Grupo

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Orquestando un grupo

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icen que dos personas en una conversación equivalen a cuatro: lo que una dice, lo que quería decir, lo que la otra oye y lo que ésta cree que oyó. Multiplicar esto por los miembros de un grupo con intenciones psicoterapéuticas y de orientación analítica, en el que el instrumento básico de trabajo es la palabra, no se lo pone precisamente fácil al terapeuta, analista, líder o, siguiendo la terminología grupoanalítica clásica, conductor (del inglés conductor, director de orquesta, precisamente). De entrada, nos encontramos con la necesidad de los miembros del grupo de liberar sus vidas intrapsíquicas y, a la vez, de desarrollar sus capacidades para establecer relaciones interpersonales nuevas y enriquecedoras. La tradición clásica parece centrarse más en el primer apartado. La herencia del psicoanálisis está ahí. Y ahí se forjaron los padres del grupoanálisis, siguiendo los pasos de Freud. Por tanto, no es de extrañar que, desde fuera, se tienda a concebir el grupoanálisis como un “psicoanálisis en grupo”. O que incluso muchos grupoanalistas tengamos la tentación de convertir la sesión grupal en poco más que una serie de inter-

“De entrada, nos encontramos con la necesidad de los miembros del grupo de liberar sus vidas intrapsíquicas y, a la vez, de desarrollar sus capacidades para establecer relaciones interpersonales nuevas y enriquecedoras” venciones individualizadas hechas en grupo. Es la inercia del contexto cultural en el que nos movemos, y que afecta tanto a los profesionales como a los pacientes, que a menudo esperan esto de nosotros. Siguiendo este enfoque, y sólo si tenemos suerte, algún miembro del grupo puede sentirse reflejado en lo que explica el que en aquel momento centra la atención del conductor. Pero lo más probable es que este tipo de actuación aísle a los otros miembros del grupo. Incluso en el role-playing, el resto del grupo pasa a ser poco más que público.

100 SALUD

ENKI

EN GRUPO

Joan Coll

Médico Psicoterapeuta de Grupo

La orquesta debe sonar toda a la vez. Y, si bien la algarabía de todos los miembros del grupo hablando a la vez sería simplemente cacofonía, sí que tenemos que encontrar la manera de mantener a todo el grupo involucrado en el trabajo terapéutico a la vez si pretendemos conseguir algo parecido a la armonía musical. Deberemos aprender y poner en práctica toda una batería de técnicas para favorecer la comunicación emocional entre los “músicos” del grupo. Lo que le pasó a un paciente en concreto hace tiempo y fuera del grupo puede tener su interés más o menos puntual, pero no deja de ser como un solista ensimismado en su melodía. El reto es sacar a la superficie de lo hablado lo que le pasa ahora y aquí, que a buen seguro tendrá que ver con sus sentimientos hacia otros miembros del grupo: ya tenemos el dueto/terceto/cuarteto... en marcha. Si además conseguimos que estos sentimientos verbalizados incluyan tanto lo positivo como lo negativo, siempre hablado, no actuado, el sonido que vamos obteniendo entremezcla lo jovial y dulce para pasar a adquirir tonalidades también oscuras que enriquecen y dan cuerpo a la música que vamos escribiendo (los tonos mayores y menores que estudiábamos en solfeo no son más que eso). Como “conductores” de este grupo humano de características tan especiales debemos saber impregnarnos de su sonido sin perder la capacidad de marcar el ritmo adecuado y modular las disonancias. He aquí el eterno reto. Cuestión de estilos, personalidades y escuelas. ¿Qué música acabará siendo más inspiradora: la de la orquesta con un director impoluto al final del concierto o la del que acaba despeinado y rociado de sudor? La “magia” o el “arte” del grupo (términos siempre peligrosos que conviene entrecomillar para no dejar de tener los pies en el suelo) reside en la capacidad de ir escribiendo una partitura única y original sobre la hoja en blanco que supone el inicio de cada sesión grupal. La apasionante película sin guion que firmamos cada día al acabar la hora y media de grupo. Un pequeño mundo a nuestra merced. Todo un privilegio.

ENKI

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