Miquetas de l'alma

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Miquetas de l’alma Rosario Ustáriz Borra


Miquetas de l’alma Rosario Ustáriz Borra


ÍNDICE Presentación 1.- Echo 1.1.- Lo rastro de la Historia a.- A lo Camino Viello b.- San Pedro de Ciresa c.- Puen Viello d.- Lo Cristo de Ciresa 1.2.- Naturaleza a.- A l’Aragón Subordán y pescataires de lo concurso aragonés de pesca b.- Setiembre c.- La nevadeta d.- Lo cierzo e.- Aragón 1.3.- Las fiestas de setiembre

Presentación: José M.ª Enguita Dibujos: Juan Latorre y Roberto L’Hotellerie Edita: Bisas de lo Subordán I.S.B.N.: Imprime: E.P.P.A., S.C. - Jaca D.L.: HU-332-2006

a.- Fiestas d’antis y de agora b.- Las fiestas sigún se i-veyen c.- Se’n tornan las fiestas d.- Ya i-somos en fiestas e.- Las fiestas y las laquias f.- Ya truca setiembre (falta fecha) 1.4.- Contez y leyendas a.- Cicala u fornida b.-Lo nido feito y los gurrións c.-Lo cheso y lo francés d.-La liyenda de lo ibón de Estanés e.-Lo crío y la luna 1.5.- Efemérides a.- Bienveníus sigaz, amigos (Campeonato nacional de pesca) b.- Bodas de plata de Mosén Regino c.- En la entrega de lo monumento a lo traje cheso d.- Setiembre que se’n tornase e.- En la XXV añada de lo festival folclorico de los Pirineos


ÍNDICE Presentación 1.- Echo 1.1.- Lo rastro de la Historia a.- A lo Camino Viello b.- San Pedro de Ciresa c.- Puen Viello d.- Lo Cristo de Ciresa 1.2.- Naturaleza a.- A l’Aragón Subordán y pescataires de lo concurso aragonés de pesca b.- Setiembre c.- La nevadeta d.- Lo cierzo e.- Aragón 1.3.- Las fiestas de setiembre

Presentación: José M.ª Enguita Dibujos: Juan Latorre y Roberto L’Hotellerie Edita: Bisas de lo Subordán I.S.B.N.: Imprime: E.P.P.A., S.C. - Jaca D.L.: HU-332-2006

a.- Fiestas d’antis y de agora b.- Las fiestas sigún se i-veyen c.- Se’n tornan las fiestas d.- Ya i-somos en fiestas e.- Las fiestas y las laquias f.- Ya truca setiembre (falta fecha) 1.4.- Contez y leyendas a.- Cicala u fornida b.-Lo nido feito y los gurrións c.-Lo cheso y lo francés d.-La liyenda de lo ibón de Estanés e.-Lo crío y la luna 1.5.- Efemérides a.- Bienveníus sigaz, amigos (Campeonato nacional de pesca) b.- Bodas de plata de Mosén Regino c.- En la entrega de lo monumento a lo traje cheso d.- Setiembre que se’n tornase e.- En la XXV añada de lo festival folclorico de los Pirineos


c.- En la boda de Mª Elvira y Lois Esteban d.- En la boda de Patricia y Lois Pedro

2.- Creyencias y celebracións religiosas 2.1.- La Virxen de los chesos a.- Plegaria a Nuestra Siñora b.- A la Nuestra Siñora d’Escagüés

3.3.- Poemas de lo de cualisquier día 2.2.- Estampas de Navidá a.- Navidá b.- En viello pesebre c.- A l’árbol de Navidá d.- Los mons ya pardían e.-Tráyenos de ixa paz f.- Remeranzas g.- Ay, Nirno h.- Canta de cuna en Belén i.- Ye Navidá j.- ¡Qué fillo, María! k.- La nuey acucuta l.- Pastós que veilando… m.- Querería dicirvos n.- Ya de cardoneras o.- Feliz Navidá p.- Los mons han corona

a.- Chuecos d’antis mas b.- La fiesta de l’árbol c.- A una rosa mía d.- Canta, canta, cicala e.- Bolón 3.4.- Afondando en lo sintir a.- Otra vez… setiembre b.- Me pesa la vida c.- Lo milagro de la cardonera d.- A las manos de m’hirmana e.- Las campanas d’ Escagüés 4.-Atrivimientos a.- L’algardacho ibi-é plorando b.- Continuación mía a las placas de Jorge Manrique c.- Soneto mío

2.3.- Misa chesa 3.- Vivencias fundas 3.1.- Poemas de l’áusencia a.- Remerando a Pedro, que se’n fue chugando b.- Remerando a un amigo: Chuan Moral c.- Cabo d’año de Mosen Martín d.- Acucutando setiembre e.- Otr’añada se’n ye ida f.- A Chusé Coarasa Atienza g.- A Madri h.- A tía Martina de Lo Cleigo 3.2.- Celebracións remeradas a.- Que Dios vos faga dichosos b.- A Celia Ibort en la suya chubilación

Repasando Índice básico de voces y expresiones chesas Agradecimientos


c.- En la boda de Mª Elvira y Lois Esteban d.- En la boda de Patricia y Lois Pedro

2.- Creyencias y celebracións religiosas 2.1.- La Virxen de los chesos a.- Plegaria a Nuestra Siñora b.- A la Nuestra Siñora d’Escagüés

3.3.- Poemas de lo de cualisquier día 2.2.- Estampas de Navidá a.- Navidá b.- En viello pesebre c.- A l’árbol de Navidá d.- Los mons ya pardían e.-Tráyenos de ixa paz f.- Remeranzas g.- Ay, Nirno h.- Canta de cuna en Belén i.- Ye Navidá j.- ¡Qué fillo, María! k.- La nuey acucuta l.- Pastós que veilando… m.- Querería dicirvos n.- Ya de cardoneras o.- Feliz Navidá p.- Los mons han corona

a.- Chuecos d’antis mas b.- La fiesta de l’árbol c.- A una rosa mía d.- Canta, canta, cicala e.- Bolón 3.4.- Afondando en lo sintir a.- Otra vez… setiembre b.- Me pesa la vida c.- Lo milagro de la cardonera d.- A las manos de m’hirmana e.- Las campanas d’ Escagüés 4.-Atrivimientos a.- L’algardacho ibi-é plorando b.- Continuación mía a las placas de Jorge Manrique c.- Soneto mío

2.3.- Misa chesa 3.- Vivencias fundas 3.1.- Poemas de l’áusencia a.- Remerando a Pedro, que se’n fue chugando b.- Remerando a un amigo: Chuan Moral c.- Cabo d’año de Mosen Martín d.- Acucutando setiembre e.- Otr’añada se’n ye ida f.- A Chusé Coarasa Atienza g.- A Madri h.- A tía Martina de Lo Cleigo 3.2.- Celebracións remeradas a.- Que Dios vos faga dichosos b.- A Celia Ibort en la suya chubilación

Repasando Índice básico de voces y expresiones chesas Agradecimientos


Miquetas de l´alma

Presentación - José M.ª Enguita

PRESENTACIÓN Amanece en Santiago de Chile. Días lluviosos de invierno que, al fin, este domingo 16 de julio, conceden un resquicio al sol. A lo lejos, por encima de las brumas matinales surge imponente, con sus cumbres nevadas, la cordillera andina. La imagen me transporta hacia paisajes ahora lejanos que, desde siempre, me producen una gran admiración. Pirineo aragonés. Valle de Echo. Sobre mi mesa de trabajo, los poemas de Rosario Ustáriz, cuya edición preparan ilusionadamente sus buenas amigas Marta y Rosa. Conocí a Rosario el 24 de marzo de 1990. Se presentaba entonces, en el salón de actos de la Villa de Echo, la gramática chesa preparada por José Lera y Juan José Lagraba. Me agradó charlar con esta mujer de porte elegante y trato amable, de la que ya conocía algunos poemas que, en verdad, me habían impresionado. Después tuve ocasión de disfrutar otras muchas veces de su fina conversación, y también de sus versos a través de los programas de las fiestas septembrinas de Echo, de la publicación de los premios del certamen literario “Val d’Echo”, del Archivo de Filología Aragonesa y de otras revistas como Jacetania, Fuellas y Bisas de lo Subordán, de su colaboración en el libro titulado Las piedras del camino de Juan Latorre, de las felicitaciones navideñas del Concejo cheso… Todo ello me animó a escribir algunas páginas sobre su obra poética, siguiendo la huella de mi maestro, don Tomás Buesa Oliver, quien dedicó numerosos trabajos a estas tierras de la Jacetania. Mi afición a sus versos fue creciendo y, paralelamente, nuestra amistad, en la que Rosario también supo hacer un hueco, desde muy pronto, a mi familia. Rosario Ustáriz, en estos años iniciales del siglo XXI, representa el más reciente y destacado eslabón de una tradición literaria en lengua chesa que se adentra en las décadas finales del siglo XIX, época en que las ideas románticas fraguaron en la tarea de buscar en las palabras y en las expresiones peculiares las señas de identidad propias, diferenciales, de comunidades de habla menores insertas en comunidades lingüísticas de mayor amplitud. En el Valle de Echo, parece que fue Leonardo Gastón quien, en esa etapa, compuso un romance jocoso que su nieto, Rafael Gastón Burillo, publicaría en 1934 en la zaragozana revista Universidad. Para entonces, y concretamente en 1903, don Domingo Miral, ilustre cheso que fue Rector de la Universidad de Zaragoza y fundó los Cursos de Verano de Jaca, ya había escrito dos piezas teatrales: la comedia Qui 9


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Presentación - José M.ª Enguita

PRESENTACIÓN Amanece en Santiago de Chile. Días lluviosos de invierno que, al fin, este domingo 16 de julio, conceden un resquicio al sol. A lo lejos, por encima de las brumas matinales surge imponente, con sus cumbres nevadas, la cordillera andina. La imagen me transporta hacia paisajes ahora lejanos que, desde siempre, me producen una gran admiración. Pirineo aragonés. Valle de Echo. Sobre mi mesa de trabajo, los poemas de Rosario Ustáriz, cuya edición preparan ilusionadamente sus buenas amigas Marta y Rosa. Conocí a Rosario el 24 de marzo de 1990. Se presentaba entonces, en el salón de actos de la Villa de Echo, la gramática chesa preparada por José Lera y Juan José Lagraba. Me agradó charlar con esta mujer de porte elegante y trato amable, de la que ya conocía algunos poemas que, en verdad, me habían impresionado. Después tuve ocasión de disfrutar otras muchas veces de su fina conversación, y también de sus versos a través de los programas de las fiestas septembrinas de Echo, de la publicación de los premios del certamen literario “Val d’Echo”, del Archivo de Filología Aragonesa y de otras revistas como Jacetania, Fuellas y Bisas de lo Subordán, de su colaboración en el libro titulado Las piedras del camino de Juan Latorre, de las felicitaciones navideñas del Concejo cheso… Todo ello me animó a escribir algunas páginas sobre su obra poética, siguiendo la huella de mi maestro, don Tomás Buesa Oliver, quien dedicó numerosos trabajos a estas tierras de la Jacetania. Mi afición a sus versos fue creciendo y, paralelamente, nuestra amistad, en la que Rosario también supo hacer un hueco, desde muy pronto, a mi familia. Rosario Ustáriz, en estos años iniciales del siglo XXI, representa el más reciente y destacado eslabón de una tradición literaria en lengua chesa que se adentra en las décadas finales del siglo XIX, época en que las ideas románticas fraguaron en la tarea de buscar en las palabras y en las expresiones peculiares las señas de identidad propias, diferenciales, de comunidades de habla menores insertas en comunidades lingüísticas de mayor amplitud. En el Valle de Echo, parece que fue Leonardo Gastón quien, en esa etapa, compuso un romance jocoso que su nieto, Rafael Gastón Burillo, publicaría en 1934 en la zaragozana revista Universidad. Para entonces, y concretamente en 1903, don Domingo Miral, ilustre cheso que fue Rector de la Universidad de Zaragoza y fundó los Cursos de Verano de Jaca, ya había escrito dos piezas teatrales: la comedia Qui 9


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Presentación - José M.ª Enguita

bien fa nunca lo pierde y el sainete Tomando la fresca en la Cruz de Cristiano o a casarse tocan. Pero el autor que ha ocupado el lugar más alto en la producción literaria chesa del siglo XX es, sin duda, Veremundo Méndez Coarasa, cuya dilatada obra en verso se extiende cronológicamente desde 1934 a 1968 y ha dado lugar a un voluminoso libro, Los míos recuerdos, editado en 1996. La llama literaria de la fabla chesa se ha mantenido con mucha vida en los últimos años de esta centuria y sigue encendida en nuestros días: ahí está el nombre de Rosario y, entre otros, los de Antonio Coarasa y Josefa Coarasa, pioneros en el renacer del cheso escrito contemporáneo, los de José Coarasa, tristemente desaparecido, Juan José Lagraba, José Lera, Victoria Nicolás o Blas Antonio Pérez Larripa, autores que –con más compañeros de viaje– crearon el Grupo de Estudios de la Fabla Chesa con la única razón ¬–según destacaba el Pirineo Aragonés el 22 de noviembre de 1996– de “ferlo todo por cosa, con tal de que no se afogase ni lo goyo de vivir ni la tradición”. Otros nombres han ido surgiendo posteriormente con buen hacer, entre los que destacan los de Miguel Marraco y Ana María Boli. Claro que –sería injusto olvidarlo– esta tradición literaria se sustenta en la fidelidad de los chesos a su fabla, “chiqueta pero entrañable”, que ha sabido resistir, incluso, ante los embates de este mundo global en que vivimos y es instrumento de comunicación cotidiana entre las gentes del Valle.

xeta… / Itáus los cerrullos, / trancadas las puertas / pa que no se’n ise / ni una palabreta / ni dentrasen otras / que nuestras no’n yeran”. Pero Rosario trasciende con frecuencia el localismo lingüístico que recorre sus versos, especialmente cuando en las estampas navideñas recuerda a quienes padecen el horror de las guerras (“Que tanta paz traiga / que ne siga eterna: / que ausida los odios, / que aviente las guerras”), a los inmigrantes (“Pienso en ixos pobres / que lo pan buscando / chaputiando mueren / en escuro mar”), a los seres humanos que viven en dolor y soledad (“… Que bi-há nirnos que ploran… / que son muertos de fambre y azulencos de frío, / y madris que penan, pos no i-veyen ni trovan / un cobexo calién ni lo pan de ixos fillos”).

Rosario Ustáriz ha ido desarrollando, ya en la madurez de su vida, una obra poética sosegada pero constante, recogida en este bonito poemario que ahora ve la luz. Su primera incursión en el quehacer literario nos lleva a 1982, cuando su poema Remerando a Pedro que se’n fue chugando fue merecedor del I Onso de Oro del certamen convocado por el Ayuntamiento de Echo. En ese poema ya se descubren los rasgos más característicos de sus versos: la profunda sensibilidad con que contempla todo lo que ve y sucede a su alrededor y el ritmo en la conjunción de las palabras, sin que por ello queden mermadas las exigencias de la rima o el inevitable rigor que imponen las sílabas contadas y las combinaciones estróficas. Ganadora de otros dos Onsos de oro (en 1983 y 1994), posee ya una larga y esmerada producción poética, reconocida dentro y fuera de Echo. En ella, junto a composiciones que descubren sus vivencias más personales, va hilvanando una emocionada crónica de la historia reciente del Valle, canta sus singulares paisajes y describe sus ricas tradiciones. Dos propósitos que se complementan –según me comentó en una ocasión– persigue en sus versos: de un lado, expresar sus sentimientos ante las circunstancias de la vida cotidiana; de otro, ennoblecer la fabla chesa a través de la escritura: por eso no sorprende nada que algunos de sus poemas rindan homenaje a Veremundo Méndez Coarasa, de quien se declara profunda admiradora, y a José Coarasa Atienza, amigo que guardó “lo cheso / como una alha10

Produce verdadero gozo leer el extenso poemario de Rosario Ustáriz, cuyas líneas temáticas resume ella misma en los versos que cierran su libro. Son, en total, setenta composiciones –con frecuencia, de notable extensión– en las que la autora va dejando, más que miquetas de l’alma, trocitos de su corazón, un corazón que late con fuerza ante la naturaleza imponente del Valle de Echo, que sufre en el recuerdo de los familiares y amigos que se han ido, que se alegra con la felicidad de quienes la rodean, que protesta suavemente del bullicio de las fiestas septembrinas, aunque en el fondo desea que vuelvan otra y muchas veces, y en fin, que sabe encontrar las esencias de las cosas simples, esas que, a menudo, dan gran sentido al discurrir de cada día. Ciertamente, Rosario nos habla casi siempre de realidades vividas; sin embargo, en ocasiones envuelve sus versos en una atmósfera de magia y de misterio de gran belleza literaria: así, en Lo milagro de la cardonera, en La liyenda de lo ibón d’Estanés o en las entrañables escenas de la infancia que, en prosa, dedica a Tía Martina de lo Cleigo. Un buen número de estos poemas –incluidos en la primera parte del libro– se inspira en el Valle de Echo, contemplado desde su historia (“Por ixo Subordán no tarte branca / y amonico se’n ve… sin pon de prisa… / ¡¡Replega muitas voces xervigadas / de chens que ta Santiago cruzarían!!”), desde sus paisajes captados en movimiento (“De par de Remílez / ve baxando una boira muy preta / u nuble muy baxo / que li engüelve “la calva” en primeras; / y lugo, amonico, / ixa boira, ixe nuble, ixa plevia / se chintan los arbols, / las faxas, las peñas, / los caxicos todos / de la Solaneta, / meyo Romaciete… / Castillón y, tamién, Golpineras / se tornan canosos / y se calan sombreros de fiesta / feitos de ixe nuble / que ha color de florida almendrera”). Pero además, Rosario proyecta hacia su entorno sociológico una mirada cargada de afecto cuando redacta sus composiciones para las fiestas septembrinas, con nostalgias de antaño y esperanzas de hogaño (“Fiestas de antis y de agora… / Fiestas qu’en todas las casas / de la Val, hoy, se celebran / con muito goyo y con ganas / de dixar, por bellos días, / las penas arrinconadas…”) o cuando recrea, en verso, algunas leyendas chesas (“Una nuey de San Chuan… la luna plena / puyada en lo cabo alto de lo 11


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Presentación - José M.ª Enguita

bien fa nunca lo pierde y el sainete Tomando la fresca en la Cruz de Cristiano o a casarse tocan. Pero el autor que ha ocupado el lugar más alto en la producción literaria chesa del siglo XX es, sin duda, Veremundo Méndez Coarasa, cuya dilatada obra en verso se extiende cronológicamente desde 1934 a 1968 y ha dado lugar a un voluminoso libro, Los míos recuerdos, editado en 1996. La llama literaria de la fabla chesa se ha mantenido con mucha vida en los últimos años de esta centuria y sigue encendida en nuestros días: ahí está el nombre de Rosario y, entre otros, los de Antonio Coarasa y Josefa Coarasa, pioneros en el renacer del cheso escrito contemporáneo, los de José Coarasa, tristemente desaparecido, Juan José Lagraba, José Lera, Victoria Nicolás o Blas Antonio Pérez Larripa, autores que –con más compañeros de viaje– crearon el Grupo de Estudios de la Fabla Chesa con la única razón ¬–según destacaba el Pirineo Aragonés el 22 de noviembre de 1996– de “ferlo todo por cosa, con tal de que no se afogase ni lo goyo de vivir ni la tradición”. Otros nombres han ido surgiendo posteriormente con buen hacer, entre los que destacan los de Miguel Marraco y Ana María Boli. Claro que –sería injusto olvidarlo– esta tradición literaria se sustenta en la fidelidad de los chesos a su fabla, “chiqueta pero entrañable”, que ha sabido resistir, incluso, ante los embates de este mundo global en que vivimos y es instrumento de comunicación cotidiana entre las gentes del Valle.

xeta… / Itáus los cerrullos, / trancadas las puertas / pa que no se’n ise / ni una palabreta / ni dentrasen otras / que nuestras no’n yeran”. Pero Rosario trasciende con frecuencia el localismo lingüístico que recorre sus versos, especialmente cuando en las estampas navideñas recuerda a quienes padecen el horror de las guerras (“Que tanta paz traiga / que ne siga eterna: / que ausida los odios, / que aviente las guerras”), a los inmigrantes (“Pienso en ixos pobres / que lo pan buscando / chaputiando mueren / en escuro mar”), a los seres humanos que viven en dolor y soledad (“… Que bi-há nirnos que ploran… / que son muertos de fambre y azulencos de frío, / y madris que penan, pos no i-veyen ni trovan / un cobexo calién ni lo pan de ixos fillos”).

Rosario Ustáriz ha ido desarrollando, ya en la madurez de su vida, una obra poética sosegada pero constante, recogida en este bonito poemario que ahora ve la luz. Su primera incursión en el quehacer literario nos lleva a 1982, cuando su poema Remerando a Pedro que se’n fue chugando fue merecedor del I Onso de Oro del certamen convocado por el Ayuntamiento de Echo. En ese poema ya se descubren los rasgos más característicos de sus versos: la profunda sensibilidad con que contempla todo lo que ve y sucede a su alrededor y el ritmo en la conjunción de las palabras, sin que por ello queden mermadas las exigencias de la rima o el inevitable rigor que imponen las sílabas contadas y las combinaciones estróficas. Ganadora de otros dos Onsos de oro (en 1983 y 1994), posee ya una larga y esmerada producción poética, reconocida dentro y fuera de Echo. En ella, junto a composiciones que descubren sus vivencias más personales, va hilvanando una emocionada crónica de la historia reciente del Valle, canta sus singulares paisajes y describe sus ricas tradiciones. Dos propósitos que se complementan –según me comentó en una ocasión– persigue en sus versos: de un lado, expresar sus sentimientos ante las circunstancias de la vida cotidiana; de otro, ennoblecer la fabla chesa a través de la escritura: por eso no sorprende nada que algunos de sus poemas rindan homenaje a Veremundo Méndez Coarasa, de quien se declara profunda admiradora, y a José Coarasa Atienza, amigo que guardó “lo cheso / como una alha10

Produce verdadero gozo leer el extenso poemario de Rosario Ustáriz, cuyas líneas temáticas resume ella misma en los versos que cierran su libro. Son, en total, setenta composiciones –con frecuencia, de notable extensión– en las que la autora va dejando, más que miquetas de l’alma, trocitos de su corazón, un corazón que late con fuerza ante la naturaleza imponente del Valle de Echo, que sufre en el recuerdo de los familiares y amigos que se han ido, que se alegra con la felicidad de quienes la rodean, que protesta suavemente del bullicio de las fiestas septembrinas, aunque en el fondo desea que vuelvan otra y muchas veces, y en fin, que sabe encontrar las esencias de las cosas simples, esas que, a menudo, dan gran sentido al discurrir de cada día. Ciertamente, Rosario nos habla casi siempre de realidades vividas; sin embargo, en ocasiones envuelve sus versos en una atmósfera de magia y de misterio de gran belleza literaria: así, en Lo milagro de la cardonera, en La liyenda de lo ibón d’Estanés o en las entrañables escenas de la infancia que, en prosa, dedica a Tía Martina de lo Cleigo. Un buen número de estos poemas –incluidos en la primera parte del libro– se inspira en el Valle de Echo, contemplado desde su historia (“Por ixo Subordán no tarte branca / y amonico se’n ve… sin pon de prisa… / ¡¡Replega muitas voces xervigadas / de chens que ta Santiago cruzarían!!”), desde sus paisajes captados en movimiento (“De par de Remílez / ve baxando una boira muy preta / u nuble muy baxo / que li engüelve “la calva” en primeras; / y lugo, amonico, / ixa boira, ixe nuble, ixa plevia / se chintan los arbols, / las faxas, las peñas, / los caxicos todos / de la Solaneta, / meyo Romaciete… / Castillón y, tamién, Golpineras / se tornan canosos / y se calan sombreros de fiesta / feitos de ixe nuble / que ha color de florida almendrera”). Pero además, Rosario proyecta hacia su entorno sociológico una mirada cargada de afecto cuando redacta sus composiciones para las fiestas septembrinas, con nostalgias de antaño y esperanzas de hogaño (“Fiestas de antis y de agora… / Fiestas qu’en todas las casas / de la Val, hoy, se celebran / con muito goyo y con ganas / de dixar, por bellos días, / las penas arrinconadas…”) o cuando recrea, en verso, algunas leyendas chesas (“Una nuey de San Chuan… la luna plena / puyada en lo cabo alto de lo 11


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Presentación - José M.ª Enguita

cielo, / alumbraba la Val que cuasi día / pareceba…”). Mujer de firmes convicciones religiosas, no faltan en sus versos referencias a la Virgen de Escagüés, patrona de Echo, a la que dedica tres romances (“¡Virxen d’Escagüés, polida…, / flor galana de los chesos!”) ni a las celebraciones navideñas, reflejadas en dieciséis estampas (“Lo Rey de lo Cielo, / como cada añada, / de nirno se viste / pa trayernos paz; / yo, con confianza, / demando que a todos / nos impla de vida / con salut ¡bien gran!”). Suya es, además, la versión de la misa en cheso que está siendo musicada para las celebraciones litúrgicas en días señalados.

de ellos están especialmente dedicados a las fiestas de Echo y a las celebraciones familiares (“Las fiestas tamién se’n tornan / apriseta y, prepararlas, / hemos a fer, pa que i-sigan / millor qu’en otras añadas”). Los versos hexasílabos dan forma a diecisiete romancillos, más frecuentes en las estampas navideñas y en otros poemas religiosos (“Prexinas de pronto, / que ixo son berruntos / de que i-plegan días / de goyo y de paz; / pos cuando ya todo / parez que se muere / lo alza la gloria / de la Navidá” // “¡Bi-há tanta paz / en la ermita nuestra! / Dezaga, escondíus, / he tantos qu’esperan / que ya los he a todos / a la sombra d’ella”). En siete composiciones concurren hexasílabos y decasílabos, y no debe ser casualidad que esta combinación métrica sea la elegida para describir la naturaleza en movimiento del Valle de Echo y, asimismo, para animar, en algunos casos, a la participación en las fiestas (“Pero la chen choven / no saca ixas cuentas / y fiestas demanda, / anque sigan algo mas pobretas. / Se’n ye choven una vez tan sólo / y lo entiendo que asinas lo quieran”). Con versos endecasílabos, más reposados y solemnes, están escritos once romances heroicos, a través de los cuales la autora recoge retazos de la historia de Valle de Echo y algunas de sus leyendas o rinde homenaje a los ausentes (“No naciés, no, pa reina con empaque, / anque ixo y muito mas te merecebas, / y siempre como a tal yo te miraba, / y como a ‘hirmana-reina’ te quereba”).

En la parte final del poemario, Rosario se fija, más que en los paisajes y en las tradiciones del Valle de Echo, en los seres concretos que lo habitan. Vivencias profundas de la autora que, con voz entristecida, recuerda a los ausentes (“Yera cheláu esti enero, / pero tú no lo sintibas, / porque correbas, ligero, / deván de los cazadós, / resacadós, y de perros, / que yeran todos los críos / que con tú feban lo chuego”) y es feliz con la felicidad de parientes y amigos (“Que Dios vos faga dichosos”). También hay un mirar encariñado hacia lo cotidiano: los niños que juegan en las calles de la Villa, el gato de la casa o las rosas del jardín (“La nuey ya ye encima, / todos se’n replegan… / La plaza, sin críos, / ¡ye triste y disierta! / ¡Lo Plano, sin chuegos, / se muere de pena…!”). Y una filosofía del ser y del vivir que se expresa a través del simbolismo que encierra el mes de septiembre (“… un setiembre que moriba sin chomecos / pa fundirse por las boiras xervigadas / de setiembres y d’añadas que se’n fueron”), de la experiencia que va dando el paso de los años (“No bi-há pior cosa / qu’estar estremada / en goyos y en penas / qu’esmicazan l’alma. / Has a consiguir / dixar la balanza / con lo fiel tan firme / que no acabe ‘itada’”), de aceptación dolorida ante la pérdida de los seres queridos (“Desenta dixé la casa, y desenta l’alma mía, / vacío lo corazón, que no aguantaba ixa ausencia. / Como barco sin gubierno, vagaba yo por la casa, / replegando cosas suyas y alzándolas con tristeza”), de actitud serena ante las adversidades (“En la endrecera que agora / recorro, con “prebas-trampa” / la trovo sembrada a ormino / que la salut m’esmicazan; / y no me quexo por ixo, / mas bien a Dios li do gracias / […]”). Emociones todas ellas que –aunque presentes en el conjunto de su obra– en estas composiciones cobran mayor intensidad, confiriéndoles un carácter intimista y una sostenida calidad literaria. Hábil versificadora, Rosario Ustáriz se mueve con agilidad por distintos metros y estructuras estróficas, buscando siempre la música de las palabras que engarza en cada verso, cualidad que resulta muy patente en sus recreaciones en castellano de Jorge Manrique y Federico García Lorca o cuando, en tono festivo, compone Soneto mío. Predominan en el poemario los romances: en su versión más tradicional –versos octosílabos, con asonancia en los pares–, dieciséis 12

Situados ya en el arte mayor, no pasan desapercibidos los tres sonetos que contiene su obra –uno de ellos con estrambote–, acabados con notoria perfección (“Tú podebas dicirnos, si quereses, / muitas cosas que agora nos afanan: / ¿Acamperon, astí, las aguilas romanas…? / ¿De los carros sintiés cluxir los exes…?”). Ni los versos de catorce sílabas con hemistiquios bien medidos –rasgo característico del mester de clerecía– para evocar el descubrimiento del Cristo románico de San Pedro de Siresa. Ni tampoco la cuidada composición con que describe en versos hexadecasílabos –versión moderna del antiguo pie de romance– la rosa más bonita de su jardín (“He una rosa, yo, en lo güerto, que se parez a una flama / que lo sol de meyodía encendese’n la rosera; / si la bisa la bandía, ye igual que una flamarada, / y los capullez son purnas que brincan de ixa foguera”). Perfección –y sentimientos muy hondos– que también sobresale en los dos poemas que, en versos de catorce y dieciséis sílabas que conforman cuartetos de rimas asonantes cruzadas, escribe en el recuerdo de sus seres más queridos (“Te’n fues… / Y allora primavera trucaba en la finestra… / Te’n fues cuando lo cielo agún no ibi-era azul; / un paxarico, triste, cantaba en la perera, / triste porque sabeba no t’espertaba a tú”). Desde el punto de vista estilístico, ese esmero es perceptible en el empleo de ciertos elementos formales que embellecen y dan énfasis a la expresión: así, la enumeración de conceptos o acciones, por lo general en número de tres, que poseen una vinculación lógica entre sí (“… que mas que viello de añadas / yera 13


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cielo, / alumbraba la Val que cuasi día / pareceba…”). Mujer de firmes convicciones religiosas, no faltan en sus versos referencias a la Virgen de Escagüés, patrona de Echo, a la que dedica tres romances (“¡Virxen d’Escagüés, polida…, / flor galana de los chesos!”) ni a las celebraciones navideñas, reflejadas en dieciséis estampas (“Lo Rey de lo Cielo, / como cada añada, / de nirno se viste / pa trayernos paz; / yo, con confianza, / demando que a todos / nos impla de vida / con salut ¡bien gran!”). Suya es, además, la versión de la misa en cheso que está siendo musicada para las celebraciones litúrgicas en días señalados.

de ellos están especialmente dedicados a las fiestas de Echo y a las celebraciones familiares (“Las fiestas tamién se’n tornan / apriseta y, prepararlas, / hemos a fer, pa que i-sigan / millor qu’en otras añadas”). Los versos hexasílabos dan forma a diecisiete romancillos, más frecuentes en las estampas navideñas y en otros poemas religiosos (“Prexinas de pronto, / que ixo son berruntos / de que i-plegan días / de goyo y de paz; / pos cuando ya todo / parez que se muere / lo alza la gloria / de la Navidá” // “¡Bi-há tanta paz / en la ermita nuestra! / Dezaga, escondíus, / he tantos qu’esperan / que ya los he a todos / a la sombra d’ella”). En siete composiciones concurren hexasílabos y decasílabos, y no debe ser casualidad que esta combinación métrica sea la elegida para describir la naturaleza en movimiento del Valle de Echo y, asimismo, para animar, en algunos casos, a la participación en las fiestas (“Pero la chen choven / no saca ixas cuentas / y fiestas demanda, / anque sigan algo mas pobretas. / Se’n ye choven una vez tan sólo / y lo entiendo que asinas lo quieran”). Con versos endecasílabos, más reposados y solemnes, están escritos once romances heroicos, a través de los cuales la autora recoge retazos de la historia de Valle de Echo y algunas de sus leyendas o rinde homenaje a los ausentes (“No naciés, no, pa reina con empaque, / anque ixo y muito mas te merecebas, / y siempre como a tal yo te miraba, / y como a ‘hirmana-reina’ te quereba”).

En la parte final del poemario, Rosario se fija, más que en los paisajes y en las tradiciones del Valle de Echo, en los seres concretos que lo habitan. Vivencias profundas de la autora que, con voz entristecida, recuerda a los ausentes (“Yera cheláu esti enero, / pero tú no lo sintibas, / porque correbas, ligero, / deván de los cazadós, / resacadós, y de perros, / que yeran todos los críos / que con tú feban lo chuego”) y es feliz con la felicidad de parientes y amigos (“Que Dios vos faga dichosos”). También hay un mirar encariñado hacia lo cotidiano: los niños que juegan en las calles de la Villa, el gato de la casa o las rosas del jardín (“La nuey ya ye encima, / todos se’n replegan… / La plaza, sin críos, / ¡ye triste y disierta! / ¡Lo Plano, sin chuegos, / se muere de pena…!”). Y una filosofía del ser y del vivir que se expresa a través del simbolismo que encierra el mes de septiembre (“… un setiembre que moriba sin chomecos / pa fundirse por las boiras xervigadas / de setiembres y d’añadas que se’n fueron”), de la experiencia que va dando el paso de los años (“No bi-há pior cosa / qu’estar estremada / en goyos y en penas / qu’esmicazan l’alma. / Has a consiguir / dixar la balanza / con lo fiel tan firme / que no acabe ‘itada’”), de aceptación dolorida ante la pérdida de los seres queridos (“Desenta dixé la casa, y desenta l’alma mía, / vacío lo corazón, que no aguantaba ixa ausencia. / Como barco sin gubierno, vagaba yo por la casa, / replegando cosas suyas y alzándolas con tristeza”), de actitud serena ante las adversidades (“En la endrecera que agora / recorro, con “prebas-trampa” / la trovo sembrada a ormino / que la salut m’esmicazan; / y no me quexo por ixo, / mas bien a Dios li do gracias / […]”). Emociones todas ellas que –aunque presentes en el conjunto de su obra– en estas composiciones cobran mayor intensidad, confiriéndoles un carácter intimista y una sostenida calidad literaria. Hábil versificadora, Rosario Ustáriz se mueve con agilidad por distintos metros y estructuras estróficas, buscando siempre la música de las palabras que engarza en cada verso, cualidad que resulta muy patente en sus recreaciones en castellano de Jorge Manrique y Federico García Lorca o cuando, en tono festivo, compone Soneto mío. Predominan en el poemario los romances: en su versión más tradicional –versos octosílabos, con asonancia en los pares–, dieciséis 12

Situados ya en el arte mayor, no pasan desapercibidos los tres sonetos que contiene su obra –uno de ellos con estrambote–, acabados con notoria perfección (“Tú podebas dicirnos, si quereses, / muitas cosas que agora nos afanan: / ¿Acamperon, astí, las aguilas romanas…? / ¿De los carros sintiés cluxir los exes…?”). Ni los versos de catorce sílabas con hemistiquios bien medidos –rasgo característico del mester de clerecía– para evocar el descubrimiento del Cristo románico de San Pedro de Siresa. Ni tampoco la cuidada composición con que describe en versos hexadecasílabos –versión moderna del antiguo pie de romance– la rosa más bonita de su jardín (“He una rosa, yo, en lo güerto, que se parez a una flama / que lo sol de meyodía encendese’n la rosera; / si la bisa la bandía, ye igual que una flamarada, / y los capullez son purnas que brincan de ixa foguera”). Perfección –y sentimientos muy hondos– que también sobresale en los dos poemas que, en versos de catorce y dieciséis sílabas que conforman cuartetos de rimas asonantes cruzadas, escribe en el recuerdo de sus seres más queridos (“Te’n fues… / Y allora primavera trucaba en la finestra… / Te’n fues cuando lo cielo agún no ibi-era azul; / un paxarico, triste, cantaba en la perera, / triste porque sabeba no t’espertaba a tú”). Desde el punto de vista estilístico, ese esmero es perceptible en el empleo de ciertos elementos formales que embellecen y dan énfasis a la expresión: así, la enumeración de conceptos o acciones, por lo general en número de tres, que poseen una vinculación lógica entre sí (“… que mas que viello de añadas / yera 13


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muy viello de penas / y turmentos y triballos, / cargáu, todo, en las costiellas…” // “Todos parez que remeran / aquellos bailes de chovens, / aquellas rondas de fiesta, / aquellas cocas qu’en furnos / lis daban tan calentetas”); también el polisíndenton, que sirve para relacionar diversos periodos oracionales que poseen unidad de significado (“De pronto, ya no s’arríe, / y chomeca… y fa un puchero… / y empecipia a plorar, muito, / ye tanto lo desconsuelo” // “Cutio, largo y cheladón, fue marchoniando lo ivierno, / y curta y poco amorosa se’n fue lugo primavera, / y un día de fin de mayo, como si algo me i-clamase, / m’acerqué ta lo banquero en do ibi-eran las roseras”); o los abundantes casos de hipérbaton, a menudo también utilizados con finalidad métrica y rítmica (“Las orellas los cans endrezan fieros” // “Muda ye la cicala / y triste lo verano, / de los grilos no sientes / los guitarros rasguiar”).

actual, acechan la permanencia de las tradiciones chesas (“Bellos contez y liyendas / con precura replegarlas / he queríu, ¡que se mantiengan / con lo tesón de la fabla”), pero vislumbra un futuro de esperanza: “Los fillos d’aquellos chesos / […] / la tradición y la fabla / cudian con respeto y mimo; / ¡que son herencios de casta!”. Como Veremundo Méndez y José Coarasa, Rosario indaga entre sus convecinos de más edad para rescatar palabras casi olvidadas, para revitalizarlas y contribuir así a mantenerlo con propiedad, sin falsear sus rasgos gramaticales ni su léxico. Admira verdaderamente el esmero que la autora pone en la selección de las expresiones más adecuadas, así como el rico vocabulario sobre plantas, animales, vestimenta, comidas y labores del Valle que inserta con espontaneidad en sus composiciones, demostrando que el cheso es una realidad viva que merece ser cuidada y conservada porque posee plena validez para dar rienda suelta a los propios sentimientos y, por tanto, para expresar también las experiencias de cada día. Porque es una preciada seña de identidad a la que los chesos no deben renunciar.

Rosario sabe asimismo descubrir con maestría el valor polisémico de las palabras, extrayendo de ellas sentidos figurados muy expresivos: humaniza la naturaleza en frecuentes prosopopeyas (“Menos paxaricos, / las albadas rezan” // “¿Qué diciban las aguas, que alvirtiban, / qué fablaban y no las escuiteron?”), crea metáforas de gran belleza (“Yo prexino que l’aguazón siga / las glarimas de las nueys en pena” // “Que ixos güellos tuyos, / que relumbran cielos, / no quiero que ploren… / ¡que no quiero vierlos / con sulcos de lirios escuros u negros¡”), traspone el cromatismo, los sonidos, los aromas y los sabores del Valle de Echo a otras esferas de significación (“Garba ye lo pelo / y oro tamién” // “… pa los que hayan, como tú, / l’alma como nieu d’enero” // “Cuando las dos grans repican […] / aquello ye una bandada / de cardelinas volando / por mons, arbesas y lastras”) // “Me sabe a pan calién lo tuyo cheso… / y a coca de setiembre remullada / con lo vino plegáu a ferse viello / en cuba de caxico bien cellada”). Y aunque el tono de sus versos es, en general, contenido, la autora no desaprovecha la oportunidad que le brindan los temas tratados para introducir en ellos algunas notas de humor, acompañadas a veces de una suave ironía (“Como branca se’n remeya / renegando d’esta añada / con ivierno de diez meses, / veranet de dos semanas, / plevias y cierzo en agosto / –que parez sanmigalada–, / faremos güeno lo dicho / “A mal tiempo, güena cara” // “… que ya ye encima la fiesta / y la i-veyes plegar, cutia, / sin que branca la detienga. / Pa los chovens, ¡cuánto tarda!… / Pa los viellos, ¡ye bien pelma!, / que te’n ye caída otra / antis de que te regüelvas”).

Amanece un día más, el último, de mi estancia santiaguina. Y vuelvo, otra vez, a estas miquetas del alma que Rosario ha querido poner, tan generosamente, en nuestras manos. Sin ataduras eruditas, con una finalidad muy simple: disfrutar como lector. De tanto en tanto –ha avanzado mucho la mañana– mi vista se desvía hacia las cumbres nevadas de la cordillera andina, ahora iluminadas por un sol radiante. Imagino en sus laderas hayedos milenarios y ganados sondormidos sobre el pasto. Veo el azul intenso del cielo pirenaico. Me llegan los colores del brezo en flor y el olor del tomillo y la canamila. Me siento cerca de casa. Gracias, Rosario, por estos hermosos poemas. Santiago de Chile, 21 de julio de 2006 José M.ª Enguita

Mención obligada merece la lengua que sirve de cauce a este poemario: el cheso, singular tesoro que el Valle de Echo aporta al patrimonio cultural de Aragón, según proclama Rosario en los versos que escribe a su amigo José Coarasa Atienza: “Me sabe a pan calién lo tuyo cheso… / Me sabe a siembra, a cosecha, a parva… / Me sabe a Echo, que ye lo lugar nuestro, / ¡y me sabe a Aragón que levo en l’alma!”. Es consciente de los peligros que, en el mundo 14

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muy viello de penas / y turmentos y triballos, / cargáu, todo, en las costiellas…” // “Todos parez que remeran / aquellos bailes de chovens, / aquellas rondas de fiesta, / aquellas cocas qu’en furnos / lis daban tan calentetas”); también el polisíndenton, que sirve para relacionar diversos periodos oracionales que poseen unidad de significado (“De pronto, ya no s’arríe, / y chomeca… y fa un puchero… / y empecipia a plorar, muito, / ye tanto lo desconsuelo” // “Cutio, largo y cheladón, fue marchoniando lo ivierno, / y curta y poco amorosa se’n fue lugo primavera, / y un día de fin de mayo, como si algo me i-clamase, / m’acerqué ta lo banquero en do ibi-eran las roseras”); o los abundantes casos de hipérbaton, a menudo también utilizados con finalidad métrica y rítmica (“Las orellas los cans endrezan fieros” // “Muda ye la cicala / y triste lo verano, / de los grilos no sientes / los guitarros rasguiar”).

actual, acechan la permanencia de las tradiciones chesas (“Bellos contez y liyendas / con precura replegarlas / he queríu, ¡que se mantiengan / con lo tesón de la fabla”), pero vislumbra un futuro de esperanza: “Los fillos d’aquellos chesos / […] / la tradición y la fabla / cudian con respeto y mimo; / ¡que son herencios de casta!”. Como Veremundo Méndez y José Coarasa, Rosario indaga entre sus convecinos de más edad para rescatar palabras casi olvidadas, para revitalizarlas y contribuir así a mantenerlo con propiedad, sin falsear sus rasgos gramaticales ni su léxico. Admira verdaderamente el esmero que la autora pone en la selección de las expresiones más adecuadas, así como el rico vocabulario sobre plantas, animales, vestimenta, comidas y labores del Valle que inserta con espontaneidad en sus composiciones, demostrando que el cheso es una realidad viva que merece ser cuidada y conservada porque posee plena validez para dar rienda suelta a los propios sentimientos y, por tanto, para expresar también las experiencias de cada día. Porque es una preciada seña de identidad a la que los chesos no deben renunciar.

Rosario sabe asimismo descubrir con maestría el valor polisémico de las palabras, extrayendo de ellas sentidos figurados muy expresivos: humaniza la naturaleza en frecuentes prosopopeyas (“Menos paxaricos, / las albadas rezan” // “¿Qué diciban las aguas, que alvirtiban, / qué fablaban y no las escuiteron?”), crea metáforas de gran belleza (“Yo prexino que l’aguazón siga / las glarimas de las nueys en pena” // “Que ixos güellos tuyos, / que relumbran cielos, / no quiero que ploren… / ¡que no quiero vierlos / con sulcos de lirios escuros u negros¡”), traspone el cromatismo, los sonidos, los aromas y los sabores del Valle de Echo a otras esferas de significación (“Garba ye lo pelo / y oro tamién” // “… pa los que hayan, como tú, / l’alma como nieu d’enero” // “Cuando las dos grans repican […] / aquello ye una bandada / de cardelinas volando / por mons, arbesas y lastras”) // “Me sabe a pan calién lo tuyo cheso… / y a coca de setiembre remullada / con lo vino plegáu a ferse viello / en cuba de caxico bien cellada”). Y aunque el tono de sus versos es, en general, contenido, la autora no desaprovecha la oportunidad que le brindan los temas tratados para introducir en ellos algunas notas de humor, acompañadas a veces de una suave ironía (“Como branca se’n remeya / renegando d’esta añada / con ivierno de diez meses, / veranet de dos semanas, / plevias y cierzo en agosto / –que parez sanmigalada–, / faremos güeno lo dicho / “A mal tiempo, güena cara” // “… que ya ye encima la fiesta / y la i-veyes plegar, cutia, / sin que branca la detienga. / Pa los chovens, ¡cuánto tarda!… / Pa los viellos, ¡ye bien pelma!, / que te’n ye caída otra / antis de que te regüelvas”).

Amanece un día más, el último, de mi estancia santiaguina. Y vuelvo, otra vez, a estas miquetas del alma que Rosario ha querido poner, tan generosamente, en nuestras manos. Sin ataduras eruditas, con una finalidad muy simple: disfrutar como lector. De tanto en tanto –ha avanzado mucho la mañana– mi vista se desvía hacia las cumbres nevadas de la cordillera andina, ahora iluminadas por un sol radiante. Imagino en sus laderas hayedos milenarios y ganados sondormidos sobre el pasto. Veo el azul intenso del cielo pirenaico. Me llegan los colores del brezo en flor y el olor del tomillo y la canamila. Me siento cerca de casa. Gracias, Rosario, por estos hermosos poemas. Santiago de Chile, 21 de julio de 2006 José M.ª Enguita

Mención obligada merece la lengua que sirve de cauce a este poemario: el cheso, singular tesoro que el Valle de Echo aporta al patrimonio cultural de Aragón, según proclama Rosario en los versos que escribe a su amigo José Coarasa Atienza: “Me sabe a pan calién lo tuyo cheso… / Me sabe a siembra, a cosecha, a parva… / Me sabe a Echo, que ye lo lugar nuestro, / ¡y me sabe a Aragón que levo en l’alma!”. Es consciente de los peligros que, en el mundo 14

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Echo


Echo


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Echo - Lo rastro de la Historia

A LO CAMINO VIELLO DE OZA Viello camino, si fablar podeses qué contarías tú si, como lanza, te fundes en lo mon, en que l’alcanzas, y entre cinglas te tuerces y t’estuerces. Tú podebas dicirnos, si quereses, muitas cosas que agora nos afanan: ¿Acamperon, astí, las aguilas romanas…? ¿De los carros sintiés cluxir los exes…? Ixas fuesas, ¿estieron de franceses…? ¿Alcaso de Roldán sintiés lo cuerno…! ¿En dó son escondidas ixas gradas…? Podría Dios darte voz, ¡y bien lo fese!, pa dicir si la Boca de l’Infierno estié lo Roncesvalles de Navarra. Las losas que tú amuestras, eslavadas, las gasteron, siguro, chens piadosas siguindo de Santiago la clamada. Mayo de 1998

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Echo - Lo rastro de la Historia

A LO CAMINO VIELLO DE OZA Viello camino, si fablar podeses qué contarías tú si, como lanza, te fundes en lo mon, en que l’alcanzas, y entre cinglas te tuerces y t’estuerces. Tú podebas dicirnos, si quereses, muitas cosas que agora nos afanan: ¿Acamperon, astí, las aguilas romanas…? ¿De los carros sintiés cluxir los exes…? Ixas fuesas, ¿estieron de franceses…? ¿Alcaso de Roldán sintiés lo cuerno…! ¿En dó son escondidas ixas gradas…? Podría Dios darte voz, ¡y bien lo fese!, pa dicir si la Boca de l’Infierno estié lo Roncesvalles de Navarra. Las losas que tú amuestras, eslavadas, las gasteron, siguro, chens piadosas siguindo de Santiago la clamada. Mayo de 1998

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Echo - Lo rastro de la Historia

PUEN VIELLO Cuando i-plega ta tú, Subordán calla... Los gurgullos s’aduermen en la cuna de ixe pozanco que veilas y que guardas como can de los fierros que, una a una, aguaita las ovellas que apaxenta pa que branca s’esbarren y, dinguna, se cale por paquizos que s’estreitan y lugo se xervigue’n nuey sin luna. Dosel de peña viva yes, Puen Viello, de ixa cuna qu’en lo cristal reflexa la tuya arcada, los nubles y lo cielo y lo sol que, con goyo, allí s’espiella. Y s’espiella tamién la canamila que te imple de olós y t’engalana, y blancas griñoleras florecidas que no envidian la nieu en mons chelada. Las aguas que s’arronzan dende puerto no tarten cuando i-plegan ta ixe cado, tásamen sientes como un suave chomeco u queda voz que fabla morgoniando. Muitas veces me paro pa escuitarlas por vier si lo que charran adomino... Pereciando se’n ven, cutias, las aguas sin dixar lo secreto en lo camino. ¿Por qué no tarten, branca, cuando i-plegan…? ¿Por qué, lugo, se’n ven tan amonico…? ¿Por qué parez que cantan y que rezan como a Dios alabando de contino…? 21


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Echo - Lo rastro de la Historia

PUEN VIELLO Cuando i-plega ta tú, Subordán calla... Los gurgullos s’aduermen en la cuna de ixe pozanco que veilas y que guardas como can de los fierros que, una a una, aguaita las ovellas que apaxenta pa que branca s’esbarren y, dinguna, se cale por paquizos que s’estreitan y lugo se xervigue’n nuey sin luna. Dosel de peña viva yes, Puen Viello, de ixa cuna qu’en lo cristal reflexa la tuya arcada, los nubles y lo cielo y lo sol que, con goyo, allí s’espiella. Y s’espiella tamién la canamila que te imple de olós y t’engalana, y blancas griñoleras florecidas que no envidian la nieu en mons chelada. Las aguas que s’arronzan dende puerto no tarten cuando i-plegan ta ixe cado, tásamen sientes como un suave chomeco u queda voz que fabla morgoniando. Muitas veces me paro pa escuitarlas por vier si lo que charran adomino... Pereciando se’n ven, cutias, las aguas sin dixar lo secreto en lo camino. ¿Por qué no tarten, branca, cuando i-plegan…? ¿Por qué, lugo, se’n ven tan amonico…? ¿Por qué parez que cantan y que rezan como a Dios alabando de contino…? 21



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