El 33% de los jóvenes reconoce conducir después de tomar alcohol Un estudio de la Fundación MAPFRE revela que más del 84% de los conductores entre 18 y 25 años admite superar los límites de velocidad "Más confiados en sus habilidades para conducir" y "más osados en situaciones de riesgo". Un 37% de los jóvenes conductores considera inevitable cometer imprudencias al volante, según se desprende de un estudio del Instituto de Seguridad Vial de la Fundación MAPFRE realizado a conductores de entre 18 y 25 años, un colectivo que, de acuerdo con los datos de Tráfico, sufre el 20% de los accidentes en carretera aunque sólo representa el 10% del censo de conductores. Según el informe, basado en entrevistas a 500 personas, el 33% de los encuestados reconoce que en ocasiones conduce tras beber alcohol. No demuestran mayor prudencia con respecto a la velocidad. El 84% de los jóvenes conductores admite haber circulado alguna vez por encima de la velocidad permitida, mientras que un 26%, es decir, una cuarta parte, confiesa hacerlo siempre. Uno de los datos más preocupantes es que más de un tercio de los jóvenes no se siente responsable de sus negligencias. El 46% de los encuestados cree que el factor que más les ayudaría a evitar situaciones de riesgo es que el resto de los conductores sea más responsable, frente al 6% que opina que la responsabilidad empieza por uno mismo. El 76% dice sentirse afectado cuando otros conductores infringen alguna norma, de los cuales, el 50% se pone nervioso, un 25% se enfada y un 1% pierde los nervios. Sólo el 25% se autocontrola. Además, un 41% de los jóvenes conductores se consideran igual de buenos o incluso mejores (43%) que el resto de los conductores, de lo que se deduce, según la Fundación MAPFRE, que no son conscientes de los aspectos mejorables en su conducción. Y no son pocos. El 58% admite que alguna vez habla por el móvil sin manos libres cuando conduce, mientras que el 61% reconoce que realiza otras conductas como fumar, usar el navegador o cambiar un CD de música. Además, el 45% no respeta la distancia de seguridad. No obstante, el estudio también arroja conductas positivas. Un 90% de los entrevistados afirma que nunca conduce bajo los efectos de las drogas, un 59% asegura no saltarse nunca un semáforo en rojo y un 79% no adelanta en zonas prohibidas. La Dirección General de Tráfico recuerda que los accidentes al volante son la primera causa de muerte y de lesiones graves en la población de entre 18 y 24 años. No obstante, es, al mismo tiempo, el colectivo en el que más se ha reducido el número de víctimas mortales, con un descenso del 64% (286 muertos en 2009 frente a los 377 del año anterior), según el Balance de Seguridad Vial de 2009.
El bienestar no puede depender del consumo La primera petición que hace el antropólogo estadounidense Erik Assadourian al camarero es agua. Pero una muy concreta: del grifo. ¿Acaso la fama del madrileño embalse de Lozoya ha traspasado fronteras? No, el investigador desconoce su pureza. ¿Es por la crisis, tal vez? ¿Por hábitos especialmente austeros? "Es por la sostenibilidad. El consumo de agua embotellada supone un despilfarro de energía y un coste exagerados, con el consiguiente impacto ecológico. Salvo donde es muy salina, siempre pido agua del grifo". El antropólogo predica con el ejemplo. Assadourian, nacido hace treinta y pico de años en Connecticut de padre armenio, ha dirigido el informe anual del World-Watch Institute La situación en el mundo 2010: Del consumismo a la sostenibilidad (Icaria Editorial), que ha presentado en Madrid. Assadourian no se aparta del guión de la sostenibilidad ni para elegir las opciones del menú dietético, lo más parecido que hay en la carta a platos vegetarianos: una ensalada de brotes verdes y frutas -que apartará en montoncitos sobre el borde del plato, en un decorado puntillista- y un revuelto de setas y espárragos que le entusiasma. ¿Vino tinto? Su moderación casi se resquebraja ante el aspecto aterciopelado del caldo, pero se contiene: "Mejor agua. Del grifo...". La carrera académica de Assadourian revela la importancia que en el último lustro ha adquirido la apuesta por la sostenibilidad. Licenciado en Psicología y Religión, Assadourian amplió estudios con un grado de Antropología en la Universidad de Dartmouth y se lanzó al trabajo de campo en India, con una investigación psicológica sobre el consumo. Fue su particular caída del caballo, la que le encauzó en el estudio del que considera "gran cambio cultural del siglo". "Verme en una India en plena transformación, con una clase media de 100 millones de personas volcada en el consumo; con cada milímetro cuadrado del espacio público empapelado de publicidad... Pude ver las agresivas dinámicas que inoculan el consumismo en la psicología humana, incluso desde la infancia. En India vi cómo funcionan las estrategias del mercado; percibí también que el mundo está condenado al colapso si continúa este nivel de consumo, de derroche", explica. ¿No hay esperanza? Tal vez la respuesta, como en el caso del agua del grifo, esté en el interior: "La felicidad o el bienestar no pueden depender del consumo; al revés, el consumismo mina el bienestar, porque te obliga a trabajar más para consumir más, en una carrera sin fin". Por eso, como alternativa al frenesí consumista de alto impacto ecológico, Assadourian propone como modelo "desprovisto de toda connotación política"- el reino de Bután, paraíso de la felicidad por decreto, cuyos bosques pueden absorber más carbono del que sus ciudadanos emiten. ¿Y qué hay de los países nórdicos, modelo de sociedades del bienestar? "Son los peores ejemplos posibles, ese bienestar tiene un altísimo coste ecológico". También celebra la nueva televisión sin anuncios de RTVE, "un modelo a seguir", mientras desliza una recomendación cinematográfica: Avatar. "¿No la has visto?", pregunta extrañado. "Pues es un mensaje que puede calar en los jóvenes, el del mundo en armonía, sostenible. ¿Y Star Wars? ¿Sí? Pues se trata de eso, de recuperar el espíritu de Han Solo", dice entre risas.
Najwa no podrá volver a su instituto El padre de Najwa, Mohamed Malha, aseguró el miércoles que su hija volverá al instituto Camilo José Cela (Pozuelo) con hiyab. Malha no comparte ni acata la decisión del consejo escolar del centro -que aprobó esta semana mantener la normativa que impide cubrirse la cabeza en clase- ni tampoco la de la Consejería de Educación, que el jueves le remitió un informe en el que avalaba la actuación del instituto madrileño. La joven estudiante, de 16 años, lleva toda la semana sin asistir a clase. El lunes, según su padre, sufrió un ataque de ansiedad derivado de este asunto que se ha agravado con el paso de los días y que la ha mantenido recluida en casa, mientras sus amigas volvían a las aulas del Camilo José Cela con el velo puesto a ratos en señal de protesta. Najwa sigue en casa. Su padre quiere que se reincorpore al mismo centro con el velo, el mismo que usó entre febrero y abril, acumulando sanciones, hasta que la dirección del instituto decidió sacarla del aula a la sala de visitas en horario lectivo. "Eso no es posible, no podrá volver al instituto", responde un portavoz de la Consejería de Educación. La alternativa de la consejería es otro instituto situado a medio kilómetro del que el padre no quiere ni oír hablar.