GastroSur nº 24 / mayo-junio, 2020

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OPINIÓN

Del robalo

Alfonso de la Hoz González / Marino y diletante De todos los oficiales con los que tuve el honor de navegar durante mi periplo vital a bordo del Malaspina, probablemente sea el “Mamaíña” el más entrañable, pues el mote que le acompañaba respondía a su profunda devoción materna. Natural de Magalofes, parroquia del municipio de Fene en la ría de Ferrol, pertenecía a la gloriosa reserva naval activa, fecunda cantera de hidrógrafos. Su galaica cachaza y su natural bonhomía desarmaban al más pintado, lo que incluye al Tío de la úlcera, nuestro virtuoso comandante, a quién los nervios solían jugar malas pasadas. En cierta ocasión -con motivo de un apagón en el arsenal de La Carraca estando el buque en obras- entró en cólera al encontrarse a toda la dotación del buque hidrográfico en cubierta; transformándose poco menos que en una de aquellas fantásticas y salvajes criaturas de la isla del Doctor Moreau. El “Mamaíña”, con un temple digno del legendario domador Ángel Cristo, se acercó a la fiera y le espetó: -Comandantiño, lo único que quiero es que no te enfades, así que nos vamos a presentar al concurso de belenes de la zona marítima. Pese a la estupefacción inicial del Tío de la úlcera y al escepticismo general de los oficiales, al final ganamos el tercer premio. Liderazgo se llama a esa figura. Todo un personaje, el “Mamaíña”, cuya tarjeta de visita rezaba: Experto pescador

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de lubinas, robalos y robalizas; una aliteración redundante, puesto que los tres nombres responden al mismo pescado blanco, cuya denominación binomial es Dicentrarchus labrax. El “Mamaíña” había adquirido una gran destreza como pescador merced a su amistad con los “Peaky Blinders” de la base naval de Rota, un trío de hermanos vinculado a la flotilla de aeronaves, que se dedicaba a la pesca furtiva en las aguas militares. Pese al hostigamiento por parte de la policía naval, el clan solía salir airoso de sus correrías pesqueras nocturnas, pues contaba con la colaboración de parte del personal de la ayudantía mayor de la base, debidamente untado con la pesca menor de la incursión: mojarras, sargos y roncadores. Obviamente, los robalos o róbalos, que de las dos maneras lo acepta el diccionario de la Real Academia Española, quedaban a buen recaudo. El robalo es un pescado blanco cuya forma alargada le confiere una figura elegante y estilizada. Su sabrosa carne de refinada textura se debe a su condición de depredador, ya que acostumbra a devorar pequeños crustáceos, quisquillas, erizos de mar y otros peces más pequeños. Rico en proteínas, potasio y vitaminas A y B12, constituye un preciado manjar que puede prepararse de las más diversas formas: al horno, a la sal, a la espalda, en papillote o al ajillo. GastroSur / nº 24. 2020


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