Nerudiana Nº18

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ESTE NÚMERO

C omencemos por el final. Hay un motivo. La revista trae en su última página nada menos que dos inéditos de Neruda escritos en 1925 para el libro tentativa del hombre infinito, pero que no fueron incluidos al momento de la impresión. Quedaron inéditos—hasta ahora—entre las 17 páginas de un opúsculo mecanografiado (con muchas enmiendas, borrones y añadiduras de mano del autor) que muy probablemente fue el primer ensayo de organización de los originales del libro. Tan precioso opúsculo—imprescindible para estudiar la evolución de la escritura juvenil de Neruda—es una de las piezas reinas de la colección nerudiana del abogado Nurieldín Hermosilla Rumié, a quien agradezco la gentileza de confiar a NERUDIANA estos dos inéditos vinculados a un libro que en 2015 cumplió sus primeros 90 años. Gracias a Patricio Mason tenemos finalmente acceso a información documentada sobre su tatarabuelo Charles Sumner Mason, el norteamericano patriarca de blanca melena que llegó a Parral a mediados del siglo XIX y que a comienzos del siglo XX llamó a Temuco a don José del Carmen Reyes, con lo cual decidió en importante medida el destino de Neftalí Reyes. Muy poco (y mal) sabíamos hasta ahora de tan importante personaje, protagonista del extenso artículo que inaugura el dossier Los Mason de Temuco y que prosigue (por ahora) con una breve noticia de Miguel Espinoza sobre Orlando Mason Candia, el tío periodista y poeta, otro personaje de gran incidencia en la trayectoria de Neftalí. El dossier queda abierto a la continuación de la saga familiar de los Mason en Temuco. Como habíamos anunciado, NERUDIANA propone en este número su dossier Sicard 80, un homenaje al profesor Alain Sicard en su 80° cumpleaños que—lamentablemente—incluirá también nuestras condolencias por la reciente muerte de su esposa Claudette. El gran hispanoamericanista de Poitiers ha querido enriquecer el dossier con una serie de inéditos: su propia traducción de algunas páginas del volumen sobre Residencia en la tierra que publicó en edición Gallimard (2003); la anticipación de su prefacio a la reedición inminente en Chile (editora LOM) de El pensamiento poético de Pablo Neruda, su obra fundamental de 1981; un ensayo sobre la metapoética nerudiana del comer y del beber; una digresión acerca de su reciente antología Neruda para niños (publicada en Lima) con poemas sobre animales de tierra, aire y agua; y una imprevista nota sobre Neruda y el fútbol. Completan el dossier contribuciones de Greg Dawes, Fernando Moreno y Dominique Casimiro, en torno a nuestro querido y admirado Alain, el personaje y su legado. Atención a la galería de fotos que ilustra el dossier con imágenes de encuentros nerudianos en Europa. Variados temas ocupan nuestra tercera sección, comenzando con el relato de Luis Vargas Saavedra sobre su personal (y familiar) experiencia de Neruda. El doctor Enrique Robertson nos sorprende de nuevo, desde Bielefeld, con noticias sobre las horas vividas por Pablo en Barcelona l970, mientras otro médico chileno, Galo Corral, nerudista de Rancagua, nos cuenta cómo logró que el alcalde de Saint-Avertin, ciudad cercana a Tours (Francia), inaugurara en el pasado mes de julio una hermosa avenida con el nombre de Pablo Neruda: ceremonia y festejos populares que contaron con la presencia de Marisol Touraine, Ministra de Salud del gobierno francés. Eventos del pasado y del presente: la arriesgada conmemoración de los 80 años de Neruda en Angol 1984 (Guillermo Chávez) y la crónica del homenaje a Jaime Concha en Santiago 2015 (Greg Dawes). Lutos del pasado y del presente: tristeza porque desde hace diez años nos falta el gran estudioso británico Robert Pring-Mill (1924-2005) y porque en San Juan de Puerto Rico

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murió recientemente el académico y poeta chileno Jaime Giordano (1937-2015), aquí evocado por Jaime Concha, su amigo de siempre. Nuestro número se cierra con crónicas sobre libros recientes: las Cartas de amor de Neruda, reunidas, prologadas y anotadas por Gabriele Morelli para Ediciones Cátedra (Madrid); la presentación de Neruda, sucede… Almacén de curiosidades, de Eulogio Suárez, inauguró las Ediciones NHR del estudioso y coleccionista Nurieldín Hermosilla Rumié, ahora también editor; y el último volumen nerudiano del profesor Greg Dawes, Multiforme y comprometido / Neruda después de 1956, publicado en Chile por RIL Editores: imperdible análisis de la fase final—poco estudiada— de la obra de nuestro poeta.

--- El Director loyolalh@gmail.com

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Los Mason de Temuco

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Charles Sumner Mason el patriarca de blanca melena PATRICIO MASON* Traductor y lexicógrafo—Santiago de Chile

En El joven Neruda, tras afirmar que el traslado de Charles Sumner Mason y su familia desde Parral a Temuco fue un hito determinante en la historia del poeta, Hernán Loyola asegura: «Sin la tenacidad pionera de Mason quizás habría nacido igualmente Neftalí Reyes, pero de seguro no habría podido nacer Pablo Neruda.»1 A similar conclusión llega Miguel Espinoza en Neruda en Temuco, su acuciosa investigación sobre el niño Neftalí y la ciudad que lo vio crecer: «Carlos S. Mason en la vida de Neruda fue fundamental», y para que no quepan dudas, lo llama «Mason, el constructor»2. Pero, ¿quién fue este tenaz precursor que, haciendo honor a su apellido (mason significa albañil), construyó la familia y el entorno que permitieron que Neftalí Reyes llegara a convertirse en Pablo Neruda? Charles Sumner Mason fue «el norteamericano de blanca melena, parecido a Emerson» que años después Neruda recordaría como el patriarca del clan temuquense compuesto por los Reyes, los Ortega, los Candia y los Mason, ese clan que «por el fondo de los patios» […] «se intercambiaba herramientas o libros, tortas de cumpleaños, ungüentos para fricciones, paraguas, mesas y sillas»3 y dentro del cual vivió y se formó el niño que se llamaría Pablo Neruda. Sin embargo, sobre Charles Sumner Mason hasta ahora hay más conjeturas que datos ciertos. Fue en parte por ello que hace unos meses empezamos a escarbar en la historia familiar, partiendo desde el fundador. El resultado fue una investigación, mitad his-

toria, mitad genealogía, que a la fecha supera las 240 personas.4 Los datos en que se basa, obtenidos en su mayoría de fuentes documentales chilenas y estadounidenses, son aún parciales, pero permiten empezar a reconstruir con algo más de precisión la historia de Charles Sumner Mason y de la familia que fundó.

Esta historia empieza en abril de 1634, dos siglos antes de que Charles Sumner partiera hacia Chile, cuando Hugh Mason y su esposa Hester Wells, naturales de Essex, emigraron a las colonias inglesas del Nuevo Mundo. Al llegar se establecieron en una zona rural de la Nueva Inglaterra que con el tiempo se convertiría en el poblado de Watertown, hoy suburbio de Boston, donde criaron seis hijos. El curtidor, selectman (concejal) y capitán de milicias Hugh Mason, quien estableciera una de las familias fundadoras de lo

que siglo y medio después sería Estados Unidos, está enterrado junto a sus descendientes en el Old Burying Place, cementerio histórico de Watertown.5 Seis generaciones después, pero esta vez hacia el hemisferio sur, un chozno del capitán Mason emprendería su propia travesía fundacional. Ese chozno fue Charles Sumner Mason, o como se llamó de allí en adelante, Carlos S. Mason. Nacido el 27 de julio de 1829 en la localidad atlántica de Portland, Estado de Maine,6 Charles Sumner fue uno de los seis hijos del comerciante en cueros Charles Mason y de su esposa Temperance Remick, muerta en 1831, cuando Charles apenas superaba los dos años de edad. En 1833 Charles padre se volvió a casar y se trasladó a Baltimore, Maryland, donde vivía su hermano mayor Richard Clark. Charles Sumner pasó su infancia y adolescencia en el hogar que compartía con su madrastra Betsey Ed-

Firma y datos de Carlos Mason, Parral, 1889.

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wards, sus hermanas Ann Maria, Mary Elizabeth y Temperance, y posteriormente su hermanastro William. Hacia 1866, cuando contaba con aproximadamente 37 años de edad, Charles Sumner se marchó de Estados Unidos para, después de un corto paso por Perú,7 establecerse en Parral, provincia de Linares, donde vivió por más de 20 años, y luego en Temuco, provincia de Cautín, donde permaneció hasta su muerte el 10 de febrero de 1914 a los 85 años de edad. Las primeras noticias chilenas de Charles Sumner las encontramos en una escritura del 27 de junio de 1867 levantada por el Conservador de Bienes Raíces de Cauquenes8—localidad cercana a Parral—donde se le identifica como Carlos S. Mason, comprador de tierras por cuenta de Antonio Enrique Cornish.9

Nuestra investigación, que empezó como simple curiosidad sobre nuestros orígenes, a poco andar se vio inesperadamente recompensada con dos hallazgos. El primero fue el libro Descendants of Capt. Hugh Mason in America, de Edna Warren Mason, una exhaustiva historia de la familia Mason a partir de 1634. Este libro, publicado en Boston en 1937, no trataba sobre cualquier rama de la familia (el apellido es relativamente común en Inglaterra y no fueron pocos los Mason sin relación entre sí que emigraron al Nuevo Mundo) sino sobre los descendientes del capitán Hugh Mason, justamente la rama a la cual pertenecía Carlos Sumner. Fue allí donde encontramos los primeros datos fehacientes sobre su nacimiento, entorno y núcleo familiar, y lo más notable, una genealogía que se remontaba a los inicios de la colonia. El libro de E. W. Mason estaba descatalogado desde hacía décadas y sólo sobrevivía en la colección histórica de la Biblioteca Pública de Boston. Casualmente, sin embargo, pocos años antes un apasionado de la historia de Nueva Inglaterra había transcrito y pu8

blicado gran parte del libro en un sitio web que dedicaba a este pasatiempo, donde lo encontramos a poco de iniciada la búsqueda. Pero las casualidades no se detuvieron allí. Al advertir la trascendencia del hallazgo intentamos contactar al autor, pero nuestros mensajes fueron invariablemente devueltos: su casilla electrónica ya no existía. Meses después, cuando ya nos habíamos procurado un ejemplar que hicimos reimprimir por una editorial especializada de Boston, quisimos consultar nuevamente el sitio y nos encontramos con que había desaparecido. Luego, otra sorpresa: el autor había muerto en 2011 y el sitio web llevaba años abandonado. Al caducar el contrato con el proveedor del servicio, éste lo dio de baja.10 Es decir, si esta búsqueda que esperó un siglo11 la hubiésemos emprendido unos meses más tarde, lo más probable es que no habríamos encontrado el sitio web ni tampoco el libro y el caudal de información que nos animaron a seguir adelante. El segundo hecho notable fue descubrir la única fotografía que sobrevive de Carlos S. Mason, donde «el patriarca de blanca melena, parecido a Emerson» aparece, tal cual lo recordaba Neruda,12 junto a su esposa Micaela Candia Malverde, sus hijos, sus nietos y otros integrantes del clan. Esta fotografía figuraba prácticamente anónima en Las vidas de Pablo Neruda de Margarita Aguirre, reedición popular que en 1967 hizo la Editorial Zig-Zag de Genio y figura de Pablo Neruda (Buenos Aires, EUDEBA, 1964). Hasta donde hemos podido comprobar, y por motivos que solamente quienes estuvieron al cuidado de la edición podrían aclarar, esta foto solo figura en la edición Zig-Zag, cuyas imágenes son de muy baja calidad.13 No solo no aparece en ninguna de las ediciones posteriores de Genio y figura que hemos consultado, sino que considerando que en ellas gran parte del material fotográfico aparece proporcionado por la Funda-

ción Neruda, lo más probable es que la matriz que usó Zig-Zag deba darse por perdida. Al carecer de identificación, en medio siglo nadie advirtió quiénes eran esas personas, o bien no les dieron mayor importancia. Tras reconocer esta foto familiar por lo que era corroboramos nuestra observación con Sergio Mason, nieto de doña Glasfira Mason—hija de Carlos Sumner—e hijo de Anita Reyes Mason, prima hermana de Neruda. Sergio Mason Reyes debe ser la última persona viva que recuerda haber visto la foto original en casa de su abuela Glasfira en Temuco, allí donde en 1962 Margarita Aguirre la encontró y se la comentó a Neruda, casualidad que llevó a su inclusión en el libro que preparaba y que, sin sospecharlo, la preservó para la posteridad. Con Sergio hemos logrado identificar a diez de las diecisiete personas que figuran en ella14 y, después de ponderar una serie de factores, la hemos estimado como tomada en 1913, un año antes de la muerte de Carlos S. Mason. Ayudó a identificar dos personas el propio Neruda, quien dijo a Margarita Aguirre: «Sí, recuerdo muy bien cuando se tomó esta fotografía, en el patio de mi casa. Y recuerdo también que a último momento, en un ataque de vergüenza, me negué a salir y corrí a esconderme. Porque yo debía estar aquí, junto a Ramiro Franco, mi gran amigo de la niñez. Éste que aparece a la izquierda es mi tío Ramón, que me copiaba versos.»15

A Chile emigraron muchos europeos, pero pocos norteamericanos. ¿Cómo, cuándo y por qué fue entonces que Charles Sumner Mason llegó a Chile? Aún no lo sabemos con certeza, pero hemos logrado averiguar algo más sobre su vida después de llegar a Chile. En el Archivo Nacional hemos encontrado hasta ahora 46 escrituras originales, algunas con su firma, que dan cuenta de hipotecas, compraventas, poderes, embargos, juicios, arriendos, fianzas, mediaciones y un largo


1) Carlos Sumner Mason; 2) Micaela Candia Malverde; 3) Ramón Mason Candia; 4) Sin identificar; 5) Sin identificar; 6) Glasfira Mason Candia; 7) Rudecindo Ortega Mason; 8) Orlando Mason Candia; 9) Ana María Mason Candia; 10) Posiblemente Trinidad Candia Malverde; 11) Jorge Mason Candia; 12) Sin identificar; 13) Telésfora Mason Candia; 14) Posiblemente Orlando Mason Guzmán; 15) Ramiro Franco; 16) Sin identificar; 17) Posiblemente Laura Reyes Candia. Faltó a la foto Neftalí Reyes: "Porque yo debía estar aquí, junto a Ramiro Franco, mi gran amigo de la niñez", dijo Neruda a Margarita Aguirre al ver esta foto, que estaba en la casa de doña Glasfira. Pero el tímido Neftalí prefirió huir y esconderse.

De izquierda a derecha: Orlando Mason Kalajzich, bisnieto de Carlos Sumner y nieto de Jorge Mason Candia; Patricio Mason Padilla, autor de este artículo, tataranieto de Carlos Sumner y bisnieto de Carlos Enrique Mason Candia; Orlando Mason Zenteno, padre del autor, bisnieto de Carlos Sumner y nieto de Carlos Enrique Mason Candia; Sergio Mason Reyes, bisnieto de Carlos Sumner, nieto de Glasfira Mason (lado materno) y de Avelino Mason (lado paterno); Camilo y Gonzalo Mason Casas, hijos del autor, tatara-tataranietos de Carlos Sumner y tataranietos de Carlos Enrique Mason Candia.

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etcétera, y de las que hasta ahora no hemos tenido oportunidad de procesar más que unas cuantas.16 En el Archivo Histórico del Registro Civil hemos encontrado además abundante material original, incluyendo la partida de nacimiento de su hija Glasfira Micaela;17 la partida de matrimonio de José Ángel Candia Malverde,18 cuñado de Carlos S. Mason, quien fue su testigo y firma el acta; y, lo más notable, las partidas de nacimiento de dos hijos de Carlos y Micaela, además de los siete que se conocían19, y que, a juzgar por la total ausencia de datos posteriores, deben haber muerto en la infancia. Uno de ellos fue Laura Temperance, nacida en Parral el 26 de agosto de 188920 y claramente llamada así en honor a la abuela y a la tía del mismo nombre.21 El investigador Miguel Espinoza, por su parte, da cuenta en detalle de la vida pública de Carlos S. Mason en Temuco, donde fue activa figura de la política local y regidor por el Partido Radical durante tres períodos. Espinoza informa también que, además de las carnicerías e imprentas que después recordaría Neruda que «crecían en su familia», Carlos S. Mason fue propietario del Hotel de la Estación («The Passengers’ Home; Se habla inglés, alemán y francés» decía un aviso que recuperó) y del periódico radical La Frontera de Temuco.22 Entre las muchas iniciativas en que participó, y que ponen de relieve su personalidad, se destaca un pacto suscrito en enero de 1891 por oficialistas y opositores que trataban de evitar que la guerra civil se extendiera a la provincia de Cautín.23 Por nuestra parte hemos hallado la correspondencia que intercambió en el año 1900 con Pedro Montt, futuro presidente y entonces senador por Cautín,24 quien, según sostiene Espinoza, era «buen amigo del patriarca de la familia de Neftalí Reyes», 25 así como el original de su carta de naturalización, firmada el 5 de septiembre de 1884 de puño y letra de Domingo Santa María y José Manuel Balmace-

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da—una verdadera joya histórica.26

Entre los aspectos de la vida de Charles S. Mason que hasta ahora habían sido materia más bien de conjetura, uno es su apellido materno, que no era Reinike o Reinicke, como afirman distintos autores. Por el certificado de matrimonio de sus padres que se conserva en el registro civil del Estado de Maine,27 sabemos que su madre se llamaba Temperance Remick, apellido que en la época se escribía indistintamente como Remicke. Los apellidos Reinike/Reinicke no figuran en ningún documento chileno ni estadounidense que hayamos visto, y tampoco es costumbre anglosajona utilizar segundos apellidos. Quizás para fines de algún trámite y conforme a la costumbre hispana, alguna vez se le pidió a Carlos S. Mason consignar su apellido materno, el que luego fue confundido con el de una familia alemana de Temuco y Lautaro cuyas actuaciones ante el registro civil de la época también hemos encontrado. Podemos igualmente precisar que el apellido materno de doña Trinidad Candia, madrastra de Neruda, era y es Malverde. La permutación a Marverde parece remontarse al poema "La mamadre",28 donde Neruda, décadas después de su muerte, le hace un homenaje en que suprime su primer apellido y cambia el segundo por una especie de versión lírica, Trinidad Marverde. En otros escritos Neruda demuestra no tener confusión alguna respecto del apellido familiar. En 1954, por ejemplo, dice: «Mi padre se había casado en segundas nupcias con doña Trinidad Candia, mi madrastra»,29 en tanto que en el poema "Las supersticiones"30 evoca a su tío Genaro, hermano de Trinidad, llamándolo Genaro Candia, no Genaro Marverde. Por nuestra parte, del Archivo Nacional y del Registro Civil hemos recuperado documentos familiares que abarcan medio siglo antes y después del nacimiento de Neru-

da (1873-1923), incluyendo escrituras notariales y de conservadores de bienes raíces, partidas de nacimiento y matrimonio y certificados de defunción que comprueban que el apellido familiar es Malverde. De hecho, solo el Archivo Nacional registra para 1873-1923 unas ochenta actuaciones legales de personas apellidadas Malverde, incluyendo a toda la familia directa de doña Trinidad (su madre, Nazaria Malverde, y sus hermanos Genaro, Micaela, Anacleto, José Luis, José Francisco y José Ángel), y absolutamente ninguna bajo Marverde.31

Charles S. Mason antes de llegar a Chile

A pesar de que Descendants of Capt. Hugh Mason in America no muestra sobre él datos posteriores a su nacimiento,32 hemos logrado reunir antecedentes que, en conjunto y en el contexto histórico, permiten fundamentar una primera reconstrucción. En abril de 1861, cuando Charles S. Mason estaba por cumplir 32 años, estalló en Estados Unidos la guerra civil que enfrentó a los estados confederados del sur con los unionistas del norte. Resulta difícil imaginar que alguien de su edad y carácter haya podido sustraerse a una conflagración que envolvió prácticamente a todo el país, y especialmente a la región donde vivía. Y aunque es un lugar común decir que las guerras civiles son luchas fratricidas, este axioma fue especialmente crudo y palpable en esta familia. En efecto, Descendants consigna que en 1861 Charles Mason padre «… aparece integrando la Guardia Civil del Ejército Confederado en Baltimore y portando un mosquete, aunque sin entrar en combate debido a su edad».33 Es decir, Charles padre estaba con el bando confederado y al parecer con fervor, dado que la Guardia Civil la conformaban voluntarios que suplían


Gran incendio de Portland de 1866. Vista de las ruinas de la esquina de Middle con Exchange Streets. De los dos hombres que aparecen, uno podría ser Ch. S. Mason.

al ejército en campaña. En Baltimore, epicentro del tráfico de esclavos para servicio doméstico, vivían además la madrastra, hermanas, hermanastro, tíos y primos de Carlos. Pero junto con dar estas noticias, y en versión que corroboran registros de la época, Descendants refiere que varios primos hermanos de Charles Sumner (y por ende, sobrinos del confederado) combatieron por el bando contrario. Estos

fueron los hermanos Sumner Appleton y Charles Andrews Mason, quienes integraron la Guardia Ligera de Cheshire y el Regimiento de Voluntarios de New Hampshire, respectivamente, y Joseph Mason, cirujano del 45º Regimiento de Massachusetts.34 Los dos últimos murieron en combate. Un cuarto primo, Joseph Clark Mason, fue un ardiente orador que durante la guerra recorrió Nueva Inglaterra reclutando soldados

para la causa de la Unión. ¿Participó Charles Sumner en la Guerra Civil de Estados Unidos? Parece impensable que no haya sido así. ¿Y en cuál bando? ¿En el de su padre confederado? Parece difícil. Si bien Maryland se dividió entre ambos bandos, Maine había abolido la esclavitud poco después de la independencia y fue unionista acérrimo. De hecho, más de 80.000 Mainers se enrolaron en el

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ejército de la Unión, la mayor proporción de todos los estados norteños en relación a su tamaño.35 Además, tanto en su larga militancia radical como en la fama de hombre íntegro de que gozó a lo largo de su vida en Parral y Temuco, Charles Sumner demostró sobradamente su rectitud, ideario progresista y sentido de la justicia. Es decir, no hay indicios que apunten a simpatías por el bando confederado sino al contrario, lo que sin duda lo alejó—quizás para siempre—del padre pro-esclavista de Baltimore.

Pero hay aún más datos contextuales. Por ejemplo, las actas del censo de 1840 muestran que a esa fecha Charles Sumner y al menos una de sus hermanas aún vivían con su padre en Baltimore.36 Diez años después, un nuevo censo registra que el hogar ha pasado a estar compuesto únicamente por el padre, su mujer y el hermanastro

William.37 Charles ya no está. Simultáneamente, en el Directorio de Portland aparece por primera vez un Charles Mason, confitero, domiciliado en 174 Middle St.38 En el Directorio de 18561857 vuelve a aparecer, esta vez como comerciante—lo que podría ser lo mismo—domiciliado en 329 Washington St.39 Aunque siempre es posible que se haya tratado de otra persona, es poco probable por varias razones. Primero, en estos directorios no hay otro Charles Mason. De Descendants of Capt. Hugh Mason in America consta además que la última vez que un Charles Mason (el padre) había figurado en el Directorio de Portland había sido en 1834, época de su partida a Baltimore. Segundo, el primo del mismo nombre, luego muerto en guerra, era en esa época un adolescente que residía en Marlborough, New Hampshire, pueblo natal de Charles padre y donde aún vivían un hermano

y otros familiares. Tercero, en los directorios aparecen además el boticario Edward Mason y el comerciante Seth Clark Mason, ambos primos hermanos de Charles Sumner. Edward vivía en 153 Middle St., a metros del confitero Charles, en tanto que Seth residía en el puerto, a un par de cuadras de allí. Otro de los mencionados es el también primo hermano Joseph Buxton Mason, propietario de una tienda de medicina herbaria ubicada en 193 Congress St., al frente o contigua a 194 Congress St., dirección que los directorios registran como domicilio de Hannah, madre de Joseph y Seth Clark y viuda de Seth Mason, tío de Charles Sumner y de quien Joseph había heredado la tienda de medicina herbaria. Cuarto, estas propiedades estaban todas cerca unas de otras y la de Congress St.—calle que se repite en diferentes años como lugar de residencia de distintos Mason—estaba a una cuadra del Eastern Ceme-

Portland tras el incendio de 1866.

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tery, donde están enterrados Temperance Remick, madre de Charles Sumner, y sus hermanos William y Charles, gemelos muertos en la infancia.40 Descendants of Capt. Hugh Mason in America aporta al respecto datos muy importantes. Señala que en 1826 los hermanos Charles y Edward Mason, el primero padre de Charles Sumner y el segundo padre del boticario del mismo nombre (y quien años después, siguiendo a sus dos hermanos mayores, también se marcharía a Baltimore) habían adquirido dos terrenos ubicados precisamente en Middle St.,41 en lo que luego sería el eje de la zona comercial de Portland.42 Descendants agrega además que en 1826 y 1827 los hermanos vendieron unos terrenos adyacentes a la Segunda Parroquia de Portland (la que según registros de la época estaba a una cuadra de 174 Middle St.), que en 1829 Charles le compró un terreno a Edward y, por último, que en 1831 le vendió otro a su hermano Joseph. Es decir, los hermanos Mason eran a todas luces propietarios de paños inmobiliarios de primera, cercanos o contiguos y en inmejorable ubicación. En el libro se lee además que Charles padre, aparte de próspero, era un hombre piadoso que entre 1827 y 1831 compró un total de seis escaños privados en tres distintas iglesias de Portland, y que en 1837, tras su partida a Baltimore, él y su hermano Seth vendieron a la Portland Mining and Railway Company dos minas de carbón de su propiedad ubicadas en las cercanías de la ciudad.43

Frente

al cuadro de conjunto que surge de la evidencia, resulta razonable concluir que, en una fecha cuyo rango tope sería 1850 (cuando cumplía 21 años), Charles S. Mason dejó el hogar paterno y retornó a su Portland natal para trabajar y/o vivir en alguna de las propiedades familiares, al parecer la de Middle St., contando para ello con sus derechos sobre esas propiedades y con la ayuda de su entorno familiar cerca-

no.44 El Directorio de 1850-51 muestra que en 174 Middle St., además del negocio y/o posible residencia de Charles Sumner, existían una imprenta y una pensión, lo que permite pensar que allí haya conocido y adquirido interés y/o experiencia en este tipo de emprendimientos, precisamente los que acometería en Temuco años después. Y con el historial familiar en materia inmobiliaria, tampoco es de extrañar que, llegado a Chile, su primera ocupación conocida fuera la de comprador de tierras por cuenta de terceros. Esta hipótesis reconstructiva concuerda plenamente con lo que Charles S. Mason hizo durante el resto de su vida en Chile y con el espíritu independiente y emprendedor que siempre lo caracterizó. Recuerda Neruda: «Don Carlos Mason tenía código y biblia. No era un imperialista, sino un fundador original. En esta familia, sin que nadie tuviera dinero, crecían imprentas, hoteles, carnicerías. Algunos hijos eran directores de periódicos y otros eran obreros en la misma imprenta. Todo esto pasaba con el tiempo y todo el mundo quedaba tan pobre como antes.»45 Ahora bien, si es correcto concluir que el joven comerciante que figuraba en los directorios de Portland no podría ser otro que nuestro Charles S. Mason, entonces sin duda que allí lo sorprendió en 1861 el estallido de la guerra civil. En el Directorio de Portland de 18631864, en plena guerra, no aparece ningún Charles Mason,46 lo que refuerza la impresión de que en Portland, hoy como ayer una ciudad pequeña,47 no había más personas del mismo nombre, y permite además razonar que este único Charles Mason—Carlos—bien podría haber marchado al combate, tal cual lo hicieron otros 80.000 de sus coterráneos.

Aunque por ahora no sabemos qué hizo durante la guerra civil, lo cierto es que en 1865, al llegar finalmente la paz, Charles Sumner Mason, como

tantos otros, enfrentaba la titánica tarea de volver a empezar en un país en ruinas. Así estaban las cosas cuando la noche del 4 de julio de 1866, día de la independencia, y en los primeros festejos populares que Portland realizaba desde el fin de la guerra, los fuegos artificiales provocaron un incendio que «…arrasó con la mayor parte de la zona comercial, la mitad de las iglesias y 1.800 inmuebles, dejando a más de 10.000 personas sin hogar»,48 en lo que fue una de las mayores tragedias en la historia de la ciudad y que, según se desprende de lo expuesto, con toda seguridad destruyó la propiedad, la fuente de trabajo y quizás hasta el hogar de Charles Sumner.49 Especialmente para la época, no parece habitual que un hombre de 37 años no haya tenido esposa e hijos y que, de tenerlos, haya emigrado sin ellos. Si existieron, ¿qué les ocurrió? ¿Murieron en el incendio? ¿Quizás en la guerra? ¿No quisieron seguirlo? Seguiremos tratando de averiguarlo. Por lo pronto, Portland era la ciudad donde Charles Sumner había nacido y donde tenía su vida y su trabajo. Perderlo todo en una catástrofe, en un país destrozado por la guerra, representaba un golpe de gracia. Enfrentado a tan dura realidad, es muy probable que un hombre resuelto como él haya decidido que la ocasión era propicia para partir en busca de nuevos horizontes.v

*Traductor y lexicógrafo, tataranieto de Carlos Sumner Mason y Micaela Candia Malverde, pmason@ics.cl.

NOTAS: 1 Hernán Loyola. El joven Neruda (Santiago, Penguin Random House, 2014), p. 21. 2 Miguel Espinoza. nerudaentemuco.blogspot. cl/2010/02/neruda-en-temuco-mason-el-constructor.html, consultado el 9 de agosto de 2015.

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3 Pablo Neruda. Infancia y poesía (1954). 4 www.ics.cl/Familia_Mason. Con actualizaciones periódicas a medida que se va encontrando nuevo material. 5 Edna Warren Mason. Descendants of Capt. Hugh Mason in America, pp. 18-24. (1937). 6 En dos siglos los Mason se habían desperdigado por los estados contiguos de Massachusetts, Maine y New Hampshire. 7 Según algunos autores; aún no conocemos fuentes que lo acrediten. 8 Archivo Nacional de Chile. 9 Comerciante inglés, cónsul honorario de su país en Constitución. Una calle de Curanipe lleva su nombre. 10 Antes de que ello ocurriera tomamos la precaución de bajar una copia completa (con más de 13.000 archivos), lo que evitó su pérdida. 11 Desde la muerte de Carlos S. Mason en 1914. 12 Recordando que murió cuando Neftalí tenía diez años, no sería de extrañar que su posterior evocación de la fisonomía de Carlos S. Mason y el símil con Emerson tengan parte de su origen en esta foto. 13 La que presentamos aquí fue capturada con un scanner de alta resolución y mejorada con medios computacionales hasta donde fue posible. 14 Al centro, Carlos S. Mason, a su izquierda, sin identificar; a su derecha, su esposa Micaela Candia Malverde; a la derecha de doña Micaela, Telésfora Mason Candia; a la derecha de Telésfora, sin identificar; a los pies de Carlos Sumner, Ramiro Franco; niños en brazos y sentado, sin identificar. Arriba, izquierda: Ramón María Mason Candia; muchacho y criatura, sin identificar; Glasfira Micaela Mason Candia; Rudecindo Ortega Mason; Orlando del Carmen Mason Candia; Ana María Mason Candia; sin identificar, y Jorge o Carlos Enrique Mason Candia. 15 Si, según recuerda el propio Neruda, su tío Ramón Mason le copiaba versos cuando niño, sería preciso agregarlo a sus influencias tempranas. 16 Esta investigación avanza cuando queda tiempo libre. 17 Parral, 1885. 18 Parral, 1888. 19 Telésfora, Ramón María, Ana María, Glasfira Micaela, Jorge, Orlando del Carmen y Carlos Enrique, este último bisabuelo del autor. 20 El otro fue Juan de Dios Mason Candia, nacido en Temuco el 14 de diciembre de 1894. 21 Ana María Mason, quien sí vivió suficientes años como para emular a su padre y oficiar de matriarca de la familia, llevaba a su vez el mismo nombre que su tía norteamericana Ann Maria. 22 Miguel Espinoza. Op. cit. 23 Como se verá más adelante, Carlos S. Mason sabía de guerras civiles. 24 Catálogo Bibliográfico, Biblioteca Nacional de Chile. Correspondencia de Pedro Montt,

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1846-1910. 25 Miguel Espinoza. Op. cit. 26 Que conserva Sergio Mason Reyes. 27 Maine Vital Records 1670-1907, familysearch.org/ark:/61903/1:1:2HKY-QLL, consultado el 9 de agosto de 2015. 28 Pablo Neruda. Memorial de Isla Negra (1964). 29 ------------. Infancia y poesía (1954). 30 ------------. Memorial de Isla Negra (1964). 31 Fuentes actuales como la guía de teléfonos nacional y LinkedIn muestran para Chile al menos a 70 suscriptores y 25 profesionales apellidados Malverde, y a nadie que se llame Marverde. 32 Quizás debido a su partida de Estados Unidos, aunque lo mismo ocurre con la mayoría de sus familiares directos de esa generación. 33 Tenía 65 años. Edna Warren Mason. Descendants of Capt. Hugh Mason in America, p. 526 (1937). 34 Edna Warren Mason. Op. cit. 35 Whitman, William E.S. and True, Charles H., Maine in the War for the Union, Lewiston, Maine, 1865. 36 «Censo de 1840, Primer distrito de Baltimore, Maryland. Charles Mason, hogar compuesto por: 1 hombre y 1 mujer de entre 10 y 15 años de edad (en 1840 Carlos tenía 11 y su hermana Mary Elizabeth 14); 1 mujer de entre 30 y 40 años de edad (Betsey, esposa del padre, tenía 32); y 1 hombre de entre 40 y 50 años de edad (Charles padre tenía 44).» edwardsgenerations. net/familyrecords/2richard/1.1.2.7.4.htm, consultado el 9 de agosto de 2015. 37 Censo de 1850, familysearch.org/ ark:/61903/3:1:S3HY-DH83-PN3, consultado el 9 de agosto de 2015. 38 The Portland Reference Book and City Directory 1850-1851, archive.org/details/portlandreferen00beckgoog, consultado el 9 de agosto de 2015. 39 The Portland Directory and Reference Book - 1856-57, play.google.com/books/reader?id=ogSAAAAYAAJ&printsec=frontcover&output =reader&hl=en_GB&pg=GBS.PA146, consultado el 9 de agosto de 2015. 40 Foto lápida: Barbara Hager. Cortesía de Holly Doggett, Spirits Alive at the Eastern Cemetery. Portland, Maine, agosto 2015. 41 Edna Warren Mason. Op. cit., pp. 526-27. 42 Descripción válida hasta hoy. En 174 Middle St. existe actualmente un magnífico edificio que data de 1884. 43 Edna Warren Mason. Op. cit., p. 527. 44 Puede que además hayan intervenido desavenencias padre-hijo y que la religiosidad del padre haya contribuido al agnosticismo que el hijo mostró el resto de su vida y que pasó a formar parte de la tradición familiar. 45 Pablo Neruda. Infancia y poesía (1954). 46 Portland Directory and Reference Book 1863-1864. archive.org/details/portlanddirec-

tor00beck, consultado el 9 de agosto de 2015. 47 Con 26.341 habitantes en el censo de 1860. www.census.gov/population/www/documentation/twps0027/tab09.txt, consultado el 9 de agosto de 2015. 48 Testimonio de la época en en.wikipedia.org/ wiki/1866_Great_fire_of_Portland,_Maine, consultado el 9 de agosto de 2015. 49 Tragedia que Carlos S. Mason volvería a vivir tras el gran incendio de Temuco del 18 de enero de 1908. El fuego destruyó 25 a 30 manzanas y fue controlado en la manzana 119, donde vivían los Mason, Reyes, Candia y Ortega.


El tío Orlando y la resiliencia nerudiana MIGUEL ESPINOZA* Temuco

Es origen Orlando Mason Candia nació en 1891, hijo de una relación clandestina de Trinidad Candia Marverde con el joven Rudecindo Ortega Lagos (1869-1912). [Aunque consta—en un documento encontrado por Patricio Mason—que Rudecindo inscribió a su hijo sin mencionar a la madre, por vías aún no aclaradas el niño pasó a ser reconocido como hijo por el patriarca Carlos Mason y su mujer Micaela Candia, hermana mayor de Trinidad.] Carlos Mason tenía 65 años cuando reconoció a Orlando como su hijo y va a ser más un abuelo que un padre cercano. El patriarca norteamericano tenía la pasión del periodismo que heredaron sus hijos varones y a través de ellos el joven Neftalí. En 1910 Orlando Mason va saliendo del Liceo de Hombres de Temuco, cuando Neftalí va entrando a sus aulas en la calle Claro Solar. Las historias y aventuras de Orlando Mason en el liceo de Temuco se pierden en la nebulosa del anonimato.

Juventud Al salir del liceo el joven Orlando trabaja en el diario La Época como redactor de breves artículos y como vendedor de suscripciones. La publicación de Flores de Arauco en 1914 lo consagra como poeta a nivel local y luego nacional. Entre 1914 y 1920 el liceano Neftali Reyes será conocido como “el sobrino de Orlando Mason”, lo que le permite conocer las imprentas del diario La Época, La Nación, la imprenta Modernista, y grupos teatrales

que se asientan en Temuco por largas temporadas, como Baguena-Bührle o la compañía Pellicier, que le abren la mirada a un nuevo mundo. En ese ambiente el joven y entusiasta Orlando, teniendo como testigo privilegiado a Neftali, concibe una obra de teatro más ambiciosa que sus juguetes cómicos, la titula Fuerza Mayor y consigue que la compañía de Rafael Pellicier la represente en el Teatro Tepper el jueves 14 de septiembre de 1916.

Fuerza Mayor La obra fue escrita en tres actos y con este argumento: Alfredo, director de un diario local, se deja sobornar por el diputado Arturo, aristócrata y millonario que obstaculiza la aprobación de un proyecto que legisla la reducción de las horas del trabajo obrero. Pasado un tiempo, Alfredo se desprestigia, se arruina y muere en la miseria. En el primer acto aparece Carlos, redactor del periódico, que pide a Alfredo la mano de su hija Helena. Ella lo acepta pero el padre rechaza al pretendiente. En el segundo acto Carlos, director de otro diario, rechaza el soborno del diputado Arturo. En el tercer acto Carlos ya no es periodista, ahora es médico y asiste a la agonía de Alfredo junto a Helena. Al día siguiente del estreno la crítica de la prensa es demoledora, sorprendida de que el actor Rafael Pellicier «se haya prestado a que anoche se faltase a todas las consideraciones engañando al público que desconocía el argumento de la obra y fue al teatro

en la creencia que iba a pasar un rato distraído». El comentario periodístico define la obra como «una ristra de disparates» y cuenta que Pellicier tuvo que salir al final de la función a pedir disculpas por lo presentado. Diez días después del escándalo la prensa publica un comentario más reposado pero no menos contundente. Se señala que los recursos técnicos de la obra son monótonos y un tanto vulgares, que es inverosímil el paso de periodista a médico, y que además los recursos artísticos son deficientes. Se hace hincapié en las teorías sociológicas que transmite la obra y que responden a un autor «joven que no ha salido de esta ciudad para seguir estudios en otros colegios de mayor importancia, [por lo cual] su inclinación o amor a la literatura no se han desarrollado en el ambiente propicio que él mismo habría deseado. Los puestos de acción en la política estrecha lugareña en que ha actuado el señor Mason, deprimen y atrofian, si así pudiéramos decirlo, sus aspiraciones más nobles y legítimas. Atendiendo a estas consideraciones, estimamos que el autor de Fuerza Mayor ha efectuado un esfuerzo tan inesperado como plausible y que nuestro deber es estimularlo a que enriele sus tendencias y anhelos literarios o artísticos y los satisfaga dedicándose con ahínco al cultivo del género de sus afecciones.»

Resiliencia Orlando Mason irá abandonando esa vena artística y concentrándose en su actividad política y social. Testigo

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privilegiado de ese proceso será el joven Neftalí. ¿Sacó alguna enseñanza de todo eso el joven aprendiz de poeta? Creemos que sí: en 1918 lee su primer poema en público ante la indiferencia de sus compañeros, en 1920 recibirá fuertes críticas por su poesía, pero él no renuncia, su empeño y constancia le irán abriendo puertas lentamente. No casualmente—recordemos—la primera publicación de Neftalí en el diario de su querido tío Orlando había sido

un breve artículo titulado “Entusiasmo y perseverancia” (La Mañana, 18 de julio de 1917), recogido en el tomo IV de Obras completas (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2001), 49-50. v

NOTAS: i El concepto de resiliencia lo tomamos de Michael Rutter (1933), que lo acuñó para las ciencias sociales en 1972. Resiliencia nos habla de

personas que a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo se desarrollan psicológicamente sanos y exitosos. *MIGUEL ESPINOZA, Temuco, 1961. Estudios en el Colegio De La Salle de Temuco, Universidad de Chile y Universidad de La Frontera. Como profesor de Historia y Geografía ha ejercido en Temuco y Santiago. Actualmente escribe sobre la vida de Pablo Neruda en Temuco en sus blogs: http://www.huellasdetemuco. blogspot.com y http://www.nerudaentemuco. blogspot.com.

Personal del diario La Época de Temuco, de izq. a der. : Manuel Gamboa, Jefe de Informaciones; Arturo Pirard, Subdirector; Juan F. Machuca, Director; Orlando Mason Candia, Redactor de Espectáculos. La foto corresponde a la semana del 11 de enero de 1914.

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Residencia en la tieRRa: casa de tres paredes y una ventana* ALAIN SICARD

A Pablo le gustaba construir casas. Al regresar de España fue cuando levantó la más famosa de ellas: la de Isla Negra, frente al océano. Acaba de edificarse cuando se está terminando el ciclo residenciario. Es posible ver allí un símbolo: el de la poesía de Pablo Neruda como una vasta casa que tendría en Residencia en la tierra sus cimientos. El título del libro desmiente la sombría meditación que encierra. Sobre todo: podría encabezar la obra toda tan cargada como es de aquel terrestre optimismo que la irriga. Residencia en la tierra es el libro fundador del edificio nerudiano. Se pueden reagrupar los logros de la experiencia residenciaria en torno a cuatro problemáticas que serían las cuatro paredes de la casa—si su intrincamiento no las hiciera una sola. En la primera pared se abre aquella puerta que será de aquí en adelante el paso obligado para penetrar en la residencia nerudiana: el Tiempo. Durante el escaso decenio que separa el Canto general (1950) de Estravagario (1958), el poeta soñará con una casa transparente, prohibiéndole la entrada a cuanto empañe la anhelada claridad. Pero ni siquiera la Historia—la mayúscula gemela—con su séquito heroico y su perspectiva radiante, será capaz de conjurar la preocupación temporal. Más aún: terminará siendo un modo de redefinir su lectura.

La segunda problemática es la del sujeto. Deriva de la anterior. El tiempo residenciario ignora la abstracción. No solo se hace visible a través de lo que devora sino que lo revela en su unidad y en su irreductible objetividad. El estatuto del sujeto resulta radicalmente cambiado: fuera de sí mismo, en el mundo de los objetos y, más tarde, en el de la Historia es donde buscará su origen, su esencia, su secreto. De este cuestionamiento de las prerrogativas y de esta inversión de la relación con el mundo una ética saldrá. Del «grave testimonio» que quería ser la primera Residencia, del «deber original» que para el hombre ella reivindicaba, otros deberes y otros testimonios nacerán. También otra estética. La preeminencia que—desde las ruinas de la ilusión profética—la poética residenciaria concede a las cosas sobre el Verbo, se revelará decisiva para el futuro de la palabra nerudiana. La mantendrá alejada de los espejismos estéticos, y la obligará a hacerse una palabra para los hombres.

Conjuntamente

a esta exigencia emerge la noción de materia de la que haremos la tercera pared de nuestra metafórica residencia. Antes de ser la «madre materia» del Canto general, la materia es, durante largo tiempo, un «tiempo-materia». El lector de las Residencias asiste a

su lento deshacerse de su ganga temporal. El sujeto la intuye primero en la incomprensible resistencia del tiempo que habita los objetos al tiempo que los destruye. La herida temporal se eterniza en desgaste. Una permanencia se afirma en el seno mismo de la destrucción. Se esboza la paradoja de un tiempo victorioso sobre el tiempo por el que las Residencias escapan del nihilismo que las acecha. En los últimos poemas de la segunda Residencia, esta dialéctica halla su encarnación en el mundo natural. Es cuando el sujeto nerudiano realiza aquel gesto que llegará a ser como su firma poética: la inmersión dentro de las cosas, el órfico descenso hacia el corazón de la materia. Esta materia ya no es el tiempo-materia, pero aún no es la materia según la definición histórica e ideológica inaugurada por la Tercera Residencia. Ella es una materia sin el hombre, lo que hemos llamado lo inhabitado. Lo inhabitado está destinado a hallar su superación en el encuentro con el mundo de los hombres, pero permanecerá en el horizonte de la poesía nerudiana como el lugar de la negación saludable: no solo aquel adonde el sujeto acude para deshacerse de su precaridad sino aquel adonde, a partir de los años sesenta, la Historia regresará en pos de una renovación purificadora. La cuarta pared es una ventana. Con Residencia en la tierra la poesía

*Este texto es la “Conclusion” del volumen Alain Sicard commente Residence sur la terre de Pablo Neruda (Paris, Gallimard, 2003, pp. 143-147), traducida especialmente para NERUDIANA por el autor mismo.

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de Pablo Neruda se abre hacia lo otro. Antes, lo otro era lo infinito. Colmaba con una languidez inmaterial el paisaje de los amores adolescentes. Al instaurar la finitud, el tiempo residenciario da a lo otro su rostro más inmediato: el de los objetos, de aquella presencia irreductible que imponen al «torturado poeta lírico» que los contempla con el «párpado atrozmente levantado a la fuerza». La lección que recibe de ellos es de humildad, pero también de humanidad: por el doble desgaste del tiempo y de la mano que ostentan, los objetos se vuelven los mediadores silenciosos entre lo otro material y su vertiente humana.

La alteridad se humaniza, en la primera Residencia, en el encuentro con la Mujer. Pero inmerso dentro de la experiencia temporal—sumergido por ella—el Eros residenciario parece condenado a la insatisfacción y a la inestabilidad. Pocas veces consigue la fusión que lo trascendería en el objeto amado. Sin embargo, en medio de las “furias y las penas”, una sensualidad afirma su imperio que hará más tarde de la Mujer un vector esencial del conocimiento poético. El otro rostro individual de la alteridad es el del Amigo, inseparable de la felicidad de las horas madrileñas que se

trasluce en la segunda Residencia. No casualmente aparece cuando el universo residenciario se urbaniza, y cuando, debajo de la alienación temporal, asoma la alienación social. El sujeto no hallará solamente en el Amigo el calor de la acogida sino una iniciación a las realidades políticas y sociales. Ya se deja escuchar en lo otro el eco lejano de las luchas. Pero aún no ha encontrado su rostro definitivo. Hará falta para ello la tragedia de un pueblo y, bajo las bombas de Madrid sitiada, un nuevo nacimiento. Solo entonces la Residencia sabrá por qué ha sido construida. v

Pablo Neruda, Matilde Urrutia y Alain Sicard. Poitiers, 1965

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Prefacio a la reedición de El pensamiento poético de Pablo Neruda* ALAIN SICARD

¿Piensan los poetas? Pablo Neruda, poeta, piensa que no. Lo dice en una entrevista: «No tengo pensamiento ninguno». Lo repite en su Memorial: su saber es «la pura sabiduría del que no sabe nada». Las cosas saben: el mar, el escarabajo parapetado en su silencio. Las cosas saben y callan. Del silencio de las cosas salen las preguntas. Los poemas. No es otra—cuando la hay—la sabiduría del crítico. No sabe pero pregunta, y erige en respuesta su pregunta llamándola «pensamiento poético». Ya era consciente, en el prólogo que puse en 1977 a este libro, de los peligros que acarreaba su título, el cual imprudentemente le otorgaba un «pensamiento» a un poeta que negaba tenerlo, por lo menos, en el sentido intelectual o conceptual de la palabra. Las justificaciones que entonces avanzaba me parecen, al releerlas con veintiocho años de distancia, si no equivocadas, por lo menos no del todo adecuadas. Lo mismo diría de la cita de Engels sobre idealismo y materialismo que yo hice con provocadora ingenuidad. Al referirme al «pensamiento poético» con criterios que eran, en último análisis, de índole filosófica, me doy cuenta ahora de que yo estaba dando armas al adversario. Sea este nuevo prólogo una oportunidad para volver sobre este concepto recordando brevemente el contexto ideológico y teórico que lo nutría. Las circunstancias de la vida hicieron que este libro se escribiera lejos de las bibliotecas. De allí que me declarara, en aquella época, partidario de una relación casi adánica con el texto litera-

rio. Recuerdo cuán reacio yo era a toda intrusión en el texto literario de conceptos que le fueran exteriores. Cuando empecé mi trabajo, hacia el 63, el terremoto de la ciencia lingüística recién empezaba a sacudir los cimientos de la investigación literaria. No afectó mucho la orientación de mi trabajo, porque, si bien el nuevo credo teórico entraba en consonancia con mi religión del Texto, yo encontraba, con razón o sin ella, sus proposiciones excesivamente formalistas para ser aplicadas a una poesía que no hacía del lenguaje poético su exclusiva preocupación, e incluso no se negaba, en determinadas ocasiones—horror y damnación—a su instrumentalización. Mis preferencias teóricas de entonces iban más bien hacia una rama teórica derivada de la fenomenología del imaginario de Gaston Bachelard: la escuela temática. No creo que los análisis de Georges Poulet, Jean Starobinski o Jean-Pierre Richard hayan dejado una huella identificable en mi manera de aproximarme a la obra del poeta chileno, si no es un inconfesable desprecio—muy de moda en aquellos tiempos—hacia la investigación biográfica. Pero sí mi deuda es fundamental hacia los pioneros de esa «nueva crítica», como decíamos entonces, en cuanto me enseñaron a contemplar la obra literaria como una totalidad textual orgánica. El primer sentido que tuvo para mí el concepto de «pensamiento poético» fue indudablemente este: la evidenciación de una unidad profunda bajo los accidentes de la cronología y de la historia.

Esta visión unitaria de la obra implicaba una reevaluación de lo que se suele llamar el cambio del 36. La empresa era difícil, y la sigo considerando como la piedra de tope para toda investigación de la poesía de Neruda. Entrañaba un doble peligro. Convertir en dogma la ruptura decretada por el propio poeta—«el mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado»—era caer en la guerra estéril que se libraban en aquella época (no estoy seguro de que haya terminado) los contemptores y los turiferarios de la poesía iniciada por la Tercera Residencia, y era renunciar a mi postulado unitario. Pero, al revés, borrar el carácter decisivo de la ruptura era, no sólo hacerse cómplice del prurito de desideologización que se observaba en ciertos sectores de la crítica, sino cortar la poesía del chileno de lo que iba a ser hasta el final una de sus bases nutricias: la historia. Intenté abrirme un camino entre estos dos escollos. Pensar dialécticamente la ruptura y su contrario fue mi primer desafío al enfrentarme con el concepto que me parecía darle a la obra—por lo menos en su época madura—esa coherencia interna que yo buscaba: el concepto de materia. Los años de escritura de mi libro, además de haber sido para mí años de formación teórica, fueron los años de mi aprendizaje político e ideológico. La guerra de Argelia, en la que me había tocado participar, no había hecho sino fortalecer mi reciente adhesión a la ideología comunista. Esto para explicar que el materialismo histórico no podía estar ausente de mi tentativa de

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definición del materialismo nerudiano. Pero pronto me di cuenta de que, si bien las ideas de Marx me permitían hacer una lectura más completa de algunos aspectos de la obra posterior a la guerra de España, contradecían la exigencia—para mí prioritaria—de sacar a relucir la unidad profunda de la obra más allá—o más acá—de toda conciencia ideológica. La referencia marxista me permitía pensar la ruptura, pero constituía un obstáculo para pensar la continuidad.

Para tratar de resolver esta contradicción, tomé como hipótesis de trabajo la existencia en la poesía anterior a “España en el corazón”, concretamente en Residencia en la tierra, de elementos—internos a la obra—que hubieran hecho posible el cambio del 36: gérmenes de un materialismo que se ignoraba a sí mismo y luego adquiriría un nuevo contenido al calor del compromiso histórico. El examen que hice del fenómeno temporal en la primera Residencia me reveló la emergencia de una

materia embrionaria y como generada por el tiempo. Pero, en los “Tres cantos materiales” de la segunda Residencia, la «Madre materia» confesaba su nombre. En su «catedral dura» un sujeto se arrodillaba «golpeándo(se) los labios con un ángel». De su oración un extraño materialismo nacía. Esta etapa fue decisiva en la evolución de mi trabajo. Pero, cuando, meses después, estuve redactando los capítulos sobre la infancia, la muerte y el océano—que constituyeron la quinta parte del libro—tuve que admitirlo: lo que había germinado en las Residencias no era el materialismo histórico al que el poeta iba a adherir pocos años después, sino un materialismo de una índole radicalmente diferente, e incluso antagónica. No existía, como lo había supuesto, un vínculo subterráneo ente la materia residenciaria y la materia épica del Canto general. La materia elaborada en el crisol sombrío de Residencia en la tierra—y que iba a perdurar en la poesía del chileno hasta en sus últimos libros—no se definía en térmi-

nos socio-económicos sino en términos existenciales. Era a-histórica: echaba sus raíces en la espesura de la provincia de la infancia o en la contemplación del océano. La llamé lo deshabitado. He decidido reeditar este libro escrito, si recuerdo bien, entre el 64 y el 76, sin cambiarle una sola línea porque mi opinión no ha cambiado: habitar lo deshabitado sigue pareciéndome la utopía poética que, debajo y al lado de la utopía revolucionaria, funda el materialismo nerudiano. En alguna parte Neruda dice que atesora las equivocaciones de su canto. Lo podría decir de las de mis trabajos. Ellas fueron mi paradojal brújula en el azaroso camino que seguí durante aquellos años en busca del más comprometido y del más secreto, del más fraternal y del más solitario de los poetas. v

*En proceso de reedición por Santiago de Chile.

Hernán Loyola, Alain Sicard. 1991

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LOM

Ediciones,


La Cena del Poeta metapoética del comer y del beber en Pablo Neruda ALAIN SICARD a Naín Nómez La mesa está puesta donde está ---Efraín Barquero …le pain tendre, le lait plat. ---Paul Valéry

A

demás de contribuir al talle y a la fama gastronómica del autor de Comiendo en Hungría—libro por cierto prescindible—el comer y el beber han llegado a ser elementos insustituibles de la idiosincrasia nerudiana1. Intentaré mostrar que ello no se debe solo a la gula del interesado—aunque este aspecto no debe ser descartado—sino a lo que llamaré la función metapoética de estas dos actividades: al modo cómo metaforizan, dentro de la poética del vate, la voluntad de encarnación mítica del mundo que define al sujeto poético nerudiano. Una constatación se impone como preliminar a nuestro tema: el beber y el comer son actividades paradigmáticas de aquel dato fundamental de la poesía de Neruda que es la sensualidad. Son innumerables en la poesía del chileno los ejemplos de un puro regodeo sensual. Pero la sensualidad tiene en él otro alcance y otra ambición. Sería fácil mostrar con más espacio que pocas veces Neruda se refiere a un elemento de la naturaleza sin evocar la totalidad material donde tiene su origen. Así, no sube el maíz de la tierra sino que «sube la tierra por el maíz buscando / lechosa luz, cabellos, marfil endurecido»2. De igual manera la sal: «la mínima / la minúscula / ola del salero / nos enseña / no sólo su doméstica blancura / sino el sabor central del infinito»3. En cuanto al vino, cuyo estatu-

to de elemento ya había sido celebrado en la segunda Residencia en la tierra, ¿cómo entender, en la “Oda al vino”, su sorprendente calificación de «vino encaracolado» sin tomar en cuenta la estirpe marina que le otorga el poeta en otro verso del mismo poema? Resumiendo: la sensualidad nerudiana no es el simple vector del placer hedónico: lo trasciende para fundar una gnosis de un tipo muy particular que Neruda define como la «pura sabiduría / del que no sabe nada».4 Añadiríamos, recordando el intitulado del presente coloquio: la sabiduría del que no sabe nada y lo saborea todo. Para saber el mundo, saborearlo, y para saborearlo, ingerirlo; equivale a decir: contemplar el beber y el comer como gestos de apropiación simbólica del mundo, e inscribirlos dentro de una poética de la identificación.

He tratado en otros lugares5 de esta poética que tiene su origen en el descubrimiento infantil de la selva austral, la «espesura», como suele llamarla Neruda. El poeta ha narrado de modo recurrente la experiencia—que tengo por iniciática—del extravío6; del perderse «en la más oscura / entraña de lo verde»7, mientras el padre y sus compañeros trabajan en la vía de ferrocarril. El tema de hoy incita a cotejar esta experiencia con otra—también infantil

y también simbólica de la identificación—que Neruda narra en un texto en prosa de 1938, titulado “La copa de sangre”. El poeta yuxtapone dos recuerdos. El primero es el de una fiesta en la que sus tíos llevan a la boca del niño-poeta una copa llena con la sangre de un cordero recién degollado. En el segundo recuerdo, el poeta, ya adulto, presencia en el cementerio de Temuco el traslado de los restos de su padre a otro nicho, y ve caer del ataúd cantidades interminables de aguas acumuladas en él por el invierno austral. Como lo sugiere la frase final del texto, la secreta relación entre ambos recuerdos está en la revelación que tuvo entonces el poeta de su «conexión interminable con una determinada vida, región y muerte».8 Beber la sangre del cordero sella simbólicamente una pertenencia esencial. Estamos ante otra versión de la identificación ejemplificada en poemas como “La tierra austral”9 o en “Entrada a la madera”10. Pero, a diferencia de lo que pasaba con la identificación selvática, el sujeto poético de “La copa de sangre” no se disuelve dentro del mundo natural, sino que se adueña de él, lo ingiere. Es posible encontrar la confirmación del alcance metapoético de tal gesto en el poema liminar del Canto general, “Amor América”. En la estrofa final, por medio de la homonimia entre la copa de beber y la copa 23


del árbol, dos simbólicas se conjugan para decir la comunión exaltada del sujeto con la historia y la geografía americanas: Tierra mía sin nombre, sin América, estambre equinoccial, lanza de púrpura, tu aroma me trepó por las raíces hasta la copa que bebía, hasta la más delgada palabra aún no nacida en mi boca.11

El último avatar de la copa iniciática lo encontraremos en otra sección del Canto general, el “Canto general de Chile”: Y no es vino el que bebo sino tierra, tierra escondida, tierra de mi boca, tierra de agricultura con rocío, vendaval de legumbres luminosas.12

La copa ha desaparecido, pero se ha cumplido el último estadio del rito identificador: la licuefacción de lo elemental en vino, en poema13.

Un pasaje de Confieso que he vivido resume todo lo que acabamos de decir sobre aquella ingestión nerudiana del mundo: Soy omnívoro de sentimientos, de seres, de libros, de acontecimientos y batallas. Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar14.

Retrato del poeta como ogro. Su apetito rebasa la escritura propiamente dicha. Neruda no creía en la inspiración. Decía que era una invención de los poetas. Creía en la poesía como acto de apropiación permanente del mundo. En una página de Confieso que he vivido explica que el poeta debe tener siempre a disposición, «digamos en su bolsillo, para cualquier emergencia», reservas de emociones y de sensaciones a las que acudir en el momento de la escritura. Este método encuentra en el mercado su terreno de elección. Es poco decir que al vate le gusta24

ban los mercados: les tenía una verdadera adicción. Perdónenme por traer aquí recuerdos personales. Entre los restaurantes parisinos a los que Neruda nos llevaba, allá por los años sesenta, su predilecto se llamaba “Le pied de cochon”.15 Era su querencia, por un motivo sencillo. En aquellos tiempos, el mercado principal—Les Halles, immortalizado por Emile Zola—aún no había emigrado a La Villette, en las afueras de la capital. El vientre de París se hallaba, por decirlo así, en su corazón. Ahora bien: “Le pied de cochon” daba al famoso mercado, y después de cenar dábamos—a las altas horas de la noche, o, mejor dicho, a las más matutinas de la mañana—un paseo ritual por las bulliciosas galerías del mercado. Allí entendí lo que era para Neruda el Mercado—sea de París, de Argüelles o de Valparaíso—: la cornucopia de la naturaleza milagrosamente derramada y puesta al alcance de todos, la totalidad entregándose, a horas fijas y en un sitio determinado, al paseante, al Poeta. Del mercado se podría decir lo que, en alguna parte, Neruda dijo del queso: «No vino aquí sólo para venderse: / vino a mostrar el don de su materia»16. En las conversaciones que tuve con Neruda, pocas veces hablábamos de poesía. La literatura no era su tema preferido—y menos aun la que él escribía. Pero me tocó algo más importante: en aquellos paseos por Les Halles o en Saint-Ouen adonde íbamos a Las Pulgas17, vi al ogro en su guarida, lo vi almacenar sensaciones, materiales de toda clase, guardarlos en aquellas reservas interiores de las que tomaba cuando, sentado delante de la página blanca, desarrollaba la serpiente verde de su escritura. Muchos han descrito a Neruda como un ser ensimismado. No era exactamente eso: se ensimismaba fuera de sí mismo, penetrando las cosas «en un gesto de arrebatado amor»18, en una apropiación callada donde germinaba la palabra.

Después de las cosas, las palabras; después de las compras, la cocina. El poeta experimenta ante las palabras la misma golosía sensual que ante los frutos del mercado, pero a la contemplación ensimismada ha sucedido la fiebre del cocinero: Persigo algunas palabras…son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema…las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas…y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto…19

Liberar la palabra, ¿qué significa dentro de un credo realista que era el del poeta? Contestar esta pregunta no llevaría a una reflexión sobre el realismo nerudiano que necesitaría más tiempo y más espacio. Baste por ahora comprobar, en la lectura de este pasaje, que dicho realismo se funda no solo en una trasmutación de lo elemental en palabras, sino en su encarnación por este ser de lenguaje que es el Poeta. He escrito en otra parte20 que de lo que se trata era de una material—y materialista—transubstanciación. Neruda era ateo por los cuatro costados, y estoy consciente del carácter de ingenua provocación que tenía el empleo de tamaño concepto. A pesar de todo, quiero agravar mi caso convidándolos, para terminar, nada menos que a la Sagrada Cena. Como no soy Leonardo, pocas frases bastarán. Neruda detestaba comer solo, y, si escribía solo, era en presencia de aquel invisible destinatario que él llamaba el pueblo. El canto y la comida existen para ser repartidos, compartidos. Neruda titula “El canto repartido” su epílogo a Las uvas y el viento. “El cuerpo repartido”—con unas comillas que me parece importante subrayar—es el título que encabeza un capítulo de Confieso que he vivido. El canto repartido. El


cuerpo repartido. ¿El canto como cuerpo repartido? Sentémonos a la mesa de la Cena. Sobre “el gran mantel”21 está el pan, «fácil» y «profundo»22. A su lado, irradia su color «la luz de una botella / de inteligente vino»23. Pero, a través del pan y del vino, todo cuanto se come y se bebe ha sido aquí convocado. Asusta—tal vez en un primer tiempo molesta—que, como el Cristo en el famoso cuadro, el Poeta esté sentado en el centro. Pero notamos que quienes lo rodean no son doce apóstoles, sino un sinnúmero de amigos desconocidos— que por supuesto no caben en el lienzo. Entonces entendemos que la posición central del anfitrión no tiene otra función que aquella, utópica, de reunirlos, de compartir con todos la belleza del mundo que él hizo su carne, su Poesía. v

NOTAS: 1 Incluso en el aspecto físico. Neruda cuenta: «Hace años, en 1938, el poeta español Alberti y yo vivíamos en el segundo piso de una librería, en París. En la ventana se mostraban las abun-

dantes obras de Victor Hugo. Al bajar a nuestro paseo diario por los quais de la Seine teníamos por costumbre medir nuestra silueta contra aquellas ilustres Oeuvres complètes. Rafael, desalentado, exclamaba: --Ya estoy pasando al quinto tomo de Los miserables. Y yo, a mi vez, después de controlarme, le respondía: --No he aumentado. Alcanzo sólo a Notre Dame de Paris. Según Rafael esta es la época de los poetas gordos como él, como Nezval, como Guillevic, vates de buen apetito como Éluard, y siempre capitanes y corifeos del vino. El tiempo de los pálidos y delgados portaliras fue el siglo XIX con la lira desnutrida que suspiraba en forma sublime.» (Comiendo en Hungría, en OC, V, p. 85. Cito por OC = Obras completas, edición Loyola en 5 vols., Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999-2002). 2 “Los frutos de la tierra”: Canto general XV, en OC, I, p. 828. 3 “Oda a la sal”: Tercer libro de la odas, en OC, II, p. 605. 4 “La poesía”: Memorial de Isla Negra, I, en OC, II, p. 506. 5 Alain Sicard: “El yo nerudiano” en El mar y la ceniza. Nuevas aproximaciones a la poesía de Pablo Neruda (LOM, Santiago de Chile 2011). 6 “La tierra austral”: Memorial de Isla Negra I, en OC, II, p. 1149. 7 Ibíd. 8 “La copa de sangre”, en OC, IV, p. 417. 9 “La tierra austral”: Memorial de Isla Negra I, en OC, II, p.1149).

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y hagamos fuego, y silencio, y sonido y ardamos, y callemos, y campanas. --- de “Entrada a la madera”: Residencia en la tierra II, en OC, I, p. 324. 11 “Amor América, 1400”: Canto general, I, i, en OC, I, p. 417. 12 “América”: Canto general VI, en OC, I, p.636. 13 Es el tema de la “Oda a Pablo Neruda entre sangre y vino” que Miguel Hernández dedicó en 1935 a su amigo chileno. 14 Confieso que he vivido II, en OC, V, p. 691. 15 El restaurante ha resistido, con el mismo nombre, a la destrucción del mercado y a su sustitución por galerías comerciales 16 “Atención al mercado!”: Memorial de Isla Negra V, en OC, II, p. 1312. 17 “mercado persa” dicen los chilenos. 18 “Sobre una poesía sin pureza” (1935). 19 “La palabra”: Confieso que he vivido, en OC, V, p. 454. 20 El mar y la ceniza (op.cit., p. 168). 21 Es el título de un poema de Estravagario, en OC, II, p. 637. 22 “Oda al pan”: Odas elementales, en OC, II, p. 182. 23 “Oda al vino”: Odas elementales, en OC, II, p. 255.

25 Neruda, Matilde, Sicard y Claudette. 1964


Retrato del abuelo como niño* ALAIN SICARD

para Hernán

E l abuelo había pasado los setenta cuando, invirtiendo los papeles, los animales llegaron y abrieron las puertas de la jaula. Su vida había sido escudriñando con sus ojos de miope lo que con profesoral énfasis llamaba el pensamiento del Poeta, y—¿por por qué tan tarde?—se le caían los lentes y empezaba a leer con ojos de niño. «Con la sabiduría del que no sabe nada» hubiera dicho el Vate. La jaula se abrió, y el abuelo-niño salió a jugar con Pablo, a interrogar un poema como si fuera cualquier escarabajo hallado en el bosque, a llenarse los bolsillos con objetos inservibles que antes llamaba metáforas, a conversar con esos animales de papel que le abrieran las puertas de los ojos para que descubriese un mundo desnudo y puro. Cree recordar que primero fueron los pájaros. Arte de pájaros, libro que sus ojos de antes habían leído sin leerlo, se le antojó un libro maravilloso. Oyó cantar el chucao. Fue un lector-árbol cubierto de chercanes. Integró la misteriosa flecha de las migraciones. Pero, por motivos que se entienden, menos le costó ser aquel gato durmiendo enrollado en «la larga cuella de su cuello». No se sabe si tiene fin esta historia del abuelo que se hizo niño para jugar con Pablo. Lo saben los animales, y lo sabe el silencio. *Texto inédito. Resultado imprevisto de haber pedido a Alain algunas líneas acerca de su reciente antología Neruda para niños (Lima, Editorial Cátedra Vallejo, marzo 2015, con bellísimas ilustraciones de Carlos Nava Marchena): selección de poemas de Neruda dividida en tres secciones: Animales de la Tierra—Animales del Agua—Animales del Aire. Como por fortuna Alain me envió un texto (el precedente) que no correspondía exactamente a lo que yo le había pedido, me hizo llegar horas después el espontáneo Post scriptum que sigue.—HL

Post scriptum Me estoy dando cuenta de que estas líneas corresponden mal a lo que me había pedido Hernán que hiciera: una breve presentación y justificación de cierta tendencia mía que él llama lúdica, e incluso posmoderna, en mis escritos más recientes. Lo de posmoderno me asusta un poco por ser poca mi adicción a las teorías literarias. Lo cierto es que desde algunos años el discurso académico—¿saturación? ¿pereza? ¿o simplemente la edad?—me pesa un poco, por más respeto que le siga teniendo. Además me fui convenciendo de que la forma breve era la más adecuada a mi temperamento. Jugar ha sido otra manera de combatir la solemnidad que siempre acecha. Pocos poetas se prestan tanto como Neruda a una manipulación lúdica de su poesía. El resultado ha sido un conjunto de juegos poéticos titulado Jugando con Pablo que está esperando un editor. En la misma situación se encuentran un Gran bestiario, del cual el librito peruano Neruda para niños es una derivación, y una antología de los treinta y siete poemas que Neruda dedicó a poetas de todas las partes del mundo, poetas acompañados de una breve nota de presentación y de una muestra de su poetizar. Poitiers, 1 de octubre, 2015.

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Neruda y el fútbol ALAIN SICARD

H

abía viajado a Lima contestando a una invitación de la Feria Internacional del Libro. Una joven periodista se presentó en el hotel de Miraflores donde estaba hospedado para pedir una entrevista. Tenía cara de chilena. Se lo dije, y ella se puso muy contenta porque proyectaba algo sobre Neruda para su maestría. Antes de irse me dijo que al día siguiente llegaría una colega suya para hacer unas fotos. Llegó. Era una mujer ya entrada en edad, flaca y nerviosa, baja de estatura, desaparecida casi bajo los bultos de su oficio. Le encontré un aire de ratoncito acorralado. Me propuso salir al parque cercano para sacar unas fotos al aire libre. Terminada la sesión, regresamos conversando, y ella me preguntó a qué había venido a Lima. Le dije que para presentar en la Feria un ensayo sobre la poesía de César Vallejo (beatitud en la cara del ratoncito), y una pequeña antología de Neruda para los niños. Al oír el nombre del vate el arrobamiento ratonil se trocó en un gesto de rechazo cuya violencia me dejó sorprendido. Seguimos hablando de una cosa y de otra hasta la puerta del hotel. Como cierta confianza se había instalado entre nosotros, le pregunté, en el momento de despedirnos, por qué había manifestado tan vehemente hostilidad sólo al escuchar el nombre del poeta chileno. Me dijo que por el fútbol. Notando mi asombro, ella explicó que era fanática de fútbol, que asistía a todos los partidos, que se sabía de memoria al nombre de todos los jugadores, que incluso era capaz de recitarme la composición del equipo del Paris–Saint Germain. Ante mi cara cada vez más atontada, cerró aquel paréntesis erudito, y me contó que, unas semanas antes, había sido espectadora de un encuentro entre no sé cuál equipo chileno y un equipo peruano, y que (aquí el nombre de un jugador chileno que no quiero recordar) había hecho (aquí un término técnico que excedía mis conocimientos pero que entendí que era una imperdonable mariconada) contra un jugador peruano (aquí un hijo de Atahualpa cuyo nombre tampoco quiero recordar). De modo que: «¡bueno!…» era evidente para ella que esto bastaba y sobraba para que el autor del Canto general quedara definitivamente excluido de la cancha de la poesía universal. Me quedé pensando cuán ingrata podía mostrarse la realidad hacia los poetas realistas, pero me contenté con decirle, fingiendo cierto alivio, que yo creía que era por la guerra del Pacífico. «No», me contestó, «en aquella época yo no había nacido». A la torta le faltaba esa guinda. v 1 Sicard, Droguett, Moreno, 1999. 2 A la izquierda Sicard, a la derecha Moreno, 2004.

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El lugar de Alain Sicard GREG DAWES North Carolina State University at Raleigh

E

l magnum opus del gran crítico francés Alain Sicard, El pensamiento poético de Pablo Neruda, se escribió, según el propio autor, a lo largo de una decena o más de años y más aún desde comienzos de los 60s hasta mediados de los 70s.1 Lo más remarcable es que no se haya embebido del postestructuralismo tan de moda en Francia en esa época y sobre todo después de mayo 1968 y que haya ofrecido un modelo teórico y crítico marxista que sigue asombrando por su envergadura hoy en día. Es decir que se publicó, primero como tesis doctoral en 1977 y luego como libro en español en 1981, a contracorriente de las teorías tan en boga en Francia y la estílistica todavía hilvanada en la época post-franquista en España. Y ahí está, décadas más tarde, como referencia indispensable para cualquier lector interesado en la obra de Neruda gracias a su alcance y su profundidad insuperables. Solo una formación intelectual y política muy seria pudo resistir las tentaciones de entregarse al posestructuralismo por un lado y a la estilística por otro. Pensar que Sicard estaba en pleno proceso de investigación sobre Neruda en el momento en que se dio la cuasi-revolución, fundamentalmente estudiantil, en Francia en 1968 y que incluía—a pesar de sus méritos—una mezcolanza de anarquismo, socialismo, maoísmo e individualismo. Y pensar que después de la derrota del movimiento viniera a continuación una nueva ideología académica promovida principalmente por aquellos profesores y estudiantes que, según Terry Eagleton, nunca participaron de

forma militante en esa rebelión. De las calles se pasó al estudio minucioso de la inestabilidad del lenguaje, de la comunicación como tal y del sujeto; de la oposición al poder del Estado bajo el capitalismo se pasó a las posibilidades “subversivas” del lenguaje.2 Había que mostrar algo que parecía elemental: que el sujeto nunca capta en su plenitud absoluta al objeto. Y eso, se pensaba, era algo provechoso: se podía explorar sin fin la pluralidad del signo lingüístico y más aún, “matar” al autor y entregarle al lector el poder de crear.3 Había que subrayar la inestabilidad del lenguaje y combatir (en las aulas universitarias) todo intento de hacer sentido de la estructura política y económica porque, si no, se corría el riesgo de darle paso al autoritarismo. A la larga, como lo han demostrado Aijaz Ahmad4 y el mismo Eagleton, esa fue una manera de evadir lo político, cosa que se confirma en Francia pero también en Estados Unidos en esa época (con la llamada Escuela de Deconstrucción de Yale).

Más sorprendente aún es que El pensamiento poético de Pablo Neruda haya sido publicado en España por Editorial Gredos, y en la serie Biblioteca Románica Hispánica (a cargo de Dámaso Alonso) que en esa época, como hoy, se dedicaba a publicar estudios de filología hispánica—y en ese sentido no distaba mucho de la New Criticism que tuvo tanta influencia en Estados Unidos en los años 40 y 50. Hasta la muerte de Franco, y aún en los años subsiguientes, publicaba monografías que abocaban a la coyuntura

de la literatura y la historia de la literatura y sus movimientos, y no solía ir más allá. Tal vez haya sido señal de la transición a la democracia publicar el libro capital de Sicard. Efectivamente, en el prólogo Sicard se posiciona con y en contra de la crítica dominante de la estilística. Por una parte, se propone abarcar toda la obra de Neruda y hacer una lectura detenida de los poemas individuales y de los poemarios. Por otra parte, esto se compagina necesariamente con el pensamiento poético y político-filosófico del vate, las épocas históricas, la geografía y demás temas. Y es así, sostiene Sicard, porque la poesía de Neruda es netamente meditativa, estriba en el pensamiento reflexivo. «Incluso en sus textos más herméticos,» dice el crítico francés, «como Tentativa del hombre infinito o ciertos poemas de Residencia en la tierra, la relación con las palabras no prevalece sobre la relación con los seres y las cosas» (10). Sicard está plenamente consciente de que lo que reina en España es la filología y de forma socrática presenta su contrapunto. Pero la clave es combinar el análisis exhaustivo de los poemas individuales con el análisis del sistema de pensamiento poético, político y filosófico del poeta. Bien puede haber sido decisivo a la hora de publicar este estudio crítico. De esa manera, Sicard logra soslayar el posestructuralismo y la estilística en una época en que se siente su poderosa influencia en las universidades en la Europa Occidental, Estados Unidos y América Latina, y emplea un sofisticado método marxista para en-

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tender la evolución hacia el materialismo y el marxismo en Neruda. No todo lo que luce es oro. Sin duda, no dejarse llevar por lo que estaba en el aire en los años 60 y 70 entre los integrantes de la izquierda no-comunista se debió, en buena medida, al golpe de estado en Chile en 1973—acontecimiento trágico que no dejó que los militantes serios desviaran la mirada del socialismo—y a la militancia de Sicard, siempre un pensador autocrítico, en el PCF (y más tarde como compañero de ruta).

Su ambiciosa obra hace un estudio minucioso y diacrónico del pensamiento y la poesía de Neruda hasta 1936, para enfocar después los conceptos clave que rigen el pensamiento del poeta. Emprende el análisis en la primera parte, “Génesis del pensamiento poético”, con la búsqueda de una voz propia por parte de Neruda en la encrucijada que es la tradición poética, la naturaleza y el amor en Crepusculario, El hondero entusiasta, Veinte poemas…, Tentativa del hombre infinito, El habitante y su esperanza y cerrando con Residencia en la tierra. Esto trazaría las líneas de un materialismo inicial que se fundamenta en su observación de la objetivación del tiempo en la naturaleza. Sin embargo, la tentativa tan anhelada de escribir una obra total no se cumple en esta fase de la obra nerudiana. Sí se va elaborando de manera singular, tanto en la obra del crítico como en la de Neruda, a partir de la segunda parte (“El proyecto nerudiano”). Es ahí donde Sicard retoma conceptos marxistas de lo general y lo concreto, las contradicciones compenetradas, el movimiento dirigido reconocido de manera consciente, y los temas dialécticos para demostrar cómo operan orgánicamente en la obra del vate. De las reflexiones y análisis sobre el método que predominan en esa parte pasa a la tercera, que versa sobre “El poeta y la historia”. En la obra que va de España en el corazón al Canto 30


general se va desarrollando ahora la conciencia política e histórica que solo existía de manera embrionaria en los poemarios anteriores. Eso da paso a la cuarta parte que se dedica a la poesía escrita después del «cambio de 1958». En esta parte se centra en el cambio y la continuidad entre las obras hasta esa fecha y después, la recuperación de la soledad como noción y estado positivos, y la memoria, la fragmentación y el olvido.

Nada

más natural que pase en la quinta parte a explorar el enfrentamiento con—y la indagación del poeta en—lo deshabitado. Con gran detalle aborda los temas transversales de la infancia, la muerte y el océano en cuanto nodos de la identidad del Neruda después de 1956. Como contraparte, escribe sobre los poemarios dedicados al amor después del cambio: Cien sonetos de amor, Memorial de Isla Negra, La espada encendida e incluso Los versos del Capitán. Los amores vienen a ser entonces la manera en que se puede lidiar y convivir con el tiempo y la historia. La última parte, “La poética nerudiana”, vuelve al punto de inicio del libro de Sicard para demostrar cuánto se ha destacado la ruptura y la continuidad

con la obra anterior a 1958. El método de Neruda alcanza su madurez, cosa que se aprecia en el «canto material» y en el «trabajo poético». Estudio crítico que pretende abarcar la totalidad de la obra nerudiana para así sorprender en ella la «ambición totalizadora» del bardo, resulta ser de los más profundos y finos estudios sobre Neruda desde la perspectiva ideológica que se quiera. Lo decía Jaime Concha en 1977: En suma y para finalizar ya: por lo vasto de su plan; por el rigor de su razonamiento crítico que combina el estilo filosófico con una aguda sensibilidad para los detalles de la imaginación; por su conocimiento exhaustivo (hasta donde esto es humanamente posible) de los textos nerudianos y de la bibliografía secundaria; por su misma calidad polémica, que fija con nitidez deslindes y convergencias; por todo ello, estamos sin duda, con esta obra de Sicard, ante la publicación más importante aparecida hasta ahora sobre la producción de Neruda.5

Aparte de ese gran estudio, hay que agregar los libros El mar y la ceniza, Nuevas aproximaciones a la poesía de Pablo Neruda6, Residence sur la terre de Pablo Neruda y con Fernando Moreno, Diccionario del Canto general de Pablo Neruda7 (París: Ellipsis, 2000); cuantiosos y penetrantes artícu-

los sobre Vallejo, Roa Bastos, Cortázar, Droguett, entre otros, y las muchas ediciones que publicó como director del prestigioso Centre des Recherches Latino-Américaines en la Universidad de Poitiers. Con todo, podemos concluir que Alain Sicard cuenta como uno de los grandes críticos marxistas de la literatura latinoamericana que ha dejado su huella imborrable en mi generación y en las posteriores. v

NOTAS: 1 Ver el prólogo de El pensamiento poético de Pablo Neruda (Madrid: Editorial Gredos, 1981). 2 Terry Eagleton, Literary Theory: An Introduction, segunda edición (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1996), 112, 123. 3 Ibid., 115-116. 4 Aijaz Ahmad, In Theory: Classes, Nations, Literatures (London/New York: Verso, 1992). Ver “Introduction: Literature Among the Signs of Our Time” y el capítulo 1, “Literary Theory and ‘Third World Literature’”. 5 Jaime Concha, “Neruda visto por Sicard”, Ideologies & Literatures, vol. 3, no. 12 (MarchMay 1980): 160. 6 Santiago de Chile: LOM Editores, 2011. 7 París: Gallimard, 2003.

31 Alain Sicard y Hernán Loyola. Siena, 1983.


Neruda Requiem Æternam DOMINIQUE CASIMIRO Université d'Artois In Memoriam Claudette Sicard

La rosa separada, Jardín de invierno, 2000, El corazón amarillo, Libro de las preguntas, Elegía, El mar y las campanas, Defectos escogidos. Ocho poemarios. 222 poemas. 5031 versos componen estas obras llamadas póstumas que, más que ningún otro de los poemarios de Pablo Neruda, llevan el sello indeleble de la inminencia de la muerte. ¿Testamento literario? ¿Testamento humanista de un ser que tan solo pretendía celebrar 70 años de una vida llena e intensa? Sea lo que sea, y apartando la fuerza irrisoria de la Historia que precipitó a un poeta y a todo un país hacia «el silencio implacable» (“Inicial”, in El mar y las campanas, v. 13), esta obra última resulta forzosamente la conclusión de una trayectoria poética cuyo objetivo era sonar—y seguir sonando—más allá del tiempo, más allá del espacio, en una Arcadia situada precisamente en este entre dos olas del Océano Pacífico, dos olas suspensas fuera del movimiento. «Por el cielo, hacia el Sur, hacia el silencio» (“El pasado”, v. 8), lee el lector de Pablo Neruda en el poema LVIII que concluye Las manos del día (1968). Tratar de la muerte en el mismísimo instante de su propia muerte puede asemejarse a una apuesta que solamente la poesía podría permitir conseguir. En el umbral de la muerte, en el ahora del antes de la muerte, el sujeto nerudiano demuestra la potencia de modulación de su voz decidida a colocarse, gracias a su trabajo de creación poética, en el quicio que existe entre vida y muerte. Esta escritura será, desde luego, una escritura del dolor y la urgencia: «Hora

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por hora no es el día, / es dolor por dolor» (“Inicial”, El mar y las campanas, v. 13) ¿Cómo la escenificación de un sujeto entre vida y muerte no podría sino tener incidencias en la arquitectura acústica de estos ochos poemarios? Es más, ¿cómo la escenificación de un sujeto al borde del abismo definitivo no podría sino tener incidencias sobre la representación del tiempo que estos libros brindan ya que escritos en el umbral de la muerte? Estas primeras interrogaciones aparecen sintetizadas por algunos versos del poema XIX de Elegía que constituyen, creemos, el mismo núcleo de nuestra problemática: «Y la pregunta para todo humano / es saber si se agota el mineral, / esa condición del alma, / si persiste después como raíz, / como bloque enterrado / o si se fue con los que ya se fueron?» (vv. 5-10). Ser «un silencio entre una y otra ola» (“Otoño”, Jardín de invierno, v. 23), entre el Aquí y el Ahí, entre el ahora, el pasado y el futuro. Ser una inflexión de la voz que dure lo que dura en música una pausa. Tal parece ser la respuesta formulada por el sujeto nerudiano a la anterior pregunta. Conseguir suspender la voz poemática—la voz que nos habla desde y en el poema— hasta que llegue un lector decidido a reactivar esta «voz del infinito» (ibíd., v. 27) situada en los limbos, un lector o un músico.

El compositor e intelectual griego Míkis Theodorákis (1925) supo instalar la voz poemática nerudiana en la eternidad a la que siguió aspirando Pablo Neruda, que al final es la eternidad a la

que aspiran todos los poetas. En 1971 el compositor crea Oratorio. Canto general, una ópera que, además de ser la interpretación musical de Canto general más relevante que se haya podido realizar, es la única en aceptar llevar a cabo la misión acústica que se había asignado Pablo Neruda. En aquel entonces, bajo invitación del gobierno de Salvador Allende, Míkis Theodorákis vivía exiliado en Santiago donde presidía el declarado ilegal Frente Patriótico, y donde llevaba la lucha contra la Dictadura de los Coroneles (1967-1974). Un año antes, en 1970, el hombre había coincidido en París con el que fuera entonces embajador de Chile, Pablo Neruda. De este encuentro y de una lectura siempre centrada hacia la materialidad acústica de la poesía, nació Oratorio. Canto general, traducción a música de varios poemas de Canto General, elegidos por el mismo Pablo Neruda, quien le señaló al compositor griego los poemas que quería que formaran parte del oratorio (“Emiliano Zapata”, “Lautaro” y “Sandino”). Para materializar la musicalidad de Canto General, Míkis Theodorákis incluye en su obra varios coros, dos pianos, tres guitarras, un contrabajo y seis percusionistas que, se supone, tendrían que tocar un sin números de composiciones, por no decir todas. Es que el presupuesto no daba para más. Tres voces sostenían el proyecto: la contralto griega María Farantoúri, la cantante y activista finlandesa Arja Saijonmaa —amiga de toda la vida de Olof Palme—, el cantante griego Petros Pandis. Y llegó el dichoso 11 de septiembre.


Y se nos fue Pablo.

Entre

las interpretaciones más esperadas por el público encontramos una pieza creada en 1982, después del primer estreno de Oratorio. Canto general y, por cierto, años después de la muerte (física) del poeta: Neruda Requiem Æternam. En palabras del propio Míkis Theodorákis, el propósito era homenajear a Pablo Neruda no con la clásica misa de difuntos sino con un ruego por el pensamiento poético—hubiera dicho nuestro amigo Alain Sicard—del hombre fallecido hacía ya casi diez años. Cuatro voces—altos y bajos—vienen a complementar el trabajo vocálico realizado por María Farantoúri y Petros Pandis y hacer que de esta manera se consigan todos los rangos de la voz humana. Si nos fijamos en la partitura de esta pieza, leemos las indicaciones de Míkis Theodorákis que exige de esas voces que hagan que suene fortissimo (ff) el nombre de Neruda y que coincida este con la palabra Requiem, como si se tratara de un bajo continuo para 1/5 de los altos y bajos. Ahora bien, este anhelo de resonancia viene materializado en este réquiem profano por el uso, poco frecuente en las óperas, de una campana. En efecto, una campana viene a pautar esta pieza a partir de la medida 127 donde un fa menor suena y viene a oscurecer, por su gravedad, el final de la pieza. En la trayectoria poética de Pablo Neruda, las campanas—las mismas que encontramos en el título de uno de los poemarios póstumos: El mar y las campanas—aparecen en la partitura de Neruda Requiem Æternam como

un movimiento de interiorización y concentración de lo lírico hacia lo más profundo del ser: el núcleo altamente sonoro de la palabra Neruda. Míkis Theodorákis pretende, pues, conservar y materializar la interioridad sonora del apellido Neruda, hacer que suene y que se quede cuajada, tanto en el tiempo como en el espacio, este célula sonora. La campana se vuelve entonces emblema tanto visual como acústico de la obra de Pablo Neruda: en este caso son campanas de bronce las que, como verdaderos gongs, suenan más allá del silencio de esta mera vibración, de este acuerdo de vibraciones que resulta ser la palabra Neruda, apellido de una voz poemática invisible y sin embargo sonora. Al provocar esta simultaneidad de resonancia, el compositor consigue, gracias a esa vibración, lo que consiguen los gongs: una elevación desde el centro de este gong, siendo el punto en que se golpea el punto de origen de la vibración.

Campana y epifanía. Como el Réquiem de Dmitri Kabalevski, escrito a partir del pensamiento poético de Robert Rozhdestvensky, este réquiem profano de Míkis Theodorákis facilita la conversión de la voz nerudiana en voz silenciosa y sonora: el sonido de la campana—desde luego motivo transversal en la poesía de Pablo Neruda—materializa el sonido eterno de la voz poemática nerudiana. Es de recordar que los versos 16 hasta 25 del poema “Siempre nacer”, de Fin de mundo (1969), formulaban ya este último proyecto poético en semejantes términos:

Quiero extenderme en el vacío desinteresado del viento y propagarme sin descanso en los cuarenta continentes, nacer en formas anteriores, ser camello, ser codorniz, ser campanario en movimiento, hoja del agua, gota de árbol, araña, ballena del cielo o novelista tempestuoso

Frente a la progresiva irrupción de la muerte, frente a la multiplicación de los silencios dentro del texto y de los blancos tipográficos, la resonancia de la campana en esta poesía—redactada en el ahora del antes de la muerte—no puede sino actuar como una fuerza de insurrección. Cada resonancia de esa campana instrumentalizada por Míkis Theodorákis libera la virtualidad rítmica de los últimos poemas de Pablo Neruda al actuar como una reserva de energía y de vibraciones del sentido que se ejerce contra la inminencia de la muerte. Caja de resonancia, la palabra poética de Pablo Neruda confirma la posibilidad, para un poeta y para el arte poético, de proyectarse hacia la eternidad gracias a un centro de gravedad acústica cada vez más profundo. De esta fuerza sonora sobresale un punctum (Roland Barthes), una pulsación rítmica que reside en el corazón mismo de las palabras. Una variación musical construida en torno a un apellido y un sonido que tienen valor de metáforas de un trabajo llevado a cabo—por la poesía—sobre un material verbal y sobre la resonancia fiel de una palabra y una identidad: Pablo Neruda. «Hacia la eternidad del horizonte» (“La isla”, in La rosa separada, v. 18). v

33 Neruda en 'La Repubblica'. Roma, 2015


Maestro y amigo FERNANDO MORENO* Université de Poitiers

Q uién es ese fantasma sin cuerpo de fantasma, / con sus pasos livianos como harina nocturna / y su voz que sólo las cosas patrocinan? A responder a esta pregunta, y a muchos otros comentarios sobre el poema de Pablo Neruda al que pertenecen esos versos, dedicó Alain Sicard una charla dictada en agosto de 1971 en el Departamento de Literatura del entonces Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile de Valparaíso. Sabiduría, afabilidad, bonhomía fueron algunos de los adjetivos, hasta ahora los recuerdo, que me parecieron adecuados para describir al personaje, ese jovial profesor gabacho de la Universidad de Poitiers que, invitado por Nelson Osorio, nos sumergió en los arcanos de ese desconocido ejercicio tan francés "llamado la explicación de texto" y del cual surgió, al menos para mí, una nueva e intachable visión del texto nerudiano. Algo más tarde ese día, y como era de esperarse, el encuentro académico se prolongó con una reunión más informal en la— en ese tiempo—célebre Quinta Estadio, donde los profesores, avezados y novatos—como yo—éramos clientes más o menos habituales de las comidas y de los mostos de la señora Julia y de donde salíamos, muchas veces, más que alegres y contentos. Allí y acompañado por Claudette, con Alain se habló, claro, de todo un poco y en especial de ese Chile que con enfervorizada convicción, había puesto sus esperanzas en el gobierno de la Unidad Popular. Y no faltó la ocasión, entre otros múltiples temas y brindis, para que se evocara el recientemente creado Centro de Estudios Latinoamericanos que 34

él había comenzado a dirigir y de una de cuyas recientes actividades ostentara orgulloso un afiche con reproducciones de artistas latinoamericanos, entre ellos Roberto Matta. Daban de verdad ganas de ir a Poitiers y de conocer y de estar en ese centro, objetivos que en esos momentos no aparecían más que como esporádicos sueños, meras quimeras. Lejos estaba yo de imaginar que ese encuentro iba a ser el inicio de una larga y estrecha relación de camaradería con Alain Sicard y su esposa, que por las circunstancias que conocimos a partir de septiembre de 1973, me vería en la obligación de partir al exilio y que, por casualidades y causalidades, llegaría a Poitiers pocos meses más tarde, donde el maestro—y el también comprometido militante que participaba activamente en un comité de solidaridad con Chile—me esperaba.

Ahí comenzó entonces, y de hecho, un largo camino que me conduciría, primero como estudiante de Magister y luego como doctorando, a seguir y sopesar las enseñanzas del profesor Sicard, sus lecciones de conocimiento, de inteligencia y de vida; un camino que me permitiría convertirme con posterioridad en uno de sus colegas y, por ello, en forzado, esforzado y metódico practicante de aquella singular explicación de texto y que, ya décadas más tarde, me proporcionaría la oportunidad de asumir como director de aquel centro de investigación, intentando seguir, con el apoyo de Sylvie y Fernando Colla, las huellas y los logros del quehacer del maestro. Concomitantemente, tam-

bién allí se origina ese vínculo de confianza, familiaridad, franqueza y complicidad con el amigo Alain, que por lo demás se desarrolla y acrecienta con los años. Magisterio y amistad, entonces, en un doble entramado inseparable y que se va a manifestar en múltiples dimensiones y cuya concreción alcanza hitos memorables. Le debo el aprendizaje y el estudio del fenómeno poético en textos de sobre todo Neruda y Vallejo, las lecciones directas e indirectas sobre la literatura de Cortázar, de Roa Bastos, de Lezama Lima, de Felisberto Hernández, la percepción íntima y reflexiva de las letras francesas, clásicas y contemporáneas y tantos otros conocimientos. También secundándolo y colaborando con él, pude empezar a practicar el arte de la imaginación, la iniciativa, la programación, la gestión y la organización de homenajes, coloquios y congresos, siempre compartiendo una mutua pasión por la literatura y desplegando múltiples y desinteresados esfuerzos por su difusión. De su gestión y clarividencia surgieron aquellos importantes eventos organizados en Poitiers, los dedicados al entonces más que olvidado y desconocido Felisberto Hernández, a la poesía de Neruda posterior al Canto General, a la novela Yo el Supremo, a la obra de Roberto Arlt, a la antipoesía, a la escritura de Carlos Droguett, a lo lúdico y lo fantástico en Julio Cortázar, a la obra de Juan Carlos Onetti, el todavía recordado Coloquio en la Isla sobre Borges y Calvino y el no menos famoso encuentro sobre Locos, excéntricos y marginales en la literatura latinoa-


mericana, entre tantos otros. Sin olvidar que a su diligencia y cometido el CRLA de Poitiers puede contar con los fondos de Carlos Droguett y de Julio Cortázar. Y cómo no recordar nuestras aventuras y participaciones conjuntas en encuentros realizados fuera de Poitiers, en Grenoble, sobre el indigenismo andino; en Budapest, sobre Pensamiento y Literatura, en París, sobre el cuento latinoamericano; en Düsseldorf sobre la obra de Roa Bastos; en Siena

sobre la poesía, el compromiso y la ideología en la poesía de Neruda; en Mannheim sobre la americanidad de Cortázar, en Toulouse, sobre Horacio Quiroga y Juan Rulfo, en Macerata, sobre Jorge Luis Borges, en Santiago de Chile la conmemoración del centenario del nacimiento de Pablo Neruda, para citar sólo algunos.

Tampoco

puedo dejar de evocar esas sesiones de trabajo en las que

establecíamos planes y calibrábamos armas para proponer nuestras reseñas y comentarios sobre literatura hispanoamericana al semanario Révolution y, menos aún, aquella magnífica experiencia que significó escribir a cuatro manos el Diccionario del Canto General de Pablo Neruda, empresa en la que decidimos embarcarnos considerando la existencia de dos circunstancias: por una parte, la celebración de los cincuenta años de publicación del libro y, por

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otra, el hecho de que ese año dos mil formara parte del programa nacional de oposiciones para los futuros profesores de español en Francia. De ahí que nos decidiéramos optar por un texto que no pretendiera ahondar sobre las distintas interpretaciones del poema, sino guiar a los lectores locales en la comprensión de conceptos, términos y referencias tanto de la poética nerudiana como de asuntos relativos a la historia, la flora y la fauna chilenas. Varias reuniones fueron necesarias para establecer las entradas posibles, la repartición del trabajo y las orientaciones de los breves artículos; otras tantas para el comenta-

rio y el intercambio a propósito de los resultados a los que llegábamos en ese singular acercamiento aparentemente periférico pero íntimamente ligado con las raíces y los núcleos significativos del Canto General con el fin explicar temas, motivos y situaciones, pero también de suscitar otros planteamientos, nuevas interrogantes, enfoques y perspectivas de lectura.

En muchísimas otras ocasiones se manifestó nuestra connivencia. Sería imposible y resultaría demasiado extenso redundar en ellas y en los múltiples encuentros que superaban con

creces los intercambios literarios para pasar, por ejemplo, al descubrimiento, a la cata y saboreo de vinos y quesos, dominios donde también encontré un maestro y un excelso conocedor. Fiel a su estar en el mundo, Alain sigue escribiendo sobre sus autores dilectos, continúa dando conferencias y participando en eventos internacionales, concibiendo nuevos proyectos. Por mi parte, no dejo de aprender y de gozar de su amistad. v

*Profesor Emérito y ex Director del Centre de Recherches Latino-Américaines de la Universidad de Poitiers (CRLA-Archivos).

Claudette Grégoire

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ompañera inseparable de Alain Sicard desde 1963, curiosa y ávida lectora, infatigable viajera, experta en artes culinarias, excelsa y atenta anfitriona, amiga inestimable, Claudette tuvo la mala idea de dejar este mundo el 14 de julio de 2015. Enérgica, activa, implicada con pasión tanto en su trabajo de bibliotecóloga como en las actividades asociativas, también seguía de cerca los ires y venires de su marido y de sus hijos: Julie, actriz de la Comédie Francaise, Alexandre, profesor de inglés en China. Afable, pero franca y directa, sin pelos en la lengua; también generosa y perspicaz, supo concitar y cultivar la amistad de muchos, más allá de todo tipo de fronteras. No nos queda sino lamentar su ausencia, seguir recordándola. --- Fernando Moreno

A la izquierda, Claudette Grégoire. A la derecha y arriba, Alain & Claudette, 1993.

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Varia Lecciรณn

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Nerudiazgo LUIS VARGAS SAAVEDRA Miami, USA

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i padre, científico fanático de lo objetivo, interesado en pintura, desinteresado en poesía, disfrutaba la obra de Pablo Neruda. Para él era el Único Poeta, lo entendía, por lo cual podía sentirlo. Compraba sus libros a medida que iban apareciendo con una regularidad y fecundidad de Nilo. Primeras ediciones del Canto General recién horneado, las Residencias casi con olor a Castilla; en fin, la plétora creciente. Teníamos las Alturas de Machu Picchu y el Canto a Bolívar en disco, recitadas solemne, lenta y guturalmente por Pablo Neruda. Las oímos muchas veces y puedo todavía oírmelas en la memoria y mesmerizarme con sus ritmos. Sus poemas, por eso, siempre me suenan, aunque estén mudos en la tipografía. Ciertas palabras suyas se me volvieron icónicas, palabras como: «ferruginosos», «trementina», «pubis». Algunos poema se me tatuaron en la síquis: El fantasma del buque de carga, Walking around, Tango del viudo, Entrada a la madera, Apogeo del apio, Alturas de Machu Picchu, Oda al niño con la liebre. Más tarde, el deslumbramiento ante cómo no había perdido sino enriquecido el niño primordial que en él pervivía, con toda su cándida aptitud de asombro ante el mundo: El libro de las preguntas, que es para mí la culminación de Neruda. Tanto, que si desapareciera el resto de su obra, con esos poemas tendríamos la esencia de su don. Se aprende a bien vivir de Neruda. Lo bien concreto entraña sensual suntuosidad, deleite y revelamientos para los cinco sentidos. Por esta misma

fiesta ante la realidad, gozo con la tan diferente captación que expresa Gabriela Mistral. Ambos poetas son para mí un binomio formidable, “cordillera y mar,” una alianza completadora de Chile, su gente, y el mundo: ella a lo divino, él a lo humano.

La primera vez que vi a Neruda fue para una espléndida charla que dio en la Universidad de Chile sobre su amistad con Federico García Lorca. Logré convencer a mi madre, reacia a Neruda, a que fuéramos a escucharlo. Quedamos sentados bien adelante. Neruda fue contando que después de un homenaje a Quevedo, estaba en una terraza él con una mujer. Los acompañaba Federico, quien, al verlos besándose, se lanzó escaleras abajo como una cascada de euforia gritando ¡Viva el Amor! Neruda interrumpido y asombrado bajó con la mujer y se hallaron a Federico que sin decir nada se sacó un pañuelo de lino del bolsillo de la chaqueta—y Neruda procedió a hacerlo— y poniéndolo en el suelo se arrodilló para venerar a los enamorados. Mi madre salió arrobada para siempre, unida desde entonces a nuestra admiración. Segunda vez que lo vi y escuché, fue en una sala pequeña en el Centro de Santiago. Leyó trozos del Estravagario. No había en la poesía chilena de entonces tamaño despliegue de humor negro y humor arcoiris, o sea de originalidad a chorros. Byroneaba y Chaucerizaba innatamente. Y a la vez entretenía, rasgo tan escaso en la lírica.

La tercera vez fue en la playa de Isla Negra. Estábamos dibujando el mismo roquerío, Carmen Silva y yo. Vemos que se acercan sin apuro y del brazo, Pablo con Matilde. Nos saludan. Él, de pantalones de cotelé color mantequilla y chaqueta de tweed gris, vestido como un Esquire sin pipa; ella de pantalones también y con los labios muy pintados de un rojo intenso, gran melena despeinada por el viento. Carmen se pone nerviosa, muerde el lápiz, arruga la frente. ---¿Has hecho ya los dibujos para las Odas? No me las pierdas, porque no tengo copia. ---Estoy haciéndolos. La pareja se va. Y Carmen me susurra: ---No tengo idea de dónde pueden estar esos poemas… Titín Orrego Matte y su madre eran vecinos y muy amigos de Neruda en Isla Negra. Titín me cuenta, fastidiado, que Neruda un día le había hecho una cantidad de preguntas sobre sus experimentos bioquímicos (faenaba junto a mi padre) y que con sus respuestas había urdido una “Oda al Laboratorista”. --- ¿Y por qué te irrita eso? ---Es porque no está escrito con una experiencia suya, propia, genuina, es casi un acto de rapiñaje, un fraude. ---Pero quien lea el resultado no sabrá cómo lo construyó. Al revés de tu Ciencia, la Literatura no requiere experimentos ni experiencias personales. Eso es arte, Titín, el maquiavelismo de la Musa…

La cuarta vez fue cuando…no pude verlo. Estábamos los grabadores 39


del Taller 99 de Nemesio Antúnez en su casa en Guardia Vieja (derribada), cada cual afanado sobre su plancha de cobre, cuando entra Nemesio y llama a Roser Bru y a Dinora Doudschitzky para hablarles algo. Se le ve serio. Se va. Roser se acerca a La Hormiguita que está conjurando un caballo al aguafuerte. Ella deja su magia y acompaña a Roser y a Dinora a conversar en el patio emparronado. Allá se quedan hasta que Nemesio regresa y las trae de vuelta a sus obras. Había sucedido que Neruda, sin anunciarlo, había llegado a ver a Nemesio para darle un ejemplar del recién aparecido Estravagario y era urgente evitar que La Hormiguita lo viera y que Neruda la viese. Ambos, ya separados, sufrirían de encontrarse cara a cara entre gente que los conocía y que habían tenido que escoger con cuál, por lealtad, se quedaban siendo amigos. Ante la conjetural opción de lealtad a Neruda o a La Hormiguita, yo… 40

la habría escogido a ella. Él no era un amigo, ni siquiera un conocido; en cambio Delia me invitaba a la casa en Ñuñoa, me mostraba los souvenirs, me contaba escenas de su vida: el viaje en barco a Europa, con vaca propia para tener leche fresca; el jabalí que los Güiraldes le enviaban para su nostalgia; la familiaridad con Stravinski, ortodoxo con los veladores atestados de íconos, cuidando a su mujer tuberculosa; los libros que Federico García Lorca le dedicara, y cómo ella había introducido a Neruda en la inteligentsia de izquierda. Nunca un reproche al infiel. Dama total, ella no bajaba de su rango atávico y era ese tipo de oxímoron que decoraba la sociedad del siglo veinte: una aristócrata marxista, una noble plebeya de alma dúctil, capaz de juntar los dos polos.

Cuando en 1983 volví a Chile tras once años y medio fuera, acepté salvar

un curso final de Castellano en el Colegio Tabancura del Opus Dei. Algunos eran hijos de ex compañeros míos en el Saint George´s College, cuando les leí la bibliografía, al oír Pablo Neruda, uno de ellos exclamó: «¡Comunacho!» Su prejuicio era mero acatamiento de la autoridad familiar, pero después ante la realidad maravillosa de una poesía, fue capaz de…tragársela, tal como mi madre, para enriquecimiento de su alma. Todo Chile se nutrió de Neruda. Estaba presente y no lejano como Gabriela Mistral. Participaba y espoleaba. Dando una vuelta de carnero, Neruda es el reverso de D´Annunzio, pero su frater en patriotismo y en épica. La fecundidad suya, semejante a la de esporas y huevos de la Naturaleza, nunca resbaló en la facilidad, en la autocomplacencia permisiva. No parece haberle costado gestar poemas; habría que ver sus manuscritos donde debe


haber cumplido el requisito que sentenciaba Lope de Vega: «Poeta sin borrones, mal poeta.» Y también, como con Lope, podría asegurarse que «si es de Neruda, es bueno». Esa capacidad para sentir y cuajar a verso, primero, y después tasar su logro, el agrado de haber podido efectuarlo bien, muy bien, ¿cómo no iban a alegrarlo, a mantenerlo optimista y positivo?

Aunque como chileno heredara la melancolía y el pesimismo nacionales, y aunque haya zonas de su poesía contaminadas de angustia, lo que prevalece es un optimismo ejemplar. Entona leerlo. Nos vitaminiza salud, brío, esperanzas mediante una incesante elogio de lo que existe. En eso me recuerda el paladeo de Rubens con las materias sabrosas, deleitosas y sexuales. Por contemporaneidad Neruda tuvo la suerte mala y buena, más buena que mala, de tener alrededor lo anti Neruda, o sea, lo Huidobro: lo europeizante chic versus lo americano básico, y de tener además la variante Mistral, que equivale a un Neruda hembra. Todos ellos aquilataron sus índoles. Tuvieron la merced de ser toreados por la diferencia estupenda de Neruda que los hizo ser más ellos mismos, para esplendor de la poesía. También en España hubo esa impronta sobre Federico García Lorca y Rafael Alberti, acendrados por reacción. Nada

de greco-romano, Neruda; nada de venias a la pía tradición occidental, y sin embargo, cuánta coincidencia con la sensualidad griega y romana, con los buenos bebedores y fornicadores, con la vida a lo symposium – y ¿no estuvo Neruda siempre semirecostado disfrutando del entorno? Con lo asiático también hay relámpagos de acuerdo, incluso con los haikúes de Basho, cápsulas-cascabeles que emiten un disfrute profundo, un

panteísmo reverencial ante lo visible, sea un sapo quieto o un volcán humeante. Esto demuestra que la manera como Neruda captaba y daba el mundo es tan rica y tan propia, que cuanto poeta tenga o mucho o algo de ello, se nos vuelve…nerudiano. Hasta Rilke.

Pero. Siempre surge un pero… No hay trascendencia en su placer, consiste en el deleite por el deleite mismo, sin preguntarse ni por qué ni para qué, aunque haya enfrentado el tema de la muerte, el misterio del cese. Le basta que las cosas y las creaturas, todo lo que existe, exista para la poesía. Quién creó y quién está dándole vida a cuanto hay, eso no le interesa. La religión debe haberle parecido ese funeral de muertos que entierran muertos que tan bien dijera el poeta Jesús. «Místico de la materia», lo acuñó Gabriela Mistral al deslumbrarse con los “Cantos Materiales”. Es una manera de imbuirse en lo material, de ser apio y de ser oleaje, de ser lo que se canta con demencia de chamán o con endrogamiento de pitonisa encima del vaho geológico. En cuanto a la recia pregunta que todo hombre se asesta: ¿para qué soy? Neruda se responde y nos responde, que para ser un alabador de la belleza del mundo y para ser un guerrero contra el hambre. Poeta político que se inspira en la realidad y en Marx. Acaso no sea retórico decir que el marxismo fue su religión y que así él oficiara de sacerdote de dos credos, el lírico y el político.

Algo más sobre Gabriela Mistral ante Neruda. Creo que la admiración lúcida que manifestó ante la poesía de las Residencias, y en ellas, ante los “Cantos Materiales”, fue suscitada por una manera más suelta = ágil = onírica de percibir y revelar las cosas. Y de cosas que ella no había considerado. En vez

del agua, el fuego, la ceniza, el cristal, la sal, el aceite, Neruda le aportaba el apio, la madera, el vino. Esas entradas, con o sin salida, provocadas por tales materias, Neruda las compartía en un verso libre que pudiera considerarse prosa poética. Es decir, carentes del enmarcamiento y ajuste que demanda la métrica. También Gabriela Mistral escribió sus Elogios de la materia sin atarse a rima ni a metro, así como los “Recados” con que finaliza Tala. Hubo en ese momento (1930 y tantos) una disyuntiva ante ella: o verso libre como en los “Recados” o verso preso en sonsonete. Ella optó por la música verbal más reiterada, hasta monótona, de sílabas contadas y rimas estructurales. Lástima que no siguiera cultivando paralelamente la libertad formal de esos “Recados”. Pudo haber hecho poemas en ambas modalidades. Y aquí creo que obró en ella un prurito de diferenciación, un propósito de antinerudismo, que además era un rechazo al vanguardismo—a lo que ella mentaba como “futurismo”. Prefirió apegarse a la poesía rimada a lo Siglo de Oro español. Acaso un vanguardismo rétro. El apego a una sonoridad repetida, tamboreada, es en ella fidelidad al origen de su poesía, provocada al escuchar, de niña, el ruido de una carreta, y desarrollada, de mujer, al runrún de un arrorró. Por eso decía que todos los ruidos de la Naturaleza se le resolvían en una canción de cuna. Podríamos considerar que toda su poesía de Tala en adelante, incluso en el friso de las “Locas mujeres” de Lagar I y Lagar II, es un arrorró, dado a nosotros y a sí misma. La calidad de la prosa de Gabriela Mistral arranca de lo poético sin rima ni metro que traben su fantasía. Asimismo, la calidad de la poesía de Gabriela Mistral se afianza en lo poético sometido a métrica. Por no seguir a Neruda. v

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neRuda en BaRcelona 1970 Crónica de una visita arriesgada ENRIQUE ROBERTSON Médico e Investigador - Bielefeld

In Memoriam Claudette Sicard

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l día 23 de junio de 1970, el Verdi procedente de Nápoles con destino a Chile, vía canal de Panamá, hizo escala en Barcelona. En la nave viajaban Pablo Neruda y su esposa. En cada escala del Verdi, sus pasajeros podían bajar a tierra con tarjeta de reembarque. Ese día, Barcelona les recibiría desde la mañana hasta el atardecer. A Neruda—persona non grata para el régimen franquista—no le estaba prohibido visitarla; podía bajar de la nave como pasajero en tránsito, pero sabiendo que para evitar inconveniencias le sería necesario actuar con gran discreción, mayor que tres años antes (1967) cuando también había estado en Barcelona. Por ningún motivo debería llamar la atención de quien pudiese reconocerle; o, peor, quisiese denunciar su presencia allí. Una intervención policial que— precisamente en ese día—condujese a la detención del autor de España en el Corazón y—en ese libro—del poema “El General Franco en los Infiernos”, podría tener consecuencias muy desagradables. Sucedía que, quizá por gracia del duende de las casualidades desafortunadas, el 23 de junio de 1970 visitaba Barcelona—principalmente en su zona portuaria—el todopoderoso Generalísimo Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco y Bahamonde, Caudillo de España por Gracia de Dios. Ese día martes, cuando el Puerto de Barcelona hervía de actividad policíaca y militar, Pablo Neruda, se exponía al

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riesgo de descender del Verdi al averno. Un testigo documentó: «Hemos visto la incómoda situación de Neruda, que obligadamente ha debido presenciar el paso en gloria y majestad del Caudillo, dentro de un fastuoso vehículo, seguido de una comitiva veloz de personalidades y policías en motocicletas, pues parece que se celebra hoy alguna efeméride del régimen». Para los servicios secretos del franquismo, Neruda seguía siendo un personaje diabólico. Si un imprevisto lo relacionaba con algún incidente sospechoso, su filiación política le dificultaría mucho las cosas. Su presencia en España sería conectada a alguna oscura maquinación del comunismo internacional. Franco pasó por el puerto con ululante sonido de sirenas. Si Neruda hubiese sabido que se vería obligado a verlo pasar en gloria y majestad, quizá hubiese preferido quedarse a bordo. Pero, ya en tierra, nada se remediaba volviendo al barco. Decidió continuar la visita y cumplir con sus deseos de explorar antiguas librerías de viejo y visitar el Museo Marítimo, en compañía de algunos amigos citados allí, para ver de nuevo los antiguos mascarones de proa que conocía desde los años treinta.

Aunque con una ligera sensación de inseguridad, que por la tarde tuvo algunos minutos de aparente peligro, el día de visita transcurrió agradablemente. Pablo y Matilde se habían citado en

el Museo Marítimo con un grupo encabezado por García Márquez y por el pintor José Caballero, su amigo desde 1934. A Pepe lo acompañaba su esposa María Fernanda Thomas de Carranza. Estando aún a bordo del Verdi lo había buscado allí otra persona: el escritor Marino Gómez-Santos, venido desde Madrid en nombre del diario ABC, no a reportear la visita de Franco, sino la del vate chileno. En Madrid se sabía—por noticia de José Caballero, según Gómez-Santos—que Neruda pasaría por Barcelona en el Verdi. A Gómez-Santos le debemos la documentación fotográfica y el artículo de ABC, publicado posteriormente en el que describió las horas que el grupo pasó en el Museo Marítimo. Es probable que iniciaran la visita, después de caminar Rambla arriba, con una librería en la que el avezado buscador de libros raros dio con dos antiquísimos ejemplares relacionados con la historia de la cultura chilena y con el idioma de los araucanos. Según Gabo, por unos tomos descuadernados y marchitos Neruda pagó en Porter lo que hubiera sido su sueldo de dos meses en el consulado de Rangoon. Satisfecho este primordial deseo del poeta, entraron al protector edificio del Museo Marítimo en las Atarazanas Reales. Neruda les habló larga y entusiastamente a sus amigos de casi todo lo allí expuesto, entre otras piezas de la figura de proa llamada El Ninot y, muy especialmente, de su muy admirado mascarón de proa Blanca Aurora, bella


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1. Pablo, Matilde y Gabo en el Museo Naval de las Ataranza. 2 y 3. Pablo Neruda junto a Gabriel GarcĂ­a MĂĄrquez, Museo Naval de las Ataranzas, 1970. 4. Neruda y tripulantes del "Verdi", barco que lo lleva a Francia.

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dama de madera cuya historia él conocía y relató con sorprendentes detalles. Sorprende verificar la semejanza, diríase que familiar, entre el rostro de Blanca Aurora y el de María Celeste, que a mediados de la década de los sesenta Neruda llevó desde París a Isla Negra. Quizá sea esa la explicación del gran interés que tenía el poeta por ver otra vez la Blanca Aurora en Barcelona, ¿Quizás para él era la madre de María Celeste? Conjeturemos cuánto habrá deseado embarcarla esa misma noche en el Verdi, con destinación Isla Negra. La leve sensación de peligro disminuyó mucho visitando el Museo; en la fotografía tomada ante los árboles del patio interior, aparece el sonriente grupo sin mostrar ni el menor asomo de intranquilidad; Marino Gómez-Santos, que en el Museo estuvo junto a ellos, ilustró en ABC con sus fotos—una tomada en el patio y otras en el interior del edificio—un largo artículo suyo que apareció en el dominical del diario madrileño, dos meses después de la visita. El grupo, ya sin la compañía de Gómez-Santos, se dirigió, probablemente en taxi, a la entonces llamada Plaza de Calvo Sotelo, situada bastante lejos de Atarazanas, buscando un bar restaurante que Gabo conocía; pero sin saber que tenía la fama de ser un reducto franquista. En un relato de 1980, mezclando ficción y realidad, Gabo cambia el nombre y ubicación del local. La sensación de peligro reapareció allí por algunos instantes, pareciendo real e inminente. En ese bar de la Plaza Calvo Sotelo—hoy Plaza de Fransesc Maciá—una persona reconoció a Neruda, y le habló. La psicóloga Leticia Feduchi, gran amiga de los Gabos, que invitada por Mercedes se sumó por la tarde al grupo, relató el incidente. Se habían parado con Pablo en el Bar Sandor de la plaza Calvo Sotelo, a tomar café. Y, en la barra, un señor les dijo: «Parece mentira que tengamos que tomarnos

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un café junto a asesinos». Lo dicho por el desconocido inquietó mucho al poeta, que después de conversar con él y aclarar lo que fue un malentendido, no encontró prudente seguir mostrándose en público. Quiso regresar a bordo del Verdi. García Márquez tomó la decisión de llevar a todo el grupo a su casa. Durante las cuatro horas siguientes Matilde y Pablo estuvieron “ocultos” en el domicilio de los Gabos en el barrio de Sarriá, calle Caponata número 6. El poeta durmió una larga siesta. Luego él y Matilde, los dueños de casa, el pintor José Caballero, su esposa María Fernanda y Leticia Feduchi, conversaron hasta que al atardecer hubo que llevarlos al barco. ¿Quién había sido, y qué sucedió con aquel señor que lo "abordó" tan sorpresivamente en el Bar Sandor? Pues el periodista Manolo Del Arco (1909-1971), quien lo entrevistó y, como era su costumbre, le hizo una rápida caricatura. Entrevista y caricatura aparecieron al día siguiente en el diario La Vanguardia. El prestigioso periodista y dibujante había conocido al poeta a mediados de los años treinta, cuando el joven Del Arco iniciaba una brillante carrera en El Heraldo de Madrid, diario republicano de izquierda. El poeta Pablo Neruda era entonces el recién llegado cónsul chileno en Madrid y en varias ocasiones hizo noticia en ese diario por mediación de Miguel Pérez Ferrero (1905-1978), que también escribió acerca de él en La Gaceta Literaria. Nada más alejado de las intenciones de Del Arco que poner en peligro a Neruda. Su rara frase inicial se refería a que el mítico bar Sandor había sido durante años un enclave de los vencedores de la guerra. A diferencia de lo que habló con Gómez-Santos, a Manolo le respondió sin evasivas algunas preguntas relacionadas con su ideología política. Sus respuestas fueron publicadas al día siguiente en La Vanguardia cuando el Verdi ya había zarpado. Fue la única noticia de la visita de Neruda

en la prensa de Barcelona. Su visita al Museo Marítimo quedó registrada en la Memoria anual de la institución (1970, página 27) con unas pocas palabras. Resultados importantes de aquella visita y las largas horas de conversación fueron: el acuerdo con José Caballero de editar el poema "Oceana", con 14 litografías y un extraordinario prólogo del poeta (Madrid, 1971). Y, después, un misterioso relato (incluido en Doce cuentos peregrinos, 1992) que Gabo tituló "Me alquilo para soñar" y que trata de Frau Frida, una colombiana conocida en Viena muchos años antes. El oficio de ella era «soñar por encargo» y hacer vaticinios basados en esos sueños. En breve resumen: Frau Frida reaparece en un local de Barcelona donde Neruda, en su rol de personaje del cuento, está comiendo con sus amigos. Gabo invita a Frau Frida a la mesa y cuenta lo que ella hace. El Poeta, que no cree en adivinaciones, dice que solo la poesía es clarividente. Después, él se va a dormir la siesta. Al despertar dice —Soñé con esa mujer que sueña. Soñé que ella estaba soñando conmigo. Poco después, Gabo vuelve a ver a Frau Frida, que también acababa de despertar de la siesta: «Soñé con el poeta—dijo. Le pedí que me contara el sueño. —Soñé que él estaba soñando conmigo—mi cara de asombro la confundió—. ¿Qué quieres? A veces, entre tantos sueños, se nos cuela uno que no tiene nada que ver con la vida real.» v


NERUDA 1970: UNA BREVE ENTREVISTA EN BARCELONA

Su paso por Barcelona fue fugaz. El editor Alfredo Herrero me dio la noticia, señalándome dónde le podía encontrar. Lo conocí hace muchos años. Después de recorrer mucho mundo Pablo Neruda, chileno, ha fijado su residencia en Isla Negra, en la costa de Valparaíso. Está de vuelta de muchas cosas; pero va, camina, sigue. Poeta siempre. Ha sido propuesto para el Premio Nobel de Literatura. No quiso ser presidente de la República de su país. Conoce muy bien España y a los españoles; fue cónsul en Barcelona y en Madrid; en Madrid sucedió a Gabriela Mistral. De él es esto: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

—¿Qué le preocupa tras tantas singladuras de todo tipo, en su ya larga vida? —Lo central de mi preocupación es la Revolución Latinoamericana. Hay dos caminos trazados y posibles. Uno es el camino de la violencia, que responde a la violencia de algunos Estados, Gobiernos y sociedades latinoamericanas. Este camino es la salida en los regímenes de terror y crueldad, habituales del continente americano. El caudillismo latinoamericano desciende directamente del feudalismo traído por los conquistadores. Nótese, para los advertidos, que la corona unitaria española durante la conquista está impregnada de humanismo renacentista y que muchos de los representantes de las nuevas ideas de la época, como fray Bartolomé de las Casas, fueron precursores por muchos siglos de un nuevo concepto social. Pero el hecho es que la tierra fue dividida en América por los soldados imperiales según el sistema feudal y que este estilo o sistema anacrónico perdura hasta hoy. —¿Mira atrás con ira? —Hablando del continente americano y especialmente de Chile, quiero responderle que la erupción de los volcanes en nuestro áspero continente nos ha producido siempre espectáculos hermosos y lágrimas largas. Soy partidario de la organización del fuego. Si un hombre tiene una llama y no la une a muchas otras, se apaga el alma del pueblo. Mi voluntad de liberación pasa por el camino de la unidad popular, sin esta unidad nos debatiremos en esfuerzos hermosos, pero inútiles. Tenemos que juntar a todos los aislados, no en una soledad mayor, sino en una compañía victoriosa. —¿Es usted un poeta metido a político o un político metido a poeta? —Yo no acepto esta división de mi persona. Nunca me he podido sentar en dos sillas al mismo tiempo. Soy poeta por vocación estética y político por deber ético. Los poetas que no sientan como yo en un continente que tiene cincuenta millones de analfabetos, están traicionando a su poesía, o a sus pueblos. —¿Está tranquilo de conciencia? —Está tranquila porque he pagado la contribución de mi tiempo: he participado en la miseria y en la grandeza de este mundo que nos tocó. Y es especialmente en España, donde aprendí las mejores lecciones del amor y del dolor. —Vivió intensamente... Con estas palabras terminó la entrevista. El imperativo de la prisa obligó al punto final. Debía embarcar y yo quiero añadir, a manera de estrambote, un verso suyo, de “La canción desesperada”: Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario...

Entrevista y caricatura: --- Manolo del Arco La Vanguardia, Barcelona 24 de junio 1970 Por la transcripción: E.Robertson

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EvEntos

Neruda en Saint-Avertin EDGARDO CORRAL SEREÑO Médico—Rancagua, Chile

E n el verano del año 2012 visitó mi casa en Rancagua (Chile) el ciudadano francés Jean-Gérard Paumier, alcalde de Saint-Avertin, pequeño poblado al oeste de París, distrito de Tours, con solo 14.000 habitantes. Alcalde por varios períodos, Paumier es concuñado de Mónica Isnard, médico obstetra chilena que vive y trabaja en Francia desde hace más de 30 años. En aquella visita este hombre conoció mi pasión por la vida y obra de Pablo Neruda. Al examinar parte de mi colección de libros y documentos inéditos del poeta, tradujo su sorpresa en un breve comentario: «Voy a inaugurar una calle con el nombre de Neruda en

mi pueblo y te voy a invitar». Ya había olvidado el encuentro y el comentario cuando en septiembre de 2014 me llegó una invitación oficial de la alcaldía de Saint-Avertin para participar—junto a Ángel Parra y Alain Sicard, entre otros—en la inauguración de una calle que llevaría el nombre de Pablo Neruda. Poco habituado a tan puntual y cortés formalidad, me puse a pensar en cómo retribuirla con alguna participación. Decidí finalmente escribir un texto sobre la relación personal de Neruda con Francia. Por supuesto, la enorme dimensión de tal empresa—extraña por lo demás a mi competencia profesional

aunque no a mi más profundo interés— me obligó a concebir una síntesis que asumió la forma de un opúsculo. Nacido desde el ímpetu determinado por la invitación, pasado el inicial entusiasmo la redacción del texto pasó por situaciones de zozobra que lo tuvieron varias veces al borde del papelero. Apoyado por la paciencia y los consejos paternales de Hernán Loyola, el opúsculo vio la luz finalmente el día anterior al de mi viaje a Saint-Avertin.

La aventura nerudiana me llevó más allá de lo soñado. Una casa en medio del campo nos alojó a mi familia y a otros invitados por unos días. La fies-

46 De izq. a der. el alcalde Paumier, Galo Corral, la ministra Touraine, Ángel Parra.


ta oficial comenzó temprano el domingo 21 de junio, 2015, con la llegada de los pobladores. Luego llegaron Ángel Parra y la Ministra de Salud de Francia, Marisol Touraine, quien es hija de chilena. También tuve ocasión de conocer y trabar amistad con el profesor Alain Sicard, que vino desde Poitiers. Delicadamente se procedió a descubrir la placa del poste metálico que lucía el nombre Pablo Neruda, inaugurando así, con solemnidad oficial, una más de las 60 y tantas calles de ciudades y pueblos franceses que llevan el nombre de nuestro poeta. Mejor ni averiguar cuántos pueblos y ciudades chilenas registran entre sus calles una intitulada a Pablo Neruda. Tras los discursos del alcalde y de la ministra en torno a la vida y obra de Neruda, Ángel Parra deleitó a los habitantes de Saint-Avertin y de las aldeas vecinas con canciones criollas, algunas del propio repertorio y otras de su madre Violeta y de su hermana Isabel. A mí me correspondió intercalar la lectura de varios poemas del Vate. El público francés siguió el desarro-

llo del acto con visible interés por más de dos horas. Luego los invitados—incluyendo a mi esposa Susana, a mi hija María Alejandra, a mi nieta Sofía y a mi colega y amigo el doctor Ayala— fuimos acompañados a un amplio local donde se nos ofreció un espléndido almuerzo a la francesa. Durante el festejo culinario tuve ocasión de presentar mi opúsculo Neruda y Francia, del que regalé ejemplares a todos los presentes, aparte los destinados a la biblioteca del centro cultural del pueblo. Este centro cultural—una mediathèque—se encuentra inmerso en un pequeño pero atractivo bosque de encinos, de los que colgaban como frutos exóticos unas bolsitas transparentes con pequeños libros que los presentes podían retirar gratuitamente. Me pareció una idea muy reveladora del nivel cultural de una nación. Allí pude conversar—recibiendo información sobre el significado de lo que había visto… y comido—con ese gran hispanoamericanista francés que es Alain Sicard, estudioso de Neruda, Vallejo y otros escritores de nuestro continente.

Al día siguiente mi viaje continuó hacia Réanville, localidad de Normandía donde busqué la casa de Nancy Cunard, excéntrico personaje—escritora y editora entre otras cosas—que con Neruda había impreso a mano, allí mismo en 1937, los pocos pero valiosísimos números de la revista Les poètes du monde défendent le peuple espagnol, en apoyo a la causa republicana durante la guerra civil por entonces en curso en la península ibérica. La casa de Nancy Cunard, también cercana a París, está lamentablemente abandonada, sin dueño conocido. En ella solo habitan los recuerdos y algunos vagos que ocasionalmente pasan por ese pueblo. Por último logré visitar a Madame Farida Daoud, la actual propietaria de La Manquel, en Condé-sur-Iton (Normandía), que fue la casa particular de Neruda durante su embajada en Francia. Aunque reestructurada, pude imaginar al poeta viviendo allí, con Matilde, su última experiencia doméstica en aquel país que tanto amó y que tanto gravitó sobre su vida y su poesía. v

47 Galo Corral en Saint-Avertin.


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1984: los 80 años de Neruda en Angol

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n 1984—tiempos de estado de sitio, de represión, relegamientos y de desaparecidos—nada impidió que en Angol un grupo de apasionados intelectuales e idealistas organizara un programa cultural en homenaje a Pablo Neruda, contraviniendo todas las disposiciones del momento e ignorando los terribles riesgos. ¡Y lo hicieron! Una modesta jornada nerudiana que comenzó un 12 de julio de 1984 con actos en colegios, finalizó el 23 de septiembre de ese año con la inauguración de un monolito y con un apoteósico acto en el Teatro Municipal, hasta con entrega de medallas a altos dignatarios del mundo. El acontecimiento dio que hablar más en el extranjero que en nuestro propio país, por la escasa cobertura periodística local. Quienes lo recuerdan hoy son sus protagonistas. “Comité Neruda 80 años Angol” se denominó aquella vez el grupo liderado por el crítico literario Wellington Rojas y por el músico Iván Riffo. Hay más actores del hecho desperdigados en todo el país que recuerdan su “hazaña” con incredulidad y orgullo. El monolito permanece allí, como único testigo presente de una osadía cometida por un grupo de angolinos de los que apenas queda un par en la ciudad para contar el cuento… --- Guillermo Chávez Periodista - Temuco

Francisco Coloane dando discurso de inauguración del monolito en homenaje a Neruda.

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Leer a contraluz con Jaime Concha GREG DAWES

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l 13 y 14 de agosto 2015 se le hizo un homenaje al gran crítico chileno Jaime Concha en la Pontificia Universidad Católica, en la Universidad de Chile y en la Fundación Pablo Neruda (La Chascona), organizado por Luis Martín Cabrera (profesor asociado en la Universidad de California—San Diego) e Ignacio Álvarez (profesor asistente en la Universidad de Chile). Abrió con la mesa “Narrativa, Nación y Modernidad”, en que dieron ponencias Grínor Rojo, Fernando Moreno, Macarena Areco y Bernardo Subercaseaux y se abordaron temas sobre la tortura en la literatura chilena, el espacio en la obra de Bolaño, el desierto como espacio en relatos de la posdictadura chilena, y la modernidad «esquiva» glosada en Los de abajo del mexicano Mariano Azuela, respectivamente. En la siguiente mesa hablaron Greg Dawes, sobre la presencia de la crisis de 1956 en el Tercer libro de las odas de Neruda, y Paula Miranda sobre las distintas ópticas poéticas de Mistral, Huidobro y Neruda. La sesión de la tarde incluyó una mesa—“El magisterio y la escritura de Jaime Concha”—muy estimulante de ex estudiantes y amigos de Concha. Sobre su lectura de Bolaño intervino Roberto Hozven; Juan Gabriel Araya, con humorísticos recuerdos de Concepción, se refirió a su libro sobre Neruda 1904-1936. Rodrigo Cánovas contó varias historias sobre los cursos del maestro y sobre la vida estudiantil y política en Concepción. El segundo día del homenaje lo abrió Stefanie Massmann con el análisis de Concha sobre Alonso de Ovalle

y la presencia de la “extrañeza” en su obra, y prosiguió Hugo Bello sobre aspectos de la obra de Carlos Droguett. Nelson Osorio enfocó la distorsión ideológica del mapuche como araucano en los criollos de la época colonial y sobre todo en la obra de Ercilla. Ignacio Alvarez se refirió enseguida al planteo de Concha sobre Martín Rivas, de Blest Gana. La mesa sobre “Cultura, literatura y cultura” fue la que más estimuló y provocó comentarios y preguntas de parte del público. John Beverley trazó una breve historia del testimonio y su intento de ‘violentar’ el canon literario. José Leandro Urbina hizo un contraste entre la alta teoría estructuralista y posestructuralista de los años 80—con todos los altibajos que acarrea—y la obra de Concha, que siguió profundizando en la historia y la tradición literaria sin alejarse de la teoría. Junto con la ponencia de Beverley, la de Luis Martín Cabrera suscitó muchos comentarios al denunciar la incapacidad literaria de captar el imaginario del Chile actual. Argumentó más bien a favor del estudio del hip hop chileno por ser expresión popular y militante.

Durante la mesa “Los escritores frente a la crítica” intervinieron María Inés Zaldívar, Eduardo Trabucco y Beatriz-García Huidobro. Entre los tópicos abordados en las mesas, el de la Editorial Quimantú despertó particular interés. Concha se refirió a su rol como editor de la sección de literatura durante la Unidad Popular y Mario Ramos habló de la historia de la editorial pluripartidista (dentro del arco de la UP) que en tres años vendió cinco millones de libros al precio de un paquete de cigarrillos. Fabián Cabaluz anunció la formación de la nueva Editorial Quimantú. Los participantes se trasladaron luego a la Fundación Pablo Neruda para la conferencia magistral de Jaime Concha—“Estudiar literatura”—en la Sala Estravagario, donde el maestro habló de sus lecturas preferidas y del acto de leer—en términos personales pero también filosóficos—hasta llegar a sus lecturas y estudios sobre los grandes poetas y escritores chilenos (Neruda, Huidobro, Mistral, Blest Gana et al.). Así concluyó este homenaje a un maestro del cual hemos aprendido todos nosotros como estudiantes de literatura. v

Ignacio Álvarez, Jaime Concha, Luis Martín Cabrera.


AdiosEs

Jaime Giordano 1937-2015

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l 27 de mayo de este año, en San Juan, Puerto Rico, falleció Jaime Giordano, compañero de universidad y amigo de siempre. Giordano fue profesor universitario, especialista en literatura hispanoamericana, editor y notable poeta. Enseñó en Chile, Estados Unidos y, si no yerro, también en la Isla; sucesivamente, sus lugares de trabajo fueron las universidades de Concepción hasta 1966, del Estado de Nueva York en Stony Brook hasta 1990, de Ohio (Columbus) hasta 1997 y, después de su jubilación, tal vez el campus de Río Piedras. Sus alumnos, procedentes de muchos y distintos países, laboran hoy día en colegios y universidades del continente. Más de uno ha dedicado ya un recuerdo emocionado a su maestro. Como estudioso de temas hispanoamericanos, Giordano fue autor de una amplia obra ensayística que debuta con un libro sobre la poesía de Darío, La edad del ensueño, Premio de la Municipalidad de Santiago 1971. Con posterioridad, la mayor parte de sus trabajos (no todos) fueron recopilados en dos importantes colecciones: La edad de la náusea (1985), sobre narrativa, que incluye a escritores del rango de Asturias, Carpentier, Rojas, Yáñez y otros; y Dioses y antidioses… , de 1987, sobre poesía, donde es posible hallar aportes magistrales a Neruda, Vallejo, Borges, Teillier, etcétera. Estas tres edades de Giordano: la del ensueño, de la náusea y de los antidioses, hacen de él un crítico sobresaliente no solo en nuestras letras, sino en el ámbito entero de América Latina. Junto a esto, hay que señalar la labor editorial de Giordano, labor constante y generosa que, además de permitirle dar cabida a autores que tenían

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dificultades de publicación, lo llevó a sacar adelante las series de El Maitén, en tres fases. Primero, en Concepción, mediante hojas volanderas que él mismo cuidaba en tipografías locales, luego en Nueva York y, finalmente, en Puerto Rico, con un ciclo muy copioso que abarca poesía, cuento, ensayo, opúsculos y monografías académicas y aun autobiografía. En una de esas salidas irónicas que lo caracterizaban, explicó una vez el origen del marbete editorial elegido: «El Maitén—apuntó—es un árbol admirable que se parece mucho al sauce, pero no es llorón». Decía eso en momentos muy precisos de nuestra historia reciente. Como poeta, inciden en la persona y en la obra de Giordano tres factores: su origen sureño, su condición

de académico y su temprano exilio a los Estados Unidos, en 1966, por razones económicas y profesionales. Si el primer factor es posible que lo ayude, los otros dos claramente lo perjudican. A diferencia del mundo anglosajón, donde para bien o para mal claustro y creación suelen ir de la mano, en Chile el ser profesor universitario puede ser para un poeta el beso de la muerte. «Excrecencia académica», le oí decir a alguien acerca del poemario de un colega. Tampoco el vivir fuera de Chile por larguísimo tiempo contribuyó a difundir el conocimiento y lectura de sus libros. Estos salieron todos (salvo el primero) en plena dictadura y, más tarde, en el paisaje frondoso y prolífico de la transición, con sus incontables poetas y escasos «clientes de versos»


(la jerga es de Maiakovski). Pese a esto, Giordano destaca como un poeta admirable, a veces decididamente excepcional.

Al final de Antes de ser sombra (2012), libro mayor entre los suyos, se establece una lista de publicaciones. En las que van en el rubro «obras de creación», es posible contar 8 volúmenes de poesía propiamente tal, descartando los pertenecientes a otros géneros. No se consigna allí, sin embargo, una obra magna, suma y testamento poético, Oficio de clausura (recitativos), de 2011. Números aparte, Giordano fue siempre un poeta incansable; conjeturo que no pasó semana sin estar alerta al sonido que antaño se atribuía a las Musas. Esto me consta de cerca. Cuando dejó Concepción, ocupé su oficina y el macizo escritorio donde él había trabajado durante años. Una vez, hurgando a fondo en el gran cajón central, di con un increíble montón de papeles que resultaron ser poemas dactilografiados. Se los había dejado ahí, completamente olvidados. Cuando se los entregué en su próximo viaje a Chile, «¡ah—dijo—qué bueno!». Nunca supe qué hizo con ellos. Giordano escribía porque sí, para sí. Le interesaba poco la publicidad. Creo que solo al fin de su vida se anduvo apurando un poco, le entró cierto escozor y empezó a ordenar su obra, dándole la importancia y el rango que merecía. Oficio de clausura, en su prólogo, es en esto bastante explícito. Siguiendo las propias directrices que dejó el poeta, es posible ver en su abundante creación dos momentos clave: 1985 y 2011/2012. En el primero, según nos dice, recoge en Marzo toda su poesía anterior, la que empezó a ver la luz en Nueva York con En el viejo silencio, de 1969; en el segundo, momento terminal de su obra, realiza una ordenación cronológica del conjunto de sus poemas, incluyendo algunos muy tempranos que databan de la dé-

cada del 50, cuando Giordano era aún adolescente. Y a propósito, en la autobiografía de Buenaventura Ulloa, publicada y cuidada por él mismo y por Carmen Rabell, hay esta pincelada del Giordano estudiante que no está nada de mal: «Una tarde, Ramón (el poeta Ramón Riquelme) me presentó a Jaime. ‘Es poeta, profesor de castellano y uno de los alumnos más brillantes que han salido últimamente de la Escuela de Educación’, me había comentado. Yo lo encontré tímido, con aspecto de pastor evangélico. Además me di cuenta que se comía las uñas. Pero me miraba con admiración y eso me hacía sentir bien.» (Me dicen Tuly, 2011, p. 178). En general, la poesía de Giordano mantendrá las cualidades que ya muestra en el par de libros iniciales. En el viejo silencio y en Eres leyenda (1981) la ejecución es límpida, la mirada diáfana, los movimientos a menudo exiguos de las piezas instauran un raro equilibrio. Poesía «bien temperada», como la música de su admirado Bach. En realidad, si hay un rasgo dominante en toda esta poesía, es la presencia marcada de lo espacial, el intercambio de valores entre exterior e interiores. «Voz que se aposenta», escribe el autor en un poema temprano: es quizás la mejor autodefinición de su poesía. La excepción a este cuadro resulta ser Reunión bajo las mismas banderas, plaquette dactilografiada publicada por las Ediciones LAR en 1985, que desde la parodia del título nerudiano desarrolla una agria sátira a la “reunionitis” ineficaz y aburrida que le tocó vivir en Nueva York. El año tal vez explique este tono nada habitual: en 1985 la dictadura parecía querer eternizarse. No figura allí, desde luego, el poema “Viejo pueblo”, que escribió meses antes del golpe militar, en junio de 1973 (reaparece, sí, en Oficio…, p. 88; está dedicado al dirigente regional del PC, Mario Benavente).

Jaime Giordano nació en Concep-

ción en 1937 en una familia llena de talento y de las mejores cualidades humanas. Su padre, don Aníbal Giordano, de origen ítalo-argentino, fue pastor protestante de fe bautista. Su ministerio estuvo con frecuencia al servicio de desvalidos y de gente desprotegida. En uno de sus últimos artículos, Jaime recuerda que, a instancias de sus padres, solía llevar comida para asistir a los mineros en huelga. Su hermano menor, Enrique Giordano, fue uno de los dramaturgos más precoces que he me ha sido dado conocer. Ya en el Liceo de Concepción puso en escena una pieza estupenda, El abedul. Otras, más provocativas, irrumpieron en la modorra penquista con el tema homosexual, espantando al público y a la sociedad ambiente. Más tarde, su gran libro, El mapa de Amsterdam, lo hará uno de los iniciadores de la temática gay, o queer no sé bien, en la poesía hispanoamericana. En casa de Jaime, situada muy arriba en la calle Aníbal Pinto, era posible escuchar la mejor música. Allá, en el patio trasero de la casa, en viejos LPs, podíamos oír desde Bach hasta Bartók, excluyendo rigurosamente al Gran Sordo y dando demasiada cabida (para mi gusto) al monstruoso Wagner. El culto de Giordano al autor del Ring duró toda su vida. Hasta el fin, la figura de Parsifal transparece en sus versos, inspirando su íntimo Graal. Durante sus años de Concepción, Jaime tuvo amigos y fue cercano a grupos de izquierda: trotskos, socialistas, comunistas. Participó activamente en la toma de la Escuela de Educación, organizada por los dirigentes juveniles de ese tiempo, Juan Gabriel Araya y Nancy Arancibia. La toma se hizo en apoyo y solidaridad con los trabajadores del carbón, que realizaban una gran marcha desde Lota por razones salariales y políticas. En Nueva York, su departamento de la 106, entre Broadway y Amsterdam, estuvo siempre abierto para actos de denuncia a la dictadura.

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Jaime Giordano, Jaime Concha y Luiz Costa-Lima: Sassari, 1990.

Por allí vi pasar al Rector Kirberg, a los escritores Díaz Casanueva, Claudio Giaconi y Gonzalo Millán entre muchos otros, más los innumerables compatriotas mexicanos, cubanos, puertorriqueños, dominicanos, etcétera, que lo solían visitar. Por eso, no dejó de llamar la atención el giro aparentemente religioso de sus últimos años. En su etapa de Puerto Rico, y posiblemente en conexión con la estancia allí de su padre al que acogió ya débil y enfermo, desarrolló un intenso contacto con pastores, ministros y sacerdotes de distintos credos: bautista, luterano, metodista, presbiteriano, católico y judío. El testimonio mejor, aunque no el único,

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de este vuelco espiritual lo representa bien Released from the Temple (2011), que Jaime publicó en inglés. Líbreme Dios de esquematizar o simplificar el sentido de este cambio de actitud que vendría a culminar una búsqueda sin duda iniciada mucho antes, desde muy temprano en su existencia. Siempre me sorprendió, a mí que como buen católico ignoraba totalmente el Evangelio, la tenacidad con que Giordano estudiaba en sus años juveniles la doctrina social del Nuevo Testamento. Basta mirar los epígrafes del libro mencionado para sospechar que no ha habido total ruptura de orientación y que una cierta continuidad anticapitalista se mantiene. Los textos provienen de Romanos, del gran

teólogo católico Karl Rahner, de Gustavo Gutiérrez, fundador de la teología de la liberación, y del novelista ruso Máximo Gorki. Es, claro, un itinerario intelectual y espiritual de extraordinaria complejidad que por cierto nos desborda. Por el momento, muy cerca aún de su desaparición, lo único que se me ocurre decir es que, para Giordano, la fe marxista no estuvo desligada de la Fe con mayúscula, la fe paulina por la que apostó Lutero. A la postre, el Apóstol definió a esta como «la substancia de las cosas que se esperan». v


Neruda: Sus cartas de amor reunidas GABRIELE MORELLI Universidad de Bérgamo, Italia

La editorial Cátedra de Madrid acaba de publicar el libro Pablo Neruda, Cartas de amor, edición de Gabriele Morelli, que reúne los mensajes del poeta a sus familiares (la hermana Laura y su mamadre Trinidad Candia Marverde) y a sus amadas, empezando con Teresa Vásquez, Albertina Rosa Azócar, Olga Margarita Burgos, Delia del Carril y Matilde Urrutia, por un total de más de 200 cartas. El libro que incluye los dibujos del poeta y retratos de Pablo y sus amadas, también recoge la relación del poeta con Nancy Cunard y otros idilios, en particular describe el último vivido con Alicia Urrutia, sobrina de Matilde, sobre el cual aporta nuevos datos. Reproducimos algunos párrafos de la Introducción del profesor Morelli.

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En efecto, si el estigma del amor despliega un amplio registro de voces, es importante no privar al lector de las cartas que revelan el trato íntimo del poeta con sus familiares, pues son otro destello de luz que el fuego del amor regala. El afecto y cariño, lejos de ser expresiones menores frente al ímpetu ardiente de la pasión, hacen patente un vínculo fuerte y profundo como el otorgado por el deseo erótico. La correspondencia con Laura se abre cuando el joven Pablo llega a Santiago para asistir al Instituto Pedagógico en la Universidad de la capital. Esas cartas aseguran el contacto con la casa paterna y confirman la grave dificultad económica que vive el joven en las humildes pensiones de la urbe. El estudiante dependía de los escasos recursos enviados por su padre ferroviario, y muy a menudo pasaba hambre y vagaba sin saber dónde comer ni Oh dulce mamadre dónde acostarse. Neruda ha contado en –nunca pude el capítulo «Las casas de pensión», de decir madrastra–, su libro Confieso que he vivido, la vida ahora de aquellos años en Santiago, que fuemi boca tiembla para definirte, porque apenas ron «de un hambre completa». Algunas abrí el entendimiento fotos amarillas de la época lo retratan vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro, demacrado y melancólico, en pose de la santidad más útil: poeta romántico, asiduo a las tertulias la del agua y la harina estudiantiles de la capital. La semblanza dejada por Laura [“La mamadre”, Memorial de Isla Negra] Arrué lo describe alto y delgado, con la

as cartas de amor de Pablo Neruda que presento muestran la exaltación y la inquietud del hombre enamorado con respecto a sus numerosas musas. También contemplan el vínculo profundo que une al joven poeta y a Laura, su hermana y confidente privilegiada, y a su «mamadre», Trinidad Candia Marverde, que sustituyó a su madre verdadera, muerta prematuramente. A ellas se dirigen muestras de afecto y ternura que enriquecen la exuberante lista de la experiencia amorosa del poeta y por ello se engastan en este libro, aportando el matiz de ternura que alberga el corazón. Además, manifiestan la relación asidua de Pablo con su hermana Laura, la «conejita», como la llama, con la misma actitud cariñosa que reserva a su querida mamadre, «ángel familiar de mi infancia», a quien dedica estos versos conmovedores:

vieja capa negra de su padre ferroviario y el sombrero alón; también ella rememora su voz quejosa—la inconfundible voz de Neruda, su «sonsonete» diría Albertina Azócar—mientras lee en octubre de 1921 «La Canción de la Fiesta» en los Juegos Florales, certamen en el que gana el primer premio. El estudiante poeta aún no advierte el peso de la injusticia social, ni siente la llamada del compromiso político; en cambio, bulle en su interior el deseo vivo y punzante de la creación, inspirado por el sentimiento ardiente de la pasión amorosa. Es un joven sensible a la atracción del cuerpo femenino pero, por otra parte, mira con afecto a la presencia discreta y vigilante de su hermanita y a la persona cariñosa de su mamadre, que custodian el hogar de su infancia y le recuerdan el paisaje natal de la selva austral, el cielo húmedo de Temuco.

Las 13 cartas a Terusa cubren un período de solo dos años (1922-1924). Más que cartas son fragmentos de misivas que Pablo envía a una chica de nombre Teresa Vásquez (alias Terusa) y que esta copia al final de su Álbum—un cuaderno forrado en cuero con hojas de cartulina gruesa de varios colores: rosa, celeste y verde agua—donde antes aparecen poemas y textos en prosa de Neruda, en gran parte inéditos hasta 1971. 53


El poeta adolescente la había coronado reina de los Juegos Florales en Temuco durante la primavera de 1920: una chica «muy linda y muy alegre», según los testigos. Pablo, que evoca sus «ojos anchos», vuelve a encontrarla en Puerto Saavedra durante el verano austral (febrero de 1923). Allí se aman, como canta el poeta en el libro Memorial de Isla Negra: «Oh amor / de la primera luz del alba, / del mediodía acérrimo / y sus lanzas /…/ Terusa de ojos anchos, / a la luna / o al sol del invierno /…/ Terusa / abierta entre las amapolas, / centella / negra / del primer dolor» (“Amores: Terusa”, en OC, II). A diferencia del romance con Albertina Rosa vivido en las humildes pensiones de Santiago, la historia sentimental entretejida con Terusa, como escribe Hernán Loyola, «es rural y silvestre, pero con rumor del océano cercano: amor a sombra de bosques, amor a plena luz de costa y roquerío». Según las confesiones del poeta, Terusa es Marisol, una de las dos musas principales (la otra, Marisombra, es Albertina Rosa) que inspiran el libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Ella para el poeta representa «el idilio de la provincia encantada con inmensas estrellas nocturnas y ojos oscuros como el cielo mojado de Temuco. Ella figura con su alegría y su vivaz belleza en casi todas las páginas, rodeada por las aguas del puerto y por la media luna sobre las montañas.» (Confieso que he vivido, 75-76) El paisaje que acoge a Marisol es Puerto Saavedra, territorio fronterizo dividido entre selva y mar, con la inmensa desembocadura del río Cautín al fondo, los puertos Carahue y Bajo Imperial. Este enclave es testigo de otra aventura sentimental, la vivida con la joven María Parodi que Pablo evoca en su libro Para nacer he nacido: Puerto Saavedra tenía olor a oda marina y a madreperla. Detrás de cada casa había jardines con glorietas y las enredaderas perfumaban la soledad de

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aquellos días transparentes. Allí también me sorprendieron los ojos negros y repentinos de María Parodi. Cambiábamos papelitos para que desparecieran en la mano. Más tarde escribí para ella el número diecinueve de mis Veinte poemas.

Paralelamente, y en el mismo arco de tiempo que va de 1922 hasta 1927, se desarrolla la historia de amor entretejida con Albertina Rosa Azócar, la muchacha de la vivencia estudiantil de Pablo en Santiago. Es la Marisombra, protagonista del libro Veinte poemas de amor, quien además conservó casi toda la documentación epistolar que recoge nuestra edición. La reserva sobre su integridad es obligatoria, porque probablemente ha desaparecido, quizás por una comprensible autocensura, toda alusión a los momentos más íntimos del encuentro físico, aludidos en cambio en muchos versos del libro. El tiempo y el espacio de la aventura sentimental coinciden con los de las cartas anteriores y son análogas las coordenadas geográficas que recuerdan los encuentros de amor vividos en Santiago y las temporadas pasadas en Puerto Saavedra, en la desembocadura del río Imperial, ruidoso de viento, aguas y gritos de gaviotas. Nos encontramos con uno de los pocos ejemplos en que el epistolario conserva, junto con la historia de amor, también la génesis del acto creativo. En suma, en este caso la carta se torna en vehículo de conocimiento del proceso generativo de la obra. De la correspondencia con Delia del Carril, el libro presenta las cartas conocidas y alude a las que existen aún inéditas: en particular la última, dolorosa, en que el poeta comunica a la compañera amada su nueva relación con Matilde ya empezada y vivida en numerosos encuentros clandestinos en Europa, en particular en la isla de Capri, como el epistolario puntualmente registra, hasta llegar al último idilio con la silenciosa y tímida Alicia, que

inspira el libro La espada encendida y la última entrega, el Album de Isla Negra, del que se conocen algunos versos.

El epistolario amoroso de Neruda—aparte algunas cartas a Terusa, Albertina y Matilde, capaces de crear un mundo exclusivo de pasión y ensueño—revela un espacio poblado de referencias personales y muestra la extraordinaria riqueza de los intereses vitales del poeta. Las misivas de amor de Neruda tienen un carácter eminentemente privado en el que conviven, junto a los apelativos y las palabras ardientes reservadas a las mujeres amadas, la presencia de compañeros, vecinos, parientes y la evocación de acontecimientos que a veces iluminan la gestación del mundo poético. En efecto, su documentación, que ahora por primera vez se reúne en un libro, ofrece al lector un conjunto extraordinario de vida y pasión que comprende momentos diferentes ligados a la experiencia de la juventud, a la del hombre maduro y a la de sus últimos años. La correspondencia se impone por su inmediatez y sinceridad, rasgos que la distingue de mucha literatura del género en que el autor, a veces sin proponérselo, hace un guiño al lector y en general se preocupa por el futuro. En cambio, la carta de amor de Neruda tiende a excluir cualquier tipo de injerencia, ya que al autor no le importa el juicio externo, que considera gratuito e inoportuno. Quien escribe es el hombre que ama, el hombre que busca el calor del cuerpo de la mujer, la caricia de sus manos («suaves como las uvas»), la mirada profunda de sus ojos, la ardiente frescura de su boca. Neruda se entrega a ella totalmente, ama su belleza e inteligencia, su manera de actuar y entender la vida. Hombre sin tiempo y sin edad, sus cartas de amor (amor no exclusivamente de tipo pasional y erótico) se insertan en un presente cotidiano o se proyectan a un mañana inmediato. Desafiando la

moral burguesa común y no renunciando a sus sentimientos, a sus deseos de hombre con todos sus engaños, el autor del Canto general ha puesto en el centro de su vida la presencia de la mujer: las numerosas, clandestinas mujeres y esposas que ha encontrado y amado durante su agitada experiencia humana. No cabe duda: la gracia, la belleza, el calor del cuerpo femenino y, en definitiva, la fuerza prodigiosa del amor constantemente han alimentado su vida e inspirado varios momentos del canto. v

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EvEnto

neruda y su almacén de curiosidades un nuevo libro de euloGio suárez

El 13 de julio 2015, en la sala de conferencias del Instituto de Chile, Santiago, tuvo lugar la presentación del libro Pablo Neruda, sucede… / Almacén de curiosidades, de Eulogio Suárez, publicación inaugural de las Ediciones NHR. Ante un numeroso público intervinieron el editor Nurieldín Hermosilla Rumié, abogado y coleccionista nerudiano; Alfredo Matus Olivier, director de la Academia Chilena de la Lengua; Pedro Lastra Salazar, catedrático de la Universidad Católica de Chile; Julio Sau Aguayo, de la filial chilena del Fondo de Cultura Económica; y el autor. Reproducimos aquí algunos fragmentos de las intervenciones.

El editor: Nurieldín Hermosilla Rumié

E stoy contento de ver la sala llena, antes de comenzar el acto. Comparándolo con otros actos nerudianos, en verdad es un orgullo, espero haber contribuido en algo a eso. Estoy haciendo un esfuerzo por justificar los esfuerzos de la sociedad, de la Academia, de todos aquellos que no fueron amigos ni tuvieron ninguna relación con el poeta: todos podemos hacer algo para lograr que no se pierda la importancia de Neruda en el pensamiento y en la educación escolar… Neruda a los 14 años escribió un pequeño artículo en el diario La Mañana de Temuco, que se titulaba: “Entusiasmo y perseverancia”, y hasta acá hemos llegado con entusiasmo y con esfuerzo

en este día de frío tan anunciado, de mal tiempo y dificultades, pero aquí estamos, ahora tenemos que poner en acción la perseverancia, por mi parte espero que me alcance el tiempo para demostrar que voy a ser perseverante. Desde luego notifico que antes del 31 de diciembre espero editar tres libros más, dos de Edmundo Olivares y uno de Abraham Quezada… Una explicación sobre por qué la editora lleva mi nombre, Tuve que utilizar un artilugio tributario para que, además de perder plata, no tuviera que pagar impuestos. Descubrí por casualidad, gracias a un amigo contador, que existen unas sociedades que se llaman Empresas Unipersonales, que son una actividad agregada que hace uno utilizando el propio nombre y Rut, algo que puedes incorporar a lo que es realmente gasto que se emplea en una gestión distinta, en consecuencia, tiene que

tener funcionarios distintos, tiene que funcionar todo distinto. Es así que durante este 2015 he echado a andar esta empresa que se llama Ediciones NHR. Para no poner el nombre completo, dispuse unas letras raras que le gustaban muchísimo a Neruda y que se llaman capitulares. Llamé a unos diseñadores que inventaron el logo NHR, les pedí una forma anticuada, un diseño rétro que al mismo tiempo fuera un poco siútica. No se rían, así nació el logo, con alguna inspiración mía también… Después lo primero que hice fue visitar a mi amigo Julio Sau, de la filial chilena del Fondo de Cultura Económica de México. Yo fui empleado del padre de Julio, a él no lo conocía personalmente, pero estamos acordando una forma de asociación, vamos a trabajar en conjunto. Por eso es que está aquí, y además es amigo de Eulogio Suárez… Ahora quiero hablar de un libro que

56 De izq. a der.: Pedro Lastra, José Luis Samaniego, Alfredo Matus, Eulogio Suárez, Julio Sau.


llegó por casualidad a mis manos, una singular antología de Neruda publicada por la editora Liberalia, se llama Veinte poemas al árbol y un cactus de la costa con traducciones al inglés. Y trae una nota de la traductora, Mónica Cumar, a quien acabo de conocer, nota que es una emocionante aproximación a estos maravillosos poemas sobre árboles, más uno sobre el cactus de la costa, les digo francamente que yo me emocioné. No sé si conocen el cactus de la costa, yo tengo uno en mi casa, en realidad no es fácil admirar a ese cactus con tantas espinas, produce una sensación de agresión tácita, y sin embargo, la poesía que Neruda le dedica es espectacular, es algo que a uno le llena el ánimo, de fuerza, sin compararme con el cactus, eso sí. Pero yo le hago la propaganda a este libro, y he comprado y regalado muchos, porque en realidad es realmente un libro importante, incluso filosóficamente, de este libro debería haber una edición especial destinada a las escuelas primarias… Y ya que hablamos de educación, ahí está el libro de Eulogio, mi querido amigo y ex pariente, es muy importante porque es fácil de leer. Tenemos que volver un poco a esa educación que Neruda maltrataba verbalmente, como en su poema de liceano sobre la clase de química porque le tenía bronca al profesor de química, que era el único que no le permitía llegar tarde a clases, porque él llegaba tarde a todas las clases, le tocaba química y quedaba castigado. El libro de Eulogio es importante por su facilidad de escritura. Eulogio es un santo para escribir, cuida el lenguaje, no solo eso, sino que va directo al tema, y además, no ha perdido nunca el sentido del humor.

El profesor: Pedro Lastra Salazar … Reparemos en esto: «Neruda es un cuento de nunca acabar» y

«Neruda es para todos». En efecto, los trabajos de Eulogio Suárez ponen de manifiesto esa dimensión, que deberemos llamar axiológica, pues cada quien encuentra en lo que reconocemos como el universo Neruda una inmediata relación con su experiencia, con su visión de las cosas, de su oficio, de su alrededor, con sus desolaciones y con su búsqueda de una plenitud que dé sentido a su estar en el mundo; una respuesta, en fin, como las que cifran y revelan con acierto evidente ciertos títulos de obras nerudianas: El habitante y su esperanza; Residencia en la tierra; Plenos poderes; Las manos del día, como para que todos pudiéramos llegar a decir alguna vez: Confieso que he vivido… Aquellas dos frases luminosas y simples, sin ninguna pretensión de novedad o de sorpresa, en más de un sentido elementales y por eso al alcance de todos, dicen una verdad esencial: de eso hablan los libros de Eulogio Suárez, que no necesitan presentación alguna sino invitaciones a su lectura… Un acierto del editor y prologuista—se trata del distinguido bibliófilo, estudioso y coleccionista nerudiano don Nurieldín Hermosilla Rumié—es el haber seleccionado un fragmento del capítulo XII (p.218) como declaración de propósitos del autor. Leo dos párrafos de esa declaración titulada para este fin como “Los enigmas de Neruda”: El Neruda que mayormente se llegó a conocer, fue aquel de Volodia, el Neruda oficial del Partido; el poeta universal que disfrutamos; el combatiente sin reparos y sin renuncios. Pero hubo otro Neruda. Y es este al que yo aspiro a llegar, aunque sea mínimamente; sin restricciones. […] existía otro Neruda, aquel que, sumergido o quizá flotando apenas sobre las aguas oceánicas, dejando sólo una mínima señal de su presencia, no fuimos capaces de conocer en plenitud, con sus enigmas. Jorge Amado, Jorge Edwards, Ilyá Ehrenburg, y escasos otros, entraron en la casa oscura y se reconocieron por la voz. Yo no quiero inventar Nerudas; ni suponer qué hubiese llegado a ser él en estos días. Sólo me empeño en descubrir algo de

lo que fue, no importa la dimensión de mis hallazgos. He querido verlo bajo los altares, entre las multitudes, en su dimensión humana, pese a su grandeza innegable.

Provisto de una riquísima información, no solo de aquella que procuran los libros y la caudalosa bibliografía existente, sino de la que da paralelamente una gran cercanía con el poeta y con su entorno familiar y amistoso, y de la recurrencia a testimonios de fuentes igualmente amistosas y confiables, Eulogio Suárez emprende un recorrido desde los orígenes de Neruda hasta ese luctuoso 23 de septiembre de 1973 que fue el de su muerte. Los XXVII capítulos del libro dan cuenta, perÍodo por perÍodo, de esa aventura creadora incesante, y en tal sentido única, que fue la entera existencia de Neruda. Muchos diálogos, encuentros, viajes, experiencias compartidas, sustentan la fervorosa admiración de Eulogio Suárez por su personaje, y nos lo aproximan, logrando así como lo dice en su declaratoria inicial, mostrarnos mucho de su realidad. Este no es, por lo tanto, un libro de exégesis erudita o académica, instancias a menudo tan distanciadoras para el lector, sino un libro animado por una voluntad de acercamiento a una personalidad que no obstante su excepcionalidad, vivió y padeció contradicciones y dudas, que no fue ajeno a renuncios u omisiones… El título es otro acierto: «Si me preguntáis en donde he estado / debo decir “Sucede”», escribió famosamente Neruda en su poema “No hay olvido” de Residencia en la tierra. Este libro viene a decirnos que en este tan nutrido Almacén de curiosidades el gran poeta y gran recolector de «cosas traídas por el mar», como le gustaba decir a él mismo, sigue sucediendo aquí, junto a nosotros.

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El académico: Alfredo Matus Olivier Permítanme celebrar que este Pablo Neruda, sucede… Almacén de curiosidades vea la luz pública en nuestra sede y dentro de las celebraciones de los 130 años de la Academia Chilena de la Lengua. ¿Cómo habían de estar ausentes en estas oportunidades esos nombres benéficos de Cervantes, Teresa de Ávila, Gabriela Mistral y Pablo Neruda? Y déjenme apuntar un par de breves apostillas sobre algunos de los quilates lingüísticos de este tan logrado ensayo biográfico. México lindo y querido si muero lejos de ti Que digan que estoy dormido Y que me traigan aquí.

La famosa canción mexicana escrita por Vicente Fernández e inmortalizada por Jorge Negrete se asoma aquí como título del capítulo IX “México lindo y querido”, verdadera punta de iceberg de un enorme volumen semántico su-

mergido. ¡Cuán untado de reminiscencias está este microtexto del título, llave intertextual! Eulogio Suárez llega a México en 1986 y trae en sus maletas «una secreta misión personal: encontrar las huellas de mi protoabuelo, el general mexicano Juan Grajales Barcina, fusilado en tiempos del Emperador Maximiliano». Caminando por las calles del DF llega un día a la de Revillagigedo, así llamada por el Conde de Revillagigedo, virrey de la Nueva España: «Su nombre me trajo, con una suerte de oculto mensaje, la figura de Pablo Neruda, puesto que en esa calle, estuvo la primera residencia mexicana del poeta chileno. Me acerqué al edificio y, al instante, me rodaron infinidad de fantasmas, imágenes de antaño, vibraciones de otras épocas y de seres que pasaron por allí, que fueron parte esencial de la historia nerudiana en ya tan lejanos años. / Poco a poco el poeta comenzó a asediarme; a exigirme que recorriera con él los lugares donde veló sus armas y renovó sus combates; por esos sitios en los que distribuyó gene-

roso su amistad; por los espacios en los que anidó sus versos; por aquellos rincones oscuros en los que incursionó para buscar con ansias las raíces de su ser americano, y hasta los primeros escarceos de un futuro amor. Y allí estaban, siempre renovados, los altares que se abrieron para él y le mostraron los mensajes sagrados que los dioses aztecas, y más al sur, los olmecas y mayas, le habían dejado para que los transformara en canto.» El círculo perfecto en su redondez y rotundidad: “México lindo y querido”, la búsqueda del protoabuelo, el encuentro de la calle Revillagigedo, el hallazgo del Neruda mexicano, y relectura del canto “México lindo y querido si muero lejos de ti / que digan que estoy dormido / y que me traigan aquí”. A esto es lo que yo llamo competencia intertextual excelente y que Eulogio Suárez exhibe por todos los recovecos de esta obra…

58 Vista parcial del público asistente a la presentación del libro de Eulogio Suárez en el Instituto de Chile.


neRuda después de 1956 Presentación del nuevo libro de Greg Dawes DARÍO OSES Fundación Pablo Neruda

Greg DAWES Multiforme y comprometido / Pablo Neruda después de 1956. Santiago, RIL Editores, 2014, págs. 346.

E

ste libro de Greg Dawes se inscribe dentro de un cierto tipo de estudios nerudianos: el de los que examinan la totalidad de la obra del poeta, o una parte significativa y coherente de ella. En ese caso es el estudio de una época, la que va desde 1956 a 1973. En 2004, cuando se celebró el bicentenario del natalicio de Neruda, apareció un brote bastante irracional de antinerudismo. Las críticas contra Neruda llovieron desde todos los sectores: se lo calificó de mal padre y peor marido; de revisionista y aburguesado, o bien al revés, de estalinista empedernido. Ya en sus memorias Neruda había dicho: «Muchos me han creído un convencido estaliniano. Fascistas y reaccionarios me han pintado como un exégeta lírico de Stalin. Nada de eso me irrita en especial. Todas las conclusiones se hacen posibles en una época diabólicamente confusa. La íntima tragedia para nosotros, los comunistas, fue darnos cuenta de que, en diversos aspectos del problema Stalin, el enemigo tenía la razón. A esta revelación que sacudió el alma, subsiguió un doloroso estado de conciencia.» El poeta habla aquí de la tragedia, del dolor, de los remezones del alma que verdaderamente padeció. El libro de Greg Dawes se hace cargo de la complejidad de ese proceso y deroga, entre otras cosas, las imágenes estereotipadas del Neruda comunista. Traza la trayectoria del poeta, siguiendo, a través de

su obra, su evolución política, estética y personal entre 1956 y 1973. Muestra cómo enfrentó Neruda las revelaciones de Jruschov sobre los crímenes de Stalin durante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, en 1956; las intervenciones militares soviéticas en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968); la guerra en Vietnam. Asimismo, Dawes rastrea en la obra posterior al ‘56 cómo Neruda va reconstruyendo su cosmovisión y su praxis de poeta comunista, a través de todas esas crisis y de dos acontecimientos cruciales: el triunfo de la revolución cubana, en la que Dawes ve la posibilidad de un socialismo con sello latinoamericano, y la victoria electoral de la Unidad Popular, en Chile, con la que se inicia un proyecto inédito de llegar por la vía pacífica a un socialismo humanista y democrático. El autor hace notar cómo el fundamento autobiográfico, constante en la escritura de Neruda, asume en esta nueva fase una formulación organizada y sistemática que solo incidentalmente (en el capítulo XV de Canto general) apareció en las obras anteriores. Con énfasis más explícito la poesía refleja en esta nueva etapa «una conciencia humana en su proceso de integración» (Loyola). Parte de ese proceso es la forma en que el poeta reconstruye su cosmovisión frente a algunas de las grandes conmociones del socialismo del siglo XX.

La mayor y definitiva de esas conmociones será el derrumbe del muro de Berlín y del socialismo europeo entre 1989 y 1991, muchos años después de la muerte del poeta. Sin embargo, el libro de Dawes indica que ciertos momentos del Neruda tardío, especialmente su representación poética del apocalipsis—en Fin de mundo—y del post-apocalipsis—en La espada encendida—sugieren una visión francamente pesimista sobre el futuro del socialismo real. Pero Greg Dawes hace notar que tal visión desencantada se inscribe, como siempre, dentro del interés de Neruda «por vincularse estrechamente con las grandes ideas del siglo XX y escribir libros que logren captarlas en la mediación del lenguaje poético». Neruda fue, en efecto, un privilegiado poetatestigo del gran acontecer histórico que, con sus logros, conflictos y tragedias, marcó el turbulento desarrollo del siglo XX. Dawes parte revisando diversas evaluaciones sobre el legado del socialismo real, después de su caída. Así por ejemplo, Domenico Losurdo y Eric Hobsbawm rechazan la tesis del fracaso total del socialismo, rescatando el notable desarrollo de las fuerzas productivas en la URSS y demás países del bloque socialista; la consolidación del Estado de bienestar en los países capitalistas, y la liberación de los países colonizados del tercer mundo. Ambos coinciden tam59


bién en que sin el esfuerzo militar de la URSS la lucha contra el fascismo pudo haberse perdido. Hobsbawm critica la centralización excesiva, la inflexibilidad, las purgas internas, la hegemonía del aparato del partido por sobre el voluntad del pueblo, y el atropello al principio de la autodeterminación de los pueblos, que se manifiesta en las invasiones de Hungría y Checoeslovaquia. De todas estas revisiones críticas, según Dawes la posición de Hobsbawm sería la más próxima a la que Neruda desplegó en su obra tardía y en su comportamiento político posterior a 1956. En el plano poético advertimos los altibajos del proceso interno, por ejemplo el inicial repliegue hacia la soledad, la individualidad y el reencuentro con la naturaleza. Esa primera respuesta es visible en Estravagario, de 1958. Dawes señala el consenso de la crítica, en cuanto a que 1956 «marca un hito singular en la producción poética de Neruda, porque inicia el proceso de superar la modalidad moderna que se había coronado con el Canto general.» La distancia irónica, el humor negro, el sarcasmo desacralizador de temas “serios” como la muerte, el diálogo que entabla el texto con ilustraciones tomadas de grabados de Guadalupe Posada, de antiguos libros de Julio Verne y de un álbum de viñetas e ilustraciones finiseculares, indican claramente que está surgiendo una nueva voz poética, la del Neruda posmoderno que diría Hernán Loyola. El poeta que había proclamado más de una vez su pertenencia al colectivo humano, como aquel «soy pueblo, pueblo innumerable» de Canto general, en Estravagario explora la soledad como fenómeno positivo, pero busca conciliarla con la pertenencia al pueblo a través de la fórmula: «sentirse multitud y revivirse solo». Esta opción se consolida en su relación amorosa con Matilde que «le permite a Neruda superar la enajenación de sí mismo, y, por ende, tender un puente

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hacia el prójimo (y de este modo evitar la alienación de la humanidad)».

Debo

destacar aquí la diversidad de fuentes y referencias que maneja el autor. No solo dialoga con los textos clásicos de examen e interpretación de la obra de Neruda (Sicard, Santí, Loyola…) sino con tratados de sicoanálisis, neurología, política, historia, sociología. Así, al trabajar la poesía amorosa de Neruda cita con frecuencia El arte de amar de Erich Fromm y, en correspondencia con esta obra, establece cómo «amar a alguien de verdad es

amar el mundo» y que por lo tanto el amor de pareja implica amar al prójimo. De este modo el amor por Matilde permite a Neruda, en crisis tras las revelaciones de Jruschov, «concebir una postura poética dentro de los parámetros del comunismo». Hay también referencias que me parecen sorprendentes en un texto de exégesis literaria, como The Male Brain, de Louann Brizendine (2010). Basándose en esta obra escribe Dawes: «Según los científicos, el período de enamoramiento crea un cóctel de químicos naturales—la dopamina mezclada con


la testosterona y la vasopresina—que infunde en el amante una sed insaciable de la amante, creando en él una necesidad química que se podría comparar con la de un drogadicto» (p.62). Y más adelante: «Volviendo al estudio de Brizendine, se podría decir que cuando escribe Los versos del capitán, Neruda está todavía bajo la influencia del cóctel de dopamina, testosterona y vasopresina que caracteriza a esta fase de una relación amorosa y que se asemeja a la euforia. Y como al hombre le es vital la conquista erótica, mientras más hacen el amor, más adictos se vuelven los cerebros y cuerpos de los amantes.» Como se sabe, hacia el final de los años sesenta Neruda vivirá una apasionada (y clandestina) relación amorosa con Alicia Urrutia, sobrina de Matilde. El mencionado cóctel de Brizendine embriaga otra vez al poeta y determina cambios en la perspectiva de su escritura. Esto explicaría cómo Matilde,

proclamada compañera y reina en Los versos del capitán de 1952, y amada, abeja o jardinera en los Cien sonetos de amor de 1959, diez años más tarde, en La espada encendida, aparezca convertida en un volcán amenazador, a punto de entrar en erupción para descargarse sobre Rhodo y Rosía, la última pareja que sobrevive en un mundo deshabitado, post-apocalíptico. En el caso de Neruda, sin embargo, termina por imponerse el «amor maduro» que tipifica Fromm, y el último libro del poeta, El mar y las campanas, está dedicado íntegramente a Matilde, y en el último poema, “Final”, Neruda se despide de la que fue su musa principal y su amor más importante diciéndole: «Fue tan bello vivir / cuando vivías! / El mundo es más azul y más terrestre / de noche, cuando duermo / enorme, adentro de tus breves manos.» Termino insistiendo en que el libro de Greg Dawes despliega en toda su complejidad a este comprometido mul-

tifacético que fue Neruda, a partir de 1956. Su monolítico “Yo soy”, se fragmentó en muchos somos. Sus certezas se convirtieron en interrogaciones. Su optimismo histórico se desvaneció hasta llegar al “modo apocalíptico” de su poesía, del que habla Santí. El socialismo del bloque soviético, cantado en Las uvas y el viento, dejó de ser percibido como la construcción de la utopía soñada por la humanidad. Nos hace falta Neruda. Si viviera en estos tiempos, de seguro escribiría un demoledor poemario sobre nuestra democracia infructuosa, de mercado, democracia sin alma, que funciona no con amor al prójimo sino por el amor al dinero y con la implacable mecánica de la compraventa. v

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in mEmoriAm

diez años sin RoBeRt 1924-2005

Robert Duguid Forrest PRING-MILL nació en Stapleford Tawney (Essex, UK) el 11.09.1924 y murió a los 81 años en Oxford, 07.10.2005. Había transmitido a varias generaciones de estudiantes ingleses sus conocimientos y sobre todo su pasión por la literatura comprometida, revolucionaria, y por la cultura popular de América Latina. Sus publicaciones, traducciones y conferencias contribuyeron mucho a exaltar en el ámbito anglosajón la reputación internacional de Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Violeta Parra y otros escritores y artistas hispanoamericanos. Al mismo tiempo fue un activo embajador del mundo académico británico en las universidades del territorio que abarca desde México a Chile. Pring-Mill había nacido en una familia de ascendencia escocesa, que en 1931 se trasladó a Mallorca porque el padre de Robert, herido durante la Primera Guerra Mundial, necesitaba vivir en un lugar de amable temperatura. Así el joven Pring-Mill tuvo su primera inmersión en el mundo hispánico. En 1948 ingresó al New College, Oxford, y en 1949 visitó Uruguay, Argentina y Chile, donde le regalaron un ejemplar de la edición clandestina del Canto general de Neruda, poeta y senador comunista, proscrito por el gobierno de González Videla. Ese libro encendió su apasionado interés por la literatura políticamente comprometida del continente, a la que desde entonces, hasta su muerte, dedicó su talento y sus mejores energías. Para conocer y comprender mejor la realidad americana (y el Canto general) tomó un año sabático durante el cual recorrió, conduciendo su Land-Rover, desde Canadá hasta el extremo sur de Chile. En 1965 logró que la Universidad de Oxford otorgase a Neruda el título de Doctor Honoris Causa, un hito importante en la trayectoria del poeta hacia el Premio Nobel de Literatura (1971), fuertemente obstaculizada por la CIA durante los años 60. Pablo y Roberto eran grandes amigos y para el poeta chileno fue muy divertido que la ceremonia del doctorado en Oxford se desarrollase en latín y que sus Veinte poemas de amor fueran denominados Viginti Poemata Amatoria Cantumque Desperationis. De Neruda tradujo al inglés Alturas de Macchu Picchu, elaboró una excelente Basic Anthology (ambas publicaciones en 1975) y muchos ensayos y artículos. En 2004, un año antes de su muerte, el gobierno de Chile otorgó al profesor Pring-Mill la Medalla de Honor Presidencial.

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Jaime Concha y Robert Pring-Mill. Castelsardo, Italia, 1984.


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