Los celos y la envidia

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LOS CELOS Y LA ENVIDIA

LOS QUE FRACASAN

AL TRIUNFAR

José García Peñalver Psicólogo Clínico-Psicoanalista www.psicoanalisispalma.com

Sobre los celos

José García Peñalver

E

chando mano del Diccionario de la Lengua Española podemos encontrar la siguiente acepción de la palabra celos: “sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra”. Basándonos en algunos manuales de psicología, la definición puede ser esta: “estado emotivo ambivalente con manifestaciones de odio y de agresión, algunas veces violentas, contra una persona amada porque demuestra afecto por otra, a la que es extendido el sentimiento de odio”. ¿Y es posible no sentir celos? La respuesta es negativa. Los celos, como el amor o el odio forman parte de los estados afectivos a los que consideramos como normales. ¿Acaso puede el ser humano erradicar la tristeza? Evidentemente, tampoco. Sencillamente, no es posible arrancar estos afectos de la existencia humana. Así como la tristeza no es ninguna enfermedad en sí misma, esto también es aplicable a los celos; si bien es cierto que, al igual que la tristeza, los celos pueden devenir patológicos, lo cual implica unas condiciones propias de producción. Y es que, no conviene olvidarlo, el funcionamiento y los mecanismos del aparato psíquico son los mismos en todas las personas. Otra cosa es cómo se produce el proceso de la enfermedad, pero como no podemos hablar de todo al mismo tiempo, volvamos al tema de hoy.

Los celos, en sí, no solo no son anormales o patológicos sino que, por el contrario, corresponden a la constitución del sujeto. Son tan antiguos como la historia de la humanidad, como el principio de la historia de cada sujeto en particular. Acontecen frente al deseo de la Madre, puesto que el ser humano lo que verdaderamente desea es el deseo del Otro, es decir, su falta. Falta incómoda, aunque necesaria para el proceso de humanización. Así pues, para buscar su origen tenemos que remitirnos a la encrucijada edípica: al proceso de inscripción social del niño pequeño en la aventura humana. Y una vez que se constituyen le acompañarán a lo largo de su vida. Por tal motivo no puede haber sujeto sin celos. Los celos son la antesala del deseo, y sin éste no hay sujeto. Hilando con más finura, para precisar su génesis, tendríamos que remitirnos específicamente a esa peculiar y crucial experiencia humana que se produce en el niño entre los seis y los dieciocho meses, y a la que el célebre psiquiatra y psicoanalista francés Jacques Lacan denominó Estadio o Fase del Espejo. Pues bien, será al final de la misma -una vez que el sujeto se identifica con el deseo del Otro, esforzándose, a veces de por vida, por llegar a ser lo que cree que quiere de nosotros- cuando se inaugurará el drama de los celos primordiales. (Paréntesis, para recordar que en el nº 2 de ENKI, edición de febrero de 2012, se publicó un artículo sobre “El Estadio del Espejo”).

El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche, tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya. Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra, y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra, esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

Psicólogo Clínico-Psicoanalista www.psicoanalisispalma.com

Se ha sentado el viejo esta noche al borde de su campo desnudo, pero no escruta la mancha satisfechos y probablemente estar en situación de celebrar “Toda la vida soñando con sacar esas del oposiciones en la seto lejano, no extiende su mano Administración de Justicia, y ahora que por fin lo consigo, dichos éxitos; disfrutando de semejantes logros en los que para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos mire como me siento doctor” - sollozaba mientras se enjuseguramente tanta ilusión y esfuerzo habrán puesto. un pensamiento candente. La tierra revela gaba las lágrimas que recorrían sus mejillas. si alguien ha colocadoEnsus manos sobre y la por ha violado: dichos casos, el ella cambio, el contrario, parece asuEn efecto, en no pocas ocasiones, después de conseguir lo revela incluso en lamirlos oscuridad. Mas no hay mujerenviviente en síntomas depresivos; una actitud aparentelo que se desea: acabar los estudios académicos, obtemente absurdadel y fuera de toda lógica y sentido común. que conserve el vestigio del abrazo hombre. ner el peleado ascenso laboral, formalizar una relación de pareja, tras el anhelado nacimiento del hijo, y un largo ¿Qué sucede? El viejo ha advertido que la mujer sonríe etcétera, cuando ¡por fin! las cosas parecen encaminarse ¿Por qué dichas mejoras en el modo de vida fruto de la culúnicamente con los ojos cerrados, esperando supina, después de un tiempo a menudo largo de retos y adversiminación de decisiones, a veces, largamente esperadas -la dades, entonces determinadas personas se sienten mal. y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo finalización de los estudios, la compra de un piso, el maEs decir, “conectan” con un bajón extremo; tanto que, con pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo. trimonio, ascensos laborales, la jubilación...- se viven por los ánimos, incomprensiblemente por los suelos, pueden El viejo ya no contempla el campo en la sombra. este tipo de hombres y mujeres con auténtica desazón? incluso llegar a deprimirle.

Se ha arrodillado, estrechando la tierra ¿Será el statuhablar. quo de dichos sujetos no se lleva bien como vista. si fuese una mujer queque supiera Reacciones sin duda inexplicables a simple Extracon ningún tipo de variaciones, ñas. Desconcertantes. Misteriosamente Peroimpenetrables, la mujer, tendida en la sombra, no habla. ni tan siquiera con las consobre todo si ignoramos los procesos inconscientes, sin los cuales no puede explicarse semejante paradoja.

sideradas socialmente “buenas”? ¿Por qué de ese abatimiento, si no?

Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla ni sonríe, esta noche, Evidentemente, desde la boca torcida semejante desaliento, no encaja. Tal desAlgunos de ustedes seguramente han conocido a personas al hombro lívido. Revela en su cuerpo, fallecimiento emocional no se ajusta precisamente con la a las que les ha sucedido esto: personas que “pinchan” lógica, el digamos en esas etapas cruciales de su vida, viniéndose “abajo”, finalmente, el abrazo reacción de un hombre: único “positiva” ante la situación de precisamente, cuando de lo que se trataría es de sentirse éxito esperado y logrado. que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa. Cesare Pavese

HAY OTRA MANERA DE VIVIR

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EL PSICOANÁLISIS PUEDE AYUDARLE

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José García Peñalver

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Psicólogo Clínico-Psicoanalista

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871 948 901

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www.psicoanalisispalma.com Orden de llegada. Ilustración: Jacques Salomon.

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ra sencilla, el varoncito siente celos del padre cada vez que éste se acerca a la madre, o, en el caso de la niña pequeña, ésta se pone tensa cuando la madre se aproxima demasiado al padre; eso, en cuanto a su descripción estándar, si bien las cosas nunca son tan simples. Los celos entonces viene de atrás, y, por tanto, no tienen ciertamente que ver con la circunstancia actual, ya que la situación real, por muy “evidente” que sea, solo es la apariencia de lo acaecido, el reflejo de una manera antigua de conducirnos, la punta del iceberg de una verdad que subyace latente; su desencadenante, tal vez. En esta clase de celos, evidentemente, incluiríamos también la rivalidad entre hermanos, puesto que los celos entre los miembros de una misma familia son una variante del Complejo de Edipo. Al infantil sujeto, no le queda otra: tendrá que aprender a vivir sin la exclusividad que le exige la incondicionalidad de su amor. Veamos un ejemplo para ilustrar la segunda categoría: Sábado por la tarde. El tipo, al volante, se despide de su mujer con un beso en la mejilla. Ella no puede disimular que está molesta. “Solo es una aburrida cena de empresa, cariño; no tengo más remedio que ir. Ya sabes como es mi jefe -le explica el marido con tierna resignación encogiéndose de hombros-. ¿Por qué no aprovechas y te vas al cine con Susana?”.

Fria primavera. Ilustracción: Jacques Salomon.

Los celos, entonces, al igual que la tristeza, la alegría, el odio o el amor, forman parte del conjunto de los estados afectivos considerados normales. Entendiendo por normales, propios del proceso vital; o sea, aquellos que a lo largo de la existencia del aparto psíquico, al menos circunstancialmente, hallamos con relativa insistencia en determinadas etapas de su desarrollo evolutivo.

anímica inconsciente una destacada influencia. Por lo tanto, insisto, es imposible no sentir celos. Los celos tienen que ver con el deseo. Y el deseo viene a ser como la gasolina del aparato psíquico, sin cuyo combustible no hay vida. El Dr. Sigmund Freud, en un escrito publicado en 1922 y titulado Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad, dividió los celos particularmente intensos en tres categorías diferentes:

¿Qué ocurre entonces con las personas que afirman no ser celosas? Este tipo de individuos, de manera semejante a los que manifiestan no experimentar nunca sentimientos “negativos”: rabia, ira, cólera, dolor, nostalgia, aflicción, etc., lo que hacen es reprimirlos. Y al hablar de represión no me estoy refiriendo a una intención, a un acto volitivo de negación -algo que, por otra parte, en ocasiones ocurre-, sino a un proceso de repulsa que por ser inconsciente sucede sin que el sujeto se dé cuenta de ello; es decir, no tiene que ver con una decisión, propósito o plan preestablecido puesto que ocurre fuera de su conciencia. En este sentido, cuando dichos estados afectivos parecen faltar en el carácter o en la conducta de un individuo, podemos deducir acertadamente no sólo que han sucumbido a una enérgica represión, sino que ésta va a ejercer en su vida

- Celos concurrentes o normales. - Celos proyectados. - Celos delirantes.

Al igual que la tristeza, los celos pueden devenir patológicos 70 70 SALUD

Entre los actos del programa figuraba un desfile de moda femenino, y, como el que no quiere la cosa, Luís terminó conversando animadamente con una joven diseñadora de buen ver. Ensimismado en una confusa aureola de entusiasmo tras aquella velada, que no le dejó precisamente indiferente, se sobresaltó cuando al llegar a casa comprobó que su esposa no estaba. Aguardó impaciente “cargándose” de indignación con el paso del tiempo. Apenas apareció ella por la puerta le montó una de esas escenas típicas de celos; vamos lo que en términos coloquiales se dice un pollo: “¿Qué horas de llegar son estas, -levantó la voz enfurecido perdiendo la compostura propia de la que hacía gala-, dónde has estado, con quién...?”. Esta clase de situaciones estarían incluidas dentro de los celos proyectados. Éstos son los más frecuentes y los padecen tanto los hombres como las mujeres.

Es imposible no sentir celos. Los celos tienen que ver con el deseo Los celos proyectados nacen del deseo de ser infiel a la persona querida. Es decir, parten tanto de las propias infidelidades del sujeto como del impulso a cometerlas. Acción o tendencia que no se tolera y que se proyecta a la otra persona. Y, justamente, por no poder ser soportado por la moral del individuo en cuestión, estos impulsos son reprimidos y relegados a lo inconsciente. “Sabido es -escribirá el Dr. Sigmund Freud a este respecto- que la fidelidad, sobre todo la exigida en el matrimonio, lucha siempre con incesantes tentaciones. Precisamente aquellos que niegan experimentar tales tentaciones sienten tan enérgicamente su presión que suelen acudir a un mecanismo inconsciente para aliviarla, y alcanzan tal alivio e incluso una absolución completa por parte de su conciencia moral, proyectando sus propios impulsos a la infidelidad sobre la persona a quien deben guardarla.” Y finalmente, los celos delirantes. Si bien a lo largo de la situación que acompaña a las dos clases de celos anteriores, digamos, hay en juego un mínimo de tres, en el caso de los celos delirantes, por estar más cerca de la envidia, como a continuación veremos, la posición del tercero es cuestionable. En este tipo de celos aparecerán también las tendencias infieles reprimidas características de las situaciones anteriores, pero a diferencia de las mismas, aquí, las figuras objeto de las fantasías serán de carácter homosexual. Algo “fuerte” para ser admitido por la conciencia de estos sujetos; si no, obviamente, no se desencadenaría ningún conflicto. Algo que tendrá que ser profundamente rechazado, dando lugar a una severa represión, tratando de mantener disociados el deseo inconsciente de su representación más yoica. La batalla será cruenta. No en vano, los celos delirantes se ubican en el marco de la paranoia. Patología psicótica que puede provocar parte de las desgraciadas situaciones de violencia domesticas a que estamos tristemente acostumbrados: malos tratos que acaban en palizas de muerte. Donde el “arrebato” de celos, el “la maté porque era mía”, no siempre es un “ataque” de ce-

Los celos concurrentes, también llamados normales, están referidos a los temores, más o menos comunes, donde aparece el miedo a perder a la persona objeto de nuestro amor. Situación en la cual se mezclan, por una parte, la tristeza y el dolor por la pérdida del objeto erótico, y de otra una doble hostilidad: contra el rival preferido y contra nuestra propia persona a la que, de alguna manera, asumidos en una intensa autocrítica, la hacemos responsable. Celos típicos, que a pesar de calificarlos de normales, no son, sin embargo, del todo racionales. Y no lo son porque teniendo su origen en la infancia, vale decir en el Complejo de Edipo, van a ir acompañados de un acentuado complejo de inseguridad. Complejo de Edipo en donde, como sabemos, y para plantearlo de una mane-

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Se suele reconocer que se sienten celos (o que se “tienen”; cuando sería más apropiado pensar que, en todo caso, ellos re-tienen al sujeto que los padece), sin embargo, no pasa lo mismo respecto a la envidia. Y es que, hablando de diferencias entre ambos, el celoso se siente fatal por verse excluido o marginado de una situación de la que quisiese participar; el envidioso no. El envidioso no desea, como le ocurre celoso, un deseo, un algo, de otro. El celoso quiere lo que el otro “tiene”; no así el envidioso. El envidioso quiere, digamos, de una manera rara: “quiere” que el otro no tenga. Un ejemplo: el celoso puede morirse de celos viendo como su compañero de trabajo se ha comprado ese BWV descapotable último modelo. Pero como para nada va a morirse, puesto que son formas de hablar, igual se pone a ahorrar o a buscarse un pluriempleo o vaya usted a saber con tal de conseguirlo. ¿Y el envidioso? Bueno, el envidioso te lo raya seguro. De ahí que consideremos que el celoso es más social que el envidioso. El envidioso es como ese perro del hortelano del refranero: que ni come ni deja comer. Recapitulando: los celos, por ser un sentimiento humano, es decir, normal, no son problemáticos en sí mismos; otra cosa es lo que hacemos con ellos, por ejemplo, meternos en problemas: “ser” o “ir de” celoso.

Caín y Abel. Ilustracción: Jacques Salomon.

los pertenecientes al segundo tipo, en tanto en cuanto, habría que aclarar qué mecanismo de defensa llevó al sujeto a cometer el delito. A pesar de que estos celos se dan tanto en los sujetos masculinos como en los femeninos, suelen ser más frecuentes en los hombres que en las mujeres. Nacen a causa de la confrontación entre esos impulsos homosexuales inconscientes y la negativa a admitirnos. Recordemos, a modo de ejemplo, aquel curioso personaje de la oscarizada película American Beauty: el homófobo coronel gay. Los celos delirantes suelen darse combinados con las otras dos clases de celos, y escasamente en estado puro. Esa tentativa libidinal seguida de la consiguiente férrea defensa, cuando del hombre se trata, puede ser descrita por medio de la siguiente fórmula: No soy yo quien le ama, es ella. Es decir, frente a la inaceptable idea de un deseo homosexual, el sujeto en cuestión lo disfrazará hasta un grado irreconocible de deformación camuflado en la frase: no soy yo quien desea a ese hombre sino ella.

Acerca de la envidia Uno de los 7 Pecados Capitales. Tristeza o pesar del bien ajeno, leemos en la RAE. Claro que alegrarse por el mal del prójimo, es otra de sus variantes; más de lo mismo. Y es que eso de la envidia “sana”, es un eufemismo.

En una situación clásica, a la persona celosa se le despiertan los celos frente al temor de perder a alguien o algo significativo para él/ella. Siente miedo de que un tercero que entra en escena le arrebate algo muy suyo: amigo, pareja, etc. El temor a perder el amor conseguido es lo que le pone a cien por hora, dejando a relucir, por otra parte, su idea (posesiva) a cerca de las relaciones: que los seres humanos son de su propiedad, y por tanto le pertenecen.

La prestigiosa psicoanalista austriaca Melanie Klein, en sus estudios sobre agresividad y la relación de odio del hombre con su semejante, definió la envidia como un sentimiento primario inconsciente de avidez respecto de un objeto al que se quiere destruir o dañar.

La tristeza no es ninguna enfermedad en sí misma

En sus Confesiones, San Agustín describía así esta situación de desgarro: “He visto y observado de cerca los celos en un pequeño. No hablaba todavía y fijaba, pálido, una amarga mirada sobre su hermano de leche”. ¿Y quién no recuerda aquel estremecedor relato bíblico del primer caso de fratricidio? Caín, descontrolado por unos celos rabiosos asesina a su hermano. A Caín le tocó el papel de hijo primogénito de Adán y Eva. Abel sería el destinado a destronarle. ¿Fue este agravio no superado la causa de que en su día enloqueciese llevándole a reventarle la cabeza con una quijada de asno a la propia sangre de su sangre? No lo sabemos. Sí sabemos, en cambio, que conviene buscar los porqués, y que hay que estar atentos para no confundirlos con los efectos. También que, como en el proceso de enfermar, siempre hay un desencadenante provocador de los acontecimientos, lo que es diferente de su etiología. Es decir, que no tendíamos que caer el error de hacer sinónimo síntoma de enfermedad, detonante o suceso catalizador del motivo real del mismo. Oficialmente, según las Sagradas Escrituras, Caín estaba muy enfadado con el Padre no biológico. Tal vez también con el padre real, pero eso no es lo relevante. Caín estaba cabreado a matar con Dios. Le indignaba esos agravios: el pequeñín el bueno, y de él no aceptaba ni sus ofrendas. Sabemos el final. Después, por après coup, a posteriori, podemos ver que la historia no tenía buena pinta desde el principio.

En cualquier caso, tanto la envidia como los celos apuntan teóricamente a nuestra verdadera naturaleza humana. Y también nos da que pensar acerca de la naturaleza de los celos o la envidia. El pequeñín que captó con su pluma San Agustín, mira con envidia el chupeteo del bebé. ¿Le recuerda su destete? ¿Era eso lo que le reconcomía: “deducir” que un día le apartó la madre de su seno? Historias. Tentativa científica de reconstrución de las mismas: intrusión del otro, destete… Y, por supuesto que sí: los celos o la envidia pueden dar paso, cada una a su manera, a otra realidad que la vivida: ¿qué no puede transformarse en algo positivo? Aunque, eso sí, no de cualquier manera; más vale ir mentalizándonos: a base de trabajo. Elaboración psíquica, se llama en el campo Psi. Porque no siempre con el paso del tiempo cicatrizan las heridas. Entonces, mejor para todos ir aceptando, de veras, algunas cosas elementales. Por ejemplo: que por nacer de seres sexuados somos sujetos mortales, es decir con una existencia finita. ¿Qué quiere decir esto? Bueno que el mundo estaba antes de que naciésemos y que continuará sin nosotros. El envidioso dice: cuando yo me muera, el mundo desaparece. El celoso siente que su mundo desaparece cuando constata que está poblado por otros semejantes. En definitiva, los celos y la envidia, apuntan a una dolorosa verdad: la pérdida de la inmortalidad; esa carencia constitutiva que nos hace, precisamente, humanos.

Los celos son la expresión del deseo, como se ha expuesto anteriormente desde un planteamiento más general. Lo que significa que cuando aparecen es porque de alguna manera se ha despertado un deseo; que cuando fulanito de tal siente celos hacia un tercero es que alguna cosa de esa otra persona “le toca” y quisiera para sí.

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El envidioso es más primitivo; especialmente egoísta. Ni siquiera quiere “querer”; lo que impera en él es una tendencia destructiva. Y es que la envidia es anterior a los celos. Lo vive en plan: ¡o yo o el otro! De ahí que las relaciones estén dramáticamente impregnadas de la dialéctica hegeliana entre el amo y el esclavo; como si de una lucha sin descanso y sin cuartel por la supervivencia se tratase. Difícilmente habrá mediación. Apenas funcionan los pactos. El mundo simbólico, por tanto, anda muy imaginarizado. No quiere querer, quiere romper. Tampoco le importa demasiado hacerse de querer.

1er Año: 3ª Convocatoria/ 2º Año: 2ª Convocatoria/ 3er Año: 1ª Convocatoria

Una profesión con salida SEMINARIO DE FORMACIÓN (SIGMUND FREUD/INTRODUCCIÓN A LACAN)

3 años de duración Temporada 2012-2013

Reconocimientos y Méritos:

-Reconocido con créditos de libre configuración por la UNIVERSITAT DE LES ILLES BALEARS (U.I.B.) (1er Año: 3´5 créditos / 2º Año: 4´5 créditos / 3er Año -curso 2012/13-, pendiente de acreditación)

-Apoyo y reconocimiento Institucional del COL.LEGI OFICIAL DE PSICòLEGS DE LES ILLES BALEARS (COPIB) “Curs amb el reconeixement del COPIB”.

-Programa de Cooperación Educativa (Practicum) con la UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA (U.N.E.D.) Dirige: José García Peñalver Información:

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