LEVE, BREVE, ÁFRICA Manuel Sonseca · José María-Díaz Maroto · Evar isto Delgado
Transcurría el tiempo a ritmo de té, reflexionando sobre la ceremonia de la amistad, sus formas, sus contratiempos; eso que en definitiva nos convertía en fotógrafos diferentes, en compañeros dentro de una disciplina genuinamente solitaria. Y siempre terminaba todo con el caos consentido y el amable bullicio de la plaza universal, escuchando lenguas heterogéneas, deambulando rodeados de almas errantes, sin apremio, entre la luz y la sombra de la luna llena, y el rumor de África fluyendo sin pausa. Manuel Sonseca — Primavera de 2010
TRES MIRADAS, UN PAISAJE Que la fotografía es mirada más que técnica u oficio, incluso más que oportunidad o azar, es algo que todos los fotógrafos conocen por más que algunos se empeñen en olvidarse de ello. La obstinación por hacer arte en vez de fotografiar, que es lo que siempre hicieron los fotógrafos, junto con el afán por tener un estilo propio en lugar de dejar que éste surja libremente por sí mismo (algo que muchos profesionales de la fotografía comparten con los de las otras artes tradicionales o novedosas) ha llevado al ejercicio de escribir con luz, que es en lo que consiste aquella, a un absurdo pretencioso que se resumiría perfectamente con ese antiguo refrán que ridiculizaba el afán de muchas personas por “poner el carro antes que los bueyes”. Que la fotografía es mirada y después oficio o arte (o simple técnica ensimismada) es algo que, por fortuna, los tres autores de este libro han entendido desde siempre, de ahí su singularidad. Que tres amigos antes que fotógrafos, que tres fotógrafos además de viajeros y exploradores (entendida esta palabra en su significado justo: el del que explora nuevos terrenos, no necesariamente geográficos) hayan cogido un avión y se hayan ido a Marruecos con la doble intención de viajar por el país y, a la vez, fotografiarlo, aparte de constituir una pintoresca anécdota (no es normal que los fotógrafos trabajen en compañía y muchos menos con compañeros), supone una confirmación del entendimiento de la fotografía como lo que verdaderamente es: mirada y tiempo frente al paisaje. La contemplación de sus trabajos así lo demuestra sobradamente. Mirándolos sin atención, se advierte ya su enorme distancia, su fabulosa diferenciación, pero, cuando uno se detiene en ellos y contempla una por una, como si fueran cromos o calcomanías modernas, las fotografías de cada uno de los tres fotógrafos, uno comprueba hasta qué medida la mirada de cada uno es distinta, así como su sensibilidad, sus gustos y preferencias, todo eso que determina la identidad y la visión de las cosas. Entre Manuel Sonseca, José María Díaz-Maroto y Evaristo Delgado hay más distancia de la que imaginan ellos. Para Manuel Sonseca, de entrada, la fotografía sigue siendo en blanco y negro, lo cual no es una elección, puesto que nadie elige una cosa así por más que el propio fotógrafo pueda creerlo (si el fotógrafo trabaja en blanco y negro es porque le gusta así y, si le gusta fotografiar así, eso es por algo que escapa a su voluntad: su biografía o su formación, o las dos cosas al mismo tiempo, por ejemplo), del mismo modo en el que nadie elige los temas, sino que los temas le eligen a uno, como bien sabe cualquier pintor o escritor. Y, en segundo lugar, para Sonseca la fotografía es poesía más que pintura o, por decirlo de una forma más precisa, el halo de las imágenes pesa más que su figuración. Lo cual unido (halo más blanco y negro, poesía más narratividad formal) conforma un sentimiento singular y melancólico que hace de sus fotografías paisajes más soñados que reales, imágenes más inventadas que extraídas de la realidad. Algo que Manuel Sonseca comparte con los fotógrafos de los años treinta
y cuarenta norteamericanos y con determinado cine, ese que aún no sabía, o no podía saber, que el mundo tenía color. El color en José María Díaz-Maroto es justo, por el contrario, ingrediente sustancial de su mirada. Por eso, sus fotografías se apoyan en él, como las de Sonseca en la irrealidad del gris, y por eso el color impregna la del espectador que se asoma a ellas, llenándolo de fantasía. Maroto capta la realidad como es, sin ninguna intención de transformarla, o por lo menos no de forma consciente, y ese hiperrealismo es precisamente su particularidad más significativa, una particularidad que le diferencia de sus compañeros más que a estos dos entre ellos. En la mirada de Díaz-Maroto, la exuberancia, la sensualidad, el apogeo de la vida cotidiana marroquí, se convierte en un caleidoscopio fotográfico lleno de luces y de colores que invita a mirar el mundo como una fiesta, en un carrusel de imágenes, algunas decididamente pop, que salpican el ojo como si fueran tintes o fogonazos y en las que la melancolía del tiempo, presente en toda fotografía, apenas se advierte, al revés que en las de sus compañeros. Por último, Evaristo Delgado, el tercero en discordia (no en el orden de mis preferencias, sino por aparición en la escena de mi relato), es el que más se aleja de sus compañeros (el blanco y negro y el color, la sensualidad y la melancolía al fin y al cabo no dejan de ser dos caras del mismo mundo) por el afán constructivista de sus imágenes, fruto posiblemente de su formación académica como ingeniero. Para Evaristo Delgado, la geometría del paisaje es lo que define éste más que cualquier otro aspecto y en base a ello lo fotografía, haciendo que su mirada se adapte a esa geometría que el espectador, al final, no sabe si está fuera o dentro del ojo. Decía Ortega y Gasset que el paisaje, aparte de elementos y colores, tiene una concepción geométrica y, en ese sentido, cabe decir que Evaristo Delgado es Orteguiano por más que sus fotografías sean modernas o, en la terminología de aquél, vanguardistas. Esa pulsión entre el clasicismo y la provocación formal, entre la fotografía y la línea, es lo que hace sus imágenes sorprendentes, como sorprendente es la ausencia de vida visible en ellas. La geometría y sus sombras son las que nos cuentan todo. Así pues, tres miradas y un paisaje o, por decirlo de mejor forma, tres fotógrafos y un mundo son lo que se nos ofrece en este libro común cuya singularidad estriba, aparte de en su presentación estética, su belleza formal y conceptual, en unir tres ojos diferentes, tres miradas, tres estilos, para, a través de esos tres estilos, comprender mejor nuestra condición. Porque el paisaje (el de Marruecos aquí, pero valdría cualquier otro) no está fuera de nosotros, sino dentro, en ese cuarto oscuro del espíritu en el que sólo entra la luz de nuestros sueños, que es la imaginación. Julio Llamazares
LEVE, BREVE, テ:RICA
Manuel Sonseca · José María Díaz-Maroto · Evar isto Delgado
CRÉDITOS © De las imágenes: Manuel Sonseca José María Díaz-Maroto Evaristo Delgado © De las ilustraciones: Evaristo Delgado © De los textos: Julio Llamazares Manuel Sonseca
Edición y producción: Siete de un golpe Diseño y maquetación: GABRIEL CORCHERO STUDIO
Coordinación: GABRIEL CORCHERO STUDIO
& Siete de un golpe Encuadernación: La Eriza