adhesión feminista, más bien lo contrario, Evita empujó a las mujeres a la escena pública con mengua de la proverbial atención de la vida hogareña. Sin duda se trató de una actitud paradójica: mientras se aseguraban los viejos valores del maternaje y la responsabilidad doméstica, se clamaba por “abandonar todo, hasta la vida, por Perón”. El éxito de su empresa fue notable, con la obtención del voto femenino en 1947 y la creación del Partido Peronista Femenino, que consiguió, en 1951 –primera oportunidad en que las mujeres votaron– un considerable acatamiento de las votantes al régimen y la obtención del casi 30% de los escaños para las seguidoras del peronismo. Debe señalarse, además, otro dato sustancial durante el peronismo: la ampliación de las oportunidades educativas en la escuela secundaria para una enorme cantidad de adolescentes, en especial para las mujeres en todo el país.
jurídica, educación, protección a las madres pobres, sufragio. En 1919 ingresó el primer proyecto de sufragio en el Congreso de la Nación. Durante la década de 1920 la condición femenina sufrió algunos cambios, tales como una mayor incorporación al mercado laboral y, especialmente, un cierto aflojamiento de la moral sexual. El modelo patriarcal sufría pequeñas averías después de la Gran Guerra, con un asomo de mayor libertad, y una de sus evidencias era el cambio de la moda, sobre todo el acortamiento de las polleras y de los cabellos. Algunos se asustaban ante esas transformaciones, teniendo en cuenta que varios países ya consagraban el sufragio femenino. Pero también entre nosotros, los cambios sumaban nuevos conjuntos de mujeres a las demandas de derechos, de modo que en 1932 la Cámara de Diputados por primera vez trató la ley del voto femenino, y aunque obtuvo la mayoría de los votos, el proyecto no consiguió ser tratado en la Cámara de Senadores. El peronismo abrió excepcionalidades en varias dimensiones de la vida nacional, pero la gran disrupción fue la figura de Eva Perón. Se ha discutido mucho su papel, pero es unánime el convencimiento de que fue la arquitecta de una inédita movilización de las mu-
Gol 1980
16 TODAVÍA
El posperonismo fue una larga encrucijada que, no obstante, exhibió cambios de gran significado para las relaciones de género. Las universidades se poblaron de mujeres y se modificó el mercado laboral, al que ingresaron miles y miles en muy disímiles tareas, aunque siguieron dominando –como había ocurrido en el pasado– las actividades del sector servicios. No hay duda de que la enorme mayoría se dedicó a diferentes tareas en esta área; las menos educadas formalmente, en los servicios personales, y las más profesionalizadas en la educación, la administración pública, la salud. No pocas muchachas se alinearon en las experiencias políticas radicalizadas y algunas se inscribieron en las organizaciones guerrilleras, aunque no se las reconocería como cuadros de conducción. Durante los años brutales del Terrorismo de Estado, frente a los secuestros, las desapariciones, los asesinatos y el robo de niños, fue un grupo de mujeres el que inició la más contundente resistencia, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Una vez más, la Historia las tenía como protagonistas decisivas. Con el retorno de la democracia y el resurgimiento del movimiento feminista, hemos conquistado un gran número de derechos, basta señalar el divorcio vincular, la patria potestad compartida, las reformas en la Constitución Nacional de 1994, que incorpora la Convención denominada CEDAW –sigla que significa Convención sobre todas las Formas de Discriminación contra la Mujer–, las
Las mujeres no podían educarse, profesionalizarse o trabajar sin su consentimiento, estaban inhibidas de gerenciar sus bienes y tampoco podían testimoniar en juicio sin el permiso del cónyuge.
Chusmeando 1977
modificaciones de las figuras penales que sancionaban el adulterio, la ley de cupo que garantiza un mínimo de 30% de participación femenina en las listas partidarias para los cargos representativos, la ley que permite el acceso libre a los anticonceptivos, la ley contra la violencia de género. El movimiento feminista ha contribuido también a la emergencia de nuevos movimientos, como las agencias pro derechos de las personas gay, lésbicas, trans, que han hecho posible el año pasado la sanción del matrimonio igualitario.
de cara a la diversidad de las familias Es necesario señalar que en los inicios de la acción reivindicadora de derechos por parte de quienes estaban afectados debido a sus orientaciones sexuales divergentes –movimiento que comenzó a andar de modo tímido en nuestro país a mediados de la década de 1960–, las posiciones militantes estaban muy lejos de adoptar el orden familiar como objetivo. En verdad, durante los años 1960 y 1970, las concepciones corrientes abjuraban de la organización familiar nuclear; se trataba de un modelo no solo inconveniente, debido a sus valores convencionales, sino que era una cantera despreciable en razón del inculcamiento de preconceptos y de la sórdida sociabilidad homofóbica que propiciaba. La familia estaba bajo la lupa en aquellos años, porque también las feministas habían abdicado de las conspicuas fórmulas maternalistas a ultranza del pasado. La “segunda ola” de militantes había cuestionado la “mística femenina” –tal como solicitó Betty Friedan, la notable líder feminista de los años sesenta–, y el centro de las críticas ponía en el foco la reducción hogareña y familiar de las mujeres. Sin embargo, durante los años noventa se observó que la vapuleada institución familiar en rigor no solo no se extinguió, sino que revivió aunque al precio de aceptar diversos moldes familiares que encontraron acomodación y legitimidad social. En efecto, ya no se trataba del viejo modelo de la conyugalidad nuclear –que en gran medida había sido una utopía de construcción burguesa–, sino de una multiplicidad de formas de “vida doméstica”, de unidades vinculares regidas por el afecto más que por la consanguinidad, tal como puede observarse en el vasto repertorio de las experiencias familiares que van desde la nuclearidad hasta el “ensamblaje”, donde las relaciones familiares tienen lazos de maternidad y paternidad que originan el conocido esquema de “los míos, los tuyos, los nuestros”. El término “familias”, esto es que comprende
una denominación plural, es el que cabe a nuestro tiempo. De allí que, en consonancia con las nuevas concepciones de pluralidad y multiplicidad de experiencias de familiaridad, también hayan aceptado formar parte de estas las parejas originadas en la diversidad sexual. Que exista un polimorfo conjunto de relaciones vinculares afectivas, prodigadoras de cuidados, de atención y de sostén mutuo, es una consecuencia de los logros de mayor soberanía de los individuos, una muestra de que se ha caminado un trecho importante en materia de prerrogativas que han cambiado el horizonte de la convivencia humana. Sin embargo, los derechos conquistados no aseguran todavía la completa ciudadanía de las mujeres, ni tampoco la de las personas que asumen géneros no canónicos y que, por lo tanto, sufren discriminación y limitación de oportunidades, sobre todo en la esfera laboral. Hemos recorrido un largo camino, pero todavía es muy extenso el que queda por hacer para ganar reconocimiento e igualdad. n TODAVÍA 17
Florista 1979
LA MIRADA DE MARCIA SCHVARTZ Autorretrato 1978
L
a mirada de Marcia Schvartz se fija en los bordes, su atención privilegia a los habitantes de los márgenes de la sociedad: personajes raros, lugares sórdidos, escenas fugaces. Aun antes de partir de Buenos Aires en el comienzo de la última dictadura militar, había elegido escenarios desprovistos de calidez y de tradición, como las pizzerías y los bares de una terminal de trenes, los colectivos o los recreos más populares. Marcia vivió siete años de exilio en Barcelona. Allí su mirada se detuvo en personajes y escenas tan marginales como misteriosos: desde los exiliados argentinos hasta las vecinas viejas del barrio gótico que transitaban el mercado y sacaban sus perros a pasear, los músicos ambulantes y los gitanos, prostitutas, travestis, jóvenes drogados en la plaza Real o en el Barrio Chino. Desde estos lugares ella parece estar siempre indagando con insistencia cuestiones vinculadas al género: las relaciones entre hombres y mujeres en la cama, la calle o los cafés. Personajes que dialogan, se miran, se besan, hacen el amor o se ignoran, constituyen una galería de preguntas lanzadas 18 TODAVÍA
a esa zona de fricción que son las parejas. Pero también indaga en la condición de las mujeres: las jóvenes viciosas o enamoradas, las amas de casa aburridas, las chismosas de barrio, las viejas malas, las brujas, las gitanas, las amigas. Las mujeres de ojos inocentes o asustados, las retraídas que esconden la mirada y las manos. Las que aman a sus perros o a sus novios, las que no quieren a nadie y se les nota en los ojos, las que lloran (por amor o por cebolla). Los retratos de Marcia son brutales y delicados. Es muy fácil reírse de los demás. Lo difícil es reservar un espacio a la piedad, la simpatía de uno mismo con el retratado. Ese juego de contrastes da una densidad tal a los personajes de Marcia que nunca terminan de convertirse en tipos caricaturescos, por más mordaz que sea su humor o más agudo resulte el sesgo de su mirada. A su modo, ella es profundamente humanista. n
L aura Malosetti Costa Este texto retoma algunos párrafos del artículo publicado en Marcia Schvartz, joven pintora, Artemúltiple, Buenos Aires, 2006.
TODAVÍA 19
POLÍTICA por juan
gabriel tokatlian
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella
Artista invitado
fabián burgos
20 TODAVÍA
LATINOAMÉRICA, EL BRASIL Y EL ENTORNO GLOBAL
Una expectativa moderada el centro del poder internacional parece desplazarse inevitablemente de occidente hacia oriente, y del norte hacia el sur. ¿podrán latinoamérica –y en particular, el brasil–, aprovechar esta situación y convertirse en un nuevo eje de influencia mundial?
P
ara comprender mejor el sistema global, algunas de sus manifestaciones principales y las alternativas disponibles para América latina, es importante remitirse a la crisis económico-financiera de 2008-2011. Esta crisis expresa, dinamiza y complejiza una redistribución del poder internacional. Y es esta su característica política más relevante.
Línea con espacio 2011
En efecto, nos encontramos ante la constatación del traslado del centro del poder de Occidente a Oriente, y de un reacomodo de la influencia desde el Norte hacia el Sur. El auge de Asia, que era una tendencia observable y previsible frente a la reaparición de China e India como actores dinámicos en la economía global, se ha acelerado y profundizado. Este resurgimiento asiático está acompañado por una inusual gravitación de los países del Sur en la economía política internacional. En ese sentido, América latina aparece como un potencial beneficiario de la difusión del poder en el plano mundial.
Ahora bien, lo anterior exige formularse dos preguntas básicas. Por un lado, ¿se asiste a un escenario eventualmente sereno y seguro? Y por otro, ¿los dividendos para nuestra región son idénticos para todos los países? En relación con el primer interrogante, cabe subrayar un dato crucial: toda redistribución de poder implica una pugna. Nadie pierde o gana poder de manera gratuita en el sistema internacional. Cuando el centro de poder se ha movido en el seno de Occidente, los costos han sido elevados. El fin de la hegemonía británica y el comienzo de la estadounidense generaron un difícil proceso de ajuste y conflictividad. Es de esperar, en consecuencia, que la mutación de poder de Occidente a Oriente no esté exenta de disputas y tensión. No se trata de forzar una analogía inexorable, sino de observar el pasado como modo de eludir su repetición. En ese contexto, hay tanto elementos inquietantes como alentadores. Por una parte, en Asia se ha producido en las últimas décadas el mayor número de casos de proliTODAVÍA 21
POLÍTICA
feración nuclear. Además, es relevante observar que el principal poder (r)emergente de Asia –China– muestra en los últimos años severos problemas sociales internos: se han incrementado las protestas y el desorden público, se ha agudizado la desigualdad, ha aumentado el delito y se ha ampliado la brecha de ingresos ruralurbana. A su vez, el papel de los Estados Unidos es de enorme impacto: Washington puede entorpecer el sensible equilibrio de poder en el este de Asia. Por otra parte, hay factores moderadores. Si se toman en consideración los últimos ciento cincuenta años, se comprueba que Occidente ha sido más bélico e inestable que Oriente. Si bien esto no quiere decir que en Oriente no haya habido competencia, que Japón no haya sido, en su momento, un violento actor revisionista y que no hayan existido guerras entre varios países, los niveles de belicosidad han sido más altos y virulentos en Occidente. Adicionalmente, el ascenso de China en el último cuarto de siglo ha tenido connotaciones más pacíficas que revisionistas y no ha implicado una amenaza para la paz y la seguridad internacionales. Por ejemplo, y a modo de indicador de su relativo ajuste a las “reglas de juego” y de su ponderación en el uso de un instrumento diplomático de poder, China es el miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU que menos ha recurrido al veto: apenas siete veces (2,66% del total) frente a 125 22 TODAVÍA
de la Unión Soviética/Rusia, 82 de Estados Unidos, 32 de Gran Bretaña y 18 de Francia. En ese marco, los países vecinos a China han desplegado una variedad de estrategias para incidir sobre dicho ascenso, no tanto para impedirlo o transformarlo, sino para canalizarlo a los fines de reducir la incertidumbre política, asegurar la flexibilidad diplomática y afianzar los beneficios económicos. Por último, han surgido nuevos modos de articulación regional que, en el campo de la seguridad, pueden tener efectos provechosos. Por ejemplo, la Organización de Cooperación de Shanghai (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán), creada en 2001 y a la que se sumaron miembros observadores (India, Irán, Mongolia y Pakistán) y socios para el diálogo (Bielorrusia y Sri Lanka), se ha constituido en un foro significativo que pretende generar confianza mutua y estabilidad regional. Esto, a su vez, apunta a limitar la potencialidad de una intervención estadounidense directa en los linderos de China y Rusia, en particular. Lo dicho, al mismo tiempo, remite a una cuestión esencial: de qué manera manejar y moderar el power shift de Occidente a Oriente. Frente a lo primero, sería indispensable contar con regímenes mundiales densos, instituciones internacionales efectivas y acuerdos moderadores entre los actores principales. Por el momento, ello no parece muy próximo. La resistencia de diverso tipo a
Sin título 2004
modificar el Consejo de Seguridad de la ONU es un ejemplo elocuente en esa dirección. Las sugerencias acerca de nuevas opciones de gobernabilidad internacional al estilo del Concierto de Europa del siglo XIX –desde el limitado G-2 (Estados Unidos-China), al G-5 (Estados Unidos-Unión Europea-Japón- China-India), al G-20 existente, a “conciertos regionales” (en América, Europa y Asia, siempre con la presencia clave de Washington)– ponen en evidencia la dificultad de avanzar en la construcción de regímenes más consensuales y eficaces. Respecto del segundo interrogante en torno a los beneficios generales o particulares para América latina de la creciente prominencia del Este y del Sur en comparación con el Oeste y el Norte, la respuesta debe ser necesariamente tentativa. Por ejemplo, para todos los países de la región, la primera década del siglo XXI implicó, gracias al auge de Asia, la posibilidad de conocer tasas de crecimiento altas y soste-
Sin título 2004
nidas. Pero en medio de ese boom, la región continúa siendo la más desigual del mundo. Latinoamérica ha enfrentado la crisis económico-financiera de 2008-2011 en condiciones mucho mejores que cualquier otra crisis originada exógenamente. Sin embargo, el peligro de la “reprimarización” de las economías, la persistencia en muchos casos nacionales de divisiones étnicas y culturales y la recurrente fragilidad del imperio de la ley en la región, constituyen señales inquietantes que no se pueden obviar. La atracción de productos por vía de la demanda en Oriente es un motor importante para muchas economías, pero en algunos casos –por ejemplo, México y Centroamérica– el avance de China genera serias dificultades comerciales. De hecho, América latina ha reforzado en los últimos diez años su proverbial heterogeneidad. En ese marco, el país que estaría en mejores condiciones de aprovechar en el mediano plazo la redistribución de poder global es el Brasil. Ya en los años setenta del siglo
en veinte años el brasil ha logrado lo que otros países latinoamericanos no han podido alcanzar: aspirar a ser un jugador global. en ese camino, el componente ideológico ha sido importante. TODAVÍA 23
POLÍTICA
en la actualidad, las condiciones externas e internas no podían ser más propicias. el sistema internacional atraviesa una coyuntura inédita: las grandes potencias parecen no tener otra alternativa que aceptar –así sea a regañadientes– la irrupción de un sur económicamente dinámico y diplomáticamente asertivo.
pasado, el llamado “milagro brasileño” parecía prefigurar un incremento de su peso e influencia. Sin embargo, ello no se concretó; entre otras variables, la dinámica de la confrontación bipolar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética; la recurrente volatilidad (vía endeudamiento excesivo y alta inflación) de su economía; la naturaleza autoritaria del régimen político y la existencia de un persistente dilema de seguridad con la Argentina –que le impedía proyectarse activamente en el plano extrahemisférico por no tener las espaldas cubiertas–, impusieron serias restricciones a las aspiraciones de poder brasileño. En la actualidad, las condiciones externas e internas no podían ser más propicias. El sistema internacional atraviesa una coyuntura inédita: las grandes potencias parecen no tener otra alternativa que aceptar –así sea a regañadientes– la irrupción de un Sur económicamente dinámico y diplomáticamente asertivo. En la compleja redistribución de poder, el Brasil es, incluso para sorpresa de muchos brasileños, una referencia clave de ese proceso. Esta ocasión privilegiada se comprende mejor si, en el plano regional, se la mira histórica y comparativamente. Desde que culminó la Guerra Fría, en América latina ha habido cuatro intentos para convertir poderes regionales en poderes extrahemisféricos. Dos fracasaron y otro está quizás en un sendero de frustración. A comienzos de los noventa, la Argentina y México se postularon para dejar el Tercer Mundo y alcanzar el Primero. Los dos confiaron en que el alineamiento estrecho con los Estados Unidos, el desmantelamiento del Estado y la inserción externa derivada del dictado del mercado constituían una fórmula de éxito. La Argentina de 2001-2002 y el México del último trienio han mostrado el carácter frágil y equívoco de esa concepción estratégica. El Brasil siempre quiso ser una potencia del Sur. Desarrolló, desde los setenta, una política dual frente a Washington: se acerca a los Estados Unidos para facilitar su ascenso internacional y se distancia para ser reconocido como actor con intereses propios. A la elite brasileña jamás se le ocurrió arrasar el Estado. 24 TODAVÍA
Por otra parte, el Brasil tiene un sistema sociopolítico abierto a la negociación y el compromiso, posee una economía pujante y su nivel de institucionalización es razonable. El país no tiene hipótesis de conflicto con su antiguo rival, la Argentina, por lo que puede proyectarse mundialmente sin sentirse condicionado por amenazas próximas. Ha multiplicado su inserción económica y diplomática, y ha desplegado una política más ofensiva y constructiva; todo lo cual ha elevado su poder negociador. Es decir, en veinte años el Brasil ha logrado lo que otros países latinoamericanos no han podido alcanzar: aspirar a ser un jugador global. En ese camino, el componente ideológico ha sido importante. En un marco de cierta continuidad, Fernando H. Cardoso y Lula han expresado modelos alternativos para instrumentar la política exterior. Eso es natural en este caso como en muchos otros. La diferencia fundamental con la Argentina, México y el otro aspirante a expandir su influencia, la Venezuela de Hugo Chávez, es que el Brasil no ha asimilado dogmas en cuanto al papel del Estado y el mercado, o en términos del significado de las alianzas externas. La antítesis de lo pragmático no es lo ideológico, es lo dogmático, es decir, el comportamiento ingenuo, acrítico e inflexible. Asimismo, en el terreno interno la presidenta Dilma Rousseff cuenta con una coalición sociopolítica (PTPMDB) que le permite un control simultáneo del Poder Ejecutivo (con su vicepresidente, el centrista Michel Terner) y del Legislativo (70% de ambas cámaras); hereda una situación económica sin graves apremios y dispone de nuevos activos, como la explotación de los vastos yacimientos petroleros descubiertos. Dilma seguramente continuará con el pragmatismo que ha caracterizado a la política exterior brasileña. En eso, cuenta con ventajas y retos. Por un lado, la gestión externa de Lula implicó un alto nivel de visibilidad y reconocimiento. El Brasil afianzó un esquema de cooperación SurSur novedoso como el IBSA (India, Brasil, Sudáfrica), consolidó el G-4 (Brasil, India, Japón, Alemania) como mecanismo para procurar la reforma del Consejo de
Naturaleza geométrica
2003
Seguridad de la ONU, estimuló el despliegue del BRIC (Brasil, Rusia, India, China) en materia comercial, dinamizó su protagonismo en cuestiones financieras a través del G-20, logró la constitución del Consejo de Defensa Sudamericano, entre otros. Sin embargo, aún tiene que resolver una delicada agenda interna, probar eficacia en su despliegue externo y precisar el tipo de liderazgo regional que está dispuesto a ejercer. El país afronta viejos y nuevos problemas: por ejemplo, la persistente desigualdad económica, la falta de cohesión social y la creciente criminalidad incidirán en el alcance de la diplomacia brasileña. Hasta ahora, el Brasil ha mostrado tener poder. Pero si quiere ser potencia, es decir, ganar en influencia y prestigio, deberá concentrar esfuerzos en superar las dificultades y restricciones internas. En el frente externo tendrá que ser más eficaz. Por ejemplo, su iniciativa con Turquía frente a la cuestión nuclear en Irán en 2010, si bien meritoria, no parece alterar la política en el área ni la de los principales actores externos vinculados al tema. Cabe recordar que el uso, por parte
de los Estados Unidos, de siete bases militares en Colombia no fue frustrado por el Brasil, sino por la Corte Constitucional colombiana. Resta, asimismo, ver cómo asumirá Dilma el tema del liderazgo regional del Brasil. Hubo y hay dos alternativas. O el Brasil pretende la hegemonía –algo muy oneroso y exigente– o apunta a formas razonables de liderazgo múltiple. Por ejemplo, ¿estará dispuesto a generar y/o aceptar un liderazgo concertado (modos de articulación de posiciones convergentes), un liderazgo colaborativo (basado en compartir recursos y bajar costos), un liderazgo compartido (fomentar una comunidad de pares con un destino común) o un liderazgo distributivo (acciones dirigidas a “empoderar” a otros actores vecinos)? En síntesis, el comienzo del siglo XXI le ofrece a Latinoamérica, en general, y al Brasil, en particular, una opción poco frecuente: afrontar con mejores instrumentos y resolver con mayor voluntad sus más elocuentes asignaturas pendientes; esto es, la redistribución de la riqueza y la justicia social. n TODAVÍA 25
SOCIEDAD
claroscuros de la sociedad argentina
26 TODAVĂ?A
Puente Pacífico 2005
¿qué queda de la movilidad social que caracterizó a la sociedad argentina? ¿cómo leer los avances y retrocesos en el bienestar, la formación de nuevas marginaciones y el reconocimiento de derechos?
por gabriel
kessler
Sociólogo, investigador del conicet - Universidad Nacional de La Plata
Artista invitado
juan andrés videla
E
s difícil tener una imagen acabada de la sociedad argentina actual. En un sentido, perduran secuelas de la década del noventa y la crisis de 2001, en particular núcleos de exclusión perennes, infraestructura social insuficiente y desigualdades profundas en múltiples esferas de bienestar. Pero a su vez, desde los años noventa y sobre todo a partir de 2003, se han producido procesos de signo inverso que, en conjunto con lo anterior, van configurando la estructura social de la Argentina del siglo XXI. Este artículo se propone reflexionar sobre algunas de estas tendencias contrapuestas.
luces y sombras de los datos Hipólito Yrigoyen al 700 2005
Un primer rasgo de nuestra sociedad es que los indicadores sociales han experimentado una mejora en la última década.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio son una serie de metas que, en el marco de las Naciones Unidas, los países acordaron en 2000 para alcanzar a mediano plazo, con una evaluación de medio término para 2007. En 2009 el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) en la Argentina realizó una revisión de varios tópicos. Allí se destaca que en temas tales como las condiciones de indigencia y de pobreza, la escolarización del nivel inicial, la desocupación, la presencia femenina en los ámbitos educativos superiores, la vacunación de niños pequeños, entre otros, la Argentina se encuentra en una situación aceptable y se han alcanzado las metas propuestas para el año 2007. Incluso las tendencias observadas permiten prever que se lograrán los objetivos en los plazos propuestos. TODAVÍA 27
SOCIEDAD
Ahora bien, estos avances se refieren a datos agregados, es decir, una cifra para el total del país, pero no informan sobre lo que sucede si se comparan distintos grupos sociales o regiones. Tomemos, por ejemplo, la mortalidad infantil: durante los años noventa las mediciones mostraban mejoras en las provincias más ricas y deterioro en las más pobres. La distancia entre provincias ricas y pobres aumentó a la par que el dato en forma agregada mejoraba, sin dar cuenta de la desigualdad interna. A su vez, en este y otros indicadores sociales, la Argentina se encontraba, tres décadas atrás, en una mejor situación que la mayoría de las naciones latinoamericanas. Cuando se comparan los desempeños a lo largo del tiempo, se observa que muchos de estos países han logrado un avance mayor que el argentino. Así, entonces, siguiendo con la mortalidad infantil, Chile o Costa Rica en 1980 ostentaban tasas de mortalidad mayores que las nuestras y en años recientes mostraban niveles más bajos. Es que un indicador global puede mejorar en un período dado, a pesar de registrarse desigualdades crecientes entre grupos sociales o regiones, así como peores desempeños que otros países.
bien jamás alcanzó tal intensidad, nunca se detuvo. Raul Jorrat, en un artículo publicado en la revista Lavboratorio, en 2005, registra en las últimas décadas una mayor movilidad ocupacional intergeneracional que en el pasado por la entrada de la mujer al mercado de trabajo. Por su parte, Pablo Dalle, en una investigación editada en la Revista de Trabajo el año pasado, muestra que, en la última década, la movilidad ocupacional ascendente ha sido mayor que la descendente, aunque con menos posibilidades de movilidad de largo trecho. Esto significa que, para un niño nacido en los sectores populares es ya muy difícil alcanzar las posiciones de mayor prestigio, aunque todavía puede aspirar a una ocupación un poco mejor que la de sus padres. Ahora bien, si se trata de una niña, esta tiene más oportunidades que sus predecesoras de obtener un mejor puesto de trabajo. En suma, estamos ante una sociedad más cerrada que la anterior para los hombres, pero más abierta para las mujeres, lo cual nos obliga a cuestionarnos para quién efectivamente era más igualitaria la sociedad argentina en el pasado.
¿el fin de la movilidad social?
un incremento incesante de la cobertura educativa. El nivel de asistencia a la escuela secundaria de los jóvenes pertenecientes al 30% más pobre de la población era del 53,3% en 1990, contra el 74% en 2003, según datos del Sistema de Información de Tendencias Educativas de América Latina. O sea, aun en los peores años de la reforma neoliberal y de la crisis, la cobertura educativa aumentó. Pero en esta esfera también la desigualdad es central. Entre las mismas
Los estudios de movilidad social en la Argentina de los años sesenta, entre ellos Política y sociedad en una época de transición, de Gino Germani, mostraban una situación casi única en el mundo: la mitad de los hijos de obreros habían ascendido a ocupaciones de clase media en solo una generación. A pesar de la imagen de empobrecimiento generalizado, los trabajos posteriores sugieren que la movilidad ocupacional y social si 28 TODAVÍA
expansión y desigualdad educativa Desde 1990 se registra
instituciones públicas hay grandes diferencias de resultados, infraestructura y salarios docentes, en particular en lo que respecta al nivel de inversión provincial en la materia. En efecto, se registran diferencias de gasto por alumno de diez veces si se comparan las provincias que destinan más recursos y las que destinan menos. Otro tema central concierne a la calidad educativa consignada por las pruebas internacionales para la evaluación de alumnos, como PISA: según datos extraídos de Radiografía de la educación argentina (Rivas, Vera y Bezem, 2010) comparando 2000 con 2006, la Argentina es el país que más descendió y que presenta a su vez un grado de desigualdad interna más alto que los otros países de América latina o de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En la edición 2009 de esta prueba, se registraron avances respecto del año 2006, si bien la situación dista de ser la deseable. A este último rasgo, se puede superponer otro de signo positivo: la apertura de universidades nacionales, gratuitas y de muy buen nivel, en el Gran Buenos Aires y en distintas provincias, dirigidas a una población antes excluida de este ciclo. En ellas se están conformando nuevas generaciones de profesionales pertenecientes a sectores populares, en muchos casos los primeros universitarios de sus familias. También en años recientes se han creado nuevas modalidades de cursada para aquellos que en algún momento han desertado del ciclo medio y luego quieren retomar sus estudios, como las llamadas escuelas de reingreso. Por su parte, la sociedad protagonizó experiencias educativas innovadoras: movimientos de desocupados y fábricas recuperadas, con la colaboración de educadores, han innovado
para un niño nacido en los sectores populares es ya muy difícil alcanzar las posiciones de mayor prestigio, aunque todavía puede aspirar a una ocupación un poco mejor que la de sus padres. Garage 2005
TODAVÍA 29
SOCIEDAD
estamos ante una sociedad más cerrada que la anterior para los hombres, pero más abierta para las mujeres, lo cual nos obliga a cuestionarnos para quién efectivamente era más igualitaria la sociedad argentina en el pasado.
Colonia C atriel 2006
30 TODAVÍA
L as Heras 2006
en las formas escolares con notable éxito. En todo caso, lo que sucede con la educación es un proceso complejo que combina un incremento de la cobertura en todos los niveles escolares, nuevas experiencias escolares, pero también una disminución de la calidad y un sistema claramente desigual.
una sociedad más abierta
En fin, ha habido además un gran cambio en relación con el género, la diversidad y la discriminación, que también impacta en la desigualdad. Se han sancionado nuevas leyes y se ha producido un giro cultural de importancia. Sobre todo en los últimos quince años se han promulgado leyes sobre cuotas de cupo femenino en la política, contra distintas formas de discriminación, contra la violencia doméstica y de habilitación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Más recientemente se ha reglamentado una nueva ley de migraciones, que reconoce numerosos derechos a migrantes. ¿Hasta qué punto estas medidas implican una disminución de la desigualdad? Es aún difícil de saber. Solo contamos con cifras en el caso de género: según la ya mencionada revisión del UNFPA, si bien los logros son aún insuficientes, se observa una tendencia a la reducción de la brecha de ingresos entre los géneros y a una mayor presencia femenina en los ámbitos sociales, políticos y econó-
micos. En todo caso, es muy probable que el conjunto de leyes y una sociedad que se ha hecho más abierta, contribuyan a una disminución de la discriminación y, por ende, generen una mayor igualdad entre las personas. Pero no sería correcto afirmar que todas las formas de discriminación se han vuelto más inaceptables que en el pasado. La Argentina, como el resto de los países de América latina, registra un incremento del delito y de la preocupación por el tema. Una de las consecuencias de ello es lo que llamamos “presunción generalizada de peligrosidad”. Se trata de una decodificación de las eventuales amenazas en todas las interacciones y espacios, intentando reconocerlas por gestos, rasgos o silencios, y apelando a dispositivos para detectar los peligros y mantenerlos a distancia. Una de sus consecuencias es el aumento de la sensación de discriminación entre quienes son evitados, en particular jóvenes de sectores populares. Tanto es así que una investigación del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en cuatro ciudades del Mercosur –Buenos Aires, Río de Janeiro, Asunción y Montevideo– señala que la percepción de discriminación era mayor en la capital argentina. No creemos que objetivamente la discriminación sea mayor en Buenos Aires, pero no dudamos de que la sensibilidad local frente al tema sea muy alta, debido a la fortaleza relativa de los lega-
dos históricos de igualdad y los más novedosos avances en el respeto por (casi) todo tipo de diferencias. Y así llegamos a la pregunta sobre el presente: ¿cómo caracterizar a la sociedad argentina? ¿Cómo dar cuenta de sus tendencias contrapuestas? Según vimos, existe una desigualdad social persistente, pero también procesos que en ciertos planos hoy pueden atenuarla; una disminución de muchas formas de discriminación pero la aparición de otras nuevas en torno a sentimientos de peligrosidad con una clara connotación de clase. Asimismo, aumenta la visibilidad de identidades que antes no se consideraban legítimas y se acuñan nuevos derechos y se registra una incesante expansión de la cobertura educativa ¿Qué define entonces a esta sociedad? Sin lugar a duda, todo esto: la desigualdad y el consumo, la potencia cultural de sus ciudades y las formas de marginalidad existentes, las resistencias a los procesos de exclusión y sus reformulaciones políticas creativas. Esta diversidad, esta heterogeneidad de fuerzas, identidades y tendencias constituyen la prueba de su vitalidad y en ella se asientan tanto la posibilidad de una mirada optimista sobre el futuro, como las razones para elevar nuestra voz por las deudas sociales aún no satisfechas. n TODAVÍA 31
HISTORIA por daniel
schávelzon
Arquitecto, especializado en arqueología urbana
Fotografías
patricia frazzi
¿CARNE o PESCADO? la COMIDA PORTEÑA desde la ARQUEOLOGÍA el análisis minucioso de los restos hallados en pozos de basura de los siglos xviii y xix en la ciudad de buenos aires y sus alrededores derriban algunos mitos sobre qué y cómo se comía en esos tiempos.
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esde siempre hemos sabido que la gente come; y nosotros lo hacemos también. Es más, sin alimento no hay vida, así que mejor sigamos haciéndolo. Pero para la ciencia, el tema es más que una simple chanza, porque el hecho de hablar del comer también incluye a los que no comen lo suficiente, a los que lo hacen mal y, de paso, a la historia de lo que se ha comido. Y ese es nuestro tema: saber qué comieron los porteños y bonaerenses a lo largo del tiempo. Carne, carne, esa es la eterna respuesta de la historia argentina; e incluso hay cientos de libros que describen cuánta carne roja nos alimentaba a los pampeanos como a muy pocos en otros lugares del mundo. Un hecho que llamaba la atención de todos los viajeros que llegaban desde una Europa siempre hambrienta y en la cual la carne era y es un lujo impensable. Imaginemos que si para 32 TODAVÍA
la época de nuestra Independencia un habitante local consumía (no comía, adquiría, que no es lo mismo) más de 200 kilos al año, un francés o un inglés apenas llegaban a diez kilos. No son cifras menores en una ciudad en la que la unidad mínima de carne vacuna era un cuarto de animal. Imaginemos cuando a un ama de casa le traían su pata entera de la semana, que realmente valía centavos, pero de la cual debía descartar más de la mitad por el mal olor; ya que, obviamente, no se había inventado la heladera. Pero más allá de esto, la arqueología empezó a hacerse algunas preguntas diferentes sobre la comida y el comer: la primera fue si eso de la monotemática carne de vaca había sido realmente cierto; si lo que veíamos no era la imagen que daban los viajeros ante lo que los asombraba, dejando de lado lo que era costumbre para ellos y, por consiguiente,
no vendía libros ni llamaba la atención. Para un escritor del siglo XIX que recorría países exóticos como el nuestro, decir que aquí se comía lo mismo que en su casa no resultaba interesante de narrar, era mejor contar cómo mataban una vaca para comerse la lengua: eso sí era fabricar un buen best seller. Y pocos describían el consumo de pescado o aves. Que el general San Martín alimentara a sus tropas con carne de paloma y fuese tarea fundamental hacer palomares en donde acamparan, no parecía una anécdota interesante para un inglés acostumbrado al chicken pie. No había nada mejor para un rico cabildante en el siglo XVIII –nos cuentan las actas del Cabildo– que comerse una docena de pichones de lechuza, pero eso hacía cualquiera en donde había tanta hambre que las ratas se codiciaban; comer un cuis es una tradición andina se los criaba en
las casas y dormían bajo las camas. ¿No nos gusta?, puede ser, pero al gato sí lo dejamos entre las frazadas. La segunda pregunta que se hizo la arqueología fue si la dieta antigua era tan monótona como la actual. Al fin de cuentas, al no poder conservar los alimentos por varios días, la variedad debió ser enorme y el mercado seguramente ofrecía muchos productos del día, algo a lo que ya no estamos acostumbrados, porque en el supermercado hay de todo, hasta lo que no debiera haber. Para responder a estos y otros interrogantes –porque en definitiva hacer ciencia es justamente contestar preguntas–, se han realizado docenas de excavaciones en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense. Y ya hay resultados concretos gracias a la bendita costumbre que tomaron algunas familias pudientes de construir grandes po-
zos en el fondo de las casas, arrojar allí sus desperdicios; taparlos cuando se llenaban y dejarlos así para el futuro. Y no solo estos, hemos encontrado incluso pozos de fondas, de cocinas de conventos y de hoteles. Al fin y al cabo, hacemos algo parecido al enterrar lo que no nos gusta, pero en una escala mayor, con los rellenos ecológicos. Hoy sabemos que desde el siglo XVII se hicieron estos pozos de basura, menores y poco profundos al principio, enormes y de hasta diez metros de profundidad en el siglo XIX. De allí se obtienen miles y miles de huesos, semillas y objetos que nos permiten saber qué se usaba. La ausencia de otros no habla de lo que no consumían. Hay un pozo de basura interesante, en el que gracias a la gran cantidad de grasa animal arrojada –que podría ser casi el de una vaca entera–, se fueron creando tapones que
impidieron el acceso del aire y se conservó hasta la menor espina de pescado. Se trata del que se encontró en la casa de la familia Alfaro, en San Isidro, excavado hasta más de siete metros de profundidad. Allí se hallaron varios miles de objetos; y entre los restos de alimentación tuvimos muchas sorpresas. Y la verdad sea dicha, este análisis, hueso por hueso, lo hizo un célebre arqueólogo argentino, el doctor Mario Silveira, poco antes de cumplir sus recientes y primeros ochenta años. Vamos a usar sus datos, los que cruzados con el resto del estudio, nos dan información que ni imaginábamos para la historia del comer. El estudio e identificación de más de 22.000 restos óseos que pesaron casi 82 kilos, de vegetales (semillas de hortalizas, cáscaras, carozos de frutales y otros restos vegetales) y malacológicos (caracoles, en síntesis), es seguramente único hasta la TODAVÍA 33
HISTORIA
para un escritor del siglo xix que recorría países exóticos como el nuestro, decir que aquí se comía lo mismo que en su casa no resultaba interesante de narrar, era mejor contar cómo mataban una vaca para comerse la lengua: eso sí era fabricar un buen best seller.
fecha. Tengamos en cuenta que así como un fémur de vaca queda por siglos, una escama de pescado desaparece en semanas. ¿Pero, esto, además de ser mucho, qué nos dice de nuevo? En primera instancia, está claro que el consumo de carne roja era enorme, algo lógico, ya que San Isidro es pampa, área rural en esos tiempos –hablamos del siglo XIX– y el ganado pastaba tranquilo y mayoritario. Si lo vemos en cifras, porque la arqueología es muy propensa a demostrar las cosas con porcentajes, en ese único pozo se encontraron 494 huesos vacunos identificados sin dudas, los que correspondieron al menos a veinte vacas –que no es poco para comerse–, aunque en realidad no sabemos cuántas veces se compró carne, ya que si una vez se adquirió una pata derecha y otra, una izquierda, en nuestra cuenta del número mínimo de animales representados en la muestra, uno de esos animales desaparece. Para reconstruir la cantidad de animales, lo que nos importa es que no puede haber más de un mismo hueso en cada ejemplo. De todas formas, seguramente, la cantidad de carne vacuna fue mayor que las posibles –o al menos– 7 ovejas (había 140 huesos), 2 cerdos, 1 nutria, 1 peludo, 1 cuis, 1 tucu tucu, 48 gallinas, 11 pavos, 6 patos, 1 ganso, 9 perdices de dos variedades diferentes, 4 palomas, 3 teros, 1 gallareta, 1 cotorra, 2 gaviotas y peces en cantidades insólitas: 62 armados –que hoy no se comen–, 20 bagres –que también se desprecian–, 8 pejerreyes, 7 sábalos, 3 bogas, 3 dorados, 1 patí, 1 lisa, 1 surubí, 1 tararira y 4 sapos, que no serían ranas pero seguro nadie se dio cuenta si los comió. Y no contamos los 34 TODAVÍA
animales que no eran seguramente comestibles, como caballos, gatos y perros, que, al morirse, también iban al gran pozo. Pero esto no es el total de animales consumidos, son solo los animales completos, cuyos huesos no se repiten. Es probable que de algunos se comieran docenas; estas cifras nos dan solo una aproximación porcentual. Pero si analizamos los huesos de otra forma, encontramos que allí había 5.192 huesos de mamíferos, 5.320 de peces y 462 de aves. Es cierto que la cantidad de carne de una oveja no es la de un pejerrey, pero este último debió comerse entero y de la otra a lo mejor se descartó la mayor parte por no poderla conservar. Y eran productos locales: solo había un pez de mar, las otras 45 variedades eran de río; y éste estaba a una cuadra de la casa. De todas formas, quedaron sin poder clasificar más de dos mil fragmentos de huesos y otro tanto de escamas, tan destruidos que era imposible hacerlo, aunque no creemos que cambiaran los porcentajes. Otro dato que nos deja perplejos es que casi no hay evidencia de carne asada. Como ya lo hemos afirmado en otras oportunidades, la carne expuesta al fuego directo era menos común de lo que pensábamos. En ese pozo de los Alfaro, por ejemplo, solo el 12% de los huesos mostró alguna evidencia de este tipo de cocción; el 88% restante fue hervido o descartado. Si se nos derrumba el mito del asado, lo lamentamos, pero si observamos los grabados de los gauchos comiendo, advertimos que siempre había además una olla de hierro de tres patas en la que primero se hervía todo. Nadie mataba una vaca suelta, la cortaba y la
comía, porque se quedaba sin dientes al morder músculos imposibles de duros. Nuestras vacas modernas, alimentadas y de raza, que no caminan ni tienen sed, son otra cosa. Y se comían muchos huevos: encontramos de ñandú, gallina y patos en cantidad. Los vegetales usados fueron un tema complejo, ya que los restos hallados superaban los diez mil, pese a que es algo que tiende a desaparecer rápidamente. Pero una lista parcial de lo consumido incluye: durazno, uva, ciruela, melón, sandía, zapallo, almendra, nuez, maní y chaucha. Por supuesto, nos queda el interrogante de cómo se comían, si en pucheros como nos cuentan las memorias, si hervidos acompañando las carnes, las frutas en mermeladas además de enteras en la estación; las variantes son infinitas y también faltan semillas que suponíamos clásicas como el tomate, un producto americano. Y, por supuesto, debió haber más que no dejó rastros. Finalmente, con el análisis de este pozo de desperdicios de una familia en un siglo y de otros en la ciudad, es posible afirmar que el consumo era variado, que a veces ir a comprar dependía más que del dinero de la oferta, la estación y el lugar. Una casa de pocos habitantes prefería un cordero, que aprovechaba íntegramente, a una mitad de vaca; un pez o un pájaro eran perfectos para una persona sola, pero para los invitados había que preparar un costillar de res. Nos faltan en este conjunto algunos alimentos básicos en la pampa del siglo XIX: el avestruz, por ejemplo, cuyo lomo –la picana famosa– era manjar campestre, o la mula y la yegua, tan
comunes en el ejército. Cómo no recordar que el general Roca pidió celebrar en Choele Choel el fin de la campaña de exterminio con su comida favorita: el costillar de mula. Lógicamente, no entramos en otros detalles: ¿comían los esclavos de esas casas lo mismo que los patrones?, ¿se conformaban con esas tiras correosas y putrefactas a las que se llamaba charqui?, ¿cocinaban según sus propias tradiciones como indican objetos y platos característicos? Y sí, algo comían, pero da asco solo de pensarlo; valga que en las excavaciones se encuentran unas pequeñas ollas de barro sin pulir: quedaban en el fuego todo el día hirviendo hasta que, con la mano, podían dar un bocado. Y no es diferente, por eso lo dedujimos, de lo que sucedía en toda la diáspora: finalmente eran esclavos, objetos, cosas.
En fin, hay miles de preguntas aún por contestar, aunque cada día advertimos que algunas aseveraciones siempre aceptadas, como la carne asada a la parrilla, la vaca sempiterna, la monotonía rutinaria por la falta de verduras, la poca predilección por el pescado, no son tan ciertas como parecen. Y si las listas de las pulperías de la ciudad tenían a la venta fideos en el siglo XVIII, también debemos repensar cuál fue el verdadero aporte en estos temas de la inmigración de fin del siglo XIX. A veces las cosas no son como nos las contaron… Mala suerte, no hay que hacerse problema. Aceptemos la historia tal como fue y no como nos gustaría que hubiese sido. La Argentina se proyectó al mundo después de la Independencia como la gran proveedora de carne vacuna, por lo que, obviamente,
su historia debía reflejar esa gran decisión económico-política. Es posible que la construcción de una historia blanca, cristiana, homogénea, liberal, ocultara otra verdadera: multicultural, multiétnica, en la que se hablaban muchos idiomas; si la famosa Asamblea de 1813 se hizo en aymara, quechua, guaraní y español, o el Acta de la Independencia firmada en 1810 es bilingüe: español y quechua, no podemos dejar de pensar que esa es la verdadera nación que se estaba formando. Y la comida la representaba. Mucho después, cuando surgió la necesidad de presentar ante la comunidad internacional un país unificado (tras los genocidios de la Patagonia y el Chaco), con un único idioma y una única raza, también se decidió por una única comida: la que podíamos exportar y generaba enorme riqueza, aunque no para todos, lamentablemente. n TODAVÍA 35
CIUDADES por sergio
ramírez
Escritor. Premio Internacional de Novela Alfaguara 1998
Fotografía
rodrigo castillo
36 TODAVÍA
Catedral Vieja Ocupa un costado de la Plaza de la República, luego Plaza de la Revolución
L
a ciudad de Managua puede parecer idílica desde el aire al viajero primerizo. El lago Xolotlán que extiende en lontananza sus aguas grises, quizás verdes, bajo la custodia del imponente cono del volcán Momotombo. Las lagunas de esmeralda que duermen en el fondo de los antiguos cráteres. Junto a una de ellas, la laguna de Tiscapa, se levantaba el Palacio Presidencial de la familia Somoza en lo alto del cráter. En los jardines, los prisioneros convivían en estrecha vecindad con los leones y las panteras de un zoológico doméstico, fieras y hombres enjaulados. Abajo, la ciudad al alcance de la mano, o del puño, entre las brumas de la resolana.
Managua
UNA CIUDAD DE ESPEJISMOS luces de neón y olor a fritanga, lagunas color esmeralda durmiendo en el fondo de antiguos cráteres, centros comerciales y hoteles de lujo, niños vendiendo baratijas en cada semáforo: ¿cuántas managuas se tocan en managua?
TODAVÍA 37
CIUDADES
el palacio presidencial, regalo del gobierno de taipei al presidente arnoldo alemán, procesado más tarde por lavado de dinero, se alza al lado de la vieja catedral, y parece un juguete de fisher price con sus columnas dóricas pintadas de vistosos colores y sus vidrios dorados.
Muy por entonces había un pianista que tocaba en los bares de Manhattan, llamado Albert Field. Nunca había estado en Managua ni nunca llegaría a estar, pero el nombre de la ciudad le pareció melódico, de modo que compuso un boogie al que su amigo Albert Gamse, que tampoco había estado ni llegaría a estar, le agregó una letra pegajosa: Managua, Nicaragua is a beautiful town You buy a hacienda for a few pesos down…
Guy Lombardo y sus Royal Canadians la grabaron poniéndola de moda, y en la película de Carol Reed de 1949, El tercer hombre, con Orson Welles, una muchacha ensaya bailarla sobre la plancha de una mesa en un café desierto en la Viena de la posguerra. El himno perfecto para la capital de una banana republic centroamericana, tanto que el viejo Somoza, fundador de la dinastía, la usaba como música de fondo para sus noticieros de propaganda. Cuando Julio Cortázar llegó por primera vez a Managua en 1979, acababa de triunfar la revolución, vio la ciudad desde el aire, y al bajar le pareció idílica, pero de otra manera, como escribe en su poema “Noticia para viajeros”: La viste desde el aire, ésta es Managua, de pie entre ruinas, bella en sus baldíos…
Ruinas, baldíos. La ciudad provinciana de trescientos mil habitantes había desaparecido con el terremoto de la víspera de Navidad de 1972, veinte mil muertos bajo los escombros a la luz de los incendios, luego un éxodo total de sobrevivientes que se dispersó por todo el país, y después un inmenso hoyo negro rodeado de alambra38 TODAVÍA
das, y la hedentina de los cadáveres que no se apagó por meses. La tumba de la dictadura del último Somoza, que sería derrocado siete años después. Aquel gigantesco puño enfurecido, al golpear dispersó la ciudad en islas conectadas por pistas de adoquines como intestinos sueltos, y multiplicó los escombros de la pobreza, luego el número de sus habitantes, y lo horrible se volvió la regla. La desarticulación, el desamparo, la acumulación de fealdades que la globalización ha venido a consumar con su exuberancia de símbolos comerciales y de monumentos arquitectónicos extraños al paisaje. Otra canción, un corrido del compositor nicaragüense Tino López Guerra, empieza: Managua es mi linda tierra la novia del Xolotlán…
Falso idilio. Managua ha ensuciado sin piedad las aguas del lago por décadas. Mi amigo el poeta Mario Cajina Vega, ya muerto, sentenciaba que era un eufemismo decir que la capital le daba las espaldas al lago, si más bien le daba el trasero, porque defecaba sin pudicia en él. Era su excusado, su depósito de aguas negras, como lo sigue siendo. La antigua catedral, cercana al lago, quedó fracturada para siempre por el terremoto de 1972, cuya hora fatal marca todavía la carátula del reloj en una de sus torres. Lejos de allí se levanta ahora la nueva, obra del arquitecto mexicano Ricardo Legorreta, donada por el filántropo católico Tom Monaghan, dueño de la transnacional de pizzas Domino’s. Parece más bien una mezquita con sus múltiples domos, como una gigantesca cajilla de huevos.
Sumisión, calco, fealdad, improvisación. Malls trasplantados de Miami con todo y food courts. Y a un tiro de piedra de su bullicio iluminado, la miseria escondida en la oscuridad, que se exhibe durante el día por las calles en todo su esplendor de niños mendigos y adultos que venden de todo en las esquinas, aprovechando cada cambio de luz roja de los semáforos, desde calculadoras a toallas de playa adornadas con la efigie de Silver Stallone. El Palacio Presidencial, regalo del gobierno de Taipei al presidente Arnoldo Alemán, procesado más tarde por lavado de dinero, se alza al lado de la vieja catedral, y parece un juguete de Fisher Price con sus columnas dóricas pintadas de vistosos colores y sus vidrios dorados. El presidente Daniel Ortega lo ha rebautizado como Palacio de los Pueblos, pero no despacha allí, sino en un complejo amurallado vecino al parque del Carmen, al occidente de la ciudad, donde vive con su esposa Rosario Murillo. Allí, la pareja recibe en audiencia a los visitantes y celebra sesiones con el gabinete, en un salón que tiene en la pared de fondo la pintura de la palma de una mano con un ojo al centro, rodeada por una corona de serpientes de cascabel, un fetiche ancestral que protege contra maldades y acechanzas. Por el lugar que ocupa, el ojo en la mano sustituye al escudo oficial de la república. Hoteles y centros comerciales que igual se reproducen en San Pedro Sula o San Salvador, porque la globalización es en el trópico centroamericano homogeneidad de segunda categoría, y así cargamos en común con los mismos decorados, y se sube al cielo de los deseos por las escaleras eléctricas de
los malls recorridos por trencitos atestados de niños que pasan allí sus tardes como en un parque de diversiones que también encanta a los adultos. Y los esplendores falsos del progreso, en la plenitud de su monotonía, se repiten también en el enjambre de carteles publicitarios que se alzan por doquier, y con los que uno se enfrenta desde cualquier ángulo de visión, una explosión de anuncios que como manada de ovejas descarriadas han encontrado ahora su amo y señor en otros de mayor dimensión y altura: las efigies de Daniel Ortega erigidas a tramos calculados, el mismo rostro envejecido de factura orwelliana que esboza apenas una sonrisa como si lo forzaran a ello, el brazo señalando al futuro.
El fondo de los paneles donde sonríe Ortega, es rosa mexicano, el obsesivo color esotérico de la primera dama, Coordinadora de los Consejos del Poder Ciudadano; y por encima o debajo de la efigie, destacan los lemas de propia invención de ella, en su propia letra; hay unos de inspiración religiosa: “Cumplirle al pueblo es cumplir a Dios”, y otros de anciana inspiración marxista: “Arriba los pobres del mundo”. (Alguien ha hecho célebre, a propósito, una frase que ronda como un alegre abejón todos los oídos: “Si no puede con los pobres de aquí, ¿cómo va a poder con los del mundo?”). Otra vez candidato, como lo será siempre, aun en contra de la prohibición expresa de
la Constitución arreglada con un fallo de la sumisa Corte Suprema de Justicia, Ortega ha decidido quedarse sentado en la silla presidencial hasta la ancianidad, como le dijo al periodista David Frost, en una entrevista para la cadena Al Jazeera. Los ejes de propaganda ideados por la primera dama se han venido tiñendo cada vez más de un color mesiánico. Se trata nada menos que de un secuestro del lenguaje y de los valores religiosos para alimentar una campaña política que no mira simplemente hacia las elecciones presidenciales del mes de noviembre de este año, sino mucho más allá, desde luego que el proyecto político, basado en las sucesivas reelecciones del comandante Ortega, no tiene TODAVÍA 39
40 TODAVÍA
Arriba: fuente luminosa de una rotonda Abajo: fuente luminosa y musical, instalada en la Plaza de la Revolución A la derecha: monumento al soldado Ramón Montoya, muerto en combate a la edad de 14 años
plazos. Más que una elección, se trata de una consagración.
taron, pero ella se salió con la suya. Tuvo su misa campal.
Y más que una fe política, lo que se busca implantar es una fe religiosa, como si se tratara de la fidelidad a una iglesia, más que a un partido, desde el catolicismo mismo, sin abandonar los símbolos esotéricos. Para la primera dama, la celebración del 32° aniversario de la revolución el pasado 19 de julio en la inmensa plaza donde el papa Juan Pablo II dijo misa en su última visita de 1996, fue también una misa: “El sandinismo es… fe, creencias, prácticas, rituales. Ese Acto del 19 de Julio todos los años, es como una gran misa, Dios me perdone si a alguien ofendo, ¡pero eso es! Nosotros vamos a una misa revolucionaria, vamos a cantar, vamos a llenarnos del Dios de los pobres, de amor al prójimo. Porque Dios está en todas partes…”, dijo en un discurso.
La misa. Los desfiles políticos como procesiones. Las tribunas como altares profusamente enflorados, porque las flores tienen también su sentido ritual y esotérico. En las rotondas, los árboles de Navidad encendidos todo el año, la estrella de Belén sustituida por cubos de colores con eslóganes que anuncian la eternidad política del presidente Ortega.
Al atardecer, detrás de la tribuna donde la pareja presidía el acto en la plaza colmada, se proyectaba un juego de luces en anaranjado, púrpura y dorado, que a veces parecía un cáliz, y otras un ave fénix alzándose en vuelo entre llamas, mientras desde los parlantes repicaban campanas al vuelo. Los obispos de la conferencia episcopal protes-
No existe Managua. ¿O existe? Un campamento de más de un millón de habitantes, un cuarto de la población total del país. Las pistas de adoquines atraviesan los barrios de la clase media, cada vez más venida a menos. Las casas, construidas en serie, como cajas de cerillos, cerradas con barrotes, cárceles o jaulas, porque los que tienen
Los petrodólares venezolanos alimentan toda esta parafernalia en una ciudad falsamente moderna, a la que los más pobres no cesan de llegar del campo, e improvisan sus viviendas junto a las aguas infectadas del lago, o en predios desolados que toman por asalto para levantar casuchas de cartón y ripio, conectados clandestinamente a las líneas de electricidad, los tejados de zinc sostenidos por piedras a falta de clavos.
poco se defienden de los más pobres. Los que más tienen han emigrado hacia las estribaciones de la sierra. Una Managua, o muchas, ¿cuántas? Todo se toca en extrema, extraña vecindad. La ciudad virtual, de bienestar y neón a raudales de un lado, y el humo de las fritangas en las cocinas al aire libre, del otro, lo falso y lo verdadero conviviendo de noche y de día. Una ciudad a la medida del crimen, el pequeño crimen de la barriada triste, y el crimen de la corrupción en las altas esferas. En Acahualinca, donde antes hubo una laguna de aguas verdes, hoy cegada por las montañas de basura, pueden verse bajo un parapeto de láminas de zinc unas viejas excavaciones arqueológicas que muy pocos visitan. En el fondo, impresas hace más de ocho mil años en tierra volcánica, aparecen huellas de gente que iba entonces huyendo de algo, huellas de pies apresurados de hombres, mujeres, niños, junto a la huella de pezuñas de animales. Huían de algún cataclismo, alguna erupción volcánica, una inundación, un terremoto, a lo mejor de alguna de nuestras primeras tiranías tribales. Siempre hemos estado huyendo, caminando a paso urgido hacia el éxodo, para luego regresar. n TODAVÍA 41
ARTE por vitória
waldemar cordeiro
daniela bousso
Idea visible 1956
Curadora y crítica de arte contemporáneo
nuevos rumbos para el arte digital de américa latina el cruce actual de arte y tecnología a la vez que promueve una participación activa de los espectadores, abre una serie de interrogantes en cuanto a la circulación, el montaje y la preservación de las obras.
P
ara reflexionar sobre el estado actual del arte electrónico y digital en América latina es necesario revisitar su historia, ya que esta producción supera los sesenta años de vigencia en nuestra región. Desde la primera mitad de la década de 1940, los artistas cinéticos problematizaron la relación entre arte y ciencia, y promovieron la participación del espectador en las obras. Bajo la influencia del modernismo y las vanguardias rusas, del concretismo y el neoplasticismo, fueron ellos quienes propiciaron la ruptura con la representación y se propusieron superar los postulados de los maestros modernistas. Duchamp, Moholy-Nagy, los surrealistas y los futuristas, el constructivismo ruso, la Bauhaus y la abstracción geométrica de Mondrian fueron los artistas y las escuelas que definieron y pautaron el debate en aquel momento. Según el artista e investigador brasileño André Parente, al romper con la representación, el arte cinético “produjo movimientos ópticos a partir del desplazamiento del observador frente a las obras, movimien42 TODAVÍA
tos generados mediante el empleo de fuerzas mecánicas con el uso de motores, y movimientos creados por la interacción del espectador con la obra”. La Argentina, el Brasil y Venezuela fueron los países latinoamericanos más productivos dentro de esta tendencia. Julio Le Parc, Gregorio Vardánega y Marta Botto son solo algunos ejemplos relevantes en la Argentina. En el Brasil se destacan Abraham Palatnik, Waldemar Cordeiro y los neoconcretos, sobre todo Hélio Oiticica, quien dejó un importante legado para el arte contemporáneo desde una perspectiva universal, y más específicamente, en relación con la tecnología al concebir sus “penetrables”, obras en las que el espectador podía participar. Estas instalaciones tienen mucho que ver con lo que hoy denominamos cine expandido o cines del futuro. También podemos mencionar los espectáculos cromáticos del venezolano Cruz Diez y la sustitución de los conceptos de forma y composición por otros –como elemento y estructura– que dieron origen a las obras
rejane c antoni leonardo crescenti
Túnel
jesús soto
Escultura en movimiento 2006
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ARTE
hélio oiticic a
Magic Square # 5
julio le parc
Multiple Móvil transparente
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a menudo, los artistas también tienen complicaciones para mantener viva su producción en el momento de conseguir la infraestructura necesaria para la realización de obras que implican cierta dificultad tecnológica.
c arlos cruz diez
Physichromie 1446
seriales, en las que la puntuación visual propone una dinámica de lectura cercana a la de los códigos musicales. A su vez, la incorporación del movimiento y del tiempo mediante la superposición de líneas, la repetición y la progresión llevaron a otro venezolano, Jesús Soto, a crear sus propios “penetrables”, instalaciones que el público podía efectivamente atravesar. Ahora bien, actualizar el debate sobre el arte cinético en América latina significa entenderlo como precursor de los desarrollos artísticos actuales en el campo de la conectividad. En los últimos años esta corriente ha ido adquiriendo una importancia cada vez mayor para la comprensión de los fenómenos ligados a la percepción sensorial y la interactividad, que hoy permean las vertientes del arte contemporáneo. En términos estéticos, el arte cinético es, por excelencia, el arte del cuerpo, no solo por sus propuestas perceptivas y sensoriales, sino también porque las obras guardan relación con la escala corporal. En este sentido, por ejemplo, su contrapunto actual lo constituyen las instalaciones “inmersivas”, las digital caves, los ambientes de realidad virtual, que reivindican cada vez más la participación del espectador. Las intervenciones en compañías de telecomunicaciones del argentino Mariano Sardon y los dispositivos del joven Leo Núñez –también argentino– que requieren la participación del público en un nivel estrictamente corporal con un matiz sutil de ironía política son algunos ejemplos que podemos mencionar. Entre los brasileños sobresalen las instalaciones “inmersivas” de Rejane Cantoni
y Daniela Kutschat, con la serie Op-era, y los videos interactivos de Lucas Bambozzi, creados hacia fines de la década de 1990. También se puede destacar el trabajo de la artista Patricia Canetti quien, desde el año 2001, mantiene activa la única comunidad digital de arte brasileño: el Canal Contemporáneo. Además de desarrollar intensas acciones de difusión, a través de la estética de la transmisión en las redes, Canetti busca incidir sobre las políticas públicas. Ya en el campo del cine expandido, los brasileños André Parente y Katia Maciel desarrollan, en sus investigaciones teóricas y artísticas, nuevos dispositivos interactivos para su “transcine”. Cabe también mencionar el arte tecnológico del mexicano Rafael LozanoHemmer, conocido por sus intervenciones en lugares públicos, en las que promueve la participación de los espectadores tanto a través del desplazamiento físico en los espacios de exposición como vía Internet. Otro segmento relevante en el arte electrónico de América latina es el de los Dj y Vj, quienes impulsan verdaderos espectáculos sonoros y visuales, muchas veces al aire libre, y hacen remixes y mapeos digitales en el contexto del arte urbano. Por su parte, el ámbito de la investigación sobre el uso de los nuevos medios es bastante fértil entre los artistas latinoamericanos, a quienes tampoco les faltan tradición e historia donde arraigar sus producciones. Con la globalización y el advenimiento de Internet, la circulación de la información ya no es un problema, si bien los apoyos TODAVÍA 45
ARTE
k atia maciel
Meio cheio, meio vazio Serie Desvaríos
institucionales y las publicaciones especializadas continúan siendo escasos. A menudo, los artistas también tienen complicaciones para mantener viva su producción en el momento de conseguir la infraestructura necesaria para la realización de obras que implican cierta dificultad tecnológica. El mercado internacional del arte se muestra renuente a apoyar la incorporación de las instalaciones complejas tanto por cuestiones de montaje y know-how, como por las dudas de los conservadores y museólogos con respecto a la preservación de esta clase de obras. Cuando las tecnologías cambian, muchas de ellas quedan obsoletas y sin posibilidad alguna de volver a exponerse. Es decir, en lo que hace a acervos y colecciones, las obras tecnológicas sin duda salen perjudicadas. Tal vez sea esta una de las razones por las que numerosos artistas latinoamericanos trabajan centralmente con fotografías que los coleccionistas compran. Otro aspecto complicado para las galerías y los museos es el tema de la reproductibilidad y la autoría, sobre todo en el caso de aquellos trabajos que, por las características intrínsecas de su poética, deben darse a conocer a través de Internet y de las redes sociales. Es sabido que “mercado” es sinónimo de galerías de arte y subastas. Entonces, ¿cómo agregar valor a estas obras? En nuestra región, además, todavía tenemos que lidiar con cuestiones de orden político, por ejemplo, que dificultan u obstaculizan el pleno desarrollo de este arte, cuyo atributo principal consiste en que se realiza con 46 TODAVÍA
las herramientas de nuestro tiempo. Un arte cuya falta o ausencia, entendemos, podría significar un vacío en la constitución de nuestra memoria, nuestra identidad y nuestro crecimiento económico. Es que por esto que insisto en la urgencia de crear estrategias viables para que el arte actual pueda continuar floreciendo. La demanda que naturalmente surge de un gran número de artistas debe leerse como auténtica y, por lo tanto, sus procesos deben ser legitimados para que nuestra sociedad y nuestra cultura no pierdan legados significativos. En Europa y en los Estados Unidos, en cambio, existen varias formas de apoyar el desarrollo y la supervivencia de los artistas inventores. Más allá de las becas, de las insti-
mariano sardón
Variaciones de lo invisible
tuciones de apoyo a la investigación, de la abundancia de museos y media-labs, su inserción en la así llamada industria creativa impulsa un nuevo mercado para este arte de la complejidad. De esta manera, los artistas intervienen en proyectos diseñados desde las políticas públicas, que, a su vez, generan ingresos que garantizan la sustentabilidad de las propuestas de los centros de producción y fomento consagrados a la innovación artística y al design. Ese nuevo mercado evita así que el artista se vea obligado a dedicar la mayor parte de su tiempo a la docencia o al desarrollo de actividades paralelas a su trabajo creativo.
r afael loz ano hemmer
Levels of nothingness
En América latina la falta de políticas públicas para el arte y la creación innovadora podría ocasionar un grave problema económico en el futuro. Si no asumimos que innovación, emprendedurismo y sustentabilidad son las palabras que orientan los así llamados “nuevos negocios” y, por ende, la industria creativa, corremos el enorme riesgo de perder la perspectiva de un posicionamiento económico real para América latina en el nivel global. ¿Qué estamos esperando, entonces, para generar un avance económico considerable colocando la innovación artística al frente de los nuevos negocios? La respuesta está en la capacidad de la sociedad civil de organizarse y asumir responsabilidades ante esta situación.
Un ejemplo de ello, como señala la artista y escritora Giselle Beiguelman, en un artículo recientemente publicado en la revista Select de San Pablo, son los propios artistas que “comienzan a crear modelos alternativos al circuito producción-consumo. Estas acciones posibilitan mercados paralelos y formulan nuevas reglas para la circulación del arte en la era de las redes. Desplazan el debate sobre el mercado del arte hacia una reflexión sobre la cultura de la economía”. En esta línea, podemos mencionar el caso del artista argentino Gustavo Romano y su red bancaria virtual, a través de la cual crea billetes que se canjean por unidades de tiempo. Este proyecto se denominó Time notes y funcionó en Buenos Aires, Berlín, Singapur y otras ciudades; fue exhibido además en la sede del Banco Mundial en Washington. De eso se trata, precisamente: tenemos que mirar a los artistas y prestar mucha atención. Si esperamos otro medio siglo para que las instituciones culturales y el mercado de las galerías asimilen el arte digital latinoamericano, tal como ocurrió con nuestros cinéticos, perderemos irremediablemente el punto de partida para nuevos caminos en nuestra economía, caminos que el arte digital puede propiciar. n Traducción: teresa arijón
TODAVÍA 47
SOCIEDAD por gonzalo
frasca
Ph. D. Diseñador en Powerful Robot Games y catedrático de Videojuegos de la Universidad ORT (Uruguay)
Artista invitado
cada vez más personas se rinden ante el videojuego: hombres, mujeres,
claudio griglio
niños, adultos… ¿qué transformaciones volvieron a este género cultural más masivo e inclusivo?
Jugar es más fácil F
ácil de aprender, difícil de dominar”. Esa es una de las leyes inmutables de la creación de buenos juegos. Un jugador necesita un desafío a medida: si es muy difícil, pierde interés. Y si es muy fácil, también se hace aburrido.
los niños y los adultos con la narrativa es exactamente opuesta. Los niños pequeños adoran escuchar el mismo cuento una y otra vez. Por el contrario, a los grandes les interesa la sorpresa, la originalidad dentro de una historia.
Los videojuegos están cerca de cumplir cuarenta años, si tomamos como punto de partida el Pong de Atari (copiado de la consola Magnavox Odyssey), ambos lanzados en 1972. En estas cuatro décadas, los juegos pasaron de ser una curiosidad tecnológica a transformarse en el género cultural más original y relevante del siglo XXI. Y aunque todavía le queda mucho por madurar, los personajes e historias de los videojuegos ya desplazan a los de los medios audiovisuales tradicionales. Para comprobarlo basta con preguntar a las nuevas generaciones si han leído Cien años de soledad, mirado Citizen Kane o jugado al Super Mario. El personaje de Nintendo gana por goleada.
Existen varias teorías que intentan explicar este fenómeno. La que más me conforma sostiene que los niños disfrutan de la repetición porque viven en un mundo que aún no conocen. El mismo cuento antes de dormir y la misma película vista por enésima vez les ofrecen una isla de tranquilidad. El cuento se convierte en algo conocido y fijo en un mundo cambiante, un refugio de calma en un mundo misterioso.
Los videojuegos han recorrido un camino extraño. Entre otras cosas, son cada vez menos difíciles. Parece un dato anecdótico pero no lo es, pues la evolución de su dificultad nos puede ayudar a entender las razones de su enorme impacto cultural. Bubble Shooter Aplicación para smartphone
48 TODAVÍA
Dejemos un segundo el juego de lado y pensemos en las historias. La relación de
Los adultos no entendemos esa manía infantil de fascinarse con el mismo relato una y otra vez. Creemos que ya entendemos el mundo más o menos bien y, además, hemos descubierto con la edad que todas las historias se parecen demasiado. Buscamos la originalidad: un desenlace imprevisible, un punto de vista nuevo, un personaje distinto. Claro que, en general, necesitamos sorprendernos dentro de un ámbito conocido. A pocos nos deleitan las historias que rompen con todas las convenciones, pues el esfuerzo cognitivo se hace enorme y la sorpresa deja de ser la excep-
Arriba y abajo:
Social game Concept art
ción y se convierte en norma. Por eso nuestra tendencia natural es buscar una historia ya conocida pero con un par de momentos en los que suceda lo inesperado. La sorpresa en los juegos y videojuegos funciona de manera diferente. Todos comienzan con normas claras, acordadas de antemano. Algunos complejos, como los juegos de rol, pueden modificar sus reglas a medida que avanza una partida. Pero la sorpresa suele provenir de una acción nueva que siempre estuvo permitida, pero que nunca habíamos previsto. Por ejemplo en fútbol, meter un gol de arco a arco. Las reglas son familiares, pero la novedoso reside en cómo combinarlas y en los resultados de la performance de los jugadores. En ese sentido, los juegos unen los aspectos de las historias que fascinan a niños y adultos. Son infinitamente repetibles y se desarrollan en límites de espacio y tiempo conocidos y familiares. Pero lo inesperado emerge justamente de esa familiaridad predefinida, de cómo se combinan sus elementos lúdicos. Por eso, el secreto de los buenos juegos consiste en reglas simples, fáciles de aprender, que generen comportamientos complejos, difíciles de dominar. Difíciles pero no imposibles, pues la dificultad es relativa a las habilidades del jugador. TODAVÍA 49
SOCIEDAD Asteroides on line
Ése, precisamente, ha sido el cambio estructural más importante de los videojuegos en la última década: se ha puesto en cuestión su dificultad. El estándar tradicional era el del grupo dominante: el geek que pasaba horas por día jugando. Hoy, se ha desplazado hacia la dificultad de quienes apenas juegan un par de horas por semana. Una de las principales razones es histórica. Los primeros videojuegos eran realmente muy difíciles. En general, los jugadores disponían de vidas finitas y la mayor parte de los errores se hacían fatales. Recién luego de un largo entrenamiento, aprendían en qué momento saltar, disparar y detenerse. Esta característica era una consecuencia directa del modelo de negocio de los primeros videojuegos: máquinas en lugares públicos que funcionaban con monedas. Por lo tanto, los primeros diseñadores tenían el poco envidiable trabajo de ajustar la dificultad. Si el juego resultaba muy difícil, los jugadores se frustraban y no volvían a insertar una moneda. Si el planteo se volvía muy fácil, se podía jugar mucho tiempo con una sola ficha, lo que disminuía la facturación diaria de cada máquina. El desafío residía en encontrar el equilibrio perfecto: un juego que durara apenas unos minutos, pero que hiciera sentir al jugador un placer suficiente como para querer volver a intentarlo. La dificultad extrema de los primeros videojuegos debería haber concluido con la llegada de las consolas hogareñas. Al fin y al cabo, el modelo de negocio había cambiado y ya no parecía necesario generar partidas cortas pero intensas. Los creadores hacían dinero una sola vez: con la venta del cartucho de juego. 50 TODAVÍA
el secreto de los buenos juegos consiste en reglas simples, fáciles de aprender, que generen comportamientos complejos, difíciles de dominar. difíciles pero no imposibles.
Sin embargo, la mayor parte de los videojuegos continuó siendo extremadamente difícil. La razón se debió a la inercia cultural del género: la promesa de la consola significaba tener el salón de maquinitas en casa y, por lo tanto, muchos de los juegos se convirtieron en réplicas de los anteriores. Además, tanto los jugadores como los diseñadores se habían criado con juegos difíciles y nunca se cuestionaron que los de consola pudieran ser diferentes. Hay también razones de producción. Un juego muy difícil lleva más tiempo de consumir y, por lo tanto, necesita menos dibujos y sonidos. Y esto significa que ocupa menos memoria en los cartuchos, con lo que se abarata su costo de producción y fabricación.
Otra razón era de género. Desde el comienzo, el mundo del videojuego fue notablemente masculino debido a sus orígenes en el ámbito de la tecnología y la ingeniería, espacios que, en los años setenta y ochenta, estaban casi en su totalidad dominados por hombres. Esto tuvo varias consecuencias, pero la más notable fue que la competencia se transformó en el mecanismo de juego estándar. A diferencia de los de construcción y colaboración, los videojuegos competitivos eran más sencillos de diseñar en el plano técnico y además encajaban perfectamente en la cultura masculina que los desarrollaba. La popularidad de las computadoras personales logró cambiar un poco el panorama,
Social Game Hoteltown Concept art
ya que producir un videojuego se transformó en algo mucho más simple y económico. Esto llevó a una mayor diversidad de creadores que ahora tenían acceso a un mercado más grande. Porque, aunque a diferencia de la consola, percibida siempre como un juguete, la PC originalmente se adquiriera para trabajar y estudiar, estas eran solo excusas, pues la mayor parte de las computadoras, incluso en las oficinas, tarde o temprano se utilizaban para jugar. La PC permitió generar tipos de juegos no competitivos que atrajeron a un público cada vez más numeroso, incluido el femenino, que si bien seguía siendo minoría, aumentó considerablemente durante los noventa. La serie Sim, creada por la empresa Maxis, introdujo un nuevo concepto de videojuego. En el simulador de ciudades Sim City no se podía ganar ni competir contra otros jugadores. El desafío consistía en construir diferentes ciudades, según fines personales. El videojuego había descubierto su Lego virtual. Al no existir objetivos preestablecidos, no tiene mucho sentido decir que Sim City es un juego fácil o difícil. Simplemente el jugador se plantea una misión. Si no la alcanza, puede proponerse una menos ambiciosa. Si consigue su meta, puede buscar otra más complicada. La cumbre de este tipo de juegos fue Los Sims, una casa de muñecas virtual que rompió récords de ventas y por primera vez creó un best seller disfrutado más por mujeres que por hombres. En él se puede manipular la vida de pequeños personajes dentro de sus hogares, ayudándolos a cumplir diversos objetivos, como si los jugadores fueran dioses griegos.
Entre otros títulos, Los Sims abrió las puertas al mundo de los videojuegos “casuales” (un anglicismo que se puede traducir como “informales”). Estos videojuegos no se manejan con el paradigma masculino de la competencia y la resolución de problemas especialmente complicados. Al contrario, se focalizan más en la experiencia que en el desenlace. Por eso se hicieron muy populares fuera del grupo tradicional de jugadores varones de entre 15 y 35 años. Varias empresas hicieron fortunas con estos juegos, en particular Nintendo (con sus consolas DS y Wii) y Facebook (con los juegos multijugadores, de los cuales el paradigmático es Farmville). En las máquinas de Nintendo, la competencia es secundaria y el foco está puesto en compartir una experiencia corporal con amigos: moviéndose, saltando y corriendo. En los juegos de Facebook, más que querer ganarles a los amigos (lo cual continúa existiendo y sigue siendo sano), lo más importante es poder jugar con ellos y pedirles ayuda cuando sea necesario. Incluso los videojuegos específicamente masculinos (conocidos como hardcore) se han hecho más fáciles con el correr de los años. Un claro ejemplo es Halo, un juego de marines espaciales producido por Microsoft para sus consolas Xbox. Al tratarse de una lucha, la fuerza del personaje principal es esencial. En los juegos clásicos del género, esta energía se obtenía buscando objetos especiales de difícil hallazgo y acceso. El Halo incorporó una regla nueva: para recargar energía el jugador simplemente debe quedarse escondido unos segundos. Esto hubiera sido impensable hace unos años, pues reduce enormemente la
dificultad de la experiencia. Pero también maximiza la diversión ya que permite al jugador concentrarse en la lucha sin tener que preocuparse por perder tiempo buscando energía por oscuros laberintos. Estos ejemplos muestran una clara tendencia hacia videojuegos masivos cada vez más sencillos. Por supuesto que los de alta dificultad siguen existiendo y apasionando a un cierto grupo de participantes, aunque en porcentaje cada vez son menos. Esta nueva orientación hacia la experiencia más que hacia el resultado muestra que la industria del videojuego se va alejando de la mirada masculina competitiva para invitar a jugar a un grupo más amplio de personas que tienen estrategias diversas. El quiebre entre los juegos “casuales” y hardcore tiene una importancia cultural decisiva para este nuevo siglo, quizás equivalente al desplazamiento de la música “clásica” por la pop de mediados del siglo XX. Obviamente, la música clásica no desapareció, aunque dejó de ser el estándar cultural dominante. Lo mismo está sucediendo con los videojuegos “casuales”, que no reemplazan pero superan a los tradicionales. Así como la música pop cambió el siglo XX, esta nueva corriente de juegos está abriendo el espectro cultural con géneros más amplios, más populares y más diversos. Y eso es muy bueno. n TODAVÍA 51
TEATRO por jos茅
domingo garz贸n
Director, dramaturgo y docente teatral
EL TEATRO una COLOMBIANO mirada ACTUAL: de soslayo hoy surgen en colombia otras formas de expresión, temáticas diferentes y la necesidad de dar cabida a las nuevas generaciones creativas, en un entorno aún poco profesionalizado.
diego sánchez
El mediumuerto Foto: Ximena Velásquez
TEATRO compañía te atro índice
Quién dijo miedo Foto: Sandra Zea
carencia de centro
Al cambiar el siglo, una masa informe de grupos dibujaban el mapa del teatro colombiano, la mayoría con décadas de tradición. Pero se abría paso un fenómeno muy revelador y que ha venido cobrando importancia. Aparecían cada vez con más ímpetu formas de organizarse a través de uniones temporales o asociaciones de artistas, muchas de ellas conformadas por egresados de escuelas superiores de estudios teatrales. También, centenares de artistas solitarios, monologantes, trataban de generar circuitos propios para mostrar sus creaciones de stand up comedy (La pelota de letras, de Andrés López) y de cuentería (Juan Carlos Grisales, Carlos Pachón, Carolina Rueda, Misael Torres). Además, florecieron las narices rojas, síntesis de la moda clown, y hubo un súbito interés por la realización de intervenciones en espacios no convencionales y con lenguajes artísticos múltiples, que mostraban otros modos de relacionarse con las estructuras narrativas escénicas, con los públicos, con los medios de producción. Es el caso de La procesión va por dentro, obra que obtuvo el Primer Premio Nacional de Dirección en Teatro, organizado por el Ministerio de Cultura, en 2005. Pero mucho más allá de eso, lo que se comenzó a evidenciar en este siglo fue la ausencia de un centro. Es decir, ya no hubo uno o unos referentes internos fácilmente identificables, desde donde situarse para una militancia estética o política. Antes, nos habíamos acostumbrado a tomar como modelos a figuras tutelares internas (Enrique Buenaventura, Santiago García, Ricardo Camacho, Cristóbal Peláez) o externas (el teatro didáctico de Brecht; Grotowski y su saga del corporalismo sacro; Barba y su programa de antropología teatral o del teatro mundi; Lecoq y el teatro gestual). Ahora, en cambio, se podía sospechar una simbiosis que incorporaba lo más significativo de aquellos maestros, fragmentándolo según el contexto. Así que muy a pesar de las escuelas formales o la academia, comenzaron a hacer carrera otros modos de asociarse, de producir, de crear, de construir lenguajes, de apelar a técnicas y tecnologías a menudo despreciadas por los puristas de lado y lado. 54 TODAVÍA
Esta carencia de centro pone de manifiesto el paso y el peso del tiempo. Y ello es, quizá, la fortuna hoy y ahora que caracteriza al teatro colombiano ya que a menudo la aparición de figuras centrales hace que se simplifique un fenómeno y se tienda a interpretarlo como un todo. Así como hace décadas el teatro del país no se resumía en Enrique Buenaventura, ni después en Santiago García –con todo lo importantes que han sido– tampoco hoy su sombra alcanza a cobijar a las generaciones que buscan un sentido a esta práctica artística, en un entorno convulso. ¿Qué significa un entorno convulso? En términos de qué decir, puede indicar que las temáticas no derivan de la violencia de extrema derecha, de extrema izquierda, o de Estado, ni del crimen organizado, que han prosperado en el último tiempo en Colombia. Este fue un trauma que condicionó el teatro de finales del siglo XX (de ello se ocuparon obras como El paso, del Teatro La Candelaria, La siempreviva, del Teatro El Local, La sangre más transparente, de Henry Díaz ) y del primer lustro de este (The new gangsters, del Teatro Hora 25, Quién dijo miedo, de Índice Teatro, Kilele, del Teatro Varasanta, Mujeres en la guerra, de la actriz Carlota Llano). Vimos el desgarro, el sinsentido de la muerte, la masacre, el sicariato, los chorros de anilina roja que inundaron los escenarios, pero ahora ese testigo pasó a la televisión y al cine, que se regodean monotemáticos, superficiales, predecibles, amplificando casi siempre la voz de los victimarios. En otro sentido, es posible reconocer que las fuentes no derivan de adscripciones a las ideologías, ni de estéticas nórdicas o centroeuropeas, ni de un latinoamericanismo pintoresco, tañido de quenas. Pero entonces ¿dónde, qué se mira?
qué hay de nuevo
Si es posible ensayar una mirada, habría que decir que aquello que caracteriza al teatro colombiano actual es una exploración de lenguajes acordes con una cultura urbana extraordinariamente compleja. Por supuesto que ya no es posible reducir el ideario del espectador al hombre culto que antes se daba cita en las salas teatrales, que conocía los clásicos, que
se solazaba en las rutinas del generoso ocio creativo, un tanto a la usanza del imaginario victoriano. Hoy se habla de unas culturas del vértigo y de la imagen, de la simplicidad, del ruido, de lo vaporoso y lo evanescente. ¿Será que intento poner el acento en una correlación necesaria, es decir, que al gusto urgente el teatro responda con trivialidad; que al placer por la imagen se ofrezca la videotruculencia? Más bien se trata de registrar que hay una sociedad que es hoy tan frágil como antes, como siempre lo ha sido, y que el teatro reconoce, se reconoce o, más bien, se debe reconocer en el centro de la dolencia. Y no se resuelve la relación profunda del teatro con esa sociedad ni “educándola”, ni dándole la espalda, sino tratando de encontrar dónde está la trampa. De un tiempo para acá, se ve que en el teatro que se hace en Colombia se han empezado a retomar sonidos, músicas, letras y voces de poetas, dramaturgos, escritores, memoria, imágenes, evocaciones, cotidianidades, coloraturas que sirven de eje, cuando no de telón de fondo o de pretexto, a narrativas que experimentan, también, otras tonalidades del actor, otros juegos, otras provocaciones, otras privacidades. En el juego circular del teatro que
interroga a su espectador, también es necesario que el espectador cuestione a su teatro. Y esas preguntas, que no son nuevas, no se están respondiendo en los libros, sino que van encontrando su significado en la vivencia. El teatro, en el esplendor de sus preguntas fundacionales (qué es, para qué es, para quién, cómo), tiene que ver con la necesidad de afirmar una simpleza: que las respuestas que se han dado a los nuevos creadores no son del todo creíbles. Así, se han llegado a emprender experiencias que podríamos calificar como de transición, que florecen en el actualidad, en las barriadas, en espacios o trincheras de la cultura, tales como lugares abandonados con profundos significados urbanísticos, en cementerios (como las presentaciones de O marinheiro, de Matacandelas, una de las obras emblemáticas del teatro colombiano, estrenada en 1990), y también en apartamentos. Incluso surgen en teatros consolidados ensayos arriesgados de jóvenes directores como Pedro Salazar –de quien ha resultado sobresaliente su última puesta en escena, Pillowman, realizada en 2010–; Laura Villegas y Javier Gutiérrez –con aquel evocador espectáculo llamado Adentro la casa afuera–; y otros más experimentados, TODAVÍA 55
TEATRO
Es posible reconocer que las fuentes no derivan de adscripciones a las ideologías, ni de estéticas nórdicas o centroeuropeas, ni de un latinoamericanismo pintoresco, tañido de quenas. Pero entonces ¿dónde, qué se mira?
como Fabio Rubiano –en particular dos de sus obras que contienen una voz fuerte y propia, Mosca, versión del Tito Andrónico de Shakespeare, y la muy celebrada Pinocho y Frankenstein le tienen miedo a Harrison Ford–.
profesar una profesión sin profesión
El teatro más importante, más interesante que se hace hoy en Colombia hay que situarlo en los márgenes, lejos de las masas, fuera de los focos de los medios. Esto pareciera reafirmar la imposibilidad de que el teatro se asegure un lugar en las formalidades que mandan las leyes del mercado. Podría decirse, entonces, que medio siglo después de su conformación como movimiento moderno de la cultura, el teatro colombiano no ha conseguido instaurar, acariciar una institucionalidad, entendida ella como una suerte de sistema en el que se incorpora y reconoce socialmente como profesión, como posibilidad de vida, como proyecto colectivo. Exceptuando quizá los nombres que se escriben con mayúsculas –el Teatro La Candelaria y el Teatro Libre, de Bogotá o el Teatro Matacandelas, de Medellín– la inmensa mayoría de los grupos de los años setenta y ochenta de Colombia que se negaron a desaparecer, quedaron convertidos en modestas microempresas familiares, que medran los muy ajustados recursos que dispensa el Estado, a partir de proyectos, no de invenciones telúricas, que pongan en juego su historia, que la reinventen. 56 TODAVÍA
Quizá esta afirmación que asocia la institucionalidad con la profesionalización signifique una sola cosa: que para mirar el horizonte con otras perspectivas, es primordial despojar de la retórica moralista y del autosacrificio, el asunto de la estructura profesional del teatro colombiano. Profesional, que no necesariamente significa, como se ha dado a entender hasta ahora, conocer el oficio, aprender la técnica, licenciarse en una universidad. Profesional, que significa tener una profesión. Este enfoque todavía no parece incidir demasiado en las mentalidades de quienes conforman el gremio teatral. Suena a tema tabú, pero es groseramente desalentador que la absoluta mayoría de la gente que hace teatro en Colombia, a pesar del toderismo –es decir, de la concentración de funciones y labores en las mismas personas– no consiga vivir, ni siquiera dignamente, de su trabajo como actores, dramaturgos, directores. Ahondemos un poco en el asunto del toderismo, ese denso lastre del teatro colombiano, surgido de aquel ideal colectivizador, en el cual los creadores teatrales mantienen (mantenemos, soy de esa especie) todos los monopolios del devenir del oficio. Somos, y nos negamos a dejar de ser, al mismo tiempo directores, actores, diseñadores, iluminadores, escenógrafos, tramoyistas, taquilleros, aseadores, contadores, administradores, mensajeros, gestores, cobradores, diseñadores gráficos, utileros, costureros... Y ello estaría bien, si no se tratara de un asunto de economía precaria, sino de un postulado estético, de resistencia. Si se fuera esto último, luego de diez, veinte, treinta años o más, en alguna de las múltiples facetas que no
josé domingo garzón
La procesión va por dentro, 2005 Foto: Carlos Mario Lema
nen más allá de los recursos oficiales; que los grupos o los proyectos escénicos abran con menos prevenciones las puertas a los egresados de las escuelas teatrales, que ahora son por año más de cien.
colec tivo te atr al infusión
Narices rojas, 2003 Foto: Ximena Velásquez
dejamos de lado, habríamos descollado y no estaríamos hablando de la medianía de este modo de producción. Y profesionalizar también significa otras cosas que aún no suceden regular ni naturalmente en el país: que se pongan en escena obras de otros dramaturgos colombianos, distintos de los de la propia casa; que se generen y estabilicen profesiones asociadas a la escena, que gestio-
La Red Nacional de Dramaturgia Colombiana ha censado a 270 autores activos a la fecha. Es un número alto, que no obstante no se ve reflejado en las carteleras. Al parecer, esta dramaturgia consiste todavía en ejercicios de consumo local para los grupos de los cuales los dramaturgos-directores-actores-productores son miembros, y se refieren a desarrollos circunstanciales. La aparición en 2007 de la primera maestría en Escrituras CreativasLínea Dramaturgia, en la principal universidad pública de Colombia, promete convertirse en el epicentro, y perdóneseme de nuevo, de la profesionalización de la actividad narrativa teatral. Hay sí un número significativo de autores nuevos que vale la pena resaltar, como Ana María Vallejo, Felipe Vergara, Juliana Reyes, Carlos Lozano, al lado de otros con mayor recorrido, como Víctor Viviescas, Juan Carlos Moyano, Carolina Vivas, Sandro Romero quien, por su parte, ha consolidado un estupendo blog en el principal periódico del país, desde donde con una voz indispensable anima a los creadores. n TODAVÍA 57
LITERATURA por alfredo
grieco y bavio
las literaturas paraguayas parecen metáfora de su
Escritor e investigador en el Museo de la Fundación Carlos Alberto Pusineri (Asunción, Paraguay)
territorio: múltiples como sus realidades y sus lenguas; desconocidas e ignoradas como el país que apenas surge de su aislamiento.
Artista invitado
osvaldo salerno
Las literaturas del Paraguay en el año del Bicentenario de 1811
VEINTE AÑOS DE DEMOCRACIA, DOSCIENTOS AÑOS DE SOLEDAD D
e Paraguay sé que no conocen ni de oídas la palabra arte. Allí sólo se dan loros y yerba mate”, escribió en 1926 el peruano Alberto Hidalgo, junto al argentino Jorge Luis Borges, en el Índice de la nueva poesía americana. “Incógnita” llamó a la literatura paraguaya el historiador Luis Alberto Sánchez, también peruano, quien en 1944 le dedicó apenas veinte líneas en su abultada Nueva historia de la literatura americana. El desprecio por las literaturas del Paraguay parece tan extenso como la misma vida nacional.
después de la dictadura
Escaso aún es el tiempo que el Paraguay ha vivido por fuera del monopolio del poder por el Partido Colorado. Fundado en 1887 por Bernardino Caballero, conspicuo sobreviviente de la llamada Guerra de la Triple Alianza, de ideales populistas y ruralistas, con el tiempo se convirtió en eficaz instrumento para sostener la presidencia perpetua (1954-1989) del general Alfredo Stroessner y de sus bien subordinadas clientelas. Cuando el 14 y el 15 de mayo de 2011 el Paraguay festejó su Bicentenario, las solemnidades fueron presididas por un mandatario 58 TODAVÍA
surgido, antes que de un partido único, de una coalición, la Alianza Patriótica para el Cambio. Apenas tres años habían pasado desde que los votantes paraguayos prefirieron como mandatario al sacerdote católico Fernando Armando Lugo Méndez, obispo de la diócesis de San Pedro, la más pobre del país.
un país, dos lenguas, varias literaturas Además de una historia política singular, también una situación lingüística única distingue a las literaturas del Paraguay. Sola entre todas las regiones conquistadas en América por el Imperio español, en la nación paraguaya los conquistadores adoptaron la lengua de los conquistados. Es por ello que hay una literatura en guaraní y una literatura en castellano. El Paraguay ha vuelto ley el bilingüismo guaraní-español. Pero en medio de esos dos extremos de un purismo que la realidad vuelve imposible, aparecen las literaturas en jopara –como se llaman en alusión a la combinación en un plato de pobres del arroz y de los frijoles– que mezclan las dos lenguas. En un país de contrabandos y fronteras vulnerables, también las literaturas se abren
Casi todos los nombres
1999
al brasiguayo o portuñol salvaje. Narradores, ensayistas y poetas como Cristino Bogado o Edgar Pou o Douglas Diegues o Damián Antonio Cabrera o las ante todo poetas Susy Delgado o Delfina Acosta prestan una atención que conoce pocos desfallecimientos a todos estos matices de lenguas diferentes, y son diestros en transitar, de manera impredecible e imprevista, en un mismo texto, de una lengua a otra. Los primeros entre ellos han publicado preferentemente en ediciones autogestionadas, autodefinidas como “cartoneras” por los materiales de desecho reciclados que utilizan para la encuadernación de sus delgados volúmenes.
Un escritor más clásico, menos en desacuerdo con la imagen del gran cuentista latinoamericano, como José Pérez Reyes, está lejos de publicar en editoriales cartoneras. Sin embargo, este narrador se ha rehusado a que la editorial multinacional Alfaguara depure el jopara de sus Nueve cuentos nuevos (2009), dirigidos a un público adulto-juvenil.
las astucias de la historia narrativa La novela histórica ha ocupado en la literatura del Paraguay un lugar central. Los motivos de esta dilecTODAVÍA 59
De la serie Las mangas 1976
ción o fatalidad son muchos y diversificados. El país combatió y sufrió más guerras externas e internas que sus vecinos sudamericanos. A la Guerra Guazú (18651870) de la Triple Alianza de argentinos, brasileños y uruguayos, que dejó un millón de muertos paraguayos, siguieron la Guerra del Chaco contra Bolivia (19321935) y la menos recordada por los extranjeros, aunque muy sanguinaria, Guerra Civil de 1947, que expulsó a cuatrocientos mil paraguayos al exilio. Augusto Roa Bastos, el “mejor escritor argentino que escribió sobre Paraguay”, según fórmula menos malevolente que exacta de algunos escritores paraguayos contemporáneos, dedicó su mejor novela, Yo el supremo (1974), que es también la mejor “novela de dictador” iberoamericana, al Dr. Francia, uno de los primeros gobernantes del Paraguay independiente. Suele ser el libro que escogen como favorito las misses que ganan concursos. Cuando los entrevistadores les preguntan de qué trata, las reinas guaraníticas de belleza responden, no sin sentido crítico, que “de la dictadura de Stroessner”. Como en la literatura de la antigua Unión Soviética, el aludir fabuladamente al presente con imágenes del pasado fue un artificio frecuente de la ficción paraguaya difundida durante los años del stronismo. Tras la calibrada huida de Stroessner al Brasil en febrero de 1989 luego del golpe familiar de su pariente, el general Andrés Rodríguez, la literatura del Paraguay ha vivido desarrollos antes impensados o menos transitados. En un extremo, una narrativa descarnada, íntima, experimental, realista o simplemente desembozada, pudo referirse sin temores a la dictadura stronista. 60 TODAVÍA
Una novela como La querida (2008) de Renée Ferrer, que narra las desdichas de las amantes del poder, más perdurables o más ocasionales, desde una perspectiva que, programáticamente, era femenina, parecía antes improbable por las fuerzas de una censura tanto política como social. La literatura de mujeres en el país americano que más tardó en darles el voto (recién en 1961) ha constituido un fenómeno sociológico. Cuentan con su propia organización, EPA! (Escritoras Paraguayas Asociadas), club de género exclusivo, pero también pueden pertenecer al PEN Club y a otros agrupamientos. En 2010, una de las novelas más oficialmente promovidas ha sido El callejón oscuro, de Susana Gertopan, cuya acción tiene como fondo el caótico Mercado4 de Asunción, donde puede comprarse de todo, desde un alfiler hasta una 4 x 4. Si el Premio Lidia Guanes fue para Gertopan, el Augusto Roa Bastos fue para Mónica Bustos. Chico Bizarro y las moscas (2010) es una novela de iniciación para no iniciados, donde a la inspiración cinematográfica de Quentin Tarantino, siempre proclamada por la autora, se suman otras evocaciones e impostaciones. Que su narrador sea un hombre, como en las novelas de la brasileña Patrícia Melo, es uno de sus atractivos, y una singularidad paraguaya. En el otro extremo, la novela histórica que para hablar del presente se sitúa en el pasado, que por distante es menos incómodo, ha dejado de gozar de los misterios de contraseña secreta que antes la caracterizaban. El mayor de aquellos novelistas es Guido Rodríguez Alcalá, tan fiel (o voluntariosamente infiel) a los documentos, tan irónico al inventar dobleces políticos de personajes que eran ellos mismos y otros refractados, como hizo con su obra maes-
también las literaturas se abren al brasiguayo o portuñol salvaje. narradores, ensayistas y poetas como cristino bogado o edgar pou o douglas diegues o damián antonio cabrera o las ante todo poetas susy delgado o delfina acosta prestan una atención que conoce pocos desfallecimientos a todos estos matices de lenguas diferentes.
tra Caballero (1989). En su última novela, El peluquero francés (2009), narra ya con una libertad ficcional y una ausencia de referencialidad que antes resultaban menos imposibles que muy poco urgentes. Los cuentos, relatos y novelas de Helio Vera, mejor conocido por su ensayo de interpretación nacional En busca del hueso perdido (1990), forman un corpus único. La elegancia corrosiva, la ironía a veces suave, otras veces erótica, otras cruel, les ha hecho cobrar una corporalidad histórica muy especial, como en su antologizado relato “Angola”, sobre una negra bruja del siglo XIX. Los seudónimos son importantes en la narrativa paraguaya, como en el caso del arquitecto y artista visual Carlos Colombino, que ha publicado sus novelas histórico-burlescas y barrocas, bajo el nombre de Esteban Cabañas. Un camino inverso, y de los más peculiares en una historia literaria peculiar, ha sido el de Jesús Ruiz Nestosa, quien décadas después de publicar en Buenos Aires, en CEAL, su novela vanguardista Las musarañas (1973), densamente escritural y literal como correspondía a aquellos años, ha trazado un fresco histórico asunceno en La generación de la paz (2004). Un poeta que solo ha incursionado en la publicación de un libro narrativo para hacer historia del presente es el seudónimo Joaquín Morales, con Historia(s) de Babel (1992), de temas homoeróticos y deliberadas morosidades.
la lengua del entrevero
El fin del stronismo trajo consigo un desarrollo urbano que se volvió notable ante todo en la capital Asunción, pero también, con otras características, en Ciudad del Este, ex Puerto Stroessner, enclave comercial de la Triple Frontera. De esta área son las narraciones de Damián Cabrera.
El título de su primera novela, Xiru (2010), es un término tupí-guaraní, en la variedad hablada en el Brasil contiguo a la frontera paraguaya, que significa “amigo”. Pero el engañoso xiru es la voz xenófoba que los brasileños de la frontera usan para designar a los paraguayos: en verdad, si no un enemigo, todo lo contrario de un amigo. De la capital Asunción, en cambio, son los relatos de Javier Viveros, autor que repartió su vida entre América y África, y cuentista de Urbano, demasiado urbano (2009). Blas Britez, crítico y narrador, compiló Anales urbanos (2007), donde buena parte de su generación tiene un lugar. También urbanas son las antologías editadas por autores “cartoneros” que compilan textos de narradores contemporáneos: Asunción t mata (2009) y Lluvia negra (2009). Otras narraciones paraguayas contemporáneas abordan la desestructuración social del mundo rural, otras tramas vuelven sobre la historia reciente del país. La novela El Rubio (2004), de Domingo Aguilera, bucea en el pesado under capitalino con sus leyes y jergas y profundidades y diferencias, como si un mundo social nuevo requiriera, o invitara a, renovaciones formales para la narración. El autor de esta novela urbana asuncena es, profesionalmente, un especialista en folklore rural guaraní. Hay tramas que bailan el ritmo cumbiantero y cachaquero de los barrios populares de Asunción, como La Chacarita o Lambaré; otras voces olvidadas afloran desde el interior indígena y campesino. Hoy en el Paraguay hay más soja transgénica que naranjas, y más latifundistas que campesinos dueños de su tierra. El país criollo que adoptó el guaraní como lengua oficial sigue manteniendo a sus indios a prudente distancia. n TODAVÍA 61
MÚSICA por idelber
avelar
Profesor de la Universidad de Tulane, Estados Unidos
CIUDADANÍA y MÚSICA en el BRASIL mucho más que una simple expresión artística, la música en el brasil ha constituido desde siempre un espacio simbólico de lucha por derechos y poder.
E
n el Brasil existe una larga historia de relaciones entre la música popular y la lucha por la ciudadanía. La música ha servido tanto de instrumento para la afirmación ciudadana de las clases obreras y medias, como para la formulación de las políticas disciplinarias y represivas del Estado. A menudo, ha funcionado de ambas maneras simultáneamente. En esta nota, comparto con los lectores de Todavía los argumentos desarrollados por algunos de los colaboradores del libro que acabo de 62 TODAVÍA
publicar en los Estados Unidos con Christopher Dunn, Brazilian Popular Music and Citizenship, en el que se traza un recorrido por los momentos clave de los vínculos entre la música y la ciudadanía en el Brasil.
del maxixe a la mpb
En la segunda mitad del siglo XIX, mientras la polca ganaba popularidad entre las élites de Río de Janeiro, en los patios y las cocinas la población negra y mulata desarrollaba una forma de tocar-
TODAVÍA 63
MÚSICA
la aparición del movimiento conocido como rock nacional no fue solo un cambio en las preferencias musicales de la juventud, sino también la expresión de la erosión del potencial ciudadano de la mpb.
la que subvertía la reiteración sucesiva de los compases, propia del género europeo. Se inventaban allí, a partir de la riqueza rítmica de las músicas subsaharianas traídas por los esclavos, patrones contramétricos que iban a crear el primer género popular urbano del país, el maxixe. No sería exagerado afirmar que el maxixe representó el primer ingreso a la ciudadanía cultural y musical de las masas urbanas negras y mulatas. A lo largo de las últimas tres décadas del siglo XIX, el maxixe se asociaría directamente a la lascivia y la indecencia. Considerado un baile peligroso por su exceso de libido, este género representó una fuerte afirmación de la subjetividad negra y mulata y, a su vez, provocó un escándalo de grandes proporciones. Tanto es así, que el principal compositor de la época, Ernesto Nazareth, prefirió denominar sus maxixes con el nombre menos temerario de “tangos brasileños”, ya que el mismo término “maxixe” se había transformado en tabú. Como suele suceder, la apropiación del género por parte de las clases dominantes poco a poco lo convirtió no solo en una forma cultural aceptada, sino incluso exportable. En 1885, el dramaturgo Arthur Azevedo lo incorporó al teatro de revistas, y en la década de los noventa se produjo la difusión del género en otras ciudades brasileñas, hasta su consagración internacional, con el viaje del bailarín Duque a Europa, en 1905. En las dos primeras décadas del siglo XX, el maxixe se convirtió en una referencia rítmica para el naciente género nacional brasileño, el samba, aunque su gran legado fue la presencia de los cuerpos negros y mulatos en la polis, su ocupación del espacio urbano, que conllevaba un claro contenido simbólico. El gobierno de Getúlio Vargas (1930-45) coincidió con el ascenso del samba como género nacional, en un contexto de expansión de las industrias discográfica y radiofónica. 64 TODAVÍA
Radio Nacional fue un elemento constitutivo de la política cultural del régimen, que educó el gusto de las capas medias urbanas que empezaban a consumir el samba, especialmente en la voz de cantantes blancos como Francisco Alves y Aracy de Almeida. La gran batalla simbólica del momento se produjo en torno a la apropiación del samba por parte de los artistas blancos “del asfalto”, en oposición a los compositores negros “del morro”, que a menudo vendían a aquéllos la coautoría de canciones ya compuestas en su totalidad. Menos estudiada, y bastante iluminada por investigaciones recientes de Flávio Oliveira, fue la política musical de Vargas para las escuelas primarias, ancladas en el canto como instrumento de construcción de un ciudadano obediente. El gran compositor erudito brasileño de aquel momento, Heitor Villa-Lobos, impulsó la enseñanza de la música coral patriótica a niños de entre siete y diez años y lideró la implementación de la pedagogía musical para fines estatales. Una de las imágenes más célebres del período es la de Villa-Lobos en el estadio de São Januário (Río de Janeiro), perteneciente al Vasco da Gama, dirigiendo un coro de decenas de miles de niños, en un espectáculo que representaba una brutal imposición de disciplina y el comienzo de una ciudadanía vigilada por el aparato estatal. La dictadura militar (1964-85) también advirtió que la música cumplía un papel en el que, de manera ambigua, se combinaban la restricción y el acceso a la ciudadanía. Creada alrededor de 1966, la sigla MPB (Música Popular Brasileira) jamás designó, vale aclararlo, la totalidad de la música popular producida en el país. En el momento de su constitución, la sigla reunía las formas acústicas de música de protesta, como la de Geraldo Vandré que, en aquel tiempo, se enfrentaban, en un embate lleno de
significación política, con el rock’n’roll que llegaba al país a través de Roberto Carlos y la llamada “joven guardia”. El Tropicalismo de Caetano, Gil, Tom Zé, Capinam, Gal Costa y Rogério Duprat era, entre otras cosas, una reivindicación de esta última, en la medida en que hacía una crítica explícita al paradigma cultural nacionalista defendido por la izquierda. El enfrentamiento quedó saldado a favor del Tropicalismo y una de sus consecuencias fue el cambio en el sentido de la sigla MPB, que progresivamente perdió su carácter nacionalista y pasó a designar un ideal de sofisticación en la canción popular. La MPB fue la gran mediadora de la ciudadanía cultural de las capas medias en los setenta. Por un lado, la música de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Milton Nascimento y Chico Buarque expresó, como ninguna otra forma artística, las esperanzas y ansiedades de las clases medias durante la dictadura. Con sus alegorías y metáforas, la MPB fue una permanente difusora de mensajes indirectos acerca de la represión del régimen militar, que llegó a un público al que la literatura, el teatro e incluso el cine jamás habían alcanzado. Por otro lado, también representó para la clase media un pasaporte al buen gusto: con la primacía de la figura del cantautor, las armonías complejas y las letras “literarias”, la MPB comenzó a identificar a un público presuntamente sofisticado, que se diferenciaba, a través de su consumo, de formas más populares como el samba de raíz tradicional o las variaciones melodramáticas del bolero que recibían la etiqueta peyorativa de cafona (“música cursi”). En otras palabras, la MPB fue, por un lado, herramienta de lucha contra la opresión política y, por otro, un instrumento de exclusión de las clases populares de la esfera considerada de buen gusto musical.
de la mano del rock
El ascenso del movimiento de rock brasileño coincidió con la pérdida del capital ciudadano de la MPB, ya asociada, hacia fines de los setenta, con la notable industria del entretenimiento desarrollada bajo la dictadura. Para la juventud, la MPB abandonó su carácter contestatario cuando su función como mecanismo de exclusión del gusto pasó a prevalecer sobre su rol de oposición al régimen. La aparición del movimiento conocido como rock nacional no fue solo un cambio en las preferencias musicales de la juventud, sino también la expresión de la erosión del potencial ciudadano de la MPB, en la medida en que algunos de sus íconos, como Milton Nascimento, se asociaron al proceso de transición articulado por el pacto liberal-conservador que eligió (indirectamente, a través del Congreso) a la
fórmula Tancredo Neves-José Sarney en 1985. De manera emblemática, ese fue también el año de Rock in Rio, un megaevento de diez días con estrellas de rock nacionales (Paralamas do Sucesso, Barão Vermelho, Lulu Santos) e internacionales (Iron Maiden, AC/DC, Ozzy Osbourne, White Snake, Scorpions, Queen, Yes), que demostró la ocupación de espacios culturales por parte de un público específicamente joven, en nítido antagonismo con la MPB. Quizás la lucha afrobrasileña por la ciudadanía haya sido el espacio en el que con más nítidez se manifestó el potencial político de la música popular, del maxixe al samba y de allí a géneros contemporáneos como el hip hop y el funk (término que designa en el Brasil formas musicales caracterizadas por letras en general de doble sentido sexual, cantadas sobre un beat de música electrónica). En el caso del hip hop, no sorprende que su epicentro haya sido San Pablo, una metrópoli marcada por la enorme exclusión social y el exilio de la población negra hacia la periferia. El hip hop de grupos como Racionais MCs cumple hoy una función que durante mucho tiempo estuvo a cargo de sambistas como Zé Ketti: la crítica permanente a la violencia policial contra los negros y el desenmascaramiento de la ficción de la “democracia racial” brasileña. Por su parte, el funk carioca, aunque con letras sin contenido político reconocible a primera vista, se ha transformado en un instrumento de construcción de ciudadanía, a través del cual la juventud excluida de Río de Janeiro ocupa espacios públicos que, en otras circunstancias, le estarían vedados. Ensayistas como Micael Hershmann y João Freire Filho han señalado que los medios suelen caracterizar ese fenómeno como una amenaza, sistemáticamente asociada al narcotráfico y a la violencia, como si existieran en Río de Janeiro espacios sociales inmunes a la droga y la violencia urbana. Finalmente, debemos mencionar que no sorprende que durante la reciente embestida pentecostal sobre las religiones afrobrasileñas se haya invertido una fortuna en la producción musical proselitista y que el mercado discográfico evangélico haya crecido tanto. Consciente de que la música ha sido un componente clave de la experiencia religiosa afrobrasileña, el pentecostalismo decidió competir también allí con importantes resultados. En síntesis es evidente que la forma artística brasileña más célebre continúa siendo un campo de batalla cultural, cuyo sentido político nunca está dado de antemano. Seguir rastreándolo es una tarea indispensable para quienes nos dedicamos a pensar el país. n TODAVÍA 65
CINE por jorge
luis serrano salgado
Sociólogo. Director del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador (Cncine)
seba s tián cordero
Rabia
66 TODAVÍA
cinco años después de la aprobación de la ley de cine y con unos doscientos proyectos en desarrollo, la cinematografía del ecuador vive una etapa de gran impulso y diversidad.
D
inámico y entusiasta: así se puede describir el momento que vive la cinematografía ecuatoriana. La variedad de autores, obras y puntos de vista deja ver un talento que siempre estuvo ahí y vale la pena subrayarlo porque hace de la diversidad una insignia. Hasta hace unos años atrás no se contaba con mecanismos de apoyo, pero sin ese ingrediente, el talento y la creatividad, nada sería realmente posible. Desde 2006, Ecuador tiene ley de cine y cinco años después de aprobada, con casi dos centenas de proyectos en diversas etapas de desarrollo, hay cosas que se pueden sacar en claro. En primer lugar, que la insistencia por obtener la bendita ley (nueve proyectos se enviaron al Congreso Nacional entre 1980 y 2005) definitivamente valió la pena. En el terreno de la ficción, encontramos dos voces consolidadas y referenciales: Camilo Luzuriaga y Sebastián Cordero, ambos con cuatro largometrajes de ficción a cuestas. El primero con La Tigra (1990), Entre Marx y una mujer desnuda (1996), Cara o cruz (2004) y 1809, mientras llega el día (2006). Cordero con Ratas, ratones, rateros (1999), Crónicas (2006), Rabia (2009) y Pescador (estreno en diciembre de 2011).
c amilo luzuriaga
Luzuriaga resultaría ser un fenómeno más local e íntimo, aunque cuenta con buenas performances en festivales como los de Cartagena o La Habana. La Tigra, su ópera prima, con más de 200.000 espectadores en salas, fue en 1990 la película más vista en el Ecuador, que llegó a superar blockusters del momento como Batman. Entonces arranca realmente su carrera, aunque su filmografía cuente con títulos en los años ochenta. ¿Podemos llamar a ésa su prehistoria fílmica? Tal vez. Esa etapa estuvo muy vinculada a su militancia política, una cosa más romántica que nada. De esos años nos quedamos con su corto para niños Chacón Maravilla (1982), codirigido con Jorge Vivanco y con su documental Los mangles se van (1984). En su obra adulta, por llamarla de alguna manera, basada fundamentalmente en títulos de la literatura ecuatoriana, encontramos personajes que emprenden una recurrente búsqueda del amor descubriendo, a veces, todo lo contrario. Ahí, una clave para aproximarse a su trabajo. El rol de Luzuriaga, de cualquier forma, adquiere otro matiz como productor, no solo de sus propias obras, sino de otras como Los canallas (2009), ópera prima colectiva de los estudiantes de Incine (Instituto de Cine y Actuación), escuela fundada por el propio cineasta que propone una metodología pedagógica adaptada a la idiosincrasia andina, ensimismada e introvertida. Aunque se trata de la imperfecta suma de varios cortometrajes, la obra mencionada logró alzarse con un Cenit de Bronce en el Festival de Montreal de 2009, tuvo algo más de 30.000 espectadores en las salas y ha vendido cerca de 5.000 dvd, cifras nada despreciables para un
pequeño film como este. Luzuriaga es un gran suscitador sin duda. Cordero, por su lado, es el nombre con el que la cinematografía de Ecuador se presenta ante el mundo de manera más contundente, tanto en circuitos de producción como en festivales triple A. Existe un consenso local en considerar Ratas... como la película que inaugura e impulsa la etapa más productiva de la cinematografía nacional, apenas iniciado el siglo XXI. A raíz del estreno de este título, toda una generación hace su entrada al mundo del cine. Hablo de generaciones tomando como referencia la que fundó Asocine (Asociación de Cineastas del Ecuador) en 1977. Antes de esta, encontramos solo nombres sueltos, islas. Sebastián Cordero es una suerte de lujo para el cine ecuatoriano porque, por sí mismo, ha hecho mucho más de lo que las condiciones locales le permitían. Nacido en cuna de oro, como se dice habitualmente, tuvo una educación privilegiada en Francia y los EE.UU., aunque sin embargo la muerte del padre y posteriormente la de su hermano Juan Esteban, talentoso músico, marcarían su vida. Quizás estos hechos, además de un genuino interés por explorar la interioridad de personajes marginales –especialmente de la costa ecuatoriana– como una reacción al sentimiento de abandono, lo han llevado a tratar temas usando a su país como telón de fondo, sin que por ello se le puedan hallar rasgos folcloristas. Al contrario. Como buen habitante de la sierra ecuatoriana, Cordero manifiesta una muy reconocible fascinación por la costa del país y su universo de sentidos. Fascinación por la gastronomía, por la geografía, pero también por las perTODAVÍA 67
CINE
sonalidades más violentas y explosivas que se encuentran a lo largo y ancho de ella. Esa dualidad entre costeños y serranos, serranos y costeños, es una marca cultural e identitaria fundamental en la vida del Ecuador, y Cordero ha sabido capturarla casi canónicamente en sus películas. Tras Luzuriaga y Cordero, la historia filmográfica del Ecuador suma matices autorales con Tania Hermida, Qué tan lejos (2006), En el nombre de la hija (2011); Víctor Arregui, Fuera de juego (2001); Cuando me toque a mí (2008); Mateo Herrera, Impulso (2008); Anahí Hoenesein, Daniel Andrade, Esas no son penas (2008) y Fernando Mieles, Prometeo deportado (2010). Juntas, estas películas suman algo más de 600.000 espectadores. Esto habla de la respuesta del espectador ecuatoriano, de las ganas que tiene por ver su cine, aunque, por supuesto, la cifra resulta siempre deficitaria con relación al consumo del cine norteamericano en salas y mucho más a través de la piratería. En términos narrativos, la escala de tonos y estilos, para decirlo gráficamente, va desde el costumbrismo, el realismo social hasta el cine de género y, por supuesto, el melodrama. Se crea así un verdadero caleidoscopio de opciones y visiones. Pero hay un afán evidente en cada uno de estos autores y obras por retratar personajes y situaciones “típicas”, elaboradas con mayor o menor complejidad y tacto, según el caso, fácilmente reconocibles por el espectador local, pero también abiertas a la mirada de otras latitudes. Para Luzuriaga esto implica que la mayoría de sus colegas se mueven en el terreno de la farsa, muchas veces involuntariamente, ya que no los ve del todo comprometidos con las temáticas que cada título propone. Es como si al buscar una voz se encontrase una máscara que Luzuriaga reconoce en su propia obra. Esta impostación inconsciente es la principal razón que impide definir el conjunto de estas producciones como resultado de una cinematografía consolidada. Se hace camino al andar. Sin embargo, se trata de un conjunto de autores que aportan cada vez mayor complejidad conceptual y si el 68 TODAVÍA
terreno de las estructuras dramáticas es un espacio en consolidación, la factura técnica es un saldo a favor. La manufactura de la obra cinematográfica dispone en el Ecuador de profesionales hábiles y bien formados. En los márgenes de esto que podríamos llamar la corriente principal del cine hecho en el Ecuador, flujo que apuesta por el cine de autor en consonancia con una tendencia y afinidad latinoamericana, encontramos representantes de expresiones que buscan un espacio y sus espectadores en otros afluentes. Hablo de Tito Jara, A tus espaldas (2011), Carl West, Zuquillo express (2010) y Viviana Cordero, Retazos de vida (2009) y Un titán en el ring (2002). Se trata de proyectos que echan mano de rostros y personajes de la televisión ecuatoriana o de eventos noticiosos que en su momento fueron objeto de tratamiento amarillista en la prensa local, para buscar un gancho directo de taquilla. Tanto A tus espaldas, como Zuquillo express y Retazos de vida tuvieron, en su momento, más de 100.000 espectadores en salas cada una. En las discusiones de la intelectualidad ecuatoriana, tertulias no exentas de humor, ironía y algo de mala leche, no en el de la crítica cinematográfica ya que tal cosa no existe en el Ecuador, estas obras representan la tentación del facilismo o la falta de rigor, incluso la involución del cine local. Sin embargo, la respuesta del espectador habla de un tipo de cine que llena sus expectativas. Esto, lo sabemos, es un arma de doble filo. En el universo documental, por su parte, el panorama es no menos alentador. Teniendo como base a los EDOC, Encuentros del Otro Cine, festival que le ha permitido a Quito insertarse dentro del circuito de circulación de obras de interés prioritario en la producción documental contemporánea, y que ha formado espectadores y noveles autores del documentalismo en el Ecuador, saltan los nombres de Manolo Sarmiento, Mateo Herrera, o uno más reciente pero importante como el de María Fernanda Restrepo. Esta autora ha estrenado en 2011 Con mi corazón en Yambo, una obra que desde ya puede ser considerada referencial en la
filmografía del país. Por su lado, podemos mencionar a dos autores que construyen un camino propio en el audiovisual. Uno es Yanara Guayasamín, con obras como De cuando la muerte nos visitó (2002) y Cuba, el valor de una utopía (2007), documentales que, aunque sujetos a cierta densidad narrativa que obliga al espectador a no perder la atención, manifiestan un rigor en la investigación, la producción y la factura, que es infrecuente en el medio y que la posicionan como una cineasta muy comprometida con el oficio. Miguel Alvear, por su parte, representa una vía singular, como autor vinculado alternativamente a proyectos de artes plásticas o conceptuales y a proyectos de producción experimentales, como su investigación sobre la cinematografía escondida del Ecuador, que concluyó con el documental Más allá del Mall, que representó al país en la serie Doctv. Finalmente, aunque de este breve panorama pueda derivarse la tentación de bautizar lo dicho como “cine ecuatoriano”, hago el serio esfuerzo de no sucumbir a ella por poco imaginativa y esquemática. No sé si es un despiste o un defecto de formación de los periodistas locales, muchos de ellos tan jóvenes que los cambian cada seis u ocho meses en la sección de Cultura de los diarios, lo que impide que exista crítica especializada. Pero ese afán de que el cine, dicho así en genérico, debe encontrar la “voz” o la “marca nacional”, lo cual es peor, es algo que parece desesperado. Esa es una manía latinoamericana. De cualquier forma, el conjunto de obras y autores, la dinámica de producción que parece haber encontrado un piso básico en los fondos nacionales y los mecanismos de coproducción, configuran un escenario de cinematografía emergente al que hay que prestarle atención por la diversidad de sus propuestas. En ellas están las claves para formular respuestas. n
maría fernanda res trepo
tania hermida
mateo herrer a
víc tor arregui
Con mi corazón en yambo
tito jar a
A tus espaldas
yamar a guaya samín
Cuba. El valor de la utopía
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DISEÑO por esteban
ucrós
Curador y diseñador gráfico, miembro de Populardelujo
Gráfica popular de Bogotá
Fotografías de Peca Penzotti
Mural de Arnulfo Herrada en el restaurante El Primo. Barrio Eduardo Santos, Bogotá
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ASÍ ES AQUÍ
Arriba: pinturas encargadas a Arnulfo Herrada a manera de réplica de los avisos que ha pintado para locales comerciales en Bogotá. Colección Populardelujo Abajo: pinturas encargadas a Jorge Montesdeoca a manera de réplica de los avisos que ha realizado para locales comerciales en Bogotá. Colección Populardelujo
A
visos y murales pintados a mano para promocionar productos o ambientar cafeterías, tiendas y toda clase de negocios modestos: el paisaje latinoamericano está tapizado –todavía– por un género gráfico de una singularidad y riqueza extraordinaria. Sin embargo, obnubilados por estéticas más sofisticadas, hemos terminado por reducirlo a expresión gráfica “pintoresca” en el mejor de los casos; o a contaminación visual, en el peor. Hace diez años, Roxana Martínez, Juan Esteban Duque y yo (Populardelujo) empezamos a documentar en Bogotá los múltiples y muy diferentes géneros gráficos que pueden coexistir bajo el vago y problemático rótulo de “gráfica popular”.
Desde el primer día quisimos ir más allá del mero registro visual. Además de encontrarla hermosa, esta gráfica era la corteza de toda una realidad cultural de la cual gran parte de la población local no tiene más que ideas simplistas y estereotipadas. Revisarla con cariño y respeto podía ser una manera de hacer un retrato más rico y equilibrado de nuestras clases populares. Así fue que terminamos haciendo amistad con los pintores responsables de algunos de los motivos más sensacionales que cubren las calles de nuestra ciudad. No fue una tarea fácil: normalmente estos trabajos están firmados, pero rara vez incluyen datos de contacto. No es extraño que los pintores no tengan un teléfono o un sitio TODAVÍA 71
DISEÑO Algunos de los publicistas populares que trabajan en Bogotá: Roberto Ayala, Gonzalo Díaz, Jorge Montesdeoca, Alrnulfo Herrada, y Oscar Barreto
de residencia fija. Con el tiempo entenderíamos que el de los publicistas populares suele ser un gremio compuesto por bohemios, rebeldes, espíritus libres. Quizás el caso más radical sea el de Jorge Montesdeoca. Jorge nació en Riobamba (Ecuador) hace más de sesenta años. Fascinado por las historias sobre lugares y culturas remotas que le contaba su madre, maestra de escuela, y armado con el talento que heredó de su padre, escultor de bustos de personajes ilustres, abandonó su casa a los dieciséis años y solo regresó de visita una década más tarde. Los siguientes cuarenta años los ha dedicado a errar por Sudamérica con su talento para la pintura como único medio de sustento. “Soy un nómada –escribió en uno de sus cuadernos de apuntes–, viajo con mis aptitudes y las vendo donde puedo”. Trabajos suyos se pueden encontrar en lugares tan distantes entre sí como Riohacha, Temuco, Lima y Recife. El trabajo de Montesdeoca, como el de muchos de sus colegas, puede ser visto como mera publicidad. No es que no lo sea: efectivamente un sector enorme de la eco-
nomía de nuestros países se mueve gracias a su pulso e ingenio. Pero es mucho más. Nacidos en entornos en donde dedicarse al arte por el arte hubiera sido un suicidio, muchos de estos pintores han encontrado en la publicidad un espacio para dar rienda suelta a sus inquietudes estéticas más íntimas, al tiempo que se aseguran una forma de subsistencia. Así, han acabado por crear un inédito y fascinante género gráfico a medio camino entre la publicidad y la expresión personal. En nuestras ciudades, su trabajo es un ventarrón de aire fresco y una forma de resistencia ante tanta gráfica transnacional que amenaza con homogeneizar el paisaje. En esas obras se cifran, disfrazadas como publicidad, las ilusiones y estándares de gusto de un sector enorme de la población local, y de paso se mantienen vivos recursos gráficos que los diseñadores digitales han echado al olvido. Mucho está en juego, mucho se pierde, cuando su trabajo es subestimado, mirado con desdén, pañetado de blanco y reemplazado por un letrero hecho en computador. n www.populardelujo.com
A la izquierda: aviso-mural de Jorge Montesdeoca en el barrio Teusaquillo, Bogotá A la derecha: pintura de Edgar Muñoz para una marisquería del barrio San Victorino, Bogotá
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