La salud mental
y los miedos de comunicación
Texto pronunciado en la I Jornada de Salud Mental del Sector Tramuntana, bajo el título Diálogo Abierto, el 16 de mayo de 2014, en el Hospital Comarcal de Inca (Mallorca).
E
n 1909, un grupo de médicos europeos, los doctores S. Freud, K.G. Jung y S. Ferenczi realizaron un viaje a los Estados Unidos con la finalidad de impartir unos seminarios en varias universidades americanas para difundir y extender los resultados de sus investigaciones en el campo de la psicología profunda, el Inconsciente. Es atribuido a Freud, en el momento trascendental de la llegada del buque al puerto de Nueva York, frente a la estatua de la libertad, el mítico comentario: “No saben que les traemos la peste”. Esta pequeña viñeta me sirve para ilustrar un punto importante en eso que nos atañe a todos, que tiene que ver con el conocimiento del ser humano, las dificultades en su comunicación y los efectos en términos sociales que provoca su difusión. Sólo hace un poco más de cien años que el mundo occidental pudo escuchar, de boca de varios investigadores del sufrimiento psíquico, verdades tan demoledoras como la existencia de sexualidad infantil, el valor de la educación y la cultura en el malestar psíquico o la existencia de un aparato mental semejante entre sujetos considerados sanos y aquellos catalogados como enfermos mentales.
Estamos en una etapa que nos permite dejar de hablar de enfermedad mental para dedicarnos a la salud mental Entonces, estos tres precursores fueron ampliamente criticados por sus colegas médicos y por la opinión pública. También fueron reconocidos como pioneros en la investigación del inconsciente humano y sus trabajos fueron continuados hasta nuestros días, al abrir el campo de la escucha y la comprensión humana a la locura de la enfermedad mental desde su propia subjetividad.
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ENKI
EN TERAPIA
Javier Alejandro Kuhalainen Munar
Médico Psiquiatra
En un segundo momento, en la década de los años sesenta, el avance en materia del reconocimiento social de la enfermedad mental encuentra, en el progreso en el tratamiento farmacológico de las enfermedades mentales más graves, la oportunidad para que se produzca la apertura de los manicomios al exterior. Dos movimientos contrarios, el de la anti psiquiatría y el de la psiquiatría biológica, de cuya disputa generaron el avance en derechos, y el reconocimiento de un colectivo oculto a la sociedad y alienado en su enfermedad. Las políticas igualitaristas iniciadas en otros colectivos (las personas de color y la mujer) también acogen al enfermo mental hasta llegar a su máximo desarrollo en 1973, con la exclusión de la homosexualidad de los catálogos de las enfermedades mentales por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría, proceso que culminó en 1990 con su exclusión del listado de las enfermedades por parte de la Organización Mundial de la Salud. Llegamos a un tercer y último momento, el actual, de máximo desarrollo en el campo del conocimiento del ser humano a través de la aplicación de técnicas neurobiológicas que nos permiten entrar en el terreno del tratamiento precoz y soñar con la prevención de las enfermedades mentales. Socialmente, estamos en un tiempo de apertura a lo diferente, y de cuidado y protección del más vulnerable. En definitiva, en una etapa optimista que nos permite dejar de hablar de enfermedad mental para empezar a dedicarnos a la salud mental.
Estamos, sin embargo, en un mundo extremadamente rápido, competitivo y virtual, que a todos nos puede confundir, y en el que no dejan de aparecer nuevas enfermedades, donde los antiguos paradigmas de lo biológico, psicológico y social se muestran obsoletos. Estamos también todos fascinados por los avances de la ciencia y la técnica, hasta un extremo de haber olvidado nuestros orígenes, como si lo que vivieron nuestros padres o abuelos fueran simplemente batallitas de un tiempo pasado. Nos encontramos inmersos en un mundo lleno de aplicaciones que facilitan una comunicación casi telepática con cualquier miembro de la humanidad conectado a internet. Hemos pasado de tener escondidos a nuestros enfermos como casos imposibles e incurables a ser todos objeto de tratamiento, tarde o temprano, desde las formas más ortodoxas y científicas especializadas, hasta a través de métodos alternativos y subversivos, no sólo con un afán curativo, sino de mejora de lo que va bien, en una carrera sin fin en la búsqueda de lo bueno lo mejor. Desde un silencio alrededor del enfermo a identificarnos con las protestas sociales que reclaman mejor y mayor atención. Hemos pasado de no hablar a reclamar ser escuchados.
Hemos pasado de un silencio alrededor del enfermo a identificarnos con las protestas que reclaman mejor atención ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Tienen límite nuestras inquietudes, nuestros deseos de mejorar, de saber más? De una censura científica pasamos a una censura mediática, y una tutela estatal de lo que se puede decir y saber, a un auge de los medios de comunicación, en contenidos, formatos, horarios, ideologías y campos del saber, expuestos en su máxima expresión, dramatismo y desorden, al servicio del consumidor, inhábil para, a primera vista, diferenciar el saber de la patraña. ¿A qué nuevo reto nos enfrentamos, visto que el desarrollo sin mesura no sólo se acompaña de mejoras, sino de una mayor insatisfacción y sufrimiento psíquico en términos sociales? ¿De qué forma nuestra sociedad, mediatizada, informatizada, televisiva y virtual, se las arreglará? ¿Qué nuevas colaboraciones y formas de comunicación del saber serán necesarias? Ahora, y como siempre, debemos tomar la palabra, en lo nuestro, que es del Otro, en un diálogo abierto.
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