Resurreccion de la tierra y otros poemas

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RESURRECCIÓN DE LA TIERRA y otros poemas

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Diseño de portada: Gara d’Edizions Ilustración de portada: Marta Castelló Llop

1ª edición enero, 2016

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RESURRECCIÓN DE LA TIERRA y otros poemas

RAMÓN MESEGUER ALBIAC

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UN SONIDO DE COMBINACIONES MINERALES En tiempos como estos, en los que el sistema literario se caracteriza indudablemente por la precipitación y la falta de autocrítica con que poetas y editores afrontan sus publicaciones, sorprende de una manera muy grata asistir a la aparición de un libro de poesía escrito por alguien que se tomó su trabajo literario con grandes dosis de calma y dedicación, entendiendo que la escritura poética no tiene por qué someterse ni a la tiranía del mercado ni a la inmadurez ciega de tantos escritores anonadados por la gloria. Ese alguien es, claro, Ramón Meseguer Albiac (1928-2012), una persona que entregó su vida con una acusada e incondicional intensidad a la cultura y el pensamiento. Entre otros libros que Meseguer dejó escritos a su muerte, se encuentra este que ahora ve la luz, Resurrección de la tierra y otros poemas, un volumen repleto de hallazgos expresivos que ahora podemos leer gracias a la generosidad y los desvelos de Merche Llop, quien en 2013 ya había cuidado otras dos entregas del mismo autor, un volumen con sus poemarios Elegía por una sociedad maligna y Vozfulguravoz, y otro con dos obras teatrales, la tragedia Pasta viviente y el drama Tu voz y tu presencia.

La poesía actúa muchas veces como un espejo en el que nos contemplamos tanto para reafirmarnos en nuestra singularidad como para reconocernos junto a los demás.

Compartimos —al margen de todas nuestras diferencias— un entramado de recuerdos y de deseos en el que vamos dejando testimonio no solo de lo que hemos sido sino también de lo que hubiéramos querido ser, y ese entramado — como sabemos muy bien desde que Aristóteles escribiera 7

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algunos de sus textos— se materializa de una forma particular en la poesía, ese lugar al que lectores y escritores estamos convocados y en el que permanecemos unidos gracias, entre otras cosas, a la imaginación, la sensibilidad y la inteligencia. He escrito “recuerdos”, “deseos”, “imaginación”, “sensibilidad” e “inteligencia”, e inmediatamente debería añadir que ahí, en esas potencias de la experiencia humana, se encuentran algunas de las claves de este libro.

La poesía ha sido desde siempre una potente herramienta de desestabilización, una práctica que desafía a todas las respuestas y donde estas constantemente nos parecen insatisfactorias. Mucho de todo esto hay en los poemas que Ramón Meseguer agrupó en su momento bajo el título de Resurrección de la tierra y otros poemas, un libro concebido como un territorio en el que el poema es una oportunidad para que surja el asombro y la incertidumbre, un libro que nos habla de pérdidas y ganancias, olvidos y recuperaciones, renuncias y promesas, un libro planteado como el viaje que un sujeto lleva a cabo a un mundo cuyo tiempo y espacio no habitan ya sino en su memoria, esto es, en su deseo, en esas coordenadas en las que, como leemos en uno de los poemas de este libro, “parece que la vida/es telaraña colgada de la nada”.

Si es verdad que en ocasiones contamos lo que ya ha sucedido, tendremos que admitir que el texto literario surge como el relato de una desaparición. De la poesía bien podría afirmarse algo parecido a lo que Foucault señalaba acerca de la filosofía, no nos hace más dichosos pero sí —y de esto, que no es poco, fue muy consciente este escritor— más libres en la medida en que nos permite conocer que tras las palabras hay un mundo que este mundo no deja ver, otro mundo no por oculto menos real y poderoso que este mundo. Somos lo que hemos sido, también lo que hemos leído y seguramente también lo que hemos visto en nuestros viajes reales o imaginarios por el mundo, y qué duda cabe que una parte de lo que somos se concentra en las preguntas y las declaraciones con que ponemos en cuestión 8

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nuestra propia identidad, como sucede, por ejemplo, en el poema con que se cierra el libro: “La vida gira gozosa en la veleta de la inteligencia/cuando el viento de los nuevos pensamientos/llena de ideas rumorosas la casa de la mente/haciendo rechinar sus transparentes cristaleras”.

Parece, pues, evidente que, ante un autor con una sólida formación filosófica y un amplio abanico de intereses culturales, nos encontramos con una escritura poética en la que los sentimientos y los conflictos humanos son filtrados por el tamiz del pensamiento y la reflexión, hasta el punto, en alguna ocasión, de que esas dos fuerzas llegan a enfrentarse: “y mientras, me voy quemando/al frotar mi inteligencia/en contra del sentimiento”.

Se trata, en todo caso, como creo que hace Ramón Meseguer, de, a partir de una experiencia personal, intervenir en la realidad con la aspiración de transformarla, de hacer saltar por los aires la realidad con la crítica y la imaginación, con una crítica imaginaria o con una imaginación crítica, no sé muy bien cómo expresarlo mejor; se trata de — como apuntaba más arriba— relatar el mundo con la intención de que el mundo contado sea ya otro y aceptar, de este modo, que la escritura es una suerte de desposesión para al final poseer más y encontrarse uno de bruces con su sombra o su renuncia. Pero casi siempre más compleja que la realidad resulta la vida, que en más de una ocasión nos parece un sueño o una pesadilla, algo puramente irreal. Vida y realidad son, como sabemos, dos conceptos distintos (aunque de vez en cuando se entrecrucen), y mientras la literatura está relacionada necesariamente con el primero, la vida, sus relaciones con el segundo son, por lo general, secundarias.

Algunos textos de Ramón Meseguer de este libro nos atrapan, entre otras razones, porque hablan de aspectos de la vida con los que todos nosotros podemos, de una u otra manera, sentirnos identificados; sin caer en ningún tipo de gregarismo, podría decirse que la poesía que aquí puede leerse tiene algo de social, algo que a todos nos concierne y nos alcanza, nos mancha y nos ilumina. Escritos durante los 9

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años setenta, podría decirse que conciencia, crítica y solidaridad son anclajes con los que estos textos se fijan a la realidad, unos textos escritos a partir de una conciencia crítica solidaria con todos los desposeídos de la tierra. Y así leemos estos poemas y nos sentimos tocados, descubiertos hasta la más íntima desnudez, esa en la que nos despojamos de nuestras máscaras y nuestros velos morales, esa desde la que nos habla el propio poeta cuando reconoce que la vida se manifiesta en el conflicto con el lenguaje y que el miedo “se concentra donde no nacen mis palabras,/donde no le tocan mis visiones,/donde no está sembrada mi inteligencia”. Es casi imposible, me parece a mí, leer estos poemas y no caer en la cuenta de que la vida es algo extraordinariamente frágil y huidizo (los tópicos del carpe diem y del tempus fugit vertebran algunos de los poemas), algo que puede en cualquier momento escaparse o caérsenos de las manos y romperse en mil pedazos. Se rechaza así lo accesorio y lo superfluo, se busca y se propone lo esencial, el encuentro con la raíz de las cosas. Eso es lo que fundamentalmente encontramos en este revelador y lúcido poemario de escritura testimonial y reflexiva.

Podría afirmarse que estos poemas forman parte del negativo de una vida fotografiada en la escritura a través del tiempo, las señales marcadas en la arena de la existencia que la memoria trata de guardar y que el olvido, sin embargo, con su conducta hará desaparecer. Su triunfo, sin embargo, está ahí, en la mera enunciación, en la propuesta de un discurso capaz de intuir los desajustes de una realidad en exceso castrante y dolorosa, ya que esa voz sabe muy bien que hacemos el mundo nuestro en la medida en que lo nombramos y que la vida no es nada si no hay nadie que con la voz la convoque. Vivir en las palabras, o regresar a ellas, devolviéndoles todo su potencial dormido, quizás con la aspiración de desplegar “la incolora palmera de la voz/para sonorizar la muda galería de mi cuerpo”. La escritura poética nos representa solo porque somos esa herida —un motivo recurrente a lo largo de todo el poemario— que el 10

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tiempo va abriendo en el rostro impenetrable de la vida.

Vivir no es otra cosa que deshacerse para vivir más en el otro que es nuestro texto, irse hacia él, aceptar que el tiempo de la vida ya ha pasado y dirigirse después hacia el tiempo de la escritura. Espacio y tiempo de la vida, espacio y tiempo de la muerte, coordenadas que han de ceder su lugar y su momento al cronotopo de la escritura.

Olvido y memoria. Resurrección de la tierra y otros poemas es un canto en contra del olvido, y frente al olvido, el silencio y la oscuridad amenazantes, la voz que aquí escuchamos opone la memoria y la palabra insurgente. Pérdida y ganancia, alejamiento y proximidad, desapariciones y encuentros. La vida, como la escritura, es un trayecto de ida y vuelta: conforme más nos distanciamos de lo que fuimos, más cerca nos encontramos de lo que hemos de llegar a ser: nada (otro topoi central en el libro), esa nada total en cuyo regazo finalmente nos encontraremos desnudos y dichosos.

Situación en el camino del aprendizaje y el conocimiento, ese que nos enseña que no hay victoria que no sea deudora de la derrota y la amargura, que nos recuerda que todo viaje impone sus tasas y sus pérdidas.

La voz de Ramón Meseguer se presenta con un sólido dominio del ritmo y la musicalidad (y ello se aprecia en muchos de los textos recogidos en este volumen), una voz, por otra parte, que aparece siempre amenazada por el riesgo del desarraigo y la desaparición, no prefijada sino recreada en cada línea, allí donde el texto es —como diría Bachelard— explosión del lenguaje o —como sugería Kierkegaard— huella de las heridas de la posibilidad. Y ahí la memoria, rescatada de los rescoldos del incendio de la vida, desempeña un papel relevante, es al mismo tiempo testimonio de la presencia y la consunción. Poesía para iniciados, poesía de alto voltaje.

Alfredo Saldaña

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I Que Dios te juzgue a ti que te morías separado de la tierra por el grosor de tu camisa, con los ojos como grumos de luz coagulada bajo un cielo descoyuntado horriblemente en la hueca mirada de tu esposa; a ti que te morías con la verdad convertida en impotencia por el silencio avergonzado de tus hijos que ni siquiera se atrevían a llorar porque sentían más su hambre que tu muerte.

Que Dios juzgue a aquel que se moría con la alcoba convertida en escenario, las butacas llenas de herederos y de socios y el sacerdote apuntador que anestesiaba su conciencia.

Que Dios nos juzgue a ti, a mí y al otro pero prefiero tu amistad cuando lo eterno.

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II Mi tierra es un lugar rojo y reseco, hay tantos racimos de hombres pisoteados que el suelo es un orujo de gargantas donde se iba el alma a borbotones.

Es un suelo de gargantas destrozadas de hombres que solo tuvieron un otoño, que apuntaban magníficos sus vidas y el pecho al aire como los racimos.

Estas gargantas hacen de mi suelo una cañavera de silencios bajo tierra, silenciosa de novias blancas como el yeso, de casas con paredes de cal blanca, de ojos infantiles que volvieron transparente la rudeza de las manos de los hombres.

Siempre estas gargantas donde retumbaba la llama de herrería y el vientre de la tierra, la limpia hoja de cuchillo que es la vida si se acepta su tajo irremisible.

Estas gargantas fueron desguizadas contra el suelo y mezcladas con la tierra por la pisada de la sombra.

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