Libertad y democracia no son tĂŠrminos equivalentes, son complementarios: sin libertad la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es quimera.
O c t a v i o Pa z Fragmento del discurso pronunciado al recibir el Premio Cervantes, 1981
! MartĂn Kovensky, 2018
equipo
dirección general Tomás Amílcar Rodrigo Sánchez de Bustamante dirección ejecutiva Omar Bagnoli dirección editorial Florencia Badaracco jefe de edición Yanina Costa equipo de edición Ludmila Fabaro Guillermo Fernández Pablo Schroder Mariela Sorrentino Lucas Van Rey María Winsnes corrección Andrés Monteagudo concepto visual Estudio Lo Bianco dirección de arte y edición gráfica Juan Lo Bianco diseño gráfico Theo Contestin tipografías Abril Display, Abril Text y Adelle Sans (TypeTogether de José Scaglione y Veronika Burian) Median y Think (Tipo de Eduardo Rodríguez Tunni)
colaboran en este número Martín Becerra Leticia Kabusacki Sofía Harari Carolina Duek Luis Eduardo Thayer Natalia Romé Antonio Ibarra Mario Santucho Haroldo Dilla Alfonso Leandro de Martinelli Jorge La Ferla Julieta Infantino Mauro Libertella Lautaro Ortiz Mariano Quirós Lui Abadi Jon Lee Anderson artistas invitados Martín Kovensky Martín Laksman Fernanda Cohen Marcos Farina Daniel Roldán Elisa Strada Sara Facio Fernando Calvi Lui Abadi
directora editorial 2002-2013 Liliana Cattáneo propietario Fundación osde número 40 Segundo semestre 2018 Noviembre 2018
Copyright © Buenos Aires Todos los derechos reservados Hechos los depósitos previstos en la ley 11.723 Registro Propiedad Intelectual 5355276 Prohibida su reproducción total o parcial. issn 1666-5864 Fundación osde av. Leandro N. Alem, 1067 piso 9 c1001aaf, Buenos Aires Argentina tel: (011) 5196 2210 e-mail: todavia@osde.com.ar
traducción Juan Décima agradecimientos Julieta Escardó
impresión Grupo Maule Humberto Primo 151 - caba
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente las de la revista Todavía, que tiene como uno de sus pilares promover el pluralismo de ideas.
ta pa Elisa Strada, Las calles son nuestras (detalle), 2017 c o n t r ata pa Lui Abadi, Proyecto Yeka, 2006
sumario
! Sociedad. Los trolls en la guerra de la (des)información. Becerra. p.4 | Madres y padres 2018. Kabusacki & Harari. p.12 | El juego: ¿solo para niños? Duek. p.18 La política migratoria: un animal de dos cabezas. Thayer. p.24 * Democracia. El futuro incierto de la democracia. Romé. p.32 | AMLO: ¿una moral política para la democracia en México? Ibarra. p.40 | Bolsonaro, la ira de Dios. Santucho. p.48 Miguel Díaz Canel: el arte de sobrevivir. Dilla Alfonso. p.56 * Ciudades. ¿Quién tiene derecho a la ciudad? De Martinelli. p.65 * Cine. Cine fuera del cine. La Ferla. p.72 * Teatro. El circo: innovaciones, novedades y tradiciones. Infantino. p.80 * Literatura. Un museo de sí mismo. Libertella. p.86 * Historieta. Altavista. Calvi. p.94 * Lecturas. Una vida tranquila. Quirós. p.102 * Fotografía. Fortuna callejera, empatía y cuadros impermeables. Abadi. p.110 * Conferencias. Anderson. p.121 *
Todavía Pensamiento y Cultura en América Latina 40
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LOS TROLLS EN LA GUERRA DE LA (D E S ) I N F O R M A C I Ó N
" P O R M A R T Í N B E C E R R A P ro fe s o r ( U N Q , U B A ) e I n ve s t i g a d o r d e l C O N I C E T
" ARTISTA INVITADO MARTÍN LAKSMAN
Martín Becerra
En un ecosi!ema digital en el que los gigantes de Internet no reconocen regulaciones ni rinden cuentas sobre los datos e informaciones que poseen, proliferan los trolls como una infantería virtual que socava el debate público y la democracia. ¿Cómo a"uar? ¿Qué hacer como usuarios y como sociedad?
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as guerras civiles no empiezan con armas, sino con palabras. La sentencia, escuchada por los representantes corporativos de Google, Facebook y Twitter en 2017 en el Senado estadounidense, se enmarca en la preocupación de los políticos por la contaminación de noticias falsas, la manipulación electoral sospechada de tener origen externo, el debate público polarizado en burbujas que replican consignas entre convencidos y la percepción de que las redes sociales digitales son incubadoras de agresiones y malestar. Preocuparse no es lo mismo que ocuparse, ciertamente, porque entre un verbo y el otro se dirimen cuestiones centrales como el derecho a la libertad de expresión y sus límites, la vigilancia de fa"o a escala masiva (y también capilar), la presunción de inocencia y el derecho a defensa de quienes son acusados de romper ciertas reglas de juego, y la asignación de responsabilidades previas y ulteriores acerca de lo que se dice, tanto en privado como en público. Este primer encuentro en que los gigantes digitales globales se sentaron frente a un comité del Congreso
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del país que aloja sus casas matrices, fue un escenario propicio para preguntarse: ¿quién controla a quienes tienen el poder de controlar casi todos los movimientos y comunicaciones de las personas, los grupos y las masas en plena sociedad informacional? Esto, que podría parecer un trabalenguas, es uno de los pilares de toda teoría democrática. Y es un desafío apremiante en plena expansión de dispositivos digitales que almacenan y gestionan la información personal de casi todo el mundo. Si no hay control alguno de quienes tienen poder sobre los demás, la democracia resulta erosionada desde sus cimientos. En palabras del relator de Naciones Unidas para la Libertad de Expresión, David Kaye, las compañías tecnológicas se erigen en “enigmáticos reguladores” estableciendo una suerte de “leyes de las plataformas” que administran y que eluden los principios de claridad, consistencia, rendición de cuentas y eventual corrección de equivocaciones. A una conclusión similar llegan las reacciones tras el escándalo de la venta de datos de millones de personas
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por parte de Facebook, manipulada y canalizada por Cambridge Analytica en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos y en el brexit (entre otras). Esto se da en un contexto sacudido por el efecto contagio de las fake news (noción que está siendo reemplazada por la de “desinformación”), por la falsificación de cuentas para incrementar artificialmente la audiencia de Facebook, Twitter y otras plataformas, por la conmoción a partir de denuncias sobre campañas de hostigamiento a mujeres e integrantes de minorías y grupos vulnerables, y por opiniones críticas a través de ciberpatrullas conducidas por trolls. Así como Internet significa un salto inédito en el volumen y la sincronización de información y comu-
nicaciones que la humanidad puede desplegar y compartir, también se ha ido convirtiendo en un entorno poco propicio para la deliberación pública con la que se soñó en sus albores. En 1993 el entonces vicepresidente estadounidense Albert Gore abría en Buenos Aires la asamblea de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT) prometiendo una nueva etapa de democracia directa similar al ágora ateniense, pero de alcance global. Hoy la situación ha virado sustancialmente, sostienen Levi Boxell, Matthew Gentzkow y Jesse Shapiro en un artículo publicado en el New York Times el año pasado: “el mundo digital no ofrece escasez de villanos potenciales: anuncios rusos en la elección de Estados Unidos; sombríos proveedores de noticias
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falsas; consultores políticos como Cambridge Analytica, que manejan big data y psicología de vanguardia”. Las campañas de desinformación carcomen el mito de la refundación democrática predicado por Al Gore. Los gobiernos y las empresas en todo el mundo invierten cada vez más recursos en Internet. La disputa por la captura de esos recursos es desigual: pocos conglomerados, en especial Google y Facebook, lideran la concentración de beneficios al tiempo que, según una lógica que los economistas llaman de efectos de red, se colocan en una posición privilegiada para anticipar nuevos rumbos y necesidades en los distintos mercados, mediante el procesamiento de datos que solo ellos han colectado. Su rol desborda la mera función de intermediarios de conexiones entre personas y grupos y de noticias entre productores y usuarios: los gigantes de Internet editan contenidos, jerarquizan redes, organizan la información y son la llave que posibilita o impide la realización de negocios, definiendo así la suerte o desdicha de vastos sectores de la economía global. La regulación privada que imponen en sus plataformas adquiere una dimensión pública ya que afecta a buena parte del ecosistema de comunicaciones de las sociedades de la información.
EN LA TRINCHERA
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La panacea del foro dialógico global resulta viciada por el creciente abuso de estrategias bélicas que dinamitan la discusión racional mediante acciones que involucran desde la invasión a la privacidad, la comercialización de datos personales, la remoción de contenidos por motivos muy diversos sin previo descargo por parte de sus autores, hasta las campañas de acoso y agresión a través de cuentas y perfiles reales o automatizados. En la guerra de la (des)información sobresalen los trolls como la infantería más expuesta y vocinglera. El troll es una cuenta –anónima o no– que publica mensajes agresivos, violentos o despectivos con el objetivo de molestar a las comunidades digitales, desviar temas de conversación o bloquearlos. A escala masiva, el trolleo o trolling afecta la agenda pública y crea un
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clima enrarecido, propicio para la difusión del discurso de odio y para las demandas de orden y censura a gran escala. En la trinchera de los trolls el objetivo es diezmar la confianza del adversario y acallarlo. Los efectos buscados con sus ataques son la inhibición y la autocensura no solo directa de las personas violentadas, sino también el disciplinamiento del entorno por efecto del escarmiento producido en personas afines o cercanas a las agredidas. Como muestra Elisabeth Noelle-Neumann (1995) en sus estudios sobre opinión pública, estas personas prefieren abstenerse de exponer una opinión que perciben como minoritaria o que puede serles reprochada. Los trolls se perciben como purificadores en una realidad dicotómica donde toda la verdad está de su lado y en la que la destrucción causada con su accionar, así como las bajas, son consideradas daño colateral. Al analizar campañas de acoso y violencia contra mujeres y minorías sexuales, muchos estudios del Oxford Internet Institute y de Amnistía Internacional en el Reino Unido coinciden en que la disciplina perseguida por las cibertropas de trolls es el silencio o el cambio del tema de conversación. En el corto y mediano plazo, bajo condiciones de presión en el ambiente de la discusión pública (por ejemplo, en contextos altamente polarizados), la función del troll puede ser más eficaz que las campañas de promoción de ideas, valores, organizaciones y personas. La persuasión de votantes indecisos y la disuasión de votantes contrarios a determinada opción es más laboriosa cuando se pivotea francamente a favor de la candidatura o la perspectiva propia que cuando se ataca la adversaria. Un reciente estudio conducido por la ONG Harmony Labs en los Estados Unidos concluye que muchas campañas desplegadas en Facebook, al buscar reforzar el compromiso con determinadas ideas, en realidad erosionan su proyección por fuera de las “cámaras de eco”. Los mensajes positivos se reproducen en un circuito endogámico, teniendo así un efecto contrario al esperado ya que no logran atravesar las fronteras de los ya convencidos ni persuadir a indecisos. En cambio, las campañas negativas pueden perforar el microclima.
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El trolleo o trolling es un sacudón que sufre la deliberación pública y que limita el ejercicio del derecho a la expresión. Aunque se asemeja a un sabotaje que intenta evitar el intercambio civilizado de opiniones y perspectivas, tiene también un efecto desmitificador de ciertas posiciones cómodas, frecuentes en cierto consenso de las sociedades democráticas. El presidente estadounidense Donald Trump, por ejemplo, ejerce en Twitter la función de troll sofisticado que, entre muchos defectos, cuenta con la capacidad y la inteligencia de demoler las zonceras políticamente correctas y de saber capitalizar su estallido. La conmoción que provoca el trolleo del debate público, su adulteración, y las consecuencias que se le
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atribuyen en la distorsión de la voluntad electoral en comicios de los Estados Unidos, Inglaterra o Colombia, conducen al reclamo de nuevas reglas de juego. Por ello, parlamentarios en todo el mundo y organismos de derechos humanos proponen estándares sobre los que construir mejores regulaciones. Como el problema es nuevo y desafía las respuestas dadas en el pasado, también es prematuro pretender que las propuestas de regulación sean completas. Pero comienzan a conocerse contribuciones con vocación de confluir en mejoras al ecosistema global de comunicaciones. La Relatoría de Libertad de Expresión de la ONU reclama mayor responsabilidad a los gigantes de Internet para que recorten el actual cheque en blanco
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que les permite remover, priorizar y alterar flujos de información, contenidos y perspectivas. A estas compañías y a los Estados les recuerda que cualquier limitación a la expresión libre debe ser ordenada por una autoridad judicial tras un proceso independiente e imparcial y que las eventuales sanciones no pueden ser desproporcionadas. Asimismo, numerosos editores de medios de referencia, como el New York Times y #e Guardian, demandan que Facebook y otras plataformas permitan niveles de auditoría de los datos que gestionan, tanto por parte de los usuarios como por parte de investigadores y periodistas, y que identifiquen y moderen las cuentas automatizadas que diseminan contenido difamatorio, intimidatorio o que promueven campañas de hostigamiento contra terceros. En tanto, la organización Public Knowledge propone que las plataformas digitales tengan requisitos sobre la privacidad de sus usuarios similares a las de los operadores de telecomunicaciones en los Estados Unidos.
Según esta organización, correspondería aplicarles a los conglomerados de Internet los límites en la gestión de la información de sus usuarios, restringir su capacidad de recopilar datos y habilitar a los consumidores para que controlen la información que las compañías colectan sobre ellos. Si bien las soluciones requieren un proceso de maduración que calibre el respeto por los derechos humanos en todo el mundo, va siendo hora de avanzar más allá de la opacidad de las plataformas digitales, de la discrecionalidad –en numerosos casos, discriminación–, de sus cambios editoriales cristalizados en sus algoritmos, de su nula rendición de cuentas y de su escaso compromiso con la libertad de expresión y con la protección de datos personales, todo lo cual colabora con la manipulación de esos datos, la difusión de campañas de acoso y hostigamiento y la sensación de indefensión generalizada. Lo que se busca es que la sociedad futura se construya sobre la información y no sobre la guerra de los trolls. •
Los trolls se perciben como purificadores en una realidad dicotómica donde toda la verdad e!á de su lado y en la que la de!rucción causada con su accionar, así como las bajas, son consideradas daño colateral.
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M A D R E S Y PA D R E S 2018
Los cambios introducidos en el nuevo Código Civil suponen una revisión hi!órica de los modos de legislar sobre los deberes en la crianza de los hijos, en un contexto de progresiva aceptación de la diversidad en la composición de la familia del siglo XXI y la “coparentalidad”.
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n agosto de 2015, en nuestro país entró en vigencia un Código Civil y Comercial que cambió los paradigmas que enmarcaban los derechos y obligaciones de las personas dentro de sus familias. Esta ley rige sobre todas las relaciones afectivas con un proyecto de vida en común, tengan hijos o no, hayan pasado por el registro civil o no. Los cambios introducidos son de una enorme magnitud, aunque esto pasa inadvertido porque en parte fue un copiar y pegar el estado de las cosas y la jurisprudencia. Esta normativa (espejo e instrumento de cambio) refleja algo que ya venía ocurriendo en los modos de organización familiares: mujeres y varones tienen vidas
productivas fuera de la esfera del hogar, no todas las mujeres desean o pueden dedicar su tiempo al cuidado de los hijos como actividad principal, no todos los varones desean un segundo plano en la vida cotidiana de estos, no todas las familias tienen una madre y un padre sino que hay diversidad en su composición y todos por igual tienen la responsabilidad de compartir el cuidado de los hijos –para quienes es un derecho, porque son menores pero también sujetos de derechos–. De modo que hoy, cuando aparecen conflictos familiares que se dirimen en tribunales, se resuelven aplicando una ley que establece criterios más armónicos con la sociedad en la que habitamos.
" P O R L E T I C I A K A B U S AC K I & S O F Í A H A R A R I A b o g a d a s " A R T I S T A I N V I T A D A F E R N A N DA C O H E N
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Leticia Kabusacki & Sofía Harari
La ley sostiene el principio de igualdad entre mujeres y hombres, y la diversidad en la composición de las familias y en las fuentes de la filiación. Incorpora expresamente a las técnicas de reproducción humana asistida y, por ende, a la voluntad procreacional para fundar un vínculo con un hijo. Al referirse a madres y padres, recurre a los vocablos “progenitor” o “progenitores”, o “coprogenitores”, marcando con esta técnica legislativa la decisión de introducir un lenguaje neutro, no sexista, para reordenar así algunas cuestiones de género de manera más justa. Por eso, el primer gran efecto del cambio ha sido borrar resabios de valoraciones culturales que perpetuaban estereotipos sobre los que se construían (o se construyen) relaciones desiguales entre dos personas que tienen hijos en común. El segundo gran efecto ha sido visibilizar a las parejas del mismo sexo con hijos que continuaban siendo ignoradas en el Código derogado, aún después del expreso reconocimiento de derechos en el ámbito matrimonial. Es decir: desde agosto de 2015 están corregidas en la ley las tremendas inequidades que el lenguaje no disimulaba y, en todo caso, perpetuaba, de espaldas a la experiencia de enorme cantidad de familias. Antes de la reforma, había un código civil decimonónico respecto de lo que las convenciones internacionales imponían en beneficio de los hijos. Para el 2015 debían reconocerse eficazmente los derechos y capacidades progresivas de niños, niñas y adolescentes, es decir, esos “hijos”, sujetos y no objetos. Así, la “tenencia” fue eliminada de la letra de la ley, ya que no es correcto utilizar un término que se refiere a la propiedad de las cosas para describir una serie
de derechos y obligaciones hacia un hijo. Queda claro que no pertenecen a su madre ni más ni menos que a su padre, o a un progenitor ni más ni menos que a otro. Siguiendo este orden, se eliminó la preferencia materna para el cuidado principal de niños menores de cinco años, porque esto respondía a la valoración de un lugar estereotipado de mujeres y varones, lugar en el que unas “naturalmente” ejercen este cuidado maternal y otros “naturalmente” deben dejar que esto ocurra mientras contribuyen a la manutención aportando dinero. En este aspecto, el régimen derogado también había quedado detrás de experiencias sociales y culturales en la construcción de roles parentales, manteniendo la supervivencia de un modelo de coparentalidad monopólico en un mundo plural. En la relación madres/padres-hijas/hijos, todas las leyes han debido modificarse para acompañar a las sociedades que regulan. Fijemos en el siglo XIX el comienzo de esta historia de cambios jurídicos. Como otras legislaciones poscoloniales y europeas de la época, nuestro Código Civil trataba a los hijos como propiedad: el padre y marido era dueño de su esposa e hijos y de sus bienes, de la tenencia física, el producto del trabajo, la soberanía sobre su cuerpo y la disciplina del mismo. Los hijos matrimoniales y los nacidos fuera del matrimonio eran tratados con total desigualdad –para su castigo–, aunque también es posible pensar que las mujeres que eran madres fuera de esta institución, tenían más autonomía sobre sus hijos que las casadas. A lo largo del siglo XX, un esfuerzo sostenido de las mujeres en pos de su reconocimiento como sujetos
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No hay más eufemismos: la responsabilidad de los adultos es la contracara del dere$o fundamental de los hijos a que sus progenitores se hagan cargo de su cuidado y e!én presentes en su desarrollo, acompañando sus inquietudes, necesidades y deseos cambiantes según su edad.
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plenos de derechos fue logrando lentamente que las leyes se modificaran, reconociendo parcialmente su falta de poder real y jurídico, al reducir algo de su subordinación a los varones. Pensemos que hasta 1919 la “patria potestad” se definía como “el conjunto de derechos de los padres sobre los hijos” (ninguna mención a las obligaciones), y que hasta 1985 el único que tenía autoridad sobre los hijos era el padre (de hecho se llamó hasta 2015 “patria potestad”). En ese contexto, la preferencia por la madre para otorgar la tenencia de los hijos fue un gran empoderamiento para las mujeres. En el siglo XXI, después de siglos de preferir la autoridad del padre sobre la de la madre y luego la predilección por ellas para los primeros años del hijo y, en algunos casos, aceptar la tenencia compartida, el lenguaje de la ley manda un mensaje distinto: ahora, nos dice, los coprogenitores deben compartir la responsabilidad y el cuidado, debe partirse desde la consideración del hijo y no desde el punto de vista de los adultos. Al final de la semana, es el niño o la niña quien debió haber tenido la experiencia de ser hijo de su madre y de su padre, o de ambos padres o de ambas madres. No hay modelos preferidos ni subordinados, sino hijas e hijos que requieren que adultos responsables les dediquen su cuidado y manutención en condiciones equitativas. La responsabilidad de cuidarlos y protegerlos y el derecho de formar parte de sus vidas no depende del género de los participantes, deben ser compartidos. Este enfoque refleja un entendimiento cultural actual y criterios jurídicos más inclusivos sobre los derechos de los niños, niñas y adolescentes, refrendado por convenciones internacionales. No hay más eufemismos: la responsabilidad de los adultos es la contracara del derecho fundamental de los hijos a que sus progenitores se hagan cargo de su cuidado y estén presentes en su desarrollo, acompañando sus inquietudes, necesidades y deseos cambiantes según su edad. Entonces, ¿se ha borrado el pasado con la mera reformulación del lenguaje? ¿Tan profundo ha calado? ¿Cómo reparten sus obligaciones y derechos estos progenitores en esta década del siglo XXI y cómo impacta este nuevo paradigma cuando muchas familias siguen distribuyendo sus responsabilidades de cuidado
sin reforma sustantiva alguna? Mencionamos que las modificaciones en la ley fueron reflejo de cambios, pero también que la ley es un instrumento de cambio. Por el momento, esta función parece ser un trabajo en construcción: según estudios recientes, en el cuidado de los hijos continúan perpetuándose los mismos estereotipos de género. En las parejas heterosexuales, que es donde más datos se tienen, siguen siendo las mujeres las más ocupadas en el cuidado cotidiano, bastante más que sus pares varones. La ley no ignora este dato, para lo cual responde reconociendo que el tiempo invertido en ello tiene un valor económico, que no es “pagado” por nadie, por lo que el otro progenitor debe hacer un aporte en dinero mayor para la manutención. Ambos comparten la responsabilidad y el cuidado parental, pero uno (una) aporta más tiempo que recursos dinerarios y viceversa. Este esquema recuerda el modelo “tenencia para la madre casi invariablemente” y, como contrapeso, un derecho de visitas o comunicación con los hijos para los padres. El aparente desbalance se corregía haciendo que las decisiones más
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importantes sobre la vida de los hijos se tomaran en conjunto (las referidas al domicilio, la salud o la educación). Aunque encastrados en una valoración sexista de la organización del tiempo y la responsabilidad, la inmensa mayoría de los casos que llegaban a los tribunales eran pedidos de tenencia por parte de las madres; los jueces, siguiendo el envión de la preferencia materna, solían dictar sentencia a su favor. Hoy en día la responsabilidad jurídica será compartida pero en la experiencia parece ocurrir lo mismo cuando la pareja se separa: ya sea por costumbre, idiosincrasia, por aplicar valores arraigados en la sociedad o por machismo, las mujeres siguen conviviendo con sus hijos y haciéndose cargo de su cuidado diario, la mayor parte del tiempo, más que sus pares varones. En este sentido, es justo señalar que en relaciones de manipulación o de poder de parte de los padres sobre las madres, ya sea emocional o de índole económica, al desaparecer la preferencia materna, las mujeres, que mantienen una distribución desigual de roles dentro de su pareja, han perdido esta certeza.
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En su trabajo en construcción, la ley no solo prefiere que el cuidado personal de los hijos sea compartido entre ambos progenitores sino que fija modalidades para que transiten de la casa de uno hacia la del otro, como si hubiera un puente imaginario que les permitiera habitar naturalmente una vida con su madre y otra con su padre, con las particularidades de cada uno, invitándolos a encontrar nuevas formas de relacionarse con ambos después de la ruptura de la pareja. Sin embargo, por ahora, la preferencia de la ley coincide con el modelo más habitado por las familias: los hijos tienen una casa “principal” o base de su mundo, sus rutinas, juegos y demás pertenencias, y otra casa en la que habitan cuando están con el otro progenitor. Por supuesto que esto es una generalización sobre la base de una observación práctica y de decisiones judiciales de la Ciudad de Buenos Aires, a la que faltan agregarse experiencias de familias en las que hay tres coprogenitores. Es casi anacrónico destacar que las mujeres ocupan la “esfera pública”, es decir, el mundo del trabajo, la cultura y la política que acontece fuera de sus hogares, tanto como los varones. Aunque subrrepresentadas, con ingresos menores y mayormente a cargo de las tareas menos glamorosas o divertidas que requiere el cuidado de los hijos (tareas todavía invisibilizadas para muchos o demasiado naturalizadas como femeninas), actualmente se comparte la responsabilidad de aportar dinero y tiempo en la crianza. Muchos varones reclaman involucrarse en el día a día de sus hijos, pasar más tiempo con ellos y sumarse a sus rutinas como no se acostumbraba hace una década atrás. Al pedido de romper con modelos estereotipados, gran cantidad de varones responde afirmativamente, no solo para producir cambios en moldes culturales, sino en sí mismos, en su modo de “paternar” y como parte activa de un equipo que llevará adelante la crianza de los hijos. El peso de modelos y estereotipos, sin embargo, es tan antiguo como enorme. No nos damos cuenta, pero a menudo es difícil sacarlo de los hábitos, juicios y prejuicios que conjuramos al momento de evaluar a nuestros “ex” como progenitores. Este peso sigue haciendo
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su trabajo cuando no logramos reconfigurar la relación después de la separación. Trasladamos a los hijos esos conflictos, algunas culpas y un montón de sentimientos poco productivos para su crecimiento y su autoestima. Así, habrá madres que no puedan deshacerse del timón de control sobre los hijos frente a coprogenitores disponibles y deseosos de compartir esa responsabilidad, aun cuando no sean igual de prolijos al armar las mochilas o contestar el cuaderno de comunicaciones. Habrá también padres que no se hayan enterado de que deben estar más presentes en todos los actos de sus hijos, incluso durante el mundial de fútbol, campamento con los amigos del secundario o nuevos amores en sus vidas. En estos casos, antes de que los hijos queden colocados en el medio de viejas discusiones conyugales actualizadas como discusiones sobre sus vidas, siempre existe el recurso de sentarse a intentar acordar nuevas hojas de ruta ante profesionales idóneos para destrabar el diálogo.
Cuando termina la convivencia, antes de que los conflictos sean imparables, puede recurrirse a terapias, o si afectan derechos y obligaciones, a abogados especializados en familia que puedan ayudar a armar la grilla de contribuciones, expectativas y derechos que depara la coparentalidad. No importa cuán conflictiva o dolorosa haya sido la ruptura: un objetivo que toda persona debería perseguir es separar al otro/a de su rol de padre o madre. Ese señor puede haber resultado un pésimo marido, pero por suerte para los hijos en común puede ser un gran aliado en los vaivenes de su crecimiento. Es posible que esa mujer ya no sea la persona con quien se quiera envejecer, pero seguirá siendo la madre afectuosa y cuidadosa que la separación de la pareja no cambiará. Hoy la ley será neutral para evaluar cómo delinear los derechos y las obligaciones de las personas que desarmaron sus parejas pero continúan siendo socios en la crianza de sus hijos y responsables de sus futuros. •
En el siglo XXI, después de siglos de preferir la autoridad del padre sobre la de la madre y luego la predilección por ellas para los primeros años del hijo y, en algunos casos, aceptar la tenencia compartida, el lenguaje de la ley manda un mensaje di!into: ahora, nos dice, los coprogenitores deben compartir la responsabilidad y el cuidado, debe partirse desde la consideración del hijo y no desde el punto de vi!a de los adultos.
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EL JUEGO: ¿ S O L O PA R A N I Ñ O S ?
Desde tiempos remotos el juego ha sido esencial para el desarrollo de la cultura. No solo durante la niñez sino en su vida adulta el ser humano, a través de esa experiencia, se identifica y se relaciona con el entorno social. Los dispositivos portátiles y sus aplicaciones dan una pi!a de e!e comportamiento tan común como poco reconocido en el mundo adulto.
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l mundo del juego es el terreno de los más chicos: juguetes, muñecos, pelotas, autos y libros con ilustraciones llamativas forman parte del universo en el que niños y niñas pasan sus vidas cotidianas. La importancia de estos en la infancia aparece en discursos políticos, en análisis científicos, en el psicoanálisis, en las etnografías, solo por nombrar algunos de los espacios en y desde donde se jerarquiza el juego infantil. En tanto práctica significativa, permite procesar el mundo que los rodea, los discursos que los atraviesan, las preocupaciones y todo lo “no resuelto” de sus vidas. Jugar, durante la infancia, está bien, es parte de lo que se espera que todo niño sano y con las necesidades básicas satisfechas haga.
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Pero fuera de los espacios de la niñez esa relación es más compleja. Acaso el aporte más importante sea el de Johan Huizinga, filósofo e historiador holandés, quien publicó en 1938 un libro titulado Homo ludens. El juego y la cultura. Si bien sus primeros escritos datan de 1903, es en este libro donde presenta, de manera novedosa, un primer análisis sobre el rol que tiene el juego en la sociedad ya no solo desde el punto de vista infantil. Jugar, dice Huizinga, es parte de la vida y es por eso que el homo ludens (el hombre que juega) es tan fundamental para la vida social como el homo faber (el hombre que fabrica). Producir y jugar son, para el holandés, dos dimensiones que no pueden pensarse de manera separada. El juego es, finalmente, un fundamento y un
" P O R C A RO L I N A D U E K D o c t o r a e n C i e n c i a s S o c i a l e s , d o c e n t e ( U B A ) e I n ve s t i g a d o r a a d j u n t a d e l C O N I C E T " A R T I S T A I N V I T A D O M A RC O S FA R I N A
Carolina Duek
factor de la cultura que habilita prácticas, vínculos, representaciones y significados. ¿De qué forma se relaciona el mundo adulto con el juego? ¿Cuáles son las formas y dinámicas que asume el juego adulto en la actualidad? Las claves de interpretación que propongo aquí para responder estas preguntas son la culpa y la legitimidad. Dos dimensiones que van a permitir una caracterización de la relación entre los adultos, los juegos, los dispositivos y el mundo que los rodea.
L A C U L PA
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“Yo casi no juego”, “No tengo tiempo para jugar”, “Es una pavada jugar, cosa de chicos”, son algunas de las expresiones más recurrentes en entrevistas a madres y padres. Estas invariantes se relacionan con lo que llamo la invisibilización del juego. Hay muchos adultos que juegan y no terminan de incluir en su registro que lo que hacen es eso. Esperas en el transporte público, momentos libres en el trabajo, demoras en turnos médicos y sugerencias de redes sociales son momentos en los que aparece algún juego (gratuito y a veces sin necesidad de descarga) en los celulares, tabletas o computadoras de la oficina. De un solo nivel y con objetivos a cortísimo plazo, muchos de estos minijuegos son determinantes a la hora de profundizar la relación del juego con los adultos. No es que no se perciban como entretenimiento ni que los participantes no sean conscientes de sus acciones (esto sería patológico): como no hay que sostenerlos en el tiempo (son muy breves) ni suponen una complejidad alta, esta práctica no tiene un saldo registrable. En los testimonios surgen expresiones del tipo: “Ah, sí, a veces juego a esos jueguitos… pero así nomás” o “Juego a esos de Facebook, pero no siempre”. Los juegos, en el momento que son identificados como prácticas, son definidos como ocasionales, menores y sin un reconocimiento específico. A partir de mis trabajos de investigación, puedo dar una explicación de esta invisibilización: a los adultos les da culpa jugar y es por eso que minimizan, en muchos casos, todo lo relativo al mundo lúdico en sus vidas cotidianas.
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La culpa se relacionaría con el hecho de asociarlo a la “pérdida de tiempo”, un tiempo “no productivo”, en tanto que el juego sería una actividad que no está jerarquizada ni bien vista. Los chicos juegan y está bien, pero ¿está mal hacerlo en la adultez? ¿Cómo se construye la mirada sobre el jugador adulto? Podría arriesgarme y decir que no hay adulto que no juegue a algo o que no convierta alguna situación en una práctica lúdica. Lo que implica esta mirada negativa se relaciona con la tensión entre el tiempo de la productividad y el del ocio. Dos espacios que hace unas décadas no tenían forma de superponerse aparecen, en la actualidad, vinculados permanentemente. El teléfono inteligente y su portabilidad han permitido trasladar la vida laboral al tiempo no laboral y también la aparición de prácticas e interacciones no laborales en momentos productivos. Redes sociales, chats, etiquetas, aplicaciones de !reaming y juegos aparecen en oficinas del mismo modo que los problemas laborales interrumpen una cena familiar. La separación entre ocio y trabajo ya no es tan clara como en el siglo pasado. La organización del tiempo se modifica y atraviesa todas las dimensiones de la vida cotidiana. Entonces, los adultos (gran parte de ellos), que se quejan de que sus hijos están muy pendientes de las pantallas y dicen que nada les importa por fuera de ellas, tienen la justificación perfecta para estar todo el día pendientes del celular. “Es algo de trabajo” o “Es importante, tengo que responder”. En el mismo momento en que, efectivamente, responden un mensaje, aprovechan para revisar las últimas publicaciones de sus contactos en Instagram y, de paso, ven si hay algo nuevo en los múltiples grupos de chat a los que pertenecen. La relación que los adultos establecen particularmente con su celular es lúdica. Incluso aunque no jueguen a nada (realmente). Los envíos de fotos, de videos, de memes (fotos editadas con fines graciosos), las cadenas solidarias de mensajes y las interacciones cotidianas forman parte de un marco que se ordena en torno de lo lúdico: la búsqueda del entretenimiento, del contacto con amigos o conocidos, de información y de rumores o chismes sobre temas de interés. El uso de los sistemas
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de chat y de las redes sociales tiene, en su origen, una intencionalidad recreativa. Lo mismo ocurre con aplicaciones de citas como Tinder, Happn, Badoo o Grindr. Un entrevistado, recientemente separado de su pareja, describió a una de ellas de esta manera: “Es divertido Tinder. Es medio irreal buscar pareja con una aplicación mientras estoy en el baño, pero se me pasa el tiempo así, no me aburro tampoco y tal vez consigo a alguien”. La búsqueda de un “mat$” se organiza con corazones y con secuencias que son lúdicas en su ejecución: mirar, elegir, mat$ear y lograr el objetivo de concretar una interacción por chat; luego se pasa al mensaje personal y, si todo funciona (o aparenta hacerlo), es posible pasar a un encuentro cara a cara. Esta es la secuencia que muchos usuarios y usuarias identifican. El objetivo y los pasos para conseguirlo: un juego como cualquier otro.
LEGITIMIDAD El espacio de pleno reconocimiento sobre sus prácticas lúdicas es el que ubica a los adultos como acompañantes de un niño o una niña. Jugar con los hijos, con
los sobrinos, con hijos de amigos se revela “legítimo”: no hay invisibilización ni culpa en estas prácticas que suelen aparecer explicadas con detalle. “A mi sobrina le encanta que armemos rompecabezas. Cuando voy a la casa nos sentamos en el piso y tiene uno de 60 piezas que armamos” o “Con mi hijo jugamos al Fifa en la Play. Llego de trabajar y nos ponemos. A veces jugamos en equipo y a veces en contra, es divertido para los dos”. Los juegos con chicos aparecen sin mayores conflictos ni vueltas narrativas. Acompañar a alguien menor parece ser una gran coartada para una mirada (pre)juiciosa que muchos adultos no están dispuestos a soportar. Las estadísticas vinculadas con las consolas de juego muestran que el segmento entre los 20 y los 40 años es el que desarrolla un uso intensivo de los dispositivos para, primordialmente, los juegos grupales. Pero, más allá de este dato, son muy pocas las entrevistas (cientos de ellas, realizadas en los últimos años) en las que se asume un uso explícito de consolas de juego como práctica compartida con otros adultos. A este respecto, muchas veces la voz de los más chicos los delatan con una claridad iluminadora: “Mi papá me compró la Play, pero el que más la usa es él”.
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Carolina Duek
Otra dimensión no menor son los juegos de mesa. Este mercado se ha diversificado como nunca y ofrece una cantidad de artículos de altísima calidad para jugadores (no necesariamente niños). Muchas jugueterías tienen áreas específicas para los juegos destinados a adultos. Diseñadores, ideas, intercambios, testeos y una mirada amplia y renovadora han comenzado a presentar productos de excelente calidad en un mercado que, según los registros de las cámaras internacionales, no hace más que crecer. A propósito de esto, los juegos de mesa, comparados con los de consolas y los minijuegos, son “mejor vistos” y más aún si son de ingenio, de inteligencia y de exhibición pública de habilidades.
JUGAR
Todavía
Entre los juegos que más utilizan los adultos aparecen dos conjuntos: los tradicionales actualizados en redes sociales y los multijugador. El mejor ejemplo del primer conjunto es el “Candy crush” que es un puzzle,
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con niveles ascendentes en número y complejidad, con más de 500 millones de usuarios en todo el mundo. Juntar tres piezas del mismo tipo, usar comodines y lograr objetivos son las claves de éxito. A simple vista sencillo, el “Candy crush” compone el nuevo arco de juegos ya tradicionales en las redes sociales (por cantidad de consumidores, por la forma en la que se usa y por la frecuencia y reconocimiento global). Competencia, ránkings con los contactos e intercambio de vidas sostienen un furor que para muchos jóvenes y niños ya pasó de moda pero que sigue vigente en las experiencias de los adultos que encuentran, según dicen, un entretenimiento en pasar de un nivel a otro y manejar nuevos grados de dificultad. Todos los entrevistados lo juegan mediante sus cuentas de Facebook y reconocen que se les hace más fácil si lo hacen de este modo y no en aplicaciones que tienen que bajar y configurar de manera autónoma. Los juegos multijugador son aquellos que se ejecutan en equipo y en línea. Las formas que adquieren
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son variadas y dependen de los vínculos que se establecen. Conquistar imperios, construirlos, huir en un auto después de cometer un crimen, ganar un partido de fútbol o evitar ser asesinado en una isla son algunos de los temas que más aparecen. Una de las características de esta elección es que siempre participan personas conocidas: son muy pocos los que dicen jugar con desconocidos, mientras que la gran mayoría dice preferir hacerlo con amigos, ya sea de forma presencial o mediante dispositivos electrónicos remotos (consolas, conexión entre ordenadores). Es fundamental en este segmento la colaboración en equipo o la competencia con otros a los que se puede burlar, o exponer graciosamente frente a los pares. Jugar, exhibir y competir son piezas que componen un trío ineludible para analizar algunas de las preferencias de los adultos en la actualidad.
ALGUNAS CONCLUSIONES No hay vida social sin juego, dice Huizinga, y comparto. Es una práctica que nos atraviesa de manera cotidiana y que asume diferentes características en
función del acceso, de las posibilidades, del tiempo y del espacio para hacerlo. Jugar es también una clave de interpretación de acciones no necesariamente lúdicas. La superposición del tiempo de ocio con el tiempo de trabajo ha producido resultados que, si bien son muy incipientes y en espacios reducidos, ha llevado al juego de forma legítima a los espacios de trabajo. “Días de juego”, “Juegos en equipo”, “Pausas activas” son algunas de las iniciativas de empresas para entretener, relajar y mejorar los vínculos entre los empleados. Pero cuidado: las apropiaciones del juego como medio para lograr objetivos no lúdicos desnaturalizan su esencia y lo ubican del lado de la producción y de “lo productivo”. El juego es tan importante como la producción para la sociedad, decía Huizinga, pero no es necesariamente productivo. Es todo aquello que nos entretiene, nos modifica y nos permite pensar en espacios distintos, variables y creativos por fuera de las obligaciones y demandas. Jugar es cambiar de escenario todo el tiempo. No importa si es un juego de mesa, si son firuletes sobre un papel o si es un minijuego demasiado sencillo en una página web. Hay que jugar más. Siempre. •
La relación que los adultos e!ablecen particularmente con su celular es lúdica. Incluso aunque no jueguen a nada (realmente). Los envíos de fotos, de videos, de memes (fotos editadas con fines graciosos), las cadenas solidarias de mensajes y las interacciones cotidianas forman parte de un marco que se ordena en torno de lo lúdico.
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sociedad
LA POLÍTICA M I G R AT O R I A : UN ANIMAL DE DOS CABEZAS
En Chile, las políticas que e!ablecen re!ricciones a la inmigración han tenido como consecuencia la multiplicación del acceso clande!ino y la precarización de los migrantes al mismo tiempo que mantienen la tranquilidad de una ciudadanía prejuiciosa y satisfacen la demanda de se"ores produ"ivos. ¿Cómo enfrentar e!a paradoja?
L
a tensión entre migrantes y Estado democrático tiene su origen en la institucionalización de la propia condición de extranjero como una serie de limitaciones y obligaciones que los distingue de los otros ciudadanos. Esto implica que el acceso circunscrito y retrasado a los derechos no se agota en la exclusión social que ellos enfrentan junto a otros grupos sociales –como las minorías sexuales, los pueblos originarios, las mujeres pobres, los jóvenes marginados del sistema educativo, entre otros–
sino que además es producido normativamente por una serie de reglas que lo sostienen. Las medidas restrictivas que se vienen impulsando en los últimos años en algunos Estados latinoamericanos receptores de migrantes, como el chileno, el argentino o el brasileño, ubican a esta parte de la región en sintonía con las políticas también restrictivas que vienen ejecutándose, desde hace ya un par de décadas, en los principales países receptores de Europa y los Estados Unidos.
" P O R LU I S E D UA R D O T H AY E R S o c i ó l o g o , U n i ve r s i d a d C e n t r a l d e C h i l e " A R T I S T A I N V I T A D O DA N I E L RO L DÁ N
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Luis Eduardo Thayer
Todavía
Cabe señalar al respecto que las particularidades de los flujos migratorios, principalmente intrarregionales, que reciben estos países latinoamericanos permiten cuestionar la pertinencia técnica de tomar como modelos a los países del primer mundo. A diferencia de estos últimos, la cercanía geográfica, cultural, histórica, social y económica que tienen los países receptores de la región con los de origen hace que los vínculos que incentivan a las personas a desplazarse tiendan a ser mucho más fuertes. Además, la naturaleza de nuestras fronteras es muy distinta a la de los principales países receptores del primer mundo: Australia y Nueva Zelanda son islas; España y los países del sur de Europa tienen como uno de sus límites geográficos al Mar Mediterráneo y el Oceáno Atlántico; Canadá, por su parte, limita hacia el norte con el Polo y con los Estados Unidos hacia el sur. Esto implica que entre estos países y las regiones de origen de los migrantes que llegan a ellos hay barreras naturales que facilitan el control de los accesos, aunque, sin embargo, nunca es total. Salvo los Estados Unidos, que colinda con la zona de origen de la gran mayoría de sus migrantes, el resto cuenta con fronteras naturales que favorecen la implementación eficaz de políticas selectivas y restrictivas, como las que se están llevando a cabo en nuestros países. En la Argentina, Chile o Brasil, donde la mayoría de los migrantes contemporáneos proviene de países limítrofes, con los que además tienen vínculos estructurales, culturales e históricos, la pretensión de controlar y seleccionar el desplazamiento utilizando solamente la política de frontera es una ilusión. Esto es lo que ocurrió en los Estados Unidos; aun con las fuerzas armadas y policiales más poderosas del mundo, este país hoy cuenta con más de 13 millones de extranjeros irregulares que han vulnerado los controles. Y es que a los migrantes no los mueven las políticas que buscan abrir selectivamente las fronteras ni los detienen las que buscan clausurarlas. En esta región se dan una serie de características que sumadas hacen que nuestros límites sean en alguna medida incontrolables: la existencia de una demanda de fuerza de trabajo en los mercados de destino; mejores posibilidades de sobrevivencia; la consolidación
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de redes sociales y familiares; la preponderancia de vínculos históricos, económicos y culturales entre los países; la configuración e intensificación reciente de desigualdades entre territorios de partida y llegada; y marcos institucionales como el Acuerdo de Residencia del Mercosur que permite la circulación relativamente libre de ciudadanos de los países miembros y asociados. En este escenario, como dijimos, pretender regular las migraciones considerando la política de frontera como una variable omnipotente es un ejercicio tan absurdo como querer ponerle puertas al campo. Abordar la política de control tomando en cuenta solo una de las variables implicadas en el fenómeno migratorio y desconociendo la dimensión internacional del proceso trae aparejado dos consecuencias: la primera es que difícilmente esta política consiga su objetivo; la segunda es que al no lograrlo, se precarizan las trayectorias de los migrantes y su entrada en las sociedades de destino. Desde mi punto de vista, las políticas migratorias fronterizas que están impulsando nuestros gobiernos están contribuyendo a institucionalizar las condiciones para la precarización del estatus legal de los migrantes. Lo que a su vez pone en evidencia algunas cuestiones. Por un lado, la crisis mundial de la democracia y de los Derechos Humanos. Por otro, la creación de condiciones estables para la formación de una subclase de trabajadores extranjeros sobreexplotados. En tal sentido, la ineficacia técnica de estas normas represivas favorece el proceso de acumulación por parte de sectores estratégicos de la economía. Y, finalmente, la legitimación social para el reforzamiento del estado policial. En este texto avanzaremos sobre algunas cuestiones relativas a las dos primeras.
CRISIS DE LA DEMOCRACIA Y DE LOS DERECHOS HUMANOS Si bien desde su origen la democracia se construyó sobre formas de exclusión social –las mujeres, los esclavos, los plebeyos, los pueblos originarios, los pobres y, ciertamente, los extranjeros– y de diferenciación entre ciudadanos y no ciudadanos, la emergencia
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en la segunda mitad del siglo XX de los Derechos Humanos marcó un hito que justamente permitió tensionar este principio de exclusión fundante. La represión en la frontera no contradice, en principio, esta noción original, sino que corroe la forma específica de democracia que los Estados occidentales decidieron empezar a construir a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. La crisis humanitaria que atraviesa México de sur a norte, en lo que algunos han definido como la frontera vertical, que se expresa en el macabro recorrido de la “bestia de hierro” (apodo de una red ferroviaria que une las fronteras sur y norte de México, y que es empleada por los migrantes que buscan llegar a los Estados Unidos) o las masivas muertes que dejan los cayucos desbordados de migrantes a su paso por las rutas marítimas en el Mediterráneo, no son otra cosa que consecuencias derivadas de la represión y de la violencia directa que ejercen los Estados receptores. Esto nos muestra que las políticas de seguridad y control fronterizo, en general, logran solo parcialmente su objetivo de reducir los ingresos, no obstante, consiguen incrementar las muertes en los trayectos, incentivar las redes de trata y tráfico, multiplicar la irregularidad y la vulneración de derechos, aumentar el costo de los traslados y estigmatizar a los migrantes que ya residen en los países de recepción y a los recién llegados, como ciudadanos ilegítimos, lo que conlleva más discriminación y más racismo. Se activa así, todo un complejo sistema de incentivos a la inseguridad migratoria. El 9 de abril de 2018 se anunciaron en Chile una serie de medidas orientadas, por una parte, a “ordenar un flujo migratorio” descripto como caótico y mayoritariamente “ilegal” y, por otra, a corregir la negligencia de un Estado que en las últimas décadas ni desarrolló una política migratoria ni modificó una ley de extranjería impuesta en el año 1975, en el marco de la dictadura. Así se inició un proceso de normalización extraordinario, cuyo primer paso fue la apertura por tres meses de un registro de inscripción de personas indocumentadas. Paralelamente, se impulsó una nueva política de visas orientada a la institucionalización
de los permisos consulares como requisito de ingreso al país, y se presentó al Congreso una serie de indicaciones al proyecto de ley propuesto durante la anterior administración de Piñera. Con esto se espera que, en el plazo de un año, se pueda contar con una nueva legislación migratoria. Estas medidas tuvieron tres efectos relevantes en el plano discursivo. Primero, la gestión eficiente del orden frente al supuesto caos generado durante las últimas décadas por la ausencia de políticas migratorias, bajo el lema “vamos a ordenar la casa”. En segundo lugar, el gobierno de Sebastián Piñera se presentó como el garante de una seguridad que tranquiliza a una ciudadanía desinformada, prejuiciosa y asustada por un proceso migratorio intenso y acelerado en los últimos años. Construir a los migrantes como potenciales delincuentes y, en su mayoría como ilegales, le permitió al gobierno instalar la política migratoria como la garantía de la seguridad. Finalmente, el gobierno logró apropiarse estrátegicamente imponiéndole un sentido propio a la demanda histórica de
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las organizaciones de migrantes y defensoras de sus derechos que venían abogando desde hace años por una nueva ley, una nueva institucionalidad y un proceso de regularización. Una de las medidas más significativas de la nueva política represiva en este país fue la instalación de un sistema de visas para todos los casos de ingreso de trabajadores, y en algunos casos particulares, como el haitiano, la exigencia además de permisos de turismo. Chile recibe flujos principalmente de los países de América Latina y el Caribe; alrededor del 90@ de los migrantes residentes en Chile provienen de la región. Hasta ahora solo los ciudadanos de Cuba y República Dominicana debían pedir aprobación consular para ingresar como turistas. Cabe señalar que la legislación vigente permite que una persona que ingresa pueda cambiar al estatus de trabajador con la sola presentación de un contrato. Más del 90@ de los empleados
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extranjeros residentes en este país entró como turista. Esta posibilidad de modificar de estatus genera además que se pueda distinguir claramente entre migrantes que se encuentran en una situación de irregularidad devenida, es decir, aquellos cuyos papeles han vencido y están en condiciones de documentarse por la vía legal, pero que aún no consiguen un contrato de trabajo (a pesar de que muchos de ellos tienen empleo) y otra de irregularidad e!ru"ural, que afecta a los migrantes que han ingresado clandestinamente al país y que no tienen mecanismos legales para normalizar su situación. Estos últimos son minoría, pero son quienes se encuentran en las peores condiciones y están sujetos a la expulsión inmediata. Ahora bien, en Chile la imposición del requisito de las visas consulares tiene un antecedente reciente, que ha mostrado ser un dispositivo que incentiva el crecimiento de la irregularidad e!ru"ural. En 2012, se
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estableció esta norma para la población dominicana que quería ingresar por motivos de turismo; la justificación fue que se intentaba detener un flujo muy reducido (cuatro mil aproximadamente) pero con una supuesta fuerte presencia en casos de trata, vinculados a la explotación sexual. Decimos “supuesta” pues no había más información que la respaldara que la percepción de algunas autoridades. La medida en lugar de detener el flujo de dominicanos lo derivó hacia vías de ingreso clandestinas, e incentivó el tráfico y la trata de personas que teóricamente querían suprimirse. Según un informe del Ministerio del Interior de 2016, la expulsión de migración dominicana por motivos de ingreso a través de pasos no habilitados se multiplicó por 23 entre 2012 y ese año. En esta línea, el balance del proceso de regularización presentado por el presidente Piñera a un mes de su inicio mostró que de los 9720 dominicanos que residen en Chile, 6200 se normalizaron en ese primer mes, esto es el 64@ del colectivo. Una proporción muy superior que en el caso de otras nacionalidades: 30@ de haitianos, 17@ de venezolanos, 12@ de colombianos y 7@ de peruanos. Cabe aclarar que la alta concentración de inscripción para el caso de los dominicanos se debe a que, si habían entrado por pasos clandestinos, tenían menos tiempo para registrarse. Esto nos permite afirmar que, si en seis años más de los dos tercios (64@) de un colectivo relativamente pequeño como el dominicano ingresó por pasos no habilitados, la proyección de esa cifra sobre el colectivo haitiano –al que se le acaba de imponer la restricción de visa consular, y cuya magnitud es 12 veces superior– nos coloca frente a la perspectiva de una crisis humanitaria sin precedentes en nuestra frontera.
U N A N U E VA S U B C L A S E DE TRABAJADORES Además de estas consecuencias que atentan directamente contra el fundamento de los derechos humanos como pilar de la democracia, las políticas restrictivas crean las condiciones para la institucionalización de una subclase de trabajadores, situada por debajo de la
clase trabajadora nacional, en cuanto a sus formas de vida, tipo de ocupación, nivel de salarios, seguridad, regulaciones laborales y acceso al poder. Es decir, inciden directamente en el proceso de inserción de los migrantes en el mercado de trabajo, y los precarizan más allá de las condiciones paupérrimas que impone el sistema neoliberal a muchos trabajadores nacionales. Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué los Estados receptores impulsan estas políticas si entre los factores centrales de atracción de flujos se encuentran las necesidades de las estructuras productivas de esos países y la creciente demanda de fuerza de trabajo extranjera? Una buena manera de entenderlo es mediante lo que algunos han llamado la “paradoja de la necesidad del inmigrante indeseado”. Esto permite dar cuenta de la dualidad que enfrentan los gobiernos a la hora de definir su política migratoria: por una parte, deben responder al pedido de restricciones de una ciudadanía desinformada y asustada por la velocidad con que ocurren los procesos migratorios; por otra, tienen que satisfacer la demanda estructural de trabajadores migrantes para la reproducción de los márgenes de ganancia en sectores relevantes de las economías como la agricultura, la construcción, la hotelería o los servicios personales. Estas dos orientaciones que conviven en las respuestas públicas tienen su origen en la contradicción entre la cantidad de migrantes que los ciudadanos de los países receptores están dispuestos a tolerar y la cantidad de migrantes que demandan sus economías. En este sentido es posible distinguir políticas públicas que se establecen como respuesta a las expectativas que tiene la población nativa, y otras que se orientan a responder a la demanda económica, que se expresa en las necesidades estructurales del mercado de trabajo y en las presiones de los gremios sectoriales, por ejemplo, con los permisos para trabajadores de temporada. La política migratoria se convierte, en este sentido, en un animal de dos cabezas, una de las cuales se afirma sobre las expectativas de la población y la otra, sobre las demandas estructurales del mercado de trabajo y la estructura productiva. La represión fronteriza como política de Estado tiene la “virtud”, sin embargo, de responder a ambas demandas
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y unir ambas cabezas; por un lado, tranquiliza a la población nacional y sus temores infundados pero normales, y por otro, institucionaliza las condiciones de precarización de la población migrante, que garantizan su explotación en el mercado de trabajo. Las medidas que han impulsado los gobiernos de nuestros países en los últimos dos o tres años apuntan precisamente en esta dirección: buscan mantener tranquila a una ciudadanía desinformada y prejuiciosa respecto de la “invasión migratoria” que estarían viviendo nuestros países, y garantizan la reproducción de una fuerza de trabajo precaria, carente de poder y atrapada en una temporalidad y condicionalidad de largo plazo que la somete a modos de sobreexplotación.
C O M E N TA R I O F I N A L Previsiblemente, la tensión entre los flujos migratorios y la disposición para la aceptación de los mi-
grantes, se va a potenciar en el corto plazo. Y es que ni los Estados de recepción parecen estar dispuestos a reorientar sus políticas migratorias hacia la recuperación de los Derechos Humanos como fundamento para sus democracias, ni las condiciones de reproducción de los flujos parece que fueran a modificarse en los próximos años. Quienes estamos comprometidos con la construcción de un espacio público basado en los Derechos Humanos y consideramos que el azar de haber nacido en determinadas condiciones sociales o a un lado u otro de una frontera no debe determinar el destino de las personas, tenemos una responsabilidad importante para organizar la disputa contra un estado de cosas que tiende a consolidarse y a destruir los fundamentos de la democracia contemporánea, no solo en contra de los principios de justicia e igualdad, sino incluso contra el esencial resguardo de la vida y la inherente voluntad de autodeterminación del ser humano. •
Todavía
En e!e sentido es posible di!inguir políticas públicas que se e!ablecen como respue!a a las expe"ativas que tiene la población nativa, y otras que se orientan a responder a la demanda económica, que se expresa en las necesidades e!ructurales del mercado de trabajo y en las presiones de los gremios se"oriales.
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DE MO CRACIA !
A RT I S TA I N V I TA DA
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E L I SA S T R A DA
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EL FUTURO INCIERTO DE LA DEMOCRACIA !
P O R NATA L I A R O M É D O C T O R A E N C I E N C I A S S O C I A L E S ( U BA )
Las calles son nuestras (detalle), 2018
Natalia Romé
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Todavía
La tristeza y la melancolía como signos de la época actual mantienen a la sociedad en un individualismo extremo, en el que la experiencia de la vida en común se encuentra debilitada. La utopía de un “mundo sin fronteras” prometida por los discursos de la globalización muestra sus límites de manera preocupante con la aparición de tendencias autoritarias, xenófobas y antidemocráticas en el mundo y en nuestra región. Recuperar la vitalidad democrática del espacio público constituye el gran desafío de nuestro presente.
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“El miedo es mi combustible”, titula el diario español El País, en una reciente entrevista a Steven Spielberg, a propósito de su última película dedicada a ofrecernos una nueva distopía sobre los efectos de la alienación virtual y el uso compulsivo de redes. El tráiler ofrece todo lo que hay que saber: “No hay ningún lugar a dónde ir”, se resigna el protagonista que se presenta como parte de una generación de desaparecidos (virtuales). El mundo que la Modernidad soñaba ilimitado para la aventura del progreso de la humanidad se ha vuelto, en la era de la globalización, un espacio total, clausurado sobre sí mismo y condenado a un permanente reciclaje, hasta su extinción. El tono apocalíptico o posapocalíptico prolifera en la industria cultural pero desborda la ciencia ficción e inunda, también, los discursos mediáticos y telecomunicacionales, reconfigurando las interpretaciones sociales del presente, las imaginaciones del devenir común y las pasiones (los temores y deseos) asociadas a ellas. ¿De qué son síntoma estas distopías? La cuestión no tiene que ver tanto con sus contenidos. Nadie duda de la honesta preocupación de Spielberg con respecto al futuro de la civilización, tampoco puede decirse que series como Black Mirror o The handmaid’s tale no nos ayuden a revisar críticamente los riesgos hacia los que se encamina nuestra sociedad poshumanista.
DEMOCRACIA
Resulta indiscutible que la ciencia ficción contribuyó en otros momentos a una reflexión social, a una crítica cultural y política. Basta con recordar maravillosos textos como los de Aldous Huxley o George Orwell. Sin embargo, la coyuntura ha cambiado y cabe preguntarse si el efecto de estas narrativas es el mismo. El relato pesimista no solo ha perdido originalidad sino que se ha vuelto prácticamente una moda. Las imágenes del apocalipsis en estos relatos se representan en escenarios opresivos y circulares, que no solo hablan del agotamiento geográfico de nuestro planeta y el paso a una modalidad de vida basada en la súper explotación y el consumo ilimitado, sino que anuncian un además una clausura del futuro. La ciencia ficción actual es la de un mundo sin porvenir. Paradójicamente, para nuestra era tan descreída, tan relativista y desconfiada, esta única certeza se ha vuelto casi un dogma: “el futuro ya llegó”, por lo tanto, “no hay a dónde ir”. Es hora de pensar si la creencia en un desastre inexorable, que nos espera a la vuelta de la esquina, no se ha vuelto una nueva forma de superstición y de resignación ante la barbarie, con consecuencias penosas para la vida individual y colectiva. Superstición, melancolía y soledad La condición democrática del espacio público moderno no está en la manifestación inmediata o espontánea de las pulsiones populares, sino en la trabajosa elaboración colectiva de sus mediaciones, de las formas de pensamiento, las representaciones y argumentos que permiten imaginar, a través de sus contradicciones, el destino social. Dicho de otro modo: el misterio de la democracia como paradójica combinación entre orden, conflicto y libertad, se esconde menos en la fuerza contingente de los estallidos del malestar social que en la orfebrería colectiva de su interpretación. Esa elaboración pública de la inteligencia es tarea filosófica (en la medida en que son filosóficas las preguntas sobre la justicia, la libertad, la igualdad, etc.), pero también es política (ya que las respuestas son siempre tomas de partido concretas, en una historia determinada). Y la historia moderna de la democracia es la historia de la lucha de la filosofía, la ciencia, el arte y el pensamiento político contra la superstición. Esta batalla vive actualmente momentos de notable retroceso, porque como dice el filósofo cordobés Diego Tatián en un hermoso libro titulado Spinoza. Filosofía terrena (2015), “la superstición no es simplemente una religión falsa o una creencia equivocada de las cosas, sino un dispositivo político, una máquina de dominación que separa a los hombres de lo que pueden, que inhibe su potencia política y captura su imaginación en la tristeza y la melancolía –que es la pasión antipolítica extrema; una pasión totalitaria que afecta a la totalidad del cuerpo. Es posible que lo que hoy llamamos ‘apatía’ para referirnos a cierto retiro de lo público y a cierta pasividad civil sería pensado por Spinoza como una melancolía social”. Hoy la melancolía es una disposición afectiva generalizada que coincide con la cancelación del horizonte político, no surge de una lectura crítica o realista sino que se 35
Natalia Romé
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La vida democrática no se agota en las formas legales o procedimentales, es por sobre todas las cosas vida en un común disenso, perseverancia en el desacuerdo y no la supuesta coexistencia de opiniones paralelas que no se afectan las unas a las otras.
encuentra dominada por la soledad y la ausencia de solidaridad, aunque se presente vestida de manía consumista o mandato de felicidad permanente. Como Girolamo Savonarola en el siglo xv, Spielberg nos invita a presenciar una nueva hoguera de las vanidades; la moral apocalíptica vuelve vano e ingenuo cualquier deseo político, disciplina la imaginación con el yugo dulce de un futurismo tecnocrático, hedonista y místico que alienta el abandono de todo deseo de vida con otros. El ethos del sujeto posmoderno, que reivindica su autonomía individual, su derecho al goce permanente, al éxito y la expansión ilimitadas, es en realidad un personaje narcisista, melancólico e impotente, preso de un aislamiento que obtura la disposición al encuentro con otros –es decir, con la heterogeneidad de las formas de vida que solo pueden florecer en la vocación recíproca de libertad en común.
Todavía
D e l a g l o b a l i z a c i ó n a l au t o r i t a r i s m o
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La última utopía del siglo xx se llamó “sociedad de la información”. Su consagración se celebraba como el “fin de la historia” y se fantaseaba como el logro de una armonía planetaria con la que, gracias a la incorporación plena al mercado común de bienes y símbolos, se lograría la eliminación de las barreras culturales y una suerte de tolerancia extendida, que sería el fruto de la identificación de lo humano, más allá de las desigualdades materiales y las diferencias históricas. No podemos afirmar que la expansión financiera y telecomunicacional no haya logrado su meta, y, sin embargo, las fronteras, las barreras y los muros materiales y simbólicos se levantan a la orden del día. ¿Qué ha sucedido?
DEMOCRACIA
Como un lugar, 2011
Al mismo tiempo que el mundo parece haber alcanzado la utopía de la máxima iluminación, la proliferación de los flujos comunicacionales y la consagración a escala planetaria de la llamada “sociedad de la información”, asistimos a procesos complejos de regresión de aquellos valores que reivindicó la Modernidad. Una paradójica era de oscurantismo renovado, tendencias segregacionistas y recrudecimiento de las violencias amenazan la vida y empobrecen las formas democráticas de la convivencia. El “éxito” de la globalización coincide contradictoriamente con los signos de su fracaso, y el sueño de un mundo ilimitado se ha vuelto una especie de pesadilla claustrofóbica. La pretendida eliminación de las diferencias culturales e identitarias tramadas históricamente y la esperanza de su reemplazo por una imagen de libre circulación y coexistencia sin conflictos, muestran hoy sus límites. La celebración desmesurada del consenso y la fobia ante cualquier controversia política trasmutan en violentas formas de rechazo a la manifestación franca de un desacuerdo. Nos hemos inventado una ideología del pluralismo que se comporta como una fantasía de la eliminación de la política –y en definitiva, del otro–. El relativismo y el cinismo son la contracara de estas pulsiones regresivas. Porque la ilusión de borrar las diferencias exige una suerte de olvido forzado y arrasa entonces también la posibilidad misma de una inteligibilidad común, que sostenga y haga viable la vida compartida. Así, la promesa del “mundo sin fronteras” se convierte en una especie de pesadilla sin tiempo que consagra el escenario de esas fantasías posapocalípticas, donde la catástrofe ya ha sucedido y el tiempo se cierra sobre sí en una eterna repetición del presente. El presente total coincide con la deshistorización de la experiencia social 37
Las calles son nuestras, 2017
y nos sumerge en una atmósfera en la que la cancelación de la política produce la desaparición del futuro mismo. El mundo multicolor encarnado por la utopía multiculturalista se ha vuelto un mundo sin color, donde la celebración e hipertrofia del “matiz” individual conducen a una insignificancia de las divergencias, un borramiento de la historia, un desprecio de la vitalidad conflictiva de toda democracia. En este marco, no resulta casual que en nombre de supuestas formas de pluralismo y respeto de las diferencias, se produzcan las formas más violentas de intolerancia a toda manifestación política, en virtud de una supuesta armonía que no es sino la negación misma de los fundamentos de la experiencia democrática y republicana.
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En defensa de la democracia y de la vida con otros
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Como sostiene el teórico de la democracia Jacques Rancière, la política democrática no puede ser jamás afirmación de lo mismo, porque es heterológica. Más que refuerzo de la propia identidad es insistencia en un desacuerdo que consagra, en la lógica misma de la polémica, la igualdad entre los seres.
DEMOCRACIA
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Hoy la melancolía es una disposición afectiva generalizada que coincide con la cancelación del horizonte político, no surge de una lectura crítica o realista sino que se encuentra dominada por la soledad y la ausencia de solidaridad, aunque se presente vestida de manía consumista o mandato de felicidad permanente.
La vida democrática no se agota en las formas legales o procedimentales, es por sobre todas las cosas vida en un común disenso, perseverancia en el desacuerdo y no la supuesta coexistencia de opiniones paralelas que no se afectan las unas a las otras. Esa riqueza, que es la base de la vitalidad del espacio público (local y regional), se fragiliza hoy en la proliferación de tendencias desdemocratizadoras que fraguan no solo las condiciones desiguales del reparto de las voces y las gramáticas de visibilidad/invisibilidad de los sujetos sociales, sino también nuestras formas de hablar, imaginar, pensar, creer y sentir. Contra el empobrecimiento de las memorias sedimentadas en la lengua, la literalización de las imágenes y las alegorías sobre el fin de la historia o la falsa tolerancia, hoy se vuelve imprescindible reinventar la imaginación democrática, por un lado, como un cuerpo de ideas y valores, y, por otro, como un entero régimen de significación y afecto para la vida colectiva. Pensar con ello nuevas posibilidades de comunicación, de recuperación de las historias y sensibilidades de los pueblos y de fortalecimiento de los deseos de un futuro que dé oportunidad a la vida en común. Nadie es libre si está solo, la libertad es siempre deseo del otro. Y el deseo es, como diría Spinoza, el componente democrático fundamental. ! 39
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AMLO: ¿UNA MORAL POLÍTICA PARA LA DEMOCRACIA EN MÉXICO? !
P O R A N T O N I O I BA R R A DOCTOR EN HISTORIA (COLEGIO DE MÉXICO), P R O F E S O R T I T U L A R ( U NA M ) Y C O O R D I NA D O R AC A D É M I C O ( U DUA L )
Modelo para armar (detalle), 2014
Antonio Ibarra
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Todavía
Uno de los mayores enemigos de la democracia mexicana ha sido históricamente la combinación de corrupción y violencia, que ha llegado a ocupar el centro de una crisis moral e institucional de más de treinta años. En este contexto, la figura del presidente electo marca un nuevo camino político para la ciudadanía que necesita renovar las esperanzas y volver a confiar en el poder.
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Andrés Manuel López Obrador (amlo) ganó la Presidencia de México “por sus ideales, antes que por sus ideas”, ha escrito León Krauze, un periodista mexicano residente en Los Ángeles, California, crítico de la figura del líder del Movimiento de Renovación Nacional (morena). La fórmula, elegante e incisiva, deja de lado la importancia de esos ideales en el nivel de hartazgo social frente a la corrupción gubernamental, la violencia y la impunidad criminal, así como a la profundización de la desigualdad social que han dejado tres décadas de ortodoxia neoliberal en México. La elección de julio pasado se convirtió en un gran referéndum generacional sobre la promesa de un México moderno, que se inició con la cuestionada elección de Carlos Salinas de Gortari en 1988. De entonces a la fecha, el sistema político mexicano ha buscado una legitimación de la mano de un discurso de prosperidad y “transición” democrática con alternancia de partidos, entre el generacionalmente renovado pan y el depredador pri, en una alianza tácita que se calificó como el “prian”. La decepción llevó casi dos décadas incubándose, desde que el partido hegemónico fuera derrotado por Vicente Fox, un empresario “ranchero” de discurso bravucón, quien arribó a la presidencia con la promesa de una transición a la democracia que resultaría fallida y de costosa credibilidad. La pasada elección tomó la forma de un giro radical, más en los ideales que en las ideas, pero que ha sido signado por más de treinta millones de mexicanos que votaron por la “esperanza” que representa el discurso moral de amlo. Y allí hay una mudanza, que es oportunidad para el nuevo gobierno de un país abatido por la delincuencia de cuello blanco y manos teñidas de sangre. Los escándalos sobre corrupción que han afectado a las finanzas públicas, la llamada “estafa maestra”, desvió una ingente cantidad de casi 2200 millones de pesos
DEMOCRACIA
destinados por el Congreso a la educación, salud y combate de la pobreza transmutados en fondos para campañas políticas, bolsillos de gobernadores y empresarios asociados, con la mediación de universidades públicas allegadas al régimen. La trama que hoy se revela implica al gabinete actual de Peña Nieto, señaladamente a Rosario Robles, una exmilitante maoísta y exdirigente del prd hecha Secretaria de Estado, en asociación con gobernadores que arribaron con la marca del “nuevo” pri. Sin embargo, lo más dramático de este largo curso fue lo que sucedió desde que el presidente Calderón decidió echar mano del ejército para enfrentar al narcotráfico, anunciado por cadena nacional televisiva el 11 de diciembre de 2006, en vísperas de la celebración de la Virgen de Guadalupe. Desde entonces, la “guerra al narco” ha sido la normalización de los crímenes dolosos que se producen a diario y que elevan a más de 170 mil las víctimas, entre homicidios y desapariciones forzadas. En ello se mezclan el narcotráfico, la diversificación de negocios del “crimen organizado” y la parálisis de un Estado corroído por la ineficacia, la impunidad y la corrupción, asociado a la venalidad de un sistema judicial incapaz de procesar, técnica y moralmente, la cuota de sangre que ha cobrado la fallida estrategia. El desgarro de esta trama que se reveló con el secuestro, asesinato y desaparición de 43 estudiantes de la Normal Superior de Ayotzinapa, puso de manifiesto el vínculo pernicioso entre el crimen, las policías en los tres órdenes de gobierno –nacional, estatal y local–, el ejército, la simulación judicial y una urgente búsqueda de coartadas para lavar la cara de un régimen incapaz de garantizar la paz. La grieta que abrió este episodio entre el gobierno y la sociedad no ha cicatrizado, porque la conclusión de la fiscalía, calificada como “verdad histórica”, pretendía cerrar el caso considerándolo una incineración masiva lo que fue desmentido por una comisión de forenses extranjeros, particularmente colombianos y argentinos, más tarde expulsados por el gobierno mexicano. El derrumbe moral del régimen, asociado a sus desaciertos en política internacional, ha extendido la mancha de aceite de la corrupción hasta la oficina de la Presidencia y de su “superministro” Luis Videgaray, a los protegidos del Poder Ejecutivo como el director de pemex, señalado por sobornos de Odebrecht, y a una media docena de gobernadores procesados por desfalcos a la Hacienda Pública. La mancha también alcanzó al Ejecutivo con el affaire de la “casa blanca”, una opulenta mansión en las exclusivas Lomas de Chapultepec donada a la familia Peña Nieto por el principal beneficiario de la obra pública sexenal, Juan Armando Hinojosa, dueño de Grupo Higa y de la empresa Bienes Raíces h&g s.a. La indignación pública quiso ser enfrentada con un mea culpa televisivo de la esposa del presidente, quien utilizó la coartada de haber adquirido la propiedad con sus ingresos como actriz de telenovelas, y con el nombramiento de un fiscal anticorrupción del caso quien más tarde habría de exonerar a su jefe, aunque terminó por quebrar la credibilidad de un impávido presidente. Hasta aquí pareciera una opera bufa, si no fuera por el costo en vidas y recursos que representó para el país. 43
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Borombombón (detalle), 2011
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Si los “ideales antes que la ideas” cobran alguna relevancia, es en este contexto de acumulación de agravios y sustentación de una narrativa que despojó a los mexicanos de un ideario político creíble, ya que el mantra priísta-nacionalista que permeaba a la sociedad mexicana desde el cardenismo quedó lacerado con la gangrena de la crisis moral del régimen. El capital moral del presidencialismo sufrió un daño irreparable. amlo encontró en este resorte moral una metáfora del cambio sin articular un nuevo discurso político que implicara una ruptura con el nacionalismo, como patrimonio ambiguo de la cultura política nacional, sin representar un perfil político identificable y apoyado en un arco de fuerzas que va de la izquierda social y parlamentaria al evangelismo hecho partido político. La astucia es doble: su espacio político, el Movimiento de Regeneración Nacional, construye una metáfora que es acrónimo identificado con la creencia mayoritaria de los mexicanos en la Virgen de Guadalupe, la virgen Morena, y su rectitud personal indiscutible, que en otra campaña fue lema como “honestidad valiente”, y que se basa sobre todo en un largo recorrido por el país de dos décadas, a ras del suelo social, que le valieron (a amlo) la hechura de una política “cuerpo a cuerpo” con el votante de julio pasado.
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El discurso no es una virtud del futuro presidente: AMLO habla lento y recurre a una particular glosa del lenguaje popular, en todo su simbolismo y ambigüedad. Esto le valió para distanciarse del discurso modernizador de los “güeritos” del PAN y de la manida prosa del PRI, y pautar otro lenguaje en donde lo popular se apropia de la política.
El discurso no es una virtud del futuro presidente: amlo habla lento y recurre a una particular glosa del lenguaje popular, en todo su simbolismo y ambigüedad. Esto le valió para distanciarse del discurso modernizador de los “güeritos” del pan y de la manida prosa del pri, y pautar otro lenguaje en donde lo popular se apropia de la política. Hay en ello un acto comunicativo, que desconcierta a la gramática tradicional y trastoca el “no decir, diciéndolo” por el “decir, sin decirlo” (un “sin querer, queriendo” como repetía el mexicano caricaturizado por el Chavo del 8, tan conocido en América Latina). Y así, “querer, queriendo” la gente votó por amlove, otro de los hallazgos mercadotécnicos de la campaña, más allá del acto de fe y hartazgo que puede leerse en esa decisión. La pregunta esencial es: ¿qué esperamos para el futuro de la democracia en México? Los datos indican que amlo tiene el bono político, de raigambre moral, de una elección histórica. Su partido, morena, y sus aliados, son mayoría parlamentaria; sus socios y seguidores, venidos de la constelación partidaria tradicional junto con los liderazgos sociales que encuentran en él un interlocutor válido, le otorgan un poder político con pocos contrapesos que no sean sus propios ideales y promesas depositados en una larga campaña. Los críticos, como Krauze, ven en ello un riesgo para la democracia institucional. En oposición a esta visión, están aquellos que confían en una refundación de la cultura política gracias al basamento moral de un movimiento nacido desde abajo, en confrontación con la sociedad política de los partidos y del régimen electoral diseñado por ellos. Allá en 2012, cuando el prian y el prd levantaron la mano de Peña Nieto como presidente, el filósofo Enrique Dussel sentenció que era un triunfo con 45
Antonio Ibarra
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AMLO encontró en este resorte moral una metáfo-
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ra del cambio sin articular un nuevo discurso político que implicara una ruptura con el nacionalismo, como patrimonio ambiguo de la cultura política nacional, sin representar un perfil político identificable y apoyado en un arco de fuerzas que va de la izquierda social y parlamentaria al evangelismo hecho partido político.
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pies de barro por “la falta de honesta legitimidad, la falta de haber sido elegido de manera democrática, auténtica y sincera que crea en adherentes y oponentes la convicción subjetiva de que se ha ganado o perdido justamente”. Allí nació el basamento moral de morena, que avanzó como favorito con la inestimable ayuda de un gobierno errático, venal e ineficaz. El propio régimen se cimbró cuando este movimiento, recientemente devenido en partido político, alcanzó la mayoría parlamentaria para gobernar en un sistema de partidos donde estos controlan el aparato electoral y carecen de movimiento social. El futuro es incierto para todos, aunque quedó demostrado que la tradición política de “cargar”, “tomar en chiste” al que finalmente fue ganador, puede dar por resultado una abigarrada configuración política al nuevo régimen. Los desafíos siguen allí: el poder territorial del narcotráfico; las tensiones fronterizas con la administración Trump por el muro; la incertidumbre en los términos bi o trilaterales del Tratado de Libre Comercio; la fragilidad del crecimiento económico, estimado del 2,3 al 2,5% del pib; el legado de una deuda pública que rebasa los 95 mil millones de dólares y que para 2019 estima un perfil de amortizaciones por más de casi cinco mil millones de dólares, casi ocho veces más que al cierre de 2018. El régimen de Peña Nieto deja como herencia una economía prendida de alambres y una sociedad dolida por el desgobierno y la violencia. Fortalecer la democracia desde la gestión pública es un reto que debe cambiar de eje; ya no es el gobierno quien concede, sino la sociedad que debe recuperar la confianza en el poder. En ello los actos simbólicos cobran más fuerza: la “austeridad republicana” de amlo se traduce, según sus economistas, en reducir sueldos y
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Borombombón (detalle), 2011
beneficios a la burocracia por el equivalente a un 10% el gasto público, eliminar 147 programas de gobierno superfluos y crear un Consejo Fiscal con el Congreso, que permitirá dirigir los recursos a programas sociales que impulsen la demanda interna y promuevan el crecimiento. Hay, empero, dos acertijos que devienen del natural desgaste de las relaciones políticas. ¿Cuánto durará el bono moral del nuevo régimen si no se advierten señales de cambio en la inseguridad, violencia y desigualdad? ¿Hasta dónde acompañarán los empresarios al nuevo régimen sin que haya una reforma fiscal que permita expandir el gasto público, combatir la pobreza y generar crecimiento sostenido? En este momento, amlo gobierna de facto para la clase política y la derrota electoral del prian hace pensar que el escenario de cambios profundos es posible, quizá menos de lo deseable, pero esperanzador para un electorado que, silencioso, acompañó el funeral del pri y lo celebró el primer domingo de julio pasado. Ese votante debe hacer suya la refundación democrática de México, ahora que estamos recordando el movimiento estudiantil de 1968, señalado como el momento de ruptura del régimen hegemónico y parteaguas del largo camino de la democratización mexicana. Lo más inquietante está por venir… ! 47
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BOLSONARO, LA IRA DE DIOS !
P O R M A R I O SA N T U C H O S O C I Ó L O G O, E D I T O R D E L A R E V I S TA C R I S I S
Como un lugar (detalle), 2011
Mario Santucho
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Los cincuenta y ocho millones de votos que eligieron a Jair Messias Bolsonaro nuevo presidente del Brasil sacudieron el escenario político regional. Pocos lo vieron venir y nadie sabe aún, a ciencia cierta, cuáles serán los efectos; aunque sigamos sumidos en una especie de shock postraumático. Las preguntas que flotan en el aire como el tictac de una bomba de relojería son cuándo y cómo la democracia se echó a perder de esta manera.
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Los tres tiempos
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La llegada al poder de un ultraderechista en el principal país del continente puede ser interpretada a partir de tres series temporales distintas, aunque concéntricas y superpuestas. A la primera de estas secuencias la vamos a llamar “transición” y refiere a la escena política que se consolidó luego de la dictadura militar que gobernó entre los años 1964 y 1985. Dicen que aquel gobierno de facto no fue “tan feroz” como el que conocimos en Chile o en la Argentina; y muchos abuelos, a la luz de la degradación nacional que se vive, recuerdan aquel período con saudade. “Yo no le llamo dictadura a lo que hubo aquí, le llamo militarismo”, me dijo un chófer de Uber en San Pablo el día antes del balotaje. El caso es que la “lenta, gradual y segura transición” ideada por el dictador Ernesto Geisel, sumada al advenimiento de lo que hacia fines de siglo pasado se conoció como la globalización de la economía, dieron paso a un tipo de polarización peculiar entre un partido de centro pragmático (Partido
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de la Social Democracia Brasileña, psdb) y un partido ideológico de izquierda (Partido de los Trabajadores, pt) que ganó cuatro elecciones presidenciales consecutivas. En los márgenes del tablero, arrumbada en un rincón, se mantuvo excluida esta derecha ideológica que, de golpe, emergió como un tsunami cuando el colapso del sistema se precipitó. La segunda serie temporal lleva como título “el golpe” y comienza en junio de 2013, con las enormes movilizaciones originadas por los aumentos en el transporte público. Según me comentó el candidato a presidente por el Partido Socialismo y Libertad (psol), Guilherme Boulos, los incrementos en el precio del boleto fueron apenas el chispazo que encendió la pradera de un descontento generalizado por el deterioro de los modos de vida en las grandes ciudades, luego de la crisis económica desatada a partir de 2008. Allí se produjo un click en el gobierno de Dilma Rousseff, que sería aprovechado por el “círculo rojo” brasileño para sacarse de encima al Partido de los Trabajadores. Como este último se había aclimatado al statu quo, no tuvo manera de esquivar el manotazo. En abril de 2014 se inicia la Operación Lava Jato, cruzada moralizadora del Poder Judicial que se cargó las bases de sustentación del tinglado político. El impeachment contra la presidenta nació en marzo de 2015 y fue concluido exitosamente en agosto de 2016, mientras otra ola de imponentes protestas ganaba las calles en apoyo a la destitución. El establishment, exultante por la audacia demostrada y enfundado en el combate contra la corrupción, encargó el trabajo sucio al vicepresidente Michel Temer, el más impopular que se recuerde. Él debía hacer las reformas económicas incómodas y allanar el camino para el retorno del psdb al Planalto. Solo faltaba una estocada más: expulsar a Lula da Silva de la contienda. Y humillarlo. El viejo líder obrero fue proscripto, impedido de ofrecer entrevistas, y todo parece indicar que continuará preso por un largo período. Arribamos así a la tercera secuencia, que podríamos denominar “el forúnculo”. O “el golpe dentro del golpe”. El ascenso irrefrenable de un candidato antisistema que encarnó el hartazgo de la población para con el orden imperante, expresó tres corrientes distintas de gran potencia conservadora. De un lado, el nacionalismo militar de los oficiales que forman parte de la reserva y acaban de exigir para sí la mitad de los puestos claves del gobierno. Por otra parte, las multitudinarias iglesias evangélicas que se volcaron masivamente en favor de Bolsonaro y pusieron a disposición de su campaña las redes comunitarias y comunicacionales diseminadas por todo el país, especialmente en las periferias de las principales ciudades. Por último, la escuela neoliberal ortodoxa, representada por el futuro ministro de economía Paulo Guedes, encargado de amigar al tren fantasma antiglobalizador con los dueños de las empresas que dominan el país y que, obviamente, apostaron a ganador. Bolsonaro es la personificación de lo políticamente incorrecto. Su narrativa está plagada de formulaciones que dinamitan los consensos básicos impuestos durante 51
Mario Santucho
la transición. El uso de las armas y cierta fascinación por la violencia, por poner apenas un ejemplo, fueron caballitos de batalla para conquistar a la opinión pública. La pregunta más incómoda apunta a desentrañar cómo un candidato tan detestable pudo aglutinar la confianza de la mayoría de la población. El incordio se intensifica cuando constatamos que también los grandes medios de comunicación fueron acusados por Bolsonaro de ser corruptores de las buenas costumbres y, en el clímax de la campaña, amenazó con sustraerles la publicidad oficial. De modo tal que esta vez no funciona el argumento facilista de un engaño masivo pergeñado por los propietarios de “los fierros”. Todo lo contrario: la potencia democratizadora de las nuevas tecnologías de comunicación sirvieron, con una nitidez que asusta, para entronizar al campeón de los valores más reaccionarios. Es cierto que ya había sucedido con Donald Trump pero, a diferencia del norteamericano, el brasileño lo hizo sin dinero, sin partido y sin espacios en la televisión. Estuve en San Pablo varias veces este año; la última, durante la semana previa al balotaje. Conservo muchas imágenes aún en proceso de elaboración (el efecto paradójico de la impresionante movilización del ele não, entre ellas), pero una curiosidad me llamó especialmente la atención: todos y cada uno de los choferes de Uber con quienes conversé, al menos diez, votaban a Bolsonaro. Los motivos eran de los más variados, algunos de ellos menospreciaban al candidato, pero todos coincidían en que se precisaba un cambio y él era el único que lo podía implementar. Descartada por razones metodológicas, la hipótesis gorila que sindica la estupidez de la gente como causa del suceso, habrá que agudizar las sospechas sobre el funcionamiento intrínseco del dispositivo democrático.
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Cinismo y colapso
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Uno de los símbolos más prestigiosos de la intelligentsia brasileña, el expresidente y eminente intelectual Fernando Henrique Cardoso, escribió en Folha de São Paulo un artículo crudo en el cual explica que la performance de Bolsonaro se debe “a la creciente sospecha de la gente de que la democracia representativa es incapaz de cumplir con lo que necesita. Esta desafección se vio agravada por una brutal recesión económica, la más larga de nuestra historia”. Sin embargo, en la segunda vuelta, Cardoso se abstuvo de expresar su apoyo al candidato del pt, Fernando Haddad, en lo que muchos consideraron un gesto de oportunismo intolerable. Esta actitud expresa el desconcierto del centrão, verdadero perdedor de los últimos comicios. Los dos partidos principales que conforman este sector político, el psdb de Cardoso y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (pmdb) del actual presidente Temer, redujeron su influencia sensiblemente y dieron paso a una configuración inédita para la tradición consensualista brasileña: la polarización entre una izquierda ideológica (agotada y en vías de recomposición, pero que conserva presencia institucional y un apoyo popular considerable) y una derecha
DEMOCRACIA
Como un lugar, 2011
ideológica que accede por primera vez al gobierno por la vía de los votos. Todo parece indicar, entonces, que la conflictividad social va a agudizarse. Pero la apuesta de numerosos analistas y funcionarios conocedores del paño se basa sobre la presunción de que las instituciones republicanas y los factores de poder real podrán sosegar las ínfulas transformistas del presidente electo. Cuando “se baje de la palestra”, señalan con ironía, tendrá que hacer a un lado sus bravuconadas y aceptar los límites que impone el sistema. Esta teoría tranquilizadora resulta un poco temeraria si tenemos en cuenta que la radicalización funcionó como mecanismo legitimador y moderarse no fue negocio para el candidato. Incluso si tales cálculos terminaran siendo exactos, como a esta altura deseamos, el resultado no sería otro que el continuismo y la desfraudación de la voluntad mayoritaria de forzar cambios. Lo que nadie sabe es cómo se aplacará el empoderamiento de los sectores más retrógrados que salieron del closet y muestran con orgullo su odio conservador. Mientras se multiplican los ejemplos de personas que fueron asesinadas por oponerse a la ola derechista, dos anécdotas mínimas expresan mejor que mil videos de 53
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Como un lugar, 2011
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WhatsApp lo que significa la consagración estatal de este fascismo posmoderno. El primero: en plena campaña electoral, un grupo de partidarios del pt que hacían proselitismo en una ciudad del interior del país fueron hostigados por forasteros bolsonaristas y, luego de una gresca callejera, la policía los apresó. Al averiguar la identidad de los provocadores, descubrieron que se trataba de militares en actividad vestidos de civil. El segundo: el domingo 28 de octubre a las 19, una amiga que vive en pleno centro de San Pablo aguardaba con ansiedad que la televisión arrojara el resultado final. Cuando la pantalla anunció que, con el 85% de los votos escrutados, la ventaja era de diez puntos para Bolsonaro, las lágrimas corrieron por su mejilla. De golpe, en el edificio de enfrente vio a su vecino (con quien siempre había mantenido relaciones cordiales) salir al balcón con un revólver y descerrajar el cargador al aire en un alocado festejo. Sigmund Freud decía que lo siniestro es el terror que nos provoca aquello que forma parte de nuestra intimidad. El filósofo Marcos Nobre, agudísimo lector de la coyuntura brasileña, escribió en la revista Piauí que Jair Messias es “el candidato del colapso”, ya que su
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La potencia democratizadora de las nuevas tecnologías de comunicación sirvieron, con una nitidez que asusta, para entronizar al campeón de los valores más reaccionarios.
popularidad surge de la destrucción del sistema político. El problema es que, una vez elegido, son poquísimas sus chances de crear una nueva espina dorsal para reconstruir la gobernabilidad. Ubicado en un “grado cero de la política”, pero sin fuerzas ni recursos suficientes para emprender una refundación histórica, comenzaron las desaveniencias en la heterogénea coalición que se prepara para asaltar el Estado. Mientras, el resto de las fuerzas políticas profundizan la diferenciación entre ellas, ansiosas de posicionarse para 2022 y convencidas de que el gobierno de Bolsonaro será, en el mejor de los casos, precario, si es que consigue evitar el caos. Nobre advierte que están jugando con fuego, porque la perpetuación del colapso puede convertirse en método gubernamental. Algunas visiones conspirativas indican que esa sería una de las utopías contemporáneas de los poderes globales. El consentimiento del juez Sergio Moro (verdugo del expresidente Lula) ante el convite de encabezar un super Ministerio de Justicia avala la hipótesis de un proyecto racionalizador con fundamentos trascendentes. Había una vez una democracia… ! 55
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MIGUEL DÍAZ CANEL: EL ARTE DE SOBREVIVIR !
POR HAROLDO DILLA ALFONSO S O C I Ó L O G O E H I S T O R I A D O R C U BA N O
Las calles son nuestras (detalle), 2018
Haroldo Dilla Alfonso
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La asunción a la presidencia de Cuba de un político joven abre un escenario de expectativas de cambios imprescindibles para la propia sobrevivencia nacional. Su mayor desafío es cómo asumirlos sin poner en riesgo las pautas básicas de la gobernabilidad y los propios logros heredados del hecho revolucionario.
El 19 de abril de 2018, la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba eligió un nuevo jefe de estado: Miguel Díaz Canel. No hubo mucho de sorpresa en el asunto. Hasta el momento había sido vicepresidente, nombrado por Raúl Castro, y fue el único candidato, lo que le granjeó el apoyo del 100% de los votantes. En su toma de posesión, Raúl Castro –quien sigue ostentando la máxima dirigencia del Partido Comunista y por ello de todo el sistema político insular– lo llamó “sobreviviente”. Creo que su éxito residirá en seguirlo siendo por algún tiempo más.
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Saber guardar la ropa
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Solo una vez he visto personalmente a Miguel Díaz Canel. Fue en 1994, cuando se estrenaba como primer secretario del Partido Comunista en la provincia central de Villa Clara y yo asesoraba discretamente un promisorio movimiento comunitario en un barrio marginal de la capital provincial. Yo estaba sentado bajo una ceiba sagrada con un boxeador de circo devenido activista cultural y a quien todos conocíamos sencillamente como Papito. Y él recorría las calles enlodadas del barrio, escoltado por decenas de curiosos y funcionarios, brincando los charcos pestilentes
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que constituían el día a día de los pobladores. Acostumbrado a ver el país regido por burócratas ateridos, la figura de este joven delgado, con jean y remera que se movía libremente entre la gente, me pareció renovadora. Se lo hice notar a Papito, a lo que este, con su sabiduría callejera a mil pruebas, replicó con un refrán: “el tipo sabe nadar pero, sobre todo, sabe guardar las ropas”. Viendo las cosas un cuarto de siglo después, creo que Papito tenía razón. Si la historia, dijo alguien, es un cementerio de élites, la de Cuba posrrevolucionaria es un osario de pretendientes. Uno tras otro, los jóvenes emergentes que hubieran podido ser un relevo entrenado para una clase política envejecida fueron defenestrados, acusados por la vieja guardia de apego a las mismas “mieles del poder” que los “históricos” habían disfrutado con fruición por seis décadas. Díaz Canel supo nadar y guardar las ropas. Al decir de Schopenhauer, cultivar el arte de sobrevivir y “prevenirse de las desgracias” ante las que sucumbieron sus correligionarios. Probablemente lo supo hacer por otra cualidad que también noté: su magra capacidad expresiva. Hablaba en frases pequeñas y con desgano, como eructando ideas. Y en el sistema cubano –donde históricamente ha habido un solo orador, Fidel Castro– no tener vocaciones oratorias ha sido una condición de sobrevivencia. Por eso Raúl Castro, con su habitual locuacidad de sargento mayor, no encontró mejor manera de describirlo que como “un sobreviviente”. Lo fue, exitosamente, desde aquellos días que brincaba calles lodosas ante la mirada escéptica de Papito. Es razonable que todos –partisanos, opositores y curiosos– se sientan atraídos por una cara nueva en un sistema tan mustio como el cubano. Pero me temo que no son razonables todas las suposiciones en torno al hecho. Algunos, atenidos a la edad y a un pasado con algunos alardes de tolerancia –tiene a su favor haber protegido un bar de travestis en sus fueros en épocas de homofobia implacable–, lo ven como el inicio de un cambio sustancial. Otros, partiendo de su apego a la nomenclatura y al discurso autoritario que ha estado enarbolando desde que integró el primer círculo, lo han presentado como pura continuidad. En realidad nada indica que sea una u otra cosa. No es cierto que se haya producido un traspaso dramático de poder. Raúl Castro sigue siendo la figura política dominante desde su rol de primer secretario del Partido Comunista. Y en torno a él se teje una madeja de familiares y camaradas de lucha, unos civiles y otros militares, presentes en los órganos políticos decisorios –buró político, Consejo de Estado y Consejo de Ministros– y en los mandos militares y de los aparatos de inteligencia. El castrismo –entendido como un producto político cubano alimentado convenientemente de populismo, estalinismo y cultura jesuita– ha sobrevivido a su fundador. Y, en consecuencia, el nuevo presidente sigue siendo tan superviviente como cuando brincaba charcos en Villa Clara. Pero ello no significa que su ascenso sea un dato sin importancia. Si es afortunado, y Raúl Castro es capaz de garantizarle el apoyo de la burocracia y los militares, 59
Como un lugar, 2011
puede consolidar bases propias y dar pasos más audaces. De hecho, inaugura su mandato con un cambio constitucional que abre espacios nada trascendentales pero interesantes. Y en circunstancias en que cada vez son más comunes los obituarios dedicados a los miembros de eso que los politólogos cubanos han convenido en invocar como “el liderazgo histórico”. Llamarle monigote, como hacen los opositores, con más resentimiento que buen juicio, es olvidar que lo mismo decían de Adolfo Suárez cuando en 1976 fue elegido presidente del gobierno español. Sin embargo hoy el Aeropuerto de Barajas lleva su nombre.
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Los aprietos de Díaz Canel
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El nuevo presidente tiene ante sí una situación difícil. La economía no crece, la sociedad vive desde los 90 en un estado que oscila entre la crisis aguda y el déficit cotidiano (eso que eufemísticamente ha sido llamado “Período especial”) y los logros sociales emblemáticos de la revolución de los 60 se deterioran día a día. No hay una oposición política significativa, pues los cubanos siguen prefiriendo la emigración como solución. Esto los lleva a protagonizar periplos planetarios dignos de
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La sociedad cuenta con un nivel educativo envidiable –factor clave para cualquier proyecto de desarrollo–, recursos naturales y ambientales, y un escenario internacional con algunos puntos fuertes, incluyendo aquí un potente capital social dado por los emigrados.
relatos de Julio Verne. No obstante siguen colocando sus esperanzas fuera de las fronteras nacionales y someten a la isla a un alarmante proceso de estancamiento y envejecimiento demográfico. Pero no es exactamente un callejón sin salida. La sociedad cuenta con un nivel educativo envidiable –factor clave para cualquier proyecto de desarrollo–, recursos naturales y ambientales, y un escenario internacional con algunos puntos fuertes, incluyendo aquí un potente capital social dado por los emigrados. Un tema histórico de Cuba, la relación con Estados Unidos, no está en su mejor momento (casi nada lo está con Trump en la Casa Blanca) pero es más optimista que antes de Obama, cuando a la persistencia del bloqueo/embargo se sumaba la ruptura diplomática. El problema crucial estriba, y aquí está el verdadero Lecho de Procusto de Díaz Canel, en la manera de conservar a la élite lo suficientemente unida como para garantizar las pautas de la gobernabilidad. La actual cúpula política cubana fue el resultado de la purga de 2009, cuando militares y burócratas partidistas se coaligaron para ajustar cuentas con un sector de políticos relativamente jóvenes que ganaron espacios al calor de los planes fantasiosos de Fidel Castro. Ambos actores tienen en común una historia e importantes definiciones sistémicas. Por ejemplo, apuestan por el mantenimiento de un régimen político monocéntrico y autoritario, y por eso han sacado a la democracia de cualquiera de sus cálculos. También comparten la idea de que es necesario reactivar la economía mediante reformas promercado capaces de captar ahorro externo a través de las inversiones extranjeras. Y coinciden en que para avanzar en este objetivo deben relajar una serie de controles económicos al interior de la propia 61
Haroldo Dilla Alfonso
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La actual cúpula política cubana fue el resultado de la purga de 2009, cuando militares y burócratas partidistas se coaligaron para ajustar cuentas con un sector de políticos relativamente jóvenes que ganaron espacios al calor de los planes fantasiosos de Fidel Castro.
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sociedad cubana (apertura de espacios para el consumo y para la actividad privada, descentralización de las grandes empresas estatales, etc.) e incluso mover, al menos lo imprescindible, la esfera política en materia de derechos individuales para que la economía prospere. Pero también sustentan visiones diferentes acerca del mundo y de ellos mismos en él, y en estas diferencias se esconden el diablo y los detalles. Los burócratas rentistas –que controlan el aparato del Partido Comunista y sus tentáculos de control social e ideológico– son admiradores de la planificación centralizada, y solo conciben al mercado actuando en guetos rentables y separados de la sociedad y del resto de la economía. Quieren un sector privado nacional controlado por la policía y esquilmado por los inspectores fiscales, donde los cubanos se empleen pero no acumulen. Y una emigración proveedora de remesas que alimente las tiendas oficiales y le quite responsabilidad social al Estado. Ven a la sociedad como una masa amorfa –el pueblo– a la que se le exige fe y entrega, y de ahí su vocación totalitaria. Los militares y sus tecnócratas subsidiarios, en cambio, apuestan por una reforma económica moderada pero mucho más sustancial y sistémica que sus camaradas partidistas. Y si no son más intrépidos en temas como las privatizaciones y la liberalización mercantil es porque se imaginan a sí mismos como una futura clase empresarial que necesita, en sus primeros retozos capitalistas, la protección del Estado. Asumen la expansión controlada del sector privado nacional como una virtud, abogan por la descentralización estatal y ven a la emigración como un caudal económico que pudiera ponerse al servicio de la recuperación y de su propia conversión burguesa, principalmente mediante
DEMOCRACIA
Las calles son nuestras, 2018
inversiones. En sus relaciones con la sociedad, no piden la entrega pasional, sino solo la obediencia. En términos programáticos el acuerdo que se ha conseguido es una suerte de shopping list de casi tres centenares de propósitos y medidas a tomar, sin que se expliquen cronogramas y concatenaciones. El consenso es difuso e inestable. Por ejemplo, hasta dónde se debe llegar en la desestatización económica o cuál es el mínimo que se debe mover la política para que los arreglos económicos funcionen. O lo que es aún más complicado: el tipo de relaciones que es conveniente mantener con la emigración. El resultado ha sido una marcha penosa, llena de zigzagueos y demoras, en que cada implementación, por modesta que sea, se somete a múltiples experimentaciones y luego es severamente escrutada y derogada si acaso sus resultados sobrepasaran las expectativas. Como si todos en la isla tuvieran –la élite octogenaria incluida– todo el tiempo del mundo. Un cálculo entendible en Raúl Castro y los “ancianos históricos” que en sus ochentas avanzados tienen muy poco que pedirles al futuro. Pero no para un político cincuentón, que va a requerir mucha “virtud y fortuna” –diría Maquiavelo– para seguir cultivando el arte de la sobrevivencia. ! 63
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E L I SA S T R A DA NAC I Ó E N SA N TA F E E N 1 9 7 0 . E N 1 9 9 3 E G R E S Ó D E L A C A R R E R A D E D I S E Ñ O G R Á F I C O D E L A U N I V E R S I DA D D E B U E N O S A I R E S . A S I S T I Ó A L O S TA L L E R E S D E PA B L O S I Q U I E R Y D I A NA A I S E N B E R G . E N T R E 2 0 0 3 Y 2 0 0 5 F U E B E C A R I A D E L P R O G R A M A D E TA L L E R E S K U I T C A PA R A L A S A RT E S V I S UA L E S . E X P US O E N N U M E R O SA S M U E S T R A S . E N T R E L A S I N D I V I D UA L E S S E D E S TAC A N C L A S E S D E A P OYO E N L A G A L E R Í A D E L P O S T E D E L C E N T R O C U LT U R A L R I C A R D O R O JA S ( 2 0 0 6 ) , B E U Y S Y M Á S A L L Á – E N S E ÑA R C O M O A RT E E N E L C E N T R O C U LT U R A L R E C O L E TA ( 2 0 1 0 ) , B O RO M B O M B Ó N E N E L C E N T R O C U LT U R A L R E C O L E TA ( 2 0 1 1 ) , M O D E L O PA R A A R M A R E N L A GA L E R Í A F O S T E R C AT E NA D E B U E N O S A I R E S ( 2 0 1 4 ) Y R E S C U E E N L A GA L E R Í A A L I M E N TAC I Ó N 3 0 D E M A D R I D ( 2 0 1 8 ) . A L G U NA S M U E S T R A S C O L E C T I VA S D E L A S Q U E PA RT I C I P Ó F U E R O N P L AY T I M E E N L A G A L E R Í A S O N I A RY K I E L D E PA R Í S , P E N TAG R A M A E N E L F O N D O NAC I O NA L D E L A S A RT E S B U E N O S A I R E S ( 2 0 1 0 ) Y S I E T E A RT I S TA S C U R A D O S P O R E D UA R D O S T U P Í A E N L A F E R I A E X P O T R A S T I E N DA S D E B U E N O S A I R E S ( 2 0 1 1 ) . E N 2 0 0 1 O BT U VO E L P R I M E R P R E M I O D E A RT E D I G I TA L E N E L F E S T I VA L D E V I D E O A RT E X I I I D E L I N S T I T U T O D E C O O P E R AC I Ó N I B E R OA M E R I C A NA Y, E N 2 0 0 5 , E L P R E M I O R E G I O NA L A D Q U I S I C I Ó N F U N DAC I Ó N O S D E .
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ciudades
¿Quién tiene derecho a la ciudad?
El trabajo de graffiteros y muralistas pone en tensión las dificultades que tiene la ciudad de La Plata para preservar el patrimonio público, al mismo tiempo que señala una política controlada por el mercado publicitario y el negocio de bienes raíces.
! P O R L E A N D RO D E M A R T I N E L L I
Licenciado en Comunicación Social (UNLP) y periodista
Leandro de Martinelli
Todavía
1.
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Hace unos años la empresa de comestibles Molinos se vio obligada a rediseñar uno de sus productos: el Fritolim, un spray de aceite vegetal para cocina. Fue por un reclamo de los hipermercados Wal-Mart y Carrefour ubicados en la periferia de La Plata, que durante una temporada sufrieron una serie de robos excepcionales en varias partidas de esos productos: les sacaban el pico rociador. Los fines de semana, cuando el tránsito en los pasillos estaba congestionado y la vigilancia se hacía dificultosa, los picos desaparecían y las latas de este spray se volvían inútiles, invendibles. La perplejidad de repositores y gerentes encontró su explicación cuando un guardia detuvo a dos chicos de diecinueve años que llevaban los bolsillos llenos de picos rociadores. Ante la insistencia de uno de los jefes, uno de los chicos contó que eran graffiteros y se llevaban los picos porque encajaban bien en sus aerosoles de pintura y le servían como fatcap, es decir, como rociador para rellenar grandes superficies en poco tiempo. Los hipermercados hicieron su reclamo a la empresa y, mientras tanto, pusieron un cartel en las góndolas de Fritolim que decía que los picos se entregaban en la caja. Poco tiempo después las partidas llegaron rediseñadas, con una tapa ergonómica que resolvió el problema de los hurtos. Sería una anécdota menor de no ser porque forma parte de un paisaje social complejo que ha transformado a la ciudad de La Plata en un problema visual, a raíz de una revuelta que pone en tensión el lenguaje dominante de la ciudad (ese mix de arquitectura y publicidad que define a la metrópolis moderna), acorralado por un movimiento artesanal e insolente conocido como graffiti hip hop. Un tipo de pintada callejera donde los artistas –la mayoría jóvenes– buscan publicitar su propia firma en el espacio público, firmas ilegibles consumadas por el trazo veloz del
aerosol de pintura, con la transgresión como horizonte productivo. Cada noche en las paredes se multiplican sellos como Ho!ia, Soofa, Derby y Zuen y cada mañana la ciudad amanece un poco más trash. Estas expresiones ya ocupan las mil cuatrocientas manzanas del casco histórico fundacional y otro tanto en la periferia; alrededor de los hipermercados, sobre la canalización del Arroyo del Gato, hay una galería a cielo abierto donde se despliegan firmas en tamaño monumental. No son tantos los graffiteros –como mucho medio centenar–, pero trabajan con tal convicción que en poco tiempo lograron darle a la capital de la provincia un aspecto de desgobierno y anarquía juvenil.
2. Al igual que los linyeras y los skaters, este tipo de artistas usan la arquitectura urbana de manera disidente, a su antojo, sin atender a la función que urbanistas, constructores y propietarios destinaron para esas estructuras. El graffiti hip hop es un arte competitivo –a más firmas mayor prestigio– que usa la ciudad como tablero de dibujo y se nutre de la irritación vecinal porque su hormona es la transgresión. De hecho, es una de las pocas formas de arte que, a medio siglo de sus primeras apariciones en el Bronx, todavía conserva su capacidad disruptiva y su potencia para hacer visibles las múltiples dominaciones que gobiernan las metrópolis modernas, cuando no para ridiculizar algunos sistemas de poder. La pregunta principal del graffiti hip hop es quién tiene derecho a la ciudad, a quién pertenece esa porción de la trama urbana que llamamos espacio público, y quién tiene permiso para transformarlo. Los graffiteros no intervienen paredes, intervienen poderes. Ese gesto es el que desde hace medio siglo en todo el mundo despabila discursos conservadores, levanta la irritación vecinal y, en ocasiones, produce pánico.
3. Hace años que La Plata –mediante la aprobación de distintos códigos de construcción– dejó de ser un bien de uso para transformarse en un bien de consumo. La especulación inmobiliaria tomó el control y logró intercalar un pueblo fantasma en el casco fundacional, identificado hoy por casas históricas clausuradas con ladrillos y puertas con trancas de hierro. Dos de cada diez viviendas están ociosas y en venta, a la espera de ser demolidas para transformarse en una torre de departamentos entre medianeras. En ese contexto el graffiti hip hop aparece como un síntoma más del desprecio al patrimonio arquitectónico que promociona la municipalidad y del deterioro del espacio público producto del negocio inmobiliario. Sobre ese proceso de abandono, demolición y verticalización se posa el graffiti hip hop. Es decir, para que este movimiento artístico se instale y crezca, la ciudad –cualquier ciudad– tiene que colaborar con él,
proporcionando ruinas urbanas y otros emplazamientos que, aún ubicados en zonas congestionadas, se encuentren por fuera de las dinámicas metropolitanas, esto es, sin mantenimiento, sin servicios de luz ni gas, sin vigilancias. Los graffiteros eligen para instalarse y desarrollarse: estructuras ociosas presas de la humedad, a las que les crecen plantas y donde merodean las ratas, intercaladas en un paisaje de terrenos baldíos que se anuncian como oportunidad inmobiliaria pero que también son oportunidades para consumar robos en las viviendas linderas y violaciones. Esos lugares les garantizan que van a poder pintar sin vigilancias y que sus firmas van a permanecer allí por mucho tiempo, hasta que la ruina se transforme en un proyecto urbano.
4. De un primer vistazo pareciera ser el graffiti hip hop el responsable del deterioro del espacio público en la ciudad. Es que la relación entre este y la ruina 67
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Leandro de Martinelli
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urbana es inmediata; donde hay graffiti hay daño, dice la mirada vecinal. Pero el procedimiento es inverso: donde hay desidia, donde hay abandono, habrá graffitis, que luego, por la lógica competitiva de esta práctica, se extenderán hacia las viviendas habitadas. Estos son una marca más entre muchas otras de decadencia del espacio público. Lo que suele haber detrás de los graffitis más grandes son casas tapiadas y viviendas semidestruidas. En ese sentido, su intervención es una transgresión menor que tapa otras más grandes. Es decir, al mismo tiempo que señala la desidia también la adorna, la oculta, la transforma en espectáculo, no solo con sus ráfagas de color sino con su capacidad para indignar. Así, funciona como señuelo para un tipo de espectador urbano que se escandaliza por la firma de un joven en la pared de una vivienda pero naturaliza que los propietarios y el Estado se desentiendan de sus responsabilidades y que planifiquen, en función del negocio de bienes raíces, la destrucción del patrimonio arquitectónico. Para ese espectador no existe
el espacio público. Para él la ciudad es una continuidad de espacios privados y cada propietario es un caudillo que puede hacer a su antojo sin importar la cantidad de reglamentaciones municipales que viole, mientras que en el graffitero ve a un simple delincuente juvenil. Con su politicidad sutil el graffiti hip hop es revelador de ese pensamiento patrimonialista donde lo que molesta no es la degradación del espacio público, sino quién lo deteriora.
5. El año pasado se dictaminó una ordenanza municipal que prohibió la venta de pintura en aerosol a menores de 18 años. El proyecto, aprobado por unanimidad, parece escrito con la letra vulgar de la vecinocracia, con el argumento de que en esa proscripción se encuentra la clave para evitar el deterioro del espacio público y privado, un paso más hacia la preservación del patrimonio arquitectónico. El de los concejales fue un desempeño desinformado
ciudades
" Los graffiteros no intervienen
paredes, intervienen poderes. Ese gesto es el que desde hace medio siglo en todo el mundo despabila discursos
conservadores, levanta la irritación vecinal y, en ocasiones, produce pánico.
porque la diáspora graffitera de La Plata anda entre los veinte y los treinta años. Una ridícula ordenanza municipal basada en un diagnóstico falso con soluciones falsas; no solo porque los graffiteros son mayores, sino porque la conservación del espacio público no se juega en las pinturerías que venden aerosoles sino en la administración patrimonial que la municipalidad (no) hace.
6. El graffiti hip hop también tensiona el mundo del arte de La Plata –ese conglomerado de cátedras universitarias, museos y galerías que definen al campo artístico– porque el graffitero ignora, cuando no desprecia, el lenguaje dominante de las artes visuales: se desentiende de las teorías de color, de la composición y de la investigación en técnicas en favor de un arte de la velocidad. El hábitat de producción del graffiti hip hop es hostil; no es tanto un arte público –como monumentos y murales– como un 69
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arte callejero. Su guión curatorial es la agitación vecinal, la sedición contra la propiedad privada, la negociación de las políticas visuales de la ciudad, la denuncia contra el encarecimiento de la vivienda. Pero ninguna de las obras dicen nada en el interior del cubo blanco de galerías y museos, porque sus valores están dados por la furtividad, por la relación con la traza urbana, por la capacidad de viralizar la firma, por el peligro. Los principios de percepción de este estilo de decoración urbana son todos de cosecha propia y la alianza entre el saber –encarnado en las Facultades de Bellas Artes y Arquitectura de la UNLP– y el poder –municipal, inmobiliario– no logran integrarlo como otra cosa que no sea mero vandalismo, aun cuando esta forma de arte ha logrado competir con la arquitectura y la publicidad en el terreno de la representación de la ciudad. Por supuesto, la capacidad del graffiti hip hop para producir un espectador indignado tampoco es útil a la hora de ganar el debate sobre si se trata de una forma de arte o una contravención.
7. El graffiti hip hop fue el puntapié inicial para el único mercado de arte próspero en la ciudad: el posgraffiti o !reet-art, un tipo de muralismo silvestre que al principio interesó a comerciantes y propietarios de viviendas porque era un modo de proteger sus persianas y paredes. Descubrieron que los graffiteros nunca pintaban sobre las obras de sus colegas y preferían esos murales rústicos, muchas veces producidos por ellos mismos, que las firmas desbocadas que emergían cada noche. La aparición de estos murales –la mayoría figuraciones naif con mensajes del espectro hippie y del marketing new age– construyeron un público propio, interpelaron al espectador urbano medio y, en consecuencia, crearon un mercado. En la ciudad, los centros culturales, las casas de indumentaria, las cervecerías, las peluquerías, las ópticas y hasta los gimnasios contratan los servicios de muralistas por gusto, para decorar, para publicitarse y, también, para evitar que el virus
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del graffiti contamine sus paredes. El resultado es una ciudad capital con aspecto juvenil, cuando no infantilizada, donde el !reet-art se transformó para muchos ciudadanos en un asunto de identidad y para muchos artistas en una forma de sustento. Los casos paradigmáticos son Luxor y Falopapas. El primero, referente del movimiento, es un artista no académico que construyó su obra –de colores saturados y figuración infantil– a partir de la prédica comunitaria: su medio millar de murales invocan la buena vibra y tienen como eje la idea de un arte popular, traducido como un arte de digestión fácil, cuya efectividad está probada. En su persistencia, Luxor logró educar al espectador urbano de La Plata y en ese mismo movimiento ubicó al !reet-art como un rasgo de color local y, sin quererlo, un ámbito de trabajo. Falopapas, artista pop educado en Bellas Artes, dio un paso más allá y buscó la profesionalización de esta práctica en la ciudad. Al conjugar su conocimiento anfibio –mitad artista pop, mitad graffitero– con su enorme capacidad para gestionar,
puso en discusión la moral predominante entre muralistas y graffiteros de La Plata, quienes se pretenden al margen del mercado, asumidos como una comunidad construida en base a la amistad, sin interés en el dinero ni en adquirir rasgos profesionales. Falopapas desnudó ese universo de sentidos y, al mismo tiempo, impuso un estándar nuevo en la calidad del arte callejero local que se refleja en las nuevas generaciones.
8. La revolución visual en La Plata pareciera haber llegado de la mano de graffiteros, pero está a la vista que las firmas compiten mano a mano con los carteles de venta que cuelgan las inmobiliarias y, muy a pesar de la imagen de anarquía juvenil que ofrecen las paredes, lo que se puede decir de una ciudad toda graffiteada es que la autoridad en las calles la ejercen las constructoras, los urbanistas, las financieras y los colegios de martilleros y de arquitectos. • 71
cine
CINE FUERA DEL CINE
! P O R J O RG E L A F E R L A M a g i s t e r e n A r t e s ( U n i ve r s i d a d d e P i t t s b u rg h ) , C u r a d o r A r t e s A u d i ov i s u a l e s , P ro fe s o r d e l a U n i ve r s i d a d d e l C i n e y d e l a U n i ve r s i d a d d e B u e n o s A i re s
En el último tiempo las videoinstalaciones parecen ser las formas de expresión artí+ica más idóneas para la representación documental de la complejidad de América Latina. Los medios audiovisuales viran hacia un nuevo tipo de imagen y de espe,ador.
El cine de América Latina sigue mostrando vitalidad y ofrece propuestas de nivel relevante, especialmente en el campo documental y las ficciones que piensan nuestro continente. Las realizaciones independientes sin subsidios públicos o soporte financiero privado siempre han sido dificultosas. Los canales de apoyo al cine de autor se han vuelto más complejos, sobre todo en países con gobiernos liberales o autoritarios. Estos piensan el cine como un discurso molesto, difusor de ideas opositoras, no ven en él una manifestación cultural que merezca ser sostenida. Sin embargo, siguen apareciendo producciones audiovisuales de calidad, bajo la forma del largometraje, que se destacan por ofrecer interesantes lecturas de América Latina. Podemos citar los últimos filmes de Lucrecia Martel (Argentina), María Paz Encina (Paraguay), José Luis Torres Leiva (Chile), Luis Ospina (Colombia), Ricardo Silva (México) y Lorenzo Vigas (Venezuela). Recientemente se otorgaron los Premios Cóndor de Plata a las películas estrenadas en el país en 2017, y Cuatreros, de Albertina Carri, recibió el galardón como mejor documental. El film continúa la saga iniciada con su película Los Rubios (2003), operando sobre una memoria vinculada a sus padres detenidos desaparecidos durante la última dictadura militar. Esta última película explicita la reflexión de Carri
sobre las maneras en que se puede construir un autorretrato documental, a partir de cuestionar las formas canónicas del cine de no ficción, que combina el cine con el video y la animación. Luego, se editó el libro Los Rubios. Cartografía de una película (2007), un proyecto vinculado al libro de artista que antecedió como entreacto a la recordada exposición de instalaciones Operación fracaso y el sonido recobrado (2015). En esta muestra, realizada en el Parque de la Memoria, se destacó la pieza Inve!igación sobre cuatrerismo que trataba sobre los variados intentos de llevar al cine la epopeya del gaucho chaqueño Isidro Velázquez, figura central del libro del padre de la realizadora, Roberto Carri. La mencionada instalación desplegaba en una sala oscura cinco proyecciones simultáneas –originalmente en cine y video– de momentos del país, referenciados por las noticias duras y la banalidad de los artículos de entretenimiento de los medios de la época. Entre las imágenes estaba el relato oral sobre la dificultad de hacer o de encontrar una película sobre el personaje chaqueño. Una obra de pantallas en paralelo que se apropia de lo audiovisual para su resignificación bajo el dispositivo de la instalación. En esta nueva configuración, la elocuente voz en off de la realizadora trazaba un compulsivo estado de situación que incluía un balance de los sucesos de la época y sus fallidos intentos de dirigir 73
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Jorge La Ferla
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un film sobre Isidro Velázquez. Esta propuesta es la que Carri traslada luego a su film Cuatreros, que deriva así de un efecto de cine fuera del cine, que se manifiesta en el campo del arte contemporáneo como único discurso viable frente a la imposibilidad del cine de contar de una forma tradicional la epopeya de Velázquez y los Carri, padre e hija. Esta deriva de Carri también la asumen ciertos directores y realizadores audiovisuales que encuentran en el arte de la instalación un medio más adecuado para proponer un discurso elocuente sobre América Latina, diverso aunque vinculado al que podrían ofrecer desde el video o el cine. Son varios los directores que combinan sus largometrajes con esta práctica artística fuera de la sala oscura. Así es como un efecto cine migra hacia el espacio expositivo de museos, galerías de arte, centros culturales, lugares públicos. Y se producen obras que reconsideran a la instalación como una escultura expandida audiovisual que se caracteriza por el uso que hace de la locación expositiva. En ellas el recorrido en tiempo y espacio es diseñado a partir del movimiento del visitante entre imágenes tecnológicas, objetos, ambientaciones, distintas escenografías. Daremos un breve panorama a partir de obras recientes de algunos autores significativos de nuestra región. El proyecto Carne y Arena (Centro Cultural Universitario Tlatelolco, 2018) del director mexicano Alejandro G. Iñarritu es una propuesta inmersiva de realidad virtual desarrollada sobre una escena de 360 grados. La acción transcurre en la medida en que el espectador se desplaza descalzo sobre un piso de tierra con un casco 3D. El paisaje visualizado es el de un desierto, en el que se camina a la par de inmigrantes clandestinos que intentan cruzar la frontera norte de México. El visitante, ya sea parado, escondido o caminando, es un actor más del peligroso periplo. Una narrativa en tiempo real que provoca la ilusión de asistir a una representación que toma sentido en el movimiento del cuerpo del espectador y de las variables del punto de
vista que elige. El dispositivo del cine, que funciona a partir de un espectador sentado, con una imagen proyectada que proviene desde su espalda, se deja de lado por otra opción que requiere su continuo desplazamiento. La tecnología de captura de imágenes en forma circular, los efectos especiales, la secuencia con los actores de alto impacto realista, confluyen para ser vivenciados por un usuario-actor partícipe de los peligros que lo rodean. Si bien la entrada a la obra es individual (una sola persona a la vez), ser parte de lo que sucede se incentiva con la marcha a la par de los clandestinos. Carne y Arena marca el interés de un director de cine por experimentar con otras posibilidades expresivas de la imagen digital 3D en un espacio inmersivo que va de la ambientación realista a la escena virtual. Por un lado, antes de entrar a la sala, se reproduce escenográficamente un centro de detención de inmigrantes al sur de los Estados Unidos; al final, luego de la marcha por el espacio virtual, se transita por un pasillo con videos de inmigrantes clandestinos que relatan su odisea en el cruce de la frontera. Una escenografía teatral, una experiencia de acción virtual y un pasillo con imágenes documentales son las partes de una propuesta híbrida, cuya intensidad se logra a partir de esta experiencia cinematográfica expandida. Varios directores han encontrado en esta forma y dispositivo vinculados a la instalación maneras expresivas que dialogan con su producción cinematográfica, pero que difieren en su proceso de producción, puesta en escena, exhibición y percepción, ya que requiere otro tipo de espectador, en movimiento. El artista mexicano Gerardo Suter también trabaja sobre la situación de los inmigrantes, indocumentados, desplazados, es decir, el otro que es perseguido en su condición de extranjero. Su obra neoTrópico (México, 2017) hizo referencia al cruce clandestino de fronteras, a partir de representaciones de un espacio físico, temporal, imaginario y mental que incluye al narrador como parte de la escena de desplazamiento. Es el caso de las fronteras altamente
cine
Albertina Carri ∙ Investigación sobre cuatrerismo, 2015
vigiladas en un mundo que se presenta en apariencia como globalizado. México es un ejemplo sintomático: una frontera norte altamente mediatizada que presenta al mexicano como víctima, y un límite sur en el que el hostigado del norte se convierte en el perseguidor. El movimiento del espectador entre grandes pantallas determinaba una percepción marcada por la propuesta inmersiva ya que, en la medida en que la persona se mueve, va cargando mentalmente una intensa información sensorial, y adopta un movimiento similar al deambular de los veinte clandestinos del video, cuya imagen en fuga sobre las paredes incluía la sombra del visitante. A partir del diseño sonoro se establecía una escena tridimensional, con los haces de luz que recorrían la sala y que el cuerpo del participante debía atravesar en su recorrido. Caminar, detenerse, volver atrás, dudar, retomar el trayecto es la manera de atravesar el neoTrópico. Las imágenes proyectadas provenían de registros en night vision tomados por cámaras
clandestinas de caza migrantes, subidos anónimamente a las redes y de los cuales no hay mayores datos. Otro caso de relevancia es la obra de Andrés Denegri, cuya práctica de la instalación implica poner en escena el archivo fílmico a partir de la máquina del cine. En su presentación Cine de exposición. In!alaciones fílmicas (Buenos Aires, 2013), los proyectores ubicados en el espacio se ponían en marcha a partir del paso del espectador por la sala y a partir del andar del mismo celuloide antes de entrar y luego de salir del proyector. Su valor escultórico se combinaba con el haz de luz que atravesaba la penumbra entre la que circulaba el visitante con su cuerpo y sentidos. Desaparecido definitivamente de las salas de cine, el proyector ahora encuentra en la obra de Denegri su lugar en el arte contemporáneo: esta es la paradoja. Antes, el cuerpo del espectador detenido en la butaca era la condición de consumo; ahora, frente a aquella percepción pasiva de las imágenes, se le exige movimiento y pensamiento. Son los proyectores, 75
Andrés Denegri ∙ Cine de exposición. Instalaciones fílmicas, 2013
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Enrique Jezĭk ∙ En defensa propia, Fundación osde, 2018
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máquinas móviles en el medio de la sala, los que generan una lectura de la historia y del cine argentino, y proponen una reflexión sobre la imagen fílmica en movimiento como valor de verdad. Por su parte, el artista argentino Enrique Jezĭ k, residente en la Ciudad de México, en la muestra En defensa propia (Buenos Aires, 2018) remite a situaciones de violencias políticas y sociales y juega con la idea de legítima defensa del hombre frente a la agresión generada por sus pares, como una ácida lectura de la condición humana. La secuencia de piezas se basó en documentación de su misma obra a lo largo de las últimas dos décadas. Una exposición que se destacó por la combinación de imágenes a partir de diversos dispositivos y materialidades, proyecciones, monitores, plasmas, fotografías y dos instalaciones, una de video y otra objetual. Dos de los videos proyectados eran autorretratos performáticos, en los que el artista pone en escena su propio cuerpo en acciones físicas de fuerza, ya sea en medio de un arco
de chispas de fuego de metal o mientras dispara un arma de guerra en un paisaje invernal de Europa del Este. Esta lectura de un contexto político global se completaba con una instalación objetual, un reservorio de piezas de desechos de metal oxidado entre los que se encontraban armas caseras, habitualmente denominadas tumberas, como parte de los vestigios de una sociedad posindustrial intolerante y violenta. La obra, ubicada en el medio de la sala, marcaba una frontera e interrumpía el paso. El receptáculo se acompañaba de una intervención tipográfica de chapas oxidadas que decía: “traigamos la catástrofe”. Esta sugerente lectura de nuestros países, en cuyos límites se sitúan Argentina y México, marca la intolerancia que genera el sistema económico y político en todo el continente a través de la dinámica de la agresión y la defensa, física y mental, que se resuelve poniendo el cuerpo, ya sea el del artista o el del espectador. El reconocido artista colombiano José Alejandro Restrepo es quien ha llevado hasta el paroxismo una
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Son varios los dire,ores que combinan sus largometrajes con esta práctica artí+ica fuera de la sala oscura. Así es como un efe,o cine migra hacia el espacio expositivo de museos, galerías de arte, centros culturales, lugares públicos.
visión crítica de su país y de la región. Su muestra en Buenos Aires, Religión catódica (2017), incluyó acciones performáticas, objetos, serigrafías, grabados, fotografías, piezas editoriales y biológicas, entre otros. La exposición confrontaba escritos e imágenes de la historia, relatos y recorridos por el discurso de la ciencia y la religión que se combinan con el mito indígena, el saber popular y vestigios de narraciones provenientes de diversas partes de Colombia. Estas lecturas proponen un relato crítico que cuestiona el discurso de los aparatos ideológicos del Estado asentados en los manuales escolares, los cantos patrios, los evangelios y particularmente los medios masivos de comunicación. Podemos considerar a Restrepo un comentador privilegiado que procesa la realidad colombiana y, por extensión, latinoamericana, a través de formas de representación que se concentran en la práctica híbrida de la instalación. La muestra Religión catódica ponía en obra un arte de la memoria crítica del poder dominante en sus diversas expresiones. El cuerpo humano y la figura divina se manifiestan a partir de la manipulación del archivo como práctica artística que dialoga con la imagen documental. Una desbordante propuesta alrededor de la representación del discurso de la historia y la religión, cuyo desmontaje se emplaza en el arte de la instalación.
Son pocas las obras y los artistas que consiguen articular un discurso coherente y profundo sobre lo que implica representar un lugar complejo, conflictivo y fascinante como es América Latina. El largometraje, ahora en su versión digital, en su linealidad narrativa, literalidad expresiva y lenguaje clásico, no termina de responder con un montaje complejo de ideas al tratar cuestiones centrales que hacen a una visión profunda de nuestra región. Hoy, la paulatina desaparición del cine de las salas ha reformulado la especificidad de los medios, que se trasladan al campo del arte contemporáneo. Así es como las imágenes pictóricas, fotográficas y electrónicas se combinan en formas expresivas y narrativas fuera de los relatos del cine, la televisión y las redes de transmisión informática. A partir de una práctica híbrida surge un imaginario alejado de los discursos del espectáculo y del entretenimiento de los medios masivos. Albertina Carri, Andrés Denegri, Enrique Jezĭ k, José Alejandro Restrepo y Gerardo Suter son algunos casos relevantes de autores que, bajo la práctica expositiva de la instalación, consiguen desarrollar una trama expresiva que involucra al espectador en su percepción y movimiento y en la que la cuestión documental, fuera de la sala oscura, logra proponer un potente discurso sobre Latinoamérica. • 79
t e at r o
El circo: innovaciones, novedades y tradiciones
! P O R J U L I E TA I N FA N T I N O D o c t o r a e n C i e n c i a s
A n t ro p o l รณ g i c a s , D o c e n t e ( U B A ) e I n ve s t i g a d o r a d e l C O N I C E T
El circo, al igual que otras prácticas escénicas, ha entrado en la contemporaneidad y con ello en un proceso de cambios que alcanzan la estética y el estilo pero también su definición genérica y su dimensión política y comunitaria.
Hoy el circo es una práctica artística que atraviesa una innegable reactivación y diversificación ocupando cada vez más espacios en la escena cultural argentina. Artistas y compañías circenses presentan sus producciones en carpas, plazas y espacios callejeros diversos con frecuencia creciente, pero también en salas teatrales tanto de circuitos comerciales como oficiales e independientes, en televisión y en eventos de los más variados –desde empresariales a gubernamentales–. En todas las regiones del país existen festivales, encuentros y convenciones de circo a los que asisten miles de artistas nacionales y extranjeros. El crecimiento de la actividad se evidencia en la cantidad de espectáculos y en la calidad artística, en la multiplicación de espacios de enseñanza, en la proliferación de actores intere-
sados en el aprendizaje, y, además, en el acceso de este lenguaje artístico a circuitos legitimados de arte, al mismo tiempo que es incorporado a políticas oficiales locales y nacionales así como a circuitos comerciales y ofertas mediáticas. Desde aquel Circo –clasificado hoy como Moderno/Tradicional– que se reproducía de generación en generación y que itineraba bajo carpas de hermosos colores, hasta llegar al contexto contemporáneo, pasaron muchas cosas. En estos procesos de cambio, buena parte de la disputa por definir maneras legítimas de hacer circo entre los artistas se vinculó con definir qué es lo nuevo en la arena actual, frecuentemente asociado a innovaciones estéticas/estilísticas junto a espacios supuestamente novedosos de realización de performances por fuera de la carpa circense.
En una charla, Oscar Videla –artista de tercera generación de familia de circo y maestro creador, junto con su hermano Jorge, de la Escuela de Circo Criollo fundada en 1982 en Argentina– me decía: Ustedes, los jóvenes, piensan que esto de pasar la gorra es nuevo (…); nosotros cuando no se podía armar la carpa porque no daba… actuábamos en las plazas. También actuábamos en los bares, en los restaurantes. Y no pasábamos la gorra… hacíamos un sorteo. Decíamos que el dueño nos había regalado un whisky pero como nosotros no tomábamos lo íbamos a sortear y hacíamos el sorteo (…). Después fuimos armándolo mejor y entonces nos hacíamos fotos y las vendíamos. Y así íbamos por los pueblos. (Oscar Videla, 9/12/2008). La narrativa hace referencia a las múltiples y variadas estrategias 81
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Julieta Infantino
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que esos “viejos cirqueros” desarrollaban para lograr la reproducción de su arte. Y podríamos citar tantas otras que iluminan saberes y estrategias que en el contexto contemporáneo muchas veces se desconocen: cuando los circos armaban dos o tres pistas porque se juntaban varias familias, aportando innovaciones en los espectáculos; cuando estrenaban distintas obras teatrales en la “segunda parte” propia del Circo Criollo, para garantizar que el circo pudiera permanecer en el mismo pueblo durante más tiempo sin “repetir” el espectáculo; cuando inventaban más y más elementos para volar, equilibrarse o asombrar. Estos ejemplos sirven para desnaturalizar cierta representación –extendida entre artistas y público en general– que adjudica la idea de innovación solo en términos estéticos/estilísticos al Nuevo Circo o al Circo Contemporáneo, estilo surgido internacionalmente –y luego a nivel local– entre 1980 y 1990, y que cataloga en paralelo al Circo Moderno/Tradicional como estanco, estático, conservacionista. Dicha representación niega procesos de innovación en las estructuraciones performáticas, en las dramaturgias, en los espacios de circulación y en las modalidades de reproducción artística al menos durante 300 años, desde fines del siglo XVII cuando nace el circo moderno. Porque, ¿qué es innovación si no inventar nuevos
aparatos para volar, pensar nuevas modalidades escénicas, ampliar circuitos para la actuación o desarrollar nuevas capacidades creativas para solventar la producción y reproducción artísticas? Por consiguiente, al trascender esa noción restringida de innovación, podemos preguntarnos hoy qué es lo nuevo, para pensar la renovación y resignificación de las artes circenses en la Argentina desde los años posdictatoriales hasta la actualidad. Y la respuesta se encuentra, por un lado, en los novedosos procesos de enseñanza/ aprendizaje que comenzaron a desarrollarse en esos años a partir de la apertura de escuelas. Por otro lado, en las últimas modalidades de organización del trabajo artístico vinculado con la llegada de nuevos actores sociales a la práctica, es decir, jóvenes que no provenían de la tradición familiar circense y que aprendían en los diversos espacios de enseñanza que lentamente comenzaban a aparecer en distintos lugares del país. La incorporación de nuevos actores sociales y la apertura de saberes antes exclusivos para la “gente de circo” es lo que generó transformaciones, búsquedas y procesos de disputa que fueron colocando a viejos y nuevos artistas en posiciones particulares en torno a la dupla tradición/innovación. Pienso al circo como un conjunto de recursos comunicativo-expresivos nucleares o prototípicos
–las diferentes técnicas o disciplinas acrobáticas, aéreas, de manipulación de objetos, de comicidad; la teatralidad; la musicalidad, etc.– que los actores utilizan de manera diversa y que jamás permanecen fijos, sino que se negocian y cambian según los contextos de uso. Así, algunos artistas intentarán mantener y defender cierta fidelidad hacia las convenciones que en algún momento histórico se fijaron como género “circo” (Tradicional/Moderno), con una modalidad performática definida como sucesión de números basados en destrezas, entremezclados con comicidad, con una apuesta hacia el riesgo y la transgresión de los límites humanos como ejes estructurantes de la performance. Otros intentarán alejarse de esos patrones estilísticos y expandir las fronteras del género y entremezclar otros lenguajes escénicos –teatro, danza–, así como prescindir de algunos elementos nucleares de aquel circo tradicional; por ejemplo, los animales o la carpa misma. El llamado Nuevo Circo –desde el Cirque du Soleil en adelante– y luego el Circo Contemporáneo serían ejemplos de estilos que proponen otras apuestas dramatúrgicas, apelando a la noción de creatividad e innovación y, de este modo, resistiendo a estructuras hegemónicas asociadas con géneros establecidos.
Festival por la Ley Nacional de Circo en el Congreso de la Nación Argentina, 2015
Lo que sostengo es justamente que, en las disputas cambiantes y dinámicas por definir quién tiene el poder para resignificar un género artístico, algunos se aferraron cada vez más a la tradición –abandonando, al mismo tiempo, algunas de las cualidades innovadoras que siempre habían caracterizado la práctica del arte circense– y otros erigieron su espacio (de poder/autoridad) a partir de la capacidad de innovación. Cuando las categorías se utilizan para clasificar/ordenar/jerarquizar, suelen obturar posibilidades. En cambio, si pensamos esta práctica como un proceso social con sus disputas, negociaciones
y relaciones de poder, podemos considerarla una construcción social en permanente redefinición. Y es por ello que luego de más de tres décadas de desarrollo de distintas modalidades de realizar esta actividad en el país, nos encontramos en la actualidad con una gran diversidad estilística, espacios y formatos en los que se despliegan estas artes que hoy llamamos “circo”. Esa gran variedad de estilos y ámbitos de circulación –carpas, espacios callejeros, escuelas, centros culturales– se despliegan con características también distintas y desiguales a lo largo y a lo ancho del país. Circo Abierto, un colectivo de artistas que se pro-
pone promover, fomentar y poner en valor este arte en todos sus estilos y formas de manifestación, ha registrado algunos datos acerca de su desarrollo actual en el país. En su blog www.circoabierto.com.ar se contabilizan hasta 2017: 250 escuelas (en su mayoría privadas) destinadas a la enseñanza específica de circo; 2 carreras universitarias; 56 festivales, encuentros y/o convenciones, algunos de los cuales llevan más de 15 o 20 ediciones periódicas. Asimismo, de acuerdo a datos relevados por cirqueros “tradicionales”, existen alrededor de 70 carpas que continúan recorriendo los lugares más recónditos del país. En cuanto a la oferta de 83
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El llamado Nuevo Circo –desde el Cirque du Soleil en adelante– y luego el Circo Contemporáneo serían ejemplos de estilos que proponen otras apuestas dramatúrgicas, apelando a la noción de creatividad e innovación y, de este modo, resistiendo a estructuras hegemónicas asociadas con géneros establecidos.
Festival por la Ley Nacional de Circo en el Congreso de la Nación Argentina, 2015
circo callejero, por mencionar apenas un ejemplo que demuestra el alcance de la actividad como propuesta cultural, durante la última temporada de verano (enero y febrero 2018), solamente en el Partido de la Costa se realizaron más de 2800 funciones a la gorra llevadas a cabo por producciones independientes de 38 compañías, que superaron ampliamente los 700.000 espectadores. Lo descripto hasta aquí evidencia la gran diversificación y el crecimiento de estas artes. No obstante, más allá de esta innegable reactivación, el circo continúa desarrollándose a la sombra de otras prácticas culturales, centralmente, en materia de políticas públicas que las fomenten. La falta de un ente oficial a nivel nacional que responda a las necesidades y demandas de los y las cirqueros/as
de todos los estilos confluyó en el proceso de demanda colectiva impulsado por Circo Abierto en pos de una Ley Nacional de Circo. El proceso de transformación de esta demanda en ley implicó, no sin conflictos, la construcción de una noción inclusiva del circo, apelando a trascender rivalidades y disputas entre lo(s) viejo(s) y lo(s) nuevo(s) y a construir sentido de comunidad. Una comunidad que tiene fisuras, que disputa puertas adentro definiciones estéticas, políticas y artísticas pero que busca consolidarse de un modo abierto, ampliando caminos de lucha por reconocimiento, promoción y derechos. Esta resignificación de los disensos, en términos del filósofo Jacques Rancière, debe ser pensada como proceso de construcción política en tanto motor de
la demanda conjunta. El colectivo así formado fortalece lo común y no diluye la diversidad pero sí las diferencias y desigualdades, como un mecanismo para sostener el reclamo. Pensar comunitariamente lo que aún falta con el deseo de lograr mejores condiciones para la práctica artística del circo en todos sus estilos debe ser un motor para trascender las fronteras que la dividen con líneas sólidas e infranqueables, cuando más bien suelen ser líneas entrecortadas por múltiples relaciones y vínculos. Los modos particulares de hacer circo se entrecruzan, se conjugan entre sí, y los artistas suelen circular entre ellos más de lo que se cree, y todos requieren una gran diversidad de acciones (políticas) para lograr mejores condiciones para su desarrollo. • 85
l i t e r at u r a
UN MUSEO DE SÍ MISMO
! P O R M AU RO L I B E R T E L L A E s c r i t o r ! A R T I S T A I N V I T A D A S A R A FAC I O
El lugar ideal en el que los grandes escritores crean su obra mu1as veces deviene museo. Pablo Neruda hizo de su hogar algo más que eso, se apropió de un espacio y de un territorio que diseñó a su imagen y semejanza. A tal punto que hoy Isla Negra es inseparable del poeta.
Debe haber pocos casos en el mundo en los que un punto del mapa quede asociado con tanta nitidez a una casa, en los que toda una pueblo remita únicamente a una vivienda particular como sucede con Isla Negra y la casa de Neruda. “Tenés que ir a Isla Negra”, me repetían amigos y conocidos cada vez que cruzaba a Chile y lo que me estaban diciendo era eso: que tenía que conocer ese espacio desmesurado que construyó el Premio Nobel, el mito del siglo XX, el autor de los poemas de amor y las canciones desesperadas. Isla Negra es la casa de Neruda. Finalmente, en el último viaje atendí las recomendaciones y hacia allí fui. Llegamos cerca del mediodía de un día especialmente benévolo de invierno. El termómetro marcaba 23 grados y la luz se filtraba por las ventanas de madera: una postal irresistible, mezcla exacta de calma y esplendor, que ya justificaba la hora y media de viaje en auto hacia las afueras de Santiago. “Ningún boludo este Pablo”, deslizó por lo bajo alguien del grupo, restándole solemnidad al ingreso a eso que podía parecer una catedral, y todos asentimos en silencio. La casa está emplazada frente a la costa, convenientemente elevada, como para que la perspectiva visual se proyecte hasta el fondo y más allá. La casa en la playa es, de por sí, uno de los grandes fetiches de nuestra cultura. Funciona como la forma posible de conjugar una vida al mismo tiempo civilizada
y salvaje. Una vida en comunión con la naturaleza pero resguardada por paredes de cemento y techos de tejas. Neruda sintió ese “llamado” de muy joven, una especie de canto de las sirenas que tuvo en él un efecto narcótico y le clavó una obsesión de la que nunca se pudo desprender: vivir en un espacio que pareciera poder entrar adentro del agua. Una casa-barco. Isla Negra era el lugar perfecto para propiciar esa fantasía. Dicen los libros de historia que don Pablo se la compró en 1938 a un navegante español. En aquella antigüedad remota, la casa era apenas un esqueleto; una cabaña austera que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en la enorme residencia donde hoy funciona un museo. Todo cambió cuando él llegó. El propio pueblo modificó, incluso, su nombre: antes se lo conocía como Las Gaviotas, pero a Neruda se le antojó que Isla Negra era un nombre más pertinente, más pregnante, más literario. Se dice que compró la casa porque estaba buscando un lugar tranquilo donde escribir Canto general. ¿No es ese otro de los grandes mitos culturales de nuestra era? El artista que busca el lugar ideal para escribir su obra maestra, como si ese lugar existiera, como si solo una serie de condiciones muy específicas garantizaran la posibilidad de que el destello ocurra. Y el destello ocurrió. En el restaurante que funciona en la terraza posterior, la que da al mar, algunos extranjeros almuerzan 87
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Mauro Libertella
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pescado y toman pisco y vino blanco. Posiblemente todos piensen lo mismo: qué maravilloso sería vivir así, frente al mar azul y helado, comiendo pescado y leyendo literatura. Porque Neruda dejó una obra pero también perpetuó una figura de autor ligada al hedonismo, los placeres sensibles, la libertad. Sibarita, gran bebedor, mujeriego, viajero; esos son los signos cardinales que vertebran su cosmogonía y son, finalmente, construcciones tan ficcionales como cualquier otra (el artista torturado es la contracara de ese modelo). Nadie es como se quiere mostrar, nadie es solamente de una manera. Y, sin embargo, recorriendo los pasillos de esa casa, llena de objetos que parecen tener una función puramente estética, los visitantes terminamos creyendo que una vida así fue posible. Dicen que Neruda no dejaba que nadie se quedara a dormir allí. Cuando los amigos lo visitaban desde todos los países del continente o desde la remota Europa, el poeta de las boinas los mandaba a dormir a un pequeño hotel a 300 metros de sus dominios. Era un hombre libre pero tenía reglas de hierro. La única que pudo vulnerar esa legislación fue la fotógrafa argentina Sara Facio, que viajó especialmente para hacer un libro de retratos que capturaran la vida cotidiana de quien ya había sido fungido como leyenda contemporánea. Facio le dijo que tenía que vivir dentro de esa casa-barco durante cien días, y Neruda le dijo que no, que por supuesto que no, que de ninguna manera. Fue una batalla ríspida, la única que Pablo perdió jugando de local. Hoy, Sara Facio puede alardear de ese triunfo insólito. Pero esa no era la única regla dura de la casa. En el bar privado que el poeta había montado en la planta baja, las fiestas eran emblemáticas. Bebedores de larga distancia, él y sus amigos podían pasar varias horas ingiriendo tragos de graduaciones temerarias, pero todo estaba orquestado por un cronómetro que poco a poco iba marcando el fin de la fiesta. Es un problema que todos tenemos: cómo hacer para decirle a nuestros invitados que se retiren. Neruda había
ideado un método algo brusco pero sin dudas original. A medida que la noche discurría, él, que era el único que tenía autorización para pasar atrás de la barra y oficiar de cantinero, iba sirviendo el líquido en vasos de vidrio de distintos colores. Los primeros tragos llegaban en vasos opacos, de colores fuertes. Luego la tonalidad decrecía hasta alcanzar el vaso transparente, que marcaba, como el detonador de una bomba, lo inevitable: el fin de fiesta. Y entonces hacía algo casi infantil y dejaba sobre las mesas platos con comida de mentira, de plástico. Un huevo frito de juguete, un sándwich de ficción. Como un mago que desaparece tras una cortina de humo, hacía su truco y se retiraba. Todos sabían que la noche había terminado. Mientras se iban de a poco, tambaleando por el acohol, si miraban al techo podían ver la frase que el poeta había escrito a modo de santo y seña del lugar: “Y si lo que sé no les sirve, no he dicho nada sino todo”. Muchas casas de escritores se han convertido en un museo. La de Sarmiento en el Delta de Tigre es uno de
los casos extremos: la han encerrado en un cubo de vidrios y solo se la puede ver así, como si fuera un cuadro. Villa Ocampo, la impresionante mansión de Victoria Ocampo en San Isidro, alberga muchos de los elementos que definen la fascinación que nos producen este tipo de casas. Objetos auráticos –como el piano Steinway que ejecutó Igor Stravinsky cuando bajó al sur– que tienen la misma potencia que Roland Barthes le asignaba a las fotografías: el “esto ha sido”. En Alcalá de Henares está la casa natal de Cervantes, que tiene la particularidad de ser la casa de un niño, donde pasó unicamente sus primeros años, como si esa habitación donde el chico se divertía con los juguetes de la época explicara, con su mera presencia, el genio futuro en el que se convertiría. Hay casas que están ligadas a un solo libro. En Bloomsbury, el famoso barrio de las letras de Londres, está la Casa Museo donde Charles Dickens escribió Oliver Twi!. Fueron pocos años, pero hay libros que justifican la presencia de un museo entero. Y luego hay algunas que se han
vuelto emblemáticas porque un escritor las esculpió durante años. Una de las más impresionantes es la de Curzio Malaparte en Capri, frente al mediterráneo italiano. “Una casa como yo”, la apodó el autor de Kaputt. ¿No es ese el deseo subterráneo de muchos artistas, moldear la materia a su imagen y semejanza, vivir rodeados de sí mismos? La de Malaparte también parece estar a punto de caer al mar, y data de 1938, el mismo año en el que Neruda encontró su “casa como él”. Pero ahora seguimos acá, en Isla Negra, en una tarde de invierno de 2018. Pasamos de habitación en habitación, como profanando algo demasiado íntimo. La habitación personal de Neruda y Matilde Urrutia es el pun$um de la experiencia: una cama de dos plazas frente a un ventanal impresionante, que hace entrar el mar como en un efecto especial. El escritor Martín Caparrós, que es parte del contingente, captura la paradoja de una casa tan grande y llena de detalles en la que lo más pregnante termina siendo, 89
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Facio le dijo que tenía que vivir dentro de esa casa-barco durante cien días, y Neruda le dijo que no, que por supue+o que no, que de ninguna manera. Fue una batalla ríspida, la única que Pablo perdió jugando de local.
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sin embargo, las ventanas: el hueco, aquello donde no hay nada. Las ventanas parecen ser también el modo en el que los ambientes respiran; sobrecargados al punto de lo inverosímil, sin esos paneles abiertos la vida ahí adentro sería imposible. Neruda, lo comprobamos cuando llegamos hacia los ambientes finales del recorrido, era un acumulador compulsivo, uno de esos hombres que no pueden dejar de coleccionar, de incorporar, de guardar. Le gustaban las botellitas antiguas o raras: hay de a cientos. Le gustaban los mascarones de proa: hay más de cuarenta. Era aficionado a las mariposas, los mapas, los relojes: no hay un centímetro de la casa sin mariposas, sin mapas, sin relojes. En cierto modo, la casa de Neruda en Isla Negra fue una profecía autocumplida, un lugar que nació directamente como museo, un museo de sí mismo que el autor de Residencia en la tierra fue erigiendo día a día y que solo encontró su consumación final con su muerte. En ese sentido, que Neruda esté enterrado ahí mismo es algo natural, inevitable. Los coleccionistas más enfermizos mueren y quedan entre sus cosas, como si su utopía personal fuera la de llevarse todas esas cosas al otro lado. Las casas son lugares que nos representan en la misma medida que los hijos se nos parecen: a veces de modo más elocuente, otras como un eco lejano y solo perceptible a una mirada demasiado atenta. Una experiencia límite en ese aspecto sucede cuando estamos buscando un departamento para mudarnos y entramos entonces a los interiores de gente que no conocemos. ¿Qué nos dicen esos muebles, la disposición
de sus adornos, los cuadros, la televisión encendida en un canal y no en otro? ¿Hay que leer esos espacios como autobiografías involuntarias, como auténticos retratos? Así como hay gente que se viste con la deliberación del que quiere mostrarse al mundo de una manera muy específica, otros con!ruyen una casa como si se tratara de una pieza estética. Y la palabra no es casual: la literatura y la arquitectura comparten una misma paleta léxica. Cuando la crítica literaria habla de un texto, dice que está “construido” de un modo o de otro. Un libro tiene, al igual que una casa, antes que nada una “estructura”. Son términos contrabandeados de la arquitectura, que imagina algo que no existía y lo pone en el mundo. Igual que un libro. “¿Ven esa montaña? / Es lo que escribí. / Al pie de la montaña hay un hombre. / Soy yo. Es lo único que queda”, escribió Sergio Bizzio en el poema “Lloraría”. Y mientras el auto nos lleva de nuevo a Santiago –la temperatura desciende dramáticamente entre las montañas y el atardecer se precipita sobre la ruta– nos preguntamos, en voz baja, como entre murmullos, quién fue Neruda y qué es lo que dejó. Una casa en la arena, de puertas estrechas y techos semicurvos, para que todo se parezca a un barco. Una casa en la arena, con un bar privado en cuyas vigas de madera fue tallando, como en una cuenta regresiva, los nombres de los amigos que se iban muriendo. Una casa en la arena, que se convirtió en un lugar más grande que un pueblo y a la que se le puede adjudicar la famosa frase de Walt Whitman: quien toque esta casa, estará tocando a un hombre. •
h i s to r i e ta
! A LTAV I S TA
F E R N A N D O C A LV I SOMBRAS, NADA MÁS Dibujar es proponer una cita, escribir es la descripción de esa espera. Dibujar un árbol y escribir las alternativas de su sombra. Dibujar un par de zapatos y escribir la posible dirección de los pasos. Dibujar un cuerpo y escribir aquello que lo viste o lo desviste. Dibujo y palabra, espacio y tiempo. La historieta nace cuando finalmente la cita se concreta. Y entonces el que llega se apellida Barragán. Peina jopo a lo Hergé, muerde pipa a lo Segar, viste remera rayada y lleva un atado de ropa al hombro. Ningún dato más, ningún pasado que lo cuente. Con eso basta para ser el personaje inolvidable de “Altavista”, historieta creada por Fernando Calvi, acaso la más desafiante de los últimos años. En ella (publicada en libro en 2014), y a través de Barragán, se cuentan historias de cualquier puerto del mundo, de cualquier puerto donde se sueña al mundo, de cualquier objeto hallado en el mundo. Un jarrón, una moneda, un libro, un cuchillo. Porque, como sentenciaron los escritores Soupault y Breton, “cada objeto sirve de paraíso”. En este breve episodio, el paraíso es una vieja guitarra a través de la cual resuena uno de los mitos fundacionales de nuestras pampas: la misteriosa cita entre el gaucho payador jamás vencido Santos Vega y el forastero del azufre Juan Sin Ropa. Uno llama y el otro responde, uno dibuja un destino y el otro escribe mientras lo espera. De las versiones literarias (Bartolomé Mitre en 1854, Hilario Ascasubi en 1872 y Eduardo Gutiérrez en 1880), la que sigue sonando es la que escribió el poeta
Rafael Obligado (1883) y que la memoria literaria argentina aún recita, desde aquel comienzo: “Cuando la tarde se inclina/ sollozando al occidente/ corre una sombra doliente/ sobre la pampa argentina”, hasta los versos finales: “Ni aún cenizas en el suelo/ de Santos Vega quedaron,/ y los años dispersaron / los te!igos de aquel duelo; / pero un viejo y noble abuelo, / así el cuento terminó: Y si cantando murió/ aquel que vivió cantando, / fue, decía suspirando, / porque el diablo lo venció”. Obligado concibió el poema originalmente en tres partes (años después agregaría una más): “El alma del payador” (el mito), “La prenda del payador” (la historia de un amor) y, por último, “La muerte del payador” (victoria del demonio y desaparición de los trovadores de ponchos ante el progreso). Esa estructura está presente en las seis páginas que escribió y dibujó Calvi. Pero aquello que no cuenta Obligado (qué se dijeron durante el duelo Vega y Sin Ropa) lo hace Calvi en filosos versos, tal como lo hizo José Larralde en la película de 1971. Pero ¿por qué Barragán encarna a Santos Vega? ¿Por qué el marinero se bate a duelo con Mandinga, el inmundo? Tal vez porque ambos comparten la misma desventura: ninguno cuenta con pasado. Uno fue solo “una doliente sombra” que vagó de rancho en rancho, dicen, por la provincia de Buenos Aires; el otro, apenas un intruso que busca escribir su historia. Ambos comparten la misma y breve respuesta cuando se los interroga sobre su vida: “no me acuerdo”. Dibujo de hombre uno, palabra de hombre el otro. La cita está cantada. •
! P O R L AU TA RO O R T I Z Pe r i o d i s t a y p o e t a
MARIANO QUIRÓS
Una vida tranquila
Todavía
Había una canoa muy maltrecha y a Pilo se le ocurrió que una buena idea era subir la conservadora y mandarnos río adentro a esperar el amanecer. Diego dijo que no, que mejor nos quedábamos en la orilla. –Además esa canoa debe tener dueño. Pero Pilo no le dio mayor pelota y desató la soga que amarraba la canoa a una piedra. Después empujó la canoa hasta dejarla flotando en el agua mansa. Se rio, loco de contento, por lo que acababa de hacer. Se rio como antes, como cuando éramos chicos y hacíamos más seguido ese tipo de estupideces. Tomó impulso, como quien está por mandarse una gran corrida, pero al final salió caminando en puntas de pie. Los dedos se le hundieron en el barro de la orilla y me dio asco, como si hubiesen sido mis propios dedos. Cuando sus pies tocaron el agua gritó bien fuerte. Le costó –pasó su buen minuto con una pierna, la derecha, adentro de la canoa, y la otra empantanada bajo el agua–, le costó mucho más de lo que imaginé, pero solucionó el asunto a lo bestia, echando el cuerpo entero adentro de la canoíta. Quedó acostado boca arriba, la pierna izquierda colgándole afuera, a babor. Yo, todavía en la orilla, me reía, me reía como para acompañar su risa, pero no tenía ganas de reír. Diego en cambio fue más práctico: como el hombre avezado que era, se sacó las zapatillas y sin tanto aspaviento metió los pies en el río y después, en un movimiento sobrio y medido, subió a la canoa.
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lecturas
Pilo ocupó su lugar en la proa y siguió riéndose. Diego me gritó. Que le metiera pata, dijo. Tiré a un costado, entre unos arbustos, la lata de cerveza. Me saqué las zapatillas y, en medias, corrí hasta el río y hasta la canoa. A Pilo le dieron gracia mis movimientos, los grititos que pegué a medida que me hundía en el agua. “Como si vos no hubieses hecho ningún escándalo”, le dije. Una vez que estuve a bordo, restregándome el cuerpo para combatir el escalofrío, Pilo me dio un beso en la frente y dijo que me quería. –Yo también te quiero –le contesté–, pero a veces te ponés pelotudo. Habíamos venido a Colonia porque nos dijeron que acá, en este pueblo, los bares atendían hasta tarde. En realidad, alguien se lo dijo a Pilo y, aunque el dato era de lo más improbable, Diego y yo no lo verificamos hasta que estuvimos en Colonia y vimos la desolación que era. –Puta madre, Pilo –dijo Diego por lo bajo, como si alguien afuera del auto pudiera escucharlo y censurar el comentario. Pilo, que iba sentado atrás, en el medio, no perdió el entusiasmo. –Algo abierto habrá –dijo–, y si no, nos echamos con la conservadora en alguna parte cerca del río. Manejé a paso de hombre, esquivando los pozos de las calles de tierra que parecían bombardeadas. El auto era de Diego y aunque mi amigo lo cuidaba con esmero prefirió que manejara yo, así él podía dispersarse tranquilo. A mí tampoco me gustaba manejar, pero por alguna razón sentí que me correspondía hacerle ese favor. Quizá porque Pilo había venido de visita después de tantos años; y porque Diego había ofrecido su casa para juntarnos y, además, había pagado la comida. Algo, sentí, tenía que aportar. Como Colonia no es un pueblo demasiado grande, en menos de diez minutos casi lo habíamos recorrido en toda su extensión. Más que unos cuantos perros muertos de hambre que ladraban al tuntún, y algún que otro sereno dormitando frente a terrenos baldíos, no vimos que hubiera movimiento. Pilo dijo que, tal vez, el alboroto verdadero estuviese yendo hacia los márgenes del pueblo. Pero cómo saber, dije yo, cómo llegar a esos márgenes.
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Mariano Quirós
–No seas hinchapelotas –dijo Pilo–, y mandate por este camino. Le hice caso a pesar de la mala cara de Diego. A él no le había gustado que saliéramos de su casa, dejando solos a su mujer y a su hijo. Propuso, a duras penas, comprar más bebida y seguir ahí, quedarnos en el quincho de la casa. “Hasta la hora que quieran”, había dicho. Pilo no le dio mucha opción. –Mariano también tiene hijo y mujer –me señaló–, y yo estoy a punto, pero nos vamos juntos adonde sea. ¿Nocierto? Era cierto, sí, yo también tenía hijo y mujer. De hecho Mara, mi mujer, alguna vez había sido novia de Pilo. Aunque puede que no tanto, que simplemente hubiesen tenido un encuentro furtivo, algo de lo que nadie debía preocuparse. Nosotros –Mara, Pilo y yo– no nos preocupábamos. Vivíamos cada encuentro como una celebración; a Pilo –yo me daba cuenta de eso– le gustaba la pareja que hacíamos con Mara. Decía que nos envidiaba. –¿Nocierto? –volvió a preguntar. ¿Qué podía decirle? La verdad es que mi amigo me daba lástima. Se había instalado en Buenos Aires hacía ya muchos años, más de una década, y lo veíamos poco. Se lo veía cada vez peor, demacrado, con pinta de sucio. Yo no me animaba a indagar mucho en sus asuntos y me concentraba en asentir con elegancia y fervor a cada uno de sus cuentos. Esa noche en el quincho de Diego alcé mi vaso en brindis cuantas veces hizo falta. Sobre todo cuando Pilo anunció que estaba viviendo con una mujer y que en tres meses nacería su retoño. Él usó la palabra “retoño”. Diego se levantó de su silla y lo apretó en un abrazo, para mi gusto, excesivo. –Ahora vas a aprender –le dijo. Sin embargo, dos horas después estábamos a treinta kilómetros de la ciudad, sumergidos en un pueblo de mala muerte y con el ánimo en picada.
Todavía
–Ahí –dijo Pilo– ahí parece que están de joda. Lo que me señalaba era una casa de madera, de las que llaman prefabricadas, muy venida a menos. Casi un rancho. Un farolito permitía vislumbrar una silueta en la entrada, en el espacio que uno supone destinado a un eventual jardín.
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Era una silueta masculina. Estaba sentado alrededor de una mesa y a un golpe de vista no daba la impresión de que estuviera de joda. Aún así Pilo me hizo frenar. –Capaz nos convide algo. Arrimé el coche lo más que pude, a unos diez metros de la casa y del hombre. Diego me susurró al oído, supuse que una queja, pero no llegué a descifrar el contenido de su mensaje porque al mismo tiempo Pilo asomó la cabeza por la ventanilla trasera. –Disculpe –dijo– ¿sabe de algún bar abierto por acá? No pareció, al menos a la primera de cambio, que aquel hombre tomara apunte de su consulta. Agucé la mirada pero tampoco así, con ese esfuerzo, conseguí filtrar un rostro definido entre aquella media penumbra. Apenas si el hombre era una forma oscura. Hasta que al fin se levantó de su silla y caminó en dirección al auto. Entonces lo vi mejor: era un viejo, un anciano cochambroso. Diego me apretó el brazo con fuerza: estaba asustado. –A esta hora, difícil –dijo el viejo sin dejar de acercarse, cogoteando para un lado y para el otro, como si quisiera perforar el interior del auto con la mirada. Su voz, un poco arrastrada y chillona, no daba para tener miedo, pero aún así tuve que sacudirme para librarme del apretón de Diego. Recién cuando llegó hasta el auto y se apoyó en medio de las dos puertas, la trasera y delantera, los brazos extendidos por sobre el techo, pude ver que, además de viejo, era un hombre muy feo. Como si la boca, larga y endeble, se esforzara por fundirse con la nariz. –¿Y qué otra cosa se puede hacer por acá? –preguntó Pilo y abrió la puerta. Antes de que el viejo pudiera contestarle, bajó del auto y apuntó hacia la casa. –Hacer… –balbuceó el viejo, sorprendido por la pequeña impertinencia de mi amigo. Diego, a mi lado, volvió a apretarme el brazo con fuerza. El día que mi hijo cumplió tres meses –de eso ya hace cinco años y monedas–, Pilo me mandó un mensaje al celular: “Puto –decía el mensaje– estoy de visita”.
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Mariano Quirós
Llegó a casa borracho y se me ocurrió que por eso no había sabido reprimir las lágrimas cuando le presenté a Lucas, mi hijo. –Cómo babea –dijo. Pidió tenerlo en brazos pero Mara dijo que mejor no, que el bebé se ponía nervioso si los brazos no eran de su mamá o de su papá. Fue tajante, incluso un poco brusca al decirlo. De todos modos Pilo llevó el asunto con buena cara –toda la buena cara que su borrachera le permitía– y después de un par de abrazos y de un par de cervezas tomadas ahí, en la cocina y de parados, siguió su raid por la ciudad. Tenía mucha otra gente que visitar. –No quiero que vuelva este tipo a mi casa –dijo Mara cuando mi amigo, que también era su amigo, se fue. La maternidad, me consolé en aquel momento, trae cambios bruscos en el comportamiento de las mujeres. Aunque no dejó de llamar mi atención el hecho de que Mara, con el resto de nuestros amigos y conocidos, seguía siendo la misma, amable y luminosa mujer.
Todavía
Ahora en Colonia no se me ocurría qué cosas podía pensar el viejo aquel. ¿En un castigo divino? ¿En algún maleficio del monte? ¿En la barbarie humana? Cualquier cosa era posible, pero lo único cierto es que la cara del viejo, mientras Pilo pateaba sus enseres de cocina –verdaderos cacharros–, la cara de ese pobre anciano, era de una gran tristeza. Como si, de un modo extraño, se apenara por no tener nada que ofrecerle a mi amigo. Pilo se había metido de prepo en la casa del viejo y no sabíamos cómo sacarlo de allí. Ollas y sartenes herrumbradas, vasos de lata, platitos de plástico, Pilo se ensañó con todo. Antes había abierto la heladera –una heladera ruinosa y pequeña– y había sacado de a uno cada recipiente, cada frasco, cada resto, y nos los había mostrado a nosotros –a Diego y a mí– como evidencia de algo que tampoco supe definir. “Pero qué viejo hediondo –decía Pilo– mirá lo que guarda”, y lanzaba una sobra de carne o de verdura contra el piso. “Che, Diego –decía después–, comete esto, vos que sos un muerto de hambre”.
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Diego, mientras tanto, iba tras sus pasos intentando aplacar los desmanes. –Ya basta, Pilo –pedía, una vez y otra, casi en una súplica. Pero Pilo estaba enceguecido. –Dale, viejo choto: algo debés tener en tu rancho de mierda. Fue cuando el viejo ensayó una reacción que la cosa terminó de retorcerse. –Cortá ya, loco de mierda –dijo. Pilo miró al viejo y, por un segundo, se quedó quieto. Medio congelado en un gesto de vándalo, un poco ido también. Después dejó que una sonrisa le ganara el rostro. Era la sonrisa de un ángel. –Qué tanto tenés que patear así… –dijo el viejo, la voz que se le apagaba junto con esa frase lastimosa. Pilo caminó un par de pasos hacia él. De tanto transpirar, el pelo se le había pegado a las sienes. Era un espacio muy chico el de la casa, los cuatro entrábamos como amuchados, sin contar el hecho de que yo casi que me había quedado en el umbral. –Perdón –dijo Pilo, y por un momento pensé que lo decía en serio, que se rescataba, pero de inmediato y con la sonrisa más ancha que nunca, agregó–: me fui al carajo, ¿nocierto? –Basta… –pidió Diego que, como yo, había entendido que aquello no era ningún pedido de disculpas. Pilo llevó una mano hasta la cara del viejo y le apretó un cachete, como se hace con los bebés. Al viejo se le escapó un gemido y Pilo borró su sonrisa. –Viejo puto –dijo– lo que vos querés es que te cojan. Entonces me asusté en serio: di un paso al frente y dije que ahora sí nos dejábamos de joder, que ya era hora de irnos. Pilo tardó en mirarme; se quedó su buen par de segundos con la mirada clavada en el viejo que, a su vez, con la vista en el piso, lloraba como un nenito. –Dale, Diego –dije después, apuntando a mi otro amigo, cosa de distraer la atención de Pilo y no fijarla tanto en mí– vamos a casa.
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Diego lo pensó no más de un segundo, hizo un gesto raro, como quien dice no hay más remedio, y caminó hacia la puerta. Antes, al pasar junto a Pilo, le apoyó con suavidad una mano en el hombro. –Salgan ustedes –dijo Pilo–, yo voy enseguida. Estábamos cansados, al menos Diego y yo estábamos cansados y ya sin ánimos para discutir con Pilo. Sin embargo, hice un último intento. –Ya es tarde –dije– no rompas las bolas. El viejo no se atrevió a levantar la vista, no se atrevió a mover un pelo. Pidió, apenas –o al menos eso es lo que le entendí–, por favor. Pero Pilo insistió: que saliéramos, que en un minuto nos alcanzaba. Ya estaba harto del asunto aquel, así que me fui hasta el auto, me senté del lado del acompañante –Diego había ocupado ahora el volante– y me prendí un cigarrillo. Diego tampoco hizo ningún comentario.
Todavía
Del río ahí cerquita, escondido tras una arboleda, nos enteramos cuando Pilo volvió y nos hizo atender al chirlo que hacían sonar las mojarras y las bogas al pegar contra el agua, cada vez que se asomaban a pispear el aire. Aunque ya era tarde –muy tarde, yo no hacía más que pensar en los problemas que tendría con Mara–, movimos el auto unos metros fuera del camino, con la idea de camuflarlo entre los arbustos. Mientras caminábamos en dirección al río, dejándonos guiar por el murmullo del agua y el aire un pelín más fresco, pensé en la calma de aquel ambiente, en las posibilidades de una vida alejada del escándalo de la ciudad. Una vida más tranquila. La misma idea me vino cuando estuvimos los tres encima de la canoa. En silencio, dejándonos mecer por el agua apenas inquieta. Supongo que fue ese gran sosiego lo que abrumó a Pilo. –Me voy a dar un chapuzón –dijo, y se incorporó a los tumbos en la proa. Lo mejor que podía pasarle al hijo de Pilo, a su hijo por nacer, era heredar el espíritu festivo de su padre, el entusiasmo. O algo que le permitiera seguir ese ritmo.
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La canoa se bamboleó para un lado y para otro –de babor a estribor– y nos llegó una buena salpicadura. Salvo los gritos de Pilo –como una celebración, aunque una celebración amortiguada– ninguno pronunció palabra. El agua del río era oscura, bastante turbia y con un cierto olor. Pero aún así, en todo momento estuve seguro de que Pilo se lanzaría. Diego, al igual que yo –una vez que Pilo se tiró al agua, apenas en calzoncillos y, en un clavado fallido, cayó con un mero panzazo– se limitó a abrir otra lata de cerveza y a comentarme no sé qué cosa sobre la inconveniencia de pescar en aquel río. No le pedí a Diego que repitiera su idea, nunca me interesó la pesca. 1
Mariano Quirós nació en Resi=encia (Chaco, 1979). Ha publicado las novelas Robles (Primer Premio Bienal-CFI), Torrente (Premio Fe=ival Iberoamericano de Nueva Narrativa), Río Negro (Premio “Laura Palmer no ha muerto”), Tanto correr (Premio Francisco Casavella) y No llores, hombre duro (Premio Fe=ival Azaba>e y Premio Memorial Silverio Cañada, de la Semana Negra de Gijón). Su libro de cuentos La luz mala dentro de mí recibió el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. Junto con Germán Parmetler y Pablo Black, publicó el libro de cuentos Cuatro perras no%es. Dirige, junto con Pablo Black, el sello editorial Colección Mulita. Una casa junto al Tragadero ha merecido el XIII Premio Tusquets Editores de Novela 2017.
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fotografía
LUI A BA DI FORT UNA C A LLEJER A , EMPATÍ A Y CUA DROS IMPER ME A BLES
A través de sus retratos y de sus grandes exhibiciones en las calles, Lui Abadi, un oportuni=a al fotografiar, se cone?a con los espe?adores de una forma dire?a, libre, amorosa, y en esa búsqueda logra imprimir una mirada nítida en el caos.
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Creo que la fotografía callejera, más precisamente el retrato, es el género fotográfico más cercano al amor. Vincula a las personas, las aproxima. También vive en el tiempo presente, en el in=ante preciso. Con el retrato tengo el inmenso desafío de ganarme, en un brevísimo lapso de tiempo, la confianza del fotografiado. Si me la gano, e=e se mue=ra tal como es: imperfe?o, como yo. Con todas sus expe?ativas, sus miedos, sus miserias y sus deseos de inmortalizarse. En e=e punto es donde aparece la comedia: en el cruce de las imperfecciones del fotógrafo y del fotografiado. Cuando trabajo en la calle, debo dejar a un lado mi interés personal y lograr con=ruir la imagen con el otro, porque la imagen es de los dos. Si eso sucede, aparece la foto. Todos somos gente de la calle; la calle nos mezcla. Es aquí donde el azar social se expresa con mayor exa?itud. Al ser exhibido en la vía pública, el Proye$o Yeka se entregó a la rueda de la fortuna callejera. Cualquiera pudo ver sus fotos y opinar sobre ellas: periodi=as, arti=as, curiosos, transeúntes, trabajadores… Todo ese intercambio iluminó el proye?o y me ayudó a terminar de comprender mi trabajo. Tal vez, fuerte en el espacio público haya sido el mejor halago que recibí en toda e=a aventura. Yo realmente me siento así al caminar las calles de Buenos Aires. Fuerte. Esa fuerza que te da e=ar convencido de lo que hacés. Me siento capaz de defender mis fotos y mis acciones, independientemente de quien sea el interlocutor, puede ser alguien con un cu>illo, con una ca>iporra o con un celular en la mano. Es la valentía que te da el respetar al otro. El yo soy u!ed. El ser independiente, libre, atraviesa toda mi obra. Pero la palabra independencia también e=á ligada a la palabra batalla. Una batalla que no siempre ocurre en el plano físico. Es, finalmente, en el plano espiritual donde uno se percibe libre, luego de a?uar según sus convicciones. 2
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Lui Abadi vive y trabaja en Buenos Aires. Con el Proye!o Yeka (2006) expuso a cielo abierto en varios puntos del país y fue pionero en llevar fotografías impermeables a las calles de Buenos Aires. Comenzó en la Plaza del Le$or de la Biblioteca Nacional y, luego, expuso en la Plaza San Martín. Más adelante, exhibió su obra en Jujuy, Mendoza, Salta y Mar del Plata. De forma cole$iva lo hizo en el Centro Cultural Né%or Kir&ner (CCK) y en la Fototeca Latinoamericana (FOLA). En el exterior, expuso en Egipto, España, Holanda, Italia, Polonia, la República Checa, Rusia y en el MOMA PS1 de Nueva York. En 2007, ganó la beca del Fondo Nacional de las Artes a la Fotografía. Fue seleccionado en el Salón Nacional de In%alaciones y Nuevos Medios en 2015. En 2016, obtuvo el segundo premio del Salón Nacional de Fotografía. Su Proye!o Yeka fue declarado de interés cultural por el Mini%erio de Cultura de la Nación.
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Agradecemos muy especialmente la colaboración de Julieta Escardó para la realización de e"e dossier fotográfico.
conferencias 2018 . auditorio fundación osde
JON LEE ANDERSON
Esta crónica inédita de Jon Lee Anderson, prestigioso periodista de The New Yorker, sobre los días que siguieron al paso del huracán Katrina en 2005 pone en evidencia el costado inhumano y crudo de la tragedia que arrasó Nueva Orleáns. El autor estuvo en octubre de 2017 en el auditorio de la Fundación osde dialogando sobre el periodismo en nuestro tiempo.
Jon Lee Anderson
Algunos días después de que el huracán Katrina arrasara con Nueva Orleáns, cargué un auto con nafta y provisiones y conduje desde Tennessee hasta allí. En el tramo final del viaje tuve que atravesar la zona rural de Mississippi y Luisiana, un área marginal campestre de algodón y campos de maíz, y no mucho más.
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Aquí y allá, a lo largo de la autopista, hileras de pinos habían sido derribados de forma aleatoria, como fósforos descartados. Al costado del cartel de “Bienvenidos”, sobre el límite estatal de Luisiana, había dos pollos blancos regordetes, muertos. Postes eléctricos caídos, carteles de neón y vallas publicitarias rotas, todos habían aportado su cuota de caos a la chabacana mezcla de restaurantes de comida rápida, moteles y estaciones de servicio. Estas últimas estaban vacías, acordonadas con cinta amarilla de emergencia, y los moteles estaban atestados de refugiados de Nueva Orleáns. Desplazados
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y a la deriva, los habitantes de la ciudad que tenían los medios para hacerlo estaban ahora en movimiento. Una caravana de vehículos conducidos por refugiados se movilizaba de forma constante hacia el norte, mientras que contingentes de la Guardia Nacional provenientes de Estados lejanos se dirigían lentamente hacia el sur, en dirección a la zona del desastre. Llegué a Nueva Orleáns el 5 de septiembre de 2005. Hacía ya una semana del paso de Katrina, y el presidente Bush todavía no había visitado la devastada ciudad (finalmente lo hizo el 12 de ese mismo mes). En lugar de eso, el 2 de septiembre realizó una parada relámpago en un aeródromo del vecino Estado de Mississippi donde se reunió, en un despliegue de amistosa cordialidad, con una comitiva de gobernadores de los Estados afectados por el desastre. También estaba allí el titular de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (fema, por sus siglas en inglés), y frente
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a las cámaras de televisión, Bush lo felicitó por haber hecho un “buen trabajo”. Más tarde, fue filmado abrazando un grupo de niñas que lagrimeaban frente a su vivienda destrozada en un suburbio de la ciudad de Biloxi. Los periodistas que estaban con Bush a bordo del Air Force One ese día informaron que el presidente había hecho bromas sobre sus días de fiesta durante los años de su descarriada juventud, en la Ciudad fácil.1 Por su parte, la madre del presidente, la ex Primera Dama Barbara Bush, dijo que las personas sin techo a las que se les había dado refugio en el estadio Superdome de Nueva Orleáns habían tenido “suerte”, dado que gran parte de ellas provenían de entornos “desfavorecidos”. La mayoría de los estadounidenses hubiera entendido en el acto el trasfondo racial de los comentarios dichos al pasar por Barbara Bush. El término “desfavorecidos” es un eufemismo al que los
blancos recurren habitualmente para describir a los negros pobres, quienes constituían la mayoría de las personas “arreadas” al Superdome. Los barrios pobres en que vivían, ubicados en las zonas más bajas de la ciudad, fueron además los más afectados por la inundación que se produjo luego de que se rompieran los diques. Como una suerte de curiosa alquimia, la destrucción generada por Katrina y la inepta respuesta del gobierno, visibilizaron no solo la negligencia sistémica de Nueva Orleáns, y sus inequidades sociales y raciales, sino la de los Estados Unidos también. Al igual que muchos otros estadounidenses, me sentí avergonzado por la aparente indiferencia del Presidente frente a la tragedia humana que se estaba desarrollando en Nueva Orleáns. Pero su comportamiento además me generó una fuerte sensación de deja-vú. Recordé cuán humillado me había
Nota del traductor: “Ciudad fácil” es la traducción del término “The Big Easy”, forma coloquial con que se conoce a Nueva Orleáns.
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sentido como ciudadano cuando, en las horas cruciales tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el primer mandatario desapareció de la escena pública y luego esperó tres días antes de visitar el Ground Zero.
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Estaba en Bagdad en abril de 2003 cuando la ciudad cayó tras el asedio de tropas estadounidenses y, en los días siguientes, observé con horror estupefacto cómo mis uniformados compatriotas no hacían nada por prevenir la depredación y el vandalismo de la ciudad a manos de bandas de saqueadores. Cuando les pregunté a los soldados y oficiales estadounidenses por qué no intervenían, me respondieron que era porque no habían recibido órdenes para hacerlo. A medida que el saqueo progresaba, y el resentimiento de la gente de Bagdad hacia sus “liberadores” norteamericanos se intensificaba día tras día, se podía escuchar a Donald Rumsfeld calificar de forma altanera los informes de asaltos como una gran “exageración
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de los medios”. Después de Katrina, ya no tuve ninguna duda. Si había algo que caracterizaba al gobierno de Bush era un triste y consistente patrón, visible durante grandes crisis y episodios de sufrimiento humano, de indecisión, insensibilidad y miopía. En las afueras de Baton Rouge, a una hora de Nueva Orleáns, encontré una estación de servicio abierta que vendía nafta. Entré y llené el tanque. Un hombre a bordo de una camioneta se detuvo detrás de mí y, en un tono amable, me preguntó si iba a Nueva Orleáns. Cuando le contesté que sí, me comentó que hacía días que él venía entrando y saliendo de la ciudad, desde que se había producido la tormenta, para ayudar a amigos y parientes. Lo que dijo me sorprendió. Había escuchado que las autoridades habían cerrado los caminos, y no sabía muy bien cómo iba a ingresar una vez que llegara. Me echó una mirada en confianza, y agregó: “Si tené’ un arma, no e’ ningún problema. La policía
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estatal ‘ta dejando pasa’ cualquier hombre que tenga un arma”. Entendí lo que el hombre, de forma codificada, me estaba diciendo. Él era blanco, y yo también. Lo que quería decir era que la policía estatal estaba dejando ingresar a hombres blancos con armas. La mañana siguiente, en la inundada intersección de dos calles de nombres encantadores, “Amigo conejo del norte” y “Deseo”, en el Noveno Distrito de Nueva Orleáns, conocí a Lionel Petrie. Al igual que la mayoría de sus vecinos, era negro, trabajaba como soldador, y había vivido toda su vida en ese distrito. Tenía 64 años. Luego de despedir a su esposa e hija, quienes habían partido hacia la seguridad de Baton Rouge el día antes de la llegada de Katrina, Petrie se quedó en el lugar para cuidar su casa. Permaneció allí mientras duró el huracán, que arrancó parte de su techo, y también, después de que los diques cedieran y su barrio quedara anegado por el agua.
Petrie era uno de los últimos residentes de un grupo conocido como los “resistidores” que seguían en la zona. Todos los demás habían escapado, o habían sido rescatados o evacuados. Algunos habían muerto. Luego de mucho insistir, Petrie finalmente accedió a subirse a la moto de agua WaveRunner en la que yo estaba sentado, y que era conducida por el rescatista californiano Shawn Alladio. A medida que avanzábamos lentamente a través de las aguas pestilentes, le pregunté a Petrie por qué había accedido a venir con nosotros. Dijo que fue porque creyó que el Señor nos había mandado. Y luego agregó: “Hubo otros que vinieron antes y trataron de que me fuera con ellos. Algunos tenían una actitud muy buena”. Pronunció estas últimas palabras de una forma singular, como si al decir “buena” en realidad hubiera querido decir “mala”. Le pregunté si eran policías. Asintió. “Uno de ellos era del Departamento de Policía de Nueva Orleáns, me habló de forma muy cordial, pero había
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otro que…”. El señor Petrie no terminó la frase. Qué le había dicho ese policía, le pregunté. El señor Petrie sacudió la cabeza negativamente, como si quisiera hacerme saber que había palabras que no deseaba volver a decir.
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Más tarde, y ya sobre tierra seca, Petrie y yo nos sentamos en mi auto. Hablamos, tomamos agua y comimos chocolates m&m’s, la única comida que tenía a mano para compartir. Alternaba entre contarme cosas de su vida y revivir el reciente calvario que había tenido que atravesar; todo salía como un torrente. En un momento dado, un grupo de hombres blancos locales (conocidos como “cajunes”) se estacionaron cerca de nosotros debajo de los terraplenes en altura de la autopista interestatal 10, una zona que se había convertido en una improvisada base para rescates. Manejaban camionetas, que en su parte trasera llevaban hidrodeslizadoras montadas a un tráiler. Juntos observamos cómo uno de los hombres se bajó
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del vehículo y empezó a prepararse para una misión de rescate. Al cruzar el camino que estaba frente a nosotros, vimos que tenía un rifle de asalto m-16 colgando de su espalda y un revólver calibre 45 caño largo calzado en el cinturón. En las manos tenía una escopeta de doble caño, que iba recargando a medida que caminaba. Tanto él como sus amigos se reían y hablaban animadamente entre ellos mientras se acercaban a la orilla del agua, como si estuvieran a punto de emprender una expedición de caza. Petrie y yo intercambiamos miradas. No dijo nada, pero en ese momento, entendí por qué no había abandonado su vivienda en todo este tiempo. Esa noche, mientras conducíamos hacia Baton Rouge, con la esperanza de reunirlo con su familia, le pregunté a Petrie si pensaba regresar a Nueva Orleáns. Dijo que lo dudaba: en lo único que podía pensar cuando recordaba la ciudad era en el agua inundándolo todo, por
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todas partes. Si bien no lo dijo, no podía evitar pensar que la decisión de Petrie tenía menos que ver con la devastación física de Nueva Orleáns que con su deseo de conservar su dignidad. Un par de días después, manejé a lo largo de la elevada Interestatal 10, y miré abajo hacia el barrio de Petrie. El nivel de agua había disminuido un poco, pero su casa y las que estaban cerca de ella seguían sumergidas bajo un par de metros de aguas pútridas. Pasé a la par de un grupo de policías que habían estacionado sus patrulleros. Estaban parados al borde del camino, sacándose fotos entre ellos, con el inundado Noveno Distrito como telón de fondo.
me dijo que, durante los últimos diez días, había visto ese cuerpo todos los días. Cada día que pasaba, apuntó, el cadáver parecía menos un cuerpo humano y más un pedazo de desecho. Alguien lo había cubierto con diarios algunos días antes, pero luego fue olvidado. Alguien también lo había arrastrado al extremo del camino, y lo había acomodado junto a las balaustradas de hormigón de la autopista. Pero desde entonces nadie parecía acordarse de él o notarlo en lo más mínimo, ni siquiera los policías sacándose fotos entre ellos, justo al otro lado del camino. ○
Un amigo que viajaba conmigo me señaló un cadáver con el dedo. El cuerpo grotescamente hinchado de un hombre negro, cubierto parcialmente con diarios, yacía boca abajo sobre el costado del camino. Sus nalgas severamente tumefactas estaban expuestas. Mi amigo
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! MartĂn Kovensky, 2018
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