Emprender

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Emprender es transformar

Pero es la función social del emprendedor y su mirada visionaria la que imprime a esta figura un carácter especial. Esta singularidad de la persona que emprende se expresa en su parte más romántica, en su carácter soñador, en su creencia en lo imposible. Amparo Vidal Sánchez Lic. en Ciencias Económicas y Empresariales

E

l verbo emprender proviene del latín, in, en, y prendĕre, tomar, coger, atrapar. Este primer significado convoca la presencia de un sujeto. Es obvio que no podemos hablar de emprender sin incluir a la persona que emprende.

A lo largo de la historia las diferentes culturas han dado voz al término emprendedor imprimiendo en su regazo las prácticas del momento. Ya en la Prehistoria podemos observar el carácter audaz del hombre primitivo en su capacidad de invención. En la Edad Moderna, en el siglo XVI, eran emprendedores los aventureros que se lanzaban al mar buscando nuevos mundos y las personas involucradas en expediciones militares. Más tarde en Francia, en el siglo XVIII fueron los maestros de obras considerados emprendedores. No será hasta mediados del siglo XVIII, por iniciativa del economista irlandés-francés Richard Cantillon, cuando el uso del concepto quede asociado al contexto económico tal como hoy mayoritariamente se conoce. Pero qué aportan los emprendedores a la sociedad para que se les invoque, cada vez más, en el discurso cotidiano y se les acompañe desde diferentes instituciones y entidades tanto públicas como privadas.

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Por desgracia desde hace cinco años estamos padeciendo en nuestro país unas condiciones sociales, laborales y económicas hostiles que han instalado la incertidumbre y el desamparo en muchas familias. Ahora más que nunca son necesarios los Emprendedores, sí, con mayúsculas. Porque el emprendedor tiene ambiciones. “¿Quieres pasarte el resto de tu vida vendiendo agua azucarada o quieres una oportunidad para cambiar el mundo?”, le dijo Steve Jobs al presidente de la compañía PepsiCo. Un ejemplo inspirador para generaciones de emprendedores. Todos conocemos sobradamente la definición de emprendedor. El economista Richard Cantillon ya la precisó como “un agente económico que compra medios de producción a determinado precio, a fin de combinarlos y crear un nuevo producto”. Esta definición nos remite a la capacidad de gestión y al papel dinámico del emprendedor dentro de la economía; es un agente activo que organiza un conjunto de recursos, genera unos costes de producción, obtiene unos ingresos por la venta de los productos o servicios y en determinado momento logra un beneficio.

Hoy en día imaginar un mundo mejor se ha convertido en una misión imposible. A lo largo de estos años de dificultades se ha desvanecido gradualmente la posibilidad de una sociedad que en su conjunto proporcione oportunidades de empleo, cuide la salud de sus ciudadanos o que apueste por una educación de calidad. En definitiva, se evaporó el ideal de una sociedad amable y acogedora para todos. El emprendedor tiene ahora una materia prima abundante con la que construir sus sueños y ponerse manos a la obra para hacerlos realidad. Se comenta del emprendedor que tiene unas cualidades oportunas. Se ve que emprender no es para cualquiera. En el haber de su sueño no contabilizará las palabras de desánimo ni los recortes. Tampoco espera obtener suculentas ayudas económicas del Estado. Sabe que el reto es construir un proyecto que transforme su entorno partiendo de pocos recursos. Coloquialmente decimos que es una persona que “ve oportunidades donde otros ven obstáculos” y que “sabe buscarse las habichuelas”. Además cultiva para más de una cosecha. Es como si firmase un contrato por tiempo indefinido o si lo prefieren podemos decir que para el emprendedor “vivir es emprender”. Disfruta donde otros sienten malestar. Disfruta de una aventura, de ese atrevimiento que le permite hacer de

manera diferente a los cánones, de explorar territorios desconocidos, de descubrir habilidades ignotas y de transformarse en ese viaje. Pero no confundamos la pasión de emprender con una entrega desaforada, altruista o santificadora. El emprendedor asume un riesgo en parte calculado y a cambio de su entrega y dedicación, como mínimo, seguro que va a vivir mejor, no solo por la compensación monetaria que recibe, sino por la satisfacción que obtiene de ser protagonista de la escena social, generando puestos de trabajo, poniendo el dinero en circulación o contribuyendo a que el corazón de nuestra sociedad esté sano y bombee a buen ritmo. Steve Jobs nos vuelve a inspirar de nuevo diciendo “la única forma de hacer un gran trabajo es amando lo que haces. Si todavía no lo has encontrado, sigue buscando. No te detengas. Como en el amor, sabrás cuando lo has encontrado”. Sí, la capacidad de transformación, esa cualidad preciosa del emprendedor. Porque la transformación de la que estamos hablando no es un cambio cualquiera. No se trata de lucir una nueva sonrisa arrebatadora o un cuerpo escultural. Más bien se trata de la transformación del sujeto necesaria para que haya lo que conocemos como la civilización y para que se prolongue su progreso. Sin olvidar, por supuesto, la importante función socializadora de la educación y la cultura en la primera etapa de la vida. El imperativo actual de “reinventarse a uno mismo” apunta a que el cambio no es natural en el ser humano. En el hombre adulto, dos son los ingredientes fundamentales para producir este cambio subjetivo a favor de la evolución: el trabajo y el amor. Sigmund Freud, médico-neurólogo y psicoanalista austriaco, dejó bien clara esta cuestión cuando dijo que un hombre sano es “un ser humano capaz de trabajar y amar.”

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