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Carmen Delia Bencomo
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Minicuentos
para dormir ratones
República Bolivariana de Venezuela Noviembre 2016
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33 Minicuentos para dormir ratones © Carmen Delia Bencomo © FUNDECEM Gobierno Socialista de Mérida Gobernador Alexis Ramírez Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida FUNDECEM Presidente Pausides Reyes Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM Ilustraciones: Leroy Rojas y Juan Jorge Inglessis Diseño de Portada: Leroy Rojas Esta edición fue coordinada, revisada y corregida por Néstor Abad Sánchez . HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito legal: ME2017000013 ISBN: 978-980-7614-52-8 República Bolivariana de Venezuela Noviembre - 2016 • •
La razón de estos cuentos
Son muchas las razones que me animaron a escribir estos minicuentos. La primera, tal vez viene de la infancia de donde proceden las cosas buenas que tenemos dentro. Acostumbraba llegar a nuestra casa un viejo amigo de mis padres y nos contaba cuentos cortos, hermosos, sencillos, poéticos que muchas veces he llegado a pensar que eran inventados por él, pues nunca los he visto en ningún texto. Tal vez por eso nos gustaban mucho y sea una de las razones para repetir la hazaña y, según las palabras de Gregory Zambrano al comentar el libro de la escritora Violeta Rojo, florido y colorido nombre, propio de poeta, Breve manual para reconocer minicuentos: “Cuántas veces se escucha en las calles conversaciones dirigidas a otros en los cuales reconocemos un orden de invención, de reelaboración discursiva más allá de lo cotidiano y nos decimos; ¡Qué cuento!” Me llamaron mucho la atención sus comentarios y el nombre de “minicuentos”, que sin conocer los de la escritora he coincidido en llamar los míos así, y así los dejo porque los de ratones deben ser breves, como los del libro Escritura de pájaros que un viejo amigo me comentó, sabio por viejo y por poeta, Luis Beltrán Prieto Figueroa. Son minicuentos porque a los niños no les gusta los cuentos largos, y por esa rival fuerte llamada televisión que no llena espacios con cuentos al estilo de ayer y en su lugar ofrecen programas traídos de otros lugares con elementos que no les permiten soñar, y cito de nuevo a • •
Gregory, poeta de Mérida: “...Por ello esos minicuentos, como prefiere llamarlos Violeta Rojo, andan por el mundo de las letras... tan viejos y tan nuevos y no es sólo que ganan por puntos... sino que su duración es luminosa como el relámpago. Espacio y tiempo reducidos a una sola palabra: goce...” Desearía que los míos fueran como estos y tengo fe en ello, pues antes de publicarlos quienes los han conocido, tanto niños como adultos, igualmente han disfrutado y espero que los abuelos tengan un cuento cada día de vacaciones y a los nietos los hagan soñar y desear más.
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Minicuento del ratón Rosario
Este era un ratón llamado Rosario. Tenía un collar y una cruz de cenizas. Se llamaba Rosario porque a veces era rosa fugitiva por el día o río errante por las noches. A Rosario le gustaba dormir con cuentos donde los ratones eran gigantes y el gato un enano. Crecían sus fuerzas en la cueva y temblaban de espanto al paso del felino. Y una noche... se disfrazó de luna para engañar al gato que le hacía la ronda. Y otra noche se fue a la biblioteca donde el gato dormía en los cojines, para releer el cuento de La Ratoncita presumida, de Aquiles Nazoa, poeta amigo de los niños, así como el cuento del ratoncito que vio en su cuarto un murciélago y a la mañana siguiente, le dijo a su mamá: —Mamá, anoche vi un “angelito negro”, y buscando y buscando más libros se encontró con uno llamado El gato con botas, mas los ruidos que hacía el ratoncito despertaron al gato. Rosario con miedo se le acercó y para que no le hiciera ningún daño se lo leyó y, a través de ese her• •
moso cuento, nació entre ellos una gran amistad, pura como el aire del jardín, y el gato le contó lo que soñaba cuando él lo despertó. Rosario refirió a su mamá y hermanos que se había hecho amigo del gato y que éste le contó el sueño que había tenido. —¿Y qué soñaba el gato? Preguntó la mamá. —Soñaba, le dijo Rosario, que él era una rosa que se bañaba en el río y era “tan bueno”, como dijo el poeta Alarico del gato que se paseaba por la casa, “tan bueno que de ratones no es su festín”. Mamá ratona preguntó si les había gustado el cuento y todos muy alegres, dijeron: —¡Sí, sí, sí! —Bueno, ¡a dormir!, que mañana les contaré otro.
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Penélope, la arañita tejedora
Penélope fue el nombre que le dieron a la arañita que, como la mujer de Ulises cuando éste se fue de viaje, mientras regresaba, tejía y destejía. Y Penélope, la arañita de este cuento sólo tejía y tejía. —¿Y qué estará tejiendo la arañita Penélope?, se preguntaban. —¿Será una larga bufanda para el cuello de la jirafa? —¿O serán las medias de “Pippa Medias largas”, de Astrid, la escritora sueca de sus hermosos cuentos? ¿O tal vez los cien botines rojos para el ciempiés de Carmendelia, la niña que nació en la montaña andina? No, Penélope, la arañita, tejía otra cosa... La rana de un pozo vecino se le acercó un día y le preguntó: —Amiga, Penélope ¿Qué tanto tejes de noche y de día? Y ella, le respondió: —Tejo los vestidos que estrena la luna cada siete días para lucirle al sol y para ser hermosa, porque desde la tierra la miran poetas y músicos que le hacen poemas y canciones y también los niños que antes de • •
dormir caminan con ella por los jardines del sueño. La rana muy emocionada le dijo: —Croac, croac, ¿Me quieres hacer un vestido como los de la luna? ¡Deseo parecer la reina de las aguas! A Penélope, la arañita tejedora, no le gustó aquella vanidad de la rana y le dijo: —No. Yo no tejo vestidos a quien no sabe cantar, soñar, contar cuentos o no tiene luces para alumbrar. La ranita nada dijo y cuando llegó al pozo, escribió estas canciones: La vecina rana le pide a la araña un traje de nubes y un mantón de luz. La vecina rana quiere ser reina de la fuente clara para poder alumbrar. Y como la arañita era buena vecina con otra canción le respondió: Para la vecina alegrar la arañita Penélope le hará a la rana un traje y un delantal. Mientras ese día llega, vamos a dormir que mañana les contaré otro.
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La tierra graciosa
Muy contentos estaban Colón y sus compañeros, dice mamá ratona, cuando llegaron a nuestra tierra, después de un largo viaje por mares desconocidos. Habían salido de España. Se vistieron con sus mejores galas y el ratoncito que venía escondido en la Santa María, uno de los barcos, tomó su espada y su capa, pensando que en aquel lugar hallaría un amigo. Esto lo contaba el abuelo de las taparitas. Encontraron unos seres, casi desnudos, que los recibieron con extrañeza, pero con simpatía. Y viendo Colón tantas bellezas y un clima delicioso, mirando agradecido al cielo, dijo: —¡Hemos llegado a una tierra de gracia! El ratoncito pronto se hizo amigo de los ratones del lugar que le dijeron: “Aquí vivimos felices porque somos libres”, y viendo que todos se reían, dijo: —¡Esta es una tierra graciosa! ¿No tienen rey? -preguntó. —No. Tenemos jefes que se llaman caciques. —¿Y cómo se llama este lugar, este país? -volvió a preguntar. —No. Aquí no tienen nombres. Cada grupo se llama tribu pero un piache dijo que de otro lugar llegarían • 11 •
personas que se harían dueños de nuestras tierras, y habitantes, y les pondrían nombres a las tribus y ríos y hasta un Dios, cambiaría nuestros ídolos. ¡Creo que han llegado ya! -dijo el ratón más viejo y al ver la espada del ratoncito viajero, le preguntó. —¿Qué es eso y para qué sirve? —Es la espada que lleva todo caballero para defenderse. ¿Y ustedes qué usan? —Como no tenemos enemigos usamos arcos y flechas para cazar animales que nos sirven de alimento. Entonces el ratoncito se quitó la capa y lanzó la espada al mar en señal de amistad. —¿Hace mucho de eso? -preguntaron los niños. —Sí. Hace quinientos años, y el abuelo de las taparitas se puso su sombrero y se disponía a salir, cuando lo interrogaron de nuevo. —¿Y el ratoncito? —Se quedó con sus amigos y formó una familia, y mamá ratona lo cuenta a sus hijos y éstos a los suyos y les dicen, como yo: —Bueno. Esta historia se acabó. Ha quedado en esta taparita y mañana les traerá otra. • 12 •
El ratoncito polizón
Temístocles del Rincón es el ratoncito que nació lejos de aquí, en una isla griega, a orillas del mar Egeo. Temístocles era un héroe y la madre quiso honrar su memoria bautizándolo así, y del Rincón le venía porque desde niño era soñador y siempre estaba en los rincones soñando con mares desconocidos, islas hermosas y otros paisajes. Hacía preguntas extrañas cuando con las orejitas paradas escuchaba a los mayores hablar de otros sitios y pensaba: —Cuando sea grande seré marinero, músico, poeta y recorreré otros mundos. Una tarde divisó a la orilla del mar un barco raro, casi negro, con una bandera de colores brillantes: amarillo, azul y rojo y, como no conocía el barco ni la bandera, lo imaginó lleno de sorpresas y pensando que tal vez no lo volvería a ver, con mucho cuidado se acercó y sin ser visto se metió en él. Corrió por todas partes y llegó al mejor sitio: la bodega y como tenía hambre comió queso, nueces, galletas y bebió el sabroso vino del capitán. Comió y comió. Bebió y bebió. Se sentía satisfecho y, como se quedó dormido, no supo cuando el barco zarpó • 13 •
y al despertarse su única tristeza era no haber podido despedirse de su novia Diana, a quien amaba y con quien soñaba casarse. Pasaron unos días. Sólo mar y cielo. Cielo y mar veían sus pequeños ojos, mientras pensaba: la llamaré o le escribiré y como ella también me ama comprenderá y me esperará, Al fin, un día alguien gritó: —¡Puerto a la vista! A Temístocles el corazón le saltó de alegría y sus esperanzas crecieron al anclar el barco. Cuando salió empezó a correr. Afortunadamente un ratoncito del lugar le preguntó: —Mira, primito ¿quién sois? ¿Cómo te llamáis? —Me llamo Temístocles del Rincón y vengo del mar Egeo. —Temístocles Rincón se llama mi padre. No somos hermanos y vienes del mar feo. Nuestro mar es bonito y se llama Caribe. Este lugar es Maracaibo y la bandera es de Venezuela, nuestro país. Entonces el ratoncito le contó su historia y como buen zuliano le ofreció su amistad y hospitalidad y le dijo: —No te preocupéis. Ese barco es petrolero y lleva petróleo a tu tierra. Pronto volverá a salir. El ratoncito agradeció tanta amabilidad y por el día recorría la ciudad y por las noches regresaba al barco y en la bodega se escondía. No quería correr el riesgo de quedarse si el barco salía de nuevo. A su regreso volvió a ver a Diana y en pocos días se casaron y tuvieron hijos que por las noches sus padres le cuentan este cuento y otros más. Se duermen felices como los ratoncitos de mamá ratona que mientras cierran sus ojitos, se despide con estas palabras: —Que sueñen con los angelitos del cielo y del mar y mañana les contaré otro. • 14 •
Los cuentos de Marcelino
“Es tanto el silencio que lo toco”. Marcelino repetía los versos de su primo Pedro Luis Hernández, cuando alcanzó la cima más alta y fría de la montaña andina. Miró a todos lados. Estaba bien abrigado con su ruana de lana virgen. El viento silbaba. Un pájaro distante cantaba triste y el frailejón mecía su aterciopelada flor amarilla con el aire fresco cruzándose en el elevado desierto con su bosque coloradito y los quitasoles del escultor. “...Sobre el páramo adverso el frailejón levanta sus puñales contra el frío y alcanza la victoria de su flor...” Así cantó el poeta contemplador del ávila, cuando estuvo frente a estas hermosas plantas que cubren las laderas. Marcelino se sentía pequeño ante tanta grandeza. Extendía sus miradas hasta la inmensidad del espacio donde el silencio es tan grande que se puede escuchar. Por esto gritaba su nombre: —¡Marcelino...! Mar ce li no -y volvía el silencio como una gran campana transparente y seguía gritando su nombre entre bocanadas de humo. —¡Oh, que paraíso tan extraño!, pensaba el campesino. Miraba hacia abajo, a la orilla del camino, otros campesinos y corderos blancos moviéndose entre las siembras de trigo, pan del día y la esperanza. Atraído por la música y gritos del cantor, mensajero del surco y la semilla, el pájaro oscuro de los páramos se fue acercando hasta donde el campesino pudiera escuchar su menuda voz: ¡Pastor de luceros, alegras este lugar! • 15 •
Marcelino asombrado, le preguntó: —¿Quién eres tú, pequeño amigo que desafías el viento y el frío? —Soy el chivito de los andes, el único ser que puede vivir en estas cumbres. Recojo el grito de Caribay, entre las águilas de nieve. Soy un “colibrí aristocrático” como me dice el bautista que me cuida, estudia y protege. -Qué alegría me da encontrar un amigo y para corresponder tu saludo, también diré una canción: Chivito alado barbudo señor. Vives muy alto cerquita de Dios. —Gracias pastor, le dijo el chivito. Le enseñaré ese canto a mis hijos. —Y yo a los míos, pensó mamá ratona cuando escuchó el relato de Marcelino y esa noche se lo contó a sus hijitos y se despidió con unas buenas noches y la promesa de contarles, mañana, otro. • 16 •
La musaraña y los frailes dorados
Volvió a reinar el silencio. Al otro día Marcelino siguió con sus cuentos, recogidos en la contemplación de la alta montaña. El viento seguía silbando. El pájaro oscuro se fue a sus dominios y los campesinos, en sus casas de gruesas paredes, contaban sus historias, entre esas la historia del cazador que perdió su escopeta y no volvió jamás. —Ayer les hablé del páramo, del chivito. Hoy lo haré sobre la musaraña y los frailes dorados. La musaraña es un animalito parecido a un ratón que también vive en esas cumbres frías y solitarias. Al escuchar mamá ratona que se parecía a los ratones, puso más atención y se acercó a Marcelino para oír lo que la voz menuda decía: —Soy la musaraña que habita en este lugar sin más compañía que el viento, el chivito y el frailejón. Soy el animal emblemático del pueblo y a la sombra del yagrumo, “canas de la montaña” como dijo un poeta, me siento a descansar. Marcelino la miró a sus pies como un ratón de tupido y fino pelo. Asombrado, le ofreció su amistad, con un juego de palabras Musa araña araña musa musaraña es. La musa araña a la araña musa al derecho y al revés.
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Este animalito se pasea entre los dorados frailejones, las hermosas plantas que crecen junto al viento y el frío. Parecen niños dormidos en las laderas, a orilla del camino y admirando tanta belleza, les dije: -¡Oh! Pequeños frailes del camino. Tengo para ustedes toda mi admiración y la expresaré en este poema: Frailejón dorado fraile de algodón. Canoso ermitaño te llamó Don Tulio frailejón te llama toda la nación.
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Las ruanas comunicadoras
—Todos los campesinos, continuó Marcelino, recorren los caminos para ir a sus trabajos, a sus ritos y reuniones con unos abrigos que les cubre gran parte del cuerpo. Una especie de capas de dos colores: por un lado rojo y por el otro azul. Parecen amapolas o cayenas que caminan en silencio entre los frailejones y cerca de las piedras. Un campesino que se dio cuenta que no soy del lugar, acercándose con mucha reverencia, me saludó: —¡Buenos días, amigo! —¡Buenos días! -le respondí y le pregunté- ¿Cómo se llaman sus abrigos? —Se llaman ruanas y están hechas con lana virgen de nuestras ovejas. Además de gran abrigo nos sirve pa-
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ra comunicarnos porque son grandes las distancias y no tenemos otros medios. —¿Y cómo se comunican? -pregunté de nuevo. —Bueno, cuando la usamos por el lado rojo es alegría, trabajo, amor. Por el lado azul oscuro es tristeza por algún enfermo o dolor por alguien que se nos ha ido. —¡Quisiera tener una! -dijo Marcelino y el campesino le prometió conseguirle una y le deseó que siempre la usara por el lado rojo. —¡Gracias, amigo pastor! Que tus deseos sean una bendición y te voy a decir un poema que leí, de un poeta de aquí: Ruanas de rojo y azul por el viento y el sol los caminos llenan de luz la montaña, la lluvia y la flor. Esa noche mamá ratona más emocionada contó el último cuento de Marcelino y le pidió a sus hijitos hicieran un cuento, un poema o un dibujo que mañana les contaré otro, dijo, y se fueron a dormir.
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Mi bulto huele a caramelo
A Antonio Luis Cárdenas
—Mi bulto huele a caramelo, le dice el ratón rabo amarillo a Rosario, en el andén, mientras esperan el tren que los conducirá a su escuela. ¿Y el tuyo a qué huele? —El mío a queso porque mi mamá me prepara una arepa con un pedacito rallado. La vecina observa este diálogo ratonil y el cuerpecito un poco encorvado del ratón, con aquel peso sobre su espalda que lo hace parecer una tortuga. Sólo se le ve la cabeza que sale del bulto y al tratar de ayudarlo nota que es muy pesado y le dice: —No deberías llevar tanto peso porque puede perjudicarle a tus tiernos huesos y deformarlos. Y mirando el ratoncito rabo amarillo a Rosario, que apenas lleva una liviana bolsa en su mano, le pregunta: —¿Por qué tú no tienes bulto? —Porque mamá no quiere. Llevo los útiles y merienda en esta bolsa que ella me hizo. Cuando Rosario contó esto a mamá ratona y sus hermanos, antes de dormir, un ratoncito, dijo: —Mamá, ¿por qué Rosario no tiene bulto? ¿Nosotros tampoco tendremos? • 21 •
—Precisamente porque no quiero tener hijitos jorobados sino caballeros de espaldas anchas y esbeltas figuras. —Mamá ¿y cuando tú estabas pequeña no tenías bulto? -preguntó otro. —No, en ese tiempo no existían. Las madres nos hacían bolsos de dril o cualquier otra tela gruesa y ahí llevábamos el libro, cuadernos, lápices, merienda porque íbamos dos veces a la escuela: en la mañana después del desayuno tres horas y dos luego del almuerzo. Así podíamos descansar, dormir siesta y hasta jugar. Nuestra madre, la abuela de ustedes, gustaba jugar con las palabras y a veces las convertía en poesía. Una vez ante el olor tierno de nuestra bolsa, escribió este poema: Mi bolsa escolar huele a letra nueva a cuentos de hadas, a mar, montaña, ríos. Ella sabe guardar olores de peces, pájaros, y aromas de flores en los libros míos. —Todos están muy contentos, dijo mamá ratona, porque es bueno conversar de nuestra infancia con los hijos y a veces parecen cuentos. Ahora, vamos a dormir que mañana, les contaré otro.
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El ratoncito que vio el mundo al revés
Un día dijo el ratoncito a su mamá mientras ésta guardaba los alimentos en la despensa para que no los comieran las hormigas y las cucarachas: —¡Mamá, anoche soñé con el mundo al revés! —¿Cómo es eso, con el mundo al revés? —Sí, mamá soñé que las piedras volaban y las flores corrían por todo el jardín. Que el cielo encerró los luceros en los cuartos menguante y creciente y el mundo se puso oscuro; que el gallo tenía cuatro patas; el perro sólo dos; la garza seis y una sola la gata. Que nosotros perseguíamos a los gatos y ellos se escondían en nuestra cueva. Cuando salió el sol volví a mirar el mundo como es. Muy emocionado busqué papel y lápiz, para escribir un poema con ese sueño para no poderlo olvidar. Te lo voy a leer:
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Soñé que en el cielo nadaban los peces, en el mar y en el río vivían los luceros. Que el gallo tenía cuatro patas, la garza seis, el perro dos y una la gata. Alas las tortugas un solo pie el ciempiés y cuando salió el sol vi el mundo como es. —¡Oh! qué sueño tan extraño, dijo la mamá. Estudia mucho, come queso y bebe leche para que no veas el mundo al revés, sino en sueños y cuando despiertes los conviertas en poesía y leerlos todas las noches para soñar y todos los días para vivir y siempre nos haga pensar. Ojalá, mañana tengas otros hermosos sueños y poemas para contar.
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Los ratoncitos perdidos
Dedicado a las madres en su día.
La mamá ratona se fue de paseo a Maracaibo con sus tres hijitos y mientras veía y compraba cosas en el mercado de las guajiras, sus hijos se fueron a dar unas vueltas y no supieron regresar. Se sentían perdidos, y asustados se acercaron a un niño a quien le preguntaron: —Mire, amiguito, ¿usted no ha visto a nuestra mamá? —No. ¿Cómo es la mamá de ustedes?, -les preguntó —¡Es la madre más linda del mundo!, -le respondieron. —No la he visto, además la mamá más linda del mundo es la mía. Los ratoncitos siguieron caminando y mientras más calles recorrían más se perdían. En una esquina encontraron una niña que los miró con tristeza al saber que estaban perdidos, entonces ellos le preguntaron: —Niña, ¿usted no ha visto a nuestra madre? —¿Y cómo es la madre de ustedes? -Les preguntó. —Es la madre más dulce del mundo, -le respondieron. —No, no la he visto, y la madre más dulce es la mía. Ella hace los dulces de hicacos y calabazates más sabrosos de Maracaibo. • 25 •
Siguieron los ratoncitos buscando por todas partes hasta que llegaron al mercado de las guajiras, de donde habían salido y le preguntaron a una de ellas: —Señora, ¿usted no sabe dónde está mi mamá? —¿Cómo voy a saberlo? Las mamás no dejan solos a sus hijos por lugares que no conocen. Disgustados y tristes se quedaron en ese sitio y pronto vieron llegar a su mamá que muy nerviosa los buscaba. Los abrazó, besó y los regañó por haberse ido de su lado. La guajira también lloró de emoción y le dijo a la ratoncita. -Señora, tiene que castigar a sus hijos p orque son muy bellacos. Cuando regresaban, uno de los ratoncitos preguntó: —Mamá, ¿qué es bellacos? —Bellacos son lo que nosotros decimos tremendos y desobedientes. Esa noche, en castigo, se fueron a su cuarto sin cuentos pero la buena madre les dijo: —Mañana les contaré otro. Los ratoncitos pidieron perdón y dijeron: —Mañana será una noche feliz porque tendremos un cuento para soñar y dormir.
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Los ratoncitos enamorados
Hace algún tiempo llegó a la cueva de los ratones un zalamero ratón, de poblados bigotes, sonrisas, canciones y muy ufano, decía a la ratoncita: —Soy una rosa que nació a la orilla del río. Y otro día le entregó una glosa basada en un hermoso poema del fino poeta andino: Manuel Felipe Rugeles, que dice: “Ha nacido la luz del clavel. Ya se viste de rojo el vergel, Hay olor de canela y de miel. La flor para ella el sí para él.” Y el ratón enamorado, lo glosó, así: Salió la luna sueños a encender y ratones juegan a “la luz del clavel”. Se llena de estrellas una y otra vez. El cielo que viste “de rojo el vergel”. Se cubre de olores la cueva, el jardín y los ratoncitos “de canela y miel” dicen con mucho placer “la flor para ella” “el sí para él” • 27 •
Emocionada, la ratoncita le preguntó: —¿Cómo te llamas? Y él le respondió: —Me llamo Ado, ¿y tú? —Ena Mora ¿no tienes novia? —No. Tenía una pero me dijo “miado” y no me gustó. Ena Mora dio su afecto al ratón y creyó ser correspondida, mas no fue así. Después de pasar bellos momentos y cenar a la luz de la luna, se alejó sin un adiós ni hasta luego. La ratoncita muy preocupada consultó al viejo ratón, que le aconsejó: —No ames más de lo que debes ni malgastes el agua de tu fuente en el río que corre, pues no se dará cuenta. Tampoco derrames pétalos de flores para perfumar tu cueva, porque alguien interesado los comerá y entonces ¿con qué te perfumarás? Las hermanas ratoncitas le repiten las palabras del sabio ratón y le agregan: —Ena Mora da tu amor a quien lo merezca. Otro día regresó el ratón y Ena que había seguido los consejos, muy secamente, le dijo: —Mi Ado, ¿A qué has venido? Tú eres una rosa que se ahogó en el río de mis afectos. Los ratoncitos escuchan con risas este minicuento y quieren escuchar más, pero mamá ratona, les dice: —¡Ah! ¿les gustó?, pues ahora a dormir que mañana les contaré otro.
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El botín del ciempiés
El ciempiés, trencito menudo de la hierba, cruza noche y día por un ferrocarril hecho de aromas que hay en el jardín. Una noche oscura cuando iba a la fiesta, de una ciempiecita que cumplía años, tropezó en una piedra, se golpeó un pie y perdió un botín. Afortunadamente conservó el ramo de flores silvestres que le llevaba. Muy adolorido y sin un botín llegó a la fiesta cojeando y como es un gran bailarín todos lo aplaudieron y la ciempecita cumpleañera agradeció sus flores y lo invitó a bailar, pero el ciempiés muy triste, le dijo: —Lo siento mucho princesita pero no puedo -y le contó el accidente que había tenido y aunque no le dolía tanto el pie con las cataplasmas que le puso el especialista que allí estaba, no podía bailar sin el botín como antes lo hacía. Estaban todos presentes cuando el ciempiés decía triste lo que le había ocurrido y una hormiguita, que se había colado en aquella reunión, se fue en silencio en busca del botín que a lo mejor estaba enredado en alguna rama de uno de
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los árboles del camino o se lo llevó un pájaro para hacerle nido a sus hijitos. La generosa hormiguita miraba y miraba a cada lado con temor a las sombras que podrían ocultar algún peligro. Iba sola y de pronto se cruzaba con otras hormiguitas que extrañadas le preguntaban: —¿A dónde vas compañera con tanta prisa? ¿No temes a la oscura noche? -y ella les contaba la razón de su angustia y se iban agregando para ayudarla y acompañarla y de pronto en un claro de luna divisaron algo rojo como una cayena o clavel rojo y poco a poco se fueron acercando hasta descubrir que se trataba del botín del ciempiés y entre todas cargaron con él y cuando llegaron a la fiesta hubo aplausos y palabras de agradecimiento, sobre todo, del ciempiés, el gran bailarín, que pudo zapatear los joropos sin pisar a las hormiguitas que comían sorbeticos de jazmín en cálices de rosas. Bailaron toda la noche hasta quedarse dormidos. También los niños y ratoncitos con el final de este minicuento muy contentos empezaron a soñar con otro cuento que escucharán mañana.
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Las cinco gaticas de colores
Mamá gata, llamada Gataluz, tuvo cinco gaticas. Todas muy lindas y de distintos colores: Gataluna, amarilla como la luna y en su cola tiene una estrella de luz. Gatanube, azul como un pedazo de cielo y también con un lazo que le hizo una sirena del mar. Gatasol, como un rayo escapado del astro rey, con un collar de luceros desde su cola. Gatairis, con todos los colores del cielo y el agua como una bandera de luces se extiende en el espacio cuando una lluvia menuda baña al sol. Gataflor, una amapola que se confunde con las flores del jardín, unas veces color fuego y otras color de crepúsculos o papagayo multicolor. —Miau, miau, miau, -dicen todas y la gata cariñosa les da comida, juega con ellas y les cuenta cuentos de ratones y gatos que se hicieron amigos desde el otro día que el abuelo ratón le leyó el cuento del gato con botas mientras dormía en la biblioteca en un blando cojín y desde ese momento no enseña a sus hijos a cazar ratones y les cuenta historias de buenos amigos cuando comparten una misma casa. Las cinco gaticas de colores viven tranquilas y felices y cuando están juntas con su mamá parecen un ramo de flores bañado de luz y miran cruzar, como relámpagos los ratones y no los persiguen porque aprendieron • 31 •
a vivir en amistad y como mañana es un día especial les contaré sobre los siete ratoncitos que viven en un pentagrama de cristal lleno de música y entonces les enseñaré una canción donde están estas notas: do re mi fa sol la si y todos viven cantando las hermosas canciones que les enseñó su mamá.
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Pentagrama de luz y color
Musicalmente digo lo que deseo decir. El gran músico del sueño.
Pentagrama es la ciudad formada por cinco calles donde transitan siete hermanos que se unen armoniosamente para que los músicos nos regalen hermosas sinfonías, canciones y conciertos para hacernos felices e importantes a los compositores de la región que extienden su música por el mundo. Estos siete hermanos se llaman: Do, Re, Mi, Fa, Si, La, Sol.
Cuyo nombre del astro rey es la plaza donde se levanta su figura y se reúnen todos en su clave para llenar de gratos sonidos a toda la población musical. —Ya tengo nombre para mis siete hijos, dijo mamá ratona y los bautizó: Do, Re, Mi, Fa, Si, La y Sol. —Yo nací en Pintagrama, dice el más pequeño que no pronuncia muy bien y lo asocia con la grama del jardín. • 33 •
—Pentagrama -le corrige papá ratón. Penta quiere decir cinco, y grama línea. Por eso se llama así a las cinco calles o cuerdas negras por donde caminan los hermanos musicales. En aquella ciudad de voces musicales se escuchan cantar al Ratón Redó y la ratoncita Solfa y él le dice: —Dame el sí y nos casaremos para vivir en una clave de sol, en la calle principal de Pentagrama, y los otros ratoncitos repiten una y otra vez: Do, re, mi, fa, si, la, sol Sol, re, si, fa, mi, re, do. Y en la escuela “Sonatina” se escucha a la profesora de música que dice a sus alumnos: —Con esta canción termina la lección. Mañana aprenderemos otra.
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La rosa de Martí
Dedicado a la memoria de mi hermana, y al recuerdo del amigo poeta que un día me regaló una rosa blanca.
Las rosas como los poetas nacen en todas partes del mundo. No importa clima, idioma, color o jardín y hay hermosos poemas o cuentos recordados en todas partes. Entre esos El Ruiseñor y la rosa del escritor inglés Oscar Wilde, quien hizo suyo el dolor del estudiante pobre que para complacer a la mujer que amaba, le pidió una rosa roja, cuando sólo habían blancas, para acompañarle al baile, y el pajarito petirrojo, conmovido, pegó su corazón a la espina de la mata de rosas blancas y dejó que su sangre tiñera de rojo aquella hermosa rosa de nieve, pero de nada valió el sacrificio pues la mujer no fue con él al baile. En nuestra América y en su lengua española hay muchos poemas a las rosas. Como ellas llenan de alegría los corazones y de aromas al paisaje. El más recordado es el poema del cubano José Martí, autor de la Rosa blanca que sirve para amar y perdonar y quien también escribió Los zapaticos de rosa. Y en el cuarto de los ratoncitos mamá ratona, con su voz menuda, repite el poema que ha escuchado tantas veces y que sus hijitos han aprendido y recitan: • 35 •
“Cultivo una rosa blanca en junio como en enero para el amigo sincero que me da su mano franca y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo cardo ni ortigas cultivo, cultivo una rosa blanca.” Tanto arriba, en el cuarto infantil, como abajo en el cuarto ratonil, casi a una sola voz, se escucha: “Cultivo una rosa blanca...” y se van apagando las voces y luces. ¡Hasta mañana, hijitos! ¡Que sueñen con los angelitos y una rosa blanca y dando a cada uno muchos besitos, los arropa con su bendición! —Ris, ris, ris, -con su voz menuda, dice mamá ratona. Ya mis niños se durmieron.
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Aventuras por caminos de trigo y nieve
Un día Rosario fue al mercado para buscar algo de comer y llevar a su casa, pero como había mucha gente tuvo miedo de ser perseguido por un gato. Corrió a esconderse en un camión donde había queso, trigo y las olorosas frutas en las que destacaban rosadas pomarrosas. Escondido en tan aromático lugar pudo dar algunos mordiscos a los deliciosos quesos y lleno de gusto durmió en su fresco colchón de trigo sin probar las extrañas frutas. Tan dormido estaba que no se dio cuenta cuando el camión salió de regreso a su pueblo. De pronto el camión se detuvo frente a una casa de donde salieron a recibir al conductor que se colocó sobre sus hombros la calurosa ruana para abrigarse del frío y los vientos. Y mientras hablaban y tomaban el oloroso café, un ratoncito de la casa divisó a Rosario en un rincón y después de saludarlo y compartir unos pedazos de queso lo invitó a bajar para que conociera con él los trigales y la nieve. Muy cortés lo invitó a su cueva y le preguntó su nombre: -Me llamo Rosario y vengo de donde las rosas juegan con el agua del río que baña los caminos. ¿Y tú cómo te llamas? • 37 •
-Mi nombre es Candelario pero me dicen Candil porque alumbro los oscuros caminos de los forasteros. Rosario extrañaba su cueva y los suyos y un día volvió a subir al camión y regresó. Muy emocionados todos escuchaban las aventuras de Rosario y esa noche comieron del queso y el pan traídos de sus viajes y se durmieron muy contentos con la promesa de mamá ratona de contarles otro cuento.
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La piñata ratonil
En la casa de los niños, cercana a la cueva de los ratones, había gran movimiento porque el niño más pequeño cumplía años y escogieron la figura de un ratón para la piñata y adorno de la torta. El ratón Rosario se escondió detrás de la puerta del jardín observando sin comprender por qué colgaban de una viga un ratón de vivos colores que el viento mecía de un lado a otro. Preocupado esperó y esperó hasta que en la tarde vio que un niño daba golpes con un palo al tranquilo ratón, mientras los otros decían: -¡Dale, dale, dale...! Después venía otro y seguían golpeándolo, repitiendo: ¡dale, dale, dale...! hasta que de tantos golpes el ratón de colores reventó y de su cuerpo salieron caramelos, papelillos, juguetes... Rosario con mucho dolor se fue a su casa y contó: -Mamá, no sé por qué tenía que ser un ratón para tan cruel diversión. -No te preocupes, hijo mío, le dijo mamá ratona. Es la costumbre hacer un personaje de algún cuento, una flor o un muñeco sin vida que hacen felices a los niños en sus fiestas de cumpleaños. Para que olvides esa impresión, te cantaré una canción que aprendí cuando niña y también, como tú, me asombré cuando rompían una figura llena de sorpresas: Piñata de colores rica en dulces sabores, Hada, pájaro o flor que alegras una fiesta. Y con este cuento vamos todos a reír. • 39 •
El ratoncito poeta
El ratón de este minicuento regresó un día a su casa y le dijo, a su mamá ratona: —Mamá, el vecino de nuestra cueva dice que soy poeta y le pregunté por qué me lo dice si no he escrito ningún poema, —No es necesario, —me dijo— basta con admirar, como tú la naturaleza y leer las cosas hermosas que dicen los poetas. Te escuché lo que leías en voz alta a tus amiguitos del parque. —¿Y qué leías? —preguntó mamá ratona. —Bueno, primero miré al cielo y les dije que parecía un abanico de nubes y luz para refrescar y alumbrar la tierra, cuando calienta el sol. Uno de los niños, dijo que la tierra es un cielo con árboles y seres y cada quien construye su cielo y lo llena de estrellas. —Y nosotros, —completó el ratón de bigotes colorados— vivimos dentro de la tierra con nuestro cielo que nos hace felices.
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Después les leí en el diario del domingo lo que dice la poeta Elizabeth Schon que ha sabido crear su cielo para vivir en él y ¡qué lindo debe ser su cielo detenido en el universo de las hormigas y sigue abierta a todos los mundos, pues “las hormigas tienen su lenguaje como el viento, el agua, la noche...” y creo que ella también escuchó alguna vez, en su biblioteca a los ratones repitiendo los minicuentos que nos dices para dormir. Estoy seguro de eso porque un día fui a su casa, entre árboles y pájaros. Me escondí detrás de una mata de rosa que le coqueteaba a un clavel y la descubrí frente a ellos, con una sonrisa de hada, como si también entendiera el lenguaje de las flores y le vi su mirada azul de agua y sus manos acariciándolas y un suave perfume se extendió en todo el jardín. Más tarde escribía un libro con las mágicas palabras del aroma y el color y de su profundo río nacían mariposas, colibríes, barcos de sueños, ángeles y luceros que alumbran el pensamiento. —Tiene razón el vecino, dijo mamá ratona, pues eres poeta. Elizabeth, dice: “Yo creo que el poeta debe estar abierto a todos los mundos...” Entre árboles y sombras se escucha este minicuento y los hijos emocionados la miran con deseos de escuchar más pero ella, les dice: — Bueno por hoy. La vida nos dará nuevos cuentos y mañana les contaré otro.
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El angelito de Mocotíes
A Luis Ángel con amor
Después de una larga ausencia, mamá ratona regresó a su pueblo, allá en la montaña del cóndor que juega con las “águilas blancas” de Don Tulio y se quedaron convertidas en estatuas de nieve cuando Tibisay, la hija del cacique, las perseguía para arrancarles algunas plumas. Están allí coronando las altas cumbres andinas donde el viento se pasea entre yagrumos, frailejones y lagunas con anteojos que miran al cielo. Cerca de estas montañas de historias y leyendas se ve el pueblo, a orillas del Mocotíes, de donde vino mamá ratona en el viejo baúl de la abuela que tantas cosas guarda: postales, la andaluza del matrimonio, el abanico que le trajo el abuelo de un viaje por la “madre patria”, como dice él, recordando con orgullo su origen; las amarillas fotografías de hijos y nietos. ¡Ah! También estaban las alas de ángel que una vez vistió para una fiesta patronal. Nadie se dio cuenta cuando mamá ratona se metió en aquel perfumado escondite y cerraron con llave, pero afortunadamente un amigo ratón había abierto un hueco que le servía para respirar sin poder salir hasta que un día sintió que lo elevaban por los aires y lo colocaban en un carro para llevarlo adonde fue a vivir la abuela, y allí pasó unos cuantos meses y se alimentaba con residuos de galletas, bombones y de los ricos quesos de Flandes, que comía la abuela. Estuvo entre aquellas reliquias del pasado que cada vez que ella lo abría lloraba o reía; miraba y miraba con tristeza o con alegría, al recordar algún momento feliz o triste de su vida. • 42 •
Allí se quedó mamá ratona poco tiempo hasta el día que murió la abuela y vino la nieta a recoger sus últimas palabras y las cosas que dejó, entre esas el baúl que llevó a su casa del pueblo, no sólo como recuerdo sino como valiosa antigüedad y cuando lo abrió dio un grito al descubrir a mamá ratona que salió corriendo hasta la plaza y allí encontró el angelito que esperaba el regreso de los que se habían ido y el río corría, bañando de esperanza y encantos las horas. -Yo no sabía qué hacer, sigue diciendo la ratoncita, con alegría, hasta que le pregunté: -¿Cómo te llamas? -Ángel, le respondió, y estoy esperando a una escritora que escribe cuentos y poemas infantiles y nació aquí. Yo la acompañaré hasta donde la esperan los niños. -Bueno, iremos tres, le dijo mamá ratona. Otro día regresó a su casa y lloró al despedirse del angelito, pero los ratoncitos la recibieron muy contentos y esa noche les contó este cuento y les prometió para mañana, otro. • 43 •
El tren de El Encanto
—Hoy les contaré un cuento sobre ruedas, dijo mamá ratona a sus hijitos una noche que los recuerdos vinieron a visitarla. —¿Un cuento sobre ruedas? -preguntó el más pequeño. —Sí, un cuento muy hermoso de un tren que iba por un ferrocarril de sueños hasta El Encanto. Salía, de un lugar llamado Caño Amarillo. Era como el pájaro de los siete colores porque estaba pintado así, para que los niños se sintieran más felices. Yo me metía en la estación sin ser vista debajo de un asiento, sin hacer ruido. De pronto caía... un maní, un pedacito de pan o queso y esperaba cualquier descuido para comer y con risas y canciones me dormía hasta que el tren llegaba, con su campana sonora al bosque donde viven altos árboles con sus sombras a la orilla de un claro río donde juegan los niños en el agua y lavan sus manos antes y después de comer. Con singular disimulo también yo bebía y me aseaba el hociquito y bigotes. —¿Es un cuento de mentiras o de verdad? volvía a preguntar el ratón. —T o d o s l o s c u e n t o s p u e den ser mentiras o verdades, respondía la mamá, pero éste es • 44 •
un relato de algo que vivimos y hoy me llena de encantadores recuerdos. —¡Es triste que desaparezcan las cosas que nos hacen soñar! -dijo el ratoncito soñador. —Es triste, pero yo les enseñaré a construir un tren con una locomotora echando humo; una campana y unas ruedas de cartón. Sobre ellas unos vagones de colores y en letras grandes un letrero que diga: ¡Buen viaje tren del Encanto! ¡Muy buen viaje mi trencito de colores y cartón! Una lora sobre la locomotora que repita el trabalenguas que escribió el abuelo poeta: Loco, loco, locomotora, tienes loco el motor Loca, loca, grita la lora sobre la locomotora. Se va el tren del Encanto sobre el ferrocarril... cruza bosques y ríos con una canción feliz. Y otro día volverá mi tren del Encanto entre alegrías y risas cuentos nuevos nos traerá. Bueno, ahora hagan pi pi, como el tren, para dormir con este cuento sobre ruedas y los haga soñar con el tren que regresará, con su campana sonora; su humo llegando al cielo repartiendo alegrías y su loca lora sobre la locomotora, gritando alegre que ya el tren no tiene loco el motor y corre por el ferrocarril que el cielo viste de añil. —Pi, pi, pi, ¡Se va el tren y mañana nos traerá otro cuento feliz!
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El regreso del ratoncito
El ratón de este cuento se fue un día en busca de un lugar y una ratoncita para formar su familia y hacer su cueva. Atravesó mares lejanos. Recorrió caminos extraños. Visitó pueblos y ciudades. Conoció otros seres y ratones con distintos lenguajes. Otro día regresó a su casa. Ahí lo esperaban sus padres, hermanos y Ritín, la hija del ratón amigo; la de las canciones dulces; un libro de colores, pájaros y espigas. Se sentó a la orilla del camino de su pueblo y desde allí miró todo más hermoso y su patria más bonita. Llenos de felicidad lo recibieron, especialmente Ritín que supo esperarlo. Se reunieron ratones vecinos y familiares y en su casa no cabía un ratón más. Las noches siguientes mamá ratona le cedía la palabra a su hijo para que contara las aventuras del viaje y de vez en cuando, en sus silencios y pausas, ella aprovechaba para decirle de lo ocurrido durante su ausencia: —Hijo, ¿recuerdas a la ciempecita que cumplió años y fuimos a su fiesta? Pues se casó con el ciempiés que había perdido un botín rojo que las hormigas buscaron y se lo llevaron para que pudiera bailar. Después hicieron un curso para tratar los pies y son los mejores especialistas de la región. Pues no falta algún ciempiés con callos, uñas encarnadas y otras cosas más que ellos saben arreglar... Y el hijo seguía contando algo de sus viajes por tierras lejanas... y nuevamente mamá ratona volvía a preguntar: —¿Recuerdas a Ratón Pérez el que se cayó en la olla y se ahogó en la sopa? Toda la familia ratonil lo siente y lo llora. En su honor harán un parque con su nombre • 46 •
para que todos lo recuerden y sigan sus buenos consejos. El hijo de Ratón Pérez dice que cuando sea grande va a poner una fábrica de quesos y pastas para que no tomen sopa y otros ratones se puedan ahogar. Tanto el hijo, como sus hermanos, estaban contentos con este cuento pero mamá ratona, les dijo: —Está bueno por hoy. Ahora a dormir que mañana contaremos otro.
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El payaso que perdió su risa
En una gota de agua buscaba su voz el niño. Federico García Lorca
El payaso del circo perdió su risa y está triste porque a los niños no hace reír. —¿Se quedaría su risa en la espina de una rosa de un solitario jardín? -dice alguien. —¿O tal vez en el llanto de un niño que perdió su papagayo de colores? -dice otro. —Quizás la estará buscando en la risa que se robó el gato de Alicia en el País de las maravillas -dice la niña que leyó este cuento. La buscaron por todas partes hasta en la casa del viejecito de las taparitas. En la jaula de los pájaros y otros animales, pero ellos también estaban tristes porque habían perdido su libertad. Cuando el ratoncito poeta llegó al circo y se encontró que todos estaban afligidos porque el payaso había perdido su risa se puso a recitar un poema que hizo en esa ocasión: Payasito del circo no quieres reír se llevó tu risa una rosa del jardín. De pronto la encontró cuando fue a guardar su traje, • 48 •
en la voz del niño que no quería reír y éste con su voz menuda, le dijo: —¡Te quiero mucho, payasito! —¡Qué alegría! ¡qué alegría! -gritan los niños del circo. —¡Qué alegría!-gritan también los caballos, perros, osos, elefantes y los equilibristas que no querían ver triste al payaso y el circo se puso de fiesta con las risas del payaso que encontró su risa en un niño que le dijo: “Te quiero mucho”. Mamá ratona contó este hermoso cuento a sus hijitos y el ratoncito poeta, dijo: El circo está de fiesta, porque el payaso llorón halló su risa perdida en esta linda canción. Y yo les digo a ustedes hijitos: -Buenas noches, mi bendición. Y mañana les contaré otro.
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Mágicos zapatazos
a Pedro León Zapata
Hoy les contaré algo que me llamó la atención, como siempre, de los “zapatazos” que, con simples trazos y pocas palabras, hace y dice un genio caricaturista de nombre Pedro León Zapata. Mas no es el genio de los cuentos infantiles, ni el de la lámpara de Aladino, sino uno de verdad, nacido en un pueblo de la montaña quien, sin gritos ni ofensas, tiene la facultad de interpretar importantes acontecimientos de la vida y de la Historia, y se vuelve poeta, historiador, adivino y hasta astrólogo para remontar el cielo y hurgar los astros. —Mamá, ¿qué son zapatazos? -pregunta el ratoncito más pequeño. —Zapatazos, dice el diccionario -“son golpes dados con el zapato”. Pero los zapatazos de que les hablo son golpes del día, recuerdos, hechos reales del mundo y algunos hasta poéticos. —¿Y de los ratones también? -volvió a preguntar el ratoncito-. —Sí. También de los ratones. Precisamente les mostraré los zapatazos de hoy. En este dibujo vemos un simpático ratoncito sobre un pedazo de provocativo queso de grandes ojos y
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hasta de presentidos olores y sabores; un ratoncito como ustedes, su papá y yo, que mira a todos lados de tan sabroso manjar y al referirse a la ratificación hecha en sus cargos de algunos funcionarios públicos, antes de meterle el diente, dice: “Yo no necesito que me ratifiquen” y pese a que no entiendo mucho, pienso en la comparación que hace con nosotros de aquellos que roban dinero ajeno, y aunque no nos agrade, tal vez sea la más acertada, y la palabra “ratificar”, que no tiene nada que ver con los ratones, significa confirmación o aprobación de una cosa. —Este hermoso dibujo, continuó mamá ratona, pareciera el retrato de alguno de nosotros y como me siento orgullosa porque su realizador es un gran artista nacional, lo colocaré en sitio destacado para que todos nuestros amigos lo vean y se sientan igualmente orgullosos por haberles despertado interés y mención y se haya ocupado de nosotros los ratones un genio como él, quien toma en cuenta hechos grandes, cosas de la vida diaria. —Bueno, mis hijitos, que sueñen con este dibujo, el genio que lo hizo y este cuento. Mañana les contaré otro.
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Las estrellas que se convirtieron en mariposas
Constanza Liz, la nieta que siempre acompaña a la abuela cuando hace hermosos paisajes de retazos de tela sobrantes de sus costuras, se queda contemplando uno con más emoción y mira cómo aparecen figuras de diferentes formas y colores que conforman una obra de arte y la nieta le dice: —¡Abuelita, yo quiero hacer también un tapiz! Y la abuela interrumpiendo por breves instantes su labor, le dice, con alegría: —¡Qué bueno! Harás tapices muy bellos. Sólo tienes que poner una tela más fuerte y grande de base y sobre ella vas pegando o cosiendo lo que te dicten tus hermosos sueños y tendrás un lindo tapiz que será envidia de todos. Muy feliz y segura la niña escucha muy dentro de ella la voz de su ángel que le dice: —Constanza, mira el cielo, la montaña, los pájaros, las mariposas, estrellas, casas, ríos y personas. Recorta esas figuras y pégalas en la tela que parece decirte: • 52 •
—¡Lléname de colores y formas que puedan servir para un hermoso cuadro que adornará tu cuarto para regocijo tuyo y de los que lo vean. Así fue y Constanza toma de la cesta de labores pedazos de tela que escoge y con la ayuda de las tijeras aparecen las figuras como le indicó la abuela. Lo primero fue un cielo grande y azul donde nacen los astros. Después un jardín con una casita, cerca de unas flores, una mariposa confundida con el aroma y un picaflor. Arriba un sol amarillo ilumina el paisaje salido de las pequeñas manos y ocultando las estrellas que envidiaban aquellas mariposas que podían darse el gusto de estar cerca del jardín y dijeron: —¡Ah! si nosotras pudiéramos ser como ellas que se mueven entre las flores y embellecen más el jardín y el ángel de la niña, que siempre ilumina pensamientos, dijo: —¡Sí podrán serlo, basta que poco a poco bajen y ronden por el aire... Y bajaron de las manos de Constanza Liz y llenaron el espacio con sus vuelos. —¡Mira, abuelita! el tapiz que hice, dice la nieta, y la abuela volviendo a interrumpir su labor, se queda maravillada y abrazándola con emoción, le dice: —¡Qué lindo! Todos los van a contemplar y desear ese tapiz. Sólo falta gente y la firma para saber quién es su autora. —¡Abuelita, no hay gente porque todos están durmiendo. Toma el lápiz y en una esquina coloca su nombre que las estrellas convertidas en mariposas llenan de luces las letras y Constanza Liz y la abuela se bañan de felicidad y dicen: —¡Ese fue un día que las estrellas se convirtieron en mariposas! • 53 •
Los príncipes emplumados
El aventurero ratoncito de hoy, que mamá ratona cuenta a sus hijos para dormir, quiso un día conocer el pueblo cercano y una mañana se fue atravesando montes y valles, caminos y ríos, cuidándose de los peligros y llegó a un lugar hermoso y agradable. Mirando aquí y allá divisó una casita sola, de ventanas con rejas antiguas donde se quedaron algunos recuerdos. Allá se metió el ratoncito y como estaba cansado y se hacía de noche, después de comer algo, se quedó dormido. En la madrugada lo despertaron los cantos de unos gallos blancos, de grandes crestas rojas. Somos los gallos encantados Ki ki ri ki ki ki ri kí. Guaicaipuro nació y murió aquí defendiendo su tribu Ki ki ri ki ki ki ri ki. El ratoncito asustado y admirado no se movía siquiera pero, al salir el sol, los gallos desaparecieron en las nubes.
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—¡Qué bello y extraño es todo esto! -se dijo el ratoncito y salió a recorrer aquel pueblo de encantamientos. —¿Quién sería Guaicaipuro? -se preguntaba mientras caminaba y al rato llegó a una plaza donde se alzaba la regia figura de un indio y su nombre Guaicaipuro que le trajo el recuerdo de los gallos de la madrugada. De pronto divisó al pie de la estatua una ratoncita que lo miraba con simpatía y él se acercó hasta ella y con mucha cortesía la saludó tendiéndole su peluda mano: —¡Buenos días amiga! —¡Buenos días! -le respondió ella y acercándose más el ratoncito le dijo: —Me llamo Rosario. Soy de la familia ratonil y he venido a conocer este pueblo y tú puedes decirme algo sobre él. —Sí. Con mucho gusto. Me llamo Caciquita y desciendo del gran cacique Guaicaipuro, jefe de la tribu Los Teques y en su honor el pueblo se llama así. Como el ratoncito le contó lo de los gallos encantados, ella le dijo: —Esos son espíritus que velan por esta región y venían de un lugar llamado El Encanto en un tren que tenía antes y hacía la delicia de los niños. Ahora vienen en las sombras de la noche. La conversación de Caciquita, su dulce voz y amabilidad le llenaron de emoción y le ganó el cariño del visitante que le dijo: —Caciquita, casi te pido seas mi esposa y te llevaré hasta donde vivo, Caracas, nombre también de una antigua tribu. Nos unen nuestras raíces y juntos viviremos felices. Pronto volveré a buscarte... Con un triste y esperanzado adiós se despidieron y él volvió a la casita abandonada para escuchar de nuevo el canto: • 55 •
Somos los gallos encantados ki ki ri ki ki ki ri ki. Guaicaipuro nació y murió aquí defendiendo su tribu Ki ki ri ki ki ki ri kí. Y repitiendo todos la canción de los gallos encantados, mamá ratona les dice: —Bueno, ahora a soñar con esta historia y como la abuela promete otros minicuentos para el año que viene, con muchos abrazos y besos se despide de sus ratoncitos.
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Cuentos del aguamanil
Después de la cena y de lavarse las manos en el aguamanil, contaba mamá ratona, los niños de la casa se disponían a dormir mientras su madre cantaba hermosas canciones del agua que ellos repetían: Agua bendita venida del cielo bajas en las nubes y baña la tierra. Agua del aguamanil nos limpia las manos para hacernos sentir que somos hermanos. Y emocionados los niños iban diciendo: —Seré agricultor, decía uno, y en nuestra tierra sembraré los frutos para comer. —¿Y yo qué seré? Seré marinero para todos los mares recorrer. —Seré músico, -decía otro- para todos alegrar. —¿Y yo qué seré? Seré científico para descubrir el más allá. —¿Y yo qué seré? Seré lo que la vida y la escuela me van a enseñar para ser hombre de bien. —Y yo seré astronauta para ir a la luna y sus misterios descubrir. —Yo seré poeta para en versos cantar o jardinero para las flores cuidar. • 57 •
—Yo seré zapatero especial para hacer los botines que el ciempiés va a calzar. —¡Y yo seré un buen padre! -decía el ratoncito, que con minicuentos de ratones aprendió a soñar. —Muy bien, dijo la mamá, y todos soñarán con ángeles azules y mañana les contaré otro para que duerman felices.
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Los grandes maestros animales
Al recuerdo de Arístides Bastidas y su Ciencia Amena.
—¿Nosotros pertenecemos al reino animal? -preguntó el ratoncito a su mamá ratona, la noche que se disponía a contarles un cuento sobre los grandes maestros animales. —¿Maestros animales? -volvió a preguntar el ratoncito. —Sí. En el reino animal hay grandes maestros que con su ejemplo y su forma de vida nos enseñan y debemos imitar: las iguanas, por ejemplo, con sus presencias de dragones verdes o pequeños dinosaurios son buenas colaboradoras de los agricultores pues sirven para impedir frondosidades de los árboles ya que tienen la función de podar las plantas comiéndose los retoños. Son apacibles e inofensivas y desde un árbol en flor un pajarito les canta esta canción: Iguanita de verde color dinosaurio en miniatura te disfrazas de dragón y asustas con tu figura a un enemigo burlón. —Y en el jardín las libélulas, caballitos del aire, rondan y rondan las flores en busca de los mosquitos y zan• 59 •
cudos que les sirven para saciar su gran apetito y algunas mueren asfixiadas por la cantidad que se amontonan en sus pequeñas gargantas. —Y cuando llega la noche, desde una torre oscura, la lechuza o búhos, importantes en los cuentos de los niños como aliados de brujas, son animales inofensivos que por tener tan desarrollado el sentido del oído, pues pueden identificar sonidos de larga distancia, están siendo estudiados por científicos con el fin de conseguir ayudas en los humanos con deficiencias auditivas. —Las lechuzas, símbolos de ciencia y sabiduría se comen a los demás, pero nadie se las comen a ellas. No sabemos si por feas al gusto o por miedo, pero como no hay enemigo pequeño, temen a los azulejos, esos pajaritos que parecen pedacitos de nubes emplumadas que como están acostumbrados a defenderse, cuando una lechuza se acerca a un nido la atacan a golpes de pico y alas, mientras otro cuida a sus hijos. —Las abejas, símbolos de trabajo y generosidad fabrican miel en cantidades mayores a las que necesitan con el fin de servir a los demás. —¡Qué lecciones recibimos de las abejas! —¿Y cómo sería la humanidad que imitara a las pequeñas hormigas que trabajan colectivamente? “Sería aquella, dice Materlink, gran estudioso de ellas, en la que no existiera otra preocupación, otro ideal, otra razón de vivir que procurar la felicidad de los demás...” —Las tortugas con sus feas figuras de piedras, en su caparazón encierran un co• 60 •
razón y costumbres que los machos pueden ser ejemplo para los galanes humanos, pues siguen a las damas de sus sueños por largas distancias y finos galanteos hasta conseguir ser aceptados y formar su familia. Y son tan fieles a los sitios de su nacimiento que guardan en su memoria, a través de sus ojos, la playa, el sol, la luna, las estrellas y al abandonar sus cunas conservan olores típicos de su tierra y regresan a ella. En esto aventajan a los humanos que muchos, al alejarse de su patria, se olvidan de ella. —Y otros maestros para los hombres son los cisnes, esos bellos ejemplares de singular distinción que se pasean por lagos y lagunas. Son mansos, valientes y hermosos que se enamoran una sola vez en la vida y forman parejas siempre unidas y si alguno queda viudo no se vuelve a enamorar. —Y en la oscuridad de las noches, en los campos y montes, los cocuyos o luciérnagas, como pequeños luceros desprendidos del cielo, ponen un puntico de luz, aquí y allá y en los jardines alumbran a la hierba. En todos los tiempos los poetas se han detenido para cantarlos en sus versos. Francisco Lazo Martí, poeta del llano los vio como: “Alada flor de broche diamantino errante flor de fúlgida hermosura flor de luz, el cocuyo peregrino irradia su amor en la espesura.” —Andrés Eloy Blanco, el poeta de los angelitos negros, bajando su mirada del amplio cielo, se detuvo tras el monte para extasiarse en la minúscula luz de un cocuyo: Cocuyo farolero Ya tu noche está muy cerca ya el cocuyo está allá arriba encendiendo las estrellas. • 61 •
Y desde tierras lejanas un cocuyo charro enciende al poeta-cantor y su música con la titilante luz de los cocuyos: “Noche tibia y callada de Veracruz Canto de pescadores que arrulla el mar; Vibración de cocuyos que con su luz Bordan de lentejuelas la oscuridad…” Grandes maestros animales de plumas, cantos, luces y amores, nuestro agradecimiento a la niña Isabel Cristina que nos envió un cuento del pueblo que vivió feliz hasta el día que huyeron los animales “cuidadores de sueños” y el pomarroso florido escondió su perfume y un hombre del pueblo soñó que un “surrucuco”, el búho de su región, le dijo que a los sueños hermosos los cuidan los buenos animales que cuando les hacen daño los alejan, no hay sueño, y entonces los soñadores, dicen: “Se me fue el sueño” “No tenemos sueños” “Perdí mi sueño” —Cuando volvieron, de nuevo, los cuidadores de sueños, también regresó el aroma, las canciones, alas y plumas y como mis hijitos han conocido los grandes maestros animales, a través de este cuento, los dejo para que “los cuidadores de sueños” lleguen a sus ojos para hacerlos dormir y mañana les contaré otro.
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El testamento del rey león
—El rey León estaba viejo y cansado y reclinado en su cojín de hierbas, acariciándose su melena, pensaba con satisfacción en las cosas buenas que había hecho y con tristeza por las que no había podido hacer y mirando a su compañera Lea le pidió llamara a su secretario, el Mono Capuchino, y cuando lo tuvo en su presencia le pidió convocara a todos los animales a una gran reunión para dar relación de sus actos y ¡Ah! También quiero que conozcan mi testamento. El secretario se fue a cumplir las órdenes y envió mensajeros del aire, tierra y agua, de los deseos del rey, y de árbol en árbol preparaba alojamientos a sus amigos de la tierra. Limpiaba lagunas, ríos y pozos para los visitantes del agua, y cabañas, chozas y refugios a los amigos del aire. Y llegó el día de la gran reunión y cada una de las representaciones hablaba de sus altas y delicadas misiones en la naturaleza. El rey en el silencio silencioso de sus pensamientos escuchaba atento aquellas palabras de tanta verdad verdadera y se dijo: —¡Animales del agua, tierra y aire, qué buenos son! Cuando ya estaban todos reunidos, el secretario Mono Capuchino, con voz clara y ademanes propios de secretario, leyó lo que había escrito, dictado por su rey: • 63 •
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El Rey León deja sus bienes en esta ocasión. A las hormigas azúcar y migas. Zanahorias dejo al señor conejo. Finas mallas a la amiga araña. A los pajaritos nidos para sus hijos. Muchas flores a las buenas abejas. Al señor Gallo un papagayo. A los colibríes clavel y alelí. • 64 •
A las mariposas aromas y rosas. A todos los animales del aire, tierra y agua remedios para sus males. Desde un lugar sombrío un ratoncito alzó su voz menuda para reclamar en nombre de los suyos: —Y a nosotros, que vivimos bajo tierra, ¿no nos deja nada? El rey como buen jefe tomó en cuenta sus reclamos y le dijo: A mis amigos ratones el corazón de la tierra para sus habitaciones. Con estas últimas palabras dio por terminado su testamento en versos leoninos y entre los comentarios y aplausos el Rey León volvió a reclinar su melenuda cabeza en el cojín de hierbas mientras su mujer Lea y sus hijos Leonardo y Leónidas lo miraban con admiración y cariño y su asistente Leoncio le cuidaba con respeto sus movimientos. —¡Qué grande es el rey León que no olvidó a sus pequeños amigos! y la mamá ratona, feliz porque su cuento gustó mucho, prometió contarles otro mañana.
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El pueblo que se llevó el río
—Las Quince Letras, cuéntenlas y verán, formaban el nombre del pueblo, a orillas del mar, que un día se llevó el río cuando las lluvias lo hicieron crecer y desbordarse arrasando todo lo que encontró a su paso, casas, escuela, parque, museo, Castillete y hasta las quince letras de su nombre. —Sólo se salvaron de ese desastre la luz del pintor y dos pajaritos que habían hecho su nido en la copa de un alto árbol distante y fue tanta la impresión que sintieron que no volvieron a cantar. Tanto que si alguien preguntaba: —¿Qué pasó? ¿Qué sucedió? Ellos movían la cabeza queriendo decir: “no sé”. —También se salvó el ratoncito Rosario que había ido a despedir al aeropuerto a su amigo Rato Largo, embajador de Ratolandia, el país vecino y ha podido contar lo que vieron sus asombrados ojos y saltando de piedra en piedra pudo llegar a su cueva. Todo se lo llevó el río hacia el mar y sólo silencio, desolación y ruinas se extienden en sus espacios donde reina la tris• 66 •
teza y cuando el ratoncito poeta escuchó lo que contaba su hermano, con dolor, escribió un poema que su madre leyó en la noche donde cada verso empezaba con las letras del nombre del pueblo desaparecido en las aguas del río en forma de acróstico, tal vez: Luz que ilumina agua del cielo silencio en el mar. Quiero tener la paz y una luz en mis ojos. inteligencia y consuelo no gritos, ni dolor con alegrías y fe en el porvenir. Letras hechas con luceros en mi corazón y toda la luz del sol repartiendo esperanzas al nuevo pueblo feliz sobre el brillo de los sueños. —Y allá en el árbol que se salvó del desastre los pajaritos siguen mudos y sólo responden con la cabeza; “yo no sé... yo no sé”. Y mamá ratona viendo los ojos tristes de sus hijitos, les dijo: —Vamos a hacer un cartel grande, que colocaremos en alguna parte del camino, con las quince letras en vivos colores que diga: ¡EL PUEBLO VOLVERÁ!
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La ovejita perdida
—Como es Navidad les contaré este cuento, dijo mamá ratona. —A la ovejita que nació con otros hermanos, allá en las altas cumbres del pueblo, le dieron por nombre Copo de Nieve, por su color todo blanco y su tamaño más pequeño. Era como un pedazo de nieve desprendido de la montaña y era distinta a las demás porque tenía una especie de media luna en la frente. —Una noche de Navidad, ¡Nochebuena! había nacido el Niño Jesús del pesebre entre flores de albricias y ovejas de anime. Era media noche y los ruidos de cohetes, aguinalderos, parranderos, gaiteros, subían y bajaban por los caminos del pueblo que se llenaba de luces y los ricos olores de las típicas comidas. Los niños y los ratones despertaron. Los gallos se pusieron a cantar y de puerta en puerta se escuchaban las voces de las personas. • 68 •
—¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! Entre tantos ruidos y alegría nadie reparó que en la casa vecina, donde había nacido Copo de Nieve, la tristeza nublaba los corazones por la desaparición de la ovejita que había salido de la casa, en medio de la noche, y tampoco escucharon los lamentos de su madre, mientras la ovejita se perdía en el camino entre las siembras del campo. Copo de Nieve caminó, caminó mucho y cada vez se alejaba más y sin poder regresar lloraba y lloraba. De pronto... divisó a lo lejos unas luces que se encendían y se apagaban dejando al descubierto un pueblo en miniatura lleno de estrellas. Se limpió los ojos. Secó sus lágrimas y se fue hasta el hermoso sitio que veía. Grande fue su sorpresa al ver, entre pastores y ovejas la Sagrada Familia con un hermoso niño sonriendo sin saber que aquel pequeño mundo era copia del universo donde reinaría. —¡Ah! Si pudiera acercarme hasta él, pensaba Copo de Nieve, pero no, tal vez derribaría ese pueblo. En ese instante, entre resplandores, el Niño le hacía señas pero la ovejita no se atrevía a ir, entonces el señor de la casa, no pudiendo resistir más, volteó la ruana por el lado azul y salió mirando y aguzando el oído para poder ver o escuchar a Copo de Nieve. Los campesinos que regresaban a sus casas, al verlo con la ruana azul, le preguntaban: —Amigo ¿alguna novedad?. Y él casi sin hablar, les decía: —¡Se me ha perdido Copo de Nieve! No la encontramos por ningún lado. Los amigos se le unían para seguir en su búsqueda, pues todos la conocían y le tenían cariño. Seguían cuesta arriba y cuesta abajo hasta que de pronto... el niño de la casa que los acompañaba, se acercó al pe• 69 •
sebre y allí echada y temblando de frío descubrió a Copo de Nieve con una florecita que pensaba llevarle al Niño. No alcanzaban los brazos y las palabras para expresar la alegría de encontrar la ovejita que lamía las manos y emocionada, decía: —Él los trajo y con ustedes volveré al corral y pediré perdón a mi madre por escaparme sin permiso. —¡Ha nacido Dios! El rey de la paz, el amor y la unión. Todos cantaron villancicos y arrodillados, voltearon sus ruanas por el lado rojo y exclamaron: ¡Gloria a Dios en la alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! —¡Era Navidad! ¡Nochebuena y había nacido el Niño Dios!
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El reino de miel
En aquel hermoso reino de cera y miel habitan unos seres cuyo dulce trabajo consiste en buscar, de jardín en jardín, de flor en flor, el néctar que en sus cálices perfumados guardan, les decía mamá ratona a sus hijitos. —En aquel reino hay una reina, seguía diciendo, a quien sirven sus fieles obreras, llamadas abejas. Ellas han construido en su palacio celdas o celdillas. Allí viven, fabrican y almacenan tan rico producto y listo para el consumo, los apicultores envasan la miel y preparan la cera para ser distribuidos en el mercado, pues la miel constituye un sabroso alimento, beneficioso a la salud, útil en la medicina y otros usos, y la cera tiene otras aplicaciones con la cual fabrican velas para alumbrar lugares oscuros, adornar mesas y su luz se alza en los altares por Navidad. Junto a sus luces se escuchan mensajes de amor, alegría y paz. —Cuando los niños se acuestan a dormir soñando con los regalos que recibirán, los ratoncitos salen a comer las sabrosas migas de galletas y dulces, y el árbol de Navidad y el nacimiento con sus hermosas luces de colores, nos recuerda que ya nació el Niño Jesús. • 71 •
—Al día siguiente las casas se llenan con la algarabía de los niños que estrenan sus juguetes deseados y suenan las campanas de algún trencito, patinetas, las hermosas muñecas que lucen sus bellos trajes en las manos de las niñas, libros de cuentos con sus brillantes ilustraciones y el sin fin de diversiones que dan alegría y hacen soñar. Este minicuento lo repiten los niños de la casa y los ratones en su cueva por la Navidad alumbrada con velas de ceras multicolores y se escuchan los villancicos: “Cantemos, cantemos Gloria al Salvador Feliz Nochebuena, nos da el niño Dios... ” Y con este cuento dormirán felices y soñando con la próxima Navidad, les dijo mamá ratona, y mañana les contaré otro.
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índice págs. La razón de estos cuentos Minicuento del ratón Rosario Penelope, la arañita tejedora La tierra graciosa El ratoncito polizón Los cuentos de Marcelino La musaraña y los frailes dorados Las ruanas comunicadoras Mi bulto huele a caramelo El ratoncito que vio el mundo al revés Los ratoncitos perdidos Los ratoncitos enamorados El botín del ciempiés Las cinco gaticas de colores Pentagrama de luz y color La rosa de Martí Aventuras por caminos de trigo y nieve La piñata ratonil El ratoncito poeta El angelito de Mocotíes El tren del encanto El regreso del ratoncito El payaso que perdió su risa Mágicos zapatazos Las estrellas que se convirtieron en mariposas Los príncipes emplumados Cuentos del aguamanil Los grandes maestros animales El testamento del rey león El pueblo que se llevó el río La ovejita perdida El reino de miel
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Este libro
33 minicuentos para dormir ratones
se imprimió en la Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM en noviembre de 2016. En su elaboración se utilizó papel bond, gramaje 20, y la fuente Book Antigua en 11 y 14 puntos.