Libro Ciencia y Fixion

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO José Narro Robles Rector Sergio M. Alcocer Martínez de Castro Secretario General Juan José Pérez Castañeda Secretario Administrativo Rosaura Ruíz Gutiérrez Secretaria de Desarrollo Institucional Luis Raúl González Pérez Abogado General Estela Morales Campos Coordinadora de Humanidades Carlos Arámburo de la Hoz Coordinador de la Investigación Científica CAMPUS MORELOS CONSEJO DE DIRECCIÓN Carlos F. Arias Ortíz Instituto de Biotecnología Ana María Chávez Galindo Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias Claudio A. Estrada Gasca Centro de Investigación en Energía W. Luis Mochán Backal Instituto de Ciencias Físicas David Romero Camarena Centro de Ciencias Genómicas David Romero Vargas Unidad Cuernavaca del Instituto de Matemáticas Arnoldo Bautista Corral - Secretario Coordinación de Servicios Administrativos

CONSEJO DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA DEL ESTADO DE MORELOS JUNTA DIRECTIVA Rafael Tamayo Flores - Presidente Secretario de Desarrollo Económico José Alejandro Jesús Villareal Gasca Secretario de Planeación y Finanzas José Luis Rodríguez Martínez Secretario de Educación Jorge Morales Barud Secretario de Desarrollo Agropecuario Victor Manuel Caballero Solano Secretario de Salud Humberto Paladinos Valdovinos Representante del Sector Productivo Octavio García Martínez Representante del Sector Productivo Joaquín Sánchez Castillo Presidente de la Academia de Ciencias de Morelos Fernando de Jesús Bilbao Marcos Rector de la UAEM Francisco Santillán Arredondo Invitado Permanente y Representante del Poder Legislativo Manuel Martínez Fernández - Secretario Técnico Director General del CCyTEM


Ciencia y Ficci贸n antolog铆a de un taller de redacci贸n


Compilación Karla G. Cedano Villavicencio Francisco Rebolledo López Corrección de estilo Pablo Levy Morones Nicté Y. Luna Medina Beatriz Morones Bulnes Diseño editorial Nicté Y. Luna Medina Diseño de portada Sodio, Comunicación Visual Ilustraciones Guillermo Escamilla Cordero

Primera edición: 15 de junio de 2009 D.R. © 2009, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, México, Distrito Federal Unidad de Difusión y Extensión - UNAM Campus Morelos Av. Universidad 2001, Col. Chamilpa, 62210, Cuernavaca, Morelos http://www.morelos.unam.mx ISBN: 978-607-02-0642-9 Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Impreso y hecho en México


Índice Motivos Ciencia Con peras y manzanas Una mirada a la diversidad ¿Qué es la entropía? Sol y pozole, combinación radiativa La era del colesterol El café La gallina no es más que un instrumento del huevo para poder producir más huevos La hora oficial Minería de Textos: La ciencia básica impacta más allá de donde imaginamos ¿Qué es la GFP? Fuera Máscaras El remolino Carta a la abuela Misión: Síntesis protéica Ficción A las Seis Apasionadamente Amor procario Según me acuerdo Aparentemente Temalcachtli Apozonalli La máscara o El desierto que viene Procedimientos de rutina Guía #17

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Máscaras Der Kuss Bushido: la vía del guerrero Karbalá El final Jenevié Una noche en la ciudad Vita dell’artista

Los autores Jesús Arnoldo Bautista Corral Karla Graciela Cedano Villavicencio Jesús Antonio del Río Portilla Sandino Estrada Mondaca Francia García García Alejandro Garciarrubio Granados Ramiro José González Duarte Francois Alain Leyvraz Waltz Agustín López-Munguía Canales Dayanira Sheira Paniagua Meza Francisco Rebolledo López

217 223 229 235 245 251 257 265 273 275 277 279 283 285 287 289 291 293 295 297


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Motivos Conocí a Francisco Rebolledo hace cuatro años, crítico incansable y compañero en la ideología (él un poco más radical que yo). Tuve la fortuna de conocer a la persona antes que al novelista, incluso sin saber a ciencia cierta, que este Rebolledo era el autor de aquel Rasero, leído unos años atrás. Como responsable del área de Difusión y Extensión en el Campus Morelos de la UNAM, me enfrenté al reto de conseguir divulgadores dentro de la comunidad universitaria. Fue en esta búsqueda que, en una de las múltiples e ilustrativas pláticas con Agustín López–Munguía, entrañable amigo y mentor en esto de la divulgación científica, salió a relucir el nombre de Francisco, quien, como anillo al dedo, podía conducir un taller de redacción y estilo para investigadores y estudiantes que, como nosotros, quisieran aprender el arte del “bien escribir” aquello que es nuestro objeto de trabajo, estudio y pasión perpetua: la ciencia y la tecnología. Así, invitamos a Francisco Rebolledo (Paco, para quienes tenemos la fortuna de ser sus estudiantes, pupilos o amigos) a trabajar con un heterogéneo grupo de aprendices de escritor. Como parte del proceso de “soltar pluma”, Paco nos provocaba con algún tema y todos (unos más

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rápido que otros) nos dábamos a la tarea de producir un ensayo con ese tema en mente. El resultado fue sorprendente, investigadores y estudiantes produciendo textos, sí de divulgación, pero también y en grandes cantidades, de ficción. Los mejores relatos de ambos tonos arrancaron los aplausos de la concurrencia y ahí, entre aplausos y entusiasmo, se gestó la idea de publicar los resultados de este taller que empezó siendo “para divulgadores” y terminó siendo “para escritores”. El título emergió en automático: “Ciencia y Ficción”, haciendo eco del género Ciencia Ficción (mejor conocido como Sci-Fi), pero planteando una diferencia sustancial. En este conjunto de relatos, no hay intersección entre ciencia e imaginación literaria, como en el género Sci-Fi; lo que hay es una unión donde conviven tanto el elemento académico de cada uno de nosotros, como el humano. Si la divulgación tiene la misión de acercar al público en general a la ciencia y la tecnología, ¿qué mejor manera de hacerlo que mostrando el lado humano de los “hacedores” de ciencia y tecnología? Así, este volumen presenta dos conjuntos disjuntos (dícese de aquellos que no comparten elementos en común) de escritos. El primero, dedicado a nuestro quehacer como divulgadores, que cumple el objetivo último del taller; el segundo, dedicado a nuestro quehacer y que-pensar como personas, que cumple el objetivo último de nuestro ser: compartir nuestras vidas con el resto de la humanidad. El material estuvo terminado a un año de iniciar el taller, en 2007. Sin embargo, encontrar quien compartiera esta visión y compromiso con la divulgación científico–tecnológica, requirió tiempo, paciencia y sobre todo perseverancia. Afortunadamente, se logró la conjunción perfecta 8


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con el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Morelos, que en voz de su Director General, Manuel Martínez, tiene el objetivo de lograr que la ciencia, la tecnología y la innovación formen parte del quehacer cotidiano de todos los morelenses. Así, encontramos en el CCyTEM al socio perfecto que, comprometido con su razón de ser, ha hecho posible que este conjunto de voces, imágenes y quehaceres vea la luz en este compendio editorial; logrando una vez más, concretar la importante función de nuestra Universidad Nacional: extender con la mayor amplitud posible los beneficios de la cultura. Karla Cedano

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Con peras y manzanas No entendemos esa manía de la gente de querer explicarlo todo con peras y manzanas. Nos parece un modelo bastante limitado, máxime si a priori hay que incluirlas a ambas. Y es que para empezar, peras y manzanas sólo se pueden sumar, restar, multiplicar o dividir en su calidad de frutas, mas no en su carácter individual de peras y manzanas. Es decir, de 10 peras y 5 manzanas sólo se puede decir que tenemos 15 frutas, pero no 15 peras ni 15 manzanas, de acuerdo con propiedades de la suma y de la materia que nos fueron enseñadas hace muchos años. Aunque hoy en día un niño precoz quizás refutaría esta limitante haciendo uso de la biología molecular (y de su fantasía), para plantear que la combinación del material genético de ambas, permitiría tener frutas que sean a la vez peras y manzanas, algo así como “peranzas” o “manceras”. O sea, que ya se le pueden pedir “peras al olmo”. Pero entre que son peras o son manzanas, hay que partir de dos premisas. La primera es que resulta imposible mezclarlas, origen del refrán: “no mezcles peras con manzanas” que data de aquellos tiempos en que los árabes empezaron a hacer sumas; y la segunda, de que a lo largo de la historia, las que han salido ganando son las manzanas, mientras que las peras, si bien dulces y jugosas, han pasado a ser algo que no debe ni sumarse ni ponerse junto a las manzanas. Así, son numerosas las 15


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manzanas famosas en la historia: Guillermo Tell demostró su puntería con el arco tirando la flecha a una manzana sobre la cabeza de un niño, aunque el reto hubiera sido mayor poniendo una pera; la malvada bruja del cuento de Charles Perrault ofreció manzanas a la bella durmiente, y no hay evidencia de que haya considerado la opción de envenenarla con peras; la diosa griega de la discordia, Eris, furiosa por no haber sido invitada a una fiesta organizada para personajes de la mitología, mandó una manzana dirigida a “la doncella más bella”, armando así una celestial discordia entre Hera, Atenea y Afrodita quienes se sentían merecedoras de la susodicha manzana. No hay por lo mismo “la pera de la discordia”. La preferencia por las manzanas explica también por qué Newton decidió reposar cerca de un manzano y no de un peral, cuando inspirado, esperaba la caída de un fruto para explicarnos cómo opera la fuerza de gravedad. Poniéndonos metafísicos es quizás también por eso que Dios –en la voz del creacionista redactor del Génesis– sólo prohibió comer manzanas a los dos primeros pobladores del paraíso, y se abstuvo de opinar sobre las peras. Les explicó el pecado sólo con manzanas, pues de haber incluido a las peras se le habría complicado justificar tanta fruta prohibida, además de que hubiera reducido la oferta de vitaminas en el paraíso; cabe señalar que estos dos primeros pobladores no necesitaron ni peras ni manzanas para explicar las cosas, pues no había nadie más a quien explicarle algo. Así, debieron pasar muchos años para que Ana Botella, inspirada en el mismo pasaje bíblico nos explicara: si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque son componentes distintos. Hombre y mujer es 16


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una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta (Wikiquote, 2004). Ana, es la esposa del ex–presidente del gobierno español, José María Aznar y concejala de medio ambiente del ayuntamiento de Madrid, y la cita ya no deja dudas sobre el resultado del matrimonio entre personas del mismo sexo. Esta cita debería de ubicarse dentro de los más exitosos ejemplos del uso de las peras y las manzanas para explicarse cosas de la vida. Por estos antecedentes, cuando los autores de este texto le entramos a la tarea que nos dejó la editora de usar las peras y las manzanas para introducir los textos de divulgación “se nos fue el santo al cielo”. Sentados en un café maldecíamos a la editora, enviándole ajos y cebollas (seguidas de peras y manzanas, que deben pegar más duro), consternados sobre nuestra falta de inspiración para disertar sobre las susodichas frutas. –¿Otro café? –nos ofreció la mesera. –Sí, pero con leche light y con un sobrecito de sucralosa –pidió ella–. Estoy hecha una pera –agregó, sonrojada cual manzana–. Creo que tengo que ponerme a dieta. –No creo –le contesté–. Debes medir por ahí de 1.70 m y tu peso no debe ser mayor de unos 60Kg, por lo que de acuerdo con el famoso índice de masa corporal (IMC), que resulta de dividir tus 60Kg entre tu altura al cuadrado (1.70 * 1.70 =2.89), debes tener un IMC de 20.76, lo cual te coloca dentro del grupo de gente sana de la cual ya sólo queda aproximadamente 1/3 en el país. Las 2/3 partes de la población o bien están dentro de un nivel de IMC que podría considerarse riesgoso (mayor

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de 25) o tienen sobrepeso (IMC mayor de 30) o de plano están dentro de la población obesa (IMC > 40). –Pero ya dentro de los obesos los hay que parecen peras y los hay que manzanas, ¿no? –O estufas —agregué pensando en mi tía Gloria–. Para ellos existe otro parámetro que se denomina índice de cintura–cadera (ICC) y pues esta fácil porque sólo tienes que medir con una cinta cuántos centímetros tienes de cintura, pasando la cinta a la altura del ombligo y dividirlo entre lo que tienes de cadera, pasándola en la zona más amplia de tu… trasero. –Mejor volvamos a las manzanas y a Newton –replicó ella–, no me está gustando este tema de divulgación. –Pero es que justamente ahí encaja la tarea que nos dejaron de explicar algo con peras y manzanas: los hombres tienden a valores de ICC de manzanas, mientras que en las mujeres, el ICC se asemeja más al de una pera; es decir, el perímetro de la cadera más largo que el de la cintura. Bueno, esto cuando se gana peso y el individuo se adentra en los terrenos de la obesidad: conforme se van ganando kilos, las diferencias se hacen más y más notables, particularmente en ciertos lugares donde a la grasa le gusta acumularse. En los hombres a fuerza de cerveza, tacos de cochinita y mucho futbol por televisión, va aumentando la barriga, y tienden a una obesidad en forma de manzana, mientras que los pastelillos y los chocolates, aumentan en las mujeres las llamadas “cartucheras”1 lo que lleva a una obesidad en forma de pera. –Tu tía Gloria debe estar cercana al ICC de uno, ¿verdad? 1 18

También conocidas como “chaparreras”


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–Pues sí, aunque en esa familia, más que peras y manzanas habría que hablar de estufas y refrigeradores, que son casos de manzanas ya muy sofisticadas. En general, la obesidad tipo manzana, viene siendo más peligrosa que la tipo pera; digo esto para cambiarle un poco el tono al artículo, que empezó muy favorable para las manzanas, ¿no? Por mucho que estemos acostumbrados a la manzana como símbolo de salud, en estos casos, está asociada con una realidad muy diferente: caracterizar cierto tipo de obesidad a través de la medición del perímetro de la cintura y la cadera. La obesidad, no sobra recordarlo, aumenta dramáticamente el riesgo de enfermedades tales como las cardiovasculares, la hipertensión arterial, el infarto de miocardio, la diabetes Tipo II y la apnea del sueño, entre otras. –Aunque es un hecho que un obeso que no se cuida, aunque empiece con forma de pera, terminará con el tiempo desarrollando una obesidad en forma de manzana, ya sea mujer u hombre –agregó ella, al tiempo que ingería el último pedazo de brownie con helado de vainilla y yo los seguía mentalmente en su trayecto hasta el depósito en las “cartucheras”. –Creo que deberías aumentar las peras y las manzanas en tu dieta –agregué tratando de alejar la visión de “cartucheras” que apareció en mi mente–. ¿Sabías que el mundo produjo en el 2007 unos 47 millones de toneladas de manzanas, mientras que de peras apenas unos 17 millones de toneladas? –¿Y eso es mucho?

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–Bueno, pues si divides los 47 millones de toneladas entre los 6,700 millones de habitantes que hay en el planeta eso nos da como a unos 7 Kg de manzanas y 2.5Kg de peras al año por cada terrícola. Poco, ¿no? –Sí, muy poco, sobre todo considerando que hay países donde se come muy poca fruta, generalmente ubicados en el hemisferio sur, mientras que los que más consumen se ubican en el hemisferio norte –y entonces me aventó un torito–: ¿Sabes dónde se producen más manzanas? –¿En Zacatlán de las manzanas? –Contesté, mitad en serio, mitad en broma. –No, ¡qué va! –dijo riendo–. La mitad de esa fruta la producen los chinos, aunque como es de suponer, se comen buena parte de lo que producen, y eso no se explica con peras y manzanas, sino con hambre. Chile e Italia son países que exportan mucha manzana y Argentina mucha pera. Y más del 30% de las manzanas se industrializan contra sólo el 10% de las peras y más de la mitad de las manzanas que entran a una fábrica se destinan a hacer jugo. –¿Sabes qué? –agregó ella después de reflexionar unos instantes sobre toda esta información–. Voy a inventar la dieta de “la Pera y la Manzana”. Tendrá efectos en la salud igual o más poderosos que las dietas de la Luna, la de la sangre, la de la Zona, la del Orozco o la de Atkins. Consistirá en un vaso de jugo de pera de unos 235 ml, seguido de otro del mismo volumen de jugo de manzana cada hora durante todo el día. No sabía si bromeaba, por lo que comenté:

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–¿Sabes cuánta azúcar es eso? Aproximadamente 25 gramos de azúcar del jugo de manzana y otros 38 del de pera. ¡Más de 215 calorías cada hora! Si pasaras ocho horas durmiendo, en 16 horas te habrás metido 3,440 calorías provenientes del jugo. Y para alguien con tus características de edad y peso, se requiere de unas 1,800 calorías diarias nada más para que vivas. Si te la pasaras en reposo, sin hacer nada, estarías consumiendo 1,640 calorías en exceso al día; 11,480 a la semana, y en un mes 45,920, o lo que es lo mismo, ¡como si comieras 5 kilos de grasa! Cuando caminas una milla a buen paso te consumes unas 150 cal, así que imagínate los dos escenarios: los kilos que te vas a echar de más o la cantidad de ejercicio que tendrás que hacer para no engordarlos, ¡¡¡tú que te la pasas sentada!!! No, ingeniera, la nutrición no es lo tuyo. –Oye, oye, no seré nutrióloga, pero sé que todo en exceso es perjudicial. Además no olvido cómo durante mi embarazo, para cuidarme, decidí sustituir el refresco por el jugo (de naranja, pero jugo al fin) y la botana ocasional por unas manzanitas. En un mes, subí lo que debía subir en cuatro. –Insisto, que bueno que te dedicas a… a… ¡a lo que te dediques! Además, la grilla debe requerirte de muchas calorías. –Ja ja ja, sí, soy mejor explicando con peras y manzanas, que calculando su contenido calórico. Pero no todo en la manzana es azúcar, recuerda que las peras y las manzanas tienen un importante contenido de minerales y vitaminas, por eso los gringos dicen “an apple a day keeps the doctor away” (“una manzana al día, mantiene lejos al doctor”).

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–Pues sí, una pera (o para todo propósito práctico, una manzana) aporta el 10% de nuestro requerimento de vitamina C y cobre, aproximadamente el 5% de potasio, manganeso, riboflavina, vitamina B6 y vitamina K. Aunque siempre hay mejor: una naranja aporta más del 80% del requerimiento de vitamina C. –‘Tons, ¿los gringos echan puro rollo? –No, bueno, al menos no por culpa de las manzanas (o las peras). En su favor diría que una sola manzana nos aporta la quinta parte de la fibra que necesitamos al día pues tienen mucha pectina. Así que, por lo menos al proctólogo y al gastroenterólogo lo podemos mantener alejado si nos acercamos a las manzanas. Además contiene toda una serie de compuestos que previenen enfermedades y que no tienen que ver con calorías ni con requerimientos diarios, como son los flavonoides, que tienen muchas propiedades además de ser antioxidantes. –Y bueno a todo esto, ¿quieres una rebanadita de pay de queso para tu café? –¡Qué pasó! Mejor un strudel de pera —¿hay de otro?— para celebrar el feliz inicio de este texto de divulgación. Karla Cedano Agustín López-Munguía

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Una mirada a la diversidad A simple vista ¿Cuántas veces hemos oído el término “diversidad biológica”? ¿Qué debemos entender por esto? Se refiere a las diferentes formas en que la vida se presenta en nuestro planeta. Esta biodiversidad es la riqueza de recursos, ya sean animales o vegetales, con los que cuenta una región dada. Por razones estrictamente climáticas, las diferentes formas de vida se han distribuido en nuestro planeta de manera que en los polos existe poca diversidad; es decir, un número reducido de especies. Entre los trópicos, por el contrario, se encuentra una mayor diversidad de especies. Esto es fácil de entender en virtud de la existencia de un mayor número de “nichos” que pueden ser habitados en las regiones tropicales, entendiendo por nicho el conjunto de características geográficas, recursos alimenticios y espacio-temporales, y cómo cada especie los ocupa, explota y aprovecha. La existencia de nichos característicos para cada especie les permite convivir en un mismo espacio geográfico al mismo tiempo, sin que tengan que recurrir a la competencia. Es una manera de distribuir los recursos de un sitio entre sus pobladores. Un ejemplo estupendo de esto lo representan los insectos, de los cuales aún no conocemos todas las especies existentes, y quienes han encontrado en los trópicos infinidad de nichos. Siguiendo con los insectos, y para ilustrar el otro lado de la 25


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moneda, pensemos en la agricultura, éxito cultural indiscutible del hombre que le permitió llevar una vida sedentaria. Sin embargo, la agricultura también trajo consigo una ruptura del equilibrio de la diversidad biológica; especialmente la agricultura moderna, que implica grandes extensiones de terreno en las que se explota una sola especie vegetal. Estos ambientes poco diversos han favorecido el establecimiento y desarrollo exitoso de un número restringido de especies de insectos cuyas poblaciones son muy numerosas y que se alimentan de ese cultivo en particular. El mantenimiento de la diversidad es el fundamento de la rotación de cultivos, estrategia que limita el establecimiento de las plagas. A través del microscopio Visitemos ahora comunidades formadas por organismos menos conspicuos, ya que son unicelulares y microscópicos: las bacterias. Evidencias fósiles indican que, hace aproximadamente tres mil quinientos millones de años, la Tierra primitiva estaba poblada por comunidades de bacterias. La presencia de bacterias en ambientes tan variados como una mancha de petróleo, o la emulsión de las películas fotográficas, indica su amplia capacidad de adaptación. De hecho, las bacterias son más comunes de lo que estaríamos dispuestos a aceptar. Se han adaptado a ambientes tan extremos como son el estómago o la boca de los vertebrados. Son capaces de tolerar temperaturas próximas a los 100ºC, o de vivir en atmósferas saturadas de químicos corrosivos. Para desgracia del ser humano, han sido inclusive capaces de adaptarse a la presencia de 26


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moléculas que controlan su reproducción, iniciando así una época de resurgimiento de enfermedades que se pensaban erradicadas gracias al uso de los antibióticos (la tuberculosis, por ejemplo). Cepas bacterianas resistentes a antibióticos son también responsables de procesos infecciosos que se presentan en medios hospitalarios y que constituyen una de las formas de las llamadas infecciones nosocomiales. ¿Qué produce esta diversidad? Ahora bien, la diversidad que observamos tanto en macro como en microorganismos es el resultado de eventos que ocurren a escala molecular; eventos que además deben transmitirse y perdurar entre las generaciones. En esta escala molecular, existen mecanismos que actúan a nivel de la lectura de la información genética contenida en el ADN (ácido desoxirribonucléico), que harán que el mensaje final pueda tener un significado distinto. Pensemos en el ADN como una larga lista de instrucciones que deben realizarse en un orden específico. Para que las instrucciones se lleven a cabo es necesario primero cambiar el tipo de letra, ya que quien efectúa las instrucciones no puede leer la fuente en la que está escrito el ADN; es necesario cambiarlo a ARN (ácido ribonucléico), proceso llamado transcripción. El transcrito —o texto escrito en forma de ARN— es el mensaje que se traduce en una forma final, que por sí solo puede ser funcional. En estos cambios de lenguaje existen controles de calidad que garantizan, de la mejor manera posible, que se mantenga el mensaje original. Sin embargo, de cuando en cuando existe un cambio en

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la información que puede ser silencioso o no; son las mutaciones que representan una de las formas de la variabilidad de las que hablamos. Veamos el siguiente ejemplo de una mutación posible. El mensaje al que se le ha cambiado el tipo de letra, está puntuado, como este texto, con señales que indican qué leer y hasta dónde leer. El mensaje leído es traducido en aminoácidos, y se requieren muchos de estos unidos entre sí para conformar una proteína. Entre sus funciones, las proteínas garantizan tanto la funcionalidad como la estructura celular. En organismos de especies emparentadas es frecuente encontrar proteínas que cumplen la misma función pero que presentan diferencias en su estructura. Una de esas diferencias puede ser simplemente la longitud, esto resulta de los signos de puntuación ubicados en diferentes posiciones del mensaje y que indican al traductor una lectura más o menos corta, produciendo, por ende, proteínas más o menos cortas (con más o menos aminoácidos). Es necesario aclarar que en organismos multicelulares no todo lo que es transcrito termina traducido en proteínas; existen porciones del transcrito que son eliminadas y nunca forman parte del mensaje final que sí es traducido. Una fuente de variabilidad muy importante se presenta cuando un mismo transcrito origina diferentes mensajes (y finalmente proteínas) al incluir o eliminar algunas de esas porciones de ARN. Esto reviste una gran importancia como estrategia evolutiva, ya que un mismo transcrito instruye la construcción de proteínas diferentes; sería como tener en un mismo libro los textos de El Quijote y La Divina Comedia, intercalados, en el que, para leer el primero, bastara con empezar en la primera hoja, pero para leer la segunda obra, habría que saltarse las primeras sesenta 28


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hojas, comenzar la lectura y proseguirla por doscientas hojas más, volver a saltarse ciento cincuenta hojas esta vez, y así sucesivamente. Más sutil aún, y menos entendida hasta el momento, es la variabilidad que las proteínas presentan gracias a diferencias en una serie de modificaciones que ocurren después de que han sido fabricadas. Una de estas modificaciones consiste en el decorado de la superficie de las proteínas con azúcares (una vez decoradas reciben el nombre genérico de glicoproteínas). En muchas proteínas esta decoración condiciona ya sea su actividad biológica, su estabilidad, o bien su permanencia en el sistema —por ejemplo, circulatorio—. Esta variabilidad ocurre en una sola célula y repercute en el producto final de una línea de producción. Imaginemos una planta ensambladora de vehículos. Este ejemplo es particularmente útil hoy en día en que la alianza entre empresas es práctica común. Estas alianzas permiten el empleo de plataformas comunes, es decir, los primeros pasos en el ensamble son comunes a todos los vehículos, pero hacia el final del proceso ocurre la personalización del producto en la que cada firma agregará el logotipo propio a su producto final. Algo así ocurre con las células y las modificaciones que realizan a las proteínas que salen de la línea de producción. Todos los ejemplares de una proteína son producidos de manera similar de inicio a fin, pero al salir de la línea de ensamblado reciben un toque que las diferenciará del resto. En el caso particular de la adición de azúcares, aún cuando las cadenas de azúcares se asocian a aminoácidos específicos, no existe un perfil predeterminado para dicha adición. El hecho de que cada una de las proteínas que sale de la línea de producción reciba una decoración con azúcares diferente, les 29


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confiere propiedades diferentes. Siguiendo con el paralelo entre el ensamblado de proteínas y el de autos, las consecuencias de tener una decoración u otra, va mucho más allá del aspecto estético; es más bien similar a agregar o no bolsas de aire o frenos antibloqueo a los vehículos. Esto es, las repercusiones que resultan de la existencia o no de modificación, o de cómo ésta se realiza, pueden significar, en algunos casos, la vida o la muerte. Existen ejemplos de padecimientos ocasionados tanto por la presencia de azúcares, como por su ausencia. Como ejemplo del primer caso, podemos mencionar a la proteína responsable de la enfermedad de las vacas locas. Aparentemente, dicha proteína se encuentra tanto en cerebros de animales sanos como enfermos. Sin embargo, su arreglo en el espacio y su decoración con azúcares son diferentes; la estructura de la proteína hallada en cerebros enfermos parece estabilizarse gracias al decorado con azúcares. Entre los padecimientos ocasionados por la ausencia de azúcares se encuentra un grupo de raras enfermedades congénitas caracterizadas por defectos neurológicos y del desarrollo. Una parte de estos padecimientos se origina por defectos en las primeras etapas del procesamiento de las glicoproteínas; volviendo a nuestro ejemplo del armado de autos, es como si se olvidara instalar el sistema hidráulico que permite accionar los frenos. Un auxiliar en el diagnóstico de algunas de estas enfermedades es el análisis de una proteína del suero sanguíneo, la transferrina, normalmente decorada con dos cadenas de azúcares en una secuencia conocida. Aun cuando esta glicoproteína no está directamente relacionada con todos los 30


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padecimientos que resultan de una adición deficiente de azúcares a las proteínas, el hecho de identificar variantes de ella es indicativo de problemas en el procesamiento general. La transmisión de la información Los cambios, o mutaciones, a los que hemos hecho referencia líneas arriba, necesitan ser heredados para que puedan tener un significado evolutivo. El efecto será de mayor importancia si suficientes miembros de la descendencia adquieren dicha mutación, y si se producen descendientes lo suficientemente rápido. Las mutaciones pueden tener efectos diametralmente opuestos en el destino de los individuos que las presenten. Supongamos que una de estas mutaciones en el ADN afecta la secuencia que dicta un aumento en la síntesis de la proteína que da color al pelaje de una rata de campo. La rata de campo que porta dicha mutación es más oscura que el resto y, supongamos que por el hecho de ser más oscura, es más difícilmente localizable por los búhos que se alimentan de ellas. Solamente por el hecho de escabullirse de su depredador, tiene más probabilidades de reproducirse, por lo tanto, de transmitir esta característica a sus descendientes. Si la mutación del ejemplo produjera la disminución de la síntesis del pigmento, la rata de campo sería más clara y más fácilmente localizable por el depredador, aumentando las probabilidades de ser cazada, con lo que se reduce la probabilidad de transmitir dicha característica a nuevas generaciones. La transmisión de las características genéticas es garantizada en el momento de la reproducción de los individuos y, básicamente, son dos 31


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los modos de reproducción que se conocen. La reproducción asexual observada, por ejemplo, en bacterias, consiste en la bipartición (división en dos) de la célula progenitora para dar origen a dos células hijas. En ellas, aproximadamente cada 25 minutos ocurre una división. De este modo, y siguiendo una progresión geométrica (1, 2, 4, 8, 16, 32... etc), se pueden alcanzar poblaciones de bacterias relativamente numerosas al cabo de algunas horas en condiciones óptimas de crecimiento. Este tipo de reproducción garantiza que la descendencia herede una copia idéntica de la información genética de la célula progenitora. Cuando ocurre una mutación en alguna de las células, es inmediatamente heredada a las células hijas; si dicha mutación permite a las hijas sobrevivir, por ejemplo, en presencia de antibióticos, entonces esas células resistentes heredarán a su descendencia la capacidad para vivir en presencia de antibióticos, obteniéndose entonces una cepa resistente. La carta fuerte de la evolución que ha permitido la explosión de las formas de vida en el planeta es sin duda el sexo; es decir, la forma sexuada de reproducción, ya que ésta implica que el producto presentará una combinación de las características de los padres, al heredar solamente la mitad de los genes de cada uno de ellos. Entre los organismos que se reproducen sexualmente no existen dos individuos idénticos, y esto tiene un significado evolutivo al presentarse diferentes aptitudes y habilidades generación tras generación. Ahora bien, la variabilidad que el sexo permite se basa en que el proceso de combinación de la información genética es aleatorio, no hay manera de saber cuáles de los genes de los padres serán escogidos y heredados a un descendiente específico. Se ha 32


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sugerido que la reproducción sexual se ha conservado ya que es una manera de dispersar mutaciones ventajosas, separándolas de las que no lo son. Otra corriente del pensamiento sugiere que la reproducción sexual existe y se ha mantenido para que los organismos que la practican puedan hacer frente a los genes de virulencia de organismos patógenos, de modo que una batería de genes que favorezcan la patogenicidad de un agente infeccioso, sean enfrentados por un conjunto de genes del huésped que refuercen su resistencia ante tal patogenicidad. La ventaja aportada por el sexo consiste, entonces, en la combinación aleatoria de genes de resistencia que, sumados, pueden representar la victoria ante el patógeno. Para llevar a casa Una de las características de la vida en el planeta es la diversidad de formas en que se presenta. La variabilidad introducida por los mecanismos moleculares y que es trasmitida a la descendencia, ha permitido que innumerables organismos hayan conseguido adaptarse a las cambiantes condiciones de nuestro planeta (cambiantes en la escala del tiempo geológico). Uno de los primeros cambios de grandes consecuencias fue inducido por el desarrollo de comunidades de bacterias fotosintéticas, quienes produjeron el oxígeno que poco a poco se acumuló en la atmósfera. Esto permitió el desarrollo de formas de vida con metabolismo dependiente de oxígeno, base de la vida que conocemos hoy día. La llegada y permanencia del hombre en el planeta —cuyo desarrollo cultural ha sido único— se ha caracterizado por una gran capacidad de 33


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modificación del medio ambiente. Los primeros vestigios de herramientas fabricadas por el hombre datan de hace dos millones de años, marcando el comienzo de la transformación del entorno. Esta siempre creciente capacidad de transformación, cada vez más compleja, ha conducido a cambios dramáticos en nuestro planeta, que no sólo han aumentado la diversidad de ciertas formas de vida, han resultado también en la extinción de otras. Los conocimientos científico y técnico (dos de las características propias del desarrollo cultural del hombre) alcanzados en las últimas décadas, nos han permitido bosquejar una explicación para el origen y mantenimiento de la diversidad biológica, y en estas páginas hemos esbozado un retrato hablado de dichos mecanismos. Sandino Estrada

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¿Qué es la entropía? Hace algunos años, en una pequeña ciudad del Medio Oeste en Estados Unidos, se dieron varias protestas en contra de la segunda ley de la termodinámica. Éstas tomaban su raíz en libros de texto en los que se enseñaba, tal vez de manera algo desafortunada, la posibilidad de que el universo termine en una “muerte térmica”; es decir, en un estado carente de cualquier tipo de estructura, y por lo tanto, de vida. Esto les pareció a varias almas sensibles una blasfemia hacia un Creador todopoderoso, de cuya infinita bondad habían logrado convencerse a tal grado que no podían tolerar la exposición de tales ideas a sus inocentes hijos. Tomaron por ende las calles, pidiendo que no se enseñaran ya semejantes herejías. Al enterarse de este extraño suceso, un amigo mío, muy culto pero con pocos conocimientos de física, me preguntó: –Y en esto, ¿cuál es tu opinión? Externé, como me parecía obvio, que en semejantes asuntos no era posible tener opinión, sino que sólo le quedaba a uno atenerse a los hechos y a las teorías ampliamente verificadas por la experiencia, como lo son, muy seguramente, las leyes fundamentales de la termodinámica. –Pero, ¿no hay posibilidad de tener opiniones propias? ¿No hay lugar para que cada cual tenga una visión individual de las cosas? ¿No es,

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como lo dicen algunos, un acuerdo social en la comunidad de los físicos que determina qué leyes supuestamente rigen la naturaleza? Y si es así, ¿qué derecho tienen ustedes a imponer su enfoque particular a personas que desean vivir con otros puntos de vista, como lo es el religioso? –Me parece –le dije– que estamos confundiendo varios niveles de la realidad. La termodinámica, en sus orígenes, se desarrolló para describir el desempeño de las máquinas de vapor. En esto ha sido extraordinariamente exitosa. Sus aplicaciones en el mundo de hoy son innumerables: no dudo ni por un instante que aquellos que estuvieron protestando contra la segunda ley, la están aprovechando cada día en los motores de sus automóviles, en sus refrigeradores o cuando disfrutan del aire acondicionado. –Probablemente necesito que me lo expliques un poco –me contestó–. Siempre había creído que la entropía era algo muy desvinculado de la realidad concreta, algo que tiene que ver con información, y con un significado mucho más profundo de lo que corresponde a máquinas de vapor o refrigeradores. –Primero hagamos una aclaración –le respondí–. Si un concepto explica un dato real de manera sencilla y precisa, entonces éste es tan profundo como necesita serlo. Explicar cómo funciona un refrigerador es importante, entre otras cosas porque sólo así se podrá diseñar uno mejor. Lograr esto con pocas ideas sencillas es el ideal de la ciencia, que en pocos casos se ha realizado tan perfectamente como en la termodinámica. El afán de ser profundo a expensas de la sencillez es del todo ajeno a la ciencia. Si a veces no parece así, es que la ciencia tiene un cierto vocabulario 38


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técnico, que muchos no dominan. Pero en lo básico, las ideas importantes suelen ser sencillas. “¿Qué es la entropía? La respuesta requiere de tres conceptos: la temperatura, el calor y la reversibilidad. Vamos por partes: la temperatura es algo que siempre se encuentra igual para dos cuerpos que pueden intercambiar calor. Un trozo de hierro y otro de madera que quedaron cierto tiempo en un cuarto tienen ambos la misma temperatura. Esto no corresponde necesariamente a nuestro sentido subjetivo de lo que es caliente o frío: en este caso, el hierro parecerá más frío que la madera, pero en realidad ambos tendrán la misma temperatura.” –Esto me parece razonable –me dijo–, pero hasta ahora, sólo me has dicho cómo saber cuándo dos temperaturas son iguales. ¿Cómo, con lo que me dijiste, puedo determinar el intervalo entre dos temperaturas distintas? y, ¿de qué manera puedo determinar una escala de temperaturas? –En realidad –respondí– ésta es una pregunta difícil, y no la puedo contestar aquí de manera satisfactoria. Lo que resulta es que existe una escala natural de temperatura determinada por el comportamiento de los gases a baja presión. Ésta es siempre mayor que cero, y se anula a 273.16 grados centígrados debajo de la temperatura a la que se derrite el hielo. El calor, por otro lado, sencillamente es una forma de energía: si recordamos que hay varios tipos de energía (cinética, potencial, eléctrica, química...), veremos que la energía total a veces disminuye de manera inexplicable. Esto es un tanto extraño ya que, de manera general, la energía se conserva. Por ejemplo, al dejar caer un huevo al suelo, la 39


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energía que dio lugar al rápido movimiento de caída del huevo no aparece en ningún lugar obvio después de que el huevo se estrelle. Resulta que, en realidad, toda energía que parece perderse se encuentra bajo la forma de calor, y tiene el efecto de hacer subir la temperatura: el huevo es un poco más caliente después de estrellarse. En el siglo XIX, Joule hizo un gran número de experimentos para comprobar esto, y en todos encontró que la energía mecánica de un kilogramo cayendo de una altura de 425 metros basta para calentar un litro de agua en un grado centígrado; en otras palabras, esta energía es siempre la misma cantidad de calor, con lo que se llega a la idea de que calor es energía, pero en una forma en la que no se puede aprovechar de manera directa. –Pero entonces, ¿no será el calor un mero comodín para hacer que la energía se conserve? ¿No se tratará precisamente de una pura convención usada entre físicos, pero que no tiene base real? –No realmente –le contesté–. Estás pasando por alto el dato básico de que los cambios de temperatura nos permiten medir los cambios de calor de manera objetiva. No decimos que el calor aumentó sólo porque perdimos algo de energía: los experimentos de Joule siguieron tanto los cambios de temperatura como la energía añadida con mucha precisión para llegar a la conclusión que el calor era realmente la energía faltante. Ahora llegamos a otra idea esencial: la reversibilidad. Decimos que un proceso es reversible si se puede recorrer en el sentido opuesto. Dicho de otra manera, si al pasar el video que se tomó de un proceso dado, no se puede estar seguro en qué sentido va la película, entonces el proceso es reversible; si no, no lo es. Abrir una lata de refresco sacudida, por ejemplo, 40


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no es reversible: nunca sucede que el refresco, del que uno tiene toda la cara empapada, se junte ordenadamente para entrar en una lata, mientras el proceso inverso es demasiado fácil de realizar. Por otro lado, dejar que un gas se expanda, aprovechando el proceso para levantar un peso, es perfectamente reversible, ya que se puede hacer bajar el peso para volver a comprimir el gas. Muchos procesos reales son aproximadamente reversibles. Ahora ya tenemos todos los elementos para definir la entropía: cuando se pasa reversiblemente de un estado a otro, el incremento de la entropía es el incremento de calor dividido entre la temperatura. –Me pregunto cuál es la ventaja de semejante definición –preguntó mi amigo–. ¿No basta ya con temperatura y calor? ¿De qué sirve esta nueva definición? –Su utilidad es la siguiente: La Segunda Ley de la termodinámica ahora dice que el incremento de entropía no depende del camino que se usa para llegar de un estado a otro. En particular, si tengo una máquina cíclica, la entropía al final de un ciclo es la misma que al principio. –Tal vez no lo entienda bien –me dijo–, pero me lo estoy imaginando de la manera siguiente: el calor tiene un “valor entrópico”, que es pequeño cuando la temperatura es alta y grande cuando es baja. En otras palabras, puedo sacar mucho calor a alta temperatura por la misma entropía que corresponde a poco calor a temperatura baja. –Tienes toda la razón –le dije–, es exactamente como dices. –Entonces, ¿será posible hacer negocio con el calor, comprando barato y vendiendo caro? Por ejemplo, podría tomar, al principio de un 41


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ciclo, cierta cantidad de entropía de una fuente de alta temperatura, luego desecharla a temperatura más baja para finalmente regresar al principio otra vez. En total habría entonces ganado calor. Me parece que lo estoy sacando de la nada, lo que no puede ser. –Y no obstante tienes razón: sí se puede –le contesté–. Lo que pasa es que estás confundiendo calor y energía: el calor es una de las formas de la energía, pero existen muchas otras, en particular la que se expresa en trabajo mecánico. Podemos decir que la energía es calor cuando la observamos pasar de un sistema a otro, pero una vez que llega, es energía nada más: no se puede decir si será calor o trabajo... –Ya entendí –me interrumpió–. Lo que pasa en el sistema que describí es que saqué energía de la fuente de temperatura alta, puse una parte en forma de calor a la temperatura inferior y me quedé con un sobrante de energía para efectuar trabajo. Pero, ¡me parece que esto es de gran utilidad práctica! Si esta máquina funciona cíclicamente, puede seguir suministrándonos trabajo para siempre. –¡Felicidades! –le dije–. El procedimiento que describes es, de hecho, la base del mecanismo de casi todos los motores que se usan. La máquina de vapor así funciona, y también los varios tipos de motores de vehículos: sean de dos o de cuatro tiempos, de gasolina o diesel, siempre la idea es sacar energía a la más alta temperatura posible, para después deshacerse del calor sobrante a una temperatura cercana a la del ambiente. El refrigerador, dicho sea de paso, funciona de la misma manera, pero al revés...

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–¡Lo veo!– Se debe quitar entropía al refri para ponerla en la cocina. Como el calor de baja temperatura es entrópicamente caro, es malo el negocio. Por esto debo poner energía de mi parte, que es la que me cobra la compañía de electricidad. ”Pero sigo con una duda –prosiguió–: hasta ahora me has dicho lo que pasa con la entropía en procesos reversibles. ¿Qué pasa en el caso de cambios irreversibles? He oído que la entropía siempre crece y, hasta ahora, sólo me has dicho que se mantiene constante en un ciclo. ¿Qué hay de verdad, entonces, en esto del crecimiento de la entropía?” –Ésta es la otra vertiente de la Segunda Ley, y es la que causa problemas a la gente de tiernas conciencias: se afirma que no puede existir máquina cíclica alguna que opere a una sola temperatura. En otras palabras, no es posible sacar calor de una sola fuente y convertirlo íntegramente a trabajo. Que esto no se puede hacer de manera reversible resulta claro de la definición de la entropía que te acabo de dar. –Tienes razón –dijo después de cierto tiempo–. Implicaría sacar calor a una sola temperatura, es decir, a un solo precio: en estas circunstancias no hay manera de hacer negocio, y hay que regresar todo el calor que se tomó si se quiere regresar al valor original de la entropía. Pero esto debe ser, ya que se trata de una máquina cíclica. –Exactamente, pero hay más: no sólo suponemos que esto no se puede hacer con un proceso reversible, sino que afirmamos que no se puede de ninguna manera. Dicho de otro modo, los procesos reversibles son los más eficientes en cuanto al porcentaje de energía que logran aprovechar. Si llevo a cabo un ciclo irreversible, entonces la eficiencia es 43


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menor, llevando a un crecimiento total de la entropía. Como te lo platiqué, las máquinas aprovechan diferencias de temperatura para realizar trabajo. Conforme éstas se van aminorando, la máquina pierde eficiencia y, al fin, se para. –Entiendo: si nos representamos al universo entero como si fuera una gran máquina, este crecimiento constante de la entropía debería acabar por llevarnos a un estado de cosas en el que no hay ninguna diferencia de temperatura en ningún sitio y donde, por lo tanto, ninguna actividad sería realizable. –Así es lo que a veces se dice, y son éstas las ideas que llevaron a las protestas que discutíamos al principio de esta conversación. Sin embargo, no se debe tomar esto demasiado en serio: hay muchas cosas que no sabemos acerca del universo, y no es para nada obvio que se le puede equiparar a una máquina. En particular, la naturaleza de la gravedad hace dudar si se puede realmente aplicar la termodinámica al universo entero. Existe aún cierta incertidumbre sobre lo que le sucederá después de mucho tiempo; pero ésta tiene su origen en nuestros conocimientos de las leyes de la física, y no en nuestras creencias acerca de las intenciones de un ser que está, por lo demás, totalmente oculto. Entropía e irreversibilidad –Estoy muy contento de volver a verte –me dijo mi amigo–. Desde nuestra última plática sobre entropía me he quedado con varias dudas, que me gustaría mucho aclarar contigo. –Con todo gusto. 44


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–La principal se refiere a la idea de reversibilidad e irreversibilidad. Si considero lo que pasa en el mundo real, no puede haber duda alguna: los fenómenos que observamos son, en su gran mayoría, obviamente irreversibles. Las películas que marchan al revés siempre se ven del todo imposibles, justamente porque lo que ocurre en la vida cotidiana es irreversible. Sin embargo, siempre se nos está diciendo que el mundo está constituido de pequeñas bolitas, los átomos, que se mueven con un movimiento absolutamente mecánico, semejante al de los planetas. Pero en tal movimiento no es posible que haya irreversibilidad alguna. O acaso, ¿hay fricción en los choques entre átomos? ¿Se deberá la irreversibilidad a gran escala a otra a escala atómica? –Para nada –contesté–; al contrario, cuando las colisiones entre las partículas de las que consiste el sistema son inelásticas, entonces pasan muchas cosas muy extrañas que todavía no se comprenden bien. Es, por ejemplo, lo que sucede cuando fluye la arena. Los granos chocan irreversiblemente, lo que hace que este sistema sea muy difícil de analizar. –Vaya –se rió–, los físicos saben del final del Universo, pero no cómo fluye la arena... –Así es –le contesté con toda seriedad–. Lo que la gente considera como la “profundidad” de un problema no corresponde, por lo general, ni a su importancia práctica ni a su grado de dificultad. Si lo dudas, piensa tan sólo en el movimiento de las dunas en los desiertos, y entenderás pronto por qué los movimientos de la arena son de mayor importancia que la posible muerte térmica del Universo. 45


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–Pero entonces, sigo sin entender ¿cómo de un movimiento meramente mecánico y reversible de las partes puede hacerse un fenómeno a gran escala que parezca espontáneo e irreversible? –Veamos un ejemplo –contesté–. Piensa en un recipiente separado en dos partes: una contiene un gas a presión alta y la otra está vacía. De repente la pared que separa ambas mitades se elimina de manera casi instantánea; por ejemplo, vaporizándola con una fuerte corriente eléctrica. Es obvio que el gas va a llenar todo el recinto de manera espontánea e irreversible, para usar tus propias palabras. –Sin duda –dijo pensativo–. Y ahora adivino lo que me vas a decir: si en lugar de un gas, me imagino una mesa de billar separada en dos partes, llena, una de ellas, de bolas moviéndose al azar y vacía la otra, seguramente al quitarse la pared divisoria, las canicas se irán mecánicamente del lado más lleno al más vacío; sin embargo, nunca se volverán a juntar todas en el lado donde todas empezaron. ¿Es realmente así? –Más o menos. Lo único que te faltó recalcar es la importancia del gran número de bolitas en la caja: obviamente, de haber sólo una, sí regresaría muy pronto del lado de donde salió. Aún con cinco o diez bolas, semejantes retornos se pueden observar en un tiempo razonable. Pero el tiempo medio de regreso se duplica por cada bola adicional... –Claro –respondió divertido–. No se me ha olvidado la historia de aquel rey, que se arruinó al prometerle a uno de sus sabios un grano de trigo en la primera casilla de un tablero de ajedrez, dos en la segunda, cuatro en la tercera y así duplicando sucesivamente. Así que, ya para 64 46


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bolas se puede descartar cualquier posibilidad de retorno en cualquier tiempo sensato. –Déjame darte otro ejemplo de la importancia de los grandes números. Imagínate dos urnas que contienen bolas idénticas, digamos veinte en total. Cada segundo, alguien elige una bola al azar y la pasa de la urna donde se encuentra a la otra: veremos que esto se parece bastante al ejemplo del gas que acabamos de discutir. En efecto, está claro, por un lado, que este proceso sí es reversible: si se filma, será imposible decir si la película fue tomada en el mismo sentido que la estamos viendo o no. Por otro lado, si se empieza con las veinte bolas en una urna, veremos cómo pasan de manera irreversible de la urna más ocupada a la otra. La apariencia también será de algo inevitable, irreversible y espontáneo. Pero si esperamos bastante tiempo, veremos cómo, en medio de una larga serie de pasos en los que ambas urnas tienen aproximadamente diez bolas cada cual, de repente ocurre, por casualidad, que una de las dos urnas se vacía. Una vez ocurrido esto, la urna llena se vacía de la misma manera que se había llenado: muestra cómo lo que aparenta ser irreversible puede suceder en un sistema reversible si se espera mucho tiempo... –Creo entender: lo que crea la irreversibilidad es el hecho de que empiece con una situación muy improbable: todas las bolas en una sola urna, o todas las moléculas de gas de un solo lado de la caja. Dada la condición inicial improbable, el desarrollo puede aparentar ser irreversible, aunque el sistema sea reversible. Esperando lo suficiente, la condición inicial aparecería, como dices, de la misma manera en la que la vemos desaparecer. 47


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–Sí, lo has entendido muy bien. –Ahora, sin embargo, me quedo con otra duda: si entiendo bien lo que me dices, las bolas se comportan de manera azarosa, es decir imprevisible. Pero, por otro lado, al pasar irreversiblemente de un lado al otro, actúan de manera muy previsible y, por así decirlo, inexorablemente. Parece algo contradictorio. –A primera vista puede dar esta impresión –contesté–, pero si lo piensas un poco, verás que se trata de algo bastante familiar. Sabes, por ejemplo, que ningún romance individual es predecible: no sabemos si va a resultar, si llegará al matrimonio o no, y mucho menos nos atreveríamos a predecir el día y la hora de la boda. Sin embargo, si consideramos una gran población, no hay dificultad en prever con muy buena aproximación el número de casamientos que se realizarán en un año dado. No se trata, sin embargo, de la mano del destino llevando a un número fijo de parejas al altar. Más bien, el azar junto con un gran número de individuos lleva a una certeza en ciertas predicciones. Aquí se trata de algo parecido: no puedes, para nada, predecir lo que pasará con una sola molécula, pero sí queda claro de qué manera se moverán, grosso modo, si se sueltan de una mitad de la caja del modo que hemos supuesto. –Es verdad –contestó mi amigo–. Muchas veces me había llamado la atención cómo, al salir del metro, los pasajeros fluíamos de manera bastante parecida a la del agua que se vierte de una jarra. Me había preguntado, ya varias veces, dónde quedaba nuestro libre albedrío si, en este caso, nuestra actuación era equiparable a la de un objeto sin voluntad alguna. Lo que me estás diciendo, entonces, es que las muchedumbres 48


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son todas parecidas, ya sea que estén conformadas de moléculas o de personas. Pero lo que decías acerca de las bodas parece ser sencillamente estadística. Acaso ¿me estás diciendo que ustedes los físicos hacen estadística con las moléculas? — Tan es así –contesté algo divertido–, que el nombre de esta rama de la física es el de Mecánica Estadística. –Entonces ¿qué es lo que juega en la física el papel del azar, de la casualidad, de todo aquello que no se puede predecir de ningún modo? Seguramente, no se puede hablar de probabilidades sin incertidumbre, cosa que no puede haber, si entiendo bien, en un sistema mecánico. –¡Ay!, he aquí una pregunta que no tiene respuesta obvia. Déjame contestarte con otra: ¿estarías dispuesto a apostar que la diezmilésima decimal de pi es un ocho? Y, si dices que sí, ¿con qué ventaja? –No veo muy bien a dónde quieres llegar –contestó–, pero la respuesta es obvia: si me ofrecen más que nueve a uno, ¡claro que lo acepto! –Pero, ¿no ves que tampoco hay probabilidad alguna en el valor de este decimal? Su valor está ya determinado desde siempre, por la mera definición de pi. Sin embargo, si apuestas, quiere decir que consideras el asunto del valor de la diezmilésima decimal de pi como azaroso. Es un enfoque que es probablemente insostenible desde un punto de vista fundamental, pero que sí es muy natural. Pues bien, nosotros los físicos tenemos el mismo tipo de actitud hacia el comportamiento impredecible, pero predeterminado de antemano, de las moléculas de un gas. Es posible

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que esta actitud sea absurda, pero entonces también lo sería lo que acabas de decir. –De acuerdo, pero esto es más un chiste que una explicación. –Lo admito. Estoy evadiendo la pregunta, pero más vale esto que una falsa y engañosa explicación. Sin embargo, en esta evasión, hay ya varios elementos que entrarían en una respuesta honesta: las decimales de pi, al igual que la trayectoria de un sistema molecular determinista, están fijadas de antemano. Por otro lado, tanto ésta como aquéllas son bastante difíciles de conocer de antemano. Esto es particularmente cierto para la trayectoria: no sólo depende de las posiciones y velocidades iniciales de las moléculas con una inmensa sensibilidad, sino que además se encuentra bajo las influencias incontrolables del entorno. Por lo tanto, ya que no tenemos modo alguno de predecir esta trayectoria, la describimos en términos probabilistas, como lo quisiste hacer tú con los decimales de pi. –Bien –contestó riendo–, y supongo que vas a decir que para procesos irreversibles como los que acabamos de platicar, la entropía, que me definiste en términos de calor y temperatura, siempre sube. –Es verdad; pero me temo que hoy no tengamos tiempo para discutirlo: ya son las siete... –¡Las siete! Con tanta plática se me olvidó una cena a la que tenía que ir ahora. Perdón, Paco, pero me tengo que ir. Y se fue, tan apresuradamente que ni notó cómo, al pasar cerca de un florero de mi casa, lo hizo estrellarse irreversiblemente...

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Entropía e información Era el cumpleaños de uno de los hijos de mi amigo; mi esposa y yo nos fuimos a la fiesta. Había gran cantidad de niños jugando, estaba muy buena la comida, varios de mis amigos se encontraban allí; vaya, todos nos divertíamos mucho. Al fin, mi amigo, mi esposa y yo nos encontramos en un lugar un poco apartado, y él retomó la plática interrumpida acerca de la entropía: –Me habías dicho que la irreversibilidad se da cuando la entropía de un sistema sube –empezó–, y habías definido la entropía en términos de calor que se suma de manera reversible a un sistema: dividiendo el incremento de calor entre la temperatura en este instante, obtienes el incremento de entropía, ¿verdad? –Perfectamente –contesté. –Lo que no entiendo es el porqué. ¿Por qué debería hacer precisamente esta extraña operación para descubrir si algo es o no reversible? –Hay varias maneras de contestar a tu pregunta, pero creo que la más sencilla es hablar de la conexión entre entropía e información: cuando sube la entropía, se pierde una cantidad enorme de información que no hay manera de reconstituir. Pasa un poco como cuando decides, en un texto que escribiste en la computadora, reemplazar cada ‘mas’ por un ‘más’, siguiendo los excelentes consejos de quienes saben de acentos. Cuando te das cuenta de que ahora tu texto tiene palabras como ‘mástil’ y ‘Alejandro Dumás’, el asunto ya no tiene remedio: tienes que volver a revisar todo el escrito, porque destruiste la información que te permite distinguir entre las sílabas ‘mas’ y ‘más’. En particular, si buscas ahora 51


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sustituir al revés todos los ‘más’ por ‘mas’, no regresarás a la situación original. Es un buen ejemplo de algo irreversible en nuestra vida diaria, y resulta que, en la física, los fenómenos irreversibles lo son por motivos muy parecidos. –Pero la entropía, tal y como me la definiste, es un número –dijo sorprendido–. ¿Acaso puedes medir la información? Me parece tan absurdo como querer pesar un pensamiento. –No del todo. Sí se puede definir una medida sensata de la información: se trata del promedio del logaritmo... –¡Párale, por Dios! –intervino mi esposa riéndose a carcajadas. Nadie te va a entender con semejante definición. No –dijo volteándose hacia mi amigo–, es un poco más sencillo que esto. ¿Ves aquí a esos dos niños jugando? ¿Qué están haciendo? –Parecen estar jugando a “veinte preguntas”... sí, acabo de escuchar a uno de los dos, preguntando “¿se encuentra en este jardín?” Claramente, está buscando adivinar un objeto desconocido con el menor número de preguntas posible. ¿Qué puede tener que ver este juego tan infantil con medir información? –No trates con tanta sorna los juegos de niños –dijo ella–. Creo que explican este asunto mejor que los logaritmos. Podemos decir que el niño que escogió el objeto tiene más información que el que lo quiere adivinar ¿no te parece? –Sin duda, pero con esto no puedes medir la cantidad de información...

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Mi esposa lo miraba atentamente y le preguntó si realmente no veía ninguna posibilidad de usar las preguntas para lograrlo. –A lo mejor –musitó–, podríamos pensar en tomar el número de preguntas, o cuando menos, el número mínimo de preguntas que se requiere para adivinar lo escondido. –Eso es –dijo ella–, esta definición tiene varias ventajas. Primero, crece con el número de posibilidades: si se sabe ya que un niño eligió un objeto en el jardín, o si se sabe que tal otro siempre elige algo relacionado con alguna niña particular, se requieren menos preguntas que si realmente no se sabe nada. Es decir, se está midiendo algo que sí tiene que ver con nuestra intuición de la cantidad de información... –Y, por otro lado –prosiguió él–, si dos niños eligen dos cosas de manera independiente, las preguntas que se van a necesitar serán la suma de las que van dirigidas al primer niño más las que van para el segundo. Esto parece muy sensato: en estas circunstancias la cantidad de información total debería ser la suma de las dos. –Vas rápido –contestó ella–, y aquí estamos muy cerca del asunto de los logaritmos, si quieres que hablemos de ellos... –No, gracias –dijo con fingido temor–. Nunca he logrado entenderlos. Pero tengo un par de dudas: primero, el número de preguntas, ¿no podría depender algo de la suerte de quien pregunta? Recuerdo que ganar a “veinte preguntas” siempre era en gran medida asunto de suerte. –Cierto –respondió mi esposa–, pero se puede eliminar esta ambigüedad definiendo la información como el número promedio de

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preguntas que hay que hacer si uno está siguiendo la mejor estrategia para ello. –Esto es, precisamente, mi segunda duda: ¿Cuál será una buena estrategia para lograr averiguar el objeto desconocido lo más rápido posible? –Estoy segura que lo podrás encontrar por tu propia cuenta –contestó sonriendo. Debió hacer efecto la sonrisa, porque las habilidades deductivas de mi amigo, que habían sido muy escasas hasta ahora, lucieron deslumbrantes este día: –Hagamos un problema bien definido –reflexionó–. Supongo que has elegido un número entre uno y diez. ¿Qué haré para averiguarlo? Se me ocurre que hay que preguntar de tal manera que un sí me sea igual de útil que un no. Por esto, no debo empezar preguntando: ¿es un siete? Un “sí” sería maravilloso, pero un “no” me dejaría desconsolado. No hay que arriesgarse tanto. Mejor entonces preguntar: ¿es menor que cinco? Aquí me da igual si me dices sí o no, en ambos casos gano la misma cantidad de conocimiento. Por cierto, con un número entre uno y diez, me voy a meter en líos tontos. Mejor hubiera empezado con un número desconocido entre uno y dieciséis. –Exacto –dijo ella–. A ver si realmente lo sabes hacer. Ya elegí un número. Tienes cuatro preguntas. –¿Es mayor o igual a ocho? –No. –¿Mayor o igual a cuatro? 54


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–Sí. –¿Mayor o igual a seis? –Sí. –¿Es seis? –¡No! –Entonces es siete. –En efecto. Como ves, has respondido a la perfección a tu propia duda. –Sí, pero sigo con otra. El modo más común de transmitir información son los textos escritos. ¿Podrán aprovecharse estas ideas para decir cuánta información tiene una novela o un poema? –¿Por qué no? Basta con averiguar cuántas preguntas son necesarias para identificar un texto desconocido. –Ya veo. Ya que el Diccionario de la Real Academia tiene más o menos 80,000 definiciones, voy a necesitar entre... veamos... diecisiete y dieciocho preguntas para cada palabra. ¡Guau! Es muchísimo. –Lo siento, pero no creo que tengas razón: digamos, de la palabra “mujer” es más probable encontrar voces como “madura” o “hermosa” que, por ejemplo, “verde” o “metálica”. Esto permite evitar muchísimas preguntas inútiles. –¿Cuánta información por palabra tendrá un texto entonces? –No lo sé. Sería cosa de hacer una investigación lingüística bastante complicada. Lo difícil en este caso es saber cuál es la mejor estrategia para adivinar un texto desconocido en el menor número posible de preguntas. Esto requiere de muchos conocimientos de gramática y hasta 55


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del tema del texto, que también se puede aprovechar. En todo caso es mucho menor de lo que se obtiene suponiendo que todas las palabras son igualmente probables. –Entonces lo que dices es que un texto normal podría expresarse con mucho menos signos de los que usamos en el lenguaje escrito. Así es. Aquí entramos en el tema de compresión de datos, que es de gran importancia hoy en día, en particular en el Internet: cuando se trata de transmitir archivos de gran tamaño, es muy ventajoso encontrar alguna regularidad en ellos que permita comprimirlos para la transmisión. Esto no es tan importante para textos, pero sí para imágenes... –Cambiando de tema –dijo mi amigo–, creo haber entendido lo de la información pero, ¿cómo se usará para caracterizar un sistema físico? –Creo que esto te toca a ti, cariño –me dijo, como era de esperarse: yo soy el físico, mientras su especialidad son las matemáticas. –De acuerdo –intervine–. Si tengo un sistema físico, lo puedo describir de dos maneras: puedo sencillamente dar una descripción del tipo que hemos discutido al principio, basada en cantidades como la temperatura y la presión, que caracterizan el estado macroscópico; es decir, tal y como lo vemos, sin más detalle que lo que nos es inmediatamente accesible con instrumentos sencillos, como el termómetro. Por otro lado, puedo imaginar una descripción del sistema en la que cada molécula tiene una posición y una velocidad definida con alguna precisión. Ésta no se puede realmente averiguar, pero sí se puede imaginar. Ahora bien, está claro que hay mucho más información en esta segunda descripción que en la primera. Es un poco como en el ejemplo que dabas del texto: cada 56


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molécula es como una palabra y las que son cercanas se ajustan entre sí, de modo que no están puestas del todo al azar. De la misma manera que en el texto hablabas de información por palabra, aquí tenemos la información por molécula, que resulta ser lo mismo que la entropía por molécula. –¿Puedes mostrar esto que dices? –Lo tengo que pensar. En todo caso no ahora: se trata de algo bastante técnico, pero déjame ver si alcanzo a explicarlo de manera sencilla... Y, como la fiesta ya se estaba acabando, mi esposa y yo nos despedimos, no sin prometernos seguir con esta plática en otra ocasión. Francois Leyvraz

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Sol y pozole, combinación radiativa Con la boca reseca, la lengua como una piedra, la cara y los brazos ardiendo; acurrucado, pero deseando extenderse, se trataba de proteger tras una duna de los ardientes rayos de sol. Ese implacable Sol que calentaba, cocinaba todo alrededor en ese día de verano allá por el Norte, allá por el Pinacate, muy cerca del otro lado y muy cerca del agua. Así se recuerda antes de que una mano amiga le tendiera la cantimplora que estaba a unos pasos de él, después de haberla guardado como un inmaculado tesoro, allá en el desierto. Ese recuerdo le viene de la memoria ahora, que bajo los rayos del sol en Temixco, saborea un rico pozole radiado, acompañado de una cerveza Sol bien helodia, piensa: “un pozole radiado, cuando oí esa frase pensé en una comida hecha con granos de maíz cacahuazintle que habían sido sometidos a radiación para evitar el crecimiento de hongos o bacterias; pero, ¡qué diferencia al probar esta rica comida! La verdad es que nunca pensé que en el Centro de Investigación en Energía de la UNAM (CIE) hubiera este tipo de alimentos hechos en el cocedor solar”. Es un estudiante de maestría en ingeniería que goza de los deportes al aire libre; durante sus estudios de licenciatura había formado parte del grupo de montañismo y exploración de la UNAM. Por culpa de un examen de álgebra se perdió la clase de desiertos, donde habían indicado que en 61


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el desierto se debe tomar agua constantemente y no guardarla para después. Así es, en aquella ocasión había guardado la cantimplora como un tesoro, no había bebido agua y se había deshidratado. Hoy miércoles está comiendo en el CIE. “Desde el nombre cocedor solar, me sorprende; yo sabía que existían hornos o estufas solares, pero no cocedores solares.” Una semana antes se enteró, platicando con sus compañeros, que ese nombre fue acuñado para diferenciarlo de otros dispositivos que no están diseñados para cocinar sabroso, sino para ser eficientes, desde el punto de vista energético, o ser económicos. “Este cocedor sí está pensado para el sabor”. Al dar otro bocado a los granos de cacahuazintle con un poco de lechuga, rábano, pescado y calamar, pensó: “Este pozole de pescado ¡qué rico! Otra cosa que aprendo aquí en el CIE. No se me había ocurrido hacerlo”. Unos momentos antes había probado el de pollo y el de puerco y la verdad es que todos estaban deliciosos. “La textura de las tres carnes es estupenda, ni parece que se hayan cocido al mismo tiempo. Nunca hubiera creído esto: las tres diferentes carnes cociéndose a la vez y en el mismo tiempo”. Tras un sorbo de la Sol para disminuir el efecto del Sol, recuerda aquella mano amiga que había tenido que regresar unas dos horas caminando sobre sus pasos para ver qué le había pasado al de la retaguardia. Esa mano, que no descansó hasta que vio una silueta encogida atrás de la última duna y, a unos pasos de la figura, una mochila tirada junto a una cantimplora llena, intacta, que al ver los estragos de la deshidratación, le había ofrecido a su blancuzca boca un poco de agua con sales y azúcar. Su recuerdo salta al hospital de Punta Peñasco donde 62


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caviló la idea de construir una estufa solar después de haber sentido su piel cocinada por los rayos del sol. En ese momento mira al cocedor: “Los espejos reflectores son similares a los que tengo en mente y también la idea de cocinar con ollas pintadas de negro. Este sistema de orientación para recibir los rayos solares en el cocedor de una forma perpendicular todos los días del año es muy interesante y sencillo”. Su diseño es una caja cuadrada, el cocedor del CIE es un receptáculo semicilíndrico. “Este sistema mecánico, que al mismo tiempo sujeta al semicilindro y permite moverlo día a día para hacer que su cara plana apunte al Sol, es muy buena idea. Aunque lo más ingenioso es el modelo que describe cómo el cocedor se calentará con el Sol, o con la energía de respaldo, a través del tiempo y que obligó a usar materiales específicos en su construcción, de tal forma que nunca pudiera alcanzar temperaturas mayores a 130 grados centígrados, para que no se quemara la comida; además, este modelo predice una curva lisa de temperaturas en función del tiempo para conseguir un cocimiento lento, como el paciente y aletargado cocimiento que solamente las abuelas pueden dar a la comida. Bueno, eso aquí en Temixco... ¡ya quiero ver este cocedor en el Pinacate!... pero hay que ser justos, estoy seguro que el modelo indica cómo seleccionar los materiales para que este cocedor también funcione en el desierto”. Una de las bondades del cocedor del CIE es que, dados los máximos valores de temperatura ambiente e irradiancia que ocurren en Temixco a lo largo del año, no sobrepasará los 130 grados en su interior, ya que el estado estacionario del sistema está calculado, con el modelo, para alcanzar a lo más esa temperatura bajo las condiciones extremas: a 130 grados con 63


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una irradiancia de 1,000W/m2 y una temperatura ambiente de 38 grados centígrados toda la energía que entra sale por la envolvente, de esta manera el cocedor no se calienta ni se enfría. A su regreso del Pinacate a la ciudad de México, decidió terminar rápido su licenciatura en ingeniería e irse a hacer el posgrado en el CIE para terminar de diseñar su estufa solar. Mientras saborea el pescado reflexiona “¡Se me adelantaron!... este cocedor con respaldo eléctrico asegura que cada día que se pone a funcionar se degustará una rica comida solar. Nunca se me hubiera ocurrido usar alta tecnología en el control de la temperatura de mi estufa solar. Siempre quise hacerla de materiales baratos para usarla en el desierto... pero la cochinita pibil del miércoles pasado, que estuvo nublado, quedó de rechupete. Ese día vimos cómo funciona el control electrónico de temperatura. Primero pusimos la cochinita en las ollas y conectamos el control a las diez de la mañana; como a las once se empezó a nublar y pensé que ya no íbamos a comer. Cuando me di una vuelta a las doce, vi que la temperatura era de 81 grados centígrados, lejos de ser suficiente para cocinar una cochinita. El Sol y las nubes sólo habían permitido alcanzar esa temperatura; en ese momento oí el ‘trac’ del actuador conectando las resistencias eléctricas que empezaron a calentar el cocedor. A la una de la tarde el Sol salió nuevamente y a partir de ahí, cuando la temperatura era de 125 grados, las resistencias eléctricas dejaron de funcionar por la acción del control electrónico. A las dos sonó la chicharra, me dio gusto saber que la comida estaba lista. La verdad es que, aunque olía muy bien, con mucho

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escepticismo me serví la cochinita en el plato y la probé. Realmente sabía muy rica”. Termina su tercer plato de pozole satisfecho y agradecido con las nubes que se han portado bien y no han aparecido evitando que el cocedor consuma energía eléctrica este día, degustando tres pozoles completamente solares. Al dar un último trago a la Sol piensa: “¡Qué gracia me dio cuando comentaron que no iban a comer del pozole porque estaba irradiado!, pues había sido cocinado con radiación solar, haciendo referencia a la radiactividad en lugar de a la radiación solar. La verdad... yo sí fui irradiado aquel día en el Pinacate.” Antonio del Río

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La era del colesterol En la actualidad existe una cierta tendencia dirigida a “satanizar” al colesterol, fomentada principalmente por los medios masivos de comunicación y asimilada por nosotros gracias a esa cualidad humana tan persistente, aun en estos días: la ignorancia. Esto ha sido aprovechado por la industria alimentaria, nacional y extranjera, y por aquélla otra caracterizada por incluir en sus productos la leyenda: “este producto no es un medicamento” (que no necesariamente es la farmacéutica), que responsabiliza a quien lo consume de los efectos secundarios no previstos que pudieran ocurrirle. La población en general debiera estar más y mejor informada sobre este tema para evitar caer en el consumismo descontrolado tan característico del capitalismo. Se dice que uno teme a lo que no entiende, y el colesterol es una de esas cosas. Es por lo ya mencionado que considero importante entender y reconocer el papel del colesterol como una sustancia química útil en el organismo y, por otro lado, aclarar en qué situaciones representa un factor de riesgo para la salud humana que ha cobrado especial importancia en la actualidad. El colesterol no es un compuesto químico nuevo; de hecho, hace como 300 años fue aislado por primera vez. Lo encontramos ampliamente distribuido en los animales vertebrados e invertebrados. En los animales 69


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superiores, como nosotros los humanos, el colesterol se localiza en todos los tejidos y las concentraciones más altas de este compuesto las hallamos en cerebro, hígado, piel y glándulas adrenales. Es interesante mencionar que las células animales pueden sintetizar colesterol en su interior (citoplasma), pero también pueden tomarlo de la sangre. Además de que el colesterol es un componente esencial de todas las membranas de las células del cuerpo (les proporciona rigidez), es un importante precursor de muchos otros esteroides biológicamente activos (todos fundamentales para el organismo), como los ácidos biliares, numerosas hormonas y la vitamina D3, también denominada colecalciferol. El colesterol se encuentra comúnmente presente en nuestra dieta, principalmente en productos de origen animal, por ello se considera como un nutrimento. Específicamente, es un nutrimento dispensable de la dieta, ya que el organismo es capaz de sintetizarlo en cantidades suficientes para sus requerimientos. En cierta ocasión, estaba viendo por televisión el canal del Congreso y recuerdo que el tema que estaban discutiendo era la creación del Instituto Nacional de Medicina Genómica (INMEGEN). Los diputados y senadores de los diversos partidos subían al estrado a dar sus argumentos, ya fuera para apoyar o para rechazar la creación de dicho Instituto. Particularmente, recuerdo la peculiar participación de una reconocida senadora priísta que en su discurso hacía mención a la “terrible enfermedad del colesterol”; en ese momento me preocupé no sólo porque el destino de aquel Instituto estuviera en manos de ese grupo de individuos mal 70


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informados, sino también por el concepto que aquella senadora tenía sobre el colesterol, y que seguramente no difiere mucho del concepto del resto de los ahí presentes. Pero, ¿es el colesterol una enfermedad?, pues creo que con lo expuesto hasta ahora podemos decir con toda seguridad que no. Sin embargo, su mala reputación tiene algo de cierto, principalmente cuando hablamos de un exceso en su ingesta diaria.Las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de mortalidad en países industrializados; se considera que el riesgo de morir por un infarto cardiaco es incluso mayor que el de morir por cáncer. En este caso, el interés por conocer las causas del infarto ha generado toda una serie de investigaciones científicas en todo el mundo y se ha demostrado que la causa principal es la ateroesclerosis. La ateroesclerosis es una enfermedad degenerativa que se manifiesta por la deformación, en forma de abultamiento, de la pared interna de las arterias, con lo cual disminuye la luz de estos vasos (su diámetro interno). A estos abultamientos se les conoce como ateromas, y se forman por la acumulación anormal, en las paredes de las arterias, de glóbulos blancos (macrófagos y linfocitos), células musculares lisas, calcio, plaquetas y abundante colesterol, además de otros compuestos químicos 2.

Para visualizar el efecto de los ateromas en nuestras arterias, imaginemos una manguera que es obstruida por una piedrita en su interior. Este obstáculo ocasionará que el agua no pueda fluir a través de ella, disminuyendo la cantidad de agua que sale de la misma. En el caso del organismo, el agua sería la sangre. La sangre transporta el oxígeno 2 Tudela, Victoria, El colesterol: lo bueno y lo malo, Fondo de Cultura Económica (colección La Ciencia para Todos, núm. 140), 3ª edición, México, 2002.Págs 19 y 20 71


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que respiramos del aire a todos nuestros tejidos para el buen funcionamiento de los mismos. Entonces, si la sangre no fluye en la cantidad adecuada por una arteria (porque está tapada por el ateroma), el tejido u órgano no recibirá el aporte de oxígeno que necesita. El déficit de oxígeno produce un dolor característico conocido como angina de pecho. Si este problema continúa, es probable que las arterias coronarias se obstruyeran totalmente y esto ocasionaría la muerte del tejido cardiaco. A esto se le conoce como infarto de miocardio. Creo que en este momento surgen dos preguntas importantes, a saber, ¿cómo llega el colesterol a la sangre y viaja en ella? y ¿qué factores elevan la concentración de colesterol en la sangre? Para responder a la primera pregunta debemos recordar que el colesterol, por su naturaleza lipídica, no puede disolverse en el agua de la sangre. Sin embargo; el organismo resolvió este problema utilizando transportadores del colesterol: las lipoproteínas. Existen varias clases de lipoproteínas, no obstante, dos son importantes para nuestro propósito explicativo: las lipoproteínas de baja densidad o LDL (del inglés Low Density Lipoprotein) y las lipoproteínas de alta densidad o HDL (del inglés High Density Lipoprotein). Las LDL transportan el colesterol producido en el hígado, a través de la sangre, y lo llevan a los tejidos periféricos. Podríamos decir que el recorrido es “del centro a la periferia”. Se considera que las más nocivas de las lipoproteínas son las LDL ya que estudios epidemiológicos han demostrado que el riesgo de infarto de miocardio se relaciona íntima y directamente con los niveles de LDL en sangre. Por eso al 72


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colesterol transportado por las LDL se le conoce como “colesterol malo”3 .

Las lipoproteínas del tipo HDL transportan el colesterol desde los tejidos periféricos hacia el hígado para su posterior excreción, son por lo tanto algo así como un “sistema de limpia” de colesterol libre que anda circulando en sangre, producto de la rotura de células. Podríamos decir que, en este caso, el recorrido es “de la periferia al centro”. Las HDL se producen en el hígado (igual que las LDL) y en el intestino. Se ha demostrado que niveles altos de HDL se relacionan con la disminución de la incidencia de infarto de miocardio. Las HDL que produce el hígado son reconocidas como factor protector contra la ateroesclerosis, por eso al colesterol transportado por las HDL se le reconoce popularmente como “colesterol bueno” 4.

Con respecto a la segunda pregunta, debemos saber que el principal factor que eleva la concentración de colesterol en sangre es una dieta no balanceada. En particular, podemos hablar de la dieta del mexicano contemporáneo. La “herencia alimenticia” que nos legaron nuestros antepasados prehispánicos es buena, ya que implica un consumo preferencial de cereales como el maíz y vegetales como el chile, el jitomate, la calabaza, etc. Los cereales y vegetales constituyen alimentos fundamentales en una dieta sana. El problema (que viene como una consecuencia de la conquista española), está en el exceso del consumo de carnes y grasas, componentes característicos de los tradicionales tacos al pastor, la carnitas, el chicharrón, la sopa de médula, entre otros platillos 3

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similares. Por poner un ejemplo: la cantidad de colesterol que hay en 100g de sesos (usados en algunos antojitos típicos) es de 2,054 miligramos, mientras que el contenido de colesterol de un huevo es de aproximadamente 500 mg, que coincide con la ingesta recomendada para un día. De lo anterior podemos ver que comerse un rico platillo de sesos implica la cantidad de colesterol de ¡casi 4 huevos! Ahora bien, la concentración elevada de colesterol en sangre (que es de 240 miligramos por decilitro en adelante) no es el único factor de riesgo para padecer enfermedad coronaria y un posible infarto de miocardio. Se ha demostrado que la hipertensión arterial, la obesidad, la diabetes, el tabaquismo, el sedentarismo, entre otros, también lo son. Inclusive pertenecer al sexo masculino ¡es un factor de riesgo!, ya que: “Las tasas de enfermedad coronaria son de tres a cuatro veces más altas en los hombres que en las mujeres en la etapa de su vida que va de los 25 a los 45 años, y dos veces más elevada en edades más avanzadas”5. Lo alarmante del caso es que en la actualidad hay cada vez más personas que cumplen con estos “requisitos de muerte”. Y es que el ritmo de vida actual no favorece conductas saludables que nos ayuden a reducir, y menos a eliminar, dichas situaciones nocivas. Entonces, ¿qué podemos hacer? El conocer las causas del nivel elevado de colesterol sanguíneo es fundamental para saber cómo abordar el problema. Es muy importante determinar si el nivel elevado de colesterol en la sangre de una persona se debe a condiciones modificables, como la dieta, o a su propia naturaleza genética, en cuyo caso no es susceptible de modificar. La información genética de una persona es producto de la herencia que recibe de sus 5 74

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progenitores (y no precisamente la casa y el coche). En este caso la persona requiere de la ayuda de especialistas tanto de la medicina como de la dietética. Con respecto a las causas modificables, como la dieta, ya habremos notado que actualmente hay en el mercado infinidad de productos supuestamente encaminados a “ayudar” a nuestro organismo a reducir altos niveles de colesterol en sangre. Nuestra tendencia consumista, inculcada por la publicidad, nos hace creer que comprando ciertos bienes lograremos obtener cualidades como la salud, el amor, el respeto, etc. Esto es totalmente absurdo. Definitivamente el cuidado de nuestra alimentación es una cuestión de disciplina y autoestima, conceptos que desafortunadamente no se ponen en práctica a menudo en la actualidad. Aun así considero que hay un interés creciente en la población por cuidar su alimentación en beneficio de su salud. Existen en nuestros días diversos estudios y recomendaciones que nos pueden ser útiles para este efecto. Tenemos, por citar un ejemplo, el caso de los fitoquímicos (compuestos químicos obtenidos de plantas): Estudios epidemiológicos han demostrado relaciones entre el consumo de frutas y vegetales y la disminución en la aparición de enfermedades coronarias que no son claramente atribuibles a los macronutrientes principales o vitaminas y minerales conocidos. Lo que sugiere que otros componentes de plantas puedan ser importantes en la disminución del riesgo por enfermedad cardiovascular6.

6 Howard, B., Kritchevsky, D. 1997. Phytochemicals and Cardiovascular Disease. Circulation, 95: 2591–2593 75


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Entre estos interesantes compuestos podemos citar a los esteroles de plantas, los flavonoides presentes en frutas, vegetales, semillas e inclusive en el vino. Sobre el vino hay diversos estudios en los cuales se menciona la presencia de compuestos polifenólicos en efecto cardioprotector. “Por ejemplo, el papel mas observado de los polifenoles en las uvas es en la Paradoja del francés, en la cual una dieta rica en grasas saturadas acompañada por un consumo regular de vino tinto es asociada con un menor riesgo de enfermedad coronaria”7. Los mecanismos de acción de estos compuestos son diversos y continúan siendo estudiados. El consumo frecuente de frutas y verduras (aunque suene trillado) es fundamental para tener una dieta balanceada y saludable. Por otro lado, se debe cuidar la cantidad de carne y grasas que uno ingiere. Para tener una idea sobre la cantidad de carne que uno debería consumir al día, se recomienda que la porción sea del tamaño de un naipe como el de los juegos de cartas. A muchos les parecerá poco, dadas las porciones que muchas veces se manejan en los hogares; sin embargo, consumir estas cantidades nos evitará problemas cardiovasculares como los ya mencionados. Existen diversas tablas sobre los contenidos nutricionales de los diversos alimentos y que uno puede consultar ya sea en libros de nutrición, Internet o directamente con un especialista del área. Es posible también diseñar una dieta específica para nuestras necesidades nutrimentales. De hecho, la dieta debe considerar la edad, el sexo y el estado de salud de la persona (por ejemplo un diabético) para que en realidad sea benéfica. 7 Zern, T., Fernández, M. 2005. Cardioprotective Effects of Dietary Polyphenols. J. Nutr., 135(10): 2291–2294. 76


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Lo importante de todo esto es reconocer que en nuestros alimentos está de manera inherente la ayuda que necesitamos y no en productos extravagantes o “nuevos”. Entre otros aspectos a cuidar está lo que ya conocemos: hacer ejercicio, no fumar, acudir al médico para hacerse una revisión del nivel de colesterol en sangre, etc. Es importante considerar que: A veces se necesita un año o más para aprender a cambiar de costumbres dietéticas. Algunos médicos prefieren iniciar un tratamiento con medicamentos demasiado pronto, en lugar de hacer un esfuerzo por cambiar los hábitos alimentarios del paciente. Hay que procurar resistirse a esta tendencia. Es más provechoso para el paciente enseñarle a cambiar sus costumbres en relación con la comida que someterlo prematuramente, y a veces sin necesidad, a una terapia medicamentosa que suele ser de larga duración y costosa. Hay que dar al paciente el tiempo de acostumbrarse al cambio de dieta para alcanzar los nuevos objetivos8.

Según estudios del Centro Nacional de Estadísticas de Salud, de los Centros de Control de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) publicadas por la Asociación Americana del Corazón, se calcula que 106.9 millones de adultos estadounidenses tienen niveles de colesterol sanguíneo totales por encima de los niveles deseados. De este número, 37.7 millones tienen niveles que implican un alto riesgo. No creo que la tendencia en México sea distinta a la de nuestros vecinos del norte, sobre todo si observamos la invasión de las cadenas de restaurantes de comida rápida gringa en nuestro país. Pero lo peligroso no es que vengan, sino que la 8 Tudela, Victoria, El colesterol: lo bueno y lo malo, Fondo de Cultura Económica (colección La Ciencia para Todos, núm. 140), 3ª edición, México, 2002. Pág. 65 77


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gente de aquí las acepte e inclusive las prefiera sobre de otras opciones. Basta con ir a uno de esos restaurantes para ver las tremendas porciones que se sirven ahí y cuyo contenido de grasas saturadas y colesterol es enorme. Vivimos la era de la globalización, de las telecomunicaciones, de la clonación, de los viajes espaciales, del SIDA, de las campañas de Estados Unidos para la conquista petrolera y, por qué no decirlo, la era de la obesidad, de la ateroesclerosis, la era del colesterol. Espero que con lo abordado hasta ahora haya cumplido mi cometido y generado un momento de reflexión sobre este tema tan importante para la población actual que seguramente repercutirá en el futuro y cuyo seguimiento nos proporcionará información relevante sobre su evolución, control y posible disminución. Lo que sigue ahora es que todos y cada uno de nosotros seamos conscientes de esta “problemática nutricional” y actuemos a favor de nuestra salud. Ramiro González

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El café Cuando Clara y yo entramos al café, había un barullo que sugería que todas las mesas estaban llenas. Nos gustaba tomar un café expreso después de la comida y hacía ya un año que frecuentábamos este lugar; estaba emplazado en un sitio muy agradable, servían buen café y eran amables. Lentamente, atravesamos el umbral y nos dirigimos a la parte posterior del establecimiento mirando alternadamente hacia ambos lados de la sala en busca de una mesa libre, llegamos a la puerta posterior que comunica con un amplio patio al centro del cual se erigía un gigantesco magnolio, que en época de floración brindaba un magnífico espectáculo al adornarse con cientos de flores blancas de gran tamaño y agradable aroma. Conforme atravesamos la sala hacia el patio posterior, logramos escuchar algunas palabras de lo que se discutía en las mesas. Junto a la puerta de entrada, un joven que vestía una exótica camiseta roja, explicaba a sus dos compañeros de mesa que la investigación científica era vital para promover el desarrollo del país, que sin ella era muy difícil crear tecnologías propias. Sus dos interlocutores asentían al tiempo que esquivaban los ocasionales manotazos que el joven de la camiseta roja usaba para enfatizar sus oraciones. Noté que uno de ellos quiso intervenir en la discusión un par de veces sin mucho éxito, ya que el de la camiseta roja no dejaba de abanicar sus manos y de mover los labios; o estaba muy 81


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entusiasmado con lo que decía o era un monopolizador de conversaciones. En la mesa del otro lado de la puerta de entrada, una familia hablaba del uso de células troncales embrionarias. La jovencita, (de escasos catorce años), que sostenía un gran vaso de malteada en su mano izquierda, preguntaba a su mamá por qué había sido tan difícil conseguir que se autorizara el uso de embriones producto de fertilizaciones in vitro y que ya no serían usados para implantarse, para la creación de líneas celulares que son tan útiles en la investigación. La señora sentada a la izquierda de la jovencita decía que había todavía un gran legado tradicionalista purista que se oponía al desarrollo científico argumentando que la vida y todo lo relacionado con ella eran materia Divina y decisión del Creador. El señor sentado a la derecha, que debía ser el padre de la chica, a juzgar por el gran parecido que tenían los dos, no acertaba a decir nada, a pesar de las ganas que se le veía que tenía de participar. Un poco más adentro, junto al gran librero de roble que alberga volúmenes encuadernados de algunas revistas científicas, dos señoras ya maduras hablaban de cultivos transgénicos y de la ventaja que representa el que incluyan la información genética necesaria para combatir tanto a insectos depredadores como para sobrevivir en condiciones de sequía. La señora que vestía un traje típico bellamente bordado decía que le parecía increíble que esta tecnología hubiera sido satanizada por tanto tiempo y que, en nuestros días, el desequilibrio ecológico impone retos que la ciencia es capaz de resolver. Su compañera de mesa, que lucía un sobrio vestido de manta, se congratulaba que la voluntad política manifestada 82


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en los últimos años permitiera y fomentara la actividad creadora de los científicos. Seguimos avanzando y pasamos frente a una gran pantalla plana encendida, que mostraba en silencio a Carl Sagan, en la serie Cosmos, hablando del calendario cósmico. Justo en la mesa situada bajo la pantalla, se habían instalado cuatro chiquillos de alrededor de doce años que escribían con gran entusiasmo en sus cuadernos parte de la información que la pantalla mostraba en sus subtítulos. Clara y yo supusimos que hacían su tarea de ciencias, lo cual nos transportó a nuestros días de escuela, cuando la investigación solamente interesaba a un puñado de desadaptados destinados al fracaso bajo los estándares del momento. Justo antes de salir al gran patio, se escuchó un efusivo saludo seguido de una carcajada; provenían de la puerta de entrada y anunciaban la llegada de tres corredores asiduos del café, con quienes frecuentemente coincidíamos y compartíamos mesa. Se preparaban para correr un maratón dentro de un mes, de modo que entrenaban cerca de cien kilómetros a la semana. Los tres se dedicaban a la ciencia, ya fuera divulgándola, administrándola o directamente en el laboratorio. Recordábamos con Clara que, tiempo atrás, era más fácil encontrar un científico conduciendo un taxi que en un café. Cuando llegamos al centro del patio, y tras una rápida exploración, vimos una mesa libre junto al orquidario. Estábamos contentos, ya que ése era nuestro sitio preferido en el patio pues estaba a la sombra y siempre había una orquídea en flor. La mayoría de las plantas que integraban esa colección provenían del laboratorio de propagación que el propietario del café mantenía en el 83


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primer piso. Algunos principios activos habían sido extraídos de estas plantas y ya se realizaban estudios de actividad biológica con ellos; por ejemplo, para reducir la velocidad de crecimiento de células cancerosas. En la mesa junto a la nuestra, cuatro jóvenes discutían el artículo en el que se describía el nuevo procedimiento revolucionario altamente eficiente y económico que permitía escindir la molécula de agua y aprovechar los dos átomos de hidrógeno como fuente de energía. ...El radio–despertador sonó, eran las 5:45 de la mañana. El día me recibía con la noticia de que por mayoría absoluta, en su sesión extraordinaria, el Congreso había resuelto rechazar la ley que reglamenta la investigación con células troncales. ¿La razón? ¡Había que impedir que el hombre jugara a ser Dios! Clara despertaba junto a mí, me observó por un instante, una sonrisa se dibujó en su rostro y me dijo: “no vas a creer lo que soñé...” Sandino Estrada

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La gallina no es más que un instrumento del huevo para poder producir más huevos –Papá, hoy nos dijo la maestra de biología que la gallina no es más que un instrumento del huevo para poder producir más huevos, ¿me puedes explicar esto? —preguntó mi hijo de 16 años, estudiante de segundo de preparatoria. –Probablemente los estaba vacilando, viejo —le contesté. –Pues yo creo que no, porque además comentó que los genes han construido una gran variedad de “máquinas”, o sea los seres vivos, y esto lo hacen para poder prosperar y lo logran ¡explotándolas! ¡Ah! y recuerdo que también mencionó que los genes son egoístas. –¡Ah caray! No sé que pensar. Realmente no me acuerdo que lo hayamos visto en la escuela, ¡es nuevo para mí! Te propongo que busquemos en Internet y mañana conversemos nuevamente. ¡Realmente me has intrigado! –¡De acuerdo, padre! Al día siguiente, en la cena, Carlo Iván abrió la conversación con una adivinanza: –A ver, si pudieras ser un animal, ¿qué animal serías? –Pues... no sé, tal vez pájaro para poder viajar —contesté. –¡Ay, papá, si ya eres un animal!

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–¡Más respeto, jovencito! –le dije en broma–. A ver dime: ¿qué encontraste sobre lo que platicamos ayer? –¡Ja, ja, ja! Precisamente uno de los artículos que leí ayer empieza con esta adivinaza, pero déjame platicarte: un zoólogo llamado Richard Dawkins, propuso hace treinta años, ¡casi en la prehistoria!, una teoría en la que propone que los genes son las verdaderas unidades de la evolución, ¡y no los animales y las plantas! Según este señor, nosotros somos máquinas que los genes utilizan para que ellos puedan sobrevivir. En otras palabras, confirmé lo que nos dice la maestra: los genes nos han convertido en autómatas programados por ellos, con el fin de perpetuar su existencia. ¿Cómo la ves? Suena a ciencia-ficción... ¿no? –Yo también encontré varios sitios donde mencionan a Dawkins y también a su libro El gen egoísta, que por cierto se publicó, no en la prehistoria, jovencito, sino después de que terminé la carrera en 1976. En uno de los artículos que encontré dice que cuando el libro salió a la luz, resultó muy polémico, tanto fuera de la comunidad científica como dentro de ella. Sin embargo, afirma que hoy es ampliamente aceptado por dicha comunidad. Fuera de ella, fue y es tremendamente criticado, y esto es entendible ya que incluso en pleno siglo XXI hay quien todavía discute la evolución, propuesta por Darwin, frente a la “creación divina”. Explican, viejo, que como era de esperarse, mucha gente no ha entendido las teorías de Dawkins, lo que ha dado lugar a muchas interpretaciones, del mismo modo que también existen muchas interpretaciones de la teoría de la evolución de Darwin.

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”Viejo, creo que nos estamos metiendo en caminos peligrosos: somos un par de legos, un ingeniero y un estudiante de bachillerato tratando de entender un tema que, por lo que leí, es controversial aún para los iniciados. Sin embargo, realmente me estoy divirtiendo averiguando esto de los genes egoístas. Lo que sí es cierto, es que es importante que consigamos el libro para leerlo y tener la información de primera mano, y de plano también preguntarle a algunos especialistas. Te sugiero que le preguntes más sobre el tema a tu maestra. Yo voy a hacer lo mismo a un par de compañeros de trabajo.” –Ok, hoy me voy a quedar después de clase y voy a tratar que la maestra me explique más sobre esto. En la noche, para abrir boca durante la cena, Carlo comentó: –A ver ustedes que se las saben de todas, todas: un pato y un niño nacen el mismo día. Al cabo de un año ¿cuál es mayor de los dos? –Obviamente los dos tendrán la misma edad —contesté—, pero casi seguro que la respuesta sería otra, como usualmente sucede. –Pues no. Por supuesto que es el pato, porque ¡tendrá un año y pico! –Hummm… tienes razón. Hablando de otras cosas, ¿pudiste platicar con la maestra sobre los genes egoístas? –Sí, le dio gusto que le preguntara y lo que me platicó estuvo padrísimo, pues me dio rapidito un resumen histórico de la biología evolutiva. Primero me explicó que en el siglo pasado la discusión se centraba en averiguar cómo operaba la evolución. Darwin en su libro El origen de las especies contribuyó fuertemente para que la mayoría de los 89


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científicos hoy acepten que los cambios en las especies se producen por selección natural. Me dijo que esta teoría era muy buena, pero la otra pieza importante del rompecabezas la desarrolló un monje austriaco, Gregorio Mendel, quien descubrió que las características de los organismos se transmiten de generación en generación por medio de “partículas hereditarias”, lo que hoy conocemos como genes. Lo desarrollado por Darwin y Mendel dejó prácticamente en segundo plano al resto de las teorías. Finalmente, la maestra me comentó que ahora lo que falta determinar es cómo se realiza la selección natural y que hay muchas teorías al respecto: algunas lo explican a nivel del individuo, otras en nivel de especies; y Dawkins, quien me dice que a muchos les pone los pelos de punta, está convencido de que lo que selecciona la naturaleza son los genes. Noté que la maestra se emocionaba al hablar de él; me explicó que Dawkins piensa que los genes son inmortales: se copian y heredan de un cuerpo a otro a través de las generaciones. La maestra me aclaró que lo que realmente se hereda es la información genética. ”En este punto le dije a la maestra que otra cosa que me intrigaba y que no acababa de entender era eso del egoísmo de los genes. Me dijo que la respuesta era simple: para empezar, el ADN guarda las instrucciones para las herramientas con los que se fabrican todos los seres vivos. Cada especie tiene su propia forma para utilizar la caja de herramientas. Un par de cambios aquí y allá, y lo que hubiera sido una iguana termina siendo un elefante. En los seres multicelulares, todas las instrucciones vienen en pares: una parte en el padre y otra en la madre, las cuales se combinan para formar un nuevo ser. Así que cuando un organismo 90


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multicelular tiene un hijo, sólo le transmite la mitad de sus genes. Aquí habría que aclarar que la competencia, según entiendo yo a Dawkins, me comentó la maestra, es entre un gen particular y el organismo como un todo. Si el gen en cuestión beneficia al organismo (capacidad de reproducción, sobrevivencia, etc.), el gen será exitoso y no necesita ser “egoísta”. “Egoístas” serían aquellos genes que al ser heredados causen un perjuicio al organismo y de todas maneras se hereden. Estos genes no pueden ser tan “malos”, porque si lo fueran matarían rápidamente a su vehículo (el nuevo organismo) y desaparecerían junto con él. En su libro hay una gran variedad de ejemplos al respecto. Y por esto, terminó diciéndome la maestra, el gen sería la unidad básica del egoísmo.” –Pues mira, viejo, yo le pregunté sobre este tema a un compañero en el Instituto, y me encontré con un feroz oponente a esta teoría. Me comentó que la teoría del gen egoísta hace agua por todos lados, que Dawkins es un ultrarreduccionista porque es muy ambicioso pretender explicar todo a partir de los genes. Él plantea que la selección se da sobre el individuo y que es sobre sólo un gen, cuando en realidad es más aceptada como un concepto poblacional y de combinatorias de muchos genes. Eso es lo que hace flaquear su teoría, según me explicó mi amigo. Otra amiga, la Dra. Martha Vázquez, cuando le pregunté sobre el tema, me dijo que actualmente se favorece más la visión de que somos más que genes. Por ejemplo, me explicó, el medio ambiente puede influir en qué genes expresamos y cuáles no. También me dijo que existe toda un área de estudio que está siendo frenéticamente investigada que se llama la epigénesis (“encima de los genes”). 91


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”Por otro lado, le envié un correo a la Dra. Ileana Lotersztain, catedrática de la Universidad de Buenos Aires, quien recientemente vino aquí a impartir un seminario y le pregunté cuál era su opinión sobre la teoría del “Gen egoísta”. Me contestó que había leído el libro y le pareció muy serio y bien fundamentado. También, me comentó que en escritos más recientes, Dawkins acaba de lanzar otra idea innovadora. Plantea que los genes no son los únicos que persiguen como objetivo fundamental hacer nuevas copias de sí mismos, sino que en la cultura humana también hay elementos que se transmiten y multiplican. Según comenta Ileana, Dawkins bautizó como meme a la unidad de la herencia cultural, el equivalente culto del gen. Los hay de todo tipo: modas, ideas, discursos y canciones. A diferencia de los genes, que saltan de un cuerpo a otro a través de óvulos y espermatozoides, los memes brincan de cerebro en cerebro mediante un proceso que Dawkins denomina “de imitación”. Cuando un científico genera o escucha una buena teoría, la comenta con sus colegas, se la explica a sus estudiantes y la menciona en sus artículos. Si la idea se hace popular, entonces como meme ha hecho un buen trabajo. Quizás el meme más exitoso sea también uno de los más antiguos: la idea de Dios. Dawkins explica que la estrategia de supervivencia de este meme es perfecta: se multiplica mediante la palabra escrita y hablada, con la ayuda de una música maravillosa y un arte admirable, y su triunfo arrasador tiene también un componente psicológico importante: Según Dawkins, el meme dios aporta una respuesta a los problemas perturbadores de nuestra existencia y sugiere que las injusticias de este mundo serán rectificadas en el siguiente.” 92


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–Pues esto se me hace más difícil de entender. Por lo que veo vamos a tener que averiguar más sobre el asunto, pero ya será harina de otro costal. Arnoldo Bautista

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La hora oficial Era una mañana helada, con neblina; el efímero calor de la respiración calmaba momentáneamente el frío sobre las mejillas de Cronos Contreras. Eran las 6:15 de la mañana según su reloj, pero todavía no se asomaba el Sol. La iglesia en medio del pueblo, a sus espaldas, y las dos maletas a sus pies parecían indicar que esperaba un autobús. Mientras esperaba, sus pensamientos volaban y se preguntaba: “¿no que el Sol sale a las 6:00 a.m.? Yo aquí esperando en plena oscuridad”. Recordó que iba rumbo a la tierra de los canguros y que en ese momento en Sidney eran las 17:45. Cronos nunca se imaginó que hubiera esa transformación de horario oficial, once y media horas de diferencia. Creía que los horarios estaban definidos cada hora. En eso recordó que la hora oficial es un asunto de convención, “en Chiapas decían hora de Dios o de Zedillo para referirse a la hora ‘local’ o a la hora oficial; o quizás a la hora solar”; pero ¿qué era eso de hora solar? “Si en cada punto de la Tierra el medio día solar lo define el momento en que la sombra de una vara vertical es perpendicular a la línea que genera su misma sombra durante el transcurso del día. ¡Qué trabamentes! Mejor decir el momento justo en que la sombra de esa vara tiene su longitud más corta. ¿A esa hora se refiere la hora de Dios? ¡Qué cosa más rara: un horario para cada punto de la Tierra! De esta manera, cien kilómetros al este el medio día 97


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solar sucede un poco antes que unos cien kilómetros al oeste de cualquier punto del país... bueno... por eso se definió la misma hora local para cada gajo de la Tierra de 15 grados que llamamos meridiano. Así, para cada meridiano el momento en el que en su centro es la hora solar se define como la hora local para todo el gajo. Por supuesto la hora local en las fronteras entre los meridianos difiere una media hora de la hora solar del sitio. Mientras que la hora oficial es la que define el gobierno de cada país. Así que eso de la hora es algo relativo, no de la relatividad propuesta por Einstein, pero sí relativo al lugar donde esté definido el tiempo. Otra pregunta más compleja, ¿qué es el tiempo?” Miró una pareja caminando presurosa hacia la obscuridad, hecho que lo distrajo de tan compleja pregunta y retornó a una más terrenal: “¿quién necesitó definir un horario para un país? Solamente a los burócratas o a los comerciantes se les podría haber ocurrido definir una hora oficial, ya que a los campesinos, a los obreros y a los maestros les basta con la hora local; a sus parcelas, rebaños, jefes de planta, alumnos no les interesa la hora de otro lugar más que la suya propia”. Volteó impaciente a ver si veía las luces del autobús, mientras continuaba cavilando. “Seguramente los burócratas no querían estar atentos en la oficina todo el tiempo y pusieron un horario oficial para que todos ellos en cualquier parte de un país, o nación, trabajaran al unísono y si el jefe supremo les hablara por teléfono, el burócrata segundón le respondiera al instante al otro lado de la línea. Esto no pasaría en una ciudad; tendría que ser un sistema burocrático gobernando una porción grande del globo terráqueo que necesitara definir un horario oficial y, 98


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además, requeriera de un sistema de comunicación muy eficiente. Ni Alejandro Magno, ni Pakal tuvieron que definir un horario oficial; pero tanto los griegos, como los romanos y los mayas sí definieron un calendario oficial; la resolución en el tiempo que se requería era otra en aquellos días. En nuestros días contamos las horas, los minutos y aún los segundos... ¡qué cambio tan radical! ... Quizás fue un comerciante que disponía de un transporte muy rápido y sincronizado, el que promovió el horario oficial, porque deseaba pasar a recoger los productos de los campesinos u obreros en diferentes lugares en una forma eficiente para disminuir costos. De hecho, la hora oficial no tiene más de tres siglos desde que se implantó el horario de Greenwich para sincronizar los horarios de los trenes.” Giró la cabeza para ver al campanario y vislumbró las tenues figuras de las palomas que empezaban a agitarse con los ligeros destellos de luz del oriente; los pensamientos se agolpaban: “Ahora ese cuento de que con el cambio de horario en verano habrá un ahorro de energía. Los políticos definieron que el verano dura 7 meses de abril a octubre, cuando a mí desde chiquito me dijeron que el verano dura sólo 3. Cada vez me queda más claro que eso del horario de verano es benéfico, pero solamente una hora, no dos”. Esta afirmación le venía a la mente, recordaba que en la década de los cuarentas se corrió el horario de toda la república una hora. Ya casi en este milenio, se corrió otra hora más en el verano de los políticos, con lo que el centro del país está adelantado dos horas de abril a octubre con respecto a la hora solar. “¡Qué líos! Hora oficial, hora local, hora solar”.

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La humedad de las últimas lluvias, el cordonazo de San Francisco se había atrasado, incrementaba la sensación de frío en sus pies y a su mente venía su anterior viaje: corría a las 6:00 hrs. en las playas de Durban, Sudáfrica. En esos momentos el mar refrescaba sus pies y el sol le quemaba las mejillas no obstante ser tan de mañana; parecía ayer cuando veía a los ciclistas y corredores tomar un café después de su ejercicio y antes de irse a trabajar. “¡Qué diferencia!... la misma hora oficial y por allá corriendo con un rico y arropador amanecer. Ése es un pueblo muy sano; bueno, al menos la elite que puede ejercitarse; pero ése si es un horario pensado en la gente. Poder hacer ejercicio antes de las 6:00 a.m. con sol... es vida y... saludable. En cambio, la cultura de levantarse en la obscuridad para poder ir de compras con luz a las 20:00 hrs. no piensa en establecer una población saludable”. En eso le pareció más nítido y claro el recuerdo de la conferencia de prensa de los investigadores del Centro de Investigación en Energía, donde aclaraban todo esto y lo más importante: “Efectivamente, el cambio de horario de una hora sí ahorró al país muchos kilovatios hora; pero el segundo cambio era inadecuado para los meses de abril y octubre, ya que el Sol salía demasiado tarde, ¡el verano no tiene 7 meses! La razón era la latitud de nuestro país. Por ejemplo, en Chiapas, el paralelo 14 grados, el Sol sale en el verano solamente 50 minutos antes que en invierno; mientras que en Baja California, paralelo 32, lo hace 1 hora 50 minutos antes. Con estas diferencias en el amanecer se justifica el mover el horario oficial en el Norte otra hora más, pero no en el Sur.” Un giro momentáneo

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en su pensamiento lo llevó a deducir que el cambio de una segunda hora podía ser también adecuado para lugares más al norte del Río Bravo. Frotó nuevamente sus manos frente a su boca para calentarlas unos momentos; repasaba las razones de sus pensamientos: “México es uno de los países más grandes del mundo y por él cruzan tres husos horarios”. Recordaba a la maestra Julia, su maestra de tercer año de primaria, cuando le decía: “México va desde la longitud 86 grados hasta 118 grados oeste. Por lo tanto, tiene 3 husos horarios: 90, 105 y 120”. Continuó recordando que no le salían las cuentas: “La Cd. de México está en el centro, por lo tanto, le corresponde el huso horario 105, eso quiere decir que debería tener 7 horas de diferencia con Londres” y su maestra le decía que había 6. Ya en aquellos días se había ganado la fama de verdadero contreras preguntando por qué esta diferencia. Como había recordado antes, la razón radicaba en que en 1948 el gobierno del país había decidido tener solamente dos husos horarios: el de 120 en el Oeste (Baja California y Sonora) y el de 90 en el resto del país. Con esta selección se consiguió tener una hora más de insolación en la tarde en el centro del país y fomentar la actividad mercantil. Volvió a sus cavilaciones, “sería mejor vivir en Mérida”, ahí en estos momentos los rayos del sol lo estarían calentando, “o en Ensenada”, ahí todavía estaría dormido. Sus pensamientos regresaron a la conferencia: “Lo adecuado para acercarse más al horario solar era considerar al país en tres zonas por latitud y tres por longitud con diferencias de una hora cada una; pero se había argumentado que nueve diferentes horas oficiales eran demasiado para el país y más que unas zonas cambiaban en verano y otras no. Sería 101


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un verdadero relajo. No cabe duda, el país es grande y los movimientos de los rayos del sol en esta esfera llamada Tierra son complicados y enredados”. Recordó cómo había manifestado su acuerdo con que nueve husos horarios eran una exageración, pero ese sábado, justo un día antes del cambio al horario de invierno, tenía la certeza que la propuesta de los investigadores de restringir el nuevo cambio de horario de verano en toda la República a cuatro meses era verdaderamente idónea para un país como México. “¿Acaso los nuevos burócratas segundones tienen que obedecer a nuevos jefes supremos que no están en México?, ¿los modernos comerciantes ahora tienen sistemas mucho más rápidos y eficientes de colección de dinero para requerir una sincronización mayor a mayores distancias? Es claro, pensó “Los horarios oficiales pueden proponerse con diferentes motivaciones. ¿Cuál sería la que nos dio un verano de 7 meses? ¿Podría haber otras motivaciones para definir un horario de verano?” Estas preguntas circulaban en su mente, cuando finalmente, al mismo tiempo que tenues rayos rosados iluminaron parte de las nubes, dos destellos blancos parecieron surgir del pavimento, era el autobús con el que iniciaba su viaje a tierras australianas, país que, como Sudáfrica, respeta a sus ciudadanos más que a los de Wall Street. Antonio del Río

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Minería de Textos: La ciencia básica impacta más allá de donde imaginamos En estos momentos vivimos la era de la información. Un fragmento privilegiado de la población, a través de Internet, posee acceso a más información de la que puede procesar. Cuando hacemos una consulta en Internet, como respuesta de los buscadores, recibimos una gran cantidad de información (miles cuando no millones de posibilidades) y quizás deseamos solamente quedarnos con los aspectos que nos son relevantes de dicha información. Los cursos de lectura rápida pudieron ser una alternativa hace unos veinte años, cuando teníamos que leer una decena de textos para obtener información. En la actualidad se requiere obtener la información importante de miles o millones de textos y, por más rápida que sea nuestra lectura, el obtener la esencia que nos interesa de estos textos llevaría más tiempo del que disponemos. En este sentido, se requiere una habilidad similar al minero que extrae las piedras preciosas de entre las comunes, para extraer las frases relevantes de los textos. Por esta razón, se ha buscado desarrollar herramientas computacionales que permitan identificar los aspectos que nos son importantes de los textos y, con ellos, obtener la información deseada.

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Con estos objetivos los lingüistas han adoptado perspectivas de análisis basadas en sus conocimientos de la estructura del idioma; por ejemplo, usando análisis léxico de los textos y, con ello, determinar los aspectos relevantes del mismo. Otra perspectiva es la extracción de palabras o frases claves, que en su parte más simple son proporcionadas por los interesados para luego ser comparadas con los textos. Estas dos formas de abordar el problema generan códigos computacionales complejos, o que requieren la intervención de expertos en cada campo para extraer la información. Existen otras formas de obtener la información deseada sin poseer información previa y con algoritmos computacionales sencillos. Por ejemplo, al aplicar herramientas de la física estadística en la solución de este tipo de problemas, se pueden simplificar notoriamente el trabajo humano y computacional. ¿Qué tiene que ver la física en este asunto? Sucede que la física estadística ha abordado desde hace más de un siglo el estudio de sistemas, que ahora llamamos sistemas complejos, donde no interesa conocer el detalle de los sistemas, sino una combinación de parámetros convenientemente escogidos para que nos describan los fenómenos que ocurren en estos sistemas complejos. Por ejemplo, sabemos que el aire está compuesto de átomos y que ellos se mueven todo el tiempo; es más, el agua también está compuesta de moléculas que están en constante movimiento y la física estadística utiliza las mismas herramientas para describir los fenómenos que ocurren en estos dos sistemas. El fundamento de la física estadística radica en el hecho de que para describir algunos fenómenos no se requiere explicar el comportamiento de cada uno de sus 106


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elementos, sino que existen parámetros que pueden englobar el comportamiento de un gran número de componentes. Por ejemplo, el cambio de fase de líquido a vapor no es fácilmente descrito a través del conocimiento explícito de la forma en que se mueven cada una de las moléculas del agua; en cambio, sí podemos describir esta ebullición usando la temperatura y presión del agua, que son los parámetros adecuados para describir esta transición de fase, ya que basta conocer explícitamente la temperatura a la que hierve el agua a una presión dada. Claramente, aunque las moléculas tengan diferentes formas de movimiento individual, la presión y temperatura tienen valores definidos. En particular sabemos que a la presión de la costa, el agua hierve a cien grados centígrados, en cambio en Cuernavaca (presión atmosférica menor a la del nivel del mar) lo hace a los 97 grados centígrados. A lo largo de una centuria, la física estadística ha mostrado que es una herramienta conceptual que permite seleccionar variables adecuadas en sistemas complejos. Esta habilidad de la física estadística puede ser aplicada al análisis de la información y extraer los parámetros relevantes de los textos; es decir, hacer minería de textos. Uno de los conceptos fundamentales de la física estadística es la entropía, concepto que está relacionado con las diferentes formas de poder encontrar un sistema si uno atiende a las variables microscópicas (conocimiento del movimiento de cada molécula), pero que desde el punto de vista macroscópico son indistinguibles (conocimiento de la presión y temperatura en el ejemplo anterior). Esta forma de visualizar los textos nos ha permitido encontrar las palabras o 107


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frases relevantes de textos y también encontrar textos similares y, por lo tanto, seleccionar la información que deseamos de entre el millar de posibilidades. Las aplicaciones de la minería de textos no están ya tan lejanas. Por ejemplo, algunas empresas utilizan ya sistemas de minería de textos para identificar el contenido de los correos electrónicos que les envían sus clientes, y redirigirlos a los departamentos apropiados para su pronta atención en lugar de procesarlos manualmente. En otros casos, si el sistema es capaz de identificar el contenido de una consulta frecuente en un correo electrónico, envía una respuesta estándar, sin necesidad de intervención humana. Además, existe la posibilidad de usar esta técnica en la investigación de mercados en Internet. Como un ejemplo de esta metodología..., ¿dónde impacta la ciencia que se desarrolla en Morelos? Para responder esta pregunta se pueden analizar los artículos que publican los investigadores morelenses y, para ello, se utiliza la minería de textos y así obtener los temas donde la ciencia desarrollada en el Estado tiene fortalezas. Este conocimiento puede ser utilizado para promover el desarrollo industrial basado en el conocimiento, ya que se conocerían los campos, áreas y tópicos de fortaleza en el estado. Como muestra veamos los resultados de esta aplicación de la física estadística a la minería de textos. En el año 1996 fueron publicados en revistas de circulación internacional 302 artículos, de cuyos autores al menos uno laboraba en Morelos. Sobre las fichas bibliográficas y los resúmenes de estos artículos se aplicaron estas ideas, con un software desarrollado en el CIE (Centro 108


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de Investigación en Energía de la UNAM).Es importante mencionar que sin leer los trabajos se obtuvieron los tópicos relevantes de esas investigaciones, para citar algunos ejemplos frecuentes podemos mencionar:

etli

(frijol),

CdS

thin

films

(películas

delgadas

semiconductoras), Darcy’s law (Ley de Darcy, transporte de fluidos en medios porosos), female commercial sex workers (sexoservidoras), centruroides (alacrán). En el año 2003 se publicaron 576 artículos y en ellos los tópicos relevantes fueron: mean blood lead levels (niveles medios de plomo en la sangre), asthma (asma), CdTe thin films (películas delgadas semiconductoras), global entropy generation rate (producción de entropía global). Con estas frases observamos que el espectro de las investigaciones en el estado de Morelos es amplio y puede tocar puntos sensibles de la vida económica, social y tecnológica de la entidad. De estas palabras o frases se puede inferir que los investigadores en Morelos abordan problemas sobre el campo como el frijol, mantos acuíferos, películas delgadas semiconductoras para dispositivos fotovoltaicos, antídotos para piquetes de alacranes, problemas sociales íntimamente ligados con la salud, contaminación de plomo en los humanos y cómo optimizar procesos a través de cálculos termodinámicos entre otros muchos tópicos de relevancia social y económica que interesan no solamente al estado sino al país. La información anterior es un ejemplo de lo que se puede obtener con la minería de textos sin necesidad de leer los más de 800 trabajos publicados en esos dos años. Basta mencionar que los resultados anteriores fueron obtenidos en menos de un minuto aplicando las técnicas 109


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de la física estadística. En resumen, todo lo aprendido en física estadística y aplicado a la minería de textos indica que la ciencia básica tiene repercusiones más allá de donde imaginamos. Antonio del Río

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¿Qué es la GFP? La proteína verde fluorescente GFP (por sus siglas en inglés: Green Fluorescent Protein) es una proteína cuya estructura semeja a un barril. Fue descubierta por Shimomura y Johnson en 1962 durante el estudio de la bioluminiscencia (propiedad que tienen algunos seres vivos de emitir luz) en la medusa Aequorea victoria. El grupo de Shimomura, al purificar una proteína llamada aequorin que se encuentra en esa medusa, notó la presencia de otra proteína acompañante, que era la GFP. Ésta resultó ser la responsable de la luminiscencia del animal marino. Sin embargo, no fue hasta 1992 cuando Douglas Pracher reportó el DNA del gen que codifica a la GFP y, posteriormente, Martin Chalfie, en 1994, logró producir la GFP en organismos que se usan como modelo experimental como E. coli (bacteria responsable del cólera) y C. Elegans (gusano hermafrodita). Actualmente la GFP puede expresarse en varios organismos como plantas y animales, permitiéndonos, por ejemplo, tener conejos verdes fluorescentes. ¿Por qué brilla la GFP? Se sabe que la emisión de luz azul de la proteína aequorin estimula a la GFP, induciendo su excitación y provocando una reacción química en ciertos aminoácidos de la proteína, que da como resultado la formación del cromóforo (agrupamiento químico que causa la coloración de una 113


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sustancia) de la GFP. Posteriormente, una molécula de oxígeno ayuda a estabilizar el cromóforo, lo que permite a la proteína emitir luz verde (fluorescencia). ¿Qué beneficios brinda a la biología molecular? Debido a su gran estabilidad, baja toxicidad celular y a no requerir de sustratos o anticuerpos específicos para su detección, la GFP ha sido utilizada como un marcador celular, como un gen reportero y como un indicador de la expresión génica, entre otros. Es como tener una suerte de colorante que nos permite ilustrar parte de la estructura y el funcionamiento de una célula en sus partes más íntimas. No conformes con tener una proteína verde fluorescente, los investigadores han creado nuevas proteínas fluorescentes partiendo de las propiedades de la nativa; esto a través de la llamada mutagénesis dirigida. Con esta técnica han logrado crear nuevas proteínas mutantes autofluorescentes, cambiando alguno de los aminoácidos importantes de la proteína nativa por otro; así, no sólo tiene proteínas mutantes verdes, sino de una gama de colores diversos, tales como amarillo, rojo y azul, entre otros. Francia García

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Fuera Máscaras WYSIWYG (se pronuncia Guaisigüig). Todavía recuerdo como si fuera ayer (la memoria es marvillosa, ¿verdad? Sin duda, mejor máquina del tiempo que la de H.G. Wells, aunque sólo funcione en un sentido), leer en un artículo de revista especializada para computólogos, la palabra más atractiva que hasta entonces había visto... WYSIWYG, el acrónimo en inglés de Lo Que Ves Es Lo Que Obtienes, que en español sería LQVELQO

(que

no

se

ve

nada

mal,

pero

es

francamente

impronunciable). WYSIWYG aludía a un tipo de programas de cómputo que te permitía ver en la pantalla, en tiempo real, algo muy parecido al documento que obtendrías en la impresora. Corría el año 1985 y la idea de tener acceso a un programa de cómputo que te permitiera esto era innovador para muchos, y aunque para algunos era un desperdicio de recursos de cómputo (memoria, necesidad de un monitor carísimo de alta resolución y tiempo de procesador dedicado a la interfaz gráfica); era, sin duda, tranquilizador para los más. Al fin, podría el usuario no especializado escribir un documento sin necesidad de utilizar una serie de comandos que le darían forma en la impresora y le mostrarían cómo se vería impreso. Apple con el lanzamiento de su Apple Lisa (precursora de la Macintosh), inició con LisaWrite esta gran idea, allá por 1984. Aunque no fue sino hasta un año 117


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después, con la aparición de la Apple Macintosh y su serie de programas: MacWrite, MacPaint y MacDraw, que el concepto de “ver lo que obtienes” perteneció al dominio público. Curiosamente, a mí lo que me fascinó no fue esta revolucionaria idea de permitir que el usuario viese lo que obtuviese. Así es, yo formaba parte de ese pequeño grupo que consideraba que dedicar “toda esa memoria y ese dinero” para visualización de un papel, era un franco derroche. Sin embargo, WYSIWYG resonó conmigo en el instante que lo leí y me llevó en aquel entonces a otro viaje temporal (que también recuerdo como si fuera... antier). Corría el año de 1981, y yo era estudiante de secundaria (¡auch! Sí, he delatado mi edad por segunda vez) en una escuela de monjas (“para señoritas” era el término políticamente correcto). Estábamos en los vestidores, después de clase de natación y mis amigas estaban frente al espejo sacando “la tlapalería”: cucharas, lápices, rimmel, polvos de colores, rizadores, maquillajes, etc. Una de ellas, mi mejor amiga entonces, se me acercó con un lapicito bastante mugrosito y me dijo “anda, ve que bien te vas a ver, yo te pinto”. Yo, horrorizada, me aventé una disertación sobre cómo “mi cara no era un lienzo, ni yo un pintor”, renegando sobre la banalidad de decorar lo que Dios nos dio y afirmando que “quien me quiera, que me quiera como soy”. Sobra decir que tal rollazo, en una escuela sólo para mujeres, convenció a las pocas que aún dudaban que yo estuviera rematadamente loca, que era, por lo menos, rara sin remedio. Sin embargo, cuando años más tarde vi en flamantes letras mayúsculas y negrillas WYSIWYG, me sentí comprendida y bien descrita por primera 118


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vez. Pues aunque desde la preparatoria me pintaba “la rayita” (para los no–expertos, me refiero a esa línea oscura que ven justo en la frontera del ojo y las pestañas inferiores, paso-de-la-muerte donde los pobres ojos suelen quedarse con un poco de grasa siempre y ocasionalmente un pedacito de madera o crayón), so pena de empañar mis lentes de contacto (y ver menos que sin ellos todo el santo día), siempre fui enemiga de “las plastas color carne” que transformaban a adolescentes pecositas y “barrientas” en rostros perfectos a lo lejos, y en máscaras “olor a señora” de cerca. Mi convicción de no usar maquillaje y pasar horas frente al espejo en la trasnformación milagrosa, era doble. Por un lado, el daño que tanto producto haría en mi piel; pero más importante aún, el depender de todo ese arsenal diariamente, para evitar que los demás me vieran au naturelle, me parecía terrible. Y sí, nunca faltó el día en que a alguna compañera se le hacía tarde, llegaba con la cara lavada y en los pasillos de la prepa (la universidad, el trabajo, la oficina... “¡ah, qué buena medicina!”), se escuchara: “es Fulanita, ¿qué le pasó?, ¡qué bárbara, que ojitos tan chiquitos!, ¡qué colorcito, que se asolee!”. Yo, por lo menos (valiente consuelo), era la misma descolorida ojos chiquitos, todos los días, what they saw, they got! (¡lo que veían lo obtenían!) Hace un año, en un ciclo de conferencias sobre transparencia, mientras escuchaba al Consejero Presidente del Instituto Morelense de Información Pública y Estadística dar ejemplos sobre lo que las iniciativas pro–transparencia habían aportado al gran público y por tanto a la democracia, recordé mi palabrita, WYSIWYG. A primera vista, el concepto de Transparencia, de mostrar lo que hay, parece ser un quitar maquillajes, 119


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desechar máscaras y mostrar el rostro de las instituciones. Sin embargo, es mucho más que eso. La fortaleza de la transparencia radica no sólo en mostrar sueldos, salarios, agendas o presupuestos; sino en lograr un objetivo aún más importante: dar acceso democrático a la información de las instituciones públicas, y con ello, contribuir a una verdadera rendición de cuentas. Cuando miro las campañas de transparencia, que premian la exhibición de sueldos y presupuestos, veo también una inversión considerable dentro de las instituciones públicas en maquillaje, en “mostrar para cumplir” sin un interés en informar. Un compañero de trabajo solía decir, con un toque de desdén: “no hay mujeres feas, sólo pobres”. ¿No estaremos acaso promoviendo con estas medidas de escándalo mediático una cultura de engaño aún más perversa por costo e intención, dirigida a mostrar engañosamente desde inicio lo que nos conviene que el público vea? Quitarse el maquillaje y dejarse ver en público cuesta, y cuesta mucho. Pregúntenselo a los cientos de mujeres que todos los días se maquillan en el coche. Mujeres que, ante el terror de llegar a la oficina con la cara lavada, prefieren correr el peligro de un accidente de tránsito. No vaya a ser que, cuando los demás vean Lo Que Obtienes Cuando Realmente Me Ves, nos miren con compasión y nos digan “¡Karlita, ahora sí te veo traqueteada! ¿Te puedo ayudar en algo?”, y entonces sintamos de golpe y porrazo el costo de haber ocultado durante tanto tiempo a los ojos de los demás, lo que somos. A ratos se me antoja un poco más de paciencia y mucho más de inteligencia al momento de analizar lo que las iniciativas de transparencia 120


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nos ponen sobre la mesa. Pidamos ver más y conocer mejor, pero también tomémonos el tiempo para construir conocimiento a partir de esos datos y cifras. Ahondemos en lo que realmente se hace con el erario público, caso por caso, peso por peso, casilla por casilla y, ¿por qué no?, voto por voto, pero de manera conectada, integral, causal y concordante. El argumento de lo caro que puede ser conocer esos datos, cuando la tecnología de la información ha evolucionado al grado de hacer posible que nos contactemos en fracciones de segundo con el resto del mundo y que manipulemos grandes cantidades de información de fuentes diversas en Internet, se cae no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino en términos de costo-beneficio. El valor de mantener informada a la población, de fomentar la participación social en todos los órdenes y niveles de gobierno es muy superior al costo de desmaquillar rostros, transparentar procesos y hacer responsables a los administradores públicos de las decisiones que toman día con día. Porque un mundo mejor es posible: ¡Fuera máscaras! Karla Cedano

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El remolino9 Todavía aturdido por la noticia, descolgué el teléfono y marqué al Ing. Ramírez. –Hola Armando, fíjate que uno de mis residentes tuvo un accidente en Cd. Jiménez. Necesito traerlo de inmediato, ¿me puedes prestar la avioneta? –Sí, claro, ahorita le llamo al capitán Quezada para que la prepare y se vayan de inmediato. No hay problema. Enseguida llamé al Dr. Leal y quedamos de vernos en el aeropuerto. Me subí a la pick up y enfilé rumbo a la Terminal Aérea. Llegué casi al mismo tiempo que el doctor. Apresuramos el paso rumbo a la avioneta que ya se encontraba en la pista con la hélice girando. Nos subimos rápido y despegamos. Una vez que tomamos altura, el doctor me preguntó casi gritando por el ruido del motor. –¿Qué sucedió? –No sé exactamente, pero al parecer se reventó una llanta de su camioneta y se volcó –le expliqué. Mientras avanzaba el avión dando tales tumbos que nos hacían aferrarnos a los asientos con todas nuestras fuerzas, oímos que llamaban al Capitán Quezada por radio. 9

En memoria del Ing. Juan José Oñate Rodríguez 125


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–Uniform Bravo Uno Uno Dos... Québec Sierra November. –Sí, adelante Québec Romeo Kilo 5. –Tengo un Québec Tango Charly. –Québec Sierra Xray. –El ingeniero Oñate falleció. Sentí un hueco en el estómago mientras el Capitán me preguntaba: –Doctor, ¿escuchó el parte? –Sí, lo escuché –le respondí. Sin saber de donde, vino a mi mente un pasaje del capítulo “El Desierto” del libro de Fernando Jordán Crónica de un País Bárbaro: “…Todo es espacio. El alma de las cosas no puede captarse a 100 kilómetros por hora, y sólo queda presente la monotonía de las tangentes y el abierto horizonte de las llanuras. El acelerador es una distracción ociosa y peligrosa. Se piensa que acaso sería preferible la tortura de la carretera de hace un siglo, para tener al menos la oportunidad de cruzar unas palabras con ese campesino solitario que marcha a caballo de y hasta quién sabe dónde; o mirar detenidamente esa vaca que da pasitos dolorosos, como si tuviera espeadas las pezuñas….”

Enseguida caí en cuenta de la conexión. Recordé que frecuentemente, “El Remolino”, como cariñosamente llamábamos al ingeniero Oñate, decía que le era imposible manejar a menos de 100 kilómetros por hora, sin embargo, paradójicamente, siempre tuvo tiempo de platicar con el campesino y de mirar a la vaca.

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¡Así era su vida, un remolino a 100 por hora! Así era también el cariño que “sus ejidatarios”, su familia y sus compañeros le profesábamos, y así la admiración por su amor al trabajo, a la tierra y a los suyos. Mientras sentía que el peso de la tristeza se iba apoderando de mí, se agolpaban en mi cerebro los frecuentes y agradables recuerdos de los muchos viajes que hicimos a su amado desierto. Comencé a hurgar en aquellos recuerdos… Vi mi reloj y eran las cinco y media de la mañana. Mientras saboreaba mi taza de café, oí el claxon de Juan José. Subí a la camioneta y me acomodé en el asiento, mientras sentía el suave calor que emanaba de la calefacción de la arcaica Ford. –¿Cómo amaneció, Doctor? –me saludó. –Bien Juan José, ¿cuál es el programa para hoy? –Doctor, tiene usted muy buena suerte –me comentó–. Va usted a tener una rara oportunidad que el desierto de Chihuahua nos deja ver muy de vez en cuando. La semana pasada llovió después de cinco años; verá usted cómo estas tormentas de verano reviven el terreno con extraordinarias flores de colores de los nopales, magueyes, cactus y lechuguillas. Es de otro mundo. Media hora después de viajar por la carretera rumbo a Ojinaga, por supuesto a más de 100 kilómetros por hora, entramos a un camino de terracería. Efectivamente, comenzamos a deleitarnos con exóticas flores, brotes y un verdor donde rara vez se veía antes. A cada momento el Ing. Oñate paraba su camioneta para enseñarme esto y aquello.

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Después de un rato empezamos a platicar de un tema que a mí me interesaba sobremanera, el proyecto Chorreras. –Oye, Juan José, ¿cómo vas con los avances del proyecto? –¡Excelente!, no tiene idea Doctor, de la emoción que trae la gente. Con estos ejidatarios he avanzado bastante, pero ahorita estoy un poco atorado. Estaba haciendo cuentas y, para mi sorpresa, ¡me topé con que ya tengo quince años trabajando con ellos! Como le dije el otro día, son ochenta ejidatarios que sólo tenían inicialmente ganado y aunque tienen agua, porque están a un lado de la presa El Granero, los becerros siempre están flacos pues tienen que recorrer muchos kilómetros para conseguir algo de pasto; ya ve, esto es puro güizache. En las sequías muere mucho ganado, los ejidatarios siempre salen perdiendo cuando lo venden. Afortunadamente, hace como diez años los convencí de complementar la ganadería con la pesca comercial, pues en la presa hay abundante blackbass, bagre y carpa. Después, con Pronasol, los apoyé para que se hicieran de algunas lanchas de motor. Les fue bastante bien. Ahora el problema es que aunque hay bastante pesca, los compradores vienen cada semana o a lo mucho cada tres días y por el calor, si el pescado no se vende al siguiente día, se tiene que malbaratar o de plano tirar. A veces los compradores traen algo de hielo, pero, por un lado se los dan carísimo y por otro, dura menos de un día. ¡Acuérdese que esto es la antesala del infierno, 42°C! Por eso, Doctor, le propuse que les ayudáramos a poner una fábrica de hielo. Aquí el problema es que la línea eléctrica más cercana pasa como a 100 kilómetros. Por eso, lo que usted plantea, ¡producir hielo con el sol!, se me hace super interesante; pero, usted me conoce, necesito 128


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verlo para creerlo. Ahora, con la cosa del dinero, ni se preocupe, ¡ya hablé con la gente! Están todos dispuestos a poner mil pesos cada uno, así que solo me faltaría poco más de veinte mil. ¡Como quiera le hacemos, Doctor! –Pues, Juan José, me da gusto darte la buena noticia: El Consejo de Energías Renovables nos dio ya el visto bueno. Como ya te había explicado, el proyecto que propusimos va a dar como resultado el primer equipo comercial que se fabrica en el mundo para producción de hielo basado en energía solar; realmente estamos muy orgullosos que se vaya a instalar aquí en Chihuahua, precisamente en tu querido ejido Chorreras. La semana pasada recibí el proyecto ejecutivo realizado por la compañía Sunwise y observé que está diseñado con un generador de hielo que regularmente utilizan barcos pesqueros acoplado a un banco de celdas solares para la generación de energía eléctrica. Adicionalmente, tiene la capacidad de trabajar con gas, por si se da el caso de que no haya sol por varios días. Por esto le denominan un proyecto híbrido. Nos confirman que el costo es de 150,000 dólares. Afortunadamente, conseguimos una donación de 70,000 dólares del Estado de Nueva York y otros 40,000 de los Laboratorios Nacionales Sandia en Albuquerque. Adicionalmente, hace unos días también me autorizaron 30,000 dólares que el Gobierno del Estado y el Gobierno del Municipio de Aldama van a invertir y, por lo visto, los 10,000 dólares que tienen que poner los ejidatarios ya casi lo tienes resuelto; esto es importante, ya que es una forma de que la sientan de su propiedad y la cuiden…

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Volví a la realidad del avión y al sentimiento de abatimiento que me embargaba. En perspectiva, a varios años de distancia, pienso que es importante reconocer la labor que muchos mexicanos profesionistas, con un amor excepcional a su tierra y a su gente, han realizado por muchos años en favor del desarrollo de sus comunidades. En este caso particular, quiero reconocer el trabajo que un grupo de extensionistas, denominados Residentes de la Dirección de Desarrollo Rural realizan en la sierra, en la planicie y en el desierto de Chihuahua. El ingeniero Juan José Oñate Rodríguez fue sin duda un excelente representante de este grupo de hombres y mujeres que bajo diferentes circunstancias, gobiernos, recursos, etc., han tenido como fin primordial el velar por el desarrollo económico y social de “sus comunidades”, como acertadamente las denominan. Fueron innumerables los proyectos exitosos que el ingeniero Oñate realizó, sobre todo en comunidades de su ”querido” desierto. En particular, el proyecto que se menciona en este documento, fue exitoso y actualmente está operando a toda su capacidad. Desafortunadamente, Juan José no alcanzó a verlo terminado pues falleció durante su primera fase. Sin embargo, su contribución al mismo fue determinante para su conclusión. El proyecto fue inaugurado en marzo de 1999 y dedicado a su memoria. Frecuentemente pienso que si todos tuviéramos el entusiasmo, la capacidad de trabajo y la responsabilidad de Juan José, otro México nos pintara. Arnoldo Bautista 130



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Carta a la abuela Cuernavaca, Mor. a 16 de junio de 2006 Querida abuela: Muchas gracias por los libros que me mandaste y por tu preciosa carta donde me cuentas las últimas noticias del campo de la astrofísica. Coincido plenamente contigo en que no hay que preocuparse por la muerte térmica del universo. Además, como dijimos alguna vez, si nos toma por sorpresa nos vamos a Mérida con mi tío Luis, y ni cobija necesitaremos (¡ji!, ¡ji!). El sábado pasado fui a mi taller de escritura (ya te he contado, ¿no?) y prometí que esta vez voy a escribir un artículo de divulgación. ¡En que lío me he metido! Tras mucho pensar, elegí un tema: hablaré de la Teoría de la Evolución. ¡Sabes que me fascina! Como dijo Dobshansky: “Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la selección natural”. A pesar de esto, muy poca gente, aun entre los biólogos, tiene una idea clara de qué es la selección natural. El dictum básico entre los divulgadores es que uno debe de explicar con el vocabulario y la sencillez necesarias para que pueda ser entendido por su abuelita. En mi caso sería demasiado fácil, pues me tocó tener una abuela singular: no se me olvida como tú, cuando yo tenía doce años, me 133


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leías “El origen de las especies”, en el que Darwin propuso por primera vez su teoría de la evolución. Por eso creo que para mí el reto es más bien otro: tratar el tema con suficiente cuidado para que no llegues a avergonzarte de tu nieto. ¡Algo bastante más difícil! Según yo, el principal problema que la gente tiene con la selección natural es que parece increíble que algo tan simple pueda explicar cosas que parecen tan complejas, cosas para las que antes la única explicación viable era Dios. Como decía Paley, si al caminar por la playa nos encontramos tirado un reloj, lo último que se nos ocurre es que no haya sido creado por alguien inteligente y capaz. De igual manera, si vemos la perfección de cualquier animal (digamos un ratón) y observamos el buen diseño que tienen todas sus partes (por ejemplo, sus ojos), parece increíble que esto pueda ser generado por un proceso azaroso, carente de inteligencia e intención. No me cuesta trabajo ponerme en el lugar de los escépticos, ya que yo mismo no dejo de maravillarme de lo complejo y diverso que son los seres vivos, y de cómo su eficiencia y habilidades supera por muchísimo lo que nuestra tecnología puede lograr o imaginar. (Te aclaro que no me estoy volviendo creacionista; sólo digo que no me extraña que quienes no entienden el poder de la selección natural se sientan más cómodos con un ser omnisciente como explicación). En general, el conocimiento científico no es fácil de comunicar, porque, como tú bien sabes, suele ir en contra de la intuición. (Después de todo, si nuestras intuiciones solieran ser correctas, no haría falta la rigurosa y exasperantemente minuciosa práctica de la ciencia). Pero resulta más fácil convencer a la gente de algunas verdades científicas que 134


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de otras. Decía Santo Tomás que “hasta no ver, no creer”. Las leyes de Newton son un prodigio de síntesis, y fueron, sin duda, bastante ajenas a la intuición (¡en cuatro mil años de historia, a nadie más se le ocurrieron!); pero para convencer a cualquiera que haya terminado la secundaria, bastan una o dos demostraciones sencillísimas, que podrías montar hasta en la sala de tu casa. En cambio, no observamos la evolución, la inferimos, y parece imposible hacer una demostración equiparable de tipo “escolar”. Claro que los humanos a menudo realizamos experimentos de evolución (de hecho, los mejoradores agropecuarios no podrían vivir sin ellos, y te aseguro que aun la gente de la calle los practica sin saberlo); pero el problema es que estos son tan breves que sus resultados parecen demasiado modestos como para servir de explicación a la prodigiosa complejidad de los seres vivos. Se necesita una enorme imaginación para concebir lo que puede pasar si extrapolamos los resultados obtenidos en uno de estos experimentos a los cuatro mil millones de años que lleva existiendo la vida. Alguna vez, citando a Einstein, me dijiste que no hay nada más poderoso que el interés compuesto. Recuerdo que yo apenas tenía ocho años y tú, haciéndome una impresionante demostración con tu calculadora, querías embaucarme a que te prestara mis ahorros con réditos. (¡Por suerte para ti, abusiva, yo fui tacaño; si no, hoy me deberías más que el producto nacional bruto!) Bueno, pues según yo, la selección natural tiene el mismo poder que el interés compuesto. Y no es extraño, porque en ambos casos una generación parte de lo que la anterior 135


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generación había logrado. Es como si en la evolución se reinvirtieran el capital y los intereses. Sólo que, a diferencia de las finanzas, donde sólo aumenta una variable muy simple que es el dinero, en la evolución lo que aumenta es algo mucho más complicado de medir. Es como el desarrollo tecnológico: ¿alguna vez te has puesto a pensar qué difícil es medirlo? La verdad es que los humanos somos bastante malos extrapolando tendencias, prueba de ello es lo errados que suelen estar los futurólogos cuando quieren predecir qué inventos y tecnologías habrán dentro de 20 ó 50 años. ¿Crees tú que la analogía del interés compuesto sirva para imaginarse lo que puede hacer la selección natural? ¿Me recomiendas usarla en mi artículo? Hablando de los mejoradores, hago un paréntesis para contarte que Andrea anda ahora dedicada a sembrar frijolitos por todo el jardín (ya no quiere ser bailarina; quiere ser bióloga como su mamá). En cada mercado al que vamos busca nuevas variedades. Tiene unos, creo que son típicos de la sierra alta de Morelos, que tienen patrones rayados como de tigre. El chiste es que separó los de rayas más intensas y decidió no sembrarlos, pues le gustan mucho. Le planteé un experimento: que siembre la mitad de los que guardó, y que cuando las plantitas den semilla veamos si éstas salen con rayas muy intensas, poco intensas, o si aparece toda una gama. Ojalá salga lo que yo espero pues seria muy didáctico para ella. Si sale una gama, y ésta incluye semillas de rayas intensas (con lo cual Andrea habrá recuperado el “tesoro” que invirtió), le diré que vuelva a sembrar la mitad de ellas. Y así, podríamos repetir el ciclo unas cuantas veces y comparar

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la diversidad de cada generación con la anterior. A ver hasta dónde llegamos. ¿Te acuerdas que yo traté de hacer algo parecido con los perros, y hasta crucé a la Chiqui con el samoyedo de los vecinos? ¿Te acuerdas que entre más se reían de mí, más empeñado estaba en hacerlo? ¿A poco no, cuando nació el Cholo, creíste que ya había logrado crear una nueva raza? (Aunque los demás dijeron que parecía extraterrestre)... Por cierto, hace poco me enteré que, según análisis genéticos, los perros son todos descendientes del lobo, y que han habido al menos cinco domesticaciones. La más reciente fue hace apenas 700 años, y casi todas las razas europeas tienen menos de 200 años de existir. ¿Te imaginas?, ¡pasar de lobo a San Bernardo o a French Poodle en menos de 700 años! ¡Si esto no es una buena demostración del poder de la selección, entonces no sé que es! Claro que en este caso ha habido un ser consciente dando dirección a la evolución; pero, la verdad sea dicha, el humano no generó los cambios, sólo los escogió. Las variantes (más alto, más chaparro, más lanudo, menos lanudo, más feroz, más lametón, etc.) se dieron al azar, y el mejorador se limitó a eliminar las que no le gustaron, igual que la adversidad (llamémosla “selección natural”) elimina las mutaciones que ponen en desventaja al organismo que las lleva. Regresando a cuál será la mejor forma de presentar mi tema, lo que no me gustaría es caer en definiciones como “la supervivencia del más apto”, pues éstas han demostrado su poca efectividad. Por un lado, a la gente le suenan tautológicas (sobrevive el más apto, y ¿quién es el más apto?... ¡pues el que sobrevive!). Además, todo mundo confunde apto con 137


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fuerte, listo, rápido, etc. Es decir, con las características que el humano considera virtudes. Pero no veo por qué no pueda ser el más cobarde, o el más deshonesto, o el más pequeño, quien acabe reproduciéndose más. Todo está en que en su medio ambiente (biológico, social, cultural) le dé mayor probabilidad de llegar a la edad reproductiva, o de copular más veces (sé que esta palabra ofende vuestro virginal pudor, mi dulce doncella, pero no se me ocurre otra, así que tendréis que aguantaros), o de tener más descendientes por cópula. Como dice el “buen libro”: creced y multiplicaos. Otro error común propiciado por las definiciones simplistas es el creer que porque los cambios son al azar, la evolución es como una lotería. Si fuera una lotería, la vida no existiría: simplemente no es posible comprar suficientes boletos, pues ni con millones de billones de trillones de intentos se alcanzaría una probabilidad significativa de que al azar se junten los elementos mínimos para lograr un ser vivo. Es una lástima que Borges no se hubiera interesado en la evolución, pues nadie sería mejor que él para explicarla. Borges tiene un cuento (seguro lo conoces) donde plantea que cien chimpancés tecleando sobre cien maquinas de escribir —en un tiempo menor que la eternidad— terminarían por escribir todos los libros posibles; tanto El Quijote con todas sus comas, como el Principio Matemático de Newton, como los libros más tristes, o los más espantosos, o los más vanos: ¡todos los libros pensables! No sólo los que conocemos, también los que algún día escribirán autores que aún no han nacido, y los libros que jamás serán escritos. Y en esa infinita colección de textos habría pequeñas y grandes variantes de cada libro; algunas, la mayoría, 138


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totalmente incoherentes, pero otras muy superiores aún que los libros de Cervantes o Newton. La idea es maravillosa (¿estará allí mi futuro artículo de divulgación?). Aterricemos. Te menciono a Borges porque los genomas de los organismos –el tuyo y el de la mosca, el de la paloma y la bacteria–son como libros, pero quien los teclea no lo hace sin método alguno: lo hace copiando minuciosamente el libro de nuestros padres. Al copiar se introducen por error pequeños cambios, las mutaciones, y por eso en cada generación aparecen nuevas posibilidades. A diferencia de los chimpancés de Borges, en este caso la inmensa mayoría de los libros producidos son altamente sensatos. En rarísimas ocasiones puede no ser así (¡bien conoces el poder destructivo de un punto y coma mal colocado!); pero casi siempre las copias son legibles, entendibles, buenos manuales para construir un organismo muy parecido en apariencia y aptitudes a como hayan sido sus padres. Si alguna de esas mutaciones —un artículo, un plural, un mejor adjetivo— hace a su portador reproducirse más, en la próxima generación el artículo o el adjetivo quedará y será parte de la memoria histórica de la especie. Así, poco a poco, los libros van cambiando, se van diferenciando de otros textos que heredaron, por otros linajes, cambios distintos. A la par (o más bien, en consecuencia de ello), los organismos portadores de esos textos se van pareciendo cada vez menos, en forma y habilidades, a sus ancestros o a sus primos. En lo sutil de los cambios radica, en parte, el poder de la selección natural: no pierde el tiempo explorando posibilidades insensatas: se mantiene siempre cerca de lo que ha 139


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funcionado en el pasado. Además, gracias al sexo (¡ya te veo sonrojar de nuevo!), los textos se pueden combinar (después de todo, cualquier capítulo del texto de mamá era casi idéntico y, por ello, compatible con el mismo capítulo del texto de papá, prueba de ello es que estoy aquí) y así la selección natural puede echar mano no sólo de los mejores textos, sino también de lo mejor de cada texto; corrigiendo los errores que cada cual hubiera acumulado, y combinando y propagando los distintos inventos favorables, aunque hayan surgido en circunstancias, tiempos, o lugares algo distintos. Como resulta obvio de tus bostezos (que hasta aquí los escucho), creo que no lograré pasar la prueba de “la abuelita”... en fin, todavía me quedan algunos días para escribir, y algo se me ocurrirá… Por cierto, me acordé de una anécdota. Ya ves que soy pésimo poniendo acentos; y que todo el mundo me critica. ¿Qué crees que me pasó el otro día? En una narración quería escribir “¡Dios mío!”, pero olvidé el acento. Curiosamente, luego una fotocopiadora (que resultó insensible pero creativa) introdujo una manchita que hacía un acento perfecto sólo que sobre la o: “¡Dios mió!” (Veo tu cara desfigurarse por la blasfemia, pero no fui yo, fue la máquina.) El hecho es que en el contexto mexicano este accidente causó mucha risa, así que las siguientes fotocopias se hicieron de la versión blasfema; la otra se fue a la basura. ¿Qué te parece? ¡He aquí un cambio fortuito perpetuado por un contexto favorable! Me pregunto, ¿qué suerte hubiera tenido esta “mutación” en España? A nosotros los mexicanos nos gusta ir a “miar”, pero los españoles prefieren

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ir a “meeeaar”. Seguramente, lo que aquí fue una exitosa blasfemia, allá sólo habría sido una falta más de mi pésima ortografía. Bueno, me despido. Por cierto, por favor bájale a los dulces, que aunque mala hierba nunca muere, entre tus ya considerables primaveras y la diabetes que te cargas no me vayas a dar un susto como el del año pasado. No dejes de escribirme. Recuerda que cualquier sugerencia para mi artículo será bienvenida. Muchos besos, del mejor de tus 38 nietos! Alejandro Garciarrubio

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Misión: Síntesis protéica El agente DNA genómico había sido encomendado a la misión más importante de su vida, en su cuerpo formado por una doble cadena, semejante a un cordón de dos hebras se encontraba una información única y secreta: el “código genético”, el cual tendría que llevar fuera de su prisión, popularmente conocida como el núcleo, para ser descifrado en el centro de operaciones, el ribosoma. Esta misión era de vital importancia, ya que había sido creado para ello y un sólo error ocasionaría una catástrofe. El núcleo era más que una cárcel, un laboratorio de experimentos genéticos donde sometían a los presos a experimentos inimaginables. En su caso, todos los días llegaba a visitarle la doctora DNA Polimerasa (alias DNApol), para producir un clon de él. Nunca supo cuál era el destino de sus clones, pero cada día era sometido a aquél cruel proceso. –¡Cuidado!, ahí viene DNApol –escuchó a lo lejos, mientras ideaba un plan de escapatoria. En ese instante entró la Dra. DNA Polimerasa junto con sus ayudantes, las helicasas. –Sujétenlo con fuerza en lo que busco al Promotor–dijo la doctora a sus ayudantes. El agente DNA Genómico se dio cuenta en ese momento que DNApol siempre lo tomaba de la misma parte para iniciar la clonación, ahora 145


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sabía que esa parte se llamaba Promotor. Pero, ¿qué tenía de especial ese lugar?, intuía que el saberlo sería pieza clave en su escape. La clonación fue terminada y el agente fue atado otra vez a las histonas, quedando inmóvil. Después de recuperarse del proceso de clonación, empezó la búsqueda del Promotor a lo largo de su cuerpo, hasta encontrarlo y darse cuenta que las ataduras en esa parte eran débiles, pero él solo no podía liberarse, necesitaba la ayuda de alguien con la capacidad de tomarlo del mismo lugar y que estuviera de su lado para liberarlo. Lo primero que tenía que hacer era liberarse de esas enormes cadenas que lo aprisionaban, las histonas, luego tendría que encontrar la forma de disminuir su tamaño para poder atravesar la pared del núcleo a través de los poros, ya que su tamaño actual se lo impedía y, finalmente, tendría que disfrazarse para que los centinelas del citoplasma, las DNAsas, quienes lo desintegrarían al instante, no lo reconocieran. Un día, de pronto llegó una doctora a visitarlo; resultó ser una agente infiltrada que trabajaba para la misma organización que él: la síntesis proteica. La doctora era conocida como RNA Polimerasa. Su misión consistía en hacer lo necesario para que él pudiera escapar del núcleo con el código genético intacto. Se decidió someterlo a cirugía plástica y quitar una cadena de su cuerpo para disminuir su tamaño a la mitad y, con ello, poder escapar del núcleo a través de los poros; también cambiarían todas las timinas de su cuerpo por uracilos, así, las DNAsas no los reconocerían y podría viajar libremente por el citoplasma. Un sólo error haría que toda la misión fuera un fracaso, ocasionando que el “código genético” se 146


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perdiera para siempre. La operación se llevó a cabo; RNA polimerasa trabajó con la ayuda de los factores sigma, sus ayudantes. Fue un éxito, quedó irreconocible; sin embargo, su esencia y el “código genético” habían quedado intactos. Una vez concluidas las transformaciones, salió del núcleo sin que nadie lo viera, viajó por el citoplasma hasta llegar al ribosoma, en ese momento el código fue descifrado, la proteína sintetizada y la misión cumplida. Dayanira Paniagua

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A las Seis ¡Talán! ¡Talán! Escucho a lo lejos el sonido familiar. Lejos y amortiguado, como en sueños, con esa sensación desorientada, aletargada, en medio de un instante de sobresalto, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo ese primer destello de luz, ese entreabrir los ojos, sin lograr distinguir gran cosa, esa humedad helada que lastimó mi cabeza y a falta de palabras que describieran la confusión, el dolor, el sobresalto, proferí un grito agudo, chillante, irritante. ¡Talán! ¡Talán! El sonido es más fuerte, un poco más claro, pero igual de confuso e intrigante, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo la emoción, el barullo, el tumulto. Recuerdo cómo la mar de chicos, todos iguales, misma ropa, mismo peinado, mismo olor a limón, me absorbía, me engullía, me atrapaba. Recuerdo su mirada vidriosa, su sonrisa forzada, sus gritos de ánimo que sonaban falsos, tristes, valientes. Recuerdo el dolor lacerante en el pecho, que subía por la garganta, calentando mis mejillas, humedeciendo mis ojos. ¡Talán! ¡Talán! Ahora el sonido es claro, vibrante, lleno de vida, de esperanza, traspasando mi cuerpo, haciéndome vibrar emocionado, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo el nerviosismo, la ansiedad, la espera que termina, la familia contenta a mi alrededor. Recuerdo la secreta

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decepción, la duda, la culpa, la certeza de no merecer el honor, la tristeza disfrazada de solemnidad, la mentira disfrazada de sonrisa. ¡Talán! ¡Talán! Mis tímpanos vibran al compás del sonido, fuerte, claro, que se les adhiere con un sinfín de ecos, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo la carrera al altar, la visión del paraíso frente a mí, el corazón en la garganta por la emoción de, al fin, tenerla. Recuerdo la transformación de su rostro tras la niebla de su inocencia prometiendo calor, anunciando la entrega; pero sobre todo, recuerdo cómo se iluminaba de amor. ¡Talán! ¡Talán! El sonido ya es insoportable. Traspasa mi cabeza, dejando un dolor intenso, lacerante, que me confunde, que me inunda, que no me deja pensar, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo el vacío, la soledad, el “sin–sentido”, el desánimo. Recuerdo la falta de calor, la pérdida de la esperanza, el exilio del paraíso, la urna que encerraba lo que alguna vez fue inocencia, promesa y amor. Recuerdo el olvido, el bendito olvido que borró mi pasado, aniquiló mi futuro y alcoholizó mi presente. ¡Talán! ¡Talán! Escucho a lo lejos el sonido familiar. Lejos, amortiguado y agonizante, ¿dónde estoy? Finalmente abro los ojos y veo un destello de luz, intenso, absoluto, que llena todo y a todos, que no deja distinguir detalle. Y recuerdo. Recuerdo el inicio, la luz, la confusión, la falta de palabras, el grito en la garganta. Al tiempo que recuerdo, abro la boca para gritar, para llorar, para pedir, para respirar. Sufro en un instante la agonía de los últimos años, siempre en el mismo lugar, mirando a los feligreses pasar y tirar monedas. Siento la pesadez de la debilidad, el hedor de mis harapos, el soporte de mis viejas valijas. Valijas que fueron

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casa, apoyo, tesoro, botín, compañeras. En el último estertor agonizante, sin poder distinguir sonidos, siluetas ni contornos, cierro los ojos y finalmente, en la absoluta oscuridad, la veo. Ya no siento dolor ni angustia, pues no la perderé más. Es el paraíso, mi paraíso. Me entrego. Se cumple la promesa, me alimenta su calor. ¿Dónde estoy? Y recuerdo. Estoy, al fin, en casa contigo, mi amor. Karla Cedano

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Apasionadamente Desde el otro lado del pasillo me observaba fijamente, no perdía detalle de mí. Por momentos era incómodo sentirse observado de ese modo. Yo nunca cedí ante la presión de su mirada insistente, y me concentraba en mi actividad. Los demás no parecían notar el hostigamiento del que yo era objeto. Comenzaba en la mañana, cuando la luz se abría paso entre la penumbra, primero un delgado haz de luz del día, luego la luz artificial lo llenaba todo con su tono frío y un barullo que llenaba el ambiente permanecía hasta que la oscuridad llegaba de nuevo. Fue hace dos colecciones que todo esto comenzó, recuerdo el momento. Llegó desde otro piso y se instaló allí, en el puesto que le fue asignado del otro lado del pasillo. Yo ocupaba mi lugar desde hacía mucho, fui de los primeros en llegar y, a pesar del tiempo y de los últimos cambios, nunca me moví. Yo no podía revelar este sentimiento de persecución, ¿cómo probar que

me

observaban

constantemente?

Tampoco

podía

afrontar

directamente a mi observador, se daría cuenta que lo había descubierto. Así, en cambio, podía tratar de conocer sus intenciones. Su mirada dejó de pesarme justo después del cambio de colección; a pesar de que sabía muy bien que, desde el otro lado del pasillo, mi observador seguía atento a mis movimientos. Sin darme cuenta, dejé de 159


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sentir esa incomodidad y, para mi sorpresa, comencé a disfrutar que sólo tuviera ojos para mí. Mientras la luz llenaba todo el espacio, otras miradas se fijaban momentáneamente en mí, pero no me interesaba lo que los motivara. Entonces dejó de mirarme, por lo menos así lo sentí. No podía buscar su mirada y eso alimentaba mi desconcierto. Hoy, poco después de que la fría luz llenara todo el espacio, supe que mi observador efectivamente ya no me miraba. Era curioso ya no sentir sus ojos fijos en mí. Cualquiera hubiera descansado al saberse liberado, pero yo no experimenté esa liberación. Me preguntaba si seguía allí y solamente ya no me miraba, o si más bien, había cambiado de sitio. Cualquiera que fuera la respuesta, lo cierto era que ya no lo hacía. ¿Por qué me miraba con tanta insistencia al principio? ¿Por qué dejó que me interesara, para luego simplemente dejarme? Y lo peor de todo, ¿a quién estará observando ahora?... Yo había comenzado a pensar que podía construirse algo entre nosotros. Porque al mirarme con tanta insistencia, era evidente que eso estaba sugiriendo. No estoy soñando, algo sólido podía construirse entre nosotros, puesto que había admiración en su mirada (esto lo puedo asegurar). ¿No es acaso la admiración la base de todas las relaciones de pareja exitosas? Si ya nos pertenecíamos, ¿por qué dejó entonces de admirarme? Estando separados por tan sólo un pasillo, era inminente que nuestros destinos se encontrarían. Cambio de colección. Hoy, antes de que el barullo invadiera el espacio, me han cambiado la ropa ligera por el abrigo y la bufanda.

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La duda persiste, no puedo olvidar, ¡no quiero olvidar! ¿Es acaso tan fácil desechar uno y remplazarlo por otro? Por más que quiero no logro saber si sigue del otro lado del pasillo. Saber que se ha ido me tranquilizaría tan sólo un poco, ya que podría decir que le es imposible seguirme admirando. Por el otro lado, si siguiera allí, se fundamentarían todos mis temores. Como quiera que fuera, debiera tratar de hacerme llegar una señal, un indicio, algo que me permita mantener viva la esperanza del encuentro casual en el pasillo. Fidelidad, eso es todo lo que exijo de un acompañante. ¿Soy su objeto de admiración? Yo no se lo pedí, sin embargo, al aceptarlo como admirador tengo el derecho de exigir fidelidad. A partir de ese momento nos debemos el uno al otro. Es cierto, todavía no se había dado el inevitable encuentro, pero ya todo estaba escrito, ya nos habíamos aceptado. El cambio de colecciones parecía eterno, no sé cuántos más vinieron, y nunca más me sentí bajo el escrutinio ocular que caracterizaba a mi admirador. Nunca lo perdoné tampoco. Entonces ocurrió el gran vendaval, los vidrios volaron en mil pedazos, las astillas se incrustaban perforando la ropa que lucía en ese momento. El ruido ensordecedor aumentaba la confusión, y la vorágine de prendas y papeles hacía torbellinos mi destino. Me sentí levitar y girar golpeando cuanto había a mi alrededor, era tal la velocidad con la que volaba que era imposible distinguir contra qué chocaban mis extremidades, cada impacto desprendía un pedazo de las mismas de modo que pronto me encontré reducido al tronco cubierto con jirones multicolores. Súbitamente caí; mi cabeza se separó del tronco y rodó hasta detenerse al pie de lo que quedaba de un pedestal. ¡Qué ironía! 161


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Del otro lado del pedestal reconocí la mirada llena de admiración que había decidido ya no perdonar. El vendaval lo había tratado mejor que a mí, no había perdido más que dos extremidades y todavía vestía el traje de baño que exhibía en la vitrina que daba a la calle. Nuestras miradas se cruzaron al fin, dejé que admirara lo que quedaba de mí y nos entregamos en silencio el uno al otro, fielmente, en el pasillo que uniría nuestros destinos. Sandino Estrada

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Amor procario Zozobra era la palabra que mejor describía su estado de ánimo, abandonada a sus emociones en el medio acuoso. –¡¡¡Escherichia!!! –se escuchó entre el permanente murmullo que generaba el vaivén turbulento del agua. Pero ella no podía oír. A lo lejos, con un infinito número de moléculas de agua de por medio, aunque a sólo unos milímetros de distancia, otras como ella continuaban con su tarea reproductiva. Hubiera querido acercarse a las demás, mas la falta de flagelo se lo impedía. Pensó en la posibilidad de encontrar una superficie sólida donde fijarse, pero recordó lo deprimente que resulta ser parte de una colonia y vivir en un conglomerado entre millones de la misma especie, habitando un mundo sin limitación de nutrientes, apelmazada en monótonas montañas celulares extendidas hasta el final del mundo; del mundo plano de la caja petri. –¡No te alejes del azúcar! –le gritó entre los sonidos del agua. Aunque sabía que a ella sólo le interesaban los mensajes químicos. Y además, ¿para qué querría alejarse? Ninguno de sus organelos almacenaba el tipo de recuerdos de los que obligan a huir o al menos a emigrar. El deseo era más bien una necesidad suya que había decidido olvidar. Ella no podía estar abrumada por recuerdos del pasado; por ejemplo, el de la vida en 165


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colonia, en matraces, en intestinos, en polvos, en refrigeradores; recuerdos de una permanente lucha por el carbono de cada día –de cada minuto–, de una lucha brutal que siempre acababa siendo de vida o muerte. Quería olvidar su permanente migrar de lo dulce y de lo amargo; a veces de una manera brutal como podría ser el paso, vía una suerte de renacimiento, desde un estado casi catatónico en la caja petri a otro de plena abundancia en un medio de cultivo fresco, completo, óptimo para su desarrollo. Quería dejar de pensar en la intervención divina de una mano del más allá, la mano de un organismo superior que podía rescatarla-tomarla-einocularla en un valle acuoso; un paraíso prometido de nutrientes: con carbono para su esqueleto, nitrógeno para sus proteínas, azufre, potasio y nutrientes por doquier. Todo para dedicarse únicamente a la contemplación reproductiva. Quería dejar de pensar en un mundo feliz, en un medio completo. La promesa de abundancia la contactó con su falta de apetito y con su sed eterna de nutrientes del alma. Se concentró en el agua, agua con la que ella nunca sabría cómo y menos para qué, se fabrican las lágrimas. La miró frágil, inerme, inquieta, incluso asustada; regresó la tristeza y, con ella, el recuerdo de vacío, de escasez y de desastres: algo como la infame amenaza que se cernía sobre ella: desnaturalización, o peor aun, esterilización. Al observar sintió que también era observada y quiso imaginar cómo podría ser su pudor; ¿qué pensaría al ser hurgada en su citoplasma? O peor aún, ¿qué hacer ante el intento de una manipulación genética? Intuía que no le gustaría que tocaran zonas tan de ella, centro de operaciones, 166


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escondite de los más íntimos secretos, instructivo de emociones, almacén de mensajes de amor; zonas desde donde se emitían gritos, suspiros y anhelos, se engendraban sueños, se hacían sugerencias, y se daban recetas para, una y otra vez, de una y mil maneras, pasar aquella instrucción básica y elemental, su misión de vida: ¡no zozobres!, ¡reprodúcete! –Ojalá fuera tan simple –reflexionó, consciente del deseo de una caricia. Observó cómo bacterias vecinas se acercaban con indiferencia e imaginó que unas se interesaban en otras, que les gustaba sentir más calor y no necesariamente mayor temperatura; y que, al concluir el evento reproductivo que ejecutaban cada 20 minutos, la soledad les era soportable. ¿Cuántas veces habían vivido ya ese momento? Cuántas generaciones preguntándose ¿por qué?, ¿para qué? ¿Qué tipo de señales químicas podrían diseñarse para evitar la soledad inherente al acto amoroso? ¿Acto amoroso? –pero si aquí nunca había existido el cariño. Sintió que le acariciaban la pared celular, pero era demasiado primitiva para poder entender el gesto. Trató de componerse haciéndose a la idea de que todo lo que le sucedía era parte de su experimento; que pronto todo le sería aclarado, como al despertar de un sueño. Que una vez sintetizadas las moléculas necesarias, podría transmitir lo que quería transmitir y recuperaría rápidamente lo perdido. Mutaría, sí, y así mutada, con su nueva bioquímica, encontraría formas de reproducción de alta intensidad emotiva y mecanismos de bloqueo para momentos como ese, en los que deseaba no sentir nada, no existir. Así en el agua como en las colonias, por generación tras generación, hasta la esterilización, amén. 167


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Sintió un desgarro profundo al desprenderse el pedazo de pared que la unía con otra como ella, y mientras la otra se alejaba, imaginó que le hacía una señal de despedida; pero no, era ella quien se despedía al alejarse. Caía en ese tipo de reflexiones cada vez con más frecuencia, a pesar de que no traían paz a su estado metabólico. ¿Por qué tendría que ser siempre así? Una reproducción tras otra, sin tiempo para explorar otras actividades en el medio. ¿Sería que no tenía un núcleo verdadero? Pensar en el núcleo la estremeció. Nadie ahí lo tenía. ¿Es que se podría vivir diferente con un núcleo? ¿Por qué si nunca lo había tenido, de un día para otro la falta de un núcleo se había vuelto tan crítica en su vida? Se sintió apesadumbrada, se asfixiaba; demasiado CO2 se acumulaba en su ambiente y trató de liberarlo con un suspiro que se escuchó como un grito. El núcleo había sido el principio de un nuevo linaje, pero el final del suyo; recordaba claramente cuando la clasificó como una “gran negativa”. Y ahora, apesadumbrada, cavilaba entre dos dilemas: el del núcleo que le faltaba y el de la reproducción: al haberse dividido en dos: ¿quién era ella? ¿ambas? ¿ninguna? ¿la que hablaba? “Alguna vez todo fue mucho más que el mero deseo reproductivo – pensó–. Fue algo más dulce que la glucosa; algo capaz de acelerar el metabolismo y aumentar el poder reductor; reacciones químicas de plenitud y trascendencia”. Sin embargo, ahí estaba, sola, en medio de ese infinito océano celular buscando ser reconocida, observada, apoyada; urgida por la necesidad de compartir y aún dolida por el choque brutal. Sí, el choque aquel. Al principio no había sentido dolor; su pared, al igual que la de toda gran 168


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negativa, no era muy rígida pero sí resistente y plástica gracias a sus enlaces peptídicos. No había sufrido daño estructural, pero el impacto emocional casi la vuelve loca. Había sufrido un choque como hasta entonces no había experimentado. Al constatar cómo se alejaba poco a poco, navegando insolente después de haberla golpeado, le dolió su indiferencia. Imposible seguirlo; todo pasó tan de prisa que cuando quiso reaccionar, ya estaba fuera de su alcance. No quiso quedarse, –ese mensaje no estaba escrito en su ADN–, le había explicado. Tampoco en el de ella el de rogarle, pero sí el del abandono. –¡No te vayas, maldito! –exclamó en voz alta, al perder el control y salir de sus cavilaciones bacterianas, cuando todos los recuerdos con su infinita carga de dolor le llegaron de golpe. Él había llenado su vida de sentido, de nutrientes y ahora no había nada: sólo silencio, esterilización. –¡Maldito bioquímico de mierda! –gritó, recordando cuantas veces le había hablado de lo triste del mundo bacteriano, sin amor y sin núcleo. Revivió momentos con él; como cuando la sorprendía en el laboratorio y le rodeaba la cintura con los brazos, al tiempo que le prometía el mundo al oído y describía el núcleo celular y las analogías que tenía con el núcleo que ellos formarían en un medio de abundancia donde iniciarían su colonia. “Claro, siempre y cuando se te quite un poco lo gran negativa”, recordó que él repetía siempre después de hacerle el amor sobre la incubadora, ya de regreso a su oficina. ¿Cómo pude creer en ti? ¡imbécil! ¡Cómo fui capaz de aceptar sus juegos bobos, hablar con las bacterias, imaginar inquietudes, ponerles 169


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nombres, gozar o sufrir con ellas o, lo que es peor, pedirles favores, como que crecieran rápido para que mi maldito asesor pudiera publicar mi trabajo! Entre las bacterias volvió a ver su rostro indiferente, frío, incapaz de amar, interesado sólo en seducciones: “¡como una pinche bacteria!”, se dijo. –Tienes que salir del laboratorio, Gina, y ya no grites –ordenó el joven de la bata blanca, mientras su colega la tomaba por el brazo–. Hay instrucciones del Doctor de que no te dejemos entrar más. Estás fuera del proyecto y necesitas buscar ayuda. Retiró los ojos del microscopio. De cualquier forma ya no podía ver nada. Tenía el rostro bañado en lágrimas y sólo alcanzó a decir entre sollozos: –Ya voy; y no me digas Gina, me llamo Escherichia. Agustín López-Munguía

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Según me acuerdo Aunque algunos sostienen que hubo indicios anteriores, la mayoría recuerda que la crisis comenzó exactamente en esa famosa semifinal entre rojos y azules. Después de hora y media de deslucido futbol lleno de errores, el marcador estaba cero a cero. Cuando sonó el silbatazo final, los seguidores de ambos equipos pensaron con alivio que pronto habría una resolución, por desfavorable o arbitraria que fuera. Tocó al jugador número seis de los azules tirar el primer penal de la serie. Habiendo elegido la esquina superior derecha para colocar su tiro, con un leve quiebre de su cuerpo, engañó al portero, quien se lanzó anticipadamente hacia el extremo opuesto. Sorprendentemente, el balón salió curveado, picó a no más de tres pasos al frente de la portería y con un extraño rebote voló por arriba del marco. Al instante, un sentimiento de fatalidad se apoderó de los azules. En cambio, el público de los rojos no cabía en sí de entusiasmo. El silencio regresó al momento, mientras miles de ojos observaban atentos el primer tiro de los rojos. El portero azul sudaba frío; de hecho, ni siquiera se movió; sólo reaccionó después de que, milagrosamente, el disparo se perdió entre las gradas. El público aullaba. Se alternaron más tiros de azules y rojos, pero seis penales después el marcador seguía cero–cero. La histeria había invadido el estadio. En el canal 16 de la televisión, el famoso narrador de partidos gritaba fuera de 173


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sí: “¡Nunca en mi vida, señores! ¡Nunca en mi vida había visto algo similar!” Contra toda lógica, los siguientes dos tiros tampoco lograron el gol. Quienes en el estadio, o desde sus casas, presenciaron el partido no perdieron tiempo en comunicar este extraño suceso a todos sus conocidos: habían atestiguado un partido de campeonato que había terminado cero a cero después de diez penales, y que los rojos habían ganado por el capricho de una moneda. Lo anterior sucedió un viernes en la tarde. Cuando al día siguiente los periódicos reportaron lo acontecido, ya no era noticia; pero seguía siendo el tema favorito de todas las charlas. La verdadera alarma cundió el siguiente domingo a mediodía, cuando la final de la copa, entre amarillos y verdes, se convirtió en una repetición exagerada del partido del viernes. ¡Parecía un juego de tarados! Ni en el tiempo reglamentario, ni en los dos tiempos extras, ni en ninguno de los diez penales, la pelota se acercó siquiera a las porterías. Las excusas ridículas que dieron los entrenadores de ambos equipos no bastaron para evitar ser despedidos. Las autoridades de la federación se negaron a hacer declaraciones. Los rumores insinuaron que los equipos se habían vendido (cada uno a distinto sobornador), o que los jugadores habían sido drogados (a pesar de la evidencia negativa de los exámenes de dopaje), o que un conocido magnate (dueño, como era, de ambos equipos) había orquestado esta farsa como regalo de cumpleaños para su querida (y que seguramente la fecha de los partidos verdaderos se anunciaría pronto). Por cierto, estos últimos tuvieron algo de razón, pues efectivamente se decidió repetir la final. Pero antes de que esa fecha llegara, comenzaron a surgir las noticias de que un desastre 174


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similar se estaba presentando en cada partido que se jugaba, ya fuera en la segunda o la tercera división. El escándalo creció cuando el capitán del equipo amarillo anunció que no jugaría en la repetición de la final. Adujo para ello el resurgimiento de una antigua lesión en el tobillo. Inmediatamente, muchos otros jugadores, tanto amarillos como verdes, se declararon incapacitados para jugar. El miedo en ambos cuadros era evidente. El capitán del equipo verde, lo resumió valientemente: “Ya ni entrenamos, ¡los balones están embrujados!” La vergüenza se apoderó de la nación, eminentemente futbolera. “¡Qué ridículo!”, se escuchaba en las calles. Nadie, absolutamente nadie, era ajeno a la extravagante situación. Cada quien lo asumía a su manera, cada quien lo explicaba a su manera, cada quien lo vivía de forma propia. En toda familia se dieron historias de algún miembro fanático, o de un conocido, que había llorado amargamente su desesperación, con o sin la ayuda del alcohol. En toda fábrica, oficina, o mercado, los encargados vieron angustiados cómo los empleados descuidaban su trabajo para discutir causas y soluciones. Entre las mujeres el chismorreo tornó alrededor de cómo sus maridos ya no eran los mismos. Algunas estaban verdaderamente preocupadas; otras, las más, lo veían como algo positivo, pues creían que con esto los hombres se curarían de su adicción futbolística y podrían ser, al fin, los atentos compañeros que nunca habían sido. Durante un mes, o un poco más, las televisoras estuvieron en la gloria. Por un lado, en esos días, nadie, ni el menos afecto al futbol, se perdía la transmisión de un partido, jugara quien jugara, pues ya fuera 175


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por ansia o morbo, ¡todos querían presenciar el esperado gol que rompería aquella absurda racha! Por otro lado, toda la programación televisiva se dirigió a la cobertura del fenómeno: los noticieros, con su desfile de entrevistados, se convirtieron en un circo de tres pistas; los futbolistas y sus familias se volvieron los personajes de los reality shows; y hasta las telenovelas re-grabaron escenas y capítulos enteros para reflejar la problemática actual. Los ratings alcanzaron niveles récord. El resto de la economía nacional tuvo menos suerte. A través de su Secretaría de Gobernación, el gobierno, preocupado, ofreció becas y premios a quien pudiera encontrar la explicación al fenómeno. Los científicos del país, con su usual determinación, sometieron a jugadores, canchas, y balones a los más exhaustivos exámenes. Los biólogos propusieron que había un extraño virus que afectaba el control neuro– motor de los futbolistas. Los psiquiatras hablaron de psicosis colectiva. Los físicos inventaron complicadas hipótesis que implicaban al hoyo de ozono y las explosiones solares como posibles causas para las trayectorias erráticas de los balones. Los matemáticos fueron más allá y demostraron que, con base en las teorías del caos, el fenómeno no sólo era lógico, sino inevitable. Ideas y experimentos fueron y vinieron, pero de ninguna forma pudieron dar cuenta de los siguientes hechos: que fuera de las fronteras del país el futbol seguía siendo el mismo, y que en las “cascaritas” callejeras los goles caían con su ritmo habitual. Si la ciencia no podía explicar lo que pasaba, la religión y la fe no podían cruzarse de brazos. Las autoridades eclesiásticas, de los más diversos cultos, aprovecharon la oportunidad para extender sus alcances, 176


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recrudecer sus sermones, condenar el pecado, promover la abstinencia y exigir la devoción. No faltó quien dijera que los acontecimientos actuales estaban previstos en las sagradas escrituras, descritos con lujo de detalle para quien eligiera leerlos con los ojos de la verdadera fe. De pronto, Sodoma y Gomorra, el fin del mundo o la llegada del anti-Cristo, dejaron de ser metáforas y se convirtieron en angustias cotidianas. Arrepentidos y esperanzados, miles de feligreses, que por años no habían pisado los templos, regresaron a ellos. Y, por si acaso eso no bastara, la gente puso altares a santitos menores y deidades oscuras, rezó oraciones cercanas a la magia, ahumó con yerbas, ofrendó con velas, adquirió pirámides de cuarzo y practicó rituales poco ortodoxos, cuyas instrucciones podían conseguir en los mercados. El país no se componía. La gente había caído en una alarmante apatía. Los futbolistas que pudieron habían huido al extranjero, mal vendiendo su talento a equipos mediocres. La economía seguía peor, pues la apatía y la pérdida del poder adquisitivo habían causado tal contracción del mercado que la recesión era inminente. Al cabo de dos meses, las televisoras notaron que sus ratings habían bajado y que se les dificultaba conseguir patrocinadores. En vano intentaron promover el basquet y el beisbol. Entonces tuvieron la audaz idea de cambiar las reglas del deporte. Propusieron estas modificaciones: crecer las porterías en lo horizontal hasta cubrir toda la línea de fondo y en lo vertical hasta alcanzar siete metros de altura, reducir en 30 metros el largo de las canchas y darle al terreno un declive de cinco grados para hacer que las porterías quedaran colina abajo respecto a la media cancha y, por último, aumentar 177


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de once a 20 el número de jugadores. A regañadientes, la federación nacional de futbol aceptó, aunque eso significó renunciar a la federación internacional. Entre la antigua afición, las nuevas reglas causaron a unos risa y a otros enojo. Pero, dada la crisis, a la mayoría le pareció que los cambios podían tener el efecto deseado: que alguien en las ligas profesionales lograra meter un gol. Trabajando a marchas forzadas, tomó sólo una semana reacondicionar el estadio principal de la ciudad capital. Tanto las televisoras, como el gobierno, como quienes vivían del futbol, pusieron su mejor empeño en que el partido inaugural con las nuevas reglas fuese todo un éxito. Por ello no escatimaron recursos en la publicidad y la promoción del evento, convocando a los artistas más populares para amenizarlo, y aún llegando al extremo de regalar entradas que equivalían a más del 50% de la capacidad del estadio. El partido inaugural sería un encuentro amistoso entre el equipo naranja y el morado, los cuales fueron armados ex profeso, con los restos que habían quedado del futbol nacional, pues nadie de los jugadores que habían huido al extranjero aceptó regresar. La propaganda y la curiosidad surtieron efecto, y el día del partido, un domingo, el estadio se llenó desde temprano. El espectáculo de danzantes, cantantes, bastoneras y efectos especiales fue magnífico. Al cabo de éste, mucha gente comenzó a salir, pues seguramente no tenían grandes expectativas sobre el partido en sí. Los que se quedaron pudieron presenciar quince minutos de la más ridícula comedia: cuarenta jugadores en una cancha diminuta corrían, chocaban, y se tropezaban persiguiendo 178


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una pelota que parecía mofarse de ellos. El árbitro ni intervenía, pues no estaba seguro de qué papel debía realizar para mejorar el juego. Los defensas no defendían, ya que igual habrían celebrado un gol en su propia portería que en la de los contrarios. El desaliento iba en aumento. No sólo era que el gol no caía, ni siquiera los pases llegaban a su destino. Si por casualidad chocaban jugador y balón, era impredecible quién de los dos saldría disparado más lejos o en qué dirección. Entre el público, ¡los más sanos reían a carcajadas! Sin duda, quien más disfrutaba el espectáculo era una flacuchita niña de nueve años, sentada en la tercera fila sobre uno de los laterales. Se le notaba realmente divertida. Entre risa y risa sus ojitos cafés seguían atentos los movimientos de la pelota tratando de predecir hacia donde se movería. Lo que más le gustaba era que, a diferencia de los jugadores, ella casi siempre sabía lo que la traviesa pelota haría a continuación (“Ahora va a golpear a ese señor de morado que es el más alto... ahora va a cruzarse entre las piernas del señor de naranja que trae el número 15... ahora va a pasar muy cerquita de esa portería pero justo antes va a girar a la derecha”). “Pero qué tontos son estos señores, ¡no meten ni un gol!”, pensaba, recordando que esa misma mañana, jugando con sus amigos de la colonia, ella había metido tres goles en un ratito. Le encantó su propia astucia al darse cuenta de que este “deporte de hombres” (como los amigos de su papá solían llamarlo) más parecía ser “juego de niños”; o, mejor dicho, “de niñas” (¡pues nadie en su escuela o en su barrio jugaba mejor que ella!).

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En esos pensamientos estaba cuando de pronto oyó que su mamá le gritaba: “¡Aguas, Luz Elena!”. Demasiado tarde: el balonazo le dio en la cabeza, dejándola aturdida por un rato. “¡Bola maldita! ¡Me las pagarás!”, dijo, mientras se agachaba a recogerla. “Bueno, no, no es cierto, te perdono”, corrigió, dándole un sonoro beso a la pelota. (El vecino del asiento de a lado escuchó que la pelota lanzó un “¡Auuch!”). Antes de devolverla a la cancha, Luz Elena susurró coqueta a la pelota: “Ahora sé buenita y deja que ese precioso muchacho de pelo negro, que trae un cuatro en su camiseta, te dispare justo al centro de esa linda portería que está allá, ¿sale?” ¡Increíblemente, la pelota obedeció! ¡Y como nunca en la historia de un partido, la multitud se desbordó! Poco a poco el futbol se curó; y conforme fueron habiendo partidos con goles, la comunidad recuperó la paz. Ahora con los años, ya no mucha gente piensa en esos curiosos hechos. Entonces se intercambiaron mil conjeturas de cómo el fenómeno se había esfumado tan sorprendentemente como había aparecido. Es probable que ustedes hayan escuchado otras versiones (igualmente milagrosas), pero yo, que con estos oídos escuché aquel “¡Auuch!” que la pelota exclamó, les aseguro que ¡fue exactamente así como el final de esa crisis comenzó! Alejandro Garciarrubio

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Aparentemente Estamos en el vestíbulo, agotados y hambrientos, discutiendo dónde ir a comer, cuando, al verte entrar, te descubro. Detrás de tu andar cansado, el cabello recogido y las gafas caídas percibo algo que acelera mi pulso y me obliga a mirar hacia otro lado. Somos, en todo el grupo, las únicas dos personas que en los descansos buscan algún lugar tranquilo para leer. En esta semana te he observado en mil instantes, de lejos, detrás de las páginas, con el temor de que me descubras. No me atrevo a distraerte, ni a alterar esa imagen perfecta: tú y tu libro, tu libro y tú. Miro cómo tus manos sostienen y acarician las páginas y, en represalia silenciosa, dirijo toda mi atención a la novela. El resto de la gente nos supone presas de la arrogancia, de una falsa intelectualidad. Sin conocer tus razones, sueño con que sean como las mías, más producto de la pasión que produce la lectura, que de las banales suposiciones de los demás. Llevamos quince días de trabajo intenso, hemos cruzado unas cuantas palabras, y siempre me cautiva tu sonrisa tímida, tus ojos inmensos y tu conversación escasa y precisa. Sigo perdiendo la respiración cuando compartimos el ascensor, situación frecuente gracias a que somos huéspedes del mismo piso. Me sorprende descubrir que, a pesar de la distracción que me impone tu presencia, el trabajo conjunto es productivo. 183


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Tu paciencia y claridad al explicar los conceptos que me son nuevos, se equiparan a mi atención y perseverancia para comprenderlos y ponerlos en práctica. Tus frecuentes silencios dejaron hace tiempo de serme incómodos. Al contrario, son un descanso necesario ante la cada día más molesta costumbre del resto del mundo de conversar sin comunicarse, de hablar por hablar. Mañana terminamos el proyecto. Estamos de nuevo en el vestíbulo, yo me quedo un día más; tú partes en unos minutos hacia el lugar del que te vi llegar hace un mes. Te observo una última vez detrás de tu andar cansado, el cabello recogido y las gafas caídas, y recuerdo... –Entonces, ¿me prestas el libro? –me comentas en el ascensor. –Si me acompañas, te lo doy ahora mismo –te contesto con sorpresa. Tu silencio es un “sí” manifiesto, producto de esa economía tan tuya al conversar. Te siento un par de pasos detrás de mí. Entro en mi habitación, dejo la puerta abierta con el corazón en suspenso, imaginando en segundos que te tengo entre mis brazos. Sin embargo, con la última gota de desilusión que me queda, noto que sigues de pie en el umbral. Me apuro, tomo el libro y, volviendo sobre mis pasos, te alcanzo en la entrada y te lo entrego. –De verdad está buenísimo, te va a encantar. Un poco difícil el inglés, pero haz como yo, sáltate lo complicado —parloteo víctima de la excitación. Me acerco un poco más, mientras tú tomas el libro y mi mano, al tiempo que nuestros labios se tocan, casi sin querer, como por accidente. 184


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–¿Me quedo? –susurras en mi oído. “Sí, por favor”, pienso enseguida, sin saber a ciencia cierta si logré articular palabra. Entonces, el deseo contenido de tantos días, tantos instantes, me inunda. Tu sonrisa tímida se transforma en una dulce y salvaje fuente de sensaciones. Tus manos diestras acarician mi cuerpo con una precisión y una calidez que me pierde, que me enloquece. Desato tu cabello y sumerjo mis dedos en la cascada castaña que tantas veces anhelé. Sin decir palabra nos contamos la vida, mientras nos leemos la piel. Compartimos un silencio que sólo se interrumpe con el cantar de las sábanas y el ritmo de nuestra respiración en sincronía. Vivimos en la última de las noches la intensidad acumulada de cuatro semanas, impulsados por una vitalidad surrealista. A media luz, nuestros sentidos se intensifican en el clímax, una y otra vez; hasta que los rayos del sol interrumpen nuestro silencio. La realidad del encuentro ha superado la fantasía de mis noches desiertas. Estamos en el vestíbulo, cansados y satisfechos, discutiendo con el grupo la ruta del día. Aparentemente, de un mes para acá, nada ha cambiado; detrás de tu andar cansado, el cabello recogido y las gafas caídas, percibo algo que acelera mi pulso, pero ya no miro hacia otro lado. Esta vez, de manera imperceptible para los demás, contemplo tus ojos inmensos, tus manos diestras y tímidamente sonreímos. Karla Cedano

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Temalcachtli Apozonalli –––––Mensaje original––––– De: Eusebio Occulte [mailto:euso1953@yahoo.com] Enviado el: Jueves, 08 de Diciembre de 2005 01:00 p.m. Para: mardol_89@hotmail.com Asunto: Llegué bien Hola, mi amor. ¿Cómo te has sentido? ¿Cómo sigue el dolor? ¿Has podido dormir? Espero que hayas mejorado. Llegué bien, aunque un poco cansado. Veinticuatro horas de viaje y dos trasbordos no son poca cosa. Sin embargo, parece que empecé con el pie derecho. En la última parte del viaje compartí el asiento con un señor que se presentó como Ignacio Cruz. Es un campesino que conoce bien la zona a donde voy. Cuando le platiqué el motivo de mi viaje, me dio algunas señas que quizá me ayuden. Pero no sólo eso, me invitó a quedarme en su casa. Obviamente, primero me negué, pero después de conversar por más de una hora y ante su insistencia (y lo recortado de mi presupuesto), finalmente acepté. Llegamos ya casi en la noche de anteayer (martes 6). Después de bajarnos del autobús, caminamos una media hora hasta la casa del Sr. Nacho, como lo llaman todos por aquí, incluyendo a su esposa. Su casa está prácticamente en las afueras del pueblo. Es una casa humilde pero 189


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limpia y ordenada, con tres piezas y sólo los muebles más indispensables. El piso es de tierra y el techo de teja. El Sr. Nacho me presentó a su familia: Eduviges, su esposa; Doña Mercedes, mamá de ella, y Sofía, su hija mayor, viuda y con un hijo de 10 años. Todos me saludaron muy amables. Durante la cena me comentaron que dos hijos más estaban en Estados Unidos. Sirvieron frijoles con epazote, tortillas y un café, que a mí me supo a gloria, tal vez porque desde Zacatecas no había comido nada. El Sr. Nacho me puso un petate en la cocina y me dio una colchoneta. Esa noche dormí como un lirón. Temprano, al otro día, vi al Sr. Nacho poner el agua para el café. Mi reloj marcaba las 5:30 de la mañana. Me levanté y conversamos por un rato. Me dijo que tenía que hacer algunas cosas en la labor, pero que más tarde me acompañaría al centro para ir al mercado. Ahí él conocía a una señora que de seguro nos indicaría cómo hallar a la persona que buscaba. Esperé con impaciencia y, ya entrada la mañana, apareció el Sr. Nacho. Nos fuimos de inmediato rumbo al pueblo. Después de caminar un rato llegamos al centro, donde se encontraba el mercado. La señora resultó llamarse doña Ludivina y vendía hierbas medicinales. Le expliqué que me habían dicho que aquí, en Naltzopet, podría encontrar al Sr. Jesús Namahc; le pregunté si ella lo conocía. Poniendo cara de sorpresa nos dijo que sí, que ella conocía a ese señor, que él le vendía algunas yerbas difíciles de encontrar y todo mundo le decía Don Jesús. “Sin embargo, él vive en el monte, en la montaña”, comentó. Nos dijo que ella no sabía cómo llegar. Finalmente, explicó que el sábado probablemente iría a 190


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verla: le había prometido traerle gobernadora, una planta muy difícil de encontrar por estos lugares. “Creo que la traen del norte”, dijo. Por un instante, recordé la abundancia de esa planta en mi tierra. Ante mi insistencia, ella me prometió que trataría de averiguar, antes del sábado, cómo podría llegar hasta donde vivía Don Jesús, pero no me aseguró nada. Fuimos a preguntar a un par de personas más, conocidas del Sr. Nacho. Sí sabían de don Jesús, pero no dónde encontrarlo. Finalmente decidimos regresarnos con mi consiguiente desasosiego. El Sr. Nacho me dijo que no me preocupara, que ya lo hallaríamos, que me quedara en su casa lo que hiciera falta. Le agradecí su generosidad. En cuanto pueda le voy a enviar un regalito. El día de hoy, jueves 8, fui a ver a Doña Ludivina pero me dijo que no tenía noticias. Así que me dediqué a dar vueltas por este pueblo. Es bonito y pintoresco, con muchos turistas y un café Internet. Desde ahí te estoy enviando este correo. Me desespera no poder acelerar este asunto. Pero, en fin, yo sé que debo tener paciencia para lograrlo. En cuanto tenga más noticias te escribo de nuevo. Un beso y un abrazo, Eusebio.

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From: “Dolores Martínez” mardol_089@hotmail.com To: euso1953@yahoo.com Subject: RE: Llegué bien Date: Fri, 9 Dic 2005 18:27:28 –0600 Querido Eus, Estoy bien. No te apures por mí. El doctor me recetó unos calmantes y realmente me he sentido mejor. Me da gusto que encontraras rastros de ese señor. La verdad, no estoy muy convencida de que sea la solución, pero en fin, no hay peor lucha que la que no se hace. Todo está bien por aquí. Afortunadamente he podido seguir trabajando sin muchos problemas. Espero regreses pronto. Dios te ilumine en tu empeño. Estaré esperando noticias tuyas. Te quiero mucho, besos Dolores. ********** Original Email********* ** To: mardol_89@hotmail.com ** From: “CyberNaltzopetCafe” <cnc@prodigy.net.mx> ** Date: Fri. 23 Dec. 2005 09:51:40 ** Subject: Recado de Eusebio Estimada Sra. Dolores: Le escribo este correo de parte del Sr. Eusebio. Me pidió que le dijera que está bien, tuvo un pequeño percance, pero que no es de cuidado. No ha podido comunicarse porque está en un lugar donde no hay teléfono ni internet. Me dijo que le dijera que va avanzando en la averiguación que 192


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está haciendo pero parece le va llevar más tiempo del que pensaba, que no se desespere. También me pidió que le preguntara si usted sigue bien y que si no ha habido complicaciones. Finalmente me encargó que le deseara una ¡Feliz Navidad! Saludos cordiales, Guadalupe Rubio. From: “Dolores Martínez” mardol_089@hotmail.com To: “CyberNaltzopetCafe” <cnc@prodigy.net.mx> Subject: RE: Recado de Eusebio Date: Fri, 23 Dic 2005 18:27:28 –0600 Estimado Sr. Rubio, Me tranquilizan sus noticias. Estaba muy preocupada. Por favor dígale a Eusebio que estoy bien de salud, que no se apure, que espero su comunicación y que también que pase bien la Navidad. Dolores –––––Mensaje original––––– De: Eusebio Occulte [mailto:euso1953@yahoo.com] Enviado el: Viernes, 23 de Enero de 2006 07:00 p.m. Para: mardol_89@hotmail.com Asunto: ¡Buenas Noticias! Hola, mi amor. Me disculpo por no escribirte durante todo este tiempo, pero tuve que dejar Naltzopet y ya no tuve forma de comunicarme. Aunque al principio tuve un gran susto, creo que tengo buenas noticias. 193


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Te cuento desde el principio: Si recuerdas, a principios de diciembre estaba esperando la forma de ver a Don Jesús. Esperé hasta el 10 de diciembre, pero Don Jesús no apareció por ningún lado. Sin embargo, ese mismo día, Doña Ludivina me puso en contacto con un señor que lo conocía. Lupe Rubio, dijo llamarse. Vive en una ranchería cerca de la casa de don Jesús y aceptó que me regresara con él. Salimos ya tarde y caminamos como cuatro horas. Al final del camino, con la noche encima, la subida se hizo cada vez más empinada, de tal manera que tuvimos que utilizar pies y manos para poder seguir. Yo sudaba copiosamente, pero no sentía cansancio. Había luna, por lo que teníamos algo de luz, aunque a ratos cubierta por nubes. Recuerdo que Lupe me iba diciendo que ya faltaba poco cuando, al agarrarme de una piedra, sentí un dolor intenso en mi mano y apenas alcancé a ver huir entre los matorrales a una víbora con franjas de colores. Sentí un gran temor y me quedé paralizado. Lupe me preguntó qué había pasado. Creo que me picó una víbora, le dije. Sentí desvanecerme y rodar un poco. Mi brazo comenzaba a dormirse. Como entre sueños recuerdo a Lupe sacar el machete, calentar el filo con un encendedor y el olor a carne chamuscada cuando hizo un corte en mi mano. Sentí que me iba cayendo a un precipicio y ya no supe de mí. Cuando desperté sentí la boca seca, un dolor intenso en la cabeza y temblaba, aunque paradójicamente también tenía mucho calor. Me dolía muchísimo la mano y el brazo. No reconocí el lugar en que me encontraba. Estaba muy oscuro, pero cercano a mí, vi un fuego a medio 194


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apagar y sentí un fuerte olor a humo. Alguien, que no pude identificar, me dio un poco de agua que me supo muy amarga. Me volví a quedar dormido. Cuando desperté de nuevo era de día, lo supe por unos rayos de luz que se filtraban por el techo, pero la habitación estaba más bien oscura. Frente a mí estaba sentado en el suelo un señor, ya grande de edad, medio encorvado y con las piernas cruzadas. Parecía que estaba rezando. Tenía los ojos pequeños, pero tan hundidos que parecía no tenerlos. El pelo y el bigote completamente blancos contrastaban con su cara extremadamente morena y toda llena de arrugas. Vestía un jorongo negro, pantalones blancos ya muy sucios y huaraches. Frente a él, había un trozo de tela negra sobre el que había algunas herramientas, utensilios, cristales y una vela. A un lado del señor había una fogata con pedazos de carbón al rojo vivo y un abanico de plumas. La habitación estaba llena de humo y había cosas raras, entre otras: un bastón en forma de culebra, una sonaja muy adornada, un tambor y algunas yerbas medio secas descansando en piedras o platos. –¿Qué pasó? –le pregunté. –Te mordió una coralillo –me dijo–. Te trajeron hace tres días, vas a estar bien–ése fue mi primer contacto con Don Jesús. A pesar de lo dicho, me sentía mal, muy mal, con sueño y fiebre. La mano y el brazo donde me había mordido la víbora estaban dormidos y hormigueantes: sentía las palpitaciones del corazón en mi mano. La miré y estaba cubierta con plantas. Duré ocho días inconsciente y otros tantos medio inconsciente. Cuando pude comunicarme y darme cuenta de lo 195


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que había pasado, te envié un recado con el Señor Lupe Rubio, que fue quien me trajo con Don Jesús. Me dicen que tuve mucha suerte, porque pocas personas se salvan de una mordedura de coralillo. Los días siguientes, aunque acostado, pude ver a Don Jesús en acción. Toda clase de gente y de todas edades venían a consultarlo con todo tipo de enfermedades. Él las escuchaba con mucha atención, hacía unos ritos extraños y les recetaba que tomaran o se aplicaran yerbas u otros remedios más complicados. Ya cuando me puede levantar, empecé a platicar con la gente que atendía. Me enteré de cosas sorprendentes que según decían había hecho y que parecían de cuento, ¡de milagro! Platiqué mucho con él y, aunque era una persona sumamente sencilla, poco a poco me fui dando cuenta de la experiencia y sabiduría que dejaba salir en cada pensamiento, incluso en cada movimiento. Me acomedía en ayudar a Don Jesús en todo lo posible, pues me sentía una carga y no quiso aceptar el dinero que le ofrecí. En cambio, él me explicaba todo lo que hacía: el uso de sus herramientas curativas, el poder medicinal de las plantas, las leyes sagradas. Poco a poco me fue hablando de cómo afinar los sentidos, dónde encontrar los centros de poder del cuerpo, sobre el manejo de la sonrisa interior, cómo tomar tierra, cómo usar el péndulo, etc. A veces me daba oportunidad de participar en las curaciones. Creo que le caí bien, porque la relación se fue dando rápidamente pero de manera muy natural. Me decía que yo tenía “el don”. Me siento muy raro. Después de haber sido un combatiente feroz de esto, que yo consideraba como superchería y fraude; después de

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ser un ultra escéptico, ahora, Dolores, estoy convencido que nos puede dar la respuesta que andamos buscando. Finalmente, después de varias semanas, me animé a comentarle sobre el motivo de mi viaje. Más que otra cosa, lo que me había detenido, a pesar de mi apuro por tu problema, era la posibilidad de recibir una negativa y que se esfumara mi esperanza. Le expuse lo de tu enfermedad y lo que los médicos nos dijeron. Le dije que alguien nos había hablado de unas esferas de ámbar y nos había dado su nombre. Don Jesús sólo dijo pausadamente, “temalacachtli apozonalli, las canicas de ámbar: de nada sirven si no se tiene la fe, aunque sepas la habladera”. Con movimientos lentos se quitó una bolsita pequeña de cuero que llevaba alrededor del cuello junto a un collar de caracoles, la puso en su altar de lino negro y extrajo unas piedras pequeñas, pedazos de cristal, unas hojas, un pedazo de corteza, unos trozos pequeños de piel, dientes, unas garras y finalmente las temalacachtli apozonalli. Eran diez en total. –Las recibí de mis antepasados –dijo el anciano–, ellos venían de Tzinacantan. Se usan sólo para los casos perdidos y deben ponerse uno en cada centro de poder del cuerpo del enfermo. Debes aprender a usarlos en tu persona antes de usarlos en otros. Recibirás una señal cuando sea el momento. Practiqué por varios días las instrucciones que me dio Don Jesús. Buscaba concentrarme enérgicamente en la entidad interior, el “dejarse ir” como decía Don Jesús. El ritual era largo, se requería colocar las temalacachtli apozonalli en los lugares precisos, decir una “oración” 197


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específica. Yo realizaba cada paso con sumo cuidado; trataba intensamente de comunicarme con las “identidades”. Sin embargo, no se presentaba ninguna señal ni sentía nada en particular. Le comentaba lo que había hecho paso a paso a Don Jesús para ver si algo estaba haciendo mal, pero él sólo asentía y me animaba a continuar. Durante varios días intenté sin obtener resultados, pero no cejaba. Un día estuve haciendo el ritual varias veces, desde temprano en la mañana hasta ya entrada la noche. Finalmente me quedé dormido. Cuando desperté pensé que ya era de día, dado que la habitación estaba toda iluminada. Sin embargo, me di cuenta que todavía era de noche, pues estaba oscuro afuera. Mi mirada se dirigió a la fogata de Don Jesús, y estaba casi apagada. Busqué por todos lados sin encontrar de dónde provenía la luz que iluminaba toda la cabaña. Sentía una extraña gran calma interior, y poco a poco me fui dando cuenta que ¡la luz emanaba de mi cuerpo! ¡Espérame pronto! Te quiero Eusebio. Arnoldo Bautista

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La máscara o El desierto que viene –Perdón, joven: ¿Cómo llegamos al desierto? –¡Para allá vamos! No tienen más que sentarse a esperar. –Lo siento, no le entiendo; ¿quiere decir: sentarme a esperar algún autobús? Es que nos dijeron que de aquí del centro de Torreón cualquiera podría indicarnos cómo llegar al desierto. Queremos visitar la zona del silencio. –¿Del silencio? Creo que esa es una palabra que ha caído en desuso. No hay ya silencio en el planeta. Donde no se escucha el radio a todo volumen, están pitando el claxon o los escuincles no paran de chillar. Oiga nada más la sinfonía de motores. Todo suena en este mundo moderno, hasta el río que no lleva agua, ja, ja. –¿Se siente bien señor? A ver Juanita, dame un poco de agua, que se está poniendo pálido, no se nos vaya a desmayar. –¡Ahhhh! Ustedes son de los que se pasean con su botellita de agua para todos lados. Hoy aceptan pagar por el agua, y mañana les venderán el aire. A mí denme agua pero de la llave. –¡Pero si no se la estamos cobrando! –No, pero igual está llena de bichos. Qu’esque la purifican, pero lo que hacen es llenar sus botellitas con agua de la llave. Como casi siempre 201


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ando con chorro, prefiero saber por qué, y no sólo sospecharlo. Además hasta los gringos se están muriendo de infecciones por el agua, las hamburguesas, las espinacas, los jugos y ahora las lechugas; seguro que son bichos tercermundistas, a ver si con su pinche muro en la frontera detienen las bacterias. Creo que los bichos van a acabar con nosotros. –Tranquilícese, hombre, mire cómo transpira. Vamos, siéntese en la sombrita. –¿Cuál sombrita? Si ya talaron todos los árboles. Lo que hacen esos techos de lámina es sólo tapar el sol, pero no dan sombra. La sombra tiene que ser 100% natural, si no, no es sombra. –Bueno, bueno, no se siente pero por lo menos quítese del sol, los rayos directos lo van a debilitar más. –Pss cómo no me van a debilitar, si, ¡mire!, ¡fíjese bien!, esos rayos pasan justo por el agujero en la capa de ozono; no sólo debilitan, sino que están acabando con la vida en el planeta; como ya no los filtran, son un cáncer para toda su superficie, incluida nuestra piel. –¿Ozono es una japonesa con capa? –Dígale al niño que no se quiera pasar de vivo conmigo; que no haga chistes con las tragedias planetarias, ¿eh? No vaya a ser que aquí mismo le dé una lección, dado que sus padres no lo educaron... por cierto, qué irresponsabilidad de tener tantos niños, ¿no ve que el origen de todo el problema es la explosión demográfica? No alcanzan los alimentos para todos. –Pues para mis hijos hasta sobra. Muy humildemente, pero vivimos contentos y bien alimentados. No les faltan sus frijoles y sus tortillas 202


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–¿Bien alimentados? Es usted un ignorante. ¿No sabe que todas las tortillas son transgénicas? Y sus frijoles seguro son de lata, conservados con sustancias químicas o tratados con radiaciones nucleares. Cada vez que les da de comer a sus hijos un taco d’esos, atenta contra sus vidas. Además el más pequeño va que vuela para obeso, mire nada más que pancita se carga. Dos de cada tres mexicanos son obesos, así que si bien usted y su señora más o menos la libran, sí se nota que el pequeño va que vuela para obeso. –¿Y usted, qué come? –Comida orgánica, 100% natural y sólo cocinada en hornos solares como los que inventaron en Temixco donde hay un centro de la UNAM. –Pues yo tengo un primo que es Químico Orgánico. –¿Se está burlando de mí, verdad? –No, se lo juro, trabaja en el Instituto de Química de la Universidad de Saltillo. –Esos son los peores. Pinches químicos, mire nada más en lo que han convertido al mundo. Deberían de ahogarlos a todos en sus menjurges ... y meterlos en un matraz, antes de que acaben con nosotros. –Bueno, cuide su lenguaje que mi señora no está acostumbrada a escuchar insultos. ¿Me va a decir cómo llegar al desierto o no? –¿Y que chingaos van a hacer allí? ¿Quieren viajar al futuro o qué? Ya verán cómo con la ayuda de gente como su primo, pronto todo esto se convertirá en un desierto. ¿Ve todo este desmadre, todo este ruido, toda esta contaminación? Pues no quedará nada, todo será desierto, todo será zona de silencio. 203


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–Híjole, ¿pero por qué tiembla? Igual y aún falta un rato para eso, ¿no? Se me hace que ya ni vamos, ¿verdad vieja?, ya está lloviendo. Y eso que hace sólo unos minutos había sol. –¡Es culpa del Niño! –Pero si mi hijo ni se ha movido. –¡No sea ignorante! Me refiero al fenómeno climatológico que se denomina el Niño. Es causado por el calentamiento global que resulta de tantos gases de combustión que han arrojado a la atmósfera. –Ah, pues de los míos, la gaseosa es la niña, pero se quedó en casa. ¿Usted no tiene niños? –No. Después de analizar el mundo al que los hubiera traído decidí que mejor no. Pero, finalmente ¡qué le importa! Si no fuera porque me doy cuenta de su ignorancia, ya le hubiera roto el hocico. –Pero, ¿por qué está usted tan enojado si esta agua nos va a refrescar después del calorón que ha hecho toda la mañana? –¿Eso cree deveras? Deje que le caiga la lluvia ácida y no sólo le va a echar a perder la ropa, sino que al rato le va a picar todo el cuerpo. –¿Será por eso que mi niño se rasca tanto? –Seguro. Y si no es por eso, ha de ser por la alergia. –¿Cuál alergia? –Ahora todos los niños vienen con alergia. ¡Seguro que sus hijos también tosen! –Un poco, sí; de vez en cuando. ¿Cómo supo? –Con este aire, ¿qué esperaba? Y mire a todos esos inconscientes respirando en la vía pública. 204


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–Bueno, y ¿dónde quiere que respiren? –No sé, más lejos, porque siento que me sofocan, se lo acaban. ¿Usted fuma? –No, ¿verdad vieja? Ni cuando me echo mis tragos. –¿Cómo? ¿Bebe usted alcohol? –Sí, un poco a veces; para festejar. –Para festejar, ¿qué? ¿Qué se va a morir de cirrosis? –¿Qué es eso? –Olvídelo, no hay remedio para el planeta; entre científicos como su primo e ignorantes inconscientes como usted, que además todo se lo tienen que estar consultado a su mujer, estamos fritos. –La verdad es que... es cosa que quizás no me importa, pero... debería usted tranquilizarse, pues cada vez lo noto más alterado. –A decir verdad, sí, estoy alterado. –¿Quiere que lo lleve a su casa? –No, a mi casa no, gracias. Está desierta. Desde que ella se fue, es una zona desierta y de silencio. Agustín López-Munguía

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Procedimientos de rutina Guía #17 Nota 1: El siguiente procedimiento es muy sencillo, y puede ser realizado por el usuario sin ayuda de un técnico especializado. Sin embargo, como de costumbre, sugerimos que lea las instrucciones completas antes de empezar para que se familiarice con ellas. Lo primero que necesitará es una superficie tersa, plana y reflejante, dispuesta verticalmente, que en lo sucesivo designaremos “espejo”. Si Ud. se ha aplicado alguna vez el procedimiento del “cepillado dental” (Guía #13 de este mismo capítulo), es probable que ya haya localizado un espejo, y esté familiarizado con su uso. Si no, le será útil saber que casi toda casa–habitación tiene un compartimiento llamado “baño”, donde suele haber un espejo adherido a una pared. Una ventaja adicional de llevar a cabo este procedimiento en el baño es que ése es el lugar habitual de otro artículo que utilizaremos. Se trata de una delgada película de material suave y adsorbente (frecuentemente impresa con florecillas), normalmente dispuesta como una larga tira enrollada alrededor de un cilindro de un material fibroso y comparativamente más rígido. Éste es el “papel higiénico”, cuyo uso será descrito más abajo. Si ha localizado un espejo, lo siguiente es extender un brazo para tocar con la mano su superficie. (El uso del brazo y de la mano se describe en el capítulo “Funcionamiento del brazo y de la mano”, cuya lectura 209


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seguramente Ud. ya ha realizado. En el procedimiento que nos ocupa utilizará dos brazos —izquierdo y derecho— con sus respectivas manos.) La intención de extender el brazo hasta el espejo es marcar la distancia adecuada a él. Una vez hecho esto, podrá apreciar sobre esa superficie la imagen de un objeto ovalado similar al de la Figura 1A. Es probable que se trate del reflejo de su propia cabeza; pero, para confirmar esto y excluir que se trate de la cabeza de alguna otra persona, efectúe este simple ejercicio: gire su cabeza sobre su cuello. Si la imagen gira en la misma dirección, siguiendo fielmente los movimientos que Ud. ejecuta, se trata de su cabeza, y puede proseguir. Nota 2: Los espejos funcionan con una lógica regular pero invertida: cuando Ud. mueve la mano derecha, en el reflejo parece que es la izquierda la que se mueve. Lo mismo sucede con la dirección de los movimientos: un movimiento hacia la izquierda parece que se efectúa hacia la derecha. (¡Si toma conciencia de ello se evitará muchas sorpresas!). Por otro lado, aparte de demandar mayor concentración por parte del usuario, esta característica de los espejos causa cierta ambigüedad en la descripción del procedimiento. Por ello, cabe especificar que, en lo sucesivo, “izquierda” y “derecha” se refieren a las suyas, y no a las de su imagen reflejada. Nota 3: En raras ocasiones, el observar la propia imagen reflejada en un espejo (sobre todo por primera vez) puede tener consecuencias emocionales y psicológicas profundas, sin descartar algunas muy negativas. Si Ud. es una persona fácilmente impresionable, asegúrese de que haya en casa alguien con conocimientos de primeros auxilios (ver

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“Casos graves y de emergencia”), por si ocurre la eventualidad de una situación de “choque” severo. Aprecie cómo la imagen frente a Ud. tiene varios rasgos notables, dispuestos simétricamente a ambos lados de un eje imaginario vertical. (Muchos de ellos aparecen identificados en la Figura 1A). Localice la estructura más prominente, que se encuentra aproximadamente en medio del óvalo (tanto en el sentido vertical como el horizontal), y la cual presenta dos orificios de tamaño mediano en su parte inferior. Se trata de su “nariz”, y los orificios son las “fosas nasales”. Las fosas nasales permiten la entrada y salida de aire del medio externo a su cuerpo. El propósito del presente procedimiento es dar mantenimiento a las fosas nasales, pues con el uso y el tiempo se llegan a obstruir, impidiendo el correcto flujo del aire. Es muy importante que refrene el impulso recurrente de limpiar estos orificios introduciendo objetos en ellos. En particular, no debe introducir las laminillas córneas que se encuentran en las extremidades de sus dedos (recuerde que cada una de sus manos tiene cinco estructuras móviles y multi–articuladas llamadas “dedos”), pues esas laminillas, al ser rígidas y filosas, podrían maltratar el delicado recubrimiento interno de las fosas. (Sobra decirlo, ¡el procedimiento que aquí describimos es mucho más seguro!) Nota 4: La “boca” es esa amplia apertura horizontal, situada aproximadamente dos centímetros por debajo del extremo inferior de la nariz, delimitada por dos compuertas carnosas, en cuyo interior hay dos hileras paralelas de piedrecillas blancas (el conjunto marcado con la letra 211


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“C” en la Figura 1A). La boca puede tener dos estados: abierta o cerrada. Es importante que los pasos que describimos a continuación los realice Ud. con la boca firmemente cerrada, de forma que por esa apertura no pueda haber flujo de aire. Retirando temporalmente su mirada del espejo, localice el rollo de papel higiénico. Si lo observa con cuidado, verá que éste se encuentra “punteado” transversalmente por minúsculos orificios que, junto con los laterales del rollo, delimitan secciones cuadrangulares. La intención de los orificios es facilitarle el “cortado” del papel en secciones regulares, al ejercer una tensión ligera, aplicada en dirección longitudinal. Con su mano izquierda desenrolle el equivalente a dos o tres cuadritos, y corte. (Tal vez prefiera hacer esto con la mano derecha y después trasladar el papel a su mano izquierda). Dependiendo del modelo y fabricante, el papel higiénico podría presentarse como un rollo de no una, sino dos capas de la película adsorbente, débilmente asociadas entre sí. ¡No es necesario que trate de separarlas! Regrese a su posición anterior frente al espejo. Guiándose por la imagen reflejada (y tomando en cuenta la inversión derecha–izquierda), lentamente mueva su mano izquierda hasta colocar el papel higiénico aproximadamente un centímetro al frente y hacia debajo de su nariz (como se muestra en la Figura 1B). Al realizar el movimiento, tenga mucho cuidado de no punzar ninguna de las dos esferas acuosas que están dispuestas a ambos lados de la parte superior de su nariz; pues eso seguramente le impedirá seguir viendo la imagen en el espejo (si esto llegara a ocurrir, ¡no desespere!, en unos instantes su visión se normalizará 212


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y podrá volver a intentarlo). Una vez lograda esta maniobra, mantenga la mano con el papel higiénico en dicha posición. A continuación, identifique en su mano derecha el dedo “índice”. Para ello es más fácil identificar primero el dedo “pulgar”: cierre la mano. El pulgar es el único dedo que se mueve en dirección opuesta a los otros cuatro. Extienda su mano. El índice es el dedo más próximo al pulgar. De nuevo cierre la mano derecha, pero deje el índice extendido. Con la misma precaución que tuvo para colocar la mano izquierda en su posición actual, ahora lleve a su nariz el índice de la mano derecha. La punta de éste deberá quedar apoyada sobre la aleta carnosa que rodea el orificio derecho “F”, tal y como se muestra en la Figura 1B. Ahora, ejerza una presión suave. La fuerza debe ser suficiente para que el orificio F se colapse, pero no tanta que el lado opuesto de la nariz se deforme. Probablemente notará que el intercambio de aire con el medio externo disminuye. Por ello es importante no permanecer demasiado tiempo en esta situación, pues la reducción en el aporte de oxígeno (anoxia) podría afectar su cerebro (ver el capítulo “Partes del cuerpo”), induciendo un “desmayo”, con lo cual podría sucederle un grave daño, si durante la consecuente pérdida de conciencia permite que su cuerpo se impacte con el suelo. Así que, sin demora, tome aire y, a continuación, expúlselo, mediante una vigorosa contracción de su “diafragma” (si es necesario, vea el capítulo “Fisiología de la respiración”), con lo cual logrará que la presión del aire dentro de su cuerpo aumente muy por encima de la presión atmosférica. El aire saldrá por la fosa izquierda produciendo un sonido estruendoso. Con tal impulso, es muy probable que por esa fosa rocíe una sustancia 213


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pegajosa de color blancuzco, verde o amarillo. ¡Esto es perfectamente normal, y es la mejor indicación de que el procedimiento está funcionando! Sin embargo, se trata de un residuo peligroso que debe ser desechado con cuidado. Por eso, es importante que la mano izquierda mantenga el papel higiénico cercano a la fosa descubierta, justo en la posición donde pueda interceptar la trayectoria de la sustancia (advirtiendo que ésta puede salir propulsada con asombrosa velocidad), y así se evite la contaminación de otros objetos en el baño. (Por supuesto, el papel impregnado deberá ser tratado con una serie de precauciones, mismas que se describen en el procedimiento anexo.) Quitando el dedo índice de la nariz, permita que entre aire a su cuerpo. Vuelva a ocluir la fosa derecha y repita el procedimiento tantas veces como sean necesarias hasta que compruebe que el aire que sale por la fosa izquierda esté totalmente libre de partículas. Si hemos tenido éxito, podrá apreciar cómo ahora el aire fluye por esa fosa casi sin resistencia. Toca hacer la limpieza de la fosa derecha (el orificio “E” en la Figura 1A). El procedimiento es casi idéntico al descrito, excepto que en vez de lado y mano izquierdos se asumirán lado y mano derechos, al igual que en vez de lado y mano derechos se asumirán lado y mano izquierdos. (Si Ud. necesita ayuda para realizar procedimientos con lateralidad inversa, le recomendamos iniciar la práctica con los ejercicios que se sugieren en las páginas 2127–30.) Una vez terminado el procedimiento en el segundo lado, haga la siguiente verificación: ya sin obturar ninguna fosa, pero con la apertura de la boca perfectamente cerrada, accione algunas veces su diafragma 214


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como acostumbra hacerlo durante la respiración normal, pero poniendo cuidadosa atención al sonido que su nariz emita. Éste debe ser un zumbido de tono grave, apenas perceptible, ya que un sonido fuerte, o un silbido agudo, indicarán que hubo alguna deficiencia en la limpieza de su nariz. Es importante que proceda a desechar el papel higiénico como se indica en el texto anexo. (Un consejo: si elige la opción de hacerlo en el baño, descubrirá que el protocolo resulta poco complicado). Por otro lado, sea o no evidente que sus dedos se hayan contaminado con la sustancia que salió de su nariz, ante la duda es conveniente que inmediatamente practique el procedimiento llamado “lavado de manos con agua y jabón” (pagina 1116), pues, de no hacerlo, podría terminar llevando pequeñas cantidades de esa sustancia a su aparato digestivo (ver el tema “Factores externos que causan enfermedad” en el capítulo “Prevención y buenas prácticas”). Recuerde, debe realizar el procedimiento descrito al menos una vez al día, pero puede hacerlo con mayor frecuencia si así lo desea. Le aseguramos que con unas cuantas veces que lo practique se volverá parte de su naturaleza, y entonces podrá llevarlo a cabo aún sin la ayuda del espejo. Fin de la Guía Alejandro Garcíarrubio

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Máscaras Como entre sueños se le venían a cuesta las imágenes: el grito que le llamaba por su nombre, los golpes en la cara, el forcejeo, las groserías y luego el vacío, la oscuridad... Sentía una total falta de motivación; se sentía vacía, amorfa y abrumada por la ansiedad. Se hundía en el dolor, la decepción, la vergüenza, la turbación, la humillación y la culpa. La rabia le venía de las entrañas. Su odio era rencoroso y con ganas de venganza. No quería odiar, pero tenía que hacerlo. Estaba convencida de que si no sentía odio, no era nadie. Y no quería ser nadie. Tirada, sucia de tierra y humillación, sin testigos, muda, se paró con dificultad, abrió la puerta de la otra habitación y lo vio tirado, embrutecido, borracho. Movida por una fuerza extraña, dio un paso hacia adelante y se lanzó contra la cara; un tajo certero, la sangre brotó del rostro al tiempo que asestaba otro y luego otro; en el vientre, en las piernas, en cualquier parte. Cerró los puños y con una sonrisa estúpida en el rostro comenzó a golpear una y otra vez ese cuerpo bofo, odiado, apestoso. Asustada, se limpió la sangre con la falda y soltó el llanto contenido; regresó al otro cuarto y se sentó en la cama. Agotada por el esfuerzo y la desecada rabia, se quedó dormida. La lluvia seguía cayendo persistente. El viento no dejaba de golpear las ventanas y puertas, acompañado de un ulular escalofriante. Por enésima vez se despertó sintiendo una sudoración copiosa. El miedo 219


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hizo presa de ella nuevamente. Necesitaba estar cerca de alguien, pero en aquel oscuro y lúgubre lugar sólo podía agarrarse de esos trapos con olor a excremento y a sangre. Sentía un pozo abierto dentro del cuerpo, una profunda angustia en el pecho, mezclada con pena y la tensión expuesta a flor de piel. Un dolor agudo le punzaba en los músculos de la espalda, los brazos y las piernas; sentía que el corazón se le salía del pecho mientras que su cuerpo temblaba incontrolable. La cabeza le iba a estallar; el mareo y un vacío en el estómago le provocaban ganas de vomitar. Se incorporó varias veces, pero no se decidía a dejar la cama: la oscuridad le aterraba. Finalmente se armó del poco valor que le quedaba, corrió hacia la noche y en su huida recordó a su esposo y a su pequeño hijo. Fueron muchos los días y las noches en que no quería saber nada, ni ver a nadie, ni comer; sólo quería dormir, evadirse, aunque frecuentemente el insomnio hacía presa de ella. Estaba convencida de que iba a morir, y el ir perdiendo peso cada día reforzaba la idea. A pesar de esto, a menudo pensaba en varias formas de quitarse la vida. Sentía que los platos estaban muy rotos. Le irritaba el tener la atención y cuidado de todos. La culpabilidad la abrumaba, pero más aún el no poder hablar ni desahogarse. No hay peor desconsuelo que el que se vive solo. Poco a poco, todo se fue diluyendo y llegó el momento en que ya no podía sentir nada más que una sombría e indefinida tristeza. Una tristeza a la que empezó a aferrarse para tapar el dolor que nunca olvidaría. Constantemente soñaba que estaba en un pozo hondo y oscuro y que las lágrimas derramadas eran el agua fría en que se ahogaba. Estaba segura de que la angustia duraría mucho tiempo en su corazón; sería esclava de 220


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por vida de un dolor del que sólo la muerte la podría liberar. Arrastrándose por la vida, con el tiempo a cuestas, se percató que llorar por fuera era demasiado fácil y empezó a llorar por dentro. Mucho tiempo después, la tristeza se convirtió en una perenne melancolía, hasta que un día su hijo por fin la hizo sonreír. Arnoldo Bautista

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Der Kuss Logró borrar casi completamente sus pensamientos mientras veía pasar casas y edificios de varios colores y formas a través de la ventanilla del taxi. Le pareció una ciudad bonita y limpia. –¿Está segura que quiere quedarse en la plaza?, a esta hora no hay nadie. –Sí, por favor déjeme allí –insistió. Después de varios minutos llegaron al centro de la ciudad. Ella se bajó y el taxista le entregó su maleta. ¡Todavía no lo podía creer! Se sentía realmente emocionada. Era la primera vez que viajaba sola y esto le daba una sensación de autosuficiencia y realización. ¡Finalmente lo había logrado! Caminó rumbo al centro de la plaza y disfrutó del aire frío que le acariciaba la cara y las piernas. Exhaló varias veces un agradable vapor que escapaba de su boca. ¡El espectáculo era soberbio! No había salido el Sol y había un poco de neblina, pero había suficiente claridad para apreciar, en el marco de un cielo azul profundo, las dos bellísimas e inmensas torres labradas en cantera rosa con un incipiente estilo barroco. La luz amarilla de los faroles de la plaza daba al paisaje un toque de acuarela. El parque era prácticamente para ella. A pesar de la tristeza, en lo profundo de su alma se sentía capaz de conquistar al mundo. 225


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Se sentó en una banca de hierro forjado y sintió lo helado del metal en sus piernas, por lo que se quitó la bufanda y la puso entre la banca y ella. Sus pensamientos empezaron a fluir lentamente. La catedral le recordó aquellos primeros años espléndidos. “Definitivamente una niñez feliz”, murmuró. Se acordó, con encanto, de las inquietudes y alegrías de los primeros años de la adolescencia: las amigas, los domingos en la iglesia, los bailes, los novios. Siempre estaba riéndose, bromeando y a veces haciendo maldades inocentes a sus hermanas, quienes se quejaban constantemente con su madre, lo que furtivamente disfrutaba divertida. Pero sobre todo, recordó con especial deleite, casi con amor, el que papá y mamá le hubieran inculcado esa pasión por el estudio, por la lectura, por aprender. Sintió otra vez, en ese momento, el regocijo y gran expectación que experimentaba cuando se adentraba en las cosas nuevas, la satisfacción de resolver los problemas de aritmética primero y de matemáticas después. En esos años le nació la convicción, avalada por su padre, de que debía ser ingeniera, lo cual provocó el escándalo en el resto de la familia. Pero, de pronto, recuerda cómo sintió que el mundo se le venía encima. ¡La terrible noticia del accidente! Los días y días de abatimiento y duelo. Cada hermana se quedó con un familiar diferente: el dolor de la separación. Recordó a sus tíos con los que se quedó; aunque buenas personas, eran bastante humildes e incultos. Pronto le quedó claro que tenía que trabajar para ayudar a sufragar sus gastos, pero estudiar, ¡ni pensarlo! Primero vino el puesto de recepcionista. Lograr que la dejaran estudiar, en una escuela nocturna, le llevó años de peleas y argumentos 226


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desesperantes. Fueron cuatro años de frío en el espíritu, pero de pequeños logros que fueron formando su carácter y afirmando su convicción de superarse, de aprender nuevas cosas. Sin duda la decisión más difícil fue la de separase, de alejarse de él. Apenas ayer en la noche él se acercaba con su boca a su oído, haciéndole sentir su respiración, para luego posar sus labios en su cara: fue un beso con ganas, un beso a conciencia, un beso que permaneció en el pómulo aun cuando sus labios ya la habían abandonado; el recuerdo de lo que ese beso le hizo sentir la ruborizó nuevamente... sin embargo, no le cabía la menor duda: todo había terminado. Recordó perfectamente las palabras murmuradas a su oído: “qué bien que no tengas que arrepentirte de lo que no viviste... siempre es mejor extrañar los latidos que irlos perdiendo en cajones que el alma nunca acaba de abrir”. Arnoldo Bautista

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Bushido: la vía del guerrero La vida del samurai es como la flor del ciruelo: bella y breve. Para él, como para la flor, la muerte es algo natural y glorioso. ANÓNIMO Ese día Sasaki Ganryu se levantó antes del amanecer. De hecho, no había podido conciliar el sueño durante la noche. La tensión del primer duelo era insoportable. Se cubrió con una manta y salió de su pequeña casa; se dirigió a la tina de madera donde almacenaba agua limpia y, al meter sus manos, sintió cómo se entumecían por lo helada que estaba. Al mojar su rostro despertó completamente. Volvió hacia dentro de su casa y se vistió; se recogió el cabello y lo sujetó con una cinta, a la usanza japonesa de los guerreros de la época. No quiso desayunar y fue directamente al pequeño altar dedicado a sus ancestros. Se arrodilló con humildad e inclinó su cuerpo hasta tocar el piso con la frente y respiró profundamente. Enderezó el cuerpo y, estirando sus brazos, tomó su katana, que en un samurai viene a representar una extremidad más de su cuerpo. La acercó a su pecho, mientras mantenía la cabeza agachada en señal de humildad, y se puso de pie. Aquel sable era una verdadera obra de arte, había servido primero 231


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a su abuelo y después a su padre, en el campo de batalla y en diversos duelos a muerte; ahora, estaba a su servicio. Salió de su casa nuevamente y esta vez fue por su caballo al pequeño establo que había acondicionado detrás de su vivienda. El noble animal parecía inquieto, como si sintiera el nerviosismo de su amo. –Tranquilo, amigo mío –dijo sonriente mientras lo acariciaba. Lo montó y se dirigió hacia el sitio del encuentro. Los primeros rayos de luz empezaban a acariciar el horizonte. Llegó puntual al lugar del duelo, un campo de gran extensión. Decidió no atar a su caballo, pues pensaba que si moría, prefería que el animal huyera libremente en lugar de ser capturado por su rival. Al poco tiempo llegó su adversario: Yoshioka Watanabe, un joven samurai de aproximadamente 27 años, con una reconocida fama en el manejo del sable largo. Era alumno del legendario Nagaoka Sado, maestro de armas de los oficiales del señor de Okaido. –¡Llegas temprano, Ganryu! –dijo Yoshioka con risa burlona–. ¡Apuesto que no pudiste dormir durante la noche! Sasaki no se inmutó. –Si temes por tu vida, ¡mejor lárgate! No hay honor en matar a un cobarde –retó Yoshioka. Sasaki desenfundó su katana y adoptó una guardia alta, manteniendo el sable por encima de la cabeza. Yoshioka desenfundó con calma su sable largo y adoptó una guardia con la punta del mismo dirigida hacia abajo.

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La tensión de Sasaki era enorme; sabía que un error por falta de concentración podía costarle la vida. Dudó un instante si debía atacar o esperar a ser atacado, cuando Yoshioka le lanzó un golpe que casi esquivó por completo, de no ser porque alcanzó a provocarle una cortada en el pómulo izquierdo. Yoshioka limpió rápidamente su espada con su hakama. Sasaki empezó a temer por su vida como nunca. Empezó a sudar profusamente y su boca se secó por completo. Yoshioka aprovechó el miedo de su adversario para atacarlo rápida y violentamente. Sasaki sólo pudo desviar los golpes con su sable mientras caminaba con rapidez hacia atrás; hasta que tropezó y cayó de espalda. –¡Levántate! –dijo Yoshioka–. Aún no quiero acabar contigo. Sasaki se puso de pie rápidamente y volvió a titubear en atacar; su cuerpo expresaba la indecisión de su pensamiento y Yoshioka lo advirtió de inmediato, aprovechando para arremeter contra su adversario. Sasaki recibió un corte en el antebrazo derecho y otro en el muslo izquierdo, ninguno letal, pero sí muy dolorosos. La sal de su sudor le provocaba un ardor intenso en las heridas. Apenas habían transcurrido cinco minutos que le parecieron una eternidad. Por un instante sintió que había perdido la batalla, y que quizá moriría ahí. De inmediato, se sintió profundamente avergonzado por pensar así, y brotó de su interior un impulso que renovó su ánimo; un hálito de

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vitalidad y de coraje que lo convenció de la victoria: había recuperado la confianza en sí mismo. Sabía que podría derrotar a Yoshioka con un solo golpe y que ello implicaba el máximo de concentración y precisión. Yoshioka Watanabe, un poco confiado ya, se lanzó velozmente contra Sasaki. Éste leyó el movimiento de los músculos de su enemigo y avanzó un paso hacia él, al mismo tiempo que salía del eje de ataque de su adversario. Sasaki quedó frente a la espalda de su rival. Un abanico de sangre brotó del dorso de Yoshioka debido a un corte preciso en diagonal que Sasaki le propinó. Yoshioka cayó arrodillado, apoyándose en sus palmas, jadeante. Ya no podía ponerse en pie. Sasaki, sin dudar, se puso a un costado del vencido y terminó con su vida cortándole la cabeza con un poderoso golpe de arriba hacia abajo, como una guillotina. El ruido del viento le confirmó que todo había terminado y que estaba vivo. Sasaki Ganryu tenía apenas 18 años cuando ganó su primer duelo. Las heridas que sufrió durante el combate aquel día formarían cicatrices que habrían de acompañarlo el resto de su vida, como un recordatorio de que el miedo y la inseguridad no deben existir en la vida de un samurai. Ramiro González

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Karbalá El sofocante calor de aquel desierto árabe me hacía recordar mi infancia entre los hornos de la panadería de mi padre, en Inglaterra. Aquellos hornos de ladrillo en ese cuarto poco iluminado donde él trabajaba arduamente todos los días. La diferencia con mi situación actual era la luminosidad del día y la ausencia de aquel delicioso aroma a pan recién horneado, mezclado con aquella esencia etílica producto de la fermentación de la levadura. Hacía ya dos meses que había salido de Londres para emprender mi jornada. Zarpé del puerto de Plymouth en uno de esos novedosos y enormes barcos de pasajeros que funcionaban a base de un combustible derivado del petróleo. Al parecer, la era del navío de vapor había terminado. Inicialmente llegué al puerto de Estambul, en Turquía, donde busqué alojamiento por una noche y al día siguiente empecé la travesía por tierra. Atravesé el país turco para poder llegar a Bagdad, la capital de Iraq. Una vez ahí; debí viajar todo un día en camello para alcanzar mi destino final: la ciudad fortificada de Karbalá. Al ver frente a mí la enorme entrada de aquella ciudad antigua, con sus gigantescas puertas abiertas, sentí emoción por haber llegado; pero también sentí temor de lo que podía encontrar del otro lado. 237


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La vitalidad de la ciudad era contrastante con la ausencia de seres vivos en el desierto que la rodeaba. Había muchos puestos en las calles, mercaderes de diversas regiones llegaban para comerciar sus artículos. Los beduinos, con sus característicos atavíos, llegaban a abastecerse de recursos para sobrevivir en el inmisericorde desierto. El bullicio de la gente y los ruidos de los animales me reanimaron completamente. Era increíble la cantidad de cosas que se comerciaban ahí: telas, alfombras, vasijas, espadas, joyas, piezas de oro y plata, camellos, cabras y caballos, sin olvidar la extravagante comida típica de la zona; en fin, demasiadas cosas, pero ninguna que me fuera de interés. Había venido de tan lejos pero no a comprar mercancías, sino a buscar a alguien, a saber: un mago. Se trataba del mago Salim-Hamed, cuyas hazañas habían llegado hasta mis oídos por causa del destino. Al menos eso quise creer. Había venido a verlo desde Londres como última esperanza para salvar a mi pequeña hija Mary, que llevaba casi un año sufriendo una extraña enfermedad a la cual los médicos ingleses no habían podido encontrar cura. ¡Vaya que sí estaba desesperado para recurrir a un mago de los confines de Iraq! El amor por Mary, mi pequeña Mary, era la fuerza que me había llevado a esas tierras lejanas. Afortunadamente, pronto encontré un guía traductor que me ofreció sus servicios. –Bienvenido a Karbalá, mi nombre es Mohamed y espero serte de utilidad. 238


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–Gracias, Mohamed, yo soy Charles Worthington. Vengo de Inglaterra y también espero que me seas de utilidad –dije sonriente. –Dime, ¿qué te trae hasta estos lugares? –He venido a buscar al mago Salim-Hamed –respondí. El recuerdo de Mary asociado a esta respuesta borró de inmediato la sonrisa que tenía en el rostro. –Has hecho un viaje muy largo; sin embargo, no me sorprende – mencionó Mohamed–: la fama del mago es tal, que han venido a buscarle inclusive desde América. Por el pago de mi tarifa te llevaré ante él, pero el resto es cosa tuya. –¿El resto es cosa mía?, ¡Vaya traductor que has resultado, Mohamed!, piensas dejarme solo frente al mago –le repliqué. –No tienes nada de qué preocuparte, Charles, el gran mago entiende todos los idiomas concebibles. Créeme que una vez ante él, no necesitarás de mi ayuda, salvo para tu hora de partir de la ciudad. A pesar de sus comentarios fantásticos sobre el mago y de mi desesperación por encontrar ayuda, me mantuve lo más escéptico posible. Podría resultar que Mohamed fuera patiño del tal Salim-Hamed y que sólo pensaran quitarme mi dinero. –Sígueme, Charles, te llevaré en este preciso momento ante quien buscas. –¿Qué?... ¿ahora? Pensaba establecerme primero en alguna posada y luego... –Sé que el mago te recibirá ahora –insistió Mohamed–. Si después de verlo quieres hospedarte y pasar aquí unos días, ya será tu decisión. 239


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–Está bien, vamos. Caminamos unas cuantas calles de la ciudad. La arquitectura árabe me pareció fascinante; había fachadas de edificios con unos diseños maravillosos y cuyas columnas estaban adornadas con lámina de oro. Atravesamos una serie de callejones estrechos, hasta que por fin llegamos hasta unos escalones que conducían hacia abajo. Era como la entrada a un lugar secreto. Bajamos por los escalones; Mohamed iba delante de mí. Cada vez estaba más oscuro hacia donde nos dirigíamos. Al llegar al fondo, la oscuridad era total. –Estamos por llegar, ahora sólo debemos caminar un trecho –me explicó Mohamed. En efecto, caminamos un poco, cuando de pronto atravesamos unas cortinas de seda negra. Llegamos a un recinto muy amplio y poco iluminado por velas y algunas lámparas de aceite que me recordaban el cuento de Aladino. La oscuridad y el aroma a incienso del lugar le conferían un carácter ciertamente sagrado, ciertamente atemorizante. El sitio estaba lleno de artículos extravagantes; había muchas piezas de oro y joyas, manuscritos que lucían muy antiguos, hermosas armaduras, enormes baúles de madera y algunos frascos de contenidos coloridos ordenados en grandes estantes. De pronto, lo vi. Casi al fondo del lugar y en una especie de trono estaba el mago. Mohamed me hizo una seña de que me detuviera y con la mirada al piso se acercó al mago. Le dijo algo breve y se alejó caminando sin darle la espalda a aquel personaje. –Anda, puedes acercarte –dijo mi acompañante. 240


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Avancé con nerviosismo hacia el mago hasta quedar a unos tres metros de distancia. Su aspecto era bastante impresionante. Era un hombre descomunal, de piel oscura y marcados rasgos árabes. Tenía el cabello corto y rizado y una encrespada barba negra. El verde de sus ojos contrastaba con el tono de su piel de manera que tenían un toque casi hipnótico. Vestía elegantes ropajes hechos de las más finas sedas que yo jamás hubiera visto y bordadas con hilo de oro. De oro también eran varios anillos que tenía en los dedos con hermosas piedras preciosas incrustadas. Sabía que fue una falta de respeto mirarlo directamente y de esa manera tan minuciosa, pero en verdad nunca había observado algo así. –Dime, ¿qué te trae ante mi presencia? –inquirió el mago con una voz grave y potente. Dada mi conmoción, no pude hablar al primer intento, pero al segundo dije: –Mi hija Mary... está muy enferma y... –me di cuenta que el nerviosismo que sentía me hizo ser tan directo que ni siquiera le dije mi nombre ni mi nacionalidad ni nada que me presentara ante él. Definitivamente, fue una falta de respeto de mi parte—. Por favor, gran mago Salim-Hamed, ayúdeme. He venido desde muy lejos pensando que quizá usted podría tener algo que aliviara a mi pequeña hija. Nadie en Inglaterra ha podido diagnosticar lo que tiene y mucho menos recetarle algún medicamento. –Mmm, ya veo –respondió–. Ésta es una situación complicada. Sabes que venir hasta aquí no te garantiza obtener lo que buscas, ¿verdad? 241


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–Lo sé y aun así decidí correr el riesgo. –Sé que amas a tu hija más que a tu propia vida. A través de ella trasciendes tu existencia y, de alguna manera, vences a la muerte. Al vencer a la muerte vives por siempre. Tú fuiste partícipe de su llegada a este mundo y eso te confiere un poder especial sobre ella. Toma este pequeño bolso de cuero, ábrelo, ponlo cerca de tus labios y di el pensamiento más bello que tu hija evoque en ti. Ciérralo inmediatamente y vuelve a Inglaterra. Tu hija debe abrirlo cerca de sus labios. El hálito de vida es fuente de vida –dijo finalmente y cerró sus ojos. Mohamed puso su mano sobre mi hombro y sentí que volvía a entrar en mi cuerpo después de las palabras del mago. –Debemos irnos ya, Charles –me dijo. Salimos lentamente del recinto. Jamás olvidaría lo que viví allí. Pasé la noche en una humilde posada de la ciudad de Karbalá. A pesar de mi escepticismo ante la respuesta del mago, por alguna razón esa noche dormí tranquilo, como desde hace meses no lo hacía. Al día siguiente, muy temprano, me reuní con Mohamed para pagarle su servicio y recibir algunas indicaciones sobre el camino. Después partiría de vuelta a Londres. –Agradezco mucho tu ayuda, Mohamed, pero antes de irme quisiera preguntarte algo: ¿en verdad crees que lo que me dijo Salim-Hamed funcione? –Sólo puedo decirte con certeza que en los más de doscientos años que se dice que el mago Salim–Hamed ha vivido, miles de personas de todo el mundo han venido ante él, desde las más humildes hasta los 242


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mismos reyes. Todos han venido a pedir ayuda, mas ninguno ha regresado a quejarse. Muchos de los tesoros que viste en sus aposentos son muestras de la eterna gratitud de aquellos a los que ha servido. Unos días después de mi llegada a Londres, mi hija Mary y yo envolvíamos un hermoso obsequio. –Papá ¿crees que le guste el regalo a ese mago que viste, el que me salvó? –Yo creo que sí, Mary, yo creo que sí –mis ojos se llenaron de lágrimas de felicidad. Ramiro González

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El final Hacía ya tres horas que estaba sentado frente a mi máquina. Había quitado por lo menos cuatro veces la pelusa sobre el borde del teclado; había ya limpiado el touchpad otras tantas, y no encontraba cómo darle un final atractivo al excéntrico vagabundo. Pero no sólo era el vagabundo, también estaba inconclusa “La lluvia”, y “Administración”. Entre las categorías de escritores, ¿existirá algo así como un buen comenzador (¡pero mal culminador!) de historias? Tenía que analizar qué estaba pasando. Me gustaban mis personajes y quería verlos en finales magníficos. El vagabundo, por ejemplo, era un tipo inteligente, previsor, calculador. Ya le había precipitado el destino dejándolo de un “plumazo” (¿debería decir “teclazo”?) en la calle sin el cobijo que había logrado armar durante las primeras páginas. Pero ese final para ese vagabundo, a pesar de ser lo suficientemente irónico, no era lo que se merecía después de haber creado tantas expectativas. Y “La lluvia”, ¿qué me dicen de la lluvia?, un tipo atrapado en el tráfico de cualquier gran ciudad, bajo una lluvia casi tropical, solo en su auto con sus pensamientos y su radio bloqueada en una emisora. ¿Cómo sacaría al automovilista del embrollo? Todo indicaba que el del embrollo era yo, bloqueado frente a mi teclado. ¿Cómo hacen los escritores? ¿Imaginan la historia completa? Tal vez empiecen por el final y arman la 247


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historia en reversa, como hiciera García Márquez en su “Crónica de una muerte anunciada”. Pero entre García Márquez y este tecleador de relatos de fines de semana hay una enorme distancia. Divagaba mucho, mi mente se paseaba por múltiples lugares, creaba situaciones, comenzaba nuevos relatos, imaginaba nuevas historias. Todo eso estaba bien, ¡pero no terminaba las que estaban ya comenzadas! Volvía a limpiar la pelusa que invariablemente se instalaba en el mismo borde del teclado. Ya había descubierto varios rasguños en mi máquina y no encontraba las situaciones adecuadas para culminar lo empezado. Me habían hablado de un chamán que era capaz de hacer que los escritores encuentren inspiración, palabras, editores; en fin, el éxito. Por supuesto que no creía en esas cosas, ¡sobre todo cuando el anuncio terminaba con esa frase “veinte pesos el minuto, aplican restricciones”! En una ocasión inclusive tuve que enfrentarme a una manifestación totalmente insólita. Sentado frente a mi computadora, con los dedos dispuestos sobre las teclas, comencé a oprimir secuencialmente aquellas que me permitirían continuar la historia, pero el resultado que veía en la pantalla no tenía correspondencia alguna con lo que yo pensaba estar dictando a mis manos. Quise borrar los caracteres que pensaba haber inscrito erróneamente; pero, al oprimir la tecla para borrar, ¡aparecieron en la pantalla otros caracteres! Había ahora una línea completa de símbolos que solamente había visto en los mapas de caracteres; más desconcertante aún resultaba que, sin necesidad de empujar ninguna tecla, seguían apareciendo símbolos en la pantalla. Entonces, de reojo, alcancé a ver que las letras blancas impresas en la superficie de las teclas, 248


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¡se movían! Podríamos decir que abanicaban sus “extremidades” vigorosamente, como queriendo llamar mi atención. Desde el extremo izquierdo del teclado oscuro, el trazo blanco que delineaba a la letra A, estaba parado sobre el cuadro que le corresponde; después era la W que estaba también manifestándose con gran agitación. ¿Qué querían decirme estos animados trazos blancos, que al cabo de unos minutos ya armaban un alboroto multitudinario? El mensaje era evidente aún cuando no articulaban ninguna palabra: lo que yo estaba escribiendo no era digno de ellas y por lo tanto se negaban a obedecer mis instrucciones. Mi creatividad estaba pasando por una crisis, no había duda. Esto no es más que parte de un ciclo, en realidad la historia siempre estuvo allí, pero momentáneamente inaccesible. Lentamente, y a medida que amanecía, me venía a la mente una situación formidable, creíble y apropiada. Y entonces comenzaba a escribir tan rápido que los dedos golpeaban el teclado a un ritmo increíble, cada golpe mostraba en la pantalla el símbolo correcto, señal de que las letras de mi máquina aprobaban lo que a través de ellas transmitía. La historia tomaba forma rápidamente, lo mejor de todo, es que comenzaba a satisfacerme. ¿Por qué no puede ser así siempre? ¿Por qué hay que pasar noches en vela? Son los placeres de la escritura... Sandino Estrada

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Jenevié –¡Esta zorrita es buena! Así inició todo. Se la llevaron, curaron sus heridas, le dieron ropa, comida y un duro entrenamiento. Su primer trabajo fue fácil: sólo dejar una mochila a media calle. Sin saberlo, el siguiente sería su prueba de temple: llegó el día, la llevaron a un lugar apartado, entró en una cabaña y la pusieron frente a un incauto arrodillado. Le dieron un arma, no hizo falta más, empuñó y apuntó; entre sus pensamientos se asomó un recuerdo de su infancia, la cara de ese maldito penetrándola mientras se carcajeaba de sus gritos y provocaba con todo propósito que los borbollones de sangre que emanaban de su frágil cuerpo se hicieran más abundantes, para bañarla en tintes rojos y frescos que excitaban al cerdo... Recordar eso bastó para accionar el percutor. La escena culminó con un cuarto lleno de sesos que pendían del techo, escurriendo sobre ella. La sensación de sentirse bañada en sangre nuevamente le provocó vómito. Los presentes asumieron que su reacción fue a causa del impacto emocional que propiciaba el haber matado a alguien a sangre fría. ¡Pobres ingenuos! ¡Si hubiesen sabido que incluso lo disfrutó!

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Siguieron varios trabajos; algunos más impersonales, ni siquiera era necesario ver el rostro de las víctimas, mientras otros requerían de alguien con hielo en las venas. Para ella todos eran iguales, y los ejecutaba con la exactitud y precisión requeridas. Al principio, recordaba algunos pasajes de su vida en la calle cuando era niña, como cuando, aprovechándose de su ternura e ingenuidad, muchos le hicieron daño; recordarlo le daba el coraje necesario para matar a cualquiera sin importar qué tan sanguinario fuera el modus operandi. Con cada detonación parte de su alma se desprendía de ella, cayendo a la par de los casquillos, liberándola de todo rencor, impotencia, humillación; pero al mismo tiempo, de toda emoción humana. Después ya no fue necesario recordar nada: su rencor había cesado, su mente estaba tranquila, ya era insensible a cualquier sensación física y emocional; sólo había un recuerdo que le despertaba emociones: su primer asesinato, cuando degolló a aquel niño que había prendido fuego a un desamparado gatito. Cuando recordaba aquel suceso, venía a su mente la mirada gris de aquel indefenso animal, sus maullidos de dolor semejantes al sonido de un violín, la ternura y tristeza que inspiró en ella, la paz que sintió cuando al fin murió y dejó de sufrir. Transcurrió el tiempo y su técnica se convirtió en arte. Sus movimientos, naturalmente finos, adoptaron elegancia y su característico desparpajo hacía de cada operación una secuencia de movimientos exquisitamente bellos: el acecho, la confrontación y la huida parecían un solo de ballet en el que ella era la prima donna y el estruendo de las armas, el fondo musical. Para la gente que la rodeaba, era una joya pulida: 254


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hermosa, con un rostro angelical que irradiaba ternura y tranquilidad, enmarcado por largos cabellos negros y un brillo picaresco en sus ojos que contrastaba con una sonrisa frágil y mesurada. En uno de sus trabajos, escuchó un estruendo característico, a la par que el mundo se paralizaba y el sonido se hacía sordo. Volteó al cielo, observándolo de un color azul brillante como hacía años no lo veía; escuchó el trinar de los pájaros y la agitación de las hojas de los árboles, más verdes que nunca, producida por un viento sublime que acariciaba su hermoso rostro. Poco a poco, sentimientos olvidados regresaron a ella, una inmensa paz la invadió en el momento que su cráneo se quebraba al impactar con el asfalto. Lo último que vio fue un hermoso gatito de ojos grises lamiendo de manera gentil y cariñosa la sangre que escurría por sus labios. Dayanira Paniagua

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Una noche en la ciudad Un día más de trabajo, un día más de tantos como otros...Alfonso terminaba su jornada en una oficina en la que todo era monótono: las mismas caras, los mismos gestos, las mismas actitudes. Gente vacía, autómatas sobrevivientes a la vida; algunos llenos de frustración, enojo, cansados; gente con un rostro plano, con expresiones llanas, hipócritas. ...otro día más... Alfonso se disponía a salir. ...¿Llegar a casa?, ¿encerrarme en esas cuatro paredes?... Con ese color amarillo que le resultaba tan molesto y deprimente, pero ¿cómo cambiarlo? La casera ya había dicho una y otra vez que era imposible, ya que las paredes estaban en perfecto estado. ...¿Llegar a casa esta noche? No, definitivamente no es lo que quiero. Tal vez ir a caminar... veremos qué nos depara el secreto de la noche, quizás hoy me convenza de que esta ciudad es lo que he estado buscando... Caminó durante algunos minutos, hasta llegar a una zona muy popular de bares y cafeterías. Estaba atestado; sin embargo, todo se sentía vacío: tanto las miradas como las palabras parecían aspiradoras vaciando el ambiente. Entre el tumulto había gran cantidad de muchachas escotadas que, con el pretexto del calor, lucían su cuerpo sin mesura buscando 259


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acaparar miradas. Para desgracia de las chicas, todas las presentes usaban la misma estrategia de socialización, por lo que la atención que hubiesen podido recibir se diseminaba como polvo de estrellas. Tal vez en el fondo sentían la misma frustración de Alfonso; quizá sólo querían experimentar cosas nuevas, experiencias que hicieran de su existencia algo menos aburrida, aunque fuera por una noche. Tal vez sólo querían un poco de atención; capturar un pedazo de tiempo en sus manos. Alfonso escogió un bar al azar y entró; se sentó en la barra y pidió una cerveza, mientras observaba a la gente que lo rodeaba: el coqueteo inocente y precoz de algunas; el seductor, aunque fingido coqueteo de otras, y la respuesta de los presentes a tales insinuaciones, algunos ya demasiado embrutecidos por el alcohol como para reaccionar. Entre tantas personas, de pronto algo le llamó la atención: un brillo negro, como el ónix recién pulido. Eran un par de ojos, el único par del lugar que en vez de succionar todo lo que se encontrara ante ellos, proyectaba un brillo inigualable: sutil y picaresco, y a la vez, cautivante y lleno de vida. Al sentirse observados, voltearon buscando al espía, y Alfonso, al verse descubierto, redirigió su mirada hacia otro lugar. Después de unos cuantos segundos, nuestro personaje regresó la mirada buscándolos, pero ya no estaban por ninguna parte; escudriñó a todos los presentes sin encontrar al portador de tan deslumbrante mirada. Salió del lugar en su búsqueda, pero no tuvo éxito, todo era como en un principio: pardo, opaco y vacío. ...Al menos hoy encontré algo distinto...

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Decidido a no embriagar su ser en una frustración más grande, optó por no darle importancia y conservarlo en su memoria como una linda anécdota aquella noche. Regresó al bar y pidió algunas cervezas más; ese brillo seguía deslumbrando su mente aún en contra de su voluntad, por lo que decidió abandonar las calles de la ciudad. ...Tal vez el dormir impida que esta experiencia se convierta en obsesión... *** Semanas después, Alfonso terminaba otra de tantas jornadas laborales con la misma frustración; pero, a diferencia de siempre, los ojos negros descubiertos en el bar aquella noche le seguían inquietando las vísceras como si los hubiese descubierto segundos antes. Decidido a escapar de esa sensación caminó sin rumbo, hasta que, sin darse cuenta, se encontró frente al mismo bar. A un costado de la entrada se encontraba una chica de cabello rizado sentada en el suelo con la cabeza agachada. Hubiera pasado desapercibida, si no hubiese sido por un detalle: al incorporar la cabeza, Alfonso descubrió aquel brillo de ónix que le había atormentado desde la primera ocasión que visitó el lugar. Esta vez no evadió el destello que tintineaba al verle de manera directa; por el contrario, lo miró con atención y poco a poco fue hundiéndose en aquellos ojos que, a diferencia de la primera impresión, hoy se convertían en hoyos negros que halaban su espíritu con una fuerza misteriosa y seductora. Era como si el tiempo se congelara y cada parte de su cuerpo se desmembrara de manera dulce y cálida, hasta desnudar un punto de 261


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luz, un ente de conciencia adimensional y atemporal que permanecía atrapado dentro de su ser corpóreo. De pronto, algo rompió con toda esa sensación, trayéndolo de vuelta a su cuerpo parado fuera del bar observando a la chica. Un poco molesto y aturdido por la interrupción, decidió buscar la causa de tan brusco despertar: la chica había bajado la mirada; siguiéndola, condujo su atención a las manos de ésta; en ellas, se encontraba una sábana lista para liar un pequeño manojo de sueños. De manera hábil e ingeniosa, la chica terminó con su tarea, se levantó del piso y, a punto de dar el primer paso para alejarse del lugar, dirigió su mirada a Alfonso y, tras una sonrisa, emprendió el camino. Apenas había dado algunos pasos cuando Alfonso corrió tras ella. Sin decir palabra alguna, la chica giró y le ofreció un poco de humo ensoñador. ...Volver a batir las alas, después de tantos años... *** A la par que soplaba sobre su rostro el viento fresco de la noche, se escuchó una música lejana. Conforme transcurrió el tiempo, la melodía se hizo más cercana hasta que Alfonso la identificó como un viejo jazz de Miles Davis. Al sentirse envuelto en su melodía, cerró los ojos y decidió seguir cada nota de la trompeta, dejando que su alma revoloteara: subiera, bajara, hiciera piruetas... volara. En un momento abrió los ojos y se encontró sentado en un puff muy cómodo, acompañado de su peculiar anfitriona; volvió a cerrar los ojos y

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retomó su persecución musical, yendo y viniendo entre las notas una vez alcanzadas. Súbitamente algo lo sacó del ensueño: era un hormigueo en los labios, que se convirtió en una caricia sedosa que se hacía cada vez más cálida; le siguieron otras sensaciones similares en distintas partes del cuerpo, cada vez más íntimas. Su condición no le permitía más que dejarse llevar y experimentar cada una de las sensaciones de este vuelo, en el cual, ya no era el piloto. En este nuevo vuelo, las experiencias eran multisensoriales y exacerbadas; tan sólo pensar en todas las sensaciones que experimentaba su piel era demasiado... texturas suaves, lisas, la sutileza de lo externo censado por la vellosidad de su cuerpo, lo fresco y terso de la piel invasora y el calor del cuerpo próximo, la humedad del sudor mezclado... cada sensación de manera individual era intensa, pero todas juntas representaban un éxtasis infinito... *** A lo lejos sonó un despertador. ...Ya son las cinco de la mañana, tengo que apurarme, de lo contrario, no llegaré a tiempo al trabajo, ¡me encantaría seguir recostado un rato más!... Alfonso se encontraba en su casa, entre esas cuatro paredes amarillas que alojaban sus pensamientos y sueños alguna vez olvidados. Se alistó y tomó sus cosas, esperando al transporte público; miró al horizonte y observó un día hermoso, brillante y lleno de colores. ...¡Que lindo día! Hoy es un buen día, el Sol es imponente y su luz canalizada en esos rayos que atraviesan las nubes lo hacen omnipresente... 263


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Y recordó aquel rayo de luz que afloró de su ser aquella noche, hoy tan lejana. La vida de Alfonso seguía siendo la misma, pero dentro de él ya nada había vuelto a ser igual. Dayanira Paniagua

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Vita dell’artista El amanecer en aquel poblado de Nápoles era una verdadera maravilla natural. La luz del sol reflejada sobre el apacible mar, inspiraba a pensar que la superficie del agua estaba cubierta de oro. Lucca de Rossi tenía 52 años; había nacido en Parma y su formación artística la había recibido en Milán. Era cantante de ópera. Durante más de veinte años había buscado la gran oportunidad que lo lanzara a la fama y, si fuese posible, a la inmortalidad. Había llegado a ese poblado napolitano sabiendo que, en el mes de abril de cada año, se organizaba un festival de ópera donde participaban grandes exponentes del bel canto; y no es que él fuera uno de aquellos distinguidos invitados, sino que aprovecharía una característica especial del evento, la cual consistía en la participación de algún aficionado talentoso, seleccionado por un jurado de tres maestros de canto de la región. Se valdría de su condición de desconocido y de su gran talento para sorprender al auditorio. De Rossi sabía que ésa podría ser la oportunidad anhelada, pues también venían compositores de renombre que, si los convencía de su talento, seguramente lo invitarían a participar con ellos. Para su suerte, uno de los jueces era un viejo amigo suyo: Salvatore Trapani. Se habían conocido en Roma hacía ya varios años. El corpulento 267


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De Rossi, había intercedido por él en una riña durante una fiesta, salvándolo de una tremenda golpiza. Trapani, en la tradición italiana, había prometido devolverle el favor algún día. Ese día había llegado. Lucca invitó a Salvatore una exquisita cena en un tradicional restaurante napolitano, con la finalidad de plantearle su situación. Trapani era muy respetado y sabía que podría influir decisivamente en al menos uno de los otros dos jueces, lo cual casi garantizaba a De Rossi su presentación ante el público. Así, mientras brindaban con un delicioso vino francés, el gran momento de Lucca de Rossi se consolidaba. El día de las audiciones había llegado. Hombres desde 25 años y hasta donde la edad (y la potencia de la voz) se los permitiese, fueron pasando ante el jurado y ante el público asistente; dada la emotividad de las audiciones, la gente había exigido que fueran al aire libre y no en algún escenario a puerta cerrada. Sin duda alguna, la participación de Lucca fue excepcional. Interpretó majestuosamente Libiamo ne´lieti calici, el aria más famosa de La Traviata, de Giuseppe Verdi. De hecho, aquella fue una de las audiciones más reñidas en la historia del festival, lo que complicó la decisión a los jueces. En esa situación tan difícil, prácticamente el voto de Trapani sería el definitivo, pues sólo un maestro tan respetado podía asumir tal responsabilidad y contar con el consentimiento de los participantes y del pueblo.

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Estaba decidido, Lucca de Rossi resultó ganador y habría de presentarse en el Teatro de San Carlo en el festival más importante de Nápoles. La asistencia al evento era sorprendente; había venido gente de diversas partes de Italia. Era una tarde tranquila, de suave brisa marina y cielo despejado. El teatro de San Carlo lucía hermosamente decorado para la ocasión. En uno de los palcos principales se encontraba el mismísimo Giacomo Puccini. Era inevitable que los asistentes consideraran un suceso histórico esa edición del festival. Después del discurso inaugural del alcalde de Nápoles comenzaron las presentaciones. El primero en pasar fue un joven tenor de Milán que, con su maravillosa interpretación, puso el nivel del festival en lo más alto desde el principio. Era en verdad un éxtasis estar en el teatro de San Carlo esa noche. Estaba programado que De Rossi sería el último en pasar. Saber que en sus manos, o mejor dicho en su voz, estaba la conclusión de aquel evento lo puso muy nervioso. Se había preparado para esto desde hacía mucho tiempo y tenía bien claro que otra oportunidad así jamás llegaría. Respiró profundamente. Era momento de salir al escenario y demostrarle al auditorio, incluyendo a Puccini, la calidad y belleza de su canto. Interpretaría Core N´grato, un hermoso y cautivador tema escrito por Cardillo para el famoso Enrico Caruso. El tenor sabía que, si lo hacía a la perfección, conquistaría al público sin duda alguna. Empero, si cometía algún error, si le llegaba a faltar el aliento un instante, seguramente que arruinaría la 269


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atmósfera casi mágica del festival y su carrera en definitivo. ¡Vaya tensión a la que estaba sometido Lucca! Cualquier novato hubiera desistido en ese momento, ¿quién estaría dispuesto a soportar semejante situación? Lucca había escuchado que el aficionado pasaba al final del festival para divertimento del público, ya que para ese entonces, la gente estaría un poco cansada por la duración del evento y disfrutaba de las inesperadas situaciones provocadas por la tensión del novato; sin embargo, a veces el aficionado conmovía al público más que los mismos cantantes profesionales. Una cosa era segura, Lucca de Rossi haría historia. Y con esa actitud se posó en el escenario, listo para recibir a su destino. Con su imponente aspecto y su inexpresivo rostro, generó un silencio total. Comenzó nervioso pero con voz firme hasta que, de pronto, se sintió totalmente libre. Su interpretación fue magnífica, una genialidad a la altura de los profesionales que lo precedieron en el evento. Más de uno en el público derramó lágrimas de emoción y al concluir, todos, incluyendo a Puccini, se pusieron de pie para ovacionarlo como a nadie. El gran Lucca de Rossi había triunfado en el monumental Teatro de San Carlo. Los días siguientes fueron de felicitaciones, invitaciones a cenas y reuniones importantes. No podía creer que su suerte estuviera cambiando; ¿sería que éste era el inicio de una exitosa carrera? ¿Lo invitaría Puccini a participar en una de sus maravillosas óperas? Lo único que debía hacer ahora, era esperar. De nuevo esperar.

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Con el tiempo, las felicitaciones cesaron y las invitaciones fueron cada vez más escasas. En realidad, nada en su vida había cambiado. La revelación de aquella noche en el teatro de San Carlo, el gran Lucca de Rossi, siguió esperando la invitación de Giacomo Puccini. Ramiro Duarte

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Jesús Arnoldo Bautista Corral Jesús Arnoldo Bautista Corral nació en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua en 1953. Obtuvo el grado de Ingeniero Industrial en el Instituto Tecnológico de Chihuahua; cursó estudios de posgrado en New Mexico State Univerity en las Cruces, Nuevo México, EUA obteniendo una Maestría en Ciencias en Ingeniería Administrativa y un Doctorado Interdisciplinario en Ingeniería. En el ámbito de la administración académica, el Dr. Bautista fungió como Coordinador General del Campus Nuevo Casas Grandes del Instituto de Ciudad Juárez. Posteriormente fue Subdirector y Director del Centro Nacional de Investigación y Desarrollo Tecnológico (CENIDET). Actualmente es Coordinador Administrativo del Campus Morelos de la Universidad Nacional Autónoma de México. En las áreas de la administración pública, el desarrollo regional y sector energético se desempeñó como Jefe del Departamento de Comercialización Agropecuaria y posteriormente Subsecretario de Desarrollo Rural del Gobierno del Estado de Chihuahua; en la Asociación Nacional de Energía Solar, A.C. (ANES) fungió como Tesorero y como Director Ejecutivo. Como consultor, el Dr. Bautista ha trabajando para Sandia National Laboratories y Winrock, organizaciones relacionadas con energía en los 275


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EUA. También ha sido asesor de la ANES, de varias entidades académicas, de bancos, industrias agropecuarias, entidades de servicios públicos, hospitales y negocios comerciales. Ha sido profesor de varios cursos de administración e ingeniería a nivel profesional y de posgrado en el Instituto Tecnológico de Cd. Juárez, New Mexico State University y el CENIDET. Ha realizado varias publicaciones técnicas nacionales e internacionales. En el área industrial, el Dr. Bautista se ha desempeñado como supervisor de producción, ingeniero industrial y como superintendente de producción para R.C.A. Componentes, S.A.

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Karla Graciela Cedano Villavicencio Nació en la Ciudad de México, a principios de 1969. Recibió el título de Ingeniera en Sistemas Electrónicos en 1989, con mención honorífica. Cuatro años después obtuvo su título de Maestra en Ciencias Computacionales con mención honorífica. Actualmente, cursa un doctorado en Tecnología, especialidad en Vinculación y Transferencia Tecnológica en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Desde el 2006, Karla Cedano es Jefe de la Unidad de Difusión y Extensión de la UNAM Campus Morelos y dedica gran parte de su tiempo a la divulgación creativa de la ciencia. Bajo el ideal de la “Ciencia Artística” se crea este libro, que representa la fusión entre los estudios y la imaginación de los académicos morelenses. Entre sus múltiples tareas está su participación como comentarista de ciencia, tecnología e innovación en Morelos en el noticiero matutino de Televisa Cuernavaca, así como su participación en la Red Estatal de Divulgación de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (REDCiTI). Además, es miembro fundador del Comité Editorial de la revista de cultura política “Diálogos Surianos”. Karla Cedano, idealista incansable, ve en la divulgación de la ciencia una forma de cambiar el mundo.

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Jesús Antonio del Río Portilla Nacido en México, D.F. en 1960, interesado en la investigación básica y aplicada con contribuciones en el ámbito de la termodinámica de procesos irreversibles, transporte en medios porosos, fotónica con nanoestructuras, sistemas complejos y aplicaciones térmicas de la energía solar. El Dr. del Río recibió el título de Físico y los grados de Maestro en Ciencias y Doctor en Ciencias, ambos en física, por la UNAM. Ha publicado más de 100 trabajos de los cuales más de 60 han sido en revistas de circulación internacional. Ha dirigido 18 tesis, 6 de ellas de doctorado, y una estancia posdoctoral. El Dr. del Río ha impartido más de un centenar de conferencias y ha sido invitado a dar pláticas en congresos internacionales y nacionales sobre los tópicos de sus contribuciones científicas. Los aspectos del desarrollo de artefactos o herramientas útiles de su trabajo académico le han conducido a ser autor de una patente internacional, una nacional y cinco registros de programas de cómputo. La calidad y amplitud de su trabajo académico le ha permitido ser admitido en las Academias Mexicana de Ciencias, de Ciencias de Morelos y de Ingeniería de México, de la cual es Coordinador Regional Zona Centro. Ha impartido cursos en las licenciaturas de física de la UNAM y de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) e imparte 279


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regularmente materias básicas y de tópicos selectos en los posgrados de Ciencias Físicas y de Ingeniería de la UNAM y la UAEM. En la década de los ochenta laboró como profesor investigador en la Universidad Autónoma Chapingo (UACh) con la máxima categoría y nivel, fue ahí donde por primera vez buscó la vinculación de la ciencia con la sociedad impulsando las llamadas tecnologías apropiadas. También en esa universidad fue galardonado con el Premio Efraim Hernández Xolocotzin en Ciencias Exactas. Su trabajo de investigación doctoral fue reconocido con el Premio Weizmann en 1991. En la década de los noventa se incorpora al entonces Laboratorio de Energía Solar de la UNAM, actualmente Centro de Investigación en Energía (CIE), como investigador Asociado C. En una carrera académica rápida, en nueve años, con base en la calidad de su trabajo académico, logra alcanzar el máximo nivel de Investigador Titular C. Durante esta primera década fue galardonado por tres años consecutivos con el Premio de la Casa de la Ciencia de la UAEM al trabajo en ciencias básicas. Ha desempeñado labores en diversos cuerpos colegiados por elección directa de sus representados: en la UACh fue consejero departamental y en la UNAM ha sido representante electo del antiguo Laboratorio de Energía Solar en el Consejo Interno del IIM (Instituto de Investigación en Materiales) y del CIE en el Comité Académico del Posgrado de Ciencias Físicas, Consejo Académico de Área Físico Matemáticas e Ingeniería y Consejo Técnico de la Investigación Científica. Tiene experiencia administrativa como Secretario Académico del CIE.

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Su labor de investigación lo ha hecho merecedor al nivel III del Sistema Nacional de Investigadores y al nivel D del PRIDE–UNAM. También ha sido requerido como árbitro de las mejores revistas de física y biología teórica, evaluador del CONACyT y de los proyectos PAPIIT de la DGAPA, entre otras. Ha formado parte de comisiones dictaminadoras del PRIDE y de los Premios Universidad Nacional y Distinción Jóvenes Académicos de la UNAM. Fue Director fundador del Centro Morelense de Innovación y Transferencia Tecnológica. Actualmente Investigador del Centro de Investigación en Energía, UNAM.

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Sandino Estrada Mondaca Nació en la Ciudad de México y realizó estudios de biología en la FES-Iztacala/UNAM. Su primer acercamiento a la investigación científica fue a través de la ecología. El trabajo para graduarse como biólogo consistió en el estudio de las poblaciones de insectos que viven en las orillas de los lagos cráter de la Cuenca de Oriental, Puebla. En seguida, fue invitado para integrarse a un equipo de investigación especializado en cáncer mamario en Filadelfia, Estados Unidos, donde permaneció cuatro años inmerso en un medio científico sumamente enriquecedor y estimulante. La inquietud por la ciencia lo llevó a incorporarse a una de las escuelas doctorales de la Universidad de París VI como becario CONACyT. Uno de los laboratorios universitarios asociados a la escuela doctoral se encontraba en la ciudad de Toulouse, al sur de Francia, en donde pasó cuatro años produciendo y estudiando mutantes de una molécula que participa en la resistencia de los insectos a los insecticidas. Al cabo de ocho años de enriquecimiento científico y cultural, y con el grado de Docteur ès Sciences, regresó a México para incorporarse al Instituto de Biotecnología/UNAM y establecerse en Cuernavaca, donde reside desde el 2000. Desde ese año y hasta este momento es Investigador Nacional nivel I del Sistema Nacional de Investigadores. Actualmente se desempeña 283


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como investigador en el Departamento de Neurofisiolog铆a del Instituto Nacional de Rehabilitaci贸n. Considera importante participar en actividades de divulgaci贸n cient铆fica, mismas que son necesarias para lograr que la ciencia sea percibida como un detonante del desarrollo.

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Francia García García Morelos ha sido mi casa durante los últimos tres años; sin embargo, el mundo se ha convertido en mi hogar, ya que aquellas personas que antes estaban cerca de mí ahora se encuentran lejos. Un saludo a Grecia y Roma, las extraño. Durante mi estancia en Morelos han ocurrido una serie de desastres de los que aún guardo recuerdos, como aquel cuerpecillo inerte de Latrodectus o ciertas cicatrices casi imperceptibles, que por muy pequeñas que parezcan han sido las más dolorosas de mi vida. Sin duda alguna “No hay mal que por bien no venga”, pese a todo he tenido grandes e inesperadas recompensas, como aquellos compañeros que con el paso del tiempo se han convertido en los mejores amigos y en los pilares más sólidos para mi desarrollo. Finalmente quisiera compartir con todos el inesperado despertar que ocurrió en mí cuando comencé mi vida independiente, con pesares, sufrimientos, alegrías y sobre todo con una vida saludable. Gracias a todos los que han contribuido en ello...

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Alejandro Garciarrubio Granados Alejandro Garciarrubio Granados nació en la Ciudad de México en enero de 1959. Su natural capacidad de adaptación le permitió vivir en una familia caótica de cuatro hermanos. Si bien se imaginaba matemático, guerrillero o pintor, un pacto con su mejor amigo (hermano–mayor adoptivo) lo llevó (llevó a ambos) a estudiar la licenciatura y luego la maestría y el doctorado en Investigación Biomédica Básica. Fue en el transcurso de esos estudios cuando emigró a Cuernavaca, siguiendo los pasos de una amada imposible. Poco a poco, su nueva profesión le enseñó a someter su dispersa curiosidad a la disciplina y rigor de la ciencia. En una primera etapa fue experimentalista (trasladaba, feliz, liquidillos de un recipiente a otro), pero, tras una estancia en Inglaterra, tornó a ser teórico (a picotear teclas en una computadora). Desde siempre, su actividad académica (investigación, docencia y divulgación científica) se ha desarrollado en complicidad con la UNAM, donde es investigador del Instituto de Biotecnología. Aunque ha trabajado en genética bacteriana, estructura de proteínas, fisiología de plantas, senescencia en humanos, genómica de bacterias y platelmintos (la lista completa sería mucho más larga), con ello ha buscado una sola cosa: comprender la evolución. Coincidiendo con la 287


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obtención de la secuencia del genoma humano, tuvo la suerte de que le publicaran una noveleta-divulgatexto-glosario con el título de “El genoma humano”. En colaboración con la notable genetista Verónica Narvaez Padilla es co-autor de dos obras maestras: Andrea y Adene, sus hijas de once y ocho años.

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Ramiro José González Duarte Prácticamente desde el inicio de mis estudios de maestría en el IBt de la UNAM Campus Morelos comencé a asistir al taller de redacción del escritor Francisco Rebolledo. Recuerdo que desde la primera sesión quedé encantado con el formato del taller: escribir sobre cualquier tema de nuestro agrado y llevar copias del mismo para que fuese leído por los asistentes. Los diversos comentarios sobre cada texto y las correcciones realizadas propiciaban la mejoría de los trabajos subsecuentes. Algo que recordaré por siempre sobre el taller de redacción será la emoción y la alegría con que escribí todos los textos que llevé a las sesiones. Cada uno de ellos fue producto de un intenso momento de inspiración en mi persona. Cada uno de ellos fue una aventura y, hasta cierto punto, un reto que me permitió conocer otra faceta de mi mismo. Me siento feliz por haber encontrado en la redacción de cuentos y relatos un nuevo deleite para mi ser. Gracias, Paco.

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Francois Alain Leyvraz Waltz Nació en Suiza, más específicamente en Ginebra. Luego estudió Física en Zurich, donde hizo el doctorado. Después, varias estancias postdoctorales lo llevaron de vuelta a Ginebra, así como a varios lugares de Estados Unidos. Finalmente, en 1987, le ofreció el entonces Laboratorio de Física en Cuernavaca la posibilidad de asentarse definitivamente en esta ciudad. Aceptó con gusto y desde entonces se ha quedado aquí, en un ambiente maravilloso que le permitió desarrollar plenamente sus intereses en colaboración con varios amigos. Su trabajo ha abarcado campos de la Física muy variados, pero en su gran mayoría ha girado alrededor de la mecánica estadística. Esta rama de la Física busca entender cómo se comportan sistemas que consisten de un gran número de partes “sencillas”. Se observa que el sistema grande, en su totalidad, da lugar a fenómenos que no tienen nada en común con las partes aisladas. Éstos se deben de algún modo sólo al gran número de las partes, y no a cualquier propiedad particular de éstas últimas. No tenemos que limitarnos a ejemplos sacados de la física, como lo son los líquidos y sólidos constituidos por átomos y moléculas. También podemos pensar en el movimiento de una gran cantidad de carros en un embotellamiento o de personas moviéndose como parte de una muchedumbre. 291


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Agustín López-Munguía Canales Agustín López-Munguía habita en Cuernavaca, Morelos desde 1989, fecha en la que cambió de adscripción pasando de la Facultad de Química al Instituto de Biotecnología de la UNAM Campus Morelos. A pesar de que su actividad central es la investigación académica, dedica buena parte de su tiempo a la divulgación de la ciencia. Ha publicado diversos textos entre los cuales destacan “Alimentos: del Tianguis al Supermercado” y “Alimentos Transgénicos” (2001) ambos dentro de la colección “Viaje al Centro de la Ciencia” ADN y CONACULTA (1995); “La Biotecnología” dentro de la colección “Tercer Milenio” también de CONACULTA (2000); “Las Proteínas”, Libros del Escarabajo - CONACULTA. 2005 (Seleccionado en el Concurso “Bibliotecas del Aula 2005-2006” dentro del Programa “Hacia un País de Lectores” de la SEP); “Alimentos” Huellas de Papel. Editorial Santillana 2006; “El metro, los alimentos y la biotecnología”, en: Ciencia de Boleto No. 8. Sistema de Transporte Colectivo. Gobierno del Distrito Federal. Dir. General de Divulgación de la Ciencia, UNAM. 2006. Es autor de diversos artículos de divulgación y miembro del Comité Científico de la revista ¿Comoves? Según sus propias palabras, “en la divulgación de la ciencia he encontrado el espacio en el que confluyen mi espíritu científico, mi espíritu literario y otro espíritu más que me impulsa a compartir”. 293


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Dayanira Sheira Paniagua Meza Nací en el D.F. el 27 de febrero de 1981, estudié la carrera de Ingeniería Bioquímica Industrial en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Realicé la maestría en Ciencias Bioquímicas en el área de Biotecnología Ambiental, en el Instituto de Biotecnología de la UNAM Campus Morelos, periodo durante el cual me inscribí en el curso de redacción impartido por Francisco Rebolledo, con el fin de mejorar la redacción de mi tesis. Durante los ejercicios me di cuenta lo divertido que resultaba inventar historias y a través de las letras, transmitir emociones a los lectores. Actualmente me encuentro próxima a ingresar al doctorado en ciencias bioquímicas en el área de antivenenos.

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Francisco Rebolledo López Nació en la Ciudad de México el 8 de noviembre de 1950. Narrador, ensayista y traductor. Radica en Cuernavaca, Morelos, desde 1982. Estudió química en la UNAM y el posgrado en la División de Estudios Superiores de la Facultad de Filosofía y Letras (FFYL) de la UNAM. Fue maestro de química, física y matemáticas en nivel medio superior y superior. Fue fundador y director del Centro de Divulgación de la Ciencia en el Estado de Morelos y de la Casa de la Ciencia de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos; director del Centro Morelense de las Artes; profesor e investigador de la UNAM, ENEP-Cuautitlán, la FFYL, del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Insitituto Politécnico Nacional (IPN), de la Universidad La Salle de Cuernavaca y de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos; director de la revista Tierra Fértil del Instituto de Cultura de Morelos (ICM); encargado de las actividades literarias del ICM; miembro del Consejo Editorial de la gaceta del Campus Morelos de la UNAM. Ha publicado Rasero (novela), Pastora y otras historias del abuelo (cuentos), La ministra (novela), La Mar del Sur (novela), Desde la barranca. Malcolm Lowry y México (ensayo), La ciencia nuestra de cada día (ensayo), Vasos comunicantes (ensayo) y Cuauhnáhuac, un bosque de símbolos (ensayo) 297


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Su novela Rasero ha sido traducida al inglés, al portugués, al turco y al griego; y su novela La mar del sur ha sido traducida al griego y al turco. Colaborador de El Nacional, la revista Proceso y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (FCE). Desde 2003, colabora semanalmente en el suplemento “Laberinto” del diario Mileno. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 1997-2003 y 2006-2009. Recibió los premios Pegaso de Literatura para América Latina 1994 por Rasero y Critic´s Choice Award (EU) 1995 por Rasero.

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Ciencia y Ficción: antología de un taller de redacción editada por la Unidad de Difusión y Extensión del Campus Morelos de la UNAM Se terminó de imprimir en junio de 2009 en los talleres de Mex Grafic S.A. de C.V. ubicados en Chimalpopoca No. 38, Col. Obrera, Delegación Cuauhtémoc, 06800 México, Distrito Federal. Se tiraron 1,000 ejemplares en papel cultural de 75 gr. En su composición se emplearon tipos Georgia a 8, 12, 14 y 36 pt.; Trajan Pro a 9, 14 y 24 pt.; y Times New Roman a 9 pt; imprimiéndose en offset. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Karla G. Cedano Villavicencio.



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