Nerudiana 17

Page 1


ESTE NÚMERO

E n 2014 se cumplieron los 130 años del nacimiento de Delia del Carril (Polvaredas, provincia de Buenos Aires, 27.09.1884) y los 80 de su encuentro con Pablo Neruda en Madrid (junio de 1934). Al celebrar estos aniversarios destacamos el importante rol que Delia desarrolló en la vida y en la obra de Neruda (sobre todo en la composición de Canto general) a lo largo de sus veinte años de convivencia con el poeta. Fernando Sáez, biógrafo de Delia, traza una semblanza eficaz del personaje, mientras el comentario a una carta de fines de 1936 de Neruda a su Hormiga (desde Marsella a Barcelona) revela aspectos y detalles significativos de su relación como pareja. Rescatamos luego la historia de cómo el poeta y bibliófilo César Soto Gómez logró reunir, tras decenios de búsquedas y peripecias, los originales de cada uno de los capítulos o cantos que desembocaron en la edición mexicana de Canto general (1950), y que a fines de 2013 la Corporación Patrimonio Cultural de Chile publicó en preciosa edición facsimilar, por ahora fuera de comercio. Un pupitre del liceo de Temuco en que estudió Neftalí Reyes sirve al periodista Guillermo Chávez como desencadenante de un reportaje a los lugares sagrados de la memoria infantil del poeta, con ilustraciones, mapas y fotos actuales, incluyendo una anécdota durante la visita de Neruda a la ciudad en 1967. ¿Cuál fue la traducción francesa que sirvió de base a Neruda para su versión del fragmento de Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, publicada en Claridad, 1926? Con nuestro Enrique Robertson, que ama autodefinirse émulo literario de Sherlock Holmes, aclaramos finalmente este misterio, con acopio de pruebas documentales y bibliográficas. En 2014 se cumplieron también los 60 años de la ceremonia pública que, presidida por el rector Juan Gómez Millas, sirvió de marco a la donación que hizo Neruda de su biblioteca personal y de su colección de caracolas a la Universidad de Chile. Este conjunto se resguardó desde entonces en la Biblioteca Central de la Universidad, pasando, en 1994, a la custodia del Archivo Central Andrés Bello. El joven Alessandro Chiaretti (Rímini, Italia, 1981), especializado en Conservación de Bienes Culturales por la Universidad de Urbino, quien desde 2013 presta servicios en el mencionado Archivo y desde septiembre de 2014 es coordinador del Área de Información Bibliográfica y Archivística de la misma institución, nos entrega un sintético informe sobre la revisión y actualización del catálogo y del inventario de la Sección Bibliográfica de la Colección Neruda. Ilustra su texto con fotos de la Sala Neruda y facsímiles de documentos y libros. En 1968 la revista Ercilla publicó, dentro de la serie de crónicas Reflexiones desde Isla Negra, firmadas por Neruda, la nota “Las islas y Rogovin” que reproducimos en este número como pórtico al dossier preparado por Medardo Urbina Burgos, de Concepción, editor del volumen Si no fuera por la lluvia… del profesor Carlos Trujillo, Universidad de Villanova (USA). Se trata del Diario de Viaje del fotógrafo norteamericano Milton Rogovin y de las cartas que intercambió antes, durante y después de su viaje a Chile en 1967, oportunidad en que alcanzó la localidad de Quemchi (Chiloé) a sugerencia de Pablo Neruda, con quien se había reunido en Isla Negra antes de emprender su aventura chilota. Trujillo presenta y relata los detalles de aquel extraño viaje, mientras una nota de A. Ferreras explica por qué Rogovin es conocido como «el fotógrafo de los olvidados». Una jornada memorable hace 30 años: el espectacular Neruda 80 en el Teatro Caupolicán de Santiago (julio de 1984, en plena dictadura), vívida y emotivamente evocado por el arquitecto Miguel Lawner que allí actuó como maestro de ceremonias. Ilustran el testimonio, entre otras fotos, las

1


de Enrique Lihn, Raúl Zurita y Juvencio Valle leyendo sus poemas a las enfervorizadas ocho mil personas allí reunidas. Siguen notas sobre dos amigas de Neruda en distantes circunstancias de la vida del poeta: María Luisa Bombal, evocando ella misma al poeta en Buenos Aires 1933, y Fulvia Trombadori, recordada por Teresa Cirillo a través de las jornadas italianas vividas por Neruda en Roma, Nápoles y Capri durante 1951 y 1952. Gunther Castanedo nos revela una carta desconocida de Neruda a un pintor español, amigo de Picasso, que firmaba sus cuadros de estilo naïf con el apellido materno: Vivancos. La carta, de fecha incierta, resulta vinculada a un proyecto de publicación mixta de poesía y pintura, que se concretará en la edición de lujo de un poema de Neruda ilustrado por Picasso y en la publicación del poemario Cantos ceremoniales (1961). Comentarios a libros al final de nuestro sumario: Pedro Lastra presenta la bellísima selección bilingüe de 20 poemas al árbol y un cactus de la costa (castellano / inglés), que es la más reciente publicación nerudiana de Liberalia, sello editor animado en particular por Berta Inés Concha; a continuación Darío Oses presenta su propia edición de Tus pies toco en la sombra y otros poemas inéditos (Seix Barral) de Pablo Neruda. Siguen otras reseñas. Cerramos este número celebrando los 90 años de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924-2014) con textos de Jorge Edwards y Julio Cortázar, y con una paráfrasis en inglés del Poema 20, escrita por Christopher Logue e incluida en su poemario Songs, London 1951.

--- El Director loyolalh@gmail.com

2


DOSSIER:

Delia del Carril

3


4


Los tiempos de la Hormiga FERNANDO SÁEZ Escritor* Director Ejecutivo de la Fundación Pablo Neruda

C

erca de los ochenta años, en broma, pero con algún destello de secreto convencimiento, Delia del Carril, La Hormiga, decía a sus amigos que ella era inmortal. Eran los tiempos en que subía cuatro pisos por largas escaleras, llevando rollos de papeles, lápices y carboncillos, hasta el taller de Nemesio Antúnez, en el edificio de la Alameda de la Universidad Católica. Después de haberse subido a una micro destartalada que la llevaba desde su casa en Avenida Lynch al oriente de Santiago hasta el centro. Quizás era esa energía bullente lo que la hacía soñar con esa posibilidad, pero era también, suponemos, la sensación de que su verdadera vida había comenzado tarde, en los alrededores de sus cincuenta años. Antes, todo había sido una búsqueda infructuosa de estabilidad, de dar con algo que calmara sus impulsos y frenara las inquietudes que la remecían desde la infancia. Encontrar un lugar, un sentido propio, casi un imposible. Hija de una familia numerosa, con fortuna y poder, en la Argentina de finales del siglo diecinueve, a una infancia libre en la estancia, sin demasiadas estricteces y con la libertad del espacio y el tiempo que daba la niñez y su situación privilegiada, siguieron largos viajes familiares a Europa, colegios de monjas en París y Madrid, y todas las obligaciones de la pertenencia a una clase conservadora y estructurada. Eso le produjo un quiebre interno que se resolvió en una genuina rebeldía por todo lo establecido. Contra las normas, más estrictas en su condición de mujer, las limitaciones de su libertad.

Esto la llevó naturalmente a buscar el espacio donde se podía respirar algo de soltura, el mundo cultural, el arte, la bohemia. Las clases de dibujo y pintura y canto, daban el marco para rodearse con iguales y, con empecinada voluntad, se fue alejando del destino que le estaba señalado desde la cuna. Fue un proceso nada fácil, donde poco ayudaron su belleza, su desplante, su natural despliegue de encanto: vivió

la contradicción de ser solicitada, requerida y sentir interiormente el vacío. Este desencuentro la hizo cometer errores, como un matrimonio que resultó un fracaso, un marido obsesivo y celoso con el que llevó una vida agitada de viajes y excentricidades, que en nada ayudó a su equilibrio. Después de la separación, largas estadías en Buenos Aires y París le devolvieron la calma, pero su inquietud

Portada de La Hormiga, Biografía de Delia del Carril. Santiago, Catalonia, 2004.

5


permanecía en la búsqueda de algo que le diera un sentido profundo a su existencia. Acompañó a su amiga Victoria Ocampo a Europa y Estados Unidos, en la gira para concretar el proyecto de la revista Sur, atendió a su cuñado Ricardo Güiraldes en su enfermedad fatal y, en esos años errantes, seguía insistiendo con distintos profesores de pintura y dibujo. Hasta que en los años treinta, en París, influida por el pintor Fernand Léger, y desde Argentina por su cercana María Rosa Oliver, abrazó con la fuerza de una conversa la ideología comunista, en que la mayoría de los intelectuales de todo el mundo pusieron su fe. Se inscribió en la Asociación de Artistas y Revolucionarios de Francia, recién creada, y su vida dio un giro sensacional. Eso era lo que estaba buscando.

Una

conversación con Rafael Alberti y María Teresa León, de paso por París desde Moscú hacia Madrid, la convenció de viajar a España. Allí encontró la efervescencia de la República, donde comenzó a participar en múltiples actividades del partido, también como asistente del Grupo Teatral Anfístora, creado por Federico García Lorca, ingresó al Coro Obrero, y tomó clases en la Escuela de Arte de San Fernando. A los cincuenta años, su actividad era la de una joven arrebatada. Y conoció a Pablo Neruda. Se enamoró de Pablo Neruda, el poeta chileno un tanto desconocido, pero apreciado como un grande por sus pares. Veinte años menor que ella. Si su ingreso al partido comunista había convulsionado a su familia y cercanos en Argentina, esta nueva noticia, que estaba ligada a un poeta joven y chileno, acrecentó la leyenda de que Delia del Carril era incorregible. Estallada la Guerra Civil, en 1936, Delia deja Madrid, hacia Barcelona, y Pablo acompaña a su hija Malva Marina y a su esposa, María Antonia Hagenaar, hasta

6

Montecarlo. Cartas van y vienen, Neruda deja a su mujer y se reencuentra con La Hormiga, sobrenombre que se había ganado Delia por su incansable actividad. Desde ese momento, ella vive para Pablo. Hacen una entrada triunfal a Santiago de Chile, por la Estación Mapocho, donde los esperan el grupo de amigos incondicionales del poeta, que admiran en esta mujer su encanto y muy luego, también, su fantástica inutilidad para las labores de dueña de casa, sus múltiples distracciones, y su certera inteligencia. Y luego viene el tiempo compartido entre el compromiso con el Partido de la pareja, y el ascenso del poeta como una de las voces más potentes de la poesía americana. Veinte años de viajes, exilios, publicaciones, éxitos, homenajes, política, giras nacionales y mundiales, enemigos, amigos y seguidores fieles. La Hormiga despliega su natural saber de las cosas, lee, señala y corrige los escritos de Pablo, lo acompaña a sol y sombra en el ajetreo imparable del hacer político y la fama.

Todo llega a su fin en febrero de 1955. Lo que todos sabían, menos ella, la existencia de una relación del poeta con Matilde Urrutia, que ella había visto en México, a partir de 1949 y que comenzó a aparecer sorpresivamente en los viajes a Europa desde esa fecha, le fue revelado por el jardinero de la casa de Isla Negra. Delia fue inflexible ante la oferta de Pablo Neruda, de permanecer juntos y aceptar la situación. "Este no es un matrimonio burgués, Pablo, si no hay amor, no hay matrimonio"- dijo la Hormiga. Dejó la casa, muy luego viajó a París, entró en el reconocido Taller de Grabado de William Hayter y se dedicó por entero a su vocación de artista, que tantas veces fue postergada, abandonada, por seguir la vida de los demás. Volvió a Chile, se integró al taller del artista Nemesio Antúnez, y allí en-

contró amistades, aprecio y de pronto, como llegados de la infancia, la imagen de los caballos que cundieron en toda su obra, en grabados y magníficos y gigantescos dibujos al carbón. Con su obra y su apego a las amistades, volvió a ser feliz. Murió Pablo, murió Matilde, y tiempo después, murió Delia en su casa de Michoacán, a los ciento cuatro años. Muy cerca de la inmortalidad. v

*Autor de La Hormiga. Biografía de Delia del Carril, mujer de Pablo Neruda. Santiago, Catalonia, 2004 [edición original: Todo debe ser demasiado. Biografía de Delia del Carril, la Hormiga. Santiago, Sudamericana, 1997] y de La vida intranquila (1999), biografía de Violeta Parra. Como narrador, existe una reciente reedición de su novela Aire visible (Buenos Aires & Santiago, Literatura Random House, 2014), ya publicada en 1993 por Sudamericana. También: La novela de Amanda Romo (2000) y la colección de relatos Guantes amarillos (2013). Registra además una obra de teatro: Abandonada (2004).


7 Pablo Neruda, y Delia del Carril, en la playa de Isla Negra, 1939.


Neruda 1936: una carta para Delia HERNÁN LOYOLA

A

trás queda Madrid y, al cabo de ocho horas de viaje en automóvil, Neruda y Delia con Luis Enrique Délano, Lola Falcón y el hijo Poli llegan a Valencia el 9 de noviembre de 1936. El grupo sigue el viaje a Barcelona al día siguiente: Pablo para reunirse con Maruca y Malva Marina, refugiadas allí desde fines de septiembre bajo la protección y cuidados del cónsul general Tulio Maquieira; Delia y los DélanoFalcón alojan en otro lugar. "Nos dieron un salvoconducto --recordará Lola- y Delia vino también con nosotros. Arrendamos un departamento en el que vivíamos juntos un poco hacinados. Comíamos en una mesa de billar del diplomático Tulio Maquieira. Cocinábamos para ocho personas y llegaban quince, entre ellos Manuel Altolaguirre, Santiago del Campo, Raúl González Tuñón." (Falcón, p. 33-34). Ese mismo 10 de noviembre el consulado general de Barcelona recibe disposiciones de trasladarse a Marsella. La situación de Neruda deviene cada vez más complicada. El ministerio chileno pide a Maquieira información sobre "concomitancias estrechas" del cónsul Reyes con comunistas y anarquistas en Madrid (según la prensa chilena) y sobre la causa del abandono del consulado en la capital. Neruda se ve obligado a pedir a Délano una difícil tarea: "En medio de esos horrores --prosigue Lola-- Luis Enrique debió viajar a Madrid para rescatar el timbre y los documentos del Consulado arriesgando la vida y dejándome a mí con el alma en un hilo. Recibimos órdenes después de salir de España y regresar a Chile, vía Marsella. Viajamos en un

8

barco insalubre casi como prisioneros." (ibíd.). Un detallado relato de la misma Lola sobre aquel viaje infernal se encuentra en Olivares (II, 373-374). Transcribo sus primeras líneas: ".... tuvimos que viajar en la Clase Inmigrantes de un barco italiano que se llamaba Virgilio [y que zarpó de Marsella el 5 de diciembre 1936]. No tenía nada de poética esta clase Inmigrantes, ya que equivalía a una Cuarta Clase, algo que ni siquiera se mencionaba que existiese en un barco supuestamente elegante como ése. Yo venía con mi hijo de diez meses [el futuro escritor Poli Délano] y aquí recuerdo un gesto de Neruda que quiso protegerme de lo que veía venir. El ‘camarote’ que se nos destinaba era para cien pasajeros. Había uno de estos ‘camarotes’ para cien hombres y otro para cien mujeres. Neruda me dijo: «Tú no puedes viajar con Poli en un lugar como éste. Vamos a hablar con el capitán.» Fuimos a hablar con el capitán y no obtuvimos nada. Había tanta gente en iguales condiciones... tanta gente... Eran tiempos duros aquéllos."

De este párrafo se infiere que el 5 de diciembre Neruda estaba en Marsella --a donde se había transferido el Consulado General desde Barcelona-- con Maruca y Malva Marina, seguramente ayudado por el cónsul Maquieira, puesto que Pablo ya no tenía consulado ni recursos económicos.

Los días inmediatamente sucesivos registran un hecho muy importante en la vida del poeta. Maruca ha logrado contactar al amigo holandés que fue su testigo de bodas en Batavia 1930, Barend van Tricht, que con su mujer viven ahora en Montecarlo y aceptan acogerla provisoriamente con Malva

Marina en su pequeño departamento. No hay otra salida para la situación del momento. Pablo acompaña a su mujer y a su hija el 8 de diciembre, las deja con los Van Tricht y regresa a Marsella, desde donde escribe el día 10 a Delia (por entonces en Barcelona) una de las cartas más interesantes del epistolario nerudiano por la información que nos entrega sobre el mundo íntimo del poeta (texto en Neruda, Obras Completas, tomo V, Barcelona 2002, pp. 976-977): [Marsella] 10 de diciembre [1936] Hormiguita adorada, acabo de recibir tu carta y tu telegrama, no me entiendes muy bien, tus cartas no se han perdido, las recibo todas, pero naturalmente no sé para qué te vas a quedar por meses en Barcelona, tú tenías planes, los has cambiado, te he dicho suficientemente el estado de mis cosas, creo que sólo a fines de la semana próxima sabré si el Gobierno de Chile determina dejarme en Marsella o no. Si tú pensabas ir a Valencia podías haber ido y vuelto a Barcelona ya. Te he dicho desde el primer momento mi verdadera situación, no entiendo bien qué esperas en Barcelona, o tal vez has resuelto quedarte ahí. Yo no podría aconsejarte: sólo te puedo decir lo que me pasa. He llevado anteayer a Maruca a Montecarlo, he vuelto ayer a las cinco de la mañana. La situación no está arreglada con su ida, los Van Tricht tienen un departamento muy bien puesto pero chico, tendrá que buscar pensión a 26 francos diarios mínimo, sin contar los gastos de la chica: por suerte la niñita estaba repuesta, y la dejé cantando y riendo como antes. La cuestión es luchar para que Maruca pueda tener mensualmente esa suma, así se estaría tranquila. Estoy en un hotel muy viejo frente al viejo puerto, miro cada mañana los veleros, qué bien estaríamos juntos; pero creo que es mejor aguantarse un


tiempo más; aquí han llegado Cádiz y todos los otros chilenos, los chilenos pululan en un ámbito muy reducido. Como te digo, no entiendo bien tus planes, yo sabré algo de mi destino dentro de una semana, y tú que harás? Puede ser que me devuelvan a Chile aunque aquí nadie lo cree, bien, vendrías conmigo, pero y si me dejan aquí? Piensas venir, o estarte allí en Valencia? Yo no quiero sino que vengas, me siento solo, esta mañana me he lavado entero en un bidé portátil del hotel, me he cortado las uñas por primera vez solo y, a pesar de las dificultades, qué bien estar sin Maruca: me sentía vivir de nuevo. Pero aquí no puedo hablar con nadie, casi todos son inmundos fascistas, es doloroso tener que morderse. Van Tricht me dio por primera vez desde mi llegada la idea de lo que pueden ser los seres humanos: inteligentes y finos. Sabes que la mujer de Jef Last es prima hermana de Van Tricht? Fíjate qué chico es el mundo. Si vienes aquí, si lo resolvieras, aunque fuera por unos días, telegrafíame Hotel Nautique. Reyes, no al Consulado, pero para otras cosas sólo el Consulado. Quiero que veas a Iduarte

y le digas que he recibido los libros que entregamos a Rubén Romero, pero que no recibo aquellos que le encargué me comprara, haz que me los mande en seguida. El señor Antonio Pirretas, padre del chileno que trabajaba en la Embajada, te dará 500 pesetas del giro de Buenos Aires. Dime inmediatamente si lo has recibido, pero no por cable, no te acostumbres a telegrafiar cada día, lo digo por tus finanzas. Mucho más te agradezco me escribas diariamente, si las cartas se demoran en la censura anda a ver a Miratvilles y te darán facilidades. También quiero que me compres el barquito que vimos con Manolo Ángeles, vale 35 pesetas, a Manolo no le gusta pero no le hagas caso, lo necesito con urgencia porque vivo en el Hotel Náutico, me lo traerás o me lo mandas a través del Consulado, aqui los barquitos valen muy caro. No olvides mis encargos, no me entiendas mal porque te gruño, no es que te diga que te vayas a Valencia, pero me disgusta que andes desorientada: no quiero protestas, despídeme de ellos, creo que alguna vez estaré de nuevo con

mis amigos, hasta ahora del proceso de Chile no se sabe nada, ya lo sabrás. Te abrazo con todo mi corazón y te quiero cada día, espero verte que es lo único que quiero. --- Pablo.

La carta muestra la andadura errática de una conversación informal con un interlocutor de confianza, pasa de un asunto a otro sin plan aparente. El tono es calmo, sin dramatismos en superficie. Y, sin embargo, Neruda está viviendo un momento muy difícil en varios frentes. Es "tiempo de definiciones" (Olivares) en su vida privada: informa a Delia sobre su viaje a Montecarlo con Maruca, equivalente a una separación de hecho y que será definitiva; al mismo tiempo la invita a decidir afirmativamente, como hace él, una vida en común que ahora es posible sin Maruca, aunque problemática por la incertidumbre laboral. La verbalización de los sentimientos emerge con modulación poética

1 Delia del Carril, pintando en exteriores de la casa "Michoacán". Archivo FPN. 2 Delia del Carril en manifestación a Pablo Neruda, junto a Raúl González Tuñón y otros, 1945-1947.

1

29


no deliberada, simple producto de la sinceridad. Así, desde la ventana del "hotel muy viejo frente al viejo puerto, miro cada mañana los veleros, qué bien estaríamos juntos": le viene espontánea a Pablo la brusca yuxtaposición de dos dimensiones amadas (Delia y los veleros), sin perjuicio del inmediato regreso a la realidad: «es mejor aguantarse un tiempo más», veamos cómo van las cosas. Lo mismo más adelante: «no quiero sino que vengas, me siento solo», declaración bien poco original de tono romántico, que, sin embargo, cobra imprevisto sabor al conectarse, también con espontánea naturalidad ‘residenciaria’, al prosaísmo de las imágenes «me he lavado entero en un bidé portátil del hotel, me he cortado las uñas por primera vez solo» (operación similar a la que leemos, por ejemplo --y a otro nivel de escritura, claro--, en “Tango del viudo”). Inmediatamente después viene este desahogo: «a pesar de las dificultades, qué bien estar sin Maruca: me sentía vivir de nuevo», declaración que hace de aquellas imágenes prosaicas el puente para una simetría especular Delia / Maruca. Referidos al cotidiano y ordinario vivir en pareja, los prosaísmos de enlace (prosismos los llama Alonso), asumen un valor diferente, según se conecten a Delia (ternura) o a Maruca (rutina). Es la primera vez que Pablo declara explícitamente su desamor y cansancio respecto a Maruca. Cuatro días antes (el 6 de diciembre) se han cumplido seis años de un matrimonio equivocado que Neruda, sin embargo, ha sostenido formalmente a pesar de su infelicidad y de la inercia de Maruca. No lo ha hecho en razón de principios éticos o ideológicos, sino por falta de energía o de coraje para romper, o también por inercia. Pero lo ha hecho. No ha abandonado a Maruca y se ha esforzado, sin tregua, para responder a las exigencias materiales de la vida en pareja durante seis largos años (dato que los enjuiciadores morales de Neruda suelen

10

olvidar). Hasta que una circunstancia externa --la guerra civil española-- ha hecho posible al menos la separación factual, ya que la legislación chilena, y después Maruca misma, según se verá, le niegan la posibilidad de un normal divorcio que sancionaría la ruptura, existente de hecho, entre dos adultos. Un diverso y muy delicado aspecto de la situación familiar concierne a Malva Marina. Volveré en otra ocasión sobre el significado de que en su carta Neruda no nombre a su hija, y que aluda a ella solo como «la chica» y «la niñita».

Hay en la carta otro pasaje ciertamente notable: «También quiero que me compres el barquito que vimos con Manolo Ángeles, vale 35 pesetas... lo necesito con urgencia porque vivo en el Hotel Náutico... aquí los barquitos valen muy caro». Lo notable del fragmento es el tono de convicción y seguridad de quien lo escribe, incluso permitiéndose una boutade justificadora de la urgencia del barquito: «porque vivo en el Hotel Náutico». Ni el menor asomo de excusas por tan «insólito anhelo [de] cosas banales» --según lo enjuicia, como de costumbre, el severo Schidlowsky (312)-- dentro de una situación más bien precaria. A ese comentario responderá años más tarde la destinataria misma de la carta (cito por Schidlowsky, 313, que no capta el valor de lo que Delia escribe): Me quedé en Cataluña... Tenía que comprar un velero de juguete que Pablo había visto y que me encargó con insistencia. Si viera cómo estaba León Felipe que me acompañaba. Hecho una furia. Por cierto que compré el velero. Cosas de niño chico. A Pablo yo lo llamaba el atrasado mental y Louis Aragon se enojaba conmigo, pero no valía nada, porque a él lo calificaba igual. El amor de Pablo por determinados objetos, juguetes, es una demostración de auténtica ingenuidad. Me gustaba esa característica suya. A todo el mundo le gusta que un hombre grandote, un hombrón como él, mantenga esa calidad de niño. Es bueno que un hombre mantenga esa calidad.

La memoria del amor dictará a Delia una ejemplar comprensión del «insólito anhelo» de su hombrón de 1936, pero la absoluta naturalidad con que Pablo la urge a comprar el barquito, más que una «demostración de auténtica ingenuidad» y de supervivencia de la «calidad de niño», es índice de solidez de la íntima jerarquía de valores y necesidades que el poeta ha venido estableciendo desde la infancia y a partir de su personal experiencia. Jerarquía única e intransferible a la que restará fiel hasta su muerte y que (a veces bajo apariencia caprichosa y por ello mal comprendida) se manifestará siempre a través de la armonía y de la subterránea coherencia de sus más variados comportamientos en los planos del amor, de la amistad, de la literatura, de la vida política... y en su relación con el mundo de la naturaleza y de los objetos, incluyendo sus coleccionismos. Por extraño que parezca, la urgencia del barquito es signo y raíz --entre muchos otros-- de la singular grandeza de Neruda.v

REFERENCIAS --- Amado Alonso, Poesía y estilo de Pablo Neruda. Segunda edición, aumentada y definitiva. Buenos Aires, Sudamericana, 1951. --- Lola Falcón, “Testimonio sobre Delia del Carril” en Boletín FPN, Santiago 1991, pp. 3234. --- Edmundo Olivares, Pablo Neruda / Tras las huellas del poeta itinerante, vol. II: Los caminos del mundo 1933-1939. Santiago, LOM Ediciones, 2001. --- David Schidlowsky, Las Furias y las Penas. Pablo Neruda y su tiempo. 2 tomos. Santiago, RIL Editores, 2008. [Edición original: Berlín 2003.]


DOSSIER:

Manuscritos Canto General

11


Breve historia de los manuscritos del Canto general* CÉSAR SOTO GÓMEZ Poeta y bibliófilo

1

¿C ómo empezó todo esto? Creo que en 1971, en el Taller de Escritores de la Universidad Católica de Chile, dirigido por Enrique Lihn. Allí realicé las primeras lecturas críticas del Canto general. En los márgenes de ediciones económicas anotaba ideas. También leía las crónicas de los historiadores primitivos de las Indias Occidentales. Recuerdo las de Antonio de Herrera y Melchor Jufré del Águila. Complementaba mi trabajo en el Taller con la traducción de poemas de T. S. Eliot. Después de septiembre de 1973, viajando entre Santiago y Buenos Aires, establecí relaciones con el coleccionista de manuscritos y libros antiguos Ludwig Lehmann Mainz, afincado en la capital argentina. Nuestras conversaciones filosóficas y bibliográficas en su biblioteca de la calle Quintana me hicieron ver que existía un amplio mapa de posibilidades en la búsqueda del conocimiento humano. Lehmann había adquirido para su colección de manuscritos americanos un capítulo del Canto general: “Que despierte el leñador”; el mismo que, a fines de la década de 1940, había estado a punto de ser incautado al diputado César Godoy Urrutia en la aduana chilena, tras un minucioso registro policial. La colección de Lehmann contaba, entre otros tesoros, con un ejemplar de la primera edición del Quijote (Madrid, 1605), tal vez el único que ha existido en América del Sur (y que en

12

la primera mitad del siglo XX perteneció al bibliófilo chileno Matías Errázuriz). De todas las crónicas americanas de los siglos XVI y XVII, a Lehmann sólo le faltaba la primera edición de La Argentina, del arcediano Martín del Barco Centenera. En 1980 viajé a Londres. No me asombró demasiado –gracias a su natural bonhomía– encontrarme conversando con el doctor Robert Pring-Mill, uno de los más grandes bibliófilos de Europa, sobre algún episodio relacionado con las cartas de Lord Cochrane o sobre las artes poéticas de T. S. Eliot y Pablo Neruda, autores que ambos admirábamos. Pring-Mill había sido buen amigo de Neruda y sus gestiones fueron decisivas en el otorgamiento del doctorado honoris causa en la Universidad de Oxford. En estos diálogos los vientos soplaban a mi favor, producto del conocimiento que había adquirido del filósofo inglés Francis Herbert Bradley, decisivo en la formación epistemológica de T. S. Eliot. Resultaba que un profesor mío en Chile, el filósofo Juan Rivano, había sido el único traductor al español de la obra de Bradley Apariencia y realidad, publicada en Santiago por Editorial Universitaria (1961). Pring-Mill sugirió que yo tenía una gran labor por delante: buscar los manuscritos perdidos del Canto general. Como buen discípulo de Rivano, con quien también había discutido lar-

gamente sobre Eliot y Neruda, comencé a recopilar en un cuaderno las notas de mis conversaciones con Pring-Mill. Así fue como, con ayuda del doctor (vendrían años de indagaciones e intercambio epistolar), nos lanzamos a determinar las fechas y los lugares en que, entre 1940 y 1950, Neruda terminó la escritura del gran canto épico americano del siglo XX. La empresa no era fácil, pues debíamos rastrear los pasos del poeta durante su clandestinidad política de 1948. Ese año y en esas circunstancias Neruda dio con la forma final del Canto general.

2 Durante mis viajes por Europa leí, en la revista El Repertorio Americano (Londres, 1826), el poema “Silva a la agricultura de la zona tórrida”, fragmento de la obra América de Andrés Bello, antepasado y predecesor del Canto general, según el propio Neruda. En Madrid accedí a las primeras ediciones de Alonso de Ercilla, el poeta que inauguró la épica americana. Pude tener en mis manos una primera edición de la segunda parte de La Araucana, editado en Zaragoza en 1578. Es decir, mi interés no se limitaba a Neruda, sino que se expandía hasta sus antecesores. Como miembro de la Sociedad de Libreros Anticuarios, tenía en Europa algunas misiones. Debía buscar en


Londres algunas cartas perdidas de Lord Cochrane a Bernardo O’Higgins, en la colección del bibliófilo Peter Beal. También debía explorar en España la posibilidad de ver unos manuscritos de Miguel Hernández y Federico García Lorca y llegar a la Huerta de San Vicente en Granada. En París, por otra parte, quería reencontrarme con Raúl Ruiz y Waldo Rojas y visitar a César Vallejo (“Ad Maiorem Dei Gloriam”). También debía buscar las obras completas de Jules Laforgue (por su relación con T. S. Eliot). En París mi viaje sufrió un giro inesperado. En el museo del Louvre conocí a la escritora portuguesa Fátima Murta y la invité al teatro a ver una obra de Jean Paul Sartre. Más tarde, al conocer mis afanes bibliográficos y mi devoción por Fernando Pessoa, ella me invitó a Lisboa. Accedí, pues deseaba encontrarme con Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Bernardo Soares en el barrio de Alfama o en cualquier esquina de la ciudad. En Lisboa, después de rendir un homenaje en el cementerio dos Prazeres a uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, visité las librerías anticuarias de Arturo Tavares de Carvalho y José Telles da Sylva. Allí indagué sobre las cartas geográficas de Rui Faleiro, que Hernando de Magallanes usó como guía para unir los océanos Pacífico y Atlántico. Me pregunté si pudo contemplar las galaxias que hoy llevan su nombre. Leer la edición original de la crónica de ese viaje (de Antonio Pigafetta) y visitar a Camões en el Monasterio de los Jerónimos me insuflaron una fe infinita en el futuro de mi proyecto. Fátima Murta, Tavares de Carvalho y Telles da Sylva se mostraron entusiasmados con mi búsqueda de libros antiguos de América. De hecho, finalmente, la paz y la ciencia de Fátima dieron sus frutos y un día, al volver de Estoril, después de contemplar el color del cielo en la madrugada, encontra-

mos una colección de obras americanas antiguas. Estaban Le Monde, de Pierre d’Avity (París, 1643), encuadernado con el escudo de armas de Luis XIV; y los muy buscados Histórica relación del reyno de Chile, de Alonso de Ovalle (Roma, 1646); Historia del Perú, de Agustín de Zárate (Amberes, 1555); y La Argentina, de Barco Centenera (Lisboa, 1602). Mis recursos me permitieron adquirir sólo los tres últimos. Al volver a Chile, llamé al bibliófilo Ludwig Lehmann y le comuniqué mis hallazgos. Le mencioné que tenía en mi poder el original de La Argentina, editado por Pedro Crasbeeck en 1602, el único faltante en su colección americana. Inmediatamente me invitó a Buenos Aires para conocer el ejemplar. Después de arduas negociaciones, en las cuales se hizo evidente la dificultad de asignarle un precio al valor histórico del libro, Lehmann accedió a entregarme a cambio los originales de “Que despierte el leñador”. Fue el primer paso decisivo: la génesis de mi colección de manuscritos del Canto general.

3 La escritura del Canto general comenzó a sellarse en septiembre de 1947, cuando Neruda (que por entonces era senador por las provincias de Antofagasta y Tarapacá), obtuvo una licencia especial del Senado chileno para dedicarse íntegramente a terminar el libro. Esas labores se vieron momentáneamente interrumpidas el 6 de enero de 1948, cuando el senador Neruda pronunció en el Parlamento su famoso discurso contra el presidente Gabriel González Videla, Yo acuso. Un mes después, el 3 de febrero, el senador fue privado de su fuero parlamentario y, al cabo de dos días, fue ordenada su detención. La policía se lanzó tras sus pasos y el poeta pasó a la clandestinidad. Entre el 6 y el 13 de febrero de

1948, mientras los periódicos narraban paso a paso la cacería policial («Se busca a Neruda por todo el país»), Pablo y Delia del Carril se refugiaron en casa de José Saitúa, en avenida Los Leones, cerca de la Plaza de la Alcaldesa. Después hicieron lo mismo en el departamento de Víctor Pey (uno de los refugiados españoles que llegaron a Chile en el Winnipeg) y su esposa, la novelista Marta Jara, donde permanecieron hasta el 28 de febrero. A partir de entonces, comenzó a encargarse de ellos el hermano de Marta, el historiador Álvaro Jara, cuyo nom de guerre era Ignacio. Primero los sacó de Santiago y los llevó a la parcela de don Julio Vega, en Santa María de Chena, donde se quedaron hasta comienzos de junio; luego los retornó a la capital, al departamento del matrimonio formado por Sergio Insunza y Aída Figueroa, frente al Parque Forestal. Desde ese lugar, Pablo y Delia visitaron con frecuencia la casa de Albertina Azócar Soto (que había firmado los bonos destinados a financiar su campaña senatorial) y su esposo, el poeta Ángel Cruchaga Santa María. En aquellos agitados meses, Neruda escribió y concluyó los borradores de Antología Popular de la Resistencia, “La lámpara en la tierra”, “Que despierte el leñador” y “Crónica de 1948”. En junio y julio de 1948, Neruda y Delia se refugiaron en Valparaíso, protegidos por miembros del Partido Comunista, planificando una eventual salida de Chile a través del Pacífico. En el puerto, el poeta escribe “El fugitivo”, buena parte de “El gran océano” y el inicio de “Los conquistadores”. El 12 de julio celebra su cumpleaños. En agosto, la pareja vuelve a Santiago, a la casa de la familia Perelman, en la Avenida Antonio Varas. En este período Neruda termina la totalidad de “Los conquistadores” y “Los libertadores”. Y, antes de cambiar de refugio una vez más, comienza la primera sección de “La arena traicionada” (“Los verdugos”).

13


Manuscritos originales del Canto General. Archivo Cesar Soto Gรณmez.

14


A fines de septiembre o comienzos de octubre, Pablo y Delia vuelven a la parcela de don Julio Vega, en Santa María de Chena, donde el poeta termina “Los verdugos” y la sección siguiente de “La arena traicionada” (“Las oligarquías”). Después se traslada a la casa de su gran amigo Tomás Lago, escritor y coautor de Anillos, donde finiquita “La arena traicionada”1. En noviembre la pareja pasa al menos un mes en casa de Francisco Cuevas Mackenna, en Los Vilos, donde el poeta se dedica a terminar “El gran océano”. En cierta ocasión, Ignacio se ve en la necesidad de sacarlos abruptamente en medio de la noche para devolverlos a Santiago, a casa de Luis Enrique Délano y Lola Falcón, en Ñuñoa. En esos días el poeta comienza a escribir “Carta a Miguel Otero Silva” y “Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas”. En diciembre de 1948 tenemos a Neruda escribiendo en San Juan de Pirque, en la casa de Julia Mackenna (hermana de Francisco, que lo protegió en Los Vilos). Allí redacta la carta “A Rafael Alberti” y se realiza la célebre edición clandestina de “Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas”, en forma de impresión mimeografiada y con ilustraciones del pintor venezolano Carlos Bracho. Al llegar la Navidad, Ignacio traslada a Delia y al poeta nuevamente a Santiago, ahora al departamento del Parque Forestal de los Insunza-Figueroa. Allí pasan las fiestas. En enero y febrero de 1949, Neruda y Delia vuelven a la casa de don Julio Vega, donde Neruda escribe y finiquita “Yo soy”, finalizando el último poema del Canto general, como señala en “Termino aquí”: Así termina este libro, aquí dejo mi Canto general escrito en la persecución, cantando bajo las alas clandestinas de mi patria. Hoy 5 de febrero, en este año de 1949, en Chile, en “Godomar de Chena”, algunos meses antes de los cuarenta y cinco años de mi edad.2

Después de este hito –la culminación del libro– Neruda y su mujer retornan a Santiago, protegiéndose en casa de Graciela Matte (en Providencia con Pedro de Valdivia). En este punto el poeta y Delia separan caminos y Neruda se traslada al sur con Manuel Solimano y Jorge Bellet. Con la ayuda del bibliófilo José Rodríguez y en compañía de Víctor Bianchi, Jorge Bellet y tres arrieros, Neruda cruza la cordillera a caballo, a la altura de los lagos Ranco y Maihue. A principios de marzo llega a San Martín de los Andes, Argentina. En una hoja que lleva el membrete del Hotel Los Andes le escribe a Delia: «Mi amor: Víctor le explicará todas las angustias. Todo va bien». Neruda firma como Antonio, pues la identidad clandestina del poeta era Antonio Ruiz, supuesto ornitólogo. Así terminaba su año clandestino en Chile.

4 Cruzar la cordillera significó para Neruda comenzar a tejer su leyenda de gran poeta épico del continente americano. Con esa odisea también empezaba a existir la obra que el lector tiene en sus manos. El itinerario histórico y bibliográfico que guió la búsqueda de los capítulos del Canto general también recibió aportes de los bibliófilos Juan Guillermo Levine, Exequiel Lira Ibáñez y de los poetas Adán Méndez Rozas y Bernardo Reyes Herrera. En mis indagaciones, a veces encontré folios sueltos, a veces capítulos enteros y otros documentos que no estaban incluidos en la obra pero que pertenecían al período de su gestación en la clandestinidad. Así encontré la génesis de múltiples poemas, fotografías, fragmentos desconocidos y textos inéditos que no fueron incluidos en el libro, como uno escrito en el reverso del capítulo “El fugitivo” que era una conferencia dictada por Neruda en 1947 y llamada Viaje alrededor de mi poesía.

Encontré también el manuscrito del libro inédito Louis Aragon, patriota o poeta y, además, una docena de cartas dirigidas a Delia del Carril. Una es la ya citada que Neruda le envía, tras cruzar la cordillera, desde San Martín de los Andes; otra, la carta donde le comunica las razones para terminar la relación, que duraba ya más de veinte años. Completar esta colección nos llevó más de tres décadas. Los capítulos “América, no invoco tu nombre en vano”, “Las flores de Punitaqui” y “Yo soy” formaban parte del legado familiar en la biblioteca del escritor Javier Echeverría Prieto. En Londres fue subastada la versión definitiva de “Alturas de Macchu Picchu”, enviada a Inglaterra por un sobrino político de Laura Reyes, hermana de Neruda, a quien el poeta se la había obsequiado en uno de sus cumpleaños. En Buenos Aires, un antiguo estudio bibliográfico, propiedad de la familia Breitfeld, subastó “Los ríos del canto”. “El gran océano” fue encontrado en la biblioteca de una familia cercana a Neruda que ha residido por largos años en España. En la adquisición de esos folios fue decisiva la gestión del poeta Guillermo Escoda Sirvent. Dos viajes a Madrid en 1989 y 1990 sellaron los acuerdos, pues, se corría el riesgo de que fueran a subastarse en Londres y subieran de precio.3 Para dar con los originales de “Yo acuso” y “Los libertadores”, así como con fotografías y documentos de la década 1940-1950, fue fundamental la disposición y experiencia del dramaturgo y novelista Luis Rivano Sandoval y del historiador Victor Manuel Avilés. Lo mismo debo expresar de la familia Perelman, a la que llegué gracias a los buenos oficios del librero Ricardo Bravo Murúa. Ellos eran los propietarios de “Los conquistadores”, la última parte que faltaba en la colección. El acuerdo final del traspaso se firmó el 12 de julio de 2005, en el aniversario 101 del nacimiento de Neruda. Así se

15


juntaban por primera vez todos esos manuscritos. El conjunto es más que la suma de las partes. Debido a los múltiples borradores que realizó el poeta escribiendo el Canto general, sabemos que hay otras versiones manuscritas de dos o tres capítulos. Es el caso de una copia de “Los libertadores” que se encuentra en la colección de la Taylor Institution Library de la Universidad de Oxford. Las versiones que aquí presentamos en facsimilar son las que se publicaron en la primera edición mexicana de 1950. Al contrastar ediciones sucesivas, hemos descubierto algunos breves fragmentos que fueron incorporados a la obra con posterioridad a las primeras ediciones. Al finalizar, consten aquí mis vivísimos agradecimientos al poeta español Santiago Vivanco Sáenz, por su colaboración en la conservación y mantención de este corpus poético, y a mi hijo César Soto Guzmán, por ayudarme en mis labores durante los años difíciles

que vivió Chile en el siglo XX. Siempre tengo el recuerdo indeleble de Pring-Mill y los últimos versos del primero de los Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot, recitándolos a la salida de Westminster en ese otoño lejano de otro siglo: «lo que pudo haber sido / y lo que ha sido / van a un fin / que siempre está presente».v

con las misiones de la Compañía de Jesús en las poblaciones guaraníes. También aproveché de conocer el único ejemplar original que se conserva íntegro de De la diferencia entre lo temporal y eterno, de Juan Eusebio Nieremberg. El volumen es un verdadero milagro tipográfico que revela las infinitas posibilidades que logró el desarrollo de la imprenta en América del Sur en el siglo XVIII. También pude ver un legajo manuscrito de la condena a muerte del líder de la rebelión en el Virreinato del Perú en 1780, José Gabriel Túpac Amaru.

NOTAS:

* Reproducimos, con permiso del autor, el pró-

1 La vida y la obra de Tomás Lago fueron una ayuda estelar en la tarea de trazar las huellas del Neruda fugitivo de 1948. Lago se encargó, por petición del mismo poeta, de la coordinación general de la edición clandestina del Canto general. No es gratuito que, en uno de los capítulos más importantes de la obra, Neruda le dedicara un poema. 2 Canto general, XV, xxviii. El «Godomar de Chena» de estos versos corresponde a una versión disfrazada de Santa María de Chena, donde vivía don Julio Vega. 3 En esos viajes investigué en la Biblioteca Nacional española ciertos archivos relacionados

logo de César Soto Gómez a su Pablo Neruda, Canto General / Manuscritos originales / Edición facsimilar, Santiago, Corporación del Patrimonio Cultural de Chile, diciembre de 2013. Difícil exagerar la extraordinaria importancia bibliográfica de esta edición fuera de comercio, de la cual se prevé, para 2016, una reedición accesible en librerías.—H.L.

Interior y portada de edición Facsimilar del Canto General.

16


DOSSIER:

El liceo de Neftalí

17


Neruda y su liceo en Temuco GUILLERMO CHÁVEZ Periodista – Temuco

1 – El pupitre de Neftalí

E

n sus memorias, Confieso que he vivido, Neruda recuerda que veía pasar el tren lastrero de su padre desde la ventana de su sala de clases. Esto fue a partir de 1910, cuando a los seis años de edad el niño Neftalí fue enviado al primer Liceo Fiscal de Temuco, ubicado al final de la calle Claro Solar con Zenteno, cuyo edificio bordeaba la línea del ferrocarril y a solo cinco cuadras de la casa paterna, hoy prolongación de calle Barros Arana. El edificio era propiedad de don Osvaldo Bustos y tras el edificio se extendía una quinta de trece hectáreas cortadas por el río Cautín. Allí estudió Neruda hasta 1920 y dos años más tarde este Liceo Fiscal fue trasladado a lo que había sido el Colegio Inglés, una ya antigua casona de madera de propiedad del profesor Plácido Briones, primer rector del liceo fundado en 1888, construida en la esquina de la avenida Prat y calle Lautaro, ex Liceo Industrial y actual Dirección de Extensión de la UFRO. De este solar, el establecimiento fue nuevamente trasladado, ya como Liceo de Hombres, a su actual espacio de avenida Balmaceda, en donde por calle Lagos funcionó por años el Liceo Nocturno Plácido Briones, hoy en ruinas. En ese edificio de galerías frías con aulas más frías aún, celebró su centenario en 1988 el histórico liceo que ya había cambiado su nombre por el de Liceo N° 1. Como periodista de El Diario Austral de Temuco, y acompañando al 18

profesor Daniel Rodríguez, entonces rector del Liceo, tuve el privilegio de visitar el vetusto edificio de Claro Solar que ocupó el Liceo Fiscal y en donde se instaló hace medio siglo la Segunda Comisaría de Carabineros. Juntos volvimos a la época en que desde una de esas mismas salas, cerca de la línea ferroviaria, Neruda miraba el paso del tren lastrero de su padre. Fue un privilegio impagable poder recorrer las salas del liceo donde estudió el niño Neftalí Reyes con su amigo Gilberto Concha Riffo, después conocido como Juvencio Valle. Luego tomamos el camino que el poeta hacía diariamente desde allí hacia su casa en calle Matta, saltando sobre los durmientes de la línea.

En el ala oriente del viejo edificio había cuatro aulas vacías que por años fueron destinadas como calabozos para los miles de detenidos que pasaron por allí en la dictadura. Durante la visita, la delegación liceana recorrió las amplias salas derruidas y cada uno se apoyó en esas ventanas con la plena certeza de que en una de ellas Neruda tuvo que haber visto pasar aquel tren conducido por su padre, cuando sentía deseos de escapar para confundirse entre el humo, el olor a carbón y el traqueteo áspero del ferrocarril tan distinto al raspado de la tiza sobre el pizarrón. Además, de aquellas salas vacías, me llamó la atención una bodega, al fondo, con un grueso candado. "Es el galpón de los muebles viejos. Nadie

lo ha abierto desde hace muchos años porque es propiedad del Fisco", explicó el carabinero que fue la guía durante aquella memorable visita de la que, sin embargo, no queda sino una foto del reportero gráfico Óscar Ravanal, publicada en El Diario Austral.

Un par de años más tarde, un proyecto de Obras Públicas propuso la prolongación de la calle Barros Arana hasta San Martín y desde ahí a Padre Las Casas. Urbanísticamente fue la solución ideal para descongestionar el tránsito vehicular en el centro de Temuco, pero hubo que morder, derruir, demoler el ala precisa en donde estudió Neftalí para abrir la nueva calle. Fue un atentado al escaso patrimonio nerudiano que nos queda y del que nadie tomó conciencia. Al destruir aquella ala del edificio, hubo también que deshacerse de los cachureos contenidos en la bodega que siempre permaneció con llave. Gente con carretas, carretones y hasta camiones recibieron todo este desecho que sirvió de leña para el fuego: escritorios que pudieron servir de mesas en las viviendas pobres, sillas endebles que con un par de clavos podían aguantar el peso un tiempo más… y un pupitre íntegro, con todas sus maderas, que fue a dar al camión de un cachurero del sector.


Pablo Neruda junto a sus compañeros de liceo Becerra y Taitos, Temuco, 1920

Casualmente yo fui testigo de todo este proceso porque, en 1989, llegué a vivir a calle David Perry 0258. Esta calle hoy converge con Barros Arana, la misma que hoy se prolonga hasta San Martín. Era mi ruta diaria caminando desde mi hogar hasta el edificio de El Diario Austral, en calle Varas, dos veces al día. En esa ruta se encuentra el lugar en que se echó abajo parte del viejo liceo, con sus cuatro salas y la bodega de de-

sechos. De todo aquel mobiliario inútil, el pupitre en cuestión fue a dar a dos cuadras de mi casa, en una venta de cachureos. Entre enamorarme de él y comprarlo… hubo cierta distancia por el precio que le puso el viejo cachurero. Sospecho que el hombre sabía el valor intrínseco del viejo mueble, pero no lo dijo, solo comentó que "era de una escuela que hubo en la comisaría". Todo coincide. No tengo certeza alguna de que este

pupitre haya sido ocupado por nuestro poeta, o que haya estado en una de las salas que él frecuentó. Pero al menos puedo dar por seguro que mi pupitre perteneció al ex Liceo Fiscal de Temuco, desde donde Neruda veía pasar el tren lastrero conducido por su padre. Eso, nada más, basta para conferirle la categoría de una joya. v

19


Detenido en la 2ª Comisaría se reencontró con su liceo (crónica de 1993)

Si Neruda tuvo mil amigos, tuvo un millón de conocidos, de personas que en alguna oportunidad compartieron con él un vino, una tertulia improvisada, un viaje o simplemente un apretón de manos. Entre quienes lo conocieron y no olvidarán jamás esa experiencia está el actual rector del Liceo A-28, Daniel Rodríguez. Recién graduado en la Universidad de Chile, fue designado profesor de Castellano en Temuco, cargo que desempeñaba cuando los docentes gremialistas del Liceo habían invitado a Neruda a ofrecer un recital en la ciudad. «Era el año 1967 –recuerda Rodríguez. Una mañana, a las ocho, llegó Neruda a la estación y había que ir a recibirlo. Yo era uno de los pocos profesores que en esos años tenía auto, un auto Ford del año que ni me acuerdo, y allá llegamos. «Luego de los saludos protocolares, se puso a nuestra disposición. ¡Ah! pero antes quisiera ver la plaza, pidió, y partimos. «Claro que la vuelta por la plaza, recuerda Rodríguez, se prolongó a una pasadita por su barrio, su casa, el centro de Temuco y calle Bulnes, cuando aún no existían los semáforos. «El iba atrás con Matilde y a mi lado Raúl Buholzer, todos felices de la vida en un día de primavera, hasta que intenté frenar al ver a un grupo de autos detenidos. Los frenos estaban cortados y vino el escándalo, el conductor del vehículo chocado se bajó, nos insultó, llegaron los carabineros y… todos detenidos, con poeta y todo a la Segunda Comisaría. «Intenté conversar con el iracundo chofer, explicarle que nosotros andábamos con el gran poeta. ¡Qué gran poeta ni qué ocho cuartos!, usted me chocó y tiene que pagar. El poeta, entretanto recorría la comisaría porque allí había estado su liceo. Salió afuera, observándolo y preguntando todo, hasta que un carabinero, impaciente, entró a decirnos que afuera había un gordo chiflado insistiendo en que esto era tan bonito antes. Le dijimos que era Pablo Neruda, pero el policía no tenía idea de quién era ese señor. «El asunto terminó abuenándonos todos, con el chofer del auto que reconoció a Neruda excusándose, y los carabineros que terminaron mostrándonos toda la comisaría y su vieja sala de clases ahora convertida en calabozo. Finalmente terminamos dejándolo en la habitación que su amigo Pedro Alzuguet, propietario del Hotel Continental, le tenía reservada cada vez que venía Temuco.»

20


DOSSIER:

Rilke-Gide-Betz-Neruda

21


Los cuadernos de Malte Laurids Brigge RAINER MARIA RILKE Fragmento traducido del francés por Pablo Neruda

C uando vuelvo a pensar en nuestra casa (donde no hay nadie ahora) me ha parecido siempre que ha debido ser de otra manera. Antaño se sabía – o tal vez se sospechaba solamente – que uno contenía su propia muerte como el fruto su hueso. Los niños tenían una pequeña, los adultos una grande. Las mujeres la llevaban en el seno, los hombres en el pecho. Uno tenía bien su muerte, y esta conciencia os daba una dignidad singular, un silencioso orgullo. Hasta mi abuelo, el viejo chambelán Brigge, llevaba – eso era muy claro – su muerte dentro de él. Y qué muerte: larga de dos meses y tan bulliciosa que se la oía hasta en la alquería. La vieja y larga casa solariega era demasiado chica para contener esta muerte, parecía que había sido necesario agregarle alas para agrandarla, porque el cuerpo del chambelán crecía más y más. Quería ser llevado sin cesar de una pieza a la otra, y estallaba en cóleras terribles cuando ya no había sala donde llevarle si el día no tocaba todavía a su fin. Entonces, con todo el cortejo de domésticos, de mucamas y de perros que tenía siempre a su alrededor, era necesario llevarlo a lo alto de la escalera y, dejando el paso al intendente, invadíase la sala mortuoria de su muy santa madre conservada exactamente en el estado en el cual la muerte la había dejado hacía veintitrés años y donde nadie había penetrado jamás. Toda la jauría hacía irrupción esta vez, corría las cortinas y la luz demasiado fuerte de una tarde de verano visitaba todos estos objetos tímidos y asustados y se volvía con torpeza en los espejos que su brillo desgarraba. Las gentes no la usaban mejor. Había domésticas que a fuerza de curiosidad no sabían dónde poner las manos, jóvenes lacayos que abrían grandes ojos encima de todo, y otros, más viejos, que iban y venían y trataban de recordar lo que se les había contado sobre esta pieza cerrada donde tenían la felicidad de entrar por fin. Pero sobre todo a los perros parecía curioso el estar en una pieza donde todos los objetos llevaban un olor. Los grandes y flexibles lebreles rusos circulaban con un aire completamente absorto detrás de los sillones, atravesaban la pieza con un alargado paso de danza, con un ligero contoneo se levantaban como perros heráldicos, y con las patas delgadas encima del reclinatorio de una blandura dorada, con la frente estirada agudizando sus cabezas pensativas, miraban a izquierda y derecha en el patio. Pequeños falderos de color de guantes amarillos, con aire indiferente como si todo fuese normal, estaban sentados en el ancho sillón de seda cerca de la ventana y un perro de presa rubicano de aire arisco, frotándose el lomo en la arista de un velador de pies dorados, hacía temblar las tazas de Sèvres sobre la mesa pintada.

Sí, fue una época terrible para estos objetos de espíritu ausente y soñoliento. Sucedía que hojas de rosa, que se habían escapado en un vuelo inseguro y como tornadas de vértigo, libros que alguna mano apresurada había abierto torpemente, eran pisoteados. Guardábanse pequeños, débiles objetos que había que volver a su lugar muy pronto porque se rompían. Escondíanse otros bajo las cortinas, detrás del enrejado dorado del guardaestrellas. Y de tiempo en tiempo algo caía con un golpe amortiguado por el tapiz, caía estridentemente sobre el parquet duro, se quebraba aquí y allá o se deshacía casi sin ruido, porque estos objetos dañados como estaban no soportaban el menor contacto. Y si a alguien se le hubiera ocurrido preguntar cuál era la causa de todo aquello y quién había llamado todo el espanto de la destrucción sobre esta pieza larga tiempo vigilada con inquietud, no habría a esta pregunta sino una respuesta: la muerte.

La muerte del chambelán Christoph Detlev Brigge, en Ulsgaard. Porque él estaba tendido saliéndose extensamente de su uniforme azul oscuro, sobre el piso, en mitad de la pieza y ya no se movía. En su gran semblante extraño que nadie reconocía, los ojos se habían cerrado: ya no veía lo que pasaba. Al principio habían tratado de extenderlo sobre la cama, pero él se había defendido porque detestaba los lechos desde esas primeras noches en que su mal había crecido. El lecho, por otra parte, había resultado demasiado corto y no había quedado otro recurso que acostarlo así sobre el tapiz: porque no había querido volver a bajar. 22


Rainer Maria Rilke. 23


Y he aquí que estaba extendido y que podría habérsele creído muerto. Como comenzaba a hacerse de noche, los perros se habían retirado, uno tras otro por la puerta entreabierta; sólo el rubicano de cabeza arisca estaba sentado cerca de su amo y tenía una de sus largas patas delanteras de espeso pelo encima de la gran mano gris de Christoph Detlev. La mayor parte de los domésticos estaban afuera, en el corredor blanco, que era más claro que la pieza, pero los que habían permanecido adentro miraban a veces a hurtadillas hacia ese gran montón sombrío, en medio de la pieza, y deseaban que no fuese sino un gran ropaje sobre una cosa muerta.

Pero quedaba algo más. Quedaba una voz, esta voz que siete semanas antes no conocía nadie todavía: porque no era la voz del chambelán, no era a Christoph Detlev a quien pertenecía esta voz, sino a la muerte de Christoph Detlev. La muerte de Christoph Detlev vivía ahora en Ulsgaard desde hacía largos, larguísimos días y hablaba a todos, y pedía. Pedía ser llevada, pedía el salón azul, pedía el salón pequeño, pedía la gran sala. Pedía los perros, pedía que se riese, pedía que se hablase, que se jugase, que se callase, y todo a la vez. Pedía ver amigos, mujeres y muertos y pedía morir ella misma: pedía. Pedía y gritaba. Cómo habría muerto el chambelán Brigge al que le hubiera hablado de morir de otra muerte que aquélla? Murió de su dura muerte. --- Claridad n° 135, Santiago, octubre-noviembre de 1926.

Rilke Stock, 1923

24


Rilke—Gide—Betz—Neruda*

El caso

E

ntre mis notas a las traducciones hechas por Neruda (y recogidas en el tomo V de sus Obras Completas) incluyo la siguiente sobre la versión del fragmento de Rilke, publicado en Claridad n° 135, octubre-noviembre de 1926: El texto original es un notorio pasaje de Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge (1910). Neruda mismo –que no leía alemán-- ha declarado que lo tradujo del francés, seguramente de la que creo sea la primera edición del libro en esa lengua y que apareció justo ese año [1926], que fue también el año de la muerte de Rilke: Les Cahiers de Malte Laurids Brigge, traducción de Maurice Betz: Paris, Émile-Paul éditeur, 1926. O quizás de alguna anticipación o publicación fragmentaria en una revista. Entre el penúltimo y el último párrafos de la versión de Neruda faltan otros dos del original (más o menos una página), que tal vez la redacción de Claridad desechó por falta de espacio. --- Nota de Hernán Loyola en Neruda, Obras completas, tomo V (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2002), p. 1444.

Mi Neruda / La biografía literaria (Santiago, Seix Barral, 2006, p. 211) y mi más reciente El joven Neruda (Santiago, Penguin Random House— Lumen, 2014, p. 127) manifiestan todavía mi incerteza sobre la traducción francesa que había servido de fuente a la versión de Neruda. Al precisar en ambos libros que nuestro poeta viajó a Ancud (isla de Chiloé) el 22 de febrero de 1926, llevando consigo la novela de Rilke, obviamente yo estaba pasando por alto un serio problema: la primera traducción completa de Malte al francés, hecha por Maurice Betz, acababa de ser publicada en enero de 1926. Di-

fícilmente podía Neruda haber contado en febrero con esa edición. Era por eso que en 2002 suponía yo la existencia de "alguna anticipación o publicación fragmentaria en una revista". Ya publicado mi último libro, Enrique Robertson me confirma desde Bielefeld que Betz efectivamente había publicado algunos años antes su traducción del primer tercio de la novela de Rilke: Les Cahiers de Malte Laurids Brigge (Paris, Stock, 1923), pero no en una revista sino en un pequeño volumen de 122 páginas (ver fotos comparativas). Ese volumen de 1923 fue el que Neruda llevó consigo a Ancud.

Atribución a Gide Pero la comunicación de Robertson no se refería inicialmente a ese pequeño volumen. Anterior a las publicaciones de Betz (1923 y 1926), había otra fragmentaria traducción de Malte al francés. Su autor fue André Gide y apareció en la Nouvelle Revue Francaise (NRF) en 1911. Enrique Robertson me había escrito para comunicarme su registro de cuatro autores que atribuían a esa traducción el rol de texto base que Neruda habría utilizado para su versión castellana en Claridad. El primero era la norteamericana Nancy Willard en su obra Testimony of the Invisible Man, Columbia, Mo., University of Misssouri Press, 1970. Los tres sucesivos eran John Felstiner, José María Valverde y Adolfo de Nordenflycht: FELSTINER --- «During the twenties [Neruda] translated… a fragment of Rilke’s Malte Laurids Brigge (from Gide’s translation) … » --- John Felstiner, Translating Neruda: The Way to Macchu Picchu. Stanford, Stan-

ford University Press, 1980. VALVERDE --- «Neruda, en 1926, tradujo algunos fragmentos de Malte a través del francés de Gide…» --- José María Valverde, “Pablo Neruda”, en Martín de Riquer & J. M. Valverde, Historia de la Literatura Universal, tomo 9, Barcelona, Planeta, 1986. NORDENFLYCHT --- «El original de la novela poética de R. M. Rilke fue publicado en alemán en 1910, idioma que Neruda no conocía, cuando incluye bajo su firma el fragmento, en la revista Claridad núm.135, octubre-noviembre 1926. La traducción de Neruda parece haber sido hecha del francés, idioma al que André Gide había traducido algunos fragmentos de la novela, entre los que se encuentra el que traduce Neruda, publicándolos en la NRF en 1911. Claridad… escamotea dos párrafos entre el penúltimo y el último del original…» --- Adolfo de Nordenflycht, “Neruda y la traducción”, en Mutatis Mutandis, vol. 5, n° 1, Valparaíso, 2012.

A estas cuatro menciones debo, por honestidad, añadir una que Robertson involuntariamente olvidó: LOYOLA -- «Por esa época Neruda leyó por primera vez Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, traducción francesa de André Gide.» --- Hernán Loyola, Ser y morir en Pablo Neruda, Santiago de Chile, Editora Santiago, 1967, p. 70.

Ahora bien, el Dr. Robertson refuta esta tesis: ROBERTSON -- «La aludida traducción de Gide (1911) para la Nouvelle Revue Francaise (NRF), revisada personalmente por mí, no incluye el fragmento (de Malte) que tradujo Neruda.» --- Dr. Enrique Robertson, mensaje a Nerudiana, enero 2015.

25


Me declaro responsable del error que Robertson denuncia, pues probablemente los cuatro autores arriba mencionados se fiaron de mi temprana afirmación, que, por lo demás, yo había olvidado completamente (como lo demuestra mi nota, recién citada, a la versión de Pablo en Obras completas, tomo V). Mi única atenuante es que mi libro de 1967 fue escrito a toda prisa, originalmente, para ser presentado a la edición 1966 del concurso anual de Casa de las Américas, La Habana, Cuba, y presumo que me faltó tiempo para verificar el dato antes de enviarlo. ¿De dónde salió el dato mismo? Han pasado casi 50 años, y francamente no lo recuerdo. Alguien, quizás Jorge Sanhueza, tenía una vaga noticia de la traducción de Gide. Pero asumo totalmente el descuido inaceptable de no haber verificado primero, y de no haber corregido después. Sin recordar aquello, al redactar la nota pertinente para el tomo V de las Obras completas de Neruda (2002), pedí ayuda al poeta Waldo Rojas que vive en París, quien me informó de la traducción (completa) de Maurice Betz, fechada en 1926. No encontró otra. Por coincidir ese año 1926 con el de la publicación del fragmento nerudiano en Claridad, me pareció prudente suponer --y así lo escribí-- alguna previa publicación parcial de la traducción del mismo Betz. Robertson me escribió hace algunos meses para señalarme las erradas atribuciones a Gide, pues él había examinado personalmente esa traducción publicada por la NRF (1911), teniendo a la vista el texto alemán original, y había verificado la ausencia del fragmento (re)traducido desde el francés por Neruda. Inicialmente Robertson suponía que Pablo había tenido tiempo suficiente para conocer la traducción completa de Betz, en librerías desde enero de 1926, pues su fragmento se publicará en octubre-noviembre de ese año. Pero

26

yo le manifesté a Robertson mis reservas (Pablo había viajado a Ancud en febrero de 1926, llevando consigo el texto de Rilke) y fue así que dio con la publicación parcial de Betz, fechada en 1923. Ya lanzado en tal investigación, Robertson verificó personalmente, por fin, que esa publicación de Betz 1923, y no la de Gide 1911, incluía el dichoso fragmento de la versión de Pablo.

Maurice Betz 1923 Aunque sigue ejerciendo como abogado para subsistir, el alsaciano Maurice Betz (1898-1946) alcanza por fin en 1923, un éxito notable en su verdadera vocación: la de escritor. Ese año publica su primera novela, Rouge et blanc (Albin Michel), ambientada en Alsacia bajo dominio alemán. Teniendo como escenario el liceo de Colmar, la novela desarrolla la trayectoria de dos muchachos, uno alsaciano y el otro alemán, cuya amistad viene puesta duramente a la prueba por las contradicciones y conflictos que rigen la institución escolar, la estructura familiar, en suma, por las ideologías revanchistas que impregnan la entera situación histórica del territorio y que explotarán con el desencadenamiento de la Gran Guerra. Ese mismo año el joven narrador se perfila como traductor: los editores Delamain y Boutelleau (Stock) publican en efecto un tercio de Les Cahiers de Malte Laurids Brigge, novela de Rainer Maria Rilke, en traducción firmada por Maurice Betz. Durante su colaboración con la revista anarquista y de vanguardia Action / Cahiers Individualistes de Philosophie et d’Art, el abogado Betz había conocido al crítico de arte Florent Fels, empeñado en fundar para las ediciones Stock una colección de literatura: Les Contemporains / Oeuvres et Portraits du XX Siècle. En respuesta a la petición de Fels de sugerirle nombres de autores germanos para esta nueva

colección, Betz propuso de inmediato la traducción de una parte de Les Cahiers de Malte Laurids Brigge, obra de un escritor de lengua alemana prácticamente desconocido en Francia (aparte la lejana y olvidada traducción de Gide en la NRF, 1911). La novela de Rilke, traducida parcialmente y publicada por Stock en un volumen de pequeño formato, logró una cálida y fervorosa acogida entre los lectores franceses, lo que estimuló a Betz a completar la traducción de la obra. En ella trabajará hasta 1925. Pero esa traducción francesa integral de Les Cahiers no será publicada por Stock, sino por los hermanos Albert y Robert Émile-Paul, editorial de menor envergadura y menos atenta a la literatura extranjera. El nombre de Maurice Betz, sin embargo, estará indefectiblemente ligado en adelante al del poeta praguense de lengua alemana. v

--- * Hernán Loyola

Malte Betz, 1926.


DOSSIER:

Neruda en el Archivo Central U. de Chile

27


Los libros y las caracolas de Neruda en el Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile ALESSANDRO CHIARETTI* Archivo Central Andrés Bello – Universidad de Chile

Tuve larga paciencia para buscarlos, placeres indescriptibles al descubrirlos, y me sirvieron con su sabiduría y su belleza. Desde ahora servirán más extensamente, continuando la generosa vida de los libros. --- Pablo Neruda, 1954

A

través de una ceremonia pública en la que estuvo presente el rector Don Juan Gómez Millas, el 20 de junio de 1954, Pablo Neruda donó su biblioteca personal y su colección de caracolas a la Universidad de Chile. Este conjunto se resguardó desde entonces en la Biblioteca Central de la Universidad, pasando, en 1994, a la custodia del Archivo Central Andrés Bello. El Archivo Central Andrés Bello es el núcleo patrimonial de la Universidad de Chile. Tiene entre sus funciones conservar la memoria de la institución --y a la vez la del país-- a través de sus colecciones bibliográficas, documentales, fotográficas e iconográficas. Fue creado el 10 de agosto de 1994, integrándose en él la Biblioteca Central, la Unidad de Fotografía, el Taller de Imprenta y Encuadernación y el Laboratorio de Conservación-Restauración de Papel1. Tres de las más valiosas colecciones conservadas por el Archivo Central (Colección Neruda, Colección Americana y Colección Manuscritos) fueron declaradas Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico por Decreto n. 295 de 2009 del Ministerio de Educación de Chile. Destacándose, además, la Colección Lira Popular, declarada Memoria del Mundo por la UNESCO en 2013. 28

La Colección Neruda se divide en cuatro secciones: Sección Bibliográfica (5106 volúmenes); Sección Hemerográfica (263 títulos de revista); Sección Malacológica (7784 caracolas); Sección Sonora (155 discos). Esta última sección no es parte del conjunto declarado Monumento Nacional. La mayor parte de la colección se conserva actualmente en la Sala Neruda, diseñada por el propio poeta, con ayuda del arquitecto chileno Fernando de la Cruz. Este conjunto se considera muy valioso, por la relación que permite establecer entre Neruda y sus pasiones, y la posibilidad de acercarse al universo poético, social y personal del poeta. Los libros y las caracolas muestran a un coleccionista apasionado de las formas, de las texturas, de la historia natural, de los libros antiguos y de los grabados. La literatura del siglo XX, en sus más grandes exponentes, se encuentra reunida aquí, y más de 500 libros están dedicados personalmente al poeta, en algunos casos junto a su esposa Delia. Autores como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Paul Éluard, Octavio Paz, entre muchos otros, dejaron sus firmas y dedicatorias2. Desde el año 2007, la Colección Neruda ha sido una de las prioridades en las labores del Archivo Central An-

drés Bello, y ha sido objeto de múltiples trabajos. La Sección Malacológica, cuyas caracolas ya habían sido objeto de un catálogo en el año 19873, fue inventariada y clasificada gracias al trabajo de diferentes malacólogos que identificaron cada una de las especies que la componen. Además, el Archivo Central se preocupó de la difusión de este conjunto a través de diferentes exposiciones, que recorrieron lugares como España, Valparaíso, Iquique, y Antofagasta entre 2009 y 20134. La Sección Bibliográfica, en cambio, fue objeto de una actividad sistemática de conservación/restauración y también de inventario. Los detalles sobre los trabajos de restauración, junto con fotos de varias dedicatorias encontradas en los libros, se pueden revisar a través del minisitio “Los libros de Neruda” (www.archivobello.uchile.cl/ neruda/).

Durante los trabajos de sistematización se puso atención en una incongruencia en la composición de la colección. Se tiene noticia de que durante los años sucesivos a la donación, se siguieron agregando libros a la biblioteca, supuestamente enviados por el mismo Neruda. Sin embargo, a través de la re-


visión analítica de los libros publicados en esos años, se nota que fueron ingresados a la colección varios libros que no pertenecían a Neruda. Se encontraron, por ejemplo, libros con dedicatorias a Jorge Sanhueza (que por varios años fue conservador de la colección) y a Luis Oyarzún. En el intento de reconstruir la donación original, y ante la imposibilidad de definir con certeza el origen de todos los libros, la dirección del Archivo Central Andrés Bello decidió considerar parte de la Sección Bibliográfica de la Colección Neruda solo los libros con año de publicación hasta el 1954, con excepción de 9 libros, publicados entre 1957 y 1969 que llevan una dedicatoria a Pablo Neruda. El inventario definitivo, con los registros de los 5106 libros, se encuentra disponible en la página web del Archivo Central Andrés Bello; todos los libros están también presentes en el Catálogo Bello, el catálogo de las bibliotecas de la Universidad de Chile (http://catalogo.uchile.cl/). Gracias a la sistematicidad del trabajo de inventario y de catalogación, es posible extraer datos significativos de la colección considerada en su conjunto. Por ejemplo, considerando el año de publicación de los libros, se nota que, a pesar de la presencia de muchos antiguos, más de la mitad de la colección, fue publicada entre 1920 y 1960. Las

principales pasiones del poeta se reflejan claramente en los temas de sus libros, siendo presentes principalmente de literatura (60%), de historia y geografía, de viajes (20%), y de ciencias (7%). Entre los libros de literatura, la mayor parte es de literatura hispánica (en un 25% chilena), aunque hay una sección relevante de literatura en idiomas inglés y francés. Estas son solo algunas de las múltiples lecturas que los datos sistematizados nos permiten extraer.

Desde luego, muchos de los libros de la biblioteca del poeta se pueden considerar valiosos en base a múltiples factores, tanto por las ediciones como por la historia de cada volumen. El libro más antiguo, y probablemente el más precioso que conserva el Archivo Central Andrés Bello, es un incunable de Petrarca, edición de la obra Triunfos realizada en Venecia en 1484. Como uno de los últimos “descubrimientos” de los tesoros de Neruda, identificado por quien escribe durante el 2014, se señala la edición de 1502 de la obra Farsalia del poeta romano Marco Anneo Lucano (39-65), un poema inacabado sobre la guerra civil entre Julio César y Cneo Pompeyo Magno. El ejemplar se considera valioso por haber sido producido por la Imprenta

Aldina, de Aldo Manucio (1449-1515), editor, tipógrafo y humanista italiano. Manucio se considera el mayor tipógrafo de su tiempo y el primer editor en sentido moderno. Sus ediciones se caracterizan tanto por la elegancia de su ejecución material como por la corrección y pureza de los textos. Como curiosidad, y como testimonio de la cercanía de Neruda con Italia y con los intelectuales italianos, se puede mencionar una edición de 1948 de Il sentiero dei nidi di ragno (El sendero de los nidos de araña), del destacado autor Italo Calvino, en la cual se encuentra una dedicatoria del autor a Pablo y Delia, a quien llama “Formica”, traducción al italiano de “Hormiga”.

Para el primer semestre del año 2015 está prevista la revisión del actual inventario somero de la Sección Hemerográfica, con ella se ingresarán al Catálogo Bello todos los títulos y las existencias detalladas de las revistas. Con el cierre de esta actividad, se podrán considerar concluidos los procesos técnicos, tanto de conservación como de biblioteca, necesarios para garantizar de la mejor forma el acceso a los preciosos materiales que constituyen la Colección Neruda. Según el modelo de trabajo que se ha consolidado durante los últimos

Caracolas de Isla Negra y detalle de la dedicatoria de Italo Calvino en Il sentiero dei nidi di ragno, edición 1948. Foto de Camila Torrealba.

29


Guillermo Feliú Cruz, Juan Gómez Millas y Pablo Neruda, durante el acto de donación a la Universidad de Chile, 20 de junio de 1954.

años en el Archivo Central Andrés Bello, la definición del inventario es solo una etapa del proceso más amplio de puesta en valor de colecciones y acervos, en cuanto el mismo Archivo se considera no solo como el responsable del resguardo de la memoria institucional, sino también como un espacio de difusión para el patrimonio universitario y nacional. La puesta en valor de las colecciones puede concretarse en exposiciones de las caracolas, como las arriba mencionadas, en investigaciones interdisciplinarias sobre los materiales, en la organización de actividades públicas de difusión, o en la apertura de los espacios durante el Día del Patrimonio. Cabe señalar que por medio de la colaboración mutua entre el Archivo Central Andrés Bello y la Fundación Neruda, las dos instituciones más importantes que resguardan la obra y el patrimonio nerudiano del país, en el

30

año 2013 se creó la Cátedra Neruda, un concurso de becas de investigación que tiene la misión de renovar las miradas sobre la figura de Neruda, desde su obra poética y literaria como también estudiar su importancia en tanto personaje relevante de la historia cultural del siglo XX en Chile y el mundo. Este artículo también se enmarca en las actividades de puesta en valor de la Colección Neruda, y tiene la esperanza, a través de la ilustración parcial de contenidos y procesos, de contribuir a la difusión de estos acervos y a su acercamiento a nuevos posibles usuarios. v

NOTAS: 1 Archivo Central Andrés Bello. Arturo Prat, 23, Santiago. archivo.central@uchile.cl. Sitio web http://archivobello.uchile.cl/.

2 Guión metodológico Archivo Central Andrés Bello, 2014. 3 Maria Codceo Rojas, Catálogo de las conchas de la colección Pablo Neruda: en la Biblioteca Central de la Universidad de Chile. Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile, 1987. 4 Noticias sobre las exposiciones se pueden encontrar en la página web http://www.archivobello.uchile.cl/neruda/noticias.html. *ALESSANDRO CHIARETTI nació en Rimini (Italia) el 4 de enero de 1981. Actualmente reside en Santiago de Chile. Licenciado en Conservación de Bienes Culturales, con mención en Archivología, por la Università di Urbino “Carlo Bo” (Italia). Magíster en Planificación y Gestión de Servicios Documentales Avanzados por la misma universidad, bajo la dirección de la profesora Maria Guercio. Desde 2013 trabaja como bibliotecario y archivero en el Archivo Central Andrés Bello, en Santiago de Chile. Desde septiembre de 2014 es coordinador del Área de Información Bibliográfica y Archivística de la misma institución. En este contexto, una de sus principales funciones ha sido concluir la revisión y actualización del catálogo y del inventario de la Sección Bibliográfica de la Colección Neruda.


DOSSIER:

Rogovin

31


32


Si no fuera por la lluvia. Milton Rogovin en Chile MEDARDO URBINA BURGOS Editor

E

l profesor Carlos Trujillo Ampuero, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Villanova, Estados Unidos, ha tenido la buena idea de componer el libro Si no fuera por la lluvia. Milton Rogovin en Chile (Concepción, Editorial Okeldán, 2013), que nos cuenta e ilustra el trasfondo de la crónica “Las islas y Rogovin” de Pablo Neruda, publicada por la revista Ercilla de Santiago, en 1968. Se trata del Diario de Viaje del fotógrafo norteamericano Milton Rogovin y de las cartas que intercambió antes, durante y después de su viaje a Chile en 1967, oportunidad en la que alcanzó la localidad de Quemchi (Chiloé) a sugerencia de Pablo Neruda, influenciado sin duda por su amigo Francisco Coloane, quien había nacido y vivido en Huite, un lugarejo cercano a Quemchi y situado frente a la isla Caucahué. Trujillo indaga, presenta y relata organizadamente los más variados e interesantes detalles de aquel extraño viaje de Rogovin a Chile: sus impresiones, sus entusiasmos, sus aventuras y contactos con diversas personas, ambientes y circunstancias en su derrotero. Y también las frustraciones y los conflictos psicológicos con su propio yo en los momentos más cruciales de su viaje, como la incomprensible decisión de abandonar Ancud el mismo día que llegaba a esa ciudad chilota el esperado Pablo Neruda, quien venía precisamente a hablar con el fotógrafo y a conocer su trabajo en Quemchi. La angustia provocada por el extrañamiento y por no conocer ni la lengua ni la historia del país (menos aún la de Chiloé) impi-

dió al fotógrafo incluso divisar al poeta cuando tal vez se cruzaron sus respectivas embarcaciones en el Canal de Chacao. En suma, el desencuentro fue el resultado de una crisis de depresión, de un estado confusional y de las dificultades para comunicarse en la cada vez más fallida y frustrante tentativa de conseguir cosas tan simples como un pasaje en bus o una habitación en un hotel. Pero, por otra parte, en el curso del Diario de Viaje aparecen la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, la vida en ella durante los pocos días que permaneció allí y los personajes que rodeaban entonces al poeta, a comenzar por Matilde Urrutia. El diario da cuenta de las visitas ocasionales de Nemesio Antúnez, Acario Cotapos, Laura y Homero Arce, Salvador Allende, Alejandro Lipschütz y Francisco Velasco. Entre las cartas hay varias del Dr. Raúl Grinberg, quien fuera vecino de Rogovin en Buffalo, Estados Unidos. En Santiago establece contactos con los doctores Hermann y Hans Niemayer, Jorge Arce y María Martner, escultora. Más tarde, en Puerto Montt, cuenta con la ayuda y compañía de Rodrigo Azócar; y en Chiloé se vincula con Abel Demarchi, quien le sirve de guía en Quemchi y alrededores, y con Luisa Chijani, quien lo recibe y acoge en sus casas en Ancud y en Mechaico. Todos ellos --de uno u otro modo en grados variables-- ayudaron a Milton Rogovin a materializar su proyecto fotográfico destinado desde el comienzo a captar en imágenes «la verdad de la pobreza en Chile». Trujillo inicia su obra relatando la

manera fortuita y misteriosa en que trabó contacto con la obra de Milton Rogovin y poco más tarde con el propio fotógrafo, por entonces un anciano de 93 años. Nos cuenta que después de una conferencia sobre la obra de Pablo Neruda que Trujillo dictó en la Universidad de Villanova, una dama del público le informó que una amiga de ella tenía fotografías de Chiloé tomadas por su padre y que deseaba contactar a alguien de esos lugares para saber el nombre de una de las personas fotografiadas. La señora era amiga de Ellen Rogovin y las fotografías eran imágenes de personas y paisajes de Chiloé captadas por Milton Rogovin, en 1967, en la localidad de Quemchi y alrededores.

Portada de Si no fuera por la lluvia, Carlos Trujillo.

33


Trujillo dice no haber dado demasiada importancia a esa conversación, pensando que las imágenes serían las fotos de un turista más, pero debió cambiar idea cuando recibió en su casa de Pinzon Avenue Nº 9, Havertown, un voluminoso paquete con fotografías de gran belleza y calidad profesional. Eran imágenes bellísimas que captaban un momento en las vidas de personas y circunstancias de aquel Chiloé profundo, pobre, olvidado y zarandeado, que aún no lograba recuperarse del terrible impacto y la fuerza del terremoto y maremoto de 1960 que asoló el sur de Chile. Sin poder contener el impulso natural y espontáneo a conocer al autor de tan valioso tesoro, producto de un trabajo silencioso y hasta ese momento oculto, Trujillo se comunicó con Rogo-

34

vin y fue a visitarlo a su domicilio en Buffalo, estado de Nueva York. Más aún: decidió dialogar con las imágenes, seleccionó unas cincuenta fotografías y escribió un poema para cada una de ellas. El resultado fue el libro Nada queda atrás, editado por el Museo de Arte Moderno (Santiago-Chiloé, Editorial Isla Grande, 2007). Esta obra entusiasmó a Mark Rogovin –el hijo mayor de Milton-, quien ofreció a Trujillo el Diario de Viaje de su padre y un número cercano a 300 cartas que Milton intercambió con diversas personalidades de ese tiempo de Chile y Estados Unidos, entre las cuales destacan las de Pablo Neruda y Matilde Urrutia, como las del Dr. Alejandro Lipschütz. El profesor Trujillo logró un año sabático en su universidad para abocarse al estudio de tales docu-

mentos y a su traducción al castellano. El resultado fue Si no fuera por la lluvia. Milton Rogovin en Chile, obra de gran interés tanto para los estudiosos de Neruda como para los seguidores de la obra de Rogovin. Profusamente documentado y enriquecido con numerosas notas al pie de página, el libro aporta valiosos datos e imágenes, y además permite conocer aristas y facetas inesperadas --y a veces hilarantes-- de cada uno de los personajes mencionados. E incluye, por cierto, una selección de fotografías tomadas por Milton Rogovin en Isla Negra, Santiago y Chiloé entre enero y febrero de 1967. v


35

[Revista Ercilla Nยบ 1758, Santiago 09-10-1968.]


FRAGMENTOS DEL LIBRO

1 Querida Lucha: te presento a Milton Rogovin, fotógrafo de gran calidad que viaja desde su país sólo para un libro de fotos sobre temas chilotes. Este libro llevará un texto mío. Yo y Coloane sugerimos Quemchi y la isla de Caucahué…todo esto te lo pido pensando en tu hospitalidad generosa y en tu amabilidad. Perdona, yo iré durante el trabajo y te agradeceré personalmente. Te quieren mucho: Pablo y Matilde. --- De una carta de Pablo Neruda a su amiga Luisa Chijani, de Ancud, fechada en enero de 1967.

2 Es increíble el tipo de cosas y personas que he tenido la oportunidad de conocer. Todo se debe a la cuidadosa planificación de Pablo (Neruda). En Valparaíso María Martner, su esposo y su hijo fueron muy amables y cooperadores conmigo. Luego en Puerto Montt Rodrigo Azócar dejó de hacer sus cosas para poder ayudarme en mi fotografía. ¡Y es increíble lo que estoy encontrando aquí en Ancud!... …Allá yo le pregunté al maletero si conocía a Luisa Chijani. Por supuesto que la conocía porque ella posee una muy buena tienda en la ciudad. Cuando le di la carta de Pablo ella se alegró muchísimo de saludarme como a un amigo. Pablo le había telegrafiado previamente que yo estaba llegando. --- De una carta de Milton Rogovin a su esposa Anne, fechada en Ancud el 30.01.1967, día de su arribo a Chiloé.

3 La habitación en la que dormí anoche tenía seis camas, pero sólo cuatro fueron ocupadas. La habitación estaba limpia; las sábanas y la funda de la almohada limpísimas. Era una casa de madera y yo me quedé en una especie de subterráneo. Encima de nosotros había gente caminando, alguien barriendo y una gran variedad de otros ruidos que parecían ser amplificados por el piso de madera. Finalmente conseguí dormir, pero fui despertado por los otros usuarios de mi habitación quienes llegaron un poco más tarde. A eso de las tres de la madrugada, una rata que parecía estar hambrienta empezó a roer la madera justo fuera de nuestra habitación. Cuando quedó satisfecha el ruido se acabó y yo volví a dormirme otra vez. --- Del Diario de Viaje de Milton Rogovin. Puerto Montt, martes 14.02.1967.

36


Milton Rogovin, fotógrafo de los olvidados ALBERTO FERRERAS

M

ilton Rogovin vivió más de la mitad de sus 101 años dirigiendo el foco de su cámara a los más desprotegidos por la sociedad: los pobres y los desempleados, a los que llamaba «los olvidados», nombre que dio lugar a una serie de retratos tomados durante tres décadas a más de 100 familias residentes en las zonas desfavorecidas de Buffalo (Nueva York), donde falleció el pasado 18 de enero. Nacido en Brooklyn el 30 de diciembre de 1909, se licenció en Optometría por la Universidad de Columbia en 1931. El pequeño de tres hermanos, tuvo que sufrir la bancarrota del negocio familiar provocada por la Gran Depresión de los años treinta. Tras ella, trabajó como optometrista en Manhattan, época en la que se convirtió en asiduo lector del Daily Worker, periódico comunista que le acercó la imagen de la sociedad más desfavorecida a través del trabajo de los fotógrafos Jacob Riis y Lewis Hine.

La prensa local le tachó de «rojo número uno de Buffalo» En 1938 se trasladó a Buffalo, donde abrió su propio negocio de óptica, que daba servicio sobre todo a los sindicatos de trabajadores. Tras haber servido tres años como voluntario en la guerra, en 1942 se casó con Anne Snetsky y volvieron a Buffalo, donde se vinculó definitivamente con la rama del partido comunista mientras desarrollaba su profesión dentro del sindicato de óptica. Por estas actividades tuvo que testificar en 1957 ante el Comité de Ac-

tividades Antiamericanas, organismo surgido en medio del anticomunismo que se generalizó en EE UU en plena guerra fría. Ante su negativa a hablar, el periódico Buffalo Evening News lo tachó de «rojo número uno de Buffalo». Él y su familia sufrieron tal boicoteo que acabó en la ruina. Sobrevivieron con el salario de maestra de su mujer, y él comenzó a llenar el obligado tiempo libre tomando fotografías de las gentes y barrios más desfavorecidos de Buffalo. Eran retratos espontáneos de personas que encontraba en las calles, a las que nunca les decía cómo posar ni vestir. «Al principio fue difícil, ya que ellos pensaban que yo era de la policía o del FBI», declaró Rogovin en una entrevista. En 1961 comenzó a exponer sus imágenes gracias a la invitación de un amigo suyo, William Talmadge, profesor de música en la Universidad Estatal de Nueva York. El éxito de esa y otras exposiciones lo animó a dedicar más y más tiempo a la fotografía, que empezó a considerar como medio de cambio social. En 1972 obtuvo un máster de Artes en Estudios Americanos y presentó su mayor exposición hasta entonces en la galería AlbrightKnox de Buffalo. Durante los siguientes años, Rogovin encontraba rincones «olvidados» en las reservas indias de Nueva York y en las comunidades de países como China, Escocia o España. Con ese material publicó libros, celebró exposiciones por todo el mundo y su obra pasó a formar parte de las colecciones de instituciones como la Biblioteca

Nacional de París, el MoMA de Nueva York, el Museo Getty de Los Ángeles y el Museo Victoria y Alberto de Londres. La Biblioteca del Congreso de EE UU adquirió una parte de su archivo en 1999. Su mujer, Anne, le ayudó a organizar sus fotografías hasta que falleció en 2003. «Son personas que no están socialmente de moda, pero tienen una intensidad personal que es reflejo de un mundo perdido en medio de una cultura que celebra la belleza y el poder». Esta crítica, publicada por Holland Cotter en The Times, sirve de epílogo al trabajo de un fotógrafo que no abandonó nunca su conciencia social. El propio Rogovin lo reflejó en una frase que resume su trayectoria: «Toda mi vida me he fijado en el pobre. El rico tiene sus propios fotógrafos». v --- de El País, Madrid, 30.01.2011.

Milton Rogovin.

37


Neruda 1949 – la fuga Un episodio desconocido Mis discursos se tornaron violentos y la sala del Senado estaba siempre llena para escucharme. Pronto se pidió y se obtuvo mi desafuero y se ordenó a la policía mi detención. --- Neruda, Confieso que he vivido, en OC, V, 589. El derrotero del poeta es del todo conocido. En 1948 el presidente Gabriel González Videla ordenó la captura “vivo o muerto” de Pablo Neruda. En 1949, tras un año de clandestinidad, miembros y amigos del Partido Comunista de Chile urdieron un escape para el poeta a través de un paso cordillerano utilizado por los contrabandistas y baqueanos más allá de los límites orientales del lago Maihue. Aunque Confieso que he vivido no lo registra, ni conozco otros testimonios al respecto, durante esa huida --o en algún momento de la clandestinidad-- tuvo que pernoctar al menos por una noche en Concepción. Así lo asegura la señora Mary Reichelt Villablanca, de quien transcribiré textualmente su relato:

T enía en ese tiempo unos 9 años y era costumbre que al término de mi jornada escolar --poco después del mediodía-- pasara yo a almorzar o a tomar onces a casa una de mis tías, Viola Nachbauer, casada con el abogado Juan Zegers. Vivían entonces en la calle Caupolicán casi al llegar a calle Chacabuco. La casa tenía un amplio patio interior dotado de una piscina central, más allá de la cual había una casita de dos pisos donde vivía otra de mis tías, Fanny Reichelt Nachbauer. La tía Viola hacía ya muchos años que vivía en Chile, desde antes de la Primera Guerra Mundial. Así, la tía Fanny --que hasta ese entonces residía en Alemania-- decidió venir a Chile en 1923 y fue acogida por la tía Viola. En Concepción trabajó como profesora de francés, inglés y alemán en el colegio de la colonia germánica. Era ella quien me recibía cada día al término de mi jornada escolar. La relación de parentesco era por vía de mi padre, Albert Reichelt Nachbauer, quien combatió la Primera Guerra Mundial en el ejército alemán desde que tenía 16 años. Terminada la guerra se vino directamente a Chile. El 38

tío Oscar Nachbauer --que ya vivía en Chile desde fines del siglo XIX-- fue a recibir a mi padre a Valparaíso, puerto al que llegó por la vía marítima del Estrecho de Magallanes. Mi tío Oscar Nachbauer era en ese tiempo dueño y administrador de una empresa de tranvías de dos pisos que corrían sobre un tendido de rieles por algunas de las calles céntricas de Concepción. Pues bien, uno de aquellos días había llegado yo a la casa de la tía Fanny y me encontraba almorzando, cuando vi bajar desde el segundo piso a un señor alto, con boina y un impermeable claro, grisáceo amarillento, provisto de una espesa barba. No nos dirigió palabra alguna. Al parecer bajó a recoger algún alimento y luego subió por la escalera tan lenta y despreocupadamente como bajó. Yo quedé muy sorprendida, pues sin haberlo visto antes lo reconocí de inmediato por la fotografía que habían estado publicando con frecuencia en el diario que mi tía Fanny recibía infaltablemente. ---¡Tía Fanny! –le dije--. ¿No es ése

el señor que aparece en el diario?... ¿El que andan buscando? La tía Fanny se espantó y me dijo seriamente: ---¡Marichen! --así me llamaban los tíos-- ¡No debes decir nada a nadie! ¡Tú nunca has visto a persona alguna en esta casa! Porque si abres la boca y le cuentas a alguien, vas a meter en problemas a tu tío Juan, a tu tía Viola y a mí. Prométeme que guardarás riguroso secreto sobre lo que has visto. Yo mantuve el secreto responsablemente por muchísimos años y hasta habría terminado por olvidar completamente el episodio de no haber sido por su pregunta: ¿conoció usted a Pablo Neruda? v

--- Relato de Mary Reichelt Villablanca. Presentación y transcripción de Medardo Urbina Burgos Concepción


DOSSIER:

Neruda 80

39


Cuando Neruda cumplió 80 años. una jornada memorable. MIGUEL LAWNER Arquitecto

S

antiago de Chile, 21 de julio de 1984. El Teatro Caupolicán parece una caldera próxima a estallar. Uno tras otro, se suceden los gritos de protesta coreados por las ocho mil voces que colman sus aposentadurías. Es el desahogo legítimo de gargantas oprimidas durante largos once años de dictadura militar. Decenas de pancartas y lienzos cuelgan desde los balcones, identificando la presencia de sindicatos, federaciones estudiantiles o agrupaciones políticas. Otros claman por el fin del exilio. Algunos han traído una modesta cartulina manuscrita, que agitan iracundos con sus propias consignas. Es imposible permanecer indiferente en medio de una multitud tan enfervorizada. ¡Cuántos anhelos reprimidos que encuentran aquí su válvula de escape! ¡Cuántos años en espera del reencuentro con amigos o camaradas! Muchos se abrazan sin conocerse. Todos exhiben una sonrisa en sus rostros. Es la necesidad de prodigar afecto, cariño, amor, sentimientos que nos quisieron arrebatar los que han impuesto en Chile el imperio del odio y el terror. El Caupolicán no registra otra audiencia tan participativa y resuelta en su larga trayectoria como foro de reuniones sociales o políticas. Aquí mismo, en esta misma sala, cuarenta años atrás, Neruda ingresó públicamente al Partido Comunista de Chile, junto a otras altas figuras de la cultura: el profesor Alejandro Lipschütz, la soprano Blanca Hauser, Armando Carvajal, Director de la Orquesta Sinfónica de Chile.

40

Sábado 21 de julio de 1984 a las 19 horas. Es una fría tarde de invierno, temperada por la efervescencia de la muchedumbre que se ha congregado. Los últimos ya no caben en la sala y deben permanecer afuera, desde donde podrán seguir la ceremonia mediante una pantalla gigante instalada hacia la calle San Diego, cuyo tránsito fue suspendido. El acto ha sido convocado por el Comité Neruda 80 años, que integran las más altas figuras de la cultura chilena residentes en el país, y cuenta con el patrocinio oficial de la Sociedad de Escritores de Chile. El Neruda 80 años está concebido como un espectáculo artístico multidisciplinario, con la participación de numerosos conjuntos musicales, solistas, poetas, fotógrafos, pintores, bailarines, escenógrafos, y locutores. Ningún artista cobró un solo peso por su actuación, y aun así fue imposible darles cabida a todos los que deseaban adherir. Ardua fue la faena de circunscribir a un solo tema la participación de cada intérprete. Cierra el escenario un conjunto de bastidores en blanco, que nuevas generaciones de brigadistas se aprestan a pintar durante el transcurso del acto. Al centro, preside la fiesta el magistral retrato del poeta, obra del pintor José Balmes. Se ha dispuesto una gran pantalla sobre el escenario, que permitirá proyectar imágenes complementarias del guión en desarrollo. El acto consulta un vasto programa cuyo punto culminante es la entrega de 80 medallas --una por cada año del

poeta-- a igual número de personas e instituciones políticas, sindicales, religiosas, culturales, estudiantiles, periodistas y de Derechos Humanos, distinguidos en la lucha «por preservar en Chile los ideales de paz y fraternidad, de libertad y justicia social».

La medalla fue diseñada por la escultora Marta Colvin, Premio Nacional de Arte, y se ejecutó en una pieza de bronce sólido que muestra el perfil del poeta con su sonrisa sutil. En la trascara, la autora grabó en altorrelieve, la imagen de un muro de piedras ciclópeas, característico en su obra, del cual emergen las siguientes palabras: Los hombres de América así fuimos creados, en nuestra sangre tierra y sol circulan. NERUDA 80 AÑOS. 12 Julio 1904. CHILE.

Miguel Davagnino y Luis Schwaner, animadores del acto, deben hacer supremos esfuerzos por imponer el silencio a fin de dar comienzo al programa. Comienzan dando lectura a saludos provenientes de todo el mundo. El más emotivo es el de Matilde Urrutia, enviado desde un hospital en Houston, donde está luchando contra la enfermedad que finalmente la llevará a la muerte seis meses después: ¡Cómo quisiera estar ahí con ustedes! El destino me ha jugado esta mala pasada y me es imposible estar presente. Pablo amaba la vida, amaba nuestro país, sus hombres, sus montañas,


sus pájaros. Siempre estará acompañándolos en la lucha. Reciban mi grito de rebeldía que se une a los de ustedes.

El acto prosigue con el estreno de la Oda a Neruda, cantata compuesta por el músico Jaime Soto León, donde participan la Orquesta Sinfónica y un Coro dirigido por el maestro Waldo Aránguiz, y los solistas Marés González y Luis Vera. La puesta en escena es impresionante.

En mi calidad de Coordinador del Comité Neruda 80 años, soy el único orador del acto. Me dirijo al escenario a fin de iniciar mi intervención, cuando aparece corriendo agitada una compañera para comunicarme que René Largo Farías, Secretario del Comité, solicita mi inmediata presencia en la administración del Teatro. Ha llegado un Coronel de Carabineros que manifiesta su intención de desalojar la sala en razón de los persistentes gritos, calificados de inaceptables por el policía, y que resuenan en todo el barrio. Imposible acceder a esta petición. Ya me han anunciado y no tengo más alternativa que subir al escenario temiendo lo peor, con un ojo atento a las puertas de entrada de la sala. El eventual asalto de la policía augura lo peor, dada la resolución de la multitud, que no aceptará dócilmente su desalojo. Los pacos utilizarán sus armas favoritas: gases lacrimógenos o pestilentes, que harán irrespirable el aire del teatro en cortos minutos, originando un pánico de proporciones con un saldo incalculable de víctimas. El Caupolicán transformado en una ratonera. Tengo viva esta imagen cruzando por mi mente como una ráfaga, cuando comencé a hablar. Me temblaban las piernas, pero logré aparentar serenidad. Pensé llamar a la moderación advirtiendo sobre la presencia de la policía, idea que rechacé porque la reacción del público era imprevisible, y porque sabíamos de algunos infiltra-

dos, maestros en la provocación. Terminé mi intervención sin que se cumpliera la amenaza de desalojo. Corrí hacia la administración para encontrarme con una escena sorprendente: nuestro afable René sostenía una relajada conversación con el coronel, quien parecía persuadido de que los gritos eran inofensivos, y que resultaba más prudente admitir tal desahogo en vez de reprimirlo. Ambos bebían una taza de café, y la conversación había derivado hacia la travesía clandestina de Neruda cruzando la cordillera a caballo en 1949. El policía ignoraba este episodio, inquiría toda suerte de detalles, y manifestaba su admiración,

a medida que René avanzaba en un relato adornado con fantasías propias de su cosecha particular. El coronel abandonó el recinto poco después, advirtiendo que al término del acto no habría marchas autorizadas. Los asistentes debían retirarse tranquilamente, y en caso de desobedecer estas instrucciones, disponía de una compañía de carabineros desplegada en ambas esquinas de la calle San Diego, que reprimiría cualquier tentativa de manifestación.

Después de una pausa, el acto prosigue con la entrega de las medallas. El propio René Largo Farías, con su

Miguel Lawner. Teatro Caupolicán, 1984.

41


hermosa voz de terciopelo, modulando cuidadosamente cada palabra, da comienzo a la ceremonia:

pastor que ha sido la voz de los que no tienen voz. La Medalla Neruda 80 años a Raúl Cardenal Silva Henríquez.

La nómina incluye a algunos de los hijos más dignos e ilustres de esta tierra. Hombres y mujeres que no vacilaron en exponer su seguridad, en defensa de los derechos fundamentales del ser humano. La lista comprende a altos pastores de la Iglesia, y a humildes pobladores. A hombres de letras y periodistas, a las abnegadas mujeres de las agrupaciones de Derechos Humanos, a mineros y estudiantes, a dirigentes políticos y a artistas.

El Teatro estalla en una ovación indescriptible, sucedida por un grito prolongado: ¡Raúl, amigo, / el pueblo está contigo! /¡Raúl, amigo, / el pueblo está contigo! René anuncia las siguientes medallas para Matilde, la fiel compañera del poeta, ausente del país, y para Tencha, anunciada por René como la mujer abnegada que ha recorrido el mundo incesantemente invocando la solidaridad con nuestro pueblo. Se lee su mensaje recién recibido desde México: "Con Pablo, nuestro poeta, con Salvador, y con ustedes, desde lejos, les digo presente, ahora y hasta la victoria final, siempre."

Prosigue René: Pablo los sentaba a todos en su mesa, y esta noche los ha unido nuevamente. Es un maravilloso preludio de la aurora que se aproxima.

Concluida esta introducción, irrumpe a gran volumen el Himno Nacional, que los asistentes vocean con entusiasmo inusual. Para qué decir el último verso: “O el Asilo contra la Opresión”, cantado con la ira acumulada en tantos años de represión. Toma nuevamente la palabra René y subraya con vehemencia: Honor a los laureados con la medalla Neruda 80 años, cuya nómina es encabezada por el prelado de su pueblo, el

No hay respiro. Finalizada la ceremonia de otorgamiento de las medallas, el espectáculo prosigue con el bloque titulado Nuestra América, que comienza con un grupo de danzas interpretando una melodía de Astor Piazzolla. Unos versos de Neruda sirven de tránsito a la presencia de la folklorista Lylia Santos, que canta la versión musicalizada del emotivo poema de Mario Benedetti:

Si te quiero es porque sos, mi amor, mi cómplice y todo, Y en la calle codo a codo, Somos mucho más que dos.

El recorrido por nuestra América Latina salta a Nicaragua, cuya revolución cumple cinco años de vida. El público acoge con aplausos la lectura del poema de Neruda dedicado a César Augusto Sandino y vitorea el “Canto a Nicaragua”, compuesto por lnti Illimani. Concluye este capítulo con Alturas de Macchu Picchu. Un diaporama proyecta imágenes de este alto arrecife de la aurora humana, mientras el actor Mario Lorca lee el último fragmento: Sube a nacer conmigo hermano Dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado.

Ahora es el turno de Allende. Miguel Davagnino da lectura al texto escrito por Pablo en su lecho, dos días después de conocer la muerte del Presidente, y diez días antes de ocurrir su propia muerte. Tras la lectura comienzan a escucharse por los parlantes las últimas palabras del propio Allende, mientras la pantalla exhibe las imágenes de La Moneda en llamas, bombardeada por los aviones Hawker Hunter

Juvencio Valle, Enrique Lihn y Raúl Zurita. Teatro Caupolicán, 1984.

42


en vuelo rasante. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Era la primera grabación que conocíamos de ese texto histórico, aún no depurada del ruido ambiente y de las interferencias que la afectan, pero aún así, era totalmente comprensible. Podrán imaginar la emoción que siguió a la primera trasmisión pública en Chile de este profético discurso, y el vocerío que estalló a su término, donde se mezclaron los gritos de admiración por el coraje y coherencia de aquel hombre excepcional, con los denuestos proferidos contra el tirano.

Una pausa permite serenar los áni-

mos antes del reinicio de la jornada que prosigue con un recital de poesía. Sube al escenario el venerable Juvencio Valle, amigo del poeta y compañero durante sus años escolares en Temuco. Sobre la huella de la elegía “Alberto Rojas Jiménez viene volando”. Juvencio comienza a recitar unos versos donde Pablo viene volando para compartir con el amigo y con todos nosotros sus afectos, sus dolores y sus esperanzas. Se anuncia a Enrique Lihn, que recita con vehemencia su poema titulado “Cámara de Tortura”, y en seguida Raúl Zurita da lectura a tres sueños, uno de ellos en lengua quechua, de increíble belleza melódica. Se presentan otros poetas jóvenes. Entre ellos Aristóteles España, que recita uno de sus poemas escritos en la Isla Dawson, donde fue confinado en 1973 cuando era un adolescente de 17 años. Lo suceden Gustavo Becerra, que colaboró estrechamente con Matilde Urrutia en

la elaboración de sus Memorias, y la poetisa Teresa Calderón. Para un recién retornado como yo, llama la atención el surgimiento de esta nueva cultura poética arraigada en el pueblo chileno durante los años de la dictadura. El último bloque es El pueblo canta al pueblo, con la participación de numerosos grupos musicales y solistas. Han transcurrido casi cinco horas sin mengua del entusiasmo. Muchos quisieran continuar. Nadie se ha retirado. Los artífices de esta memorable fiesta popular fueron el actor Luis Vera, conductor del espectáculo y autor del guión junto al poeta Gustavo Becerra; el cineasta Hernán Fliman, a cargo de los diaporamas; Juan Carlos Castillo y el Pato Madera, encargados de la escenografía; y por cierto René Largo Farías, único funcionario modestamente remunerado en este evento, y a cuyos preparativos se entregó sin pausa durante los tres meses anteriores. v

Medalla Neruda 80 años. 43


Escrito 30 años después Querido Pablo: No soy nostálgico, pero creo difícil reproducir el espíritu de aquel Neruda 80 años. Chile era en 1984 un país convulsionado por las movilizaciones populares, que comenzaban a poner en jaque a la dictadura. Estábamos unidos, y nos sentíamos capaces de precipitar la caída del tirano, con la fuerza de las movilizaciones populares. Fue en ese marco que celebramos tu cumpleaños número 80. Creo que nunca podré escuchar a alguien recitar el poema que dedicaste a Recabarren con la fuerza con que lo recitó esa noche Rubén Sotoconil, y tampoco habrá una audiencia tan estremecida como esa al oír: Recabarren, hijo de Chile, padre de Chile. Padre nuestro. Juramos defender tu camino Hasta la victoria del pueblo. También a Tennyson Ferrada le salió del alma la lectura de la Oda al Hombre Sencillo, y nosotros parecíamos estar en la disposición de asimilarlo con una emoción irrepetible. Hasta entonces, no había escuchado la versión musical del poema Yo te nombro, Libertad, del francés Paul Éluard, que Isabel Aldunate interpretó en forma magistral. La he escuchado varias veces en los años posteriores, y siempre resulta conmovedora, pero jamás como en esa noche inolvidable, con el público de pie, los brazos entrelazados unos con otros, mientras todos coreábamos con lágrimas en los ojos: Escribo tu nombre En las paredes de mi ciudad.

Isla Negra, 1984.

44


DOSSIER:

Bombal & Neruda 1933

45


46


Una foto de 1933 María Luisa Bombal y Neruda En septiembre de 1933 María Luisa Bombal viajó a Buenos Aires para compartir la vida de Pablo Neruda y Maruca Hagenaar en un departamento del 20° piso del Edificio Safico, situado en calle Corrientes. Los fragmentos que siguen están tomados de sus Obras completas, edición, introducción y notas de Lucía Guerra (Santiago, Editora Zig-Zag, 2010). La foto es de ese tiempo y Pablo la dedicó a su amiga. Fue publicada en Buenos Aires por el diario Últimas Noticias. Enrique Robertson la rescató para NERUDIANA. Partí a la Argentina en 1933 y me fui a vivir en la casa de Pablo Neruda, que estaba casado con Maruca, él era cónsul de Chile. Pablo no iba a ninguna parte sin mí y su mujer, pero ella se aburría tanto, fíjate, que en las reuniones sociales pedía permiso y se recostaba. Pablo corría a taparla… [278-279] Pablo peleaba conmigo en materia literaria a veces. Le gustaba leerme sus cosas. Yo le decía: «Esto me gusta. Esto no me gusta.» A veces se enojaba: «Es que tú no entiendes la poesía moderna, tú no llegas más que hasta Mallarmé». «Pues yo considero que he llegado bastante lejos», le decía yo. También me tenía un sobrenombre, Madame de Merimée, porque hice mi tesis en La Sorbonne sobre Merimée. Pero siempre llegaba con sus papeles: «Mira, escucha esto», y me leía. Pero una vez me indigné. Había agregado una frase horrible: «matar a una monja con un irrigador». Lo de azotar a un notario con un lirio cortado estaba bien. «Esto es muy feo», le dije, «es grotesco. Esto no eres tú… Además, no entiendo por qué necesitas poner estas cosas». Volvía unas horas después: «Mira, escucha ahora. Cambié la frase». Me leía otra vez el poema. Pero luego se enojaba y me decía: «Lo que más rabia me da es que cómo es posible que una ignorante como tú tenga siempre la razón». [350]

Una vez Pablo tuvo una pesadilla extraña, profética. Estábamos todos juntos y yo empezaba a gritar, que no se fuera a España, gritaba tanto, que él me hacía callar y quería irse a su cama y se ponía a dormir y veía inmensas cantidades de agua, por todas partes. Luego, despertaba y su cama estaba rodeada por altas humaredas, que lo cercaban. Se levantó espantado, creyendo que había un incendio en la casa y se iba hacia la cocina, para ver qué sucedía. La cocina tenía unos vidrios empavonados, blancos. Vio tras ellos una sombra oscura y alta, de perfil, una silueta negra, parada allí. No pudo más. Corrió a despertarme. «He visto a la muerte --me dijo--, he visto algo. He tenido un sueño horrible. Necesito salir a la calle, conversar. Me voy a morir del corazón». Estaba pálido, demudado, y temblaba como quien no ha visto algo en sueños, sino despierto. Salimos. Fuimos al Café Munich. Maruca estaba despierta. «Acompáñalo, por favor», me dijo. Estuvimos conversando hasta que amaneció y, cuando estuvo tranquilo, regresamos. Al poco tiempo, lo enviaron a Europa. Lo que tuvo fue una visión premonitoria de la guerra, de la muerte, de la Guerra Civil española. [350-351]

47


NERUDA EN BUENOS AIRES, SEGUNDA MITAD DE 1933. La foto, dedicada a María Luisa Bombal (quien vivía entonces con Pablo y Maruca Hagenaar en el 20° piano del Edificio Safico de calle Corrientes), es propiedad de Sara Vial. Cuando María Luisa le regaló la foto, le dijo: «Esta fotografía es lo único que no se me ha perdido en tantos viajes y mudanzas, más bien creo que es ella la que me conserva a mí. La dedicatoria, aunque éramos inseparables y nos quisimos mucho, no tiene nada que ver conmigo. Pablo estuvo muy enamorado de mi hermana Loreto, de ella sí. Nuestra amistad era de índole intelectual, pero muy emotiva. Los dos éramos tan excesivamente jóvenes y apasionados.» La dedicatoria (de la que falta una parte en el scan de la foto) reza: «María Luisa, adorada abeja de fuego, te beso el corazón. Pablo / 1933.»


DOSSIER:

Fulvia Trombadori

49


50


Fulvia Trombadori TERESA CIRILLO SIRRI Università L’Orientale di Nápoli

C

uando la conocí, en febrero de 2004, Fulvia Trombadori era aún una muy guapa señora mayor. Alta, delgada, el pelo cándido recogido en una larga trenza que le caía sobre los hombros, Fulvia me acogió amablemente en su casa romana, en la cual se podían admirar cuadros de pintores contemporáneos, amigos suyos y de su marido, Antonello Trombadori, crítico de arte, periodista y exponente del Partido Comunista italiano. Yo sabía que Pablo Neruda vivió por algún tiempo en casa de los Trombadori en 1951, cuando el poeta estuvo una temporada en Roma, desterrado de Chile, con poco dinero, sin documentos, perseguido por orden de González Videla y espiado por la policía italiana, a la cual Pablo tomó el pelo en el poema “La policía” (de Las Uvas y el Viento, 1954). Mientras el poeta estuvo en Italia, los compañeros comunistas lo ayudaron en diferentes maneras para hacer menos difícil su vida de exiliado. Fulvia y Antonello decidieron hospedar a Neruda con su esposa, Delia del Carril, que al lado de Pablo, alto y grueso, casi monumental, aparecía frágil y fina en su abrigo negro. Cuando Fulvia me recibió, era el año del centenario del nacimiento del poeta y yo había publicado poco antes un libro, Neruda a Capri. Por eso tuve la ocasión de conocer al embajador de Chile, José Goñi, a la agregada cultural Patricia Rivadeneira y al profesor Hernán Loyola, con los cuales colaboré para una edición facsimilar de la primera edición de Los Versos del Capitán, además de una exposición de fotografías y libros de y sobre Neruda

(exposición que se presentó en Roma, en el Instituto Italo-Latinoamericano, en Capri y en muchas ciudades italianas) y la organización, en Capri, de la celebración del aniversario del poeta, el 12 de julio de 2004. En aquella ocasión, Fulvia se quedó unos días en la isla y a menudo estuvo en compañía de uno de los suscritores de Los Versos del Capitán1, Giorgio Napolitano, el futuro Presidente de la Repubblica Italiana, y de su esposa. Fulvia me hizo ver muchas fotografías sacadas por su marido en Roma, en algunas se ve al poeta con literatos y políticos de la izquierda italiana, en otras el taller de Renato Guttuso pintando el retrato de Pablo. Durante el viaje a Nápoles, a Sorrento y a Capri, en los últimos días de 1951, Antonello, que era un válido aficionado, retrató a su mujer con Pablo y la Hormiga. Las dos parejas, Fulvia y Antonello, Pablo y Delia, que tenían en común ideales de libertad y de lucha contra la injusticia social, habían estrechado una fraternal amistad.

En Roma el poeta estaba muy a su gusto. Recorría las callejuelas de la ciudad vieja y lo encantaban la gente, las anchas plazas, los edificios barrocos, las fuentes, los mercados, los vendedores de libros viejos, las tiendas de anticuarios en que buscaba y hojeaba libros antiguos. En Roma Pablo y Matilde Urrutia compraron el perro que bautizaron Nyon y que llevaron consigo a Capri y a Chile. Fulvia recordaba las alegres cenas todos juntos en pequeñas fondas donde a menudo, de sobremesa, Pablo recitaba sus poe-

sías y los clientes de las otras mesas, los mozos y los cocineros, aunque no comprendiesen el español, sentían la pasión que inflamaba los versos y aplaudían al poeta. Neruda contó a Fulvia que cuando leía sus poesías en Chile, en las asambleas, los peones se sacaban respetuosamente el sombrero. Fulvia, que no había olvidado nada de la estancia de Pablo en su casa, me contó que una vez que ella intentaba abrir, forzándolo, el cajón de un escritorio, Pablo intervino y lo abrió diciendo que también en los objetos hay un encantamiento y es preciso tratarlos con dulzura. En aquel tiempo el poeta no había empezado a escribir las Odas elementales, pero en aquellas palabras se entrevé in nuce la idea que lo guió en la composición de aquellos poemas. Fulvia me contó otra anécdota: Neruda a veces se ponía un poco de sal en la mano y ella se imaginaba que la sal recordara al nostálgico poeta el sabor y el olor de las espumas del mar de Chile; pero yo le dije que acaso, menos poéticamente, Neruda pensaba en cómo se usa beber la tequila fuera de México, con sal y una tajada de limón.

Fulvia y Antonello con otros amigos, entre los cuales estaba el pintor Renato Guttuso al cual Neruda dedicó un poema, “A Guttuso de Italia” (en Las Uvas y el Viento), acompañaron a Pablo en unas excursiones por los alrededores de Roma. Comieron en una hostería y al poeta le gustaron mucho las aceitunas verdes de Frascati (en una foto se ve a Pablo con un abrigo invernal, boina y bufanda, hablando con un muchacho que vende aceitu-

51


nas) y dedicó unos versos a Antonello: «Aquel día, la oliva, / el vino nuevo / y la canción de un amigo». En la compañía estaba también Matilde que cantó unas canciones. Antonello y Fulvia querían que el poeta conociera bien Italia. Y Pablo se encantaba admirando el paisaje, los olivos, el trigo, la flor mediterránea y versificó sus sentimientos en el poema “La túnica verde” (ibídem). Entusiasta, escribió que el pueblo de Italia es «la producción más fina de la tierra». Ahora este verso se puede leer grabado en una placa sobre una roca que hay en un jardín, frente al mar de Nápoles y a la isla de Capri. A las anéctodas Fulvia añadía sus pensamientos, las sensaciones que brotaban de la amistad con Pablo. Me dijo que recordaba siempre su ironía, su expresión maliciosa o que la amistad con el poeta le había enseñado a encontrar gracia en su alma.

Para renovar la validez de sus documentos personales, Neruda debió ir a Nápoles donde estaba Gabriela Mistral, su vieja amiga, que en aquel tiempo era cónsul chilena y vivía en la ciudad partenopea. Antonello y Fulvia acompañaron al poeta y a su mujer. En Nápoles Antonello sacó fotografías de Pablo y de La Hormiga en las calles y en el restorán; pero la fotografía más poética, que se ha publicado muchas veces, es la que eterniza un rato de meditación, de nostalgia y de melancolía: en la foto se ven la joven y hermosa Fulvia y Pablo que el 31 de diciembre, se asoman a un murallón y miran el mar, un mar calmo, diferente del impetuoso mar chileno que tanto hacía falta a Neruda cuando estuvo en Capri. En el viejo barrio español de Nápoles, Pablo acarició a los niños, los “dioses harapientos”. Como siempre, lo que veía y lo conmovía se transformaba en poesía. La noche del Año Nuevo las dos parejas se encontraron con sus amigos 52

en la estupenda casa del pintor Paolo Ricci, desde la cual se dominaba toda la ciudad y la bahía de Nápoles. Desde la azotea, Neruda miraba los fuegos artificiales que se levantaban al cielo y Fulvia recuerda que el poeta gritaba, feliz como un niño, que los fuegos eran mejores de los que se disparan el Año Nuevo en China.

Fulvia

estuvo también en la Stazione Tèrmini de Roma cuando Pablo, acompañado por policías (entre ellos uno muy amable y comprensivo), llegó en tren desde Nápoles, donde había recibido el decreto con el cual el Ministro del Interior italiano, Mario Scelba, lo expulsaba de Italia. Una cantidad de amigos y de viajeros se congregó en la Stazione Tèrmini oponiéndose a tan arbitraria medida. En el poema “La policía”, Pablo describe, con sutil ironía,

la escena en que sobresale la escritora Elsa Morante, que golpea a los policías con su pequeño paraguas. Al fin el poeta pudo quedar en Italia y junto con Matilde vivió en Capri unos meses de amor loco, embriagador, paradisíaco. A Matilde y a Capri, Pablo dedicó los poemas de Los Versos del Capitán y algunos de Las uvas y el viento. Pero esta es otra historia…v

NOTAS: 1 En el colofón se lee: «Este libro de autor desconocido / se imprimió en Nápoles / el VII de Julio de MCMLVII / en la imprenta L’Arte Tipografica / dirigió la edición PAOLO RICCI / y ésta se limitó a cuarenta y cuatro ejemplares / fuera de comercio. / Cada ejemplar lleva el nombre del suscriptor / Ejemplar de…»

Neruda y la joven Fulvia Trombadori, Nápoles, 31 de diciembre de 1950. Foto de Antonello Trombadori.


DOSSIER:

Vivancos & Neruda

53


Una carta de Neruda al pintor Vivancos GUNTHER CASTANEDO PFEIFFER Médico – Investigador Literario

La trayectoria de Vivancos

N

eruda escribió, un 22 de septiembre, una carta que comenzaba así: "Queridísimo pintor Vivancos. Apenas vi sus pinturas, tuve gran admiración por ellas y espero conocerlo y escribir sobre su obra." Miguel García Vivancos nació en 1895, en Mazarrón (Murcia). Es el más conocido entre los españoles que cultivaron la pintura naïf. Sus cuadros están en los Museos de Arte Moderno de París, Nueva York, Estocolmo, Río de Janeiro y Skopje. Entre sus coleccionistas figuran el chileno Pablo Neruda, Miterrand, Picasso, los Rotschild, Greta Garbo y Kirk Douglas. Sus éxitos en exposiciones individuales en París, Cannes, Tokio y Nueva York contrastan con el fracaso de su primera exposición en Madrid al regresar a la España franquista en el año 71. Triunfal fue en cambio su segunda exposición en Bilbao, pero no llegó a disfrutar este éxito en su tierra, pues murió a los pocos días de la inauguración. Veamos esta trayectoria con más detalle. A los 13 años trabaja como mecánico; un año después su madre queda viuda y se traslada a Barcelona. Allí Miguel entra en contacto con el movimiento anarquista, militando en la CNT (sindicato anarquista) y participando activamente contra los grupos armados y pagados por los empresarios catalanes. En los años 20 forma parte del grupo Los solidarios, en el que militan también Buenaventura Durruti, García Oliver, Ascaso y otros, que se dedican al atraco de bancos, entre ellos el Ban54

co de España en Gijón (Asturias), en 1923, lo que valió a Vivancos ser encarcelado hasta en tres ocasiones. El grupo, demasiado conocido en España, se traslada a Hispanoamérica en 1925, en particular a Chile, donde prosiguen con sus "expropiaciones obligatorias" que ellos justifican políticamente. Vivancos se cansa de tales actividades y decide regresar a España en barco desde el puerto de Valparaíso.

El 19 de julio de 1936 participa en la resistencia al alzamiento franquista en Barcelona. Durante la guerra combate en el duro frente de Huesca. Cuando en una columna de 1.500 hombres que marcha hacia Teruel surge un motín por falta de disciplina y preparación militar, Vivancos se enfrenta a los amotinados conminándoles a que le disparen por la espalda. Con este gesto de valor los hace recapacitar. La columna recibe el nombre de Los Aguiluchos. Llegó a mandar la 126ª brigada y la 25ª división que combatieron duramente en Belchite y Teruel. Ascendió a Coronel Mayor y Líster lo calificó como artífice de la toma de Teruel. Tras la guerra civil, con 41 años, va al exilio en Francia. Internado en el campo de Vermet d’Ariège, es liberado por la Resistencia francesa al cabo de cuatro años. Terminada la Segunda Guerra Mundial, ejerce diversos oficios (pintor de brocha gorda, peón de la construcción, descargador en los muelles, relojero, cristalero, minero y chófer de taxi) hasta que comienza a

pintar escenas y paisajes parisinos en pañuelos y abanicos que vende a los soldados norteamericanos. Es ahora cuando descubre su vocación y, en 1947, conoce a Picasso, quien lo acoge y lo presenta a una marchante:

Un día del año 47 (finales de junio) toma unos cuadros y toca en la puerta del estudio de Pablo Ruiz Picasso (rue des Grands-Augustins). Da su nombre al secretario de Picasso y le dice que quiere enseñar sus cuadros al maestro. El secretario duda si el maestro le recibirá. La espera es corta. El propio Picasso aparece con gesto amigo, lo abraza, nunca lo ha visto, pero ha oído hablar mucho del arrojo combativo de Vivancos. Pasan al estudio. Picasso examina en silencio los cuadros. Cuando se decide a hablar es para animar a su nuevo amigo. Cuando se despide, Vivancos quiere agradecer el interés de Picasso regalándole un cuadro, pero el malagueño solo acepta a condición de que se lo venda, y bien. Al enterarse de que Vivancos ha comenzado a pintar con 50 años, Picasso le dice: «Su caso es excepcional, caso raro, pero que se produce alguna vez. Lo que ocurre es que usted fue toda su vida un artista sin saberlo (...) Siga usted por esa línea, y no siga usted a nadie, ni a mí tampoco.» En 1948, expone por primera vez en París. Una pintura de estilo naïf que la marchante María Cuttoli promueve


con mucho interés, estimulado por el juicio de Picasso. En una de las exposiciones es presentado por André Breton: «la pintura de Vivancos nos da una admirable lección de candor y de pureza». Acosado por la nostalgia de España, solicita y obtiene, en 1970, autorización para el regreso y residencia. Expone en Madrid sin pena ni gloria, pero algunos meses más tarde una exposición en la Galería Arteta de Bilbao, del 11 al 30 de enero de 1972, lo lanzará a la fama. Por desgracia, razones de salud impiden al pintor asistir a su triunfo. Vivancos fallece en Córdoba, el 23 de enero. La carta de Neruda Durante un año no precisado, Neruda escribió a Vivancos la siguiente carta: París 22 de setiembre Queridísimo pintor Vivancos: Apenas vi sus pinturas, tuve gran admiración por ellas y espero conocerlo y escribir sobre su obra. Me ha llegado su carta y espero pasar a verlo a su dirección el Lunes 26 a mediodía siempre que mi visita no incomode a sus ocupaciones. Mi teléfono es Medicis 18-17 y en caso de que no pueda recibirme le ruego se comunique conmigo. Hasta luego, pues, y mis felicitaciones rendidas así como la amistad de Pablo Neruda

La carta plantea varias conjeturas. El pintor se ha dirigido a Pablo (“Me ha llegado su carta”), pero no hay noticias de cómo conoció el poeta la obra del español. ¿Tal vez por mediación de Picasso? Tampoco se sabe si llegó a realizarse la entrevista de aquel 26 de septiembre. De la carta se infiere que cuando fue escrita (un 22 de septiembre) tanto el poeta como el pintor se encontraban en París, considerando la proximidad de la fecha sugerida para el posible encuentro. Ahora bien, ¿de qué año es la carta? Todo el epistolario de Neruda manifiesta su costumbre

de fechar sus cartas sin indicar el año (salvo contadas excepciones). Examinemos el mensaje en busca de indicios. El dato decisivo es que Neruda quiere ver a Vivancos el lunes 26 de septiembre. Una consulta al calendario del siglo pasado (entre los años 19481972) nos remite a que el 26 de septiembre cayó en lunes los años 1949, 1955, 1960 y 1966. Aunque ninguno de estos años coincide con una exposición del artista español en París, era por cierto muy posible que ambos coincidieran en la capital francesa en todos o en alguno de esos años. Comencemos por descartar los años anteriores a 1949, simplemente porque antes de 1949 Vivancos no se dedicaba a la pintura, según quedó dicho. Justamente aquel año hace Neruda su espectacular reaparición en la Salle Pleyel durante el Primer Congreso Internacional de los Partidarios de la Paz, habiendo transcurrido más de un año en clandestinidad para escapar a la persecución del presidente González Videla. Al cabo de varios desplazamientos a Moscú, a Varsovia, a Budapest y a Praga, Neruda retorna a París en agosto: aloja en Quai d’Orléans 38. Escribe durante esta estancia un poema a Picasso, lo que probablemente ori-

gina un primer vínculo con Vivancos. Pero de Praga había llegado con la misión de organizar en México el Primer Congreso Latinoamericano de Partidarios de la Paz, que inaugurará con un discurso el 5 de septiembre. Quedará en la capital azteca hasta mediados de 1950, embrujado por el reencuentro con Matilde. Por todo esto hay que excluir 1949 para fechar la carta a Vivancos. En breve, hay tres años en que Neruda transcurre en París el mes de septiembre: 1957, 1960 y 1965. Pero de los tres, el único en que el día 26 de septiembre cayó en lunes fue 1960. Se puede asegurar con razonable certeza, entonces, que la carta a Vivancos fue escrita ese año. En 1960 Neruda y Matilde pasan casi 9 meses en Europa. Los meses de agosto y septiembre los pasan en la capital de Francia, en Isla Saint Louis. El 6 de agosto escribe a Volodia Teitelboim desde París y le dice que se va a publicar un poema suyo en edición de lujo con ilustraciones de «Picasso, Miró, Matta, Portinari, Siqueiros, Lam, Zañartu, Poleo y un español que se me olvida» (OC, V, 1037) ¿Era Vivancos el español olvidado? v

La Cathédrale de Bayeux, 1967.

55


APOSTILLA La carta a Volodia testimonia que durante 1960 --año de los apocalípticos terremotos de mayo en Chile-- Neruda concibió en París un ambicioso proyecto que conectaba su poesía al trabajo de algunos pintores famosos («un poema mío en edición de lujo», o quizás varios poemas) para recaudar dinero destinado a la reconstrucción de las ciudades chilenas afectadas por los sismos. De ese proyecto sólo se realizó la edición bilingüe del poema “Toro” con traducción de Jean Marcenac y 15 láminas inéditas de Picasso (Paris, Éditions Aux Vents d’Arles, 1961, formato 55 cm, tirada de 500 ejemplares numerados del 1 al 500 más 20 ejemplares fuera de comercio). Es probable que ese incompleto proyecto originó y dio forma extensa y tonos de solemnidad a la escritura del volumen Cantos ceremoniales (Buenos Aires, Losada, 1961), que incluirá los poemas “Toro” --sin las ilustraciones de Picasso-- y “Cataclismo”, reacción personal del poeta ante las noticias del maremoto que asoló también Puerto Saavedra, vale decir la zona costera de su infancia. —H.L.

56


DOSSIER:

20 poemas al รกrbol

57


58


Celebración de 20 poemas al árbol y un cactus de la costa de Neruda* PEDRO LASTRA Pontificia Universidad Católica de Chile

Es este un libro hermoso y fascinante que debemos a la inteligencia, la sensibilidad y los desvelos editoriales de nuestra amiga Berta Inés Concha; a la competencia consumada de Mónica Cumar, traductora al inglés de los poemas de Neruda; a la feliz realización artística lograda por Francisco Ramos, y a la dedicada asistencia de Pedro Sánchez, Florencia Labbé y Loreto González, un equipo que está llevando a tan estimable altura, y prestigiándolas, las tareas en pro de la difusión del libro y la lectura en nuestro país. Las razones para esta celebración son muchas: basta ver este libro para que resalten sus muchos méritos, como presentación y contenido. Lo primero es evidente, desde luego, y no necesita mayor comentario. Debo, sin embargo, destacar la calidad artística de esa presentación, que hace tan atractivo y sugerente el acercamiento a esta visión nerudiana del bosque y de sus manifestaciones: a cada ilustración preceden los poemas en inglés y en castellano, pero estos miman su objeto poético, al graficarlo en letras verde y marrón, es decir, al hacer de la lectura un imaginado ingreso al bosque mismo, en un ámbito de hojas, troncos y ramas multiplicadas. Lo otro, que se refiere a la antología, apunta en una dirección u orientación que debemos reconocer como necesaria y urgente: tendremos que valorarla como una contribución poderosa a la solución, o soluciones, que reclama la defensa de un bien esencial del patrimonio nacional: la salvación del medio ambiente, tan gravemente amenazado

en su integridad, desde hace años. Neruda fue un defensor de ese patrimonio, desde siempre, y esta selección poética lo comprueba inmejorablemente. Es, pues, un libro que responde a graves preocupaciones de carácter ecológico, que por fortuna empiezan a tener una proyección cada vez más significativa en la conciencia de la comunidad, no sólo nacional sino mundial. Pocas cosas como esta comprometen más seriamente nuestras vidas, aquí y ahora. Por eso insisto en la necesidad y en la oportunidad de este libro, que Neruda hubiera sido el primero en celebrar. Como pocos poetas en el mundo, y como el principal --y yo diría único-en Chile, Neruda fue un cantor y un exaltador de la naturaleza, un defensor de los bienes que nos sustentan y aseguran nuestras vidas de manera esencial. De esa relación fundamental de la persona Neruda con la naturaleza dio razón muchas veces nuestro poeta. Un pequeño ejercicio, realizado al discurrir de mi lectura por este libro, ilustrará, creo, esa relación, a la que Neruda se refirió en diversas oportunidades. Me detendré en una sola, que tiene que ver con esa pasión y ese fervor que fue fundamento de su quehacer. En sus Memorias, Neruda recuerda que el escritor Ilyá Ehrenburg, privilegiado traductor suyo al ruso, le reclamaba a menudo la reiterada aparición en sus poemas de la palabra raíces («demasiadas raíces en tus versos», le decía). Pero el poeta reflexiona bien sobre el sentido de esas llamadas repeticiones (que con mejor razón se defi-

nen en literatura con la expresión signo valorizado). «Las tierras de la frontera metieron sus raíces en mi poesía --escribe Neruda-- y nunca han podido salir de ella. Mi vida siempre retorna al bosque austral, a la selva perdida». Como ustedes advierten, esas palabras son precisas y preciosas para explicar una relación tan profunda y constante. En este libro dedicado al bosque, se cuentan 20 apariciones de las palabras raíz / raíces en varios poemas, y en algunos --“El cazador en el bosque”, “Solo el hombre” y “Oda a la araucaria”-- figura hasta tres veces, y siempre en lo que se puede entender como lugares estratégicos del texto. Esa comprobación se complementa con el dato de que el tomo IV de su Memorial de Isla Negra, de 1964, se titula El cazador de raíces. ¿Qué más pruebas de tal cercanía?

El escenario pedagógico para este libro Finalmente, quiero enfatizar un punto específico, acerca del destino que debiera tener este libro. Me parece que en una república bien organizada, no se dejaría pasar esta espléndida ocasión editorial ni su acierto al disponer y entregar un libro tan sugerente: pienso en una edición multiplicada, por cierto en una factura más modesta aunque sin alterar sus características de color y contrastes, destinada a las escuelas y liceos chilenos. Imagino su enorme interés y utilidad en la clase de lenguaje, o castellano, como se llamaba en mis tiempos.

59


Para los profesores de literatura, preocupados por la lectura de textos indispensables, la selección de poemas nerudianos sobre un tema tan urgente por su dimensión ecológica, en este medio cada vez más amenazado por la destrucción irracional e implacable de bosques --algo que vemos cada día--, este sería un auxiliar magnífico, como una suerte de llamado de atención, de campana de alerta que hay que hacer sonar constantemente y por todos los medios. Luego, para la enseñanza del idioma inglés, su ayuda sería igualmente considerable en la lectura, el vocabulario, los ejercicios varios de traducción, etcétera. En la asignatura de Artes Plásticas, cuando el interés y la utilidad del modelo son tan productivos, un libro tan bellamente ilustrado podría ser un estímulo y una invitación a prácticas de esa naturaleza. Omito, porque lo considero obvio, las dimensiones que podría alcanzar esta lectura en disciplinas dedicadas al estudio de la botánica chilena y del medio ambiente. Pero no es mi intención diseñar planes o programas pedagógicos: abundan los expertos en estas materias, o por lo menos, no deberían escasear. Mi utópica mirada me ha animado a resumirles lo que este hermoso libro nerudiano me ha sugerido, y cuyo alcance y esperada permanencia deberemos agradecer a Berta Inés y a las personas amigas que lo han hecho posible. Este es un libro que merece ser recibido, atendido y extendido con tanto interés y fervor como con esperanza en mejores días para la cultura y la educación chilenas. v

REFERENCIAS * Los 20 poemas al árbol y un cactus de la costa, con sus respectivas traducciones al inglés por Mónica Cumar, son: --- “Aromos rubios en los campos de Loncoche”, de Crepusculario (1923); --- “Entrada a la madera” de Residencia en la tierra (1935);

60

--- “La frontera”, “Quiero volver al Sur”, “Peumo”, “Drimys Winterei” y “Botánica” de Canto general (1950); --- “Sólo el hombre” de Las uvas y el viento (1954); --- “Oda a la madera” de Odas elementales (1954); --- “Oda a la araucaria araucana” y “Oda al cactus de la costa” de Nuevas odas elementales (1956); --- “Oda al aromo” y “Oda al algarrobo muerto” de Tercer libro de las odas (1957); --- “Carta para que me manden madera” de Estravagario (1958); --- “Primer viaje”, “La tierra austral”, “La condición humana”, “El cazador en el bosque” y

“Oh tierra, espérame” de Memorial de Isla Negra (1964); --- “Troncos cortados sobre un camión en un camino de Chile” de Geografía infructuosa (1972); --- “El bosque chileno” de Confieso que he vivido (1974). --- Pedro Lastra (Quillota 1932). Poeta y académico, autor de varios estudios sobre literatura hispanoamericana y libros de poemas: Noticias del extranjero (también varias ediciones) Datos personales (Carmona, 2005). Sus últimos libros de poemas: Al fin del día (Sevilla, 2013); Transparencias con dibujos de Mario Toral. Santiago, 2014.

Francisco Ramos. Artista plástico e ilustrador. Licenciado en Arte y Magister en Historia del Arte. Desde 1977 ha participado en innumerables publicaciones junto a destacados científicos. Se ha desempeñado como profesor en toda la rama del dibujo en diversas instituciones de educación superior y es uno de los pocos artistas chilenos acreditados como ilustrador botánico. Se ha desempeñado como profesor de Historia de la Arquitectura en la Universidad Mayor y ha formado parte del equipo docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Desarrollo, así como de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile.


Miguel Ángel, Neruda, el bosque Nota de la traductora al inglés MÓNICA CUMAR

M

ientras trabajaba en la traducción de este libro [los 20 poemas al árbol de Neruda], me encontré con una frase de Miguel Ángel, quien solo al final de su larga vida tuvo una cercanía con el mundo del bosque. Recién llegado a Roma, después de haber pasado más de un mes en Spoleto, entre robles y olivos, en medio del esplendor del otoño de 1556, escribe en forma absoluta: «Allí he dejado más de la mitad de mí mismo, porque la verdad es que la paz solo se encuentra en los bosques». De eso ha pasado mucho tiempo, y en nuestro Pablo Neruda encontramos esa misma pasión por el bosque, el mismo exaltar su silencio y sus leves sonidos, esa añoranza por los árboles. (Están en latitudes similares.) Miguel Ángel también fue poeta y también les cantó al amor y a la naturaleza. Neruda se interna en el bosque: se extasía ante ese mundo en que vida y muerte conviven delante de los ojos del visitante. En sus poemas nos muestra la magia de esa comunidad que forma el bosque: árboles, arañas, nidos, humus, hojas, pájaros. Nos cuenta de su entrada en el templo que es el bosque y nos lo pone al alcance de la mano. Comparte con nosotros su emoción, su absoluto asombro ante ese laboratorio de alquimia. La vertiente brota allí, bajo los árboles, al amparo de su sombra.

Los seres vegetales –desde el mayor de los árboles hasta el musgo diminuto– se cuidan, se alimentan, se protegen los unos a los otros. Pero ese mundo silvestre y místico no hace estas cosas únicamente para sí mismo; también a nosotros nos cuida, alimenta y protege. El veneno que exhalamos al respirar, el mundo verde lo hace su alimento y nos lo devuelve hecho aire fresco, madera, hoja, flor, fruto. ¡Bosque, prodigio de cooperación, donde ninguno de sus seres compite con el otro! Muy por el contrario: convive con el entorno entero, en la armonía milagrosa de un organismo en el que nada falta, en el que nada sobra. Así, el hombre antiguo convivía en intimidad con el bosque, del que tomaba su alimento, sus hierbas medicinales, la leña para cocinar y calentarse, los materiales para construir su casa. Allí encontraba a sus dioses, invocaba a las fuerzas elementales, hacía sus sortilegios. Piedras, fuentes, árboles y zarzas, eran lugares de encuentro con la divinidad. El bosque era una síntesis de lo cotidiano y lo sublime. Hoy nos hemos alejado de ese bosque, y esto nos hace olvidar que de él nos llegan, desde lejos, todas las maderas que conforman nuestros muebles y utensilios; el carbón que antes ardió, lentamente, en un horno del monte; las castañas que cayeron en sus erizos y rodaron por el suelo vegetal. Neruda ve y retrata el bosque como un lugar sagrado, como ese mundo exclusivo y protegido que le pertenece, que es parte de su ser. «Desde entonces / mi amor fue maderero / y lo que toco se convierte en bosque», nos dice, con íntima emoción, en su poema “Primer viaje”. Descubre el bosque en su temprana niñez y nos lo cuenta cada vez con matices diferentes. Miguel Ángel lo descubre, con dolor, cuando ya es un anciano, y no lo alcanza a disfrutar. A ambos los absorbió la ciudad, y siempre van a estar anhelando el bosque. Miguel Ángel esculpió la piedra. La iba a buscar a las canteras, la escogía con cuidado y vigilaba, muy de cerca, el traslado a su taller. Pablo Neruda habla muchas veces de las piedras, y sus palabras las busca, con el mismo esmero y celo, en libros, enciclopedias, conversaciones, lecturas. Nos dice que brillan como piedras de colores, que las atrapa, las limpia, las pela, y al final, el poema brota como del cincel de un escultor: «... no importa / ser una piedra más, la piedra pura, / la piedra oscura que se lleva el río», dice al final de su poema “Oh tierra, espérame”. A estos dos grandes hombres los separan sus biografías disímiles, la época en que vivieron, la geografía, sus oficios principales. Sin embargo, quedan asombrados, con reverencia, ante lo mismo: la magnificencia de una arboleda, sin cuya existencia no sería posible la nuestra. --- Junio de 2014

61


Berta Inés, editora de Neruda Un personaje notable MÓNICA CUMAR

B

erta Inés CONCHA HENRÍQUEZ. Chilena, estudió Derecho en la Universidad de Chile y Estética en la P. Universidad Católica de Chile, en Santiago. Desde 1973 vivió largos años en México, donde trabajó en Siglo XXI Editores como lectora, editora y traductora y luego como Gerente de Promoción y Publicidad. También fue comentarista de libros en diversas revistas mexicanas y traductora para Le Monde Diplomatique en español. En 1983, se trasladó a Washington, D.C., donde fundó Hispania Book Distributor, Inc., librería y distribuidora de libros en castellano provenientes de América Latina y España. A partir de 1987 la encontramos en Madrid, como Directora de Promoción Exterior de Publiexport, S.A., consorcio de 300 editoriales españolas. Entre 1990-1992 tuvo a su cargo la promoción internacional de la Biblioteca Quinto Centenario, acervo de unos mil títulos coeditados por el gobierno español y editoriales españolas y latinoamericanas. En 1993, nuestra infatigable Berta Inés se desplazó a Barcelona, donde co-fundó L’Alebrije, librería y distribuidora de libros latinoamericanos en España y Europa. Durante su estadía en Cataluña fue comentarista de libros para las revistas El Viejo Topo, Quimera y Altaïr. De regreso en Chile, en 1997, fundó Liberalia Ediciones Ltda., consultora bibliográfica, importadora y distribuidora de libros de España, Argentina, México, Brasil y EE.UU. para bibliotecas académicas y para librerías de todo Chile, y a la vez promotora y exportadora de libros chilenos a esos mismos países. El sello Liberalia inició hace 5 años una línea de ediciones propias que hoy cuenta con 30 títulos publicados en varias colecciones. Entre ellos los bilingües nerudianos: A la mesa con Neruda / At the Table with Neruda, de Aída Figueroa (agosto 2012); de Pablo Neruda las antologías 20 poemas de mesa y una castaña en el suelo / 20 Poems of Table and a Chesnut on the Ground (septiembre 2012) y la reciente 20 poemas al árbol y un cactus de la costa / 20 Poems to Trees and a Cactus of the Coast (julio 2014). El sello de Berta Inés ha publicado también: Subterra, de Baldomero Lillo, en versión ilustrada; Breviario mínimo de Diego Muñoz; Tríptico de Cobquecura, de Andrés Gallardo; Los Premios Nobel de la literatura en castellano, de Berta Inés Concha y Anselmo García; Intrusas en Estocolmo. Las mujeres y el Premio Nobel de Literatura, de Gloria Casanueva; Trenzas, de María Luisa Bombal, en edición ilustrada por Luisa Rivera; y 7 vidas imaginarias, de Marcel Schwob, selección ilustrada por Renata Schussheim. Como si todo esto fuera poco, Berta Inés fundó en 2006 Prosa & Política, una importante librería en pleno centro cívico de Santiago de Chile.

62


DOSSIER:

Misceláneas y reseñas

63


64


MISCELÁNEA Y RESEÑAS

T

us pies toco en la sombra y otros poemas inéditos

edición, introducción y notaS de darío oSeS. Santiago, planeta—Seix barral, 2014.

LAS COSAS QUE FUERON Como nos lo ha recordado el profesor Jaime Concha, Casanova –ese vividor que se ha convertido en el santo patrono de la mala conducta masculina- escribió su autobiografía a partir de la siguiente declaración: “En este año de 1797, a la edad de 72 años, puedo decir: "He vivido". Las memorias de Neruda, parten de una aseveración parecida: Confieso que he vivido. Pero toda su obra –o al menos lo más medular de ella– podría ser un gran poema cíclico que reitera una y otra vez esta confesión. Ahí están las muchas afirmaciones de su presencia en el mundo: “pido permiso para nacer”, “yo soy”, o “aquí estoy”. Los originales de la obra de Neruda, nacieron en el ajetreo de esa vida, llena de viajes, de navegaciones y regresos; de amores y desamores; de triunfos y derrotas, de celebraciones, de candidaturas, de expansiones y repliegues, y esos originales manuscritos o mecanografiados, fueron quedando en el camino, por ejemplo, en las distintas casas donde estuvo escondido el poeta, cuando vivió en la clandestinidad, en 1948. Desde que Matilde Urrutia entra en la vida de Neruda, es decir, desde Los versos del capitán y Las uvas y el viento –años 1952 y 1953– se va formando una colección bastante completa de originales. Esto tenemos que agradecérselo a Matilde, que se las arregló para administrar la vida del poeta, difícilmente administrable, como las vidas de todos los poetas. En esta colección, entre las miles de páginas que fueron a dar a distintos libros, quedaron algunos poemas inéditos, porfiadamente ocultos como esos soldados japoneses que muchos años después de terminada la segunda guerra mundial, seguían emboscados en las selvas de las islas del Pacífico y se negaban a rendirse. Ahora, al publicarse estos poemas, creo que vienen a enriquecer el universo siempre en expansión de la poesía en general, y de la poesía de Neruda, 65


en particular. Daré solo unos pocos ejemplos. El poema que me resultó más conmovedor, es aquel en que Pablo Neruda, el poeta maduro, se encuentra con el joven que fue, y le da algunos consejos que podrían extenderse a todos los poetas que viven sus años de aprendizaje del oficio. Le dice: escucha, / conserva, / alarga tu silencio / hasta que en ti / maduren / las palabras, / mira y toca / las cosas, / las manos / saben, tienen / sabiduría ciega, / muchacho, / hay que ser en la vida / buen fogonero, / honrado fogonero / no te metas / a presumir de pluma, / de argonauta, / de cisne, / de trapecista entre / las frases altas / y el redondo vacío, / tu obligación / es de carbón y / fuego, / tienes / que ensuciarte las manos / con aceite quemado, / con humo / de caldera… Aquí está la idea proclamada muchas veces por Neruda, de que el poeta no es un ser marcado por un designio divino ni por una condición superior, que la poesía es un oficio entre otros oficios tan humildes como necesarios. Pero en este poema hay otro elemento, el de la sabiduría de las manos. La materia de la poesía no es etérea, no tiene una pureza expurgada de toda suciedad, sino que es material, palpable, tangible e impura. Hay aquí, además una alusión al oficio de fogonero, al ferroviario, que fue el oficio del padre. Y desde luego a la obligación del poeta de ensuciarse las manos, de vivir en el mundo, de ser un hombre más entre los hombres, y compartir la alegría, el padecimiento, la esperanza y el destino común de los hombres. Hay otro poema construido sobre la base de una larga enumeración de oficios y situaciones, de los que el hombre regresa al terminar el día. Dice así: Regresa de su fuego el fogonero, / de su estrella el astrónomo, / de su pasión funesta el hechizado, / del número millón el ambicioso, / de la noche naval el marinero, / el poeta regresa de la espuma, / el soldado del miedo, / el pescador del corazón mojado, / la madre de la fiebre de Juanito, / el ladrón de su vértice nocturno, / el ingeniero de su rosa fría, / el indio de sus hambres, / el juez de estar cansado y no saber, / el envidioso de sus sufrimientos, / la bailarina de sus pies cansados… Y así continúa esta secuencia de regresos, y termina diciendo: y como todos ellos me desnudo, / hago en la noche de todos los hombres / una pequeña noche para mí, / se acerca mi mujer, se hace el silencio / y el sueño vuelve a dar la vuelta al mundo. Este poema alude al común denominador de lo humano. Es lo que el filósofo Humberto Giannini llamó la reflexión cotidiana, es decir la experiencia cotidiana común de todos los hombres, el repliegue a la intimidad, al sueño, el vivir en este tiempo cíclico en que se reiteran las rutinas, parte de las cuales es despojarse de la investidura de ingenieros, marinos o bailarinas, para recuperar la común desnudez de lo humano. Hay otro poema que puede ser un buen ejemplo de la potencia profética que tiene la poesía de Neruda. Fue escrito en enero de 1973, cuando no existía la telefonía móvil y cuando todos los teléfonos eran negros. Este poema da cuenta de un fenómeno que vivimos hoy día, cuarenta años después: el del teléfono que se apodera del hombre. Dice así: …me fui de mi yo mismo / y levantando como ante un revólver / los brazos, me entregué / a las degradaciones del teléfono. / Yo que me fui con tacto singular / alejando de claras oficinas, / de ofensivos palacios industriales / solo de ver un aparato negro / que aun silencioso me insultaba, / yo, poeta torpe como / pato en tierra, / fui

66


corrompiéndome hasta conceder / mi oreja superior que consagré / con inocencia a pájaros y música / a una prostitución de cada día, / enchufando al oído el enemigo / que se fue apoderando de mi ser. Finalmente, varios de estos poemas tienen la forma de la oda elemental, que Neruda creó para hacer su inventario poético del mundo. Ese mundo, del que Neruda da cuenta en sus odas, ya no existe. Era el mundo de las cosas verdaderas. El mundo limpio y claro donde cada cosa era igual a sí misma, donde una cebolla era una cebolla, que tenía toda la dignidad y el misterio de los objetos producidos por la sabiduría secreta del mundo. Era el tiempo en que la primavera sabía cuándo hacer florecer al mundo, el tiempo en que las hojas de los árboles sabían suicidarse cuando se sentían amarillas. Ahora vivimos en un mundo manoseado, manipulado, forzado, violentado. Habría que escribir la Oda al tomate transgénico, porque el tomate dejó de ser tomate, tiene una forma voluptuosa y un cutis brillante, pero es más desabrido que la gelatina dietética. A la manzana le metieron genes de ratón. El magnífico congrio que caía gloriosamente a la olla del caldillo, ahora está impregnado de mercurio. El mundo está envenenado y lo peor es que el veneno ni siquiera alcanza para alimentar a toda la humanidad. En el terreno del amor, otra vertiente de la poesía de Neruda, habría que escribir sonetos al botox, a los postizos, a los implantes de silicona. La amada ideal para muchos es hoy la mujer de silicona, a la que habría que entregarle un amante de plasticina, un hombre fácilmente modelable a los estados de ánimo de la mujer, que suelen ser bastante cambiantes y ahí tendríamos a la pareja inmortal: la mujer de silicona y el hombre de plasticina, aceitosos, incorruptibles, que permanecerán unidos en un abrazo eterno, cuando las ciudades no sean más que un montón de ruinas. Por eso leer la poesía de Neruda, inédita o publicada, es también volver a ese mundo en que las cosas eran de verdad. Y en esa poesía se encuentra el encanto y el misterio de todas esas cosas que fueron. --- Darío Oses

67


E

l joven Neruda (1904-1935)

Hernán loyola. Santiago de cHile: lumen, 2014. 592 págS.

¿Qué convierte a Neftalí Reyes en Pablo Neruda? La dialéctica entre persona, autor y narrador (yo poético, diríamos en este caso con más precisión) revela toda su complejidad a la hora de acometer una labor biográfica. Con Paul de Man, asumimos que el relato de una vida es un artificio lingüístico que no puede sino formar una máscara; una identidad escurridiza, cambiante y equívoca, cuyo proceso constructivo ha sido materia de debate constante en los últimos años, a propósito del llamado giro subjetivo y el auge de las narrativas del Yo. ¿Cómo se transforma aquel joven sureño en el poeta de renombre mundial? Ciertamente, la sumatoria de acciones que enhebran una vida, no proporciona una respuesta suficiente; así como tampoco la búsqueda del sujeto tras el autor mediante el detalle de su obra poética. Consciente de dichas limitaciones, Hernán Loyola combina la crónica de los hechos debidamente contextualizada (la micro y la macrohistoria) con el análisis, minucioso y atento, de textos clave en la interpretación del proceso vital-creativo (indefectiblemente unidos) de Neruda. No se trata de explicar su vida por su obra y viceversa, sino de un interesantísimo y aún más complejo juego de espejos, luces, sombras y matices, por medio de los cuales el biografiado termina configurándose como un personaje en toda regla. Con ello no apelamos a la noción de máscara biográfica, sino a la construcción de un ser dotado de historia concreta y de producción palpable, pero sobre todo de intencionalidad y psicología. Esto es: un personaje rotundo. La Bildungsroman resultante es la historia de una formación sentimental y poética, que se articula ya no en la lógica acción y consecuencia, sino en torno a una serie de ritos de pasaje en los que se reconoce la lúcida herencia de Joseph Campbell. El encuentro con los aspectos maternales, divinos y nutricios de la mujer (la nostalgia de Trinidad Candia, la mamadre, y la serena compañía de Delia del Carril), así como con sus facetas más oscuras y peligrosas (la indiferencia de Albertina Azócar, que lo descentra; la pasión casi psicópata de Josie Bliss, que lo aterroriza; la gelidez incomprensible de Maryka, o Maruca, madre de Malva Marina). La aparición del facilitador o ayudante (Federico García Lorca, cuya amistad sin duda le abre puertas). La reconciliación con el padre, que no es sino la obtención de su aprobación o la liberación de su yugo a través de la propia paternidad truncada. La búsqueda de su lugar en el mundo (manifiesto en los viajes) pero también, y por qué no decirlo, en el campo literario.

68


No se trata, insistimos, de simple estructuralismo, sino del descubrimiento de la motivación que late, conscientemente o no, tras las acciones realizadas y las omitidas; tras lo dicho y lo callado, y que se manifiesta en el rico simbolismo que puebla la obra del poeta. Señala Loyola: Oscuros y marginados seres naturales (la araña, el árbol viejo) son vehículos para la autorrepresentación degradada del adolescente mismo, cada vez más consciente de su conflictiva relación con los demás y el mundo. (50) En este intento por definirse y situarse, Neruda transita por múltiples arquetipos, que va plasmando en sus obras: hijo, estudiante, amante, poeta, soldado, capitán. En estas sucesivas transformaciones, la trayectoria del héroe se revela no solo horizontal y cronológica, sino sobre todo vertical y emocional: como un descenso hacia las profundidades del Yo —tributario del régimen nocturno de la imagen, descrito por Gilbert Durand— para retornar, desde ahí, hacia el mundo de la luz y entrar en comunión real con los demás (que es el punto en el que el libro se detiene). El autor de esta bio-bibliografía novelada, si se nos permite el término, no requiere presentación como estudioso de la vida y la obra de Pablo Neruda. Pese a ello, antes que establecer verdades últimas y certezas absolutas, Loyola fabrica hipótesis de lectura y elucubra fundadamente las razones de su personaje; se permite la duda, y señala con honestidad los puntos ciegos de su historia. Podría pensarse que, a la luz de su vasta investigación, y previas publicaciones sobre la obra del poeta, este nuevo libro redundaría en datos y reflexiones; sin embargo, es notable cómo a partir de nuevos hallazgos (que no se listan aquí para no arruinar la expectativa del lector), el autor re-examina críticamente afirmaciones que él mismo ha realizado en el pasado, y reformula pautas interpretativas, siempre dando cuenta de la evidencia que las autoriza. Con ello, El joven Neruda termina siendo, además, la inspiradora bitácora de un lector minucioso que inspecciona su propio historial de lectura y lo corrige públicamente cuando es necesario. Otro temor razonable en el lector puede surgir de la cercanía emocional de Loyola con su biografiado. La amistad que los unió, y el hecho de que el primero haya dedicado su vida al estudio del segundo, pueden hacen saltar a priori, y comprensiblemente, los resortes de la sospecha. ¿Se trata de una defensa de Neruda, de una loa, una apoteosis? ¿De un lavado de imagen respecto a ámbitos polémicos de su vida? ¿De un ajuste de cuentas con críticos poco amigables? Obviando el asunto de la imposible objetividad, diremos que Hernán Loyola no “toma partido”, sino que asume responsable y lúcidamente el lugar que todo narrador debe ocupar para enfocar a su personaje. Por lo tanto, creemos que más pertinente es la pregunta por esa posición, por ese ángulo, desde el cual se mira. En ningún caso Loyola cae en el panfleto nerudiano, pero sí revela, de manera clara y honesta, que está del lado del personaje que construye, no contra él. Que procura entenderlo, no juzgarlo. Y que quienes lo han hecho quizás se han conformado con la chatura y la unidimensionalidad del mito, en vez de bucear hacia las complejidades del héroe. Afirma el autor: No hay ningún “enigma Malva Marina”: hay sólo un horrible drama familiar. En lo profundo, la vida con Maruca pierde definitivamente todo sentido futuro para Neruda. […] Sin embargo, Pablo no deshace la familia (siempre le fueron difíciles las rupturas conyugales) y quizás habría seguido junto a Maruca y Malva Marina si no hubiera estallado la Guerra Civil. (487) Desde otra posición, el enfoque de este tipo de episodios y la revelación de detalles sabrosos de la vida sentimental del poeta, bien podrían haber dado como resultado un libro de cotilleo literario, o de desclasificación de archivos sin más afán que el anecdótico. Lo que aquí se nos presenta, por el contrario, es el resultado de una labor tan seria como hercúlea (a propósito de

69


heroicidades…), cuyo valor para los nerudianos y estudiosos de la literatura es tan evidente, que no cometeremos la torpeza de justificarlo. En lugar de ello, concluiremos alabando las dotes narrativas del autor, que a diferencia de tanto biógrafo que abusa de datos y cifras, es capaz de construir un relato fluido y apasionante, exhibiendo en el proceso una prosa prolija, deliciosa y elegante; demostrando que, además de un biógrafo concienzudo, es un estupendo narrador. --- Patricia Poblete Alday Universidad Academia de Humanismo Cristiano Santiago de Chile

V

ida, amigos y amores de Pablo Neruda en la Guerra Civil Española Sergio macíaS. Santiago, Globo Editores, 2014.

Sergio Macías escribe no sé cómo, ni dónde, ni cuándo. Pero la claridad está presente. Y junto a ella, el estilo, el conocimiento, la pedagogía. Aquí, posiblemente se encuentre la respuesta a la pregunta: ¿por qué escribe Sergio? ¿Por qué la claridad, la luz? Es propio de entendimientos certeros huir de las sombras y la confusión. El caos puede ser un elemento poético; pero en la Historia es preferible un orden cronológico, interrumpido para terminar las historias colaterales que surgen constantemente. Así, cuando Macías habla de la escritura de Residencia en la tierra, debe referirse obligatoriamente a varios personajes de importancia histórica y literaria: Alejo Carpentier, Rafael Alberti, Carlos Morla Lynch, Alfredo Condon. Estos personajes aparecerán en otros episodios de la vida de Neruda. Un orden cronológico estricto provocaría que aparecieran aquí y allá, perdiéndose la urdimbre de las relaciones entretejidas por anteriores encuentros. Un historiador, en muchas ocasiones, se refiere a hechos del pasado o del futuro para enjuiciar certeramente una reacción en un momento dado. Este ir y venir, cuando no es contado con acierto, enturbia la historia, como si en un charco de agua escarbáramos el fondo y lo enlodáramos. Esta claridad, esta ausencia de tinieblas es lo primero que se siente al leer este libro. Macías tiene nítido su objetivo. 70


El estilo, leía hace unos días a un famoso arquitecto, es una estupidez. Discrepo. El estilo es el hombre. En arquitectura, en pintura, en poesía, en ensayo. El estilo aparece con la persona. De hecho, los grandes críticos necesitan de mucho tiempo, a veces, incluso, más tiempo del que concede su propia vida y queda el descubrimiento de su prosa para generaciones venideras. Macías no hace un esfuerzo por encontrar un estilo, lo tiene. Aparentemente sencillo, interiormente deslumbrante. Sobre el conocimiento podría extenderme ampliamente. No tiene límites. Ante mi propia mesa veo estanterías escalando las paredes de mi estudio. Abarrotadas de libros: pequeños, grandes, minúsculos, rojos, amarillos, viejos y nuevos, enlomados en telas, pieles. Una palabra destaca entre todas: Neruda. Neruda en todos los idiomas, en todos los estudios, en todas las ideas. ¿Cómo es posible que un hombre consiguiera escribir tanto y que tantos otros nos hayamos ocupado de él? Pero este conocimiento, esta erudición necesita de vehículos para ser expuesto a los demás. Macías nuevamente me sorprende en este nuevo libro. Ya sé de su conocimiento sobre Neruda y la literatura chilena; sobre su erudición de la presencia de estos personajes compatriotas suyos en la España del siglo XX. Lo he escuchado en conferencias, lo he leído en libros anteriores. El libro, que acabo de terminar de leer en dos días, me ha vuelto a mostrar con profusión de detalles y nuevas pistas una gran sabiduría, una profusión de ideas, teorías y aciertos. Por este libro pasan muchos personajes. El principal, obviamente es Neruda. A él hace referencia el título del libro. Que el protagonista sea el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada no quiere decir que sea el principal, el más interesante de todos los que recorren las líneas y páginas siguientes. Maruca Hagenaar, la primera esposa de Neruda, ¿podría haber sido más feliz, en otra vida en que no hubiera conocido a Pablo? Es posible o no lo es. Una existencia en Java, casada con un comerciante, ¿la habría convertido en una mujer dichosa? Pero quizá no hubiera conocido América, Europa, personalidades como García Lorca, Alberti, Morla. Ya lo hemos dicho, por este libro pasan muchas historias. Amores. Neruda fue un gran enamorado. Maruca fue posiblemente su gran error, su equivocación. Delia del Carril, su revelación. Ni a la una ni a la otra les fue fiel. La lealtad la repartió en dosis distintas. Porque si Delia no consiguió la fidelidad de Neruda, como no fue conseguida tampoco, años más tarde, por Matilde Urrutia, sí consiguió el respeto y el trato honesto. Macías habla de los amores con Eva Fréjaville, la mujer de Alejo Carpentier desvelados por Hernán Loyola; insinúa la relación con Nancy Cunard, que yo me atrevo a asegurar. Nos habla de la aventura erótico-cósmica con «una poetisa alta, rubia y vaporosa» (¿Norah Lange o Blanca Luz Brum?) en Buenos Aires, con la ayuda celestina de Federico García Lorca. Otros nombres de mujeres son deslizados en el texto: Maruja Mallo. Junto a todas estas mujeres, hubo muchos amigos. Macías se ocupa profusamente de todos ellos, recogiendo especialmente a los compatriotas chilenos. Neruda quiso mucho a Chile. Llevó a todos los rincones del mundo el nombre de su país. Un país entonces desconocido. El propio poeta descubrió en una reunión con amigos checoslovacos que todos pensaban que en Chile se desplazaban en elefante. Él alumbró y enriqueció a su patria. Por este amor que tuvo a su país, en todas partes donde estuvo, requirió a su lado a los chilenos. España no fue una excepción. Aunque Neruda se acercó, como nos cuenta el autor de este libro, a la brillante generación del 27, con sus grandes nombres, Vicente, Miguel, Federico, Rafael, tuvo a su lado a chilenos como Gabriela Mistral, Acario Cotapos, Carlos Morla o Luis Enrique Délano. Con casi todos, una personalidad como la de Pablo Neruda tuvo gran amistad, pero inevitablemente surgieron conflictos. Con Cossío o Gerardo Diego, por citar dos poetas de mi tierra santanderina, tuvo el chileno la decisión de no concederles el perdón. Los juzgó culpables. Culpables de haberse sumado al bando franquista, culpables de haber actuado pasivamente con Miguel Hernández. Si Pablo hubiera sabido lo que Cossío hizo por Miguel, no habría lanzado aquellos adjetivos sobre su obra.

71


Sin embargo, Macías resalta el encuentro que tuvo con Rosales, con José Caballero en uno de los tránsitos que el laureado Nobel hizo, a través, de España desde París a Santiago; este encuentro pone de manifiesto la falta de rencor que Neruda atesoraba en su corazón. Es Matilde la que explicó la alegría que tuvo al abrazar de nuevo a Octavio Paz, dejando atrás también amargas y viejas disputas. Uno de los personajes principales del libro es Carlos Morla Lynch. La historia contada aquí, desde sus orígenes, cuando Pablo era un oscuro cónsul en Oriente y pedía ayuda para venir a Europa, con Madrid como principal meta; pasando por el conocimiento en la propia casa de Morla, la transformación a ojos de este de un personaje absolutamente seductor en un principio a un personaje al que acaba cobrando rechazo, casi me atrevería a decir que repulsión. Es sabido que después de que Neruda se separara de Maruca, esta pasó momentos muy difíciles. Se ha hablado mucho del abandono de su hija enferma. También se olvida mucho que Neruda permanece en México ejerciendo su trabajo como cónsul hasta 1943, fecha en que la niña ya ha muerto; que los viajes entre América y Europa en ese período eran larguísimos y, sobre todo, en plena Segunda Guerra Mundial, peligrosísimos. ¿Pasó puntualmente la pensión que le correspondía a Maruca? Es posible que no y solo se encuentran en cartas de Maruca a la familia y al propio Pablo referencias a tan triste asunto. Desgraciadamente, en este asunto vuelve a intervenir Carlos Morla Lynch, que es desde Suiza quien hace llegar al Ministerio de Asuntos Exteriores las peticiones de Maruca. ¿Es esto casual, humanitario o un ajuste de cuentas? No hay respuesta fácil. Como también es imposible asegurar que Neruda no cayera en parecida venganza al acusar a Morla de participar, con su negativa al asilo, en la prisión de Miguel Hernández. Macías, a través de un exhaustivo conocimiento del archivo de la familia Morla, da los datos pertinentes, pero abre el juego de las conclusiones a la discreción de los propios lectores. Un libro magnífico, un libro esencial. Se unirá, sin duda, a El Madrid de Pablo Neruda, que se ha convertido en una referencia para los que estudiamos a Neruda. Para los que estudian el entorno de esa época intelectualmente resplandeciente que fue la República Española. --- Gunther Castanedo Pfeiffer Santander, España

72


C

hile la Guerra Fría Global

tanya Harmer & alfredo riquelme Segovia. Santiago, ril editoreS, 2014. 321 pp

«El 29 de diciembre de 1952 llegaba al aeropuerto de Carrasco [Uruguay] procedente de Europa el poeta [Pablo Neruda], acompañado de su secretario --también de nacionalidad chilena--, Vicente Naranjo, en vuelo de KLM. El arribo no era sorpresivo y por ello la inteligencia policial lo esperaba con un dispositivo de seguimiento. El 27 de diciembre, el consulado uruguayo en Ginebra informaba del otorgamiento de una visa de tránsito para Neruda, quien en breve se trasladaría a Montevideo.» (p. 60). Estas líneas de uno de los ensayos de este interesantísimo libro se refieren a la permanencia de Neruda en Uruguay entre los días finales de 1952 y buena parte de enero 1953. El grado de interés con que los servicios de inteligencia de Uruguay (y de Chile y USA) siguen y vigilan los desplazamientos del poeta es índice de cuánto la Guerra Fría concierne no sólo a los actores principales del hemisferio norte (el bloque USA-Europa occidental contra el bloque URSSEuropa oriental socialista), sino también a los países del hemisferio sur. De ello se ocupa este volumen, que, a mi entender, es un válido complemento del acucioso La CIA y la Guerra Fría cultural (Madrid, Debate, 2001) de la británica Frances Stonor Saunders. No era la primera vez que Neruda ocupaba al SIE (servicio de inteligencia) uruguayo. En agosto del mismo año no había pasado inadvertida su llegada en el transatlántico Giulio Cesare con dos valijas y cuatro grandes bultos que «se convirtieron en una pequeña obsesión para los agentes», ignorantes del afán coleccionista del poeta que regresaba a Chile al cabo de tres años de exilio, trayendo consigo libros y objetos atesorados en Europa, Asia y México. La vigilancia sobre los domicilios de dirigentes comunistas uruguayos (cuales José Luis Massera y Rodney Arismendi) fue otra fuente de frustración para los activos funcionarios, pues no hubo indicio alguno de que el chileno se reuniera con ellos en clave revolucionaria. Peor aún les fue en diciembre a los agentes, que registraron cómo el arquitecto Mántaras y su esposa llegaron al aeropuerto en compañía de «una señorita chilena que recibió muy afectuosamente al Sr. Pablo Neruda», según un memorándum policial desclasificado, y cómo se trasladaron en automóvil al chalet de los Mántaras en Atlántida, balneario a 45 km de Montevideo. En suma, los informes secretos sobre las semanas siguientes (casi todo el mes de enero de 1953) llegaron a la decepcionante conclusión de que la permanencia de Neruda en Uruguay tenía que ver con aspectos de su vida sentimental y no con actividades políticas, propias del comunismo internacional. En efecto, Neruda había planificado esa permanencia para transcurrir con Matilde el Año Nuevo 1953 al retorno de su viaje a la URSS, con la complicidad del arquitecto Mántaras. Eso era todo. Más allá de ejemplificar las modalidades de la Guerra 73


Fría en América del Sur, el episodio incluye momentos de hilaridad dignos de un buen filme cómico de espías. Además de este ensayo (“Pablo Neruda y una estadía signada por la vigilancia policial”, cuyos autores son los uruguayos Fernando Aparicio y Roberto García Ferreira), el volumen trae otros nueve y una introducción: “La Guerra Fría en Chile: los intrincados nexos entre lo nacional y lo global”, del historiador chileno Alfredo Riquelme Segovia, que con Tanya Harmer coordinaron el seminario internacional (Santiago, abril 2009) dedicado a diversos aspectos de la relación entre Chile y la Guerra Fría global. Títulos, temas y autores de esos nueve ensayos: 1 -- “Guerra Fría, motivaciones y espacios de interacción” de Fernando Purcell; 2 -- “«Chile en la encrucijada»: anticomunismo y propaganda en la «campaña del terror» de las elecciones presidenciales de 1964” de Marcelo Casals; 3 -- “La «relación triangular» Estados Unidos—Italia—Chile y la elección de Eduardo Frei Montalva” de Raffaele Nocera; 4 -- “El Partido Comunista Italiano, la lección de Chile y la lógica de los bloques” de Alessandro Santoni; 5 -- “¿Bajo el signo de Fidel? La revolución cubana y la «nueva izquierda revolucionaria» chilena en los años 1960” de Eugenia Palieraki; 6 -- “Chile y la Guerra Fría interamericana, 1970-1973” de Tanya Harmer; 7 -- “El movimiento de solidaridad sueco con Chile durante la Guerra Fría” de Fernando Camacho Padilla; 8 -- “La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea, 1973-1977” de Joaquín Fermandois; 9 -- “La nueva inserción internacional del comunismo chileno tras el golpe militar” de Olga Ulianova. Lejos del escenario central de la confrontación USA / URSS, el caso chileno desarrolló una situación singular de creciente importancia para las políticas de ambos actores. Por un lado, la consolidación del socialcristianismo como alternativa que, desde 1957, se encarnó en el Partido Demócrata Cristiano, «cuyo fundamento ideológico sería a la vez anticomunista y anticapitalista», y la reafirmación marxista revolucionaria del Partido Socialista, pero en divergencia con el modelo soviético. Por otro lado, el comunismo chileno, que, haciendo suya la propuesta de una coexistencia pacífica entre países socialistas y capitalistas, promovió «con gran convicción en el ámbito nacional la construcción de una vía pacífica, democrática y pluralista al socialismo». La voluntad de hacer la revolución y a la vez de respetar y hacer respetar la institucionalidad jurídico-política vigente hizo de la vía chilena de Allende (1970-1973) una experiencia inédita en el historial de las tentativas revolucionarias hacia la superación del capitalismo a través de la estructuración de una nueva sociedad. Las variadas aproximaciones que ofrece este volumen al examen y a la comprensión de lo que sucedió en Chile antes y después de esos dramáticos mil días del gobierno de la Unidad Popular, me parecen útiles también como referentes históricos al itinerario de la poesía de Neruda desde su experiencia del exilio, y su regreso al país en 1952, hasta su muerte en el umbral de la dictadura de Pinochet. --- Hernán Loyola

74


E

l canto en la sombra

romeo murga. Santiago, gramaje edicioneS, octubre 2014, 54 p.

La figura de Romeo Murga es más conocida por sus fotografías que por su escurridiza obra, prácticamente toda póstuma. En rigor, su vida se parece a un prólogo, a un umbral, ya que murió a los veintiún años, víctima de la tuberculosis, que se llevó, en otras tierras, también a Kafka y a Camus. El editor de esta reedición de El canto en la sombra (1946), Eduardo Farías Ascencio, eliminó 19 de los 31 poemas originales porque se apartaban temáticamente del resto, penetrado esencialmente por los motivos líricos que cultivó su generación: el amor, la libertad individual, el regreso a la pureza de la provincia (Murga nació en Copiapó) y el enfrentamiento del yo adolescente con el mundo, hostil e incomprensible. La generación de Murga es la de Neruda, en la década del veinte, también de Tomás Lago y Rubén Azócar, manifiestamente anarquista, y los poetas, de sombrero alón y enlutados, proclives a la tisis, el hambre y el desamparo absoluto. Se aglutinaban en torno a publicaciones como Claridad de la FECH y descreían del poder que se disputaban los tribunos Arturo Alessandri y el militar Carlos Ibáñez. La llamada cuestión social era decisiva y en medio de los efluvios de romanticismo tardío de los escritores, los estudiantes volcaban micros en las calles, protestaban por las inclemencias de los poderosos y, entre las nubes de humo de las bombas de claro origen ácrata, surgían estas siluetas demacradas y declamatorias, hondas, suicidas. Los integrantes de la banda nerudiana, el Cadáver Alberto Valdivia, Romeo Murga, Alberto Rojas Giménez, muerto de pulmonía tras una noche de farra, leían, amaban, escribían. Murga incluye en su poesía la retórica de la época, la adjetivación pertinente: el clavel de tus labios, el viento ronco, la turbia tristeza. El dolor es hondo y eterno, preexiste al poeta y lo trasciende. Allí está él con su pobre cuerpo, brotado de la sombra, sobreviviente de ruinas y naufragios. La amada es cósmica y, al mismo tiempo, concreta y cercana, fuente de dolores, paroxismos y quimeras. Es un referente insoslayable. También el canto, la palabra poética, intenta penetrar lo real y su agobiador peso. Las palabras se adelgazan, la lluvia invade todo; la tristeza, el vagabundaje, la ciudad antropófaga, son omnipresentes; el viaje bautismal a la metrópoli, irrefrenable. Neruda recuerda un sus memorias un recital remoto con Murga en San Bernardo. El público enfiestado los repudió a gritos por fúnebres y lacónicos. En Santiago hay tranvías, olor a gas y

75


a café. Teillier en su ensayo Romeo Murga, poeta adolescente (1962) traza el retrato del joven bardo extinto como alguien que no daba sombra, porque era una sombra. --- Mario Valdovinos

L

aura González-Vera, Entrevistada por Enrique Robertson. Poemas De Carlos Rozas Larraín Y Pablo Neruda páginaS SueltaS n° 6, Santander, 2014.

Credo che Neruda sarebbe stato felice di vedersi edito in un numero come questo, sesto delle Páginas sueltas, curate da uno studioso nerudiano come Gunther Castanedo Pfeiffer, benemerito già per la colossale impresa di illustrazione, in vari volumi, della critica dedicata nel tempo al grande cileno e alla sua opera. La bellezza, infatti, la cura della stampa, avrebbero certo fatto scrivere a Neruda una nuova ode alla tipografia, e al suo «stampatore», come già fece con Alberto Tallone, editore primo del suo Sumario. Le pagine, non rilegate né numerate, della presente pubblicazione sono introdotte da una riproduzione a colori della copertina confezionata dal poeta, scrittore e uomo politico Carlos Rozas Larraín, per il suo libro Isla Negra, edito nel 1959. Precede i testi delle cuecas, di cui il citato Rozas è qui autore, una interessante intervista di Enrique Robertson alla scrittrice Laura González-Vera de Soria a proposito delle feste che Neruda dava nella sua casa poi famosa e alle quali accorrevano giovani promesse ma anche scrittori, poeti, artisti affermati. La scrittrice vi aveva preso parte con il padre, collezionista di pietre del fiume e della spiaggia che, «con mucha paciencia», valendosi di una pinza, disponeva poi artisticamente in bottiglie, che regalava agli amici, tra essi Neruda. Particolari apparentemente trascurabili, ma che bene introducono nell’intimità di un gruppo che si riuniva intorno all’ormai celebre poeta, personaggi importanti o minimi, che poi compaiono nelle due cuecas di Carlos Rozas Larraín, qui riprodotte: “La cueca de despedida” e l’estesa “¡Viva la fiesta!”. Vi si ritrovano menzionati amici veri, ma pure altri che, morto Neruda, non tardarono a trarne profitto fondandosi sul pettegolezzo.

76


Un puntuale elenco e una descrizione dei personaggi presenti ne “La cueca de despedida” fa la González-Vera, e il Robertson la trascrive, mentre in un ulteriore apporto il Castanedo Pfeiffer presenta un poema di Neruda, composto quando vide ardere i resti dell’imbarcazione di Rozas Larraín, “La Bretona”, che figura nella tavola policroma allegata. Si tratta dell’ode all’ultimo viaggio dell’imbarcazione, liberazione, per il poeta, attraverso il fuoco, dalla struttura mortale verso il cielo, festa e navigazione ultima in cui la piccola nave «partía desplegando su alma», tra i «fosfóricos fuegos extraviados» dell’alberatura. Immagine straordinaria, nella quale, forse, il poeta prefigurava il suo stesso transito. --- Giuseppe Bellini Università di Milano

77


Los 20 cumplieron 90 1924-2014

j

orge

edwardS

Neruda contó en diversas oportunidades que Veinte poemas de amor y una canción desesperada pertenece a la atmósfera del sur, de la desembocadura del Bajo Imperial con sus muelles abandonados: «Los tablones rotos y los maderos como muñones golpeados por el ancho río; el aleteo de gaviotas se sentía y sigue sintiéndose en aquella desembocadura». Pertenece a ese lugar, pero también a las calles y a los amores estudiantiles de Santiago. Neruda se desplazaba entonces entre la calle Echaurren, la avenida España y los patios y salas del antiguo Instituto Pedagógico, que estaba situado en la Alameda al llegar a la calle Cumming. ¿Cómo serían esos espacios a comienzos de siglo? Hoy día son calles todavía tranquilas, en prolongada decadencia, con árboles frondosos, añosos, y con una arquitectura de casas modestas, de uno o dos pisos, donde asoma de repente, sin embargo, algún torreón gótico victoriano, alguna columna neoclásica, alguna fachada modernista. A través de las palabras del poeta, uno comprende que en los escondites urbanos, en los laberintos de la ciudad, el poeta encontraba refugios propicios para sus aventuras amorosas y eróticas. El libro es el reflejo, en consecuencia, de dos polos contrapuestos: el de la naturaleza del sur de Chile, con su intensidad salvaje, y el de un Santiago provinciano, sentimental, «con las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido». --- de “Historia y mitología de un libro” [1991], en La otra casa / Ensayos sobre escritores chilenos (Santiago, Ediciones UDP, 2006), p. 81.

j

ulio

cortázar

En el principio fue la mujer: para nosotros, Eva precedió a Adán en mi Buenos Aires de los años treinta. Éramos muy jóvenes, la poesía nos había llegado bajo el signo imperial del simbolismo y del modernismo, Mallarmé y Rubén Darío, Rimbaud y Rainer Maria Rilke; la poesía era gnosis, revelación, apertura órfica, desdén de la realidad convencional, aristocracia rechazando el lirismo fatigado y rancio de tanto bardo sudamericano, jóvenes pumas ansiosos de morder en lo más hondo de una vida secreta, de espaldas a nuestras tierras, a nuestras voces, traidores inocentes y apasionados, cerrándose en cónclaves de café y de pensiones bohemias: entonces entró Eva hablando en español en un librito de bolsillo nacido en Chile, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Muy pocos conocían a Pablo Neruda, a ese poeta que bruscamente nos devolvía a lo nuestro, nos arrancaba a la vaga teoría de las amadas y las musas europeas para echarnos en los brazos de una mujer inmediata y tangible, para enseñarnos que un amor de poeta latinoamericano podía darse y escribirse hic et nunc, con las simples palabras del día, con los olores de nuestras calles, con la simplicidad del que descubre la belleza sin el asentimiento de los grandes heliotropos y la divina proporción. --- de “Neruda entre nosotros”, 1974.

78


Alain Sicard 80

El profesor Alain Sicard me envió desde Poitiers esta foto inesperada. Al pedirle autorización para publicarla en nerudiana me explicó que era un fotomontaje hecho por un yerno o amigo con ocasión de su cumpleaños. Ante mi insistencia respondió así: «Querido Hernán: ya te expresé mis reservas a propósito de la reproducción de esta foto-montaje que, como te dije, es una broma que me hizo un amigo con ocasión de mis ochenta años. Temía que el retrato atentara a la seriedad de tu revista. Pero tampoco quiero pasar por el hombre solemne que no soy. Por eso, ante tu insistencia, y dado que la risa y el disfraz pertenecen a la tradición nerudiana, no veo inconveniente a que los lectores de NERUDIANA compartan, como creo que le hubiera gustado a Pablo, la chanzoneta. Sirva también de homenaje a dos amigos: Robert Pring Mill de quien no sé si era escocés (pero lo merecía), y James Higgins, mi viejo compañero de armas vallejianas, que sí lo es. Un abrazo: Alain.»

El próximo número de nerudiana traerá un homenaje al insigne nerudólogo francés Alain Sicard. Invitamos a estudiosos y amigos a enviar notas, artículos o testimonios, ojalá con fotos o ilustraciones, dirigidos a: <loyolalh@gmail.com >. -- H.L.

79


Los artistas participantes son: Nico González (Poema 1) Carmen Cardemil (Poema 2) Patricio Otniel (Poema 3) Ángeles Vargas (Poema 4) Isabel Hojas (Poema 5) Raquel Echenique (Poema 6) Virginia Herrera (Poema 7) Daniel Blanco (Poema 8) Sole Poirot (Poema 9) Jorge Quien (Poema 10) Cristóbal Schmal (Poema 11) Alejandra Acosta (Poema 12) Cata Silva (Poema 13) Leonor Pérez (Poema 14) Margarita Valdés (Poema 15) Álvaro Arteaga (Poema 16) Marcela Trujillo (Poema 17) Pati Aguilera / Fito Holloway (Poema 18) Sol Undurraga (Poema 19) Francisco Javier Olea (Poema 20) Karina Cocq (Canción desesperada)

80


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.