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Una limpia tarea nacional

UNA LIMPIA TAREA NACIONAL

Dos realismos

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Hace apenas dos meses, el espectáculo político de México con motivo de la próxima elección de Diputados Federales, avergonzado y producía náuseas. Cerca del Presidente de la República, los políticos influyentes y centenares de politicastros profesionales pululaban, sitiando sus oficinas, persiguiéndolo en sus viajes, en la más indecorosa solicitud de su favor para obtener una candidatura del PRM y en el PRM mismo, bolsa negra de los falsos valores políticos de México, se medían y cotizaban influencias e intereses de todo género en un regateo deprimente infrahumano. ¿El pueblo? ¿La opinión pública? Estaban ausentes de ese tráfico. Para estos políticos del régimen la opinión y el pueblo no han sido, no son, sino decoración verbal y masa explotable. El pueblo y la opinión presenciaban la escena, tantas veces repetida en el pasado, con asqueada indiferencia o con acumulada y opresora angustia de pensar en la continuación de esta innoble etapa de falsificación y de venalidad.

Pero el 9 de mayo, en su memorable Convención, Acción Nacional decidió participar en la lucha electoral y proponer y sostener candidatos a diputados

* Revista La Nación. Año II No. 89, 26 de junio de 1943. Pág. 6. Firmado como Manuel Castillo.

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en las elecciones próximas. Inmediatamente, como si hubiera cometido el más grave de los delitos de orden público, todos los politicastros profesionales reaccionaron con estrepitosa tontería. Sesiones en las Cámaras, transmisiones por radio, declaraciones, artículos, murales. Interminable reiteración de las mismas sobadas necedades, de las mismas conocidas mentiras, de los mismos manidos ataques. Ni una sola idea opuesta a las ideas de Acción Nacional; ni una sola crítica de razón a sus programas concretos. Una ciega avalancha de mesías imputaciones que pretendían ser injuriosas, encubriendo mal el miedo evidente ante la posibilidad de un pujante despertar ciudadano.

Todos estos políticos profesionales que se dicen “realistas” porque, fundados en larga experiencia, creen que en la vida pública sólo valen la complicidad y el favor en el mal uso de las fuerzas y recursos del Poder, sintieron que su “realismo” empezaba a faltar les bajó los pies y que podría haber otros realismo, ese sí cierto y definitivamente eficaz: el realismo de una opinión pública despierta y estructurada, el realismo de un pueblo en pie, fatigado de la corrupción y del fraude.

Cambio de escenario

Y espectáculo inicial se mudó rápidamente. No bastaba formar parte de las procesiones de pedigüeños en pos del presidente; no era suficiente entrar al mercado negro del PRM. ni los o los recursos del Poder y el favor de la maquinaria oficial de fraude, resultarían bastantes. Los candidatos a candidatos no fueron los únicos alarmados. Lo fueron también, los dispensadores de la lotería oficial de curules. Lo fueron todos los componentes del régimen.

Y junto a los desahogos preferidos contra Acción Nacional, empezaron las “auto-críticas”. Los mismos acusados de la corrupción política, de la penalidad administrativa, de la falsificación de la reforma social, rasgaron simbólicamente sus vestiduras y a grandes proclamaron que es cierto que en el régimen hay ladrones, qué son ciertas la penalidad y la corrupción. Sólo que a los mismos

MÉXICO EN LA OPINIÓN DE MANUEL GÓMEZ MORIN 1940 - 1945. ARTÍCULOS

corrompidos o penales o a sus socios, cómplices, o compadres, y no a la opinión pública, “les corresponde denunciarse y corregirse”, “les corresponde denunciarse y corregirse”. Con temblorosa entonación qué quería ser enfática uno de los más lamentables líder suelos aprovechados del desfiguramiento político de la organización de los trabajadores, hablo de “los que han migrado con la reforma social y con la Revolución”. Con conocimiento de causa, por supuesto. Y con un cinismo incomparable.

Otros, con grado superior en la escala del régimen, tartamudearon supuestas réplicas a las consideraciones fundadas, a la crítica certera de Acción Nacional sobre la política agraria sin visión, sin ímpetu, fraudulenta, qué tiene en la miseria y en la opresión a los campesinos, y México en la ruina. Y no pudiendo negar los hechos evidentes ni discutir las postulaciones doctrinales obvias, temblorosamente también se refugiaron en las promesas de arrepentimiento y de entienda para el futuro.

Como estos, los responsables del desastre económico que empieza ya –empieza apenas– a sentirse en escasez y en carestía intolerables, reconocieron lo que desde hace cuatro años Acción Nacional viene diciendo: qué es la política monetaria y de crédito es un atentado contra la Nación, que la administración de los caudales públicos constituye una serie de costosos despilfarros, que la intervención del Estado en la economía ha sido y es desorbitada y convulsa, que la política de precios y aprovisionamientos es técnicamente risible, fomenta la escasez y agrava la carestía, y que precisan el aumento real de la producción, la estabilización monetaria, la eficaz orientación del crédito. Estos también, precisamente, pretenden pasarse al campo que han combatido y reclaman igualmente –ellos, los gestores del desastre– su derecho exclusivo a buscar correctivos y enmiendas.

La opinión sabe bien, por supuesto, qué son otros los caminos para lograr el cambio verdadero de esta situación desastrosa. No serán ellos los acusados, los que puedan acabar con el mal y buscar limpiamente las soluciones adecuadas.

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Pero ya es una ventaja que los propios responsables los reconozcan. Empieza a despejarse el camino para la renovación auténtica y completa que desde hace tiempo es indispensable.

Opinión pública

Y todo esto, por otra parte, comprueba otro cambio ocurrido en el escenario político. Quizá el cambio más fundamental y más decisivo. Los políticos profesionales, los “realistas”, han sentido la necesidad de contar con la opinión. Sus confesiones, sus golpes de pecho, sus promesas de enmienda, implican el reconocimiento de que sobre las fuerzas de falsificación que ellos han creído únicas, existe la fuerza verdadera e incontrastable de la opinión pública.

Se habían olvidado de ella. La habían reemplazado totalmente con el compadrazgo y la componenda. Habían dado a la política el sentido exclusivo de una lucha dentro del círculo estrecho del monopolio. La habían hecho consistir en la pugna mezquina, dentro del régimen, por las granjerías mejores o por el predominio interno. Lo demás, el pueblo mexicano, la nación real, sus intereses, su destino, no les importaban sino como motivo retórico. La propia realización de los que han llamados sus programas, de las que han proclamado como sus ideas, los tenía sin cuidado. El medro inmediato, la preminencia dentro del régimen, el compadrazgo próximo, el interés colectivo de mantenerse en el Poder. Eso formaba el cuadro cerrado de sus preocupaciones. Y por ellos su actuación como régimen, cómo gobierno en México, ha sido siempre hostil a las esencias nacionales, destructor de la riqueza común, indiferente ante la situación real y ante los anhelos de los mexicanos.

No es pequeño el cambio. Aunque sea apenas inicial, aunque carezca todavía de la fuerza indispensable para gestionar una renovación completa de hombres y de sistemas, aunque pueda aún ser desfigurado por una propaganda en la que se aplican indebidamente los recursos públicos, aunque pueda ser aún defraudado por una maquinaria electoral qué es

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simple instrumento vergonzoso de falsificación, el cambio operado tiene máxima importancia.

La opinión pública advertida en él, nuevamente, que sí es posible estar de pie, cumplir resueltamente un deber y ejercitar con eficacia un derecho. Advertirá que la insolencia engreída de los politicastros, es de vida solamente a la deserción ciudadana; que los problemas de México no son insolubles, que la miseria y la opresión no son inevitables ni fatales, que los errores y los abandonos que han creado esos problemas y han producido es opresión y esa miseria, pudieron y debieron ser evitados porque su causa no ha sido otra que el predominio del apetito egoísta, del sectarismo y del espíritu refacción sobre el interés nacional, sobre el Bien Común, y ese predominio a su vez sólo ha existido por el abandono de la actividad política a los peores.

La decisión de Acción Nacional ha tenido y conservará esta primera importancia: la de mover la opinión pública, la de hacerla sentir su propio ser y su fuerza propia. Tiene, además, otra trascendencia: la de dar a la opinión una orientación cierta y clara, la de haber restablecido el sentido nacional de la acción política, la de haber restaurado ideas y nombres venerables y salvadores que parecían ya olvidados en la feria indigna de voracidad es que desde hace tanto tiempo ha sido la vida pública de México.

Y no es el aspecto menos esencial de esta tarea que Acción Nacional viene realizando, el de presentar ahora ante el pueblo, como candidatos a diputados, hombres limpios, aptos, que no han buscado una candidatura sino que auténticamente la han aceptado como un deber, como una demostración evidente de que se puede tener la opinión pública representantes genuinos, capaces de poner sobre el interés personal de su comodidad, de su tranquilidad de vida ganada con trabajo honrado, las exigencias del interés colectivo; capaces inclusive de vencer la repugnancia indudable que causa la participación en esta política de ahora, todavía mi esquina y sucia, para gestionar con su acción y con su ejemplo, una renovación hoy más que nunca urgente de la vida nacional.

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Que el plebiscito unánime de los mexicanos honrados los apoye y los secunde. Ellos señalan el camino de una limpia tarea nacional: la de restablecer el principio de legitimidad –autenticidad de la representación política– sin el cual el Estado será siempre en México hostil a la Nación, corrompido y opresor.

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