NEUROSIS OBSESIVA unA ReLIGIón PRIvAdA
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odos los que hemos disfrutado de la película Mejor… imposible dirigida por James L. Brooks (1997) guardamos en nuestra memoria la peculiar personalidad de Melvin, su protagonista. Un hombre culto e inteligente además de un escritor con éxito que, aunque con serios problemas en sus relaciones personales por su incisivo carácter, vive feliz en su aislamiento. Lo más llamativo de su temperamento es la serie de rituales y manías que exhibe. A simple vista podríamos decir que es un “obsesivo de manual”. Cierra la puerta de su casa y enciende y apaga las luces cinco veces, utiliza guantes y evita el contacto físico, esquiva pisar las rayas del suelo, va a comer siempre al mismo restaurante, acude a la misma hora, se sienta en la misma mesa, exige ser atendido por la misma camarera, come con cubiertos propios, es controlador y ordenado en extremo y sufre de hipocondría y verborrea. A pesar de la extravagancia en sus maneras puede ocurrir que viendo esta maravilla de película nos sintamos reflejados en alguna rareza de su protagonista o la identifiquemos en algún familiar o conocido. Pero ¿cómo puede generar simpatía un tipo como Melvin? Con ese agrio carácter y su retahíla de manías. ¿Es que somos todos (al menos) un poco obsesivos? Podría ser.
82 SALUD
ENKI
Amparo Vidal Sánchez Psicóloga Candidata a psicoanalista en formación Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales
La segunda diferencia es que el acto obsesivo es absurdo; es decir, en apariencia no tiene sentido dentro de la vida cotidiana. Recuerden a Melvin cerrando la puerta cinco veces. Podríamos pensar que es un hombre preocupado por su seguridad, pero, ¡ojo!, no es que tenga varios cerrojos la puerta sino que cierra cinco veces la misma cerradura. En cambio, los rituales religiosos tienen un significado simbólico. Basta que piensen en la Santa Misa, que es una liturgia de la Iglesia Católica. En ella se celebra la Eucaristía o Santa Cena y aunque a menudo los feligreses desconozcan su simbolismo pueden preguntarle a cualquier sacerdote que con gusto les explicará lo que representa cada elemento y su porqué.
En cuanto a las semejanzas, citaremos la sensación de alivio que experimenta el que realiza tanto el acto obsesivo como la ceremonia religiosa. Experimentan cierta paz. Parece que algo del orden de la penitencia une a obsesivos y a feligreses. Y si hay penitencia, hay pecado, y si hay pecado hay culpa. Como si el obsesivo, u obsesiva, fuera un pecador que expía su culpa refugiándose en una “religión” hecha a su medida. Juzguen ustedes mismos si en verdad quieren cambiar o continuar alimentando sus castigos. Porque sin lugar a dudas hay otra manera de vivir.
Entonces… ¿de qué va esto de las obsesiones? ¿Para qué sirven? ¿Por qué nos vemos obligados a su realización? Si ya les interesa el tema, van a disfrutar con la analogía entre los actos obsesivos y las prácticas religiosas. Porque con la iglesia “individual” hemos topado. Vamos a comenzar por las diferencias. Una de ellas, que podemos observar en la película, es que los actos obsesivos suelen realizarse en soledad. El obsesivo u obsesiva vive en la clandestinidad. Su entorno próximo no sabe de sus ceremoniales. Suele avergonzarse si es descubierto. En cambio, los rituales religiosos se comparten en la comunidad. No son motivo de vergüenza.
Amparo Vidal Sánchez Psicóloga Colegiada núm. B-02626
Tel.: 971 75 96 87