1.
Día a día debemos procurar ser veraces y ello implica ser conscientes de que la verdad es camino más que meta, búsqueda más que posesión, anhelo más que logro. Ahí se entienden perfectamente las palabras de Mahatma Gandhi cuando dice: “Mi más profundo convencimiento es que podemos cambiar el mundo con la verdad y el amor”. No olvidemos nunca que cuando la falsedad y la mentira se instalan en una sociedad viene la corrupción y, entonces, el egoísmo más profundo y refinado hace estragos en ella, como afirma Bestard.
Mi particular utopía
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ivir en nuestro mundo se ha convertido cada vez más en un alarde de materialismo y egoísmo. Los valores tradicionales y permanentes han sido arrinconados por un relativismo como forma de ser y pensar, que nos ha conducido inexorablemente a una lucha sin tregua por el afán de riqueza, poder y acumulación de bienes. En este mundo, sin duda alguna despersonalizado y alienante, creo oportuno hacer una parada en el camino y explorar, nuevamente, en los valores de una ética civil que sea capaz de liberar al hombre de la esclavitud del materialismo sin rostro, del poder por el poder, de la hipocresía y de las falsas verdades, de la irresponsabilidad para con nosotros mismos o nuestros semejantes, de la insolidaridad, de la corrupción sea esta material, moral o espiritual… Para ello nuestro proyecto de vida pasa por llevar a la práctica una ética civil que impregne todos y cada uno de nuestros actos, una ética civil en la que no importe la
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Día a día debemos procurar ser justos. Una persona justa es aquella que actúa bajo el principio de la ecuanimidad, imparcial en sus juicios no se deja llevar ni por el qué dirán ni por la moda del momento, sin cabida a veleidades caprichosas, y prefiere perder antes que ganar cometiendo una injusticia. Hoy ser justo, igual que ayer, significa defender la dignidad de la persona humana en forma radical. Celebrar la Declaración Universal de los Derechos Humanos está bien, hay que hacerlo, pero no para recordar, sino para tomar conciencia de que hace falta concretar realizaciones que hagan posible que nuestro mundo sea más justo y humano.
Joan Huguet Rotger Licenciado en Derecho por la UIB Diplomado en Psicología y Ciencias Sociales y Humanas Presidente del Parlamento de Baleares y Senador del Reino de España, entre otras funciones políticas en las islas Autor de Las claves del talante y coautor de la publicación Quaderna; ciencia y pensamiento
ideología, ni las creencias, ni el estatus social, ni el lugar de nacimiento; una ética civil en la que importe el ser humano como tal, objeto y sujeto de acciones y relaciones con y junto a sus semejantes. Es mi particular utopía. Abogo por hacer realidad, cada uno de nosotros desde nuestra propia parcela, lo ya escrito por Joan Bestard en su magnífica obra Diez valores éticos. De ella pido prestado alguno de sus juicios para publicitarlos y que nos sirvan de enseñanza oportuna, como estrella polar que guíe en los nuevos propósitos para el Año Nuevo. Ahí van.
3.
Día a día debemos ser tolerantes, entendiendo la tolerancia como compromiso de actuar respetando al otro, sin que ello suponga la renuncia a nuestras convicciones y creencias. Debemos ser capaces de tener un espíritu abierto y aceptar que parte de la verdad puede venir del otro, incluso de aquel con quien no compartimos ni ideología ni creencias. En política el hombre tolerante sabe que tiene adversarios, pero no enemigos, de ahí que debemos denunciar los comportamientos de aquel otro hombre que solo se guía por la destrucción política y moral de los que no piensan como él. Contra los intolerantes recuerdo lo que el físico y químico inglés del siglo XVIII, William Henry, escribió: “Quien no quiere razonar es un fanático, quien no sabe razonar es un ignorante, quien no se atreve a razonar es un esclavo”. Atrevámonos a razonar para no convertirnos en fanáticos, ni esclavos ni ignorantes.
Debemos ser capaces de tener un espíritu abierto y aceptar que parte de la verdad puede venir del otro, incluso de aquel con quien no compartimos ni ideología ni creencias
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Día a día debemos aprender a ser dialogantes, arte este harto difícil de interiorizar ya que ello implica saber escuchar. Solo así sabremos dialogar con la claridad, la confianza y la prudencia necesarias. El milagro del diálogo, nos dice Bestard, es la combinación acertada de “escucha atenta, habla adecuada y oportunos silencios”. Eliminemos pues la “incontinencia verbal” como virus nocivo del diálogo, pues aquella consiste en solo hablar y no escuchar, en creer que el otro no tiene nada que decir, en pensar que uno está en posesión de la verdad absoluta. Hoy el “tú no sabes lo que dices”, el “yo tengo más información que tu”, el “para pensar estoy yo”, y todas sus variantes se han convertido en expresiones clásicas de mandatarios políticos y sociales. Ello provoca en la sociedad un hastío tal que permanece pasiva ante los acontecimientos que le toca vivir, ya que se ha interiorizado que no hay posibilidad de cambiar nada, que toda decisión está tomada de antemano; como si nuestra democracia fuera una democracia más formal que real. Concluyo mi reflexión, a las puertas navideñas, formulando un deseo y este no es otro que quien se encuentre con ánimo de cambiar las cosas, quien crea que un mundo mejor es posible, y lo es, intente ser responsable en su trabajo ―sea obrero o banquero, autónomo o empresario, laico o prelado, hombre o mujer―, que actúe solidariamente, que respete a los demás, que sepa ser crítico sin ser amargo, que sepa aceptar la crítica como valor enriquecedor de nuestro espíritu, que sepa mantener la palabra dada y que haga de la verdad, la tolerancia y el diálogo el camino que nos conducirá hacia un mundo mejor. Esta es mi particular utopía.
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