José Luis Castillo Cárdenas, ex Director de Transportes y Comunicaciones de Junín y candidato (al cierre de esta edición) al sillón municipal de Santa Rosa de Ocopa, nos concedió esta entrevista donde nos comenta un poco sus expectativas a futuro sobre el trabajo en su distrito —sea que obtenga o no un triunfo— con la idea de continuar en la brega de su desarrollo.
Tu historia Racing arranca aquĂ
En el escenario político, los previos que ponen picante el ambiente electoral se inician con las acciones propagandísticas, un verdadero “vale todo” del marketing político que, en ocasiones, parece tener un efecto degenerativo o cuasi demoledor en las campañas hasta llevarlas a una suerte de friki espectáculo circense.
MISCELÁNEA
Octubre, cada año, termina con la conmemoración de todo lo extraterrenal
D
espués de cuatro años de permanencia en Sevilla, investigando en el Archivo de Indias y lleno de ilusiones, Waldemar Espinoza Soriano (Cajamarca,1936) retornó a Lima, al seno de su querido claustro, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sus grandes maestros, Raúl Porras Barrenechea y Luis E. Valcárcel, lumbreras en el estudio de la historia del Perú, le habían conseguido la beca Javier Prado, la más ansiada y famosa por su larga duración, su generoso estipendio económico mensual y las posibilidades de publicaciones y cátedra futura. No más desembarcar, se topó con dos noticias desfavorables: Porras había muerto y Valcárcel se había jubilado. Entonces, los golosos herederos burocráticos y académicos capitalinos le cerraron las puertas del magisterio en la más antigua universidad del Perú. Espinoza traía de España a su esposa, la sevillana Josefina Cullere y a su primer hijo, y una cuantiosa cantidad de documentos inéditos para el estudio de la etnohistoria del país… El gran sueño quedó interrumpido. Por esos días, se produjo la segunda o tercera reorganización de la Universidad Nacional del Centro del Perú y se convocó un concurso de cátedras a nivel nacional, para reemplazar a muchos profesores que por mediocres y/o muy politizados los habían puesto de patitas en la calle. A Espinoza la renació la esperanza, no conocía Huancayo, pero portaba en la alforja muchas noticias sobre la milenaria cultura de los wankas. Buscó las bases del certamen académico y un nuevo problema creció ante sus ojos cegatones de grandísimo lector y esmerado paleógrafo: se necesitaba un doctor en historia para el puesto de catedrático principal y nuestro hombre no tenía ese grado académico. Entonces atizó su ingenio y batió todos los récords —que sepamos—: en una semana redactó su tesis doctoral, la presentó a su universidad y le concedieron el doctorado, apenas unos días antes de finalizar el plazo
de la convocatoria. Espinoza Soriano ganó el concurso en buena ley y vino a Huancayo en 1962. Se hospedó en la casa de don Aurelio Navarro Maraví, épico fundador del Colegio San Pio X, y pocos días después, una malhadada lluvia inundó su casa y sus libros flotaron en el agua. Pero nada le arredró. Por esas fechas fuimos a visitarle y conocer de cerca sus grandes afanes. Comenzó a publicar colaboraciones en Correo y La Voz de Huancayo, revelando auténticas primicias sobre nuestro pasado, mientras, por otro lado, ya deslumbraba a sus alumnos en la Facultad de Educación de la UNCP. Con todo orgullo y agradecimiento declaro que fui uno de sus entusiastas seguidores. Nos daba separatas de obras inalcanzables para nosotros, nos obligaba la lectura de dos libros por semestre con su respectiva exposición en el aula, hablaba muy rápido, citaba muchas obras y era realmente toda una personalidad. Tenía por entonces 26 años y su cultura enciclopédica nos inspiró la lectura reflexiva, el fichaje y subrayado de los libros, las exposiciones y sembró el amor por la investigación, el análisis y el desmembramiento de los hechos y de la sociedad… Fue un jovencísimo maestro, por donde se le mire. Llegó a decano, director universitario de investigación y vicerrector. Pero su sueño secreto era ser docente en la Universidad de San Marcos y, después de 13 años en Huancayo, nos dejó para postular y ganar una cátedra como profesor auxiliar —bajando dos grandes escalones en la escala docente universitaria— y allí se quedó para volver poco a poco a subir los peldaños. Ahora ya jubilado, San Marcos le acaba de nombrar Profesor Emérito —con mucho retraso— y al historiador esto le ha sabido a gloria y lo está festejando por todo lo alto. A sus amigos nos ha enviado un video donde se le ve bailando solo en medio de su biblioteca que tiene 40,000 volúmenes. ¿Qué dejó Waldemar Espinoza a
Huancayo? Nos legó lo siguiente: la fecha, los actores y los pormenores de la Fundación Española de Huancayo. Ya se sabe: Jerónimo de Silva, el primero de junio de 1572 como “Pueblo de indios”, pero dicho esto sin criterio peyorativo sino como privilegio de libertad contra cualquier intromisión española para imponer repartimientos, encomiendas, obrajes u otros trabajos obligatorios con los que, en otras partes del imperio, se sometía a los vencidos. El escudo de los wankas, como blasón concedido a Jerónimo Guacrapaucar, cacique de San Jerónimo de Tunán, por su decisiva contribución de los huancas en su lucha contra los incas, ratificada en 21 batallas que ganaron nuestros congéneres desde Jauja hasta el Cuzco. Los incas nunca fueron aliados de los wankas. Al contrario, aquellos trataron de sojuzgarlos, apresaron a miles de guerreros y les cortaron las manos en la célebre batalla de Maquinhuayo y años después volvieron a capturar a hijos de esta tierra y los deportaron a Chachapoyas donde hay topónimos xauxas y wankas y muchos apellidos de neta prosapia de nuestro valle. Los wankas nunca se rindieron y cuando llegaron los españoles enviaron delegaciones a Cajamarca proponiendo una alianza que posteriormente se cumplió y les otorgó beneficios. Decir que los wankas fueron traidores al imperio Inca es una falacia, grande como la Catedral de Huancayo incluida su maltratada Plaza de la Constitución. Nos proporcionó la información y todos los detalles de las tres fundaciones de la ciudad de Jauja, nombre castellanizado de Xauxa, y su significación para su desarrollo sociohistórico y cultural. Decantó el establecimiento de la genealogía del Panteón Andino de la Cultura Wanka, con el dios Apu Kon Ticse Wirakocha a la cabeza; la saga de Wallallo Karwancho; posible ubicación de adoratorios y pacarinas; revaluación del Santuario de Wari Willka, con Atay Imapurankapia y la
Urochombe; y la adecuada valoración de Tunanmarka o Siquillapucara como capital de nuestra ancestral cultura. Ofreció un análisis fundacional, social, económico, étnico e histórico de una notable parcialidad de nuestros antepasados en su libro: Lurinhuayla de Huacjra, un ayllu y un curacazgo huanca (1969). Una ponderada, crítica y bien informada inmersión de nuestro devenir en Historia del Departamento de Junín (1973), que arranca en la prehistoria y termina casi en nuestros días. Los pormenores de la vida (y falsos milagros) de Simón Bolívar, su itinerario por la región y particularmente en nuestra ciudad en su libro Bolívar en Huancayo (1967), que según contaba el doctor Maurilio Arriola Grande, el historiador cajamarquino lo escribió en menos de tres semanas: «Sí, sí, sí, pues, porque ya tenía todas las fichas listas», nos respondería el estudioso a la pregunta de que si aquello era cierto. Dejó también, como maestro ejemplar, desde 1962 hasta 1975, varias promociones calificadas de estudiantes en la Especialidad de Historia y otras afines en la Universidad Nacional del Centro, ahora repartidos por el ancho mundo y que reconocen públicamente la sapiencia y erudición de Waldemar Espinoza Soriano. Autor de más de una veintena de libros, destacan, aparte de los citados: La civilización inca. Economía, sociedad y Estado en el umbral de la conquista hispana (1995), La destrucción del Imperio de los Incas. La rivalidad señorial y política de los curacazgos andinos (1973), Virreinato peruano. Vida cotidiana, instituciones y cultura (1997), Los incas. Economía, sociedad y Estado en la era del Tawantinsuyo (1987), Amazonía peruana (2007), una imprescindible compilación: Los modos de producción en el Imperio de los Incas (1978) y hasta su reciente Miradas etnohistóricas de Cajamarca (2018), además de artículos de investigación para revistas especializadas, ponencias, conferencias, etc. Hombre liberal, progresista, ponderado, risueño, gran conversador, siempre curioso, algunas veces sarcástico e incisivo con sus oponentes, pero generoso con sus colegas y discípulos. Nunca prestaba un libro, en su casa tenía un espacio adecuado para quienes desearan consultar su cuantiosa biblioteca. Y, en una ciudad tan dada a la fiesta y la cerveza como Huancayo, a Espinoza Soriano nunca se le vio ebrio, ni bailando. Solo una vez, en el cumpleaños del rector Nilo Arroba Niño, con “asistencia obligatoria”, el 3 de octubre de 1968, a media noche apareció el secretario de la universidad, hizo detener el jaranón y dijo cariacontecido: «Ha estallado un golpe de estado militar en Lima», y rogó que pusiéramos los pies en polvorosa rumbo a los domicilios. Adriel Osorio Zamalloa —futuro rector—, Waldemar Espinoza y quien escribe
estas líneas nos tomamos un par más de cervezas y paseamos abrazados del hombro por la Calle Real gritando: «El pueblo unido, jamás será vencido». Ignoro de dónde nos salió estos arrestos porque nunca nos afiliamos a ningún partido político, pero una asonada anticonstitucional tenía mucha tela marinera. Una patrulla militar nos detuvo, un capitán reconoció en el acto al maestro y nos invitaron, amablemente, a que nos retiráramos a nuestras casas. Huancayo le debe a Waldemar Espinoza la declaración de Hijo Adoptivo Predilecto, la colocación de su nombre en una calle notable o una plaza, la difusión de su obra literaria —recientemente la Municipalidad ha editado Bolívar en Huancayo—, como efectivo reconocimiento de su aporte a la cultura y la etnohistoria. La Universidad Nacional del Cen-
tro le declaró Profesor Honorario, pero no basta; por lo menos debería ofrecerle un Doctorado Honoris Causa y establecer alguna alegoría permanente que guarde su memoria para los estudiantes del futuro, por ejemplo, el nombre de un paraninfo o una biblioteca especializada. Y pensándolo bien, si don Waldemar Espinoza hubiera vivido en Madrid, con los aportes históricos que hizo —me lo comentó mi buen amigo, el académico y peruanista Manuel Ballesteros Gabrois—, sería miembro nato de la Real Academia de la Historia, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas, de alguna universidad, y una veintena más de instituciones internacionales que estudian científicamente el pasado, porque son agradecidas y no regañan prendas. Madrid, septiembre de 2018
S L L U B ter n e c g n traini
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VELICA A C N A U H . V
AÑO CERO
Octubre está siempre marcado por historias milagrosas, por el miedo, por vivos, muertos y por aquellos que recrean lo desconocido
Wari O. Gálvez Rivas Cineasta
E
scena uno: Abrir la página y recrearla como si se tratara de un guión cinematográfico: una película escrita también puede resultar interesante. Escena dos: Thomas Hutter llegó al castillo gótico, incrustado en los lejanos montes Cárpatos, en Transilvania, del Conde Orlok, para firmar, en representación de la compañía inmobiliaria en la que trabajaba en Wisborg, un contrato en el que Orlok adquiría una lujosa casa en Wisborg. El joven Hutter tuvo una sensación extraña desde el primer momento en que pisó aquel recinto. Pesadillas y sudores que
lo despertaban en pleno sueño: algo sucedía, y no era para menos. El conde nunca aparecía durante el día. Una nota reveladora que Hutter encontró en un cajón decía lo siguiente: Nosferatu toma sangre joven, lo necesario como para prolongar su existencia. El pobre hombre comenzaba a morir de miedo (quizás nunca terminaría). En aquel instante apareció, ¡a mala hora!, el vampiro en la habitación. En realidad no era a él a quien quería. Su objetivo era la bella Ellen Hutter, quien entre sueños ya comenzaba a sentir una atracción poderosa e irresistible por el conde. Escena tres: El rodaje de esta película empezó en 1921 y estuvo llena de curiosidades. Comenzando por los derechos de autor de la famosa novela Drácula (1897) que no fueron respetados. La viuda de Bram Stoker, Florence Balcombe, se enteró de esta adaptación parcial sin haber sido consultada inicialmente. El guionista Henrik Galeen cambió los nombres de los personajes y situó la acción no en la Inglaterra victoriana sino en la fría Bremen. El veredicto favoreció a Balcombe, y el juez ordenó destruir to-
das las copias. ¡Muy tarde!, porque ya se había exhibido en varios países. El director alemán Friedrich Wilhelm Murnau ganó una reputación enorme con ella. Escena cuatro: En la actualidad Nosferatu es una de las películas más importantes en la historia. Es un referente ineludible para cualquier amante del cine clásico. Esta cinta llegó a Huancayo en el año 2003, en una muestra que realizaba un exhibidor itinerante, que por entonces tomó en alquiler el local de la Calle Arequipa del antiguo Instituto Nacional de Cultura (INC). Allí estuvo un joven cineasta, León Cáceres que, como muchos, se vio seducido por los claroscuros de los fotogramas y la presencia perturbadora de aquel muerto-en-vida. Escena cinco: El cine de terror ha sido una fuente de inspiración para muchos realizadores en el Perú. Especialmente en las últimas décadas donde este género ha incorporado a sus recursos narrativos muchos de los mitos populares que son conocidos por todos. Cintas que reúnen a seres tan malhadados e indeseables, como aquel vampiro, Orlok o Drácula, y que por ser peruanos no dejan de inspirar el mismo terror y miedo, aunque, para otros, también provocan pena y compasión por sus tristes destinos. Basta ver a los pobres Jarjachas, personajes cogidos de la cultura popular andina que toman la forma de auquénidos y durante las noches atacan a sus víctimas, como una forma de expiar sus culpas, en respuesta a la imposibilidad de hacer público un putrefacto amor incestuoso. Las más notables y logradas versiones cinematográficas de este personaje son las que realizó Palito Ortega Matute en La maldición de los jarjachas 1 (2001), 2 (2003) y 3 (2012) y El demonio de los Andes (2014). No menos malignos son los temibles pishtacos y los condenados. El primero apareció en la película Sangre y Tradición (2005),
El cine de terror ha sido una fuente de inspiración para muchos realizadores en el Perú. Especialmente en las últimas décadas donde este género ha incorporado a sus recursos narrativos muchos de los mitos populares que son conocidos por todos. Cintas que reúnen a seres tan malhadados e indeseables, como aquel vampiro, Orlok o Drácula”. de Nilo Inga Huamán; el segundo fue protagonista de Supay, el hijo del condenado (2010) de Miler Eusebio. El Tunche (2007), también del mismo Inga, acude a la figura del monstruo que ataca a los que profanan la selva virgen. Sin embargo, es una pena que actualmente aquellos realizadores que llevaron muchas de estas historias a la pantalla grande hayan frenado su ritmo de producción. Escena seis: León Cáceres es uno de los realizadores huancaínos más prolíficos en el género de terror. Su imaginario fílmico está compuesto por personajes terroríficos que muchas veces no son de este mundo, pero se sienten muy cómodos entre nosotros, más aquí que allá, haciendo sufrir a los demás. Aquella proyección de Nosferatu de F.W. Murnau lo inquietó tanto que se propuso dirigir, principalmente, películas de este género. Hasta el momento, son nueve películas de largometraje y otro bloque numeroso de cortometrajes los que ha dirigido desde su productora Nemfius Films y, en otras ocasiones, sellando un pacto, con la productora Killa Inti de Nina Peñaloza. Cáceres también ha recurrido, al igual que sus congéneres, al mito de los condenados, esos espíritus que no son recibidos cariñosamente ni en el cielo ni en el infierno, en muchos de sus trabajos. De eso trata su primer largometraje de terror El condenado (2005), una historia donde un hombre cargado de avaricia regresa a su pueblo para “desatar el infierno mismo”. En La soga (2007), el juego con la vida y la muerte termina desencadenando una serie de hechos terroríficos y la muerte de algunos inocentes. Te juro amor eterno (2010) mezcla el romance con el horror mostrando a un
zombi caníbal que se niega a perder a su amada. En 2010 también dirigió El aposento, un lugar maldito que toma venganza quitando la vida de los que se acercan a él. Su influencia vampiresca, homenajeando a Murnau, salió con la película El vampiro (2005). Uno de sus trabajos más ambiciosos, que recuerda a la ambiciosa Greed (1924) de Erich Von Stroheim, por su desmesurada duración, es En las venas de Santana (2012), que recurre al tipo de terror donde un maniático ex soldado combatiente en la guerra del Cenepa, y que no calza con la sociedad, después de ser rechazado, toma venganza ¡durante cuatro horas! de aquellos que lo despreciaron. El 2015, Cáceres hizo una nueva versión de El condenado, luego dirigió Encerrados (2016) y este año está en pleno rodaje de Los últimos días de Llamacuy, en coproducción con una casa productora ecuatoriana. Escena siete: El terror cinematográfico permite expresar aquellos deseos íntimos de sus creadores. No debe ser visto como una simple recreación de pasajes donde la muerte es la consecuencia de las malas actitudes y comportamientos de las personas. Es, por el contrario, la herramienta perfecta para usarla como metáfora de los males colectivos y la degeneración en la que ha caído la sociedad. ¡No son géneros menores ni poco serios!, si es que son tratados con buen sentido y talento como ha demostrado León Cáceres. Escena ocho: Cerrar este artículo con tinta roja. Desear que se produzcan más películas de este género. Ver Nosferatu una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… veces. Tumbes, septiembre de 2018
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