Hacia una moral de convivencia y conveniencia En Adam Smith
Cada facultad de un hombre es la medida por la que juzga de la misma facultad en otro. Yo juzgo de tu vista por mi vista, de tu oído por mi oído, de tu razón por mi razón, de tu resentimiento por mi resentimiento, de tu amor por mi amor. No poseo, ni puedo poseer, otra vía igual para juzgar acerca de ellas. Adam Smith
Una función de la Filosofía es mostrarnos el pensamiento de una época, los ideales, vicios, errores y aciertos de una nación, y sobre todo el modo de ser del hombre dentro de una sociedad en concreto, es decir, ubicada en un tiempo y un espacio particular que muestra la concepción ética de ésta; es decir, los valores, antivalores, prioridades y concepciones que éste se forma según las circunstancias de las que se rodea y alimenta. Por lo que la visión antropológica, y por ende la ética y la moral, son siempre la base prioritaria y esencial de todo proyecto filosófico, ya sea que tenga un enfoque económico, político, estético, histórico, etc. pues estas disciplinas tienen que tomar en cuenta el carácter intrínseco del hombre, es decir, su naturaleza siempre abierta y cambiante, dispuesta a adoptar y a adaptarse a los cambios que conlleva la historia, adquiriendo y desarrollando una temporalidad propia, la cual será su forma de percibir, enfrentarse y actuar en la realidad, por lo cual dependiendo de la época y los intereses se resaltarán ciertas particularidades características, propias de un contexto. Con Adam Smith podemos decir que el hombre es considerado como un ser en relación, un ser social que necesita del otro para conocerse y sobrevivir en una realidad social y mercantil en donde debe cuidar las relaciones que establezca. Al mismo tiempo es un ser emocional y pasional que aunque podría reaccionar impulsivamente ante una situación que lo pusiera al límite, es su capacidad racional y su educación lo que lo hacen frenarse, pensar las cosas, las consecuencias y analizar cuánto y de qué modo podría afectar esto a su vida tanto personal como mercantil y social. El hombre también es definido como un ser racional, y sobre todo en el siglo XVIII, donde la Razón parece tomar el carácter de divinidad, pues se conviene que en apariencia todo puede ser explicado, argumentado o conocido por medio de esa facultad, en donde todo es templado, medido y establecido, por lo que esta concepción acompañada junto con la idea de progreso en la sociedad, se convertirán en los principales ejes de la industria y el comercio.
Siendo así como el hombre, poseedor de diversas, mas no por esto distintas naturalezas, entra al juego social y de intercambio; en donde muchas de sus conductas serán aprendidas, pues han sido diseñadas y mantenidas con el propósito de llevar a bien el orden de la ciudad, en donde en este proceso de convivencia y de conveniencias, tiene que jugar con sus emociones y con sus relaciones; todo esto regido y mantenido bajo control gracias a una “mano invisible”, la cual así como coordina al universo también procura una protección y dirección favorable a los negocios y al libre mercado. Teniendo en cuenta esto, Adam Smith establece la simpatía como medio de relación ya no sólo emocional sino social entre los hombres, pues ésta surge de la percepción de una situación y no de la percepción de los sentimientos, en donde el sujeto compadece o comparte el placer y el dolor ajeno, poniéndose en la situación del otro para aprobar o desaprobar los motivos y con ello su conducta en relación con la de los demás, en donde al mismo tiempo, en una vinculación dialéctica y simultánea con que valoramos nuestra propia conducta. Ya que al no poder inspeccionar ni valorar nuestros propios actos ni sentimientos sin salirnos de nosotros mismos, la convivencia será la única fuente de la que podamos establecer la moralidad. En este trabajo intentaremos analizar el papel de la simpatía en las relaciones sociales y el carácter que construye esta moral vivida dentro del comercio, en donde el individuo forma parte de la sociedad en un nivel de conveniencia convivencial, cuyo objetivo es mantener la justicia más que la benevolencia; justicia entendida aquí ya no sólo como ley, “sino, fundamentalmente [como] castigo a las injurias, legitima retaliación, venganza y revancha, que se ejercen contra quien injuria a otro en su vida, propiedad o contrato, y que, además de medio de castigo, es el medio de aterrorizar a todo aquel que intente injuriar a otro (en su propiedad o contrato)”1. Comencemos con el concepto de simpatía, primer momento del acercamiento social, para después analizar el proceso de elaboración de un juicio moral y cómo es que en ésta relación de actor y espectador, de juez y expositor se da la aprobación o desaprobación no sólo de la conducta del otro, sino también de parte del espectador o juez, que en una inversión ideal éste se juzga a sí mismo y el otro lo juzga en su respuesta.
1
Gutiérrez, Rodríguez, Germán, Ética y economía en Adam Smith y Friedrich Hayek, Universidad Iberoamericana, México, 1998, p. 64.
I. La simpatía En el alma humana existen sentimientos altruistas y egoístas que le permiten juzgar las acciones morales, establecer lazos de amistad y al mismo tiempo procurarse a sí mismo. En la Teoría de los sentimientos morales, esta conducta se explica por medio del “espectador imparcial”, en donde cada individuo por medio de la imaginación, en una especie de desdoblamiento de su personalidad trata de ponerse en el lugar del otro, es decir, busca trasladarse a la misma situación y a partir de ahí tratar de tomar una decisión o percibir una reacción, para poder así juzgar la acción desde su actuar. Y es que “por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que lo mueven a interesarse por la suerte de otros, y a hacer que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla.”2 Para Eduardo Nicol, en la Introducción a dicho libro, afirma que: “Adam Smith parece lograr así, una concordancia perfecta entre el egoísmo natural del hombre y la convivencia y beneficios sociales; todo ello aunado por una Providencia más o menos laica, cuya misión, tanto como coordinar al universo entero, parece también consistir en una benévola protección del libre cambio y los buenos negocios”3. Pues es la propia naturaleza la que ha brindado al hombre esa facultad para poder identificarse con el otro por medio de la simpatía y como para Adam Smith la sociedad humana se presenta “como una inmensa máquina cuyos ordenados y armoniosos movimientos producen innúmeros agradables…y de todo aquello que propendiese a facilitar sus movimientos haciéndolos parejos y fáciles derivaría cierta belleza a causa de ese efecto, y, por lo contrario, todo aquello que propendiese a obstruccionarlos desagradaría por ese motivo”4; por eso este sentimiento de identificación es parte también de este gran engranaje en donde al existir una tendencia hacia el otro, esto nos acerca a él y a nosotros mismos, al calificarnos, juzgarnos y por ende conocernos y aprobándonos a través de sus ojos puestos en nosotros al juzgar su situación. Smith identifica que, aunque el hombre tenga tal predisposición siempre juzgará desde sus circunstancias, desde su pasado, desde sus experiencias anteriores, en donde, si encuentra dentro de sí elementos que hagan que la experiencia del otro sea semejante a una que el vivió, podrá sentirse identificado en un primer momento con la situación por la que el afectado está pasando, para después, escuchando la respuesta de la actuación del otro, juzgar la decisión y aprobarla o desaprobarla siempre desde su perspectiva.
Nuestra imaginación tan sólo reproduce las impresiones de nuestros propios sentidos, no las ajenas. Por medio de la imaginación nos ponemos en el lugar del 2
Smith, Adam. Teoría de los sentimientos morales, Tr. Edmundo O´Gorman, Fondo de Cultura económica, México, 2004, p. 29 3 Ibid. Introducción, p. 20 4 Ibid. p. 117
otro […] y de allí nos formamos una idea de sus sensaciones, y aun sentimos algo que, si bien en menor grado, no es del todo desemejante a ellas.5
Por esta emoción, el hombre percibe en mayor o menor grado a todas las personas que le rodean, aunque sentirá un vínculo mucho más cercano y profundo con las personas próximas a él, es decir: amigos y familiares de los cuales le preocupa su estado anímico y su porvenir. Pero por otra parte, y como pasa en la mayoría de los casos, si observa a alguien por la calle o si se encuentra con algún conocido que esté en desgracia, lo primero que hace es imaginarse, proyectarse, con todo lo que es, en su lugar, a lo cual si la situación es realmente mala le afectará de manera muy incisiva, de tal forma que si bien comparte su dolor, desgracia o injusticia, hay una parte de él que se alegra por no estar en su lugar, ya que al entrar en autoconciencia de su situación, bajo su pasado no podría permitir muchas cosas y otras tantas las realizaría.
II.- Juicio de valor: aprobación y desaprobación Tendiendo en cuenta esto, surge un segundo momento en el juicio de valor, que es el de aprobación o desaprobación, en donde si el individuo logra identificarse con la situación del actuante, la aprobará; y si no lo hace, ya sea por que la percibe fuera de lugar, muy exagerada, injusta o poco importante para sí, o simplemente porque él hubiera tomado una decisión distinta a la realizada, la desaprueba. De la misma manera, este individuo espera ser comprendido, logrando que el otro sienta afinidad con sus sentimientos, que se alegre por algo que le cause placer y que se entristezca con él cuando la aflicción es grande. Y es que resulta evidente que “los diversos sentimientos mantienen una correspondencia mutua, suficiente para conservar la armonía en la sociedad. [Pues] aunque jamás serán unísonos, pueden ser concordantes, y esto es todo lo que hace falta y se requiere”6 Smith observa cómo los hombres al desahogarse o compartir su afección con los demás buscan establecer una conexión, un vínculo, que en primer lugar apruebe su reacción y su sentir para considerarse identificado y admitido de manera positiva en el grupo. Y es que la naturaleza a fin de que pueda darse esa concordancia “enseña a la persona afectada a asumir hasta cierto punto las circunstancias de los espectadores, del mismo modo que enseña a éstos a asumir al de aquélla”7
III.- Hacia una moralidad de convivencia y conveniencia 5
Ibid. p. 30 Ibid. p. 50 7 Íbidem 6
Como podemos observar, la raíz de la moralidad esta en la simpatía, facultad que nos sirve para coparticipar en los sentimientos ajenos, en donde nos trasladamos empáticamente a sus circunstancias por medio de la imaginación, desde la cual aprobamos o desaprobamos una situación proyectada de manera “imparcial”. Las reglas generales de la moralidad están fundadas en la experiencia, tienen un carácter empírico, por lo que si bien nacen de la simpatía, se pulen en el contacto social, en donde gracias a esta asistencia mutua derivada de la convivencia podemos juzgar adecuadamente el mérito del demérito. Lo que se vislumbra es una moral que surge como necesidad, convencionalismo y conveniencia social, en donde si bien parte de la simpatía ya inscrita en la naturaleza del hombre, se construye, cobra forma y más tarde adquiere legalidad en la sociedad, en donde como Smith afirma, “aparentar indiferencia ante la alegría de nuestros compañeros, no es sino falta de cortesía”8, ya que esto generaría conflictos entre las partes, provocando así un desorden social. Es así como en un primer esbozo, los individuos van conformando el orden social, que aunque ya pre-establecido por una “mano invisible”, la cual les otorgó en un primer momento esa habilidad para simpatizar con el otro, todo en vistas a un futuro ya previsto pero no desarrollado, en donde las cosas caminan como deben ser; y sobre las cuales, necesariamente se tiene que establecer una legislación, la cual guardará por supuesto un orden social e individual puesto en común, ya que las experiencias de cada uno de los individuos, que serían la parte subjetiva, se ven inmediatamente objetivizadas cuando la forma que llevó a cada miembro de la sociedad a juzgar de tal o cual forma, es la misma que todos comparten, pero sobretodo podemos observar cómo es que esta Providencia lleva todo a buen término. Las reglas generales deducidas de nuestra experiencia anterior sobre lo que normalmente correspondería en nuestros sentimientos, impone un correctivo, en esta como en muchas otras ocasiones, a la impropiedad de nuestras emociones del momento9
IV. El juicio moral Pero para establecer este orden moral social, debe de existir una concordancia y una objetividad en las leyes, en donde el concepto de justicia esté regulado por la idea de la armonía del actor respecto al espectador. Y los criterios sobre los cuales juzgaremos la acción como justa o injusta, propia o inadecuada serán con base en los sentimientos del espectador 8 9
Ibid. p. 39 Ibid. p. 43.
producidos por su ejercicio imaginativo, bajo el criterio de la simpatía. Si hay simpatía, hay propiedad y por consecuencia existe una aprobación. Es así como el espectador se convierte en juez del actor, siendo él quien valore, estipule y dictamine la acción del otro. Pero el espectador no es un juez arbitrario; juzga desde sentimientos producidos por una situación particularmente imaginada o percibida externamente, a partir de esta conciencia autocreada por la convivencia. Y es que para Smith, todos estos factores se expresan como manifestaciones “naturales” o “cuasi-naturales” en la instauración de la moralidad, en donde cada sociedad establece para sí rangos morales que determinan lo propio y lo impropio dentro de una cierta medianía (“certain medicrity”), que regulariza y análoga los parámetros. Sin olvidar nunca que “las reglas de moralidad se forman en la experiencia, constituida desde acciones motivadas por pasiones, afecciones, sentimientos e intereses”10. Y que además existe un parámetro de perfección en donde el individuo mide lo que esta permitido o no dentro de esa primera idea, ya puesta por el orden Providencial, en donde se juzgará siempre de manera reprochable e imperfecta las acciones que dañen a los hombres y por ende desestabilicen el orden social. Aquí es donde el mérito y el castigo cobran lugar, y la intención con que se lleva a cabo una acción es de suma importancia, porque: Sentimientos propios y por tanto aprobados, han de conducir normalmente a acciones meritorias, o por lo menos si no son meritorias por no ser virtuosas, al menos nunca a acciones de castigo. En ese sentido hay un continuum con las éticas de invención, aunque en Smith la intención es derivada de una fuerza pasional que mueve a la acción, y no consideración de cálculo.11
A. Virtud y conveniencia, algo más que benevolencia. Una de las características del ser humano, para Adam Smith es su carácter pasional, por lo que el hombre virtuoso será aquel que es capaz de templar, controlar y mediar sus pasiones frente a la sociedad, ya que si ésta es la que determina, valora y juzga sus acciones, y este individuo pretende entrar a este gran círculo, lo menos que puede hacer, y por lo tanto, lo menos que se puede esperar de él, es que actúe de una manera educada y prudente. Porque en este sistema, la realización del hombre se da sólo en la sociedad, es ella la que en un primer momento acoge al individuo y lo forma de acuerdo a
10 11
Ibid. p. 86 Gutiérrez, Rodríguez, ob.cit. p. 57
parámetros ya establecidos, por lo que la virtud llegará en la medida en que este individuo logre auto-dominarse Cuán difícil en alguna medida puede alcanzarse este supremo grado de magnanimidad y firmeza, que parece absurdo e inútil intentarlo. Aunque pocos hombres tienen la idea estoica de lo que esta perfecta propiedad requiere, todos los hombres se empeñan en alguna medida en dominarse (comand) a sí mismos, y disminuir sus pasiones egoístas al nivel en que sus vecinos los pueden acompañar […] No hay nada de absurdo o impropio, por tanto en proponerse este perfecto auto dominio (self-comand). Tampoco el logro de esto sería inútil, sino, por el contrario, la más ventajosa de todas las cosas, como establecer nuestra felicidad sobre el más sólido y seguro fundamento, la firme confianza en la sabiduría y la justicia que gobiernan el mundo, y una entera resignación de nosotros mismos, y de cualquier relato de nosotros mismos al todo-sabio a estos principios reguladores de la naturaleza 12
De modo que los sentimientos que este hombre se permita y las acciones que realice dentro de un contexto social siempre estarán regidas por esta conveniencia que le dicta comportarse adecuadamente, porque necesita convivir con el otro, y en este estado, estará constantemente necesitado de la cooperación y de la ayuda que éstos puedan brindarle, y para lograrlo, Smith reconoce que se necesita algo más que la mera benevolencia, es decir algo más que la simpatía y la concordancia con la situación que al otro le aqueja, se tiene que dar u ofrecer algo igual de atractivo, o basta que así lo parezca, para que se suscite el intercambio. El hombre está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede dirigir en su favor el propio interés de los demás, y mostrarles que el actuar según él demanda redundará en beneficio de ellos. […]Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas13 Y es que, como observamos “No es por el amor a nuestros vecinos, o el amor a la humanidad, que intentamos comportamientos virtuosos. Es por el amor a lo honorable y noble que tienen la grandeza, dignidad y superioridad que a nuestro carácter brinda la magnanimidad. Y ésta es la que nos dicta el hombre interno. […] Es asunto de justicia y de razón, no de benevolencia.” 14
V. La división de trabajo
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Cita de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, sacada de Gutiérrez Rodrigues, ob.cit. p. 89. 13 Smith, Adam, La riqueza de las naciones, Alianza, Madrid, 2004 p. 45-46 14 Gutiérrez, Ob. cit. p. 47.
El individuo que describe el filósofo-economista, el cual es el prototipo diseñado y necesario para esta época, debe por lo tanto actuar correctamente, guiado por su propia conveniencia, pero dentro de una sociedad que le exige una cierta conducta para ser aceptado; y es que este individuo se conforma y recrea dentro una sociedad en donde cada uno tiene un papel a desarrollar. Para que el mercado crezca, es necesario aumentar las facultades productivas del trabajo para lo cual es necesario que exista un número mayor de personas que realicen una labor, distribuidas en una secuencia dividida, todo con el objetivo de aumentar la destreza de cada obrero y ahorrar tiempo en las actividades; y es que “la división del trabajo ocasiona en cada actividad, en la medida en que pueda ser introducida, un incremento proporcional en la capacidad productiva del trabajo”15 Al fraccionar la actividad, cada persona realiza una acción específica y concreta, pudiendo así elevar la producción y ahorrar tiempo. El aumento de la habilidad del trabajador necesariamente amplía la cantidad de trabajo que puede realizar, y la división del trabajo, al reducir la actividad de cada hombre a una operación sencilla, y al hacer de esta operación el único empleo de su vida, inevitablemente aumenta en gran medida la destreza del trabajador. […] Un herrero que esté habituado a hacer clavos pero cuya ocupación principal no sea ésta difícilmente podrá, aun con su mayor diligencia, hacer más de ochocientos o mil al día. Pero yo he visto a muchachos de menos de veinte años de edad, que nunca habían realizado otra tarea que la de hacer clavos y que podían, cuando se esforzaban, fabricar cada uno más de dos mil trescientos al día. 16
Esta división en el trabajo “es consecuencia necesaria, aunque de una manera lenta y gradual, de una cierta propensión de la naturaleza humana, que no persigue tan vastos beneficios; es la propensión a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra.”17 Resultando así un beneficio para toda la comunidad pues para Adam Smith “la gran multiplicación de la producción de todos los diversos oficios, derivada de la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa riqueza universal que se extiende hasta las clases más bajas del pueblo.”18 Cada trabajador cuanta así con un excedente de su producto el cual puede intercambiar con otros hombres que les darán lo que ellos necesitan, por lo que “cada hombre vive así gracias al intercambio, o se transforma en alguna medida en un comerciante, y la sociedad misma llega a ser una verdadera sociedad mercantil”19, pero cuando la población comenzó a aumentar, y las relaciones nacionales e internacionales empezaron a ser más demandantes, se tenía que producir más, tanto para los habitantes del lugar como para tener ese excedente que comercializar. Y es aquí donde el artesano se ve suplantado por la fábrica y los miles de trabajadores “especializados” que se encargan, cada 15
Smith, La riqueza de las naciones, p.35 Ibid. p. 38 17 Ibid. p. 44 18 Ibid. p. 41 19 Ibid. p. 55 16
uno, de elaborar una parte mínima del producto, con una mayor rapidez y producción. Problema que vislumbrará noventa años más tarde Calos Marx, en donde esta especialización del trabajo, y la nula consideración de la Providencia vista como distribuidora proporcional, llevará al individuo a la enajenación, al abandono de sí mismo en el objeto que elabora; porque si bien, en la antigüedad el hombre expresaba su espíritu en su trabajo, vendiendo aquel excedente que ya no necesitaba, para Adam Smith, en una sociedad mercantil el trabajo se convierte “en la medida real del valor de cambio de todas las mercancías”20, en donde bajo la ley de la oferta y la demanda, el precio real y el precio nominal de las mercancías se conciben de manera distinta, ya que “el precio real consiste en la cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida que se dan a cambio de él; su precio nominal, en la cantidad de dinero. (Pero) el trabajador es rico o pobre, es remunerado bien o mal, no en proporción al precio nominal de su trabajo sino al precio real."21 Por lo que este hombre a mediados del siglo XIX, se convertirá en proletario, mal vendiendo la fuerza de su trabajo.22
VI. La mano invisible Cada individuo forma parte de la inmensa estructura o maquinaria social en donde a nivel grupal sus acciones contribuyen al buen funcionamiento de la nación, y aunque todo este regulado y protegido por esa “mano invisible” o Providencia, a nivel individual su actuar no tiene relevancia más que para el destino de su propia alma en el Juicio Final, ya que todo se mueve siguiendo una armonía. La armonía es el orden dado. No se trata sólo del ideal, sino de un hecho que se impone independientemente de la voluntad de los actores. […] La armonía se impone y la justicia se realiza en ella. El tribunal ya está implantado en los hechos, aunque no podamos acceder a él. Lo que haga cada cual es irrelevante para el todo, auque no para sí mismo, porque puede ser objeto de castigo o condena (dentro de la sociedad) ya se realiza de algún modo, como anticipación al Juicio Final. 23
Si la felicidad del hombre parece haber sido el propósito original del Autor de la naturaleza, todos debemos actuar de tal forma que al perseguir y/u obtener un fin en apariencia particular o egoísta, trabajamos para el beneficio de la sociedad, ya sea como dueño de una fabrica, brindándole trabajo a la mayoría, 20
Ibid. p.64 Ibid. p. 68-69. 22 Al respecto diría Marx: La enajenación del trabajador en su producto no sólo significa que su trabajo se convierte en un objeto, asume una existencia externa, sino que existe independientemente, fuera de sí mismo y ajeno a él y que se opone a él como un poder autónomo[…]el trabajador se convierte en esclavo del objeto[…] además de que el trabajo externo, el trabajo en el que el hombre se enajena […] no es su propio trabajo sino trabajo para otro, [ en donde] no se pertenece a sí mismo sino a otra persona. Marx, Carlos, Manuscritos económico-filosóficos, Fondo de cultura económica, Colombia, 1997, p.105 23 Smith, La riqueza de las naciones, p.106-107. 21
proporcionándoles una salario para que cubran sus necesidades, distribuyendo de esta manera las ganancias, haciendo que todos ganen y participen. En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientarla para que su producción alcance el máximo de valor…él sólo persigue su propia seguridad […] él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo […]24
Es este perfecto sistema de la naturaleza de la Providencia, el que permite al hombre simpatizar son sus semejantes y a éstos sentir la necesidad de encontrarse unos con otros; es también la que nos hace elaborar un juicio objetivo en donde aprobamos o desaprobamos una acción, para después darle un castigo o una recompensa ya que, si bien las reglas parten de una moralidad social, sólo es posible establecerlas por esa inscripción dada en nuestro interior que nos permite reconocer lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, construyendo así un juicio moral, para poder elaborar y establecer una legislación y un Estado. Es esa “mano invisible” la que nos hace distribuir las cosas necesarias de la vida casi de la misma manera que como habrían sido distribuidas si la tierra hubiera estado repartida en partes iguales entre todos sus habitantes, por lo tanto es esta fuerza la que promueve el interés de la sociedad y proporciona los medios para la multiplicidad y el progreso de la especie a nivel social y mercantil.
Conclusiones Para Adam Smith el hombre ha tenido que cambiar, ha tenido que revalorar y modificar su estar en el mundo, sus relaciones con los demás y su quehacer en la vida; o será que quizás como dijimos al inicio, este hombre se formó como consecuencia de sus circunstancias, de sus necesidades, expresando con su actuar el espíritu de un momento, de un pensamiento, de una época, que llega hasta nuestro días en las expresiones del “libre mercado”, “la conveniencia”, “el interés” y la conducta moderada y propia de este individuo que se construye moralmente a partir del mercado; pero a diferencia de los días de Smith, la Providencia nos ha abandonado a nuestra suerte. Los juicios morales no son producto de la razón, ni nada eterno ni natural que anteceda a la sociedad, sino algo construido y constituido en la interacción humana y dependiente de las situaciones sociales, en dónde ahora, como ya habíamos mencionado, el fundamento de certeza de las acciones es la simpatía, establecida como único vínculo con los otros, ya que al intentar 24
Ibid. p. 554
ponernos en el lugar del otro, ubicarnos en sus circunstancias para juzgar de manera simultanea su acción, la valoraremos y la aprobaremos desde sus circunstancias dentro de nosotros, en donde si bien simpatizamos con ella, que en este caso sería compadecer o compartir el placer, el dolor, la injusticia, incluso la venganza, el sentimiento será de aprobación, tanto para su conducta como para nuestra postura. Mas si no compartimos la acción o la consideramos injusta o dañina para el orden social, nuestro dictamen será de reprobación. El juicio moral es mediado por las leyes antes acordadas y preestablecidas a manera de consenso en el Estado, el cual deja de intervenir de manera directa en las decisiones y juicios morales y mercantiles, pues su actuación será sólo de manera indirecta al aplicar de forma legal los estatutos ya antes establecidos; y es que la sociedad se encuentra vigilada, regulada y dirigida de manera objetiva por esta Providencia, que más tarde se convertirá en la “mano invisible”, la cual para Smith, ha dispuesto las cosas de tal modo, que en el común de los hombres la moderación y el buen sentido obran ya como reguladores de la conducta y como guías para establecer los juicios morales. Esas reglas generales de conducta, una vez fijadas en nuestra mente por una reflexión habitual, son de gran utilidad para corregir tergiversaciones del amor propio, respecto a lo que adecuada y convenientemente debe hacerse en nuestra particular situación […] El acato a la regla que la experiencia pasada le ha inculcado, detiene la impetuosidad de su pasión y le ayuda a corregir los juicios demasiado parciales [...] respecto de lo que sería más conveniente hacer25
Pero lo que sostiene a la Teoría de Smith es el presupuesto de la Providencia, como forma que da orden a todo el contexto social y mercantil, lo que hace que el egoísmo se convierta en un beneficio social, por esta “buena y proporcionada” distribución de los bienes. Por lo que podemos decir, que este hombre actúa ya no regido por un ethos interno que lo impulsa hacia el otro, de manera desinteresada; ya no busca la virtud comprendida como un perfeccionar continuo de su ser, ni tampoco considerará a la economía como una “administración doméstica” tal y como la entendía Aristóteles, y es porque simplemente las necesidades sociales han cambiado, y aunque la naturaleza humana sea la misma en esencia, su visión se ha modificado, siendo Adam Smith el que nos muestra cómo este hombre frente a la sociedad, y por ende frente al mercado, se tiene que comportar de una forma astuta, conveniente e interesada, pues ésta lo ha trasformado de tal modo para su sobrevivencia en ella.
VIII. Bibliografía •
25
Gutiérrez Rodríguez, Germán, Ética y economía en Adam Smith y Friedrich Hayek, Universidad Iberoamericana, México, 1998.
Cita de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, sacada de Gutiérrez Rodrigues, ob.cit. p. 93.
•
Marx, Carlos, Manuscritos económico-filosóficos, Fondo de cultura económica, Colombia, 1997.
•
Smith, Adam, La riqueza de las naciones, Tr. Carlos Rodríguez Braun, Alianza, Madrid, 2004.
•
Smith, Adam. Teoría de los sentimientos morales, Tr. Edmundo O ´Gorman, Fondo de Cultura económica, México, 2004.