El silencio de lo inefable

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El silencio de lo inefable Gabriela Macedo Osorio

El silencio es definido como la falta de ruido y/o como la abstención del habla, con lo cual me permito vaciar de sonido este momento para poder repasar este capítulo de Rayuela palabra por palabra.

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.1

El silencio acompaña al lector, el cual seguirá con los ojos las palabras que poco a poco se van desvelando, con una voz familiar, dentro de su cabeza; y es que para hacer poesía, para leer entrelíneas, para tocar e imaginar la boca elegida, es necesario acompañarnos del silencio. Éste se vuelve cómplice no sólo de lo que pensamos, sino que resulta ser, algunas veces, acompañante fiel de lo que elaboramos y decimos con todo el cuerpo.

Y es que el silencio, tantas veces sobrevalorado y otras tantas subestimado dentro de una sociedad carente de espacios y momentos que posibiliten el alejamiento de la ruidosa cotidianidad, se convierte en un artículo de lujo que poco a poco se introduce en el marketing televisivo. Así, nos promete el gurú de los programas matutinos, sesiones de relajación con sólo seguir unos cuantos pasos y posturas complicadas, las que permiten acallar nuestras preocupaciones y hacer volver en nosotros la paz original, o en el mejor de los casos, escuchar atentos el curso que nos intenta vender. Del mismo modo, en cuestión de

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Cortazar, Julio, “Capitulo 7” en Rayuela


prácticas sensuales y concupiscibles, existen diversos juguetes, música y comida afrodisiaca que invita a rencontrar el deseo y el gusto por la pareja.

Pero tan abrumados nos encontramos a través del ruido que provoca lo que “debemos o no ser” que al no poder escapar es necesario encontrarnos en el silencio del caos, ensordecernos con las palabras, sumergirnos en el ruido que recorre sin cesar nuestra cabeza para con ello volver, a manera de ataraxia sublime en la obscuridad a aquella mano que dibuja una boca entreabierta, que se descubre cíclope frente al otro y que logra penetrar en un silencio, que ajeno a la nada y a la ausencia, resulta más vivaz en el momento en que sin palabras puede nombrar lo que por ungido y bendito resulta inefable.


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