Rincones con fantasma
Un paseo por el Valladolid desaparecido
Juan Carlos Urueña Paredes
Rincones con fantasma Un paseo por el Valladolid desaparecido
Rincones con fantasma Un paseo por el Valladolid desaparecido
Los dibujos, fotografías y montajes informáticos son todos obra del autor. Las fotografías antiguas que aparecen en el libro han sido fundamentales como apoyo documental. Muchas de ellas han sido utilizadas como base a montajes fusionándolas con fotos actuales de la misma zona. Las fuentes principales de donde se han obtenido de libros recopilatorios o estudios publicados, y no directamente de sus propietarios. He tenido que obrar así pues, salvo excepciones, dichas recopilaciones y estudios no citan la propiedad de cada foto, sino que dan una reseña general de los archivos y colecciones de origen, en algunos casos de hace décadas. En cada foto antigua se cita el libro donde está publicada con la abreviatura: “lib. prd.” (libro de procedencia). Estos libros están citados en la Bibliografía al final de la obra. La mayoría de las fotos se hallarán en los fondos del Archivo Municipal de Valladolid, ya que muchas de las colecciones citadas en los libros han sido donadas a esta Institución. Lamentablemente no he podido concretar este extremo, ya que según me indicó amablemente el personal del Archivo, se está trabajando aun en la clasificación y digitalización de sus numerosos fondos, lo que me impide a día de hoy una consulta pormenorizada.
© de los textos, fotografías, dibujos y montajes informáticos, su autor © de esta edición, Ayuntamiento de Valladolid Printed in Spain. Impreso en España I.S.B.N.: 84-95389-97-5 D.L.: VA-673/2006 Diseño: dDC. Diseño y Comunicación Imprime: Gráficas Andrés Martín, S.L.
Juan Carlos Urueña Paredes
Rincones con fantasma Un paseo por el Valladolid desaparecido
AYUNTAMIENTO DE VALLADOLID 2006
Presentación
Dice Juan Carlos Urueña que el objetivo de su obra no ha sido otro que “...convocar a los espíritus” del pasado para, de su mano, reconstruir un Valladolid ya desaparecido, en el que ubicar e imaginar el acontecer de los vallisoletanos de otro tiempo. El reto de Juan Carlos era hacernos ver lo que ellos vieron; sus herramientas, estas cuatro: primera, los testimonios gráficos supervivientes de épocas pasadas; segunda, los estudios históricos existentes sobre nuestro patrimonio monumental y urbanístico; tercera, el software informático de tratamiento de imágenes; y cuarta, el cariño y la devoción por Valladolid y lo vallisoletano. Los Rincones con fantasma de Urueña Paredes son un excelente ejercicio de reflexión sobre el pasado de nuestro entorno y hemos de mostrar profundo agradecimiento ante la sensibilidad que el autor ha demostrado como artista virtuoso, como lector empedernido de la bibliografía de tema local y, sobre todo, como vallisoletano. En una sociedad como la nuestra, en la que la que el protagonismo de la imagen es absoluto e indiscutible, el trabajo de Juan Carlos pone a nuestro alcance la posibilidad de recorrer virtualmente un Valladolid que ya no existe, ofreciéndonos la oportunidad de disfrutarlo con nuestros propios ojos. Es tiempo de atrapar, querido lector, las mil y una anécdotas e historias hilvanadas por Juan Carlos Urueña para ayudarnos a identificar los fantasmas de un Valladolid que reclama toda nuestra atención y todo nuestro mimo. Es tiempo de descubrir las mil y una sorpresas que deparan estas páginas a quienes gustan de saber más y más sobre una ciudad que ansía que la amemos, la protejamos y sintamos por ella un infinito orgullo. Francisco Javier León de la Riva ALCALDE DE VALLADOLID
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Prólogo
Los avatares de su historia, el desarrollo experimentado en época moderna y, en no poca medida, la escasa sensibilidad de sus vecinos, han configurado la imagen actual de Valladolid: un tejido urbano formado por caserío no demasiado armónico del que emergen magníficos edificios que testimonian aspectos monumentales de otras épocas. Seguramente, muy pocos de cuantos transitan hoy por sus calles se plantean cómo fue la ciudad en otros momentos de su historia. Únicamente quienes nos dedicamos a la investigación histórico-artística sobre su patrimonio podemos reconstruir –a partir de los trabajos de historiadores precedentes y, especialmente, mediante el estudio de la gran riqueza documental que atesoran sus archivos– una ciudad distinta cuyas calles seríamos capaces de transitar, en cuyas iglesias podríamos reconocer sus capillas por los nombres de sus fundadores o los retablos por los de sus autores, palacios cuyas estancias recorreríamos contemplando las pinturas o tapicerías que les adornaban y hasta ser recibidos por su dueño de quien conoceríamos perfectamente su historia familiar. En muchos casos, estos estudios se editan, gracias en gran medida al patrocinio de las Instituciones, que ponen al alcance de cualquier persona interesada el conocimiento del Valladolid perdido. Pero Juan Carlos Urueña ha seguido un camino distinto. Partiendo de los escasos testimonios gráficos que se conservan, así como de los trabajos publicados por los profesionales de la Historia, unidos a los dibujos que él mismo aporta –realizados mediante técnicas informáticas que maneja con habilidad y sin regatear esfuerzo–, Juan Carlos Urueña intenta recrear el aspecto exterior de buen número de edificios desaparecidos, especialmente religiosos, insertándolos en el entorno actual. Como el propio autor reconoce, su meta no ha sido la precisión científica. En ocasiones la imaginación ha suplido lo que no podía documentar con exactitud. Tampoco se ciñe enteramente al rigor histórico, ni ha apurado toda la bibliografía. Sin embargo, su trabajo, pleno de entusiasmo al evocar un Valladolid perdido, servirá de acicate al vallisoletano para profundizar en el conocimiento del pasado de su ciudad, paso ineludible para defender el patrimonio que aún conserva. M.ª Antonia Fernández del Hoyo DOCTORA EN HISTORIA DEL ARTE Universidad de Valladolid
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A mis padres, a todos los que me rodean, y también a los que ya no están.
Introducción y explicación de necesaria lectura Quiero en primer lugar aclarar al posible lector en esta primera página, lo que va a encontrar en este libro: una obra eminentemente gráfica que busca la reconstrucción de algunas de las edificaciones más importantes del Valladolid de antaño. El conocedor del tema notará que faltan muchos edificios de la extensa nómina de los desaparecidos, y es que no todo se puede recuperar. Antes de empezar a trabajar tuve que adoptar un criterio con el que escoger cuáles de los monumentos se podrían recrear con un mínimo de rigor. Lo primero que hice fue excluir aquellos de los que se conserven fotografías, pues es absurdo reconstruir aquello de lo que ya hay una imagen. Hago una excepción con dos de las antiguas puertas de la ciudad, pero con la intención de recrearlas en el espacio urbano donde estuvieron. En segundo lugar, decidí no ocuparme de palacios o casas nobles, pues es una labor que ya está tratada, y magníficamente, en el libro de Jesús Urrea “Arquitectura y nobleza: casas y palacios de Valladolid”. También en esto hago otra excepción con la Casa del Cordón, el palacio de Távara y el del Almirante, pues lo singular de sus edificios lo justifica. En tercer lugar decidí ocuparme sólo de aquellos monumentos de los que, además de descripciones escritas, se conserva un dibujo o grabado lo suficientemente detallado como para obtener un resultado fiable. La principal fuente ha sido la obra de Ventura Pérez, un humilde trabajador de mediados del siglo XVIII, que ilustró con sus dibujos la “Historia de Valladolid” de Antolínez de Burgos, tesoro para la historia local. Poco pudo sospechar aquel pobre
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ensamblador que, después de tres siglos, su trabajo sería retomado por mí, otro humilde trabajador, y recuperado gracias al dibujo y las actuales técnicas informáticas. Otro Ventura, Ventura Seco, escribano de su majestad y casi coetáneo del anterior, tuvo el acierto y la curiosidad de elaborar un minucioso plano de Valladolid en el año 1738, rescatado posteriormente por el infatigable historiador local Juan Agapito y Revilla. Es el complemento ideal a los dibujos de Ventura Pérez y permite localizar los edificios con gran precisión. Gracias a los “dos Venturas” este libro ha sido posible. También me han servido grabados y dibujos de autores posteriores que iremos viendo en cada caso. Por último, tuve que formarme un criterio de selección conforme a la importancia. Una responsabilidad. Existieron muchos edificios curiosos en la ciudad de los que no me ocupo: los humilladeros de La Cruz y la Pasión; ermitas como las de la zona del puente Mayor, que fueron la de Nuestra Señora del Camino, san Lázaro, san Roque y san Sebastián; las de la calle Santiago, que fueron la de la Consolación y “Juan Urtado”; o san Alejo en el camino del cementerio. Cárceles como la de Corona, la de la Ciudad o la Galera de mujeres. Hospitales y hospicios como el de las Ánimas o los Mártires, los niños de la Doctrina en la calle Doctrinos, de san José de Expósitos en la plaza de Martí y Monsó, el hospicio de los pobres, que salía a san Quirce. Instituciones como la Inquisición o el colegio de Velardes. Infraestructuras, como los diversos puentes, el Espolón, el Viaje de Argales, … y más. Aunque de la mayoría de ellos no se conserva testimonio gráfico suficiente para hacer una recreación seria, tampoco la haría en muchos casos ya que pocos tuvieron gran importancia histórico-artística salvo la anécdota de su existencia. Tanto en Chancillería como en el Archivo Histórico Provincial se conservan muchos planos y dibujos detallados de edificios o partes de ellos que se podrían recrear con facilidad, pero creo que no son interesantes salvo para el lector experto en el tema. También hay que aclarar algo obvio: no se pueden tomar las reconstrucciones como totalmente exactas. Desde luego, son escrupulosamente fieles a los datos que han llegado a mis manos, pero he tenido que recurrir a cierta dosis de imaginación para ambientar unos espacios perdidos para siempre: las casas y tapias anejas a las reconstrucciones, aunque siguen el esquema de los planos conservados y son del estilo de la época retratada no son, como es lógico, recreación de las originales de las que no existe legado gráfico. Lo que he cuidado mucho es buscar los materiales de la época para cada edificio; y lo he hecho en la propia ciudad en caso de haberlos. Hasta he calculado la luz conforme a su situación geográfica. El texto del libro es una descripción orientativa de las zonas donde se alzaron aquellos monumentos, a la que van unidas aquellas curiosidades y anécdotas que fui encontrando en los libros que usé para documentarme. Me pareció buena idea hacer un libro ameno, y por eso en mi narración uso un tono distendido, pues al común de los ciudadanos al que va dirigido este trabajo no es mi deseo abrumarlo con un estudio de Historia. No se ofenda por
Introducción ello el purista, pues tampoco tengo yo autoridad ni titulación para escribirlo. Lo que intento aportar es un apoyo gráfico, eminentemente visual, a estudios más profundos. Las rígidas técnicas de investigación impiden que los estudiosos puedan atenerse a la fantasía en lo más mínimo. Yo, desde mi posición de simple ilustrador, no estoy sujeto a esas ataduras, y hago, en esta obra, algo que estoy seguro que ellos hacen mientras escriben: imaginar aquellos rincones, soñar para la gente. Aclarando que no soy un erudito, sino un dibujante enamorado del tema, queda también claro que estas páginas son sólo un trabajo de recopilación cuyo gran mérito es de todos aquellos estudiosos que se dejaron y se siguen dejando la vista en archivos y sacristías. Espero que mis ilustraciones les hagan evocar el pasado con la misma curiosidad y placer que sentí yo al crearlas. Ha sido un duro trabajo, pero hecho con mucho, mucho cariño. Titulé este libro “Rincones con fantasma” porque al mezclar fotos modernas con antiguas del mismo paraje pude darme cuenta de que algunos detalles no habían cambiado en muchos años, pero lo que más me impresionó fue la exactitud con la que se podía ubicar el sitio por donde había desfilado un soldado, la esquina donde una mujeruca había tenido su puesto de castañas, la baldosa exacta donde habían saltado a la comba unas niñas hace cien años… “fantasmas” de muchas pequeñas historias de unos vallisoletanos que ya desaparecieron. Cuando paso por alguno de estos sitios me los imagino allí, como si su presencia cotidiana en el pasado hubiera impregnado el ambiente. Estoy convencido de que en las viejas piedras viven los recuerdos de muchas vidas. También estos rincones guardan las cicatrices de otros “fantasmas”: aquellos magníficos monumentos que adornaron Valladolid y que demolió la ignorante piqueta. Convocar a estos últimos espíritus ha sido la razón de esta obra. Aunque he manejado gran cantidad de bibliografía y testimonios gráficos, habrá siempre quien pueda encontrar fallos. Por ellos, mil perdones y mi disposición a rectificar si se me indica el error, pero lo importante es dar una idea de lo que perdimos y ya es triste que se pueda hacer un libro entero con sólo una parte de tal pérdida. Que esto sirva como una llamada al vallisoletano para que vuelva la vista hacia lo que es suyo y debe conservar. Un recuerdo para todos a los que como yo les gusta el pasado. ¡Cuántas cosas añadirían ellos a estas páginas! Aunque en la bibliografía del final del libro cito las fuentes más importantes que he usado para documentarme, quiero enumerar para el lector profano los autores de las crónicas antiguas que aludo más frecuentemente en el texto, por dar una somera idea de sus personajes. Se incluyen por orden cronológico: Tomé PINHEIRO DA VEIGA. Galante, vividor y satírico escritor portugués, que escribió su impagable “Fastiginia”, crónica de Valladolid durante y después de los festejos por el nacimiento de Felipe IV hasta la primera mitad de 1605. Juan ANTOLÍNEZ DE BURGOS. Fue un estudioso de ascendencia noble que llegó a ser regidor de Valladolid. Escribió su “Historia de Valladolid” en la que recopila hechos de una forma bastante científica, hasta el año 1637.
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Ventura PÉREZ. Fue un pobre trabajador, ensamblador de oficio. Como se explica en el texto, es el autor de los dibujos de fachadas con los que ilustró una de las copias de la “Historia” de Antolínez. También escribió su “Diario de Valladolid” en el que continuó la labor de Antolínez con acontecimientos que recopila desde 1700, veinte años antes de comenzar a escribirlo y llegan hasta 1802, recopilados por otros ya muerto Ventura. Manuel CANESI ACEVEDO. Funcionario y estudioso que escribió una densa “Historia de Valladolid” manuscrita en cinco tomos, copiando bastante de la “Historia” de Antolínez, errores incluidos. Recoge la historia de Valladolid desde su fundación hasta mediados del siglo XVIII. Matías SANGRADOR VÍTORES. Juez, académico y cronista de la ciudad, publicó a mediados del siglo XIX su “Historia de Valladolid”, siendo la primera de todas en pasar por la imprenta. Recoge datos desde la fundación de la ciudad hasta la muerte de Fernando VII, pero sin copiar a Antolínez como sus predecesores. Estos autores, especialmente Antolínez, Ventura Pérez y Canesi, son los que más cito en el libro pues en su obra se haya la mayoría de los datos concretos sobre edificios, comentados con la ventaja de haberlos conocido en persona. De los estudiosos modernos ya fallecidos destaco las obras de Juan Ortega Rubio, catedrático de Historia que publicó su “Historia de Valladolid” en 1881; Narciso Alonso Cortés, profesor y escritor que publicó su “Miscelánea vallisoletana” en 1915; José Martí y Monsó, afable valenciano, profesor de dibujo en mi entrañable “Escuela de Artes Aplicadas” y buen pintor, que publicó sus “Estudios histórico-artísticos” en 1901; y sobre todo de Juan Agapito y Revilla, compañero de excursiones y anhelos del anterior. Agapito y Revilla fue un estudioso que ocupó el cargo de arquitecto municipal a principios del siglo xx, al que debe la ciudad ser uno de los que rescataron nuestra Semana Santa en su plano histórico y artístico. Son estos autores algunos de los que más se preocuparon en su tiempo del patrimonio perdido, sobre todo el último. De los que recogieron su testigo y aún siguen con la labor, nada digo por no hablar de nadie en pretérito. Y que así sigamos muchos años. Juan Carlos Urueña Paredes
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En la zona comprendida entre la Plaza de san Pablo, calle de san Quirce, la Huerta del Rey y san Benito moraron muchos de los reyes que pasaron por nuestra ciudad.
Calle de san Quirce El monasterio de san Quirce que da nombre a la calle, es uno de los más antiguos de Valladolid y tuvo la protección de varios reyes. Dispuso de un pasadizo o corredor que le unía con el Palacio del conde de Benavente, por el que la reina doña Margarita, mujer de Felipe III, gustaba de ir a conversar con las monjas.1 Enfrente se halla el palacio de los Benavente que fue habitado por Felipe II; cuando la corte se trasladó a Valladolid, Felipe III también se instaló en él un tiempo. Fue construido por las fechas de la guerra de las Comunidades, y viendo el Regimiento de la ciudad que tenía todos los visos de convertirse en una fortaleza, denunció e hizo peritar la obra. No hallando los peritos confirmación de que aquello terminase siendo una casa fuerte, dieron de paso el proyecto, pero el de Benavente se salió con la suya pues hizo coronar la construcción con sendos torreones.2 El palacio tenía un paseo que conducía hacia el Espolón (hoy “Las Moreras”), desde donde el rey cruzaba en barca el Pisuerga para dirigirse a su preciosa finca repleta de tesoros artísticos conocida como “Casa de la Ribera”. Esto determinó que el moderno barrio que hoy existe en esa zona, haya tomado el nombre de “Huerta del Rey”. Existe un dibujo de Ventura Pérez de aquella finca, pero a mi juicio insuficiente para intentar una reconstrucción. Aún se conservan algunos restos de la finca, visibles desde la playa del Pisuerga, y no son las únicas reliquias del pasado que se asoman directamente al río, pues Antolínez nos habla de una cueva en la orilla de Tenerías tan grande que podía entrar en ella una persona a caballo. Cuenta que:
En la ilustración la situación del torreón según el plano de Ventura Seco.
1 J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Francisco de la PLAZA SANTIAGO. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid, parte segunda. Pág. 187. 2 Jesús URREA. Arquitectura y nobleza. Pág. 41.
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«la ciudad hizo todas las diligencias de saber hasta dónde se alargaba, y no pudo ser hallado el fin, porque la inmensidad de malas sabandijas que corrían no consentían dar paso por ella, y por esta causa se mandó cerrar.»
Como en las demás reconstrucciones, un dibujo ha hecho posible reccrear el desaparecido torreón del palacio de Benavente; en este caso es obra de Valentín Cardereda (1836).
3 Jesús URREA. Arquitectura y nobleza. Pág. 45.
El palacio de los Benavente se quemó en 1716. Murieron cuatro personas y se perdieron obras de arte de valor incalculable. El siniestro fue tal que el edificio quedó prácticamente abandonado y los Benavente lo vendieron a la Diputación en 1799, que lo acondicionó y dedicó a Hospicio. Hoy se encuentra perfectamente rehabilitado y alberga una magnífica biblioteca pública.3 Tanto el palacio de Benavente como el convento de san Quirce se encuentran en la plaza de la Trinidad, así llamada por tener fachada a ella la iglesia del convento de la Trinidad Descalza. Cuando desapareció el convento, la parroquia de san Nicolás, cuyo templo original quedó como veremos inservible, se trasladó a esta iglesia. Por cierto que en la plaza de san Nicolás estuvo proyectado un palacio para los reyes de España en tiempos de Felipe II, que por las azarosas circustancias de aquellos tiempos no llegó a realizarse. La desaparecida iglesia de san Nicolás era, según Canesi y otras fuentes, fundación del Conde Ansúrez. Agapito y Revilla, que estuvo presente en su derribo, describió restos románicos en el relleno de piedra de sus muros. A fina-
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Aún quedan restos de la primitiva iglesia de san Nicolás, de la que algunos de sus muros forman parte de un almacén de maderas, pero la construcción de un edificio a su lado los ha cubierto definitivamente. En la ilustración, la foto de los restos comparados con una antigua foto de la iglesia. Lib. prd. “Valladolid, vivencias y fotografías”. Pág. 123.
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El dibujo correspondiente de Ventura Pérez es tan impreciso como muchos de los que dejó, pero es el único testimonio de cómo era su fachada. La extraña forma de la puerta suscita muchas dudas pero se ha hecho una reconstrucción bastante fiable. A la derecha, aspecto actual y fragmento del plano de Ventura Seco que muestra el emplazamiento de la iglesia y convento, y la también desaparecida ermita de san Roque, antaño muy frecuentada. Debajo, el aspecto que tendría la zona si se hubiera conservado.
les del siglo XVI fue reedificada por D.ª María Sanz de Salcedo, fundándose a su vez un monasterio de monjas agustinas junto a ella. Durante la guerra de la Independencia, los franceses desmontaron el monasterio y dejaron el templo en tal estado que la parroquia tuvo que trasladarse a la iglesia actual en la plaza de la Trinidad.4 La antigua iglesia era donde la Universidad tenía la costumbre de celebrar la fiesta de santo Tomás. Fue así hasta el año 1715 en que la víspera de la celebración, los universitarios... «usando de la costumbre antigua de arrojar del Puente mayor al río los perros que pasan por él aquella tarde, y otras indecencias»
J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Jesús URREA. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte primera. Pág. 141. 4
...tuvieron el poco acierto de meterse con el presidente de la Chancillería que pasaba por allí. La plaza de la Trinidad prácticamente linda con la antigua aljama o judería. La aljama llegaba cerca del Puente Mayor, cuya construcción fue atribuida por la creencia popular a D.ª Eylo, mujer del Conde Ansúrez. El puente fue
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Reconstrucción de la desaparecida puerta del Puente Mayor, basada en la estupenda litografía de Benoist (debajo) perteneciente a la serie “Vieille Castille” publicada en París en el siglo XIX.
Situación del convento de san Bartolomé, según el plano de Ventura Seco, con el nº 62. Enfrente, la Puerta del Puente, y con el nº 81 el humilladero de la cofradía de la Pasión.
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Dibujo de Ventura Pérez de la iglesia del monasterio de san Cosme y san Damián. Se trata del templo “provisional” erigido tras la riada de 1636 que arrasó el convento y la primitiva iglesia. Por eso resulta tan pobre y sencillo, pero de arquitectura marcadamente clasicista. El templo definitivo se construiría en 1771, por lo que a pesar de ser esta iglesia un remedio temporal, se usó durante casi siglo y medio.
durante muchos años la única manera de cruzar el arisco Pisuerga, río que nos ha inundado varias veces y escenario de juegos de toros y muchas desgracias. La más tonta que ha pasado a la historia es la muerte del sacristán de san Pedro, al que no se le ocurrió otra cosa que ponerse a cavar en el hielo que cubría el río en el pavoroso invierno de 1729, para ver cuanto grosor tenía. El pobre tuvo ocasión de verlo por el lado de dentro. Desde el puente y bordeando la aljama corre la calle de Mirabel cuyo nombre, según Agapito y Revilla, se debe a que conducía al palacio de Mirabel, una de las residencias del rey Alfonso X el Sabio que se alzaba cerca de la Overuela. Allí suponen algunos autores que comenzó este monarca la redacción de sus famosas Partidas. En el corazón de la aljama se encuentra una pequeña plaza que se llama “de los Ciegos”, escenario de la leyenda de la “casta Susana” recopilada por Amancio Sabugo Abril. En ella se cuenta que un rico hombre de negocios judío llamado Salomón, tenía una bellísima hija de nombre Susana habida en un matrimonio del que enviudó sin volverse a casar. Siendo así, tenía a su única hija como el tesoro más grande, pero repartía el amor de padre con su afición al precioso jardín de su casa en el que se solazaba. La fama de la belleza de Susana y sus increíbles ojos color violeta se extendió por todo Valladolid, y al poco tiempo la casa de Salomón se vio acosada por multitud de pretendientes incluidos los de las familias más nobles. Don Salomón se asustó y ordenó a su hija que cuando saliese de casa se cubriese y embozase de tal modo que nadie pudiera contemplar su hermosura. Esto no hizo más que echar leña al fuego, pues cuatro judíos, tres comerciantes y un rabino, se pusieron de acuerdo para espiar a la bella por las rendijas de la puerta del jardín, que la vanidad de don Salomón permitía que tuviera para que la gente admirase y envidiase su cuidado vergel. Al poco rato de apostados los mirones apareció Susana, quien se dirigió a una elaborada pila de alabastro con la intención de bañarse. Justo en el momento en que la joven quedó desnuda, no se sabe si porque tal belleza los cegó o porque Yahvé los castigó, perdieron la vista para siempre. Así explica la memoria popular el porqué del nombre de la plaza. Ya que nos hemos dedicado a la zona del puente Mayor y la Huerta del Rey, nos acercaremos al barrio de la Victoria. Le da nombre el desaparecido monasterio franciscano de Nuestra Señora de la Victoria, del que se conserva la iglesia, actual parroquia, tras ser demolido el convento por los franceses. De la plaza de san Bartolomé, que tomó el nombre del convento de religiosas que en ella hubo, partía el camino de los Mártires, hoy camino del Cabildo, que conducía al convento homónimo de la orden de san Basilio. Este monasterio de los santos mártires san Cosme y san Damián se constituyó al hacerse cargo los monjes basilios de la ermita de aquella advocación, que era propiedad de la cofradía de su nombre. Al trasladar las reliquias de los santos a su hospital de la plaza del Rosarillo, la cofradía dejó la ermita abandonada y
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Zona de los Palacios Reales los basilios la reclamaron. No sólo consiguieron el edificio sino que además las reliquias fueron devueltas. Fue uno de los conventos más pobres del antiguo Valladolid, pero no por ello menos popular.5 Éste fue el escenario de una de las hazañas del capitán Lisón, nuestro pucelano héroe policial del siglo XVIII, cuyas aventuras recogió el “Diario Pinciano”, primer periódico que existió en nuestra ciudad, dirigido por el culto y mordaz
Reconstrucción de la Iglesia del Convento de los santos Mártires san Cosme y san Damián.
No puede saberse la posición de la iglesia respecto al monasterio. El plano de Ventura Seco elaborado en 1738 representa claramente los tres pabellones construidos a partir de 1648 formando un patio cerrado por una tapia. Lo que no se ve es la iglesia, quizá a causa de la penuria del convento que en 1662 declara “no tener con qué acabarla ni campanario”, y siendo tan sencilla no se distinguiría a vista de pájaro de los pabellones. En el plano se ve que uno de los pabellones sobresale del rectángulo que forma el monasterio... ¿Sería la iglesia? No puede saberse y tampoco tiene excesiva importancia, pero para ambientar la reconstrucción se ha optado por esta interpretación por parecer la disposición más lógica.
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 419. 5
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José Mariano de Beristain a finales del siglo XVIII. Cuenta cómo una peligrosa banda de contrabandistas fue atraída astutamente por el Capitán al monasterio, el 19 de mayo de 1787...
Gracias al excelente dibujo de Parcerisa, correspondiente a la obra “Recuerdos y bellezas de España” (1861), podemos saber cómo era el claustro y otros desaparecidos elementos de san Agustín. Superponiéndolo a una foto de su restauración actual, es más fácil comprender la posición original de la arquería del piso superior.
«...y para asegurar la empresa sin exponer la Partida a recibir ni a hacer daño, dispuso el capitán Lisón que Francisco García, granadero de Milicias (que se dispuso gustoso a ello) se disfrazase con el hábito de religioso para abrir la puerta de la huerta, ayudarles a descargar, apartarles las armas y sorprenderles. Todo lo cual se logró como se había meditado, abrazándose con el principal (con el jefe de los malos) el granadero, y acudiendo la Partida en el momento sobre los demás.» Recuerda a los capítulos de “Curro Jiménez”.
San Agustín, santa Catalina y santa Isabel El convento de san Agustín no tiene una historia muy rica en anécdotas. La única reseña digna de mención es la toma de posesión del patronato de su iglesia por la poderosa familia de los Tassis, que encargarían a Diego de Praves la maravilla del clasicismo que hoy podemos ver. Es en efecto el mejor ejemplo del renacimiento vallisoletano en su periodo más puro, en todos los tiempos alabado por los entendidos. Era un placer contemplarlo hasta hace poco desde las Moreras, desnuda de adornos, con su evocador aspecto de ruina romana, altiva y perfecta como la estatua mutilada de una diosa. Hoy la iglesia está cubierta y rehabilitada como Archivo Municipal, después de tantos años de vergonzante abandono, y es una alegría ver cómo sus muros vuelven a dar servicio a la gente y no a las palomas y los gamberros. Alegría por una parte y una pequeña pena por perder aquella pintoresca estampa del paseo de Isabel la Católica. En los terrenos donde se alzaron las dependencias del convento se han hallado muchos restos arqueológicos, hoy expuestos al público. El claustro alto ha sido repuesto al espacio que ocupó, en un osado montaje casi acrobático.
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Reconstrucción aproximada de la portada de la iglesia de san Gabriel, cuya parte inferior sirve hoy de puerta al cementerio del Carmen. Basada en un dibujo de Ventura Pérez cuyas proporciones son claramente inexactas, el cuerpo superior de la portada resulta enorme, por lo que se ha recreado con unas medidas más lógicas. Para la ambientación se ha elegido la fecha en que el colegio vivió sus últimos momentos: la invasión de Valladolid por los franceses que lo desalojaron y ocuparon a la vez que al vecino convento de san Agustín.
Anexo a san Agustín, bajo su tutela y gobernado por monjes de la misma orden, existió el colegio de san Gabriel, todavía poco estudiado y aún menos conocido por la gente. Tras años de pugnas y duros controles por parte de los frailes de san Agustín, la comunidad de san Gabriel consiguió construir su templo en 15916, cuya fachada reconstruida corona este párrafo. El monasterio de santa Catalina, ubicado en uno de los rincones que más sabor antiguo tiene de Valladolid, alberga muchas obras de arte de estimación. Allí está enterrado Juan de Juni. Existe una sencilla leyenda sobre el origen del monasterio, según la cual D.ª María Manrique, su fundadora, tuvo graves problemas con sus hijos que se oponían fuertemente a su deseo, según Antolínez con tal vehemencia que uno de ellos... «...tuvo intento de matar a la madre. Habiendo sabido ella tan loca determinación, dejó su lugar y se vino a Valladolid, enderezando su viaje por la villa de San Cebrián de Mazote, y aportó en un convento de monjas que
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 296. 6
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En el plano de Ventura Seco se puede ver la iglesia de san Agustín (1) separada de la de san Gabriel (2) por un callejón que corresponde en su anchura con la capilla que el banquero Fabio Nelli compró al convento (3) y que anteriormente fue el primer oratorio del colegio. En la foto, aspecto actual del espacio que ocupó el colegio. En la ilustración grande, reconstrucción de la zona.
tiene el lugar, que es de la orden de santo Domingo. Cuando llegó, estaba la priora haciendo oración a una imagen de un Cristo Crucificado, el cual la dijo: Abre la puerta a la señora de la Mota, que viene huyendo de su hijo. Y desde entonces quedó el crucifijo con la boca abierta.»
7 J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte segunda. Pags.131 y 132.
Otro monasterio, el de santa Isabel, se alza frente a san Agustín y casi lindaba antiguamente con la desaparecida iglesia de san Julián. Antes de ser convento fue un beaterio fundado, según Canesi, en 1462 por las vecinas de Cogeces D.ª Juana y D.ª Beatriz de Hermosilla, sobrina suya muerta en olor de santidad. La gente sentía cierta veneración por esta última, atribuyéndole varios milagros.7 La iglesia no tiene más que una nave, cubierta de bóveda gótica de terceletes. Estas techumbres no resistieron un rayo que cayó en 1762, dañando el órgano y la sillería, aunque todos los destrozos fueron luego reparados. Lo que no tocó el rayo fue la bonita celosía del coro, de estilo plateresco. El convento
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dispone de un amplio y bello claustro, del que destacan los magníficos azulejados de las escaleras.
El primer palacio real El monasterio de san Benito está edificado sobre lo que fuera alcázar defensivo de la ciudad y primitivo palacio real, construido en la primera mitad del siglo XII con el fin de defender la frontera entre León y Castilla, reinos que andaban a la greña por aquellos años. Este castillo o “alcazarejo” fue cedido por el rey Juan I para acoger a una comunidad de monjes benedictinos. El monasterio se estaba construyendo ya en 1388, utilizando las piedras del antiguo edificio.8 Actualmente es una gran edificación, recientemente restaurada y reconstruida, que en algunas de sus partes se ha convertido en un moderno Museo de Arte Contemporáneo. De sus claustros destaca el conocido como “Patio Herre-
Así se vería la iglesia de san Benito, si se hubieran conservado los dos pisos de ladrillo que hacían aún más altos los colosales pilares de su fachada. A la derecha, el bello dibujo que se conserva con aquel aspecto, obra de Parcerisa incluida en la obra “Recuerdos y bellezas de España” (1861). En la foto inferior su estado actual.
J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte segunda. Pag 241. 8
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Reconstrucción aproximada del famoso “Rótulo de Cazalla”, lápida que dio nombre a la calle durante más de 220 años. No ha quedado ningún dibujo en que inspirarse, pero sí varias copias del texto con algunas variaciones. Agapito y Revilla cita que el rótulo fue cambiado en 1766, quizá por estar muy deteriorado, y varios textos recopilados corresponden a ese cambio. Debajo se reproduce la copia más fiable, la del texto dejado por Matías Sangrador que sería el de la lápida original. Parece copiada tal y como estaba escrita, y gracias a eso podemos ver que la placa era semicircular en su parte superior y estaba compuesta de dos textos separados. Aunque la copia está transcrita en caracteres góticos que el autor usaría por hacerla legible y por razones ornamentales (pues fue un tipo de letra muy usado durante la época romántica), la placa estaría escrita en mayúsculas clásicas, escritura utilizada en ese periodo. Además, Canesi lo corrobora al citar las disposiciones del Santo Tribunal ordenando que la inscripción fuera: “...con letras muy abiertas y claras, encima (sobre) de una columna de piedra.”
Portada de la casa de Berruguete, hoy convertida en ventana.
9 Juan AGAPITO Y REVILLA. Las calles de Valladolid. Pág. 115.
Hay otras tres pistas sobre el aspecto original del Rótulo de Cazalla. La primera la dio Sangrador al decir que el rótulo estaba en un “hueco reducido, cerrado por una tapia”; no sería por lo tanto una tapia muy larga. Antolínez nos aclara el material del que estaba hecha la tapia: “un paredón de piedra que contiene un letrero manifestador de su delito”. La tercera pista nos la da Agapito y Revilla al reproducir el acta levantada por el Ayuntamiento cuando se desmontó la lápida en 1820: “se quitó la piedra y pirámide del rótulo”. Esta última puede ser una pista liosa, pues la “pirámide”debe referirse a un remate de esa forma que coronaba la inscripción. ¿Pertenecería tal pirámide a la placa original o a su copia del siglo XVIII? No hay manera de saberlo, pero siendo un motivo decorativo clásico y propio de las fechas del primer rótulo, se ha optado por incluirlo en la reproducción.
riano” por el estilo de su arquitectura. Se han realizado interesantes hallazgos arqueológicos del antiguo alcázar que se encuentran magníficamente expuestos al público. Su iglesia tiene una enorme portada que recuerda el pasado militar de aquella zona, construida sobre los planos que dejó Rodrigo Gil de Hontañón en 1569. El aspecto de sus grandes pilares era aún más impresionante, pues tuvo hasta mediados del XIX otros dos pisos más de ladrillo. En la casa que queda a la derecha de la iglesia tuvo su domicilio y taller el gran imaginero Alonso Berruguete, y aún se puede contemplar la portada renacentista de la entrada. Al lado está la calle del doctor Cazalla, famoso luterano quemado vivo por la Inquisición en el Auto de Fe de 1599. El escarmiento que este pobre hombre sufrió, además de su ejecución, fue que sus casas fueran derribadas y sus suelos sembrados con sal. En el solar se colocó un rótulo recordando tan lamentable episodio, y tantos años se conservó que terminó dando nombre a la calle llamada “del Rótulo de Cazalla” largo tiempo. Tanto que es posible que se trate del bando de una sentencia que más se ha conservado al público, pues fue sucesivamente renovado hasta el año 1820 en que el Ayuntamiento lo mandó quitar. Así fue como la memoria del doctor Cazalla estuvo expuesta a la vergüenza durante más de 220 años.9 Gracias a la novela “El Hereje” de Miguel Delibes, se ha hecho popular el pobre doctor. El lector puede acudir también a la “Historia de Valladolid”
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escrita por Canesi a mediados del siglo XVIII, donde se describe de una manera más o menos rigurosa la forma en la que fueron capturados el doctor y sus correligionarios, y más fidedignamente el Auto de Fe en el que acabó el tétrico asunto. Quizá es la crónica más curiosa de cuantas se hayan escrito sobre él. Relata que el conciliábulo de Cazalla fue delatado por la mujer de un platero que también era luterano, al que convenció para acompañarle a sus reuniones. Como el platero, al grito de “aleluya”, quiso “practicar como marido” delante de un crucifijo, quedó ella perpleja y delató a todo el personal a la Inquisición. Otro dato curioso que da, es que a la delatora se la dedicó una estatua ... «pintada de verde, que hasta hoy permanece en la casa en la que vivió en medio de la Platería, a mano derecha como se baja del Ochavo en un hueco pequeño.» La casa en cuestión ya no existe, como tampoco ninguna otra referencia a tal estatua. No dudo que existiese, y por ser de color verde quizá se podría relacionar de alguna manera con la vecina cofradía de la Vera Cruz que tiene ese color como distintivo, en consonancia con sus orígenes franciscanos. Que representase a la delatora sería una leyenda popular, ya que esto está escrito 150 años después de los hechos.
En el plano de Ventura Seco (arriba) podemos ubicar el solar donde seguramente estuvieron las casas del doctor Cazalla (señalado). Canesi nos las sitúa en el “término del colegio de san Ignacio”. En ese término, claramente identificado en el plano, se ve el solar de la única casa que falta en toda la calle, que quizá fuera la de nuestro desafortunado doctor. Una medición aproximada basada en el plano sitúa su correspondencia en la calle actual con la foto del recuadro. Si no estaba exactamente ahí no quedaría muchos metros más lejos. Agapito y Revilla aseguró en sus escritos conocer exactamente el lugar, ubicándolo “en el número 4 de la calle, entre lo que fue el parque de Artillería (colegio de san Ignacio) y el popular salón de baile Romea”. De aquellos parajes, de principios del siglo XX, quedan los mismos restos que de los retratados en el mapa de Ventura Seco: nada.
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Algunos autores sitúan la iglesia del Val en la misma esquina con la calle de Zapico, pero en el plano de Ventura Seco se ve perfectamente que estaba mucho más al centro de la plaza.
Con base en el único dibujo que existe, obra también de Ventura Pérez (ilustración pequeña) se ha intentado reconstruir la iglesia del Val. Se trata de una imagen confusa y la falta de descripciones escritas de su aspecto ha hecho difícil la labor. ¿Son pinturas semejando jaspes los “berretes” que aparecen en el arco de la puerta y en las pilastras...? ¿Qué hornacina es ésa que se mete en el ventanal...? Y sobre todo, ¿es un donante el sujeto que aparece “levitando” a la derecha del rótulo? Da la impresión de que la iglesia fue instalada reformando un antiguo edificio del siglo XV o principios del XVI, a juzgar por la moldura que enmarca la puerta de medio punto de grandes dovelas. Dado que no disponían de
una hornacina para la imagen titular, pondrían sobre la puerta una tabla de pintura, quizás cerrada con una verja. Tampoco se ve muy bien si la inscripción y el supuesto donante están pintados directamente en la pared o forman un solo exvoto postizo junto con la hornacina. En el año 1702, según Canesi, se reedificó (o reformó) la iglesia haciéndose la fachada “toda de piedra labrada”, pero conservando el rótulo. En cuanto a los materiales, pues las pilastras y el cuerpo bajo de la fachada parecen estucados y pintados, por lo que no parece lógico que fuera toda de piedra. En la foto, aspecto que presentaría la plaza si no se hubiese derribado la iglesia.
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También en la zona se levanta el castizo Mercado del Val, único superviviente de los tres de similares características que tuvo la ciudad. En la plaza donde está el mercado se alzaba la iglesia de Nuestra Señora del Val, de la que tomó el nombre. Se trataba de un pequeño templo de una sola nave, donde los plateros de la vecina calle de la Platería, constituidos en cofradía bajo la advocación de san Eloy daban culto a esta Virgen, según Antolínez, muy popular en la ciudad.
San Pablo, una plaza de reyes La iglesia de san Pablo es otro de los emblemas de Valladolid gracias a su admirada fachada plateresca10. Fue construida en unos terrenos llamados “de la Cascajera”, concedidos por la reina doña Violante en 1276. Dio nombre a la plaza, que fue una de las más célebres de Valladolid pues en ella se celebraron suntuosas fiestas y actos de Estado, siendo el escenario preferido por los Grandes de España para alardear de su pompa. Por aquí pasaron desde Santa Teresa de Jesús a Napoleón y su hermano José Bonaparte; nacieron Felipe II, su hijo el príncipe Don Carlos, Felipe IV y el infante Don Juan, hijo del emperador Carlos I, entre otras mil efemérides.
10 J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 257.
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San Pablo, otro símbolo de la ciudad en el tiempo. En la superposición de la foto antigua, vemos que las columnas con los leones estaban originalmente mucho más adelantadas que como están actualmente. Lib. prd. “Valladolid, vivencias y fotografías”, pág. 45.
El duque de Lerma, cuando asumió el patronato del monasterio a principios del siglo XVII, elevó la altura de la iglesia, añadiendo y cambiando de sitio los elementos de la fachada. Revolvió todo el conjunto de tal manera que hoy día su estudio es así de complicado. Esta última actuación dejó san Pablo como es en la actualidad.
11 Jesús U RREA . Arquitectura y nobleza. Pág. 123. 12 Jesús U RREA . Arquitectura y nobleza. Pág. 137.
Una noticia curiosa sobre la zona, ocurrida el 7 de enero de 1831: «...como a las siete y media u ocho de la noche, se presentó en la atmósfera un meteoro muy grande sobre esta ciudad, como por encima de San Pablo, con un semblante de fuego tan vivísimo, que los habitantes que le vieron creyeron que se ardía la ciudad por el grande resplandor que daba, y otros se consternaron al ver tal terrible fenómeno; y esto le sucedió a muchos vecinos de los pueblos limítrofes que le observaron; y como a eso de las diez de dicha noche se fue deshaciendo en su marcha...» Astrónomos, ufólogos y demás estudiosos del cielo tienen aquí materia. San Pablo se encuentra enfrente del antiguo Palacio Real y al lado de la sede de la Diputación. El Palacio Real fue al principio propiedad de Francisco de los Cobos, quien lo vendió posteriormente al duque de Lerma que lo cedió a la Corona11. Del edificio destacan el patio y la escalera. Tuvo una torre que la gente llamaba “el peinador de la reina” que se cayó en 1732. El edificio donde hoy se haya instalada la Diputación fue palacio de los Pimentel y los Ribadavia12. En el siglo XVI albergó la ceremonia de la jura como príncipe heredero del futuro emperador Carlos V, y allí mismo nacería su hijo Felipe II. La fachada que se abre a san Pablo tiene una ventana con una reja, que
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A la izquierda, reconstrucción aproximada de cómo sería la fachada de san Pablo en su forma original, realizada por Simón de Colonia entre finales del siglo XV y principios del XVI por encargo de fray Alonso de Burgos, obispo de Palencia. En la ilustración siguiente su posible aspecto tras la primera reforma del edificio, hecha escasos años después para elevarla a la altura de las bóvedas que sustituyeron a la primera techumbre de madera. Existen dudas sobre su aspecto entonces. En algunos estudios se propone la elevación de dos cuerpos más, pero no habría suficientes elementos escultóricos góticos para cubrir tanto espacio de entre los diseminados por la fachada. Siguiendo el estilo de Colonia y observando la fachada de la catedral de Ávila, también obra suya, se ha optado por poner todas las hornacinas góticas con santos en un único cuerpo formando el último piso, pues caben a la perfección y queda un conjunto armónico.
El único resto de las dependencias externas de san Pablo es esta “puerta de los carros”, que daba acceso al monasterio por su parte trasera. En el plano de Ventura Seco se la localiza dando salida a la Rondilla de santa Teresa (en la ampliación), pero al variar con el tiempo el trazado de la calle, haciéndose casi recta, la puerta ha quedado en la otra acera.
la tradición dice que fue cortada al medio para sacar al recién nacido y vuelta a cerrar con una gruesa cadena que aún hoy se puede observar. Dicen que se hizo así para que el niño perteneciese a la jurisdicción de san Pablo y se pudiera bautizar allí, pues si lo hubieran sacado por la puerta, habría pertenecido a la parroquia de san Martín. Frente a la Diputación y en el solar donde hoy se alza el edificio de los antiguos juzgados, existió otro palacio que también pereció vergonzosamente ya en 1925 pese a estar en marcha su declaración como bien de interés artístico. Se trata del palacio del marqués de Távara13 y es una doble lástima, no sólo por su pérdida, sino porque además la plaza hubiera ganado aún más vistosidad y sabor renacentista si se hubiera conservado.
13 Jesús U RREA . Arquitectura y nobleza. Pág. 317.
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Más o menos así luciría el palacio de Távara de existir aún. Ha sido cuestión de retocar, fusionar y colorear unas viejas fotos recopiladas por Jesús Urrea en varios de sus trabajos.
Junto a san Gregorio se erige la Casa del Sol y la iglesia de san Benito el viejo, fundaciones de Diego Sarmiento y Acuña, conde de Gondomar. Este noble poseyó una magnífica biblioteca. Escribió Sangrador: «Se cuenta que este caballero estando de embajador en Inglaterra, suplicó repetidas veces al rey le permitiese regresar... porque temía morir... entre protestantes... Habiendo vuelto a Valladolid, murió. Su cadáver fue primeramente depositado en la bóveda de la iglesia, con un hijo suyo de corta edad. Convertida la iglesia en almacén de utensilios de guerra, fue extraído el ataúd y trasladado a una panera; desde allí, después de algunas profanaciones, paso a ocupar el hueco de una chimenea, y por último desde este sitio pasó otra vez a la iglesia donde le vi no hace muchos años abandonado. Es muy extraño que los Sres. Condes de Gondomar, sus sucesores, no hayan tratado de colocar estas dos momias en un sitio mas decoroso. Si D. Diego Sarmiento hubiera muerto entre protestantes, sus cenizas hubieran sido indudablemente más respetadas.»
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La Casa del Sol, llamada así por el de piedra que corona su fachada. En la superposición de la foto antigua, se ve sobre el arco de la puerta el rótulo que indicaba el uso que tuvo como convento de Oblatas y “centro de corrección y moralización de jóvenes”. Lib. prd.“Valladolid, imágenes del ayer”, pag. 147. Aquellas monjitas lo ocuparon hasta hace no mucho, y eran famosas por sus habilidades con la aguja, pues remendaban rotos y quemaduras como nadie.
En la Casa del Sol, sobre el entablamento de las columnas dobles de la fachada que hay a cada lado de la puerta, había dos estatuillas que, por formar parte de una ornamentación renacentista simétrica, miraban a lados opuestos. Según cuenta Agapito y Revilla en su libro “Las calles de Valladolid”, la gente les sacó su copla como ocurrió con las figuras de la ventana del palacio de los Valverde, y las bautizó como “los mal casados”.
En la ilustración, los restos del conde de Gondomar en una foto tomada cuando se devolvieron a su tumba en 1991 tras la restauración de san Benito el Viejo, desde la iglesia de san Martín. A su lado en el ataúd se puede ver la parte inferior de la momia de un niño que, según la “Historia de Valladolid” de Sangrador, corresponde a un hijo suyo. En el texto se explica el curioso periplo de los dos cadáveres, según este autor.
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Recreación de los preparativos de la procesión que las Angustias sacaba de san Pablo la tarde del Viernes Santo. Está ambientada en los primeros tiempos de la penitencial, en concreto a finales del siglo XVI antes de que el duque de Lerma alterase la fachada de san Pablo. En aquellos años la cofradía todavía no tenía su magnífica iglesia actual, sino que su primer oratorio estaba en la cercana calle llamada hoy de la Torrecilla. Tampoco tenía ningún “paso” enteramente de talla, salvo la Virgen de los Cuchillos, que aún no tenía cuchillos.
De san Pablo partía la Procesión del Entierro, que celebraba la penitencial de las Angustias cada Semana Santa. Esta procesión, con el devenir de los años, se transformaría en otra de las joyas de la ciudad: la Procesión General de la Pasión, declarada de interés turístico internacional. Hoy día sale de la iglesia de las Angustias por ser esta cofradía su patrocinadora y la que cierra el desfile. Se considera que esto es así desde que comenzó a organizarla, en 1810, José Timoteo Monasterio, entonces alcalde de la penitencial. La primera Procesión General, entendida como la primera en que desfilaron juntas todas las penitenciales, salió el Viernes Santo 21 de abril de dicho año, después de dos sin celebrarse procesiones debido a la invasión napoleónica. La verdad es que al bueno de don José Timoteo casi no le quedó más remedio que organizarla pues, en su condición de comisario de Policía de la ciudad recibió para ello una orden del general francés Kellermann. Este militar estaba al cargo de las tropas francesas que ocupaban nuestra comarca y sin duda, por contentar al pueblo invadido, le mandó que organizase la Procesión del Santo
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Entierro que entonces era la más prestigiosa. La orden especificaba además que participasen en ella todas las cofradías. El prestigio de esta procesión provenía de que antiguamente los miembros de la Chancillería desfilaban en ella, pues pertenecían a las Angustias, y qué mejor para apaciguar al pueblo que ofrecerle una de sus cosas más respetadas y de mayor raigambre. Venía de muy atrás la devoción mariana de los componentes de la Chancillería, pues en un testamento fechado en 1452 se cita una cofradía «de la conçebiçion de la virgen gloriosa sennora santa María de los escrivanos e procuradores de la corte e chançelleria...»14. La iniciativa de resucitar las procesiones tuvo gran éxito. Al entusiasmo de don Timoteo se sumó el de las otras penitenciales, hasta entonces igual de mustias todas, las cuales «luego que reciuieron dicha orden, se llenaron de Jubilo e inmediatamente dieron parte a sus cofradías e indiuiduos, y enterados que fueron de lo que tanto deseaban, dando gracias al acedor de tan buena como cristiana obra».
14 Adeline RUCQUOI. Valladolid en la Edad Media: la villa del Esgueva. Pág. 91.
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Luego de altibajos y vicisitudes, a principios del siglo XX, el arzobispo Gandásegui restauró las procesiones, y la General del Viernes Santo se comenzó a celebrar con la participación de todas las cofradías entonces existentes, tal como hoy en día.
El contiguo palacio de Pimentel, actual Diputación, tendría un aspecto parecido al actual pues también fue reformado por esas fechas. Del aspecto de los cofrades en procesión hay muy pocos datos, tan solo que iban con túnicas negras y que llevaban una “insignia de una Señora de la quinta Angustia”. Sabemos la forma de los pendones azules que abrían los claros, gracias al dibujo de la planta de la procesión de 1619 (al lado).
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La calle Santiago (así, sin “de”) es el pasillo de casa que conduce al salón que es la plaza Mayor. Su magia radica en que la gente sigue paseando por ella despacio, a pesar de que nos la han llenado de bancos y oficinas repletas de vecinos estresados con corbata. Quizá sean sus comercios, o que de siempre ha sido el lugar donde “encontrarse por casualidad” con amigos y familiares... El caso es que no hay Carnaval, Semana Santa, o chirigota de Ferias sin la calle Santiago.
Calle Santiago La iglesia de Santiago que da nombre a la calle tuvo su origen en una pequeña ermita dedicada al Santo Cristo de Escobar, existente ya en el año 11041. La atendía una cofradía bajo la advocación de Santiago, nombre que adoptó el templo cuando pasó a ser parroquia en el año 1400. El rico mercader Luis de la Serna, que perteneció a la parroquia, reedificó la iglesia a su costa, dicen que para huir del acoso de la Inquisición. La iglesia tiene un pórtico renacentista en la entrada que se abre al popular Atrio de Santiago, donde se encontraba otra de las instituciones de Valladolid: el quiosco de la “chata”, la última voceadora de “El Norte de Castilla”, hoy jubilada y traspasado el negocio. La iglesia guarda importantes obras de Alejo de Vahía, Berruguete, Francisco de Rincón, Leoni y Juan de Ávila. En 1974 se descubrieron los cuatro nichos funerarios de la familia de la Serna, que se encontraban tapiados en el presbiterio. Son de interés no sólo por ser obra de Alejo de Vahía, sino por la escasez de obras góticas de este tipo que hay en la ciudad. El primitivo retablo que tuvo el presbiterio, se dice que lo trajo don Luis de la Serna nada menos que de Florencia, declarando a sus amigos que le había costado tanto como si fuera de plata. Era de barro cocido y vidriado y de él no queda ni rastro, salvo el caso improbable de que también se encuentre emparedado tras el retablo mayor. De la portada de la iglesia se sale a la calle de los Héroes del Alcázar, llamada en la antigüedad “de la Tumba” por el cementerio de la parroquia que en ella se hallaba.
J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Jesús URREA. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte primera. Pág. 188. 1
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La calle de Santiago desde siempre ha tenido una gran afluencia de gente. Una superposición del ayer y del hoy en su cruce con Claudio Moyano. Lib.prd. “Valladolid, vivencias y fotografías”. Pág. 30.
Calle de los Héroes del Alcázar, ayer y hoy. Lib. prd. “Valladolid, vivencias y fotografías”. Pág. 73.
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En su antigua condición de entrada a la ciudad, la calle de Santiago tuvo un gran arco a modo de puerta que desapareció con las remodelaciones del siglo XIX. Una lástima como otras tantas. Lindando con Santiago estuvo la antigua morería, en el barrio llamado de Santa María, que contaba entre sus vecinos con un importante porcentaje de carpinteros. La reina Juana en 1515 dio una merced por la que 30 de estos artesanos quedasen exentos de huéspedes y no se pudiese sacar de sus casas ropas, aves ni cosa alguna, aunque estuviese la corte. A cambio de tal “merced” tan sólo exigía de los privilegiados que cada vez que hubiese un fuego, corriesen con sus herramientas a apagarlo. Bomberos a la fuerza.
Plaza de Zorrilla y Campo Grande
Suerte que se conserve una vieja foto del Arco de Santiago rescatada por M.ª Antonia Fernández del Hoyo y que se conserva en la Casa de Zorrilla que, restaurada y coloreada me ha servido para recrear la zona si aún se conservase (arriba). Lo podríamos ver a la altura de Claudio Moyano como indica el fragmento del plano de Ventura Seco.
La cofradía de la Vera Cruz tuvo una ermita o humilladero en la actual plaza de Zorrilla, al igual que el que la penitencial de la Pasión tenía situado fuera de la ciudad, pasando el puente Mayor. Ambos fueron derribados por los franceses durante la guerra de la Independencia para evitar que las guerrillas se parapetasen detrás. Esto ocurrió según el diario de Hilarión Sancho, el 17 de enero de 1809, pero de esta noticia hay versiones contradictorias, pues se conservan crónicas que dicen que los derribos se debieron a su ruina. El humilladero de la Cruz, oratorio de la cofradía durante muchos años, se alzaba enfrente de lo que luego sería Hospital de la Resurrección, donde hoy se levanta la llamada “casa de Mantilla”, bonito edificio que fue la comidilla de la época por ser el primero que contó con luz eléctrica y ascensores. El hospital se construyó sobre el solar de la antigua Mancebía pública, rancia institución vallisoletana de la que algunas fuentes sitúan la fundación a finales del siglo XIV. Este lugar, donde se recogían y ejercían las señoras de mala vida, estuvo regentado por la cofradía de Ntra. Sra. de la Consolación y la Concepción, a la que la ciudad compró el “negocio” en 1541 con la sana intención de cambiarlo a un sitio más discreto y entregar el edificio a los promotores del futuro hospital. Eso sí, dejando bien claro que «...lo que rentaren las dichas casas y exerçiçio publico de dichas mugeres se convierte para los propios de esta villa...» Estaba claro que la Mancebía debía funcionar «...para evitar las enfermedades que se podrían Rescreçer no aviendo mugeres publicas.» De esta manera se defendía la salubridad y se administraba el negocio por vía legal. Este alegre panorama era el que vieron durante 55 años los cofrades de la Cruz cada vez que acudían al humilladero, hasta que los promotores del hospital, cansados de esperar la cesión del edificio por parte del municipio que no
Zona de Santiago, Zorrilla y Campo Grande acertaba a encontrar nuevo acomodo a sus “trabajadoras sociales”, invadieron la Mancebía el Domingo de Ramos de 1553 llenando el edificio de pobres enfermos ante el asombro de las “damas”. Una vez establecido el Hospital de la Resurrección, ejerció sus funciones durante largos años hasta su desaparición a finales del siglo XIX. En esas fechas se llevó a cabo la alineación de la calle derribando todo lo que molestaba, con lo que este edificio dio con sus vetustas piedras en el suelo. Su fachada con el Cristo Resucitado se conserva en el jardincillo de la casa de Cervantes, y no está mal el sitio, teniendo en cuenta que el universal escritor imaginó a los famosos y locuaces mastines, Cipión y Berganza, como vigilantes del hospital en sus “Novelas ejemplares”.
Templete del Campo Grande, tristemente desaparecido. Lib. prd. “Valladolid, vivencias y fotografías”. Pág. 116.
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El entorno del Campo Grande, centenario pulmón verde de la ciudad cuya historia es tan rica que ya está recogida en libros por entero dedicados a él, ha servido de escenario a torneos, ejecuciones, algaradas, acampadas y desfiles castrenses, pregones, subastas… Algunas ejecuciones y almonedas, entresacadas de las crónicas de Ventura Pérez, nos resultan hoy vergonzosas e increíbles, como la puesta a la venta (en el año 1724) «...de seis moros con las mulas.» No es el único suceso ocurrido en el Campo Grande que hoy nos escandaliza, pues dos años después, a un tal Juan Rodríguez «dieron garrote y le quemaron por sodomita, y al que cooperó con él, llamado Luis de la Rosa, le echaron a presidio. El quemado andaba vestido de mujer y hacía todas las labores de coser, hilar, hacer media, encajes y ropa blanca...»
En la foto, único dibujo fiable que se conserva del humilladero de la Vera Cruz, pequeño fragmento del plano obra de Diego Pérez, tan poco definido que resulta imposible al autor de estos textos reconstruirlo.
Cruel castigo a tan “graves crímenes” que cometió el pobrecillo, pero es que en aquellos tiempos se zanjaban hasta los pequeños problemas sociales de una manera algo brusca. Por ejemplo, el actual problema del tabaquismo que tantas campañas y dinero cuesta hoy al Estado, se solventó en 1746 con un edicto ordenando... «...que nadie tomase tabaco y rapé, que era un tabaco de Francia, con pena de la vida.» Hay más edictos curiosos, como el dictado en 1842 en el que se prohibía «el distintivo del bigote y toda insignia militar a las personas que no tuviesen derecho a llevarlas, pues de ese abuso resultaban perjuicios a la buena opinión de tan benemérita clase.» También es verdad que la clásica picaresca española aún no había desaparecido por esas fechas, y es hasta cierto punto lógica la dureza de las autoridades que tenían que lidiar, por ejemplo, con caraduras del calibre de un tal Manuel Francisco Díaz, “lumbrera” que proponía en 1716 un método de enseñanza con el que los niños aprenderían a leer en sólo dos meses y ¡la lengua griega en cuatro días! Al hablar del Campo Grande, hay que mentar la popular Feria del Sudario que se celebraba en él hasta hace poco durante la Semana Santa. Esta “feria” tenía sus orígenes en una romería que tenía lugar desde tiempos antiguos, conocida también como “del Sudario”, durante la cual se montaba un mercadillo de artesanías y bagatelas, transformándose con el tiempo en feria de atracciones. Esta romería tenía lugar durante la Pascua de Resurrección, para venerar un Santo Sudario propiedad del desaparecido convento de Nuestra Señora de la Laura, del patronato de la Casa de Alba. Cuentan las crónicas del convento que el duque don Fadrique quiso hacer una copia de la Sábana Santa de Turín, pero estando la ciudad en guerra no le fue posible hacerse con los servicios de un pintor que la copiase tan rápido como la urgencia de aquellos peligrosos
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Zona de Santiago, Zorrilla y Campo Grande momentos demandaba. El duque, contrariado, decidió poner el lienzo sin pintar sobre la reliquia de Turín, por aquello de que su contacto pudiera dejar alguna virtud en él. La leyenda dice, como no podía ser de otra manera, que milagrosamente quedó grabada la santa imagen en el lienzo en blanco. La verdad, menos poética, es que el tal milagro está catalogado como “pintura sobre tela, 207 x 80 cms.” Es un milagro al óleo. ¡Qué desencanto!2. El duque fue enterrado en el monasterio, pero su recorrido no terminó allí. Durante la guerra de la Independencia los franceses ocuparon el convento «...reuniendo las monjas a las del convento de Santa Ana; También llevaron a dicho convento el cadaver que se hallaba íntegro del gran duque de Alba, los huesos de su esposa y un venerable capuchino su confesor: el duque estaba en un ataúd de terciopelo negro, como si estuviese acabado de hacer, lo mismo el manto capitular y borlas de plata, a pesar de 250 años o más que estaba en dicho convento de la Laura, como fundador de él.» La Academia de Caballería es punto de referencia visual de la plaza de Zorrilla. Se trata de un ostentoso palacio inspirado en el de Monterrey de Salamanca. Frente a su fachada, la estatua dedicada al regimiento de cazadores de Alcántara, cuerpo de caballería que fue aniquilado casi en su totalidad al cargar a la desesperada contra las fuerzas marroquíes en Annual en 1921. Es una delicada obra de Mariano Benlliure, llena de movimiento.
En terrenos cercanos a la Academia estuvo el convento de san Juan de Dios, antes Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, creado y atendido por la cofradía de su mismo nombre en 15913. Casi a la vez llegaron a Valladolid los hermanos hospitalarios de san Juan de Dios, ocupándose de atender el Hospital de la Resurrección. A principios del siglo XVII pasaron a regentar también este de los Desamparados a causa de la muerte de don Luis de Mahudes, su administrador y benefactor. Este hombre fue mentado por Cervantes en el “Coloquio de los Perros”, donde Cipión y Berganza son llamados los “perros de Mahudes”.
Situación del convento de san Juan de Dios, según el plano de Ventura Seco. A su lado, antigua foto donde se puede ver el convento tras la estatua de Zorrilla. El drástico cambio de la zona impide recrearlo en el espacio actual. Lib. prd.: M.ª A. FERNÁNDEZ DEL HOYO. “Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid”. Pág. 449.
2 J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 158.
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 443. 3
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Reconstrucción del convento y hospital de san Juan de Dios con su aspecto en el siglo XVIII, según el dibujo de Ventura Pérez. Algo han ayudado el plano de Diego Pérez y algunas fotos. El dibujo de Ventura es tan lioso como siempre, sobre todo a la hora de identificar materiales y en la extraña disposición de las ventanas de convento e iglesia. Una vez más el autor ha buscado proporciones más lógicas, ha aventurado que fueran de ladrillo, pues practicar tantas ventanas de diferente estilo denotando que fueron hechas en diferentes actuaciones, no es fácil en un muro de piedra. El dibujo del edificio del hospital, más grande y suntuoso, no ofrece dudas, salvo en los remates sobre los balcones que algunos autores suponen frontones y yo me he inclinado a creer que fueran tejadillos.
El convento según el plano de Ventura Seco. Debajo, dibujo del convento obra de Ventura Pérez.
En 1615 se unificaron algunos pequeños hospitales con el de la Resurrección, pasando a ser administrado por un seglar, siendo los frailes relegados al de los Desamparados que comenzó entonces a conocerse como de san Juan de Dios. Los frailes abandonaron el convento a causa de la Desamortización y el edificio fue destinado a diferentes usos, sobreviviendo hasta 1929 en que se construyó la Academia de Caballería. La Academia se levanta muy cerca del solar del desaparecido convento, que estaba prácticamente en lo que hoy ocupan las casas militares situadas en su parte trasera. Don Hilarión Sánchez nos dejó noticia de que «...se ha descubierto en un hoyo enfrente del convento de San Juan de Dios, un sepulcro de ladrillo, cuyos huesos estaban tan apolillados que se deshacían al tocarlos, y se mandó tapar sin examinar el sitio. En el año de 1818, estando en el mismo sitio de San Juan de Dios armando la plaza de toros, en la parte de los toriles inmediata a dicho convento, a uno de los armadores que hacía un agujero para meter una viga con una vara de hierro, se le agarró ésta entre las piedras, y mucho trabajo costó a aquel sacarla a tirones. Observaron que había un agujero profundo, y metieron por curiosidad una regla de albañilería de 8 a 10 pies de larga (sobre los dos metros y medio) mas no hallaron tierra; tampoco se examinó entonces, como debía haberse hecho...»
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Zona de Santiago, Zorrilla y Campo Grande Al parecer son muchas las cosas enterradas en la zona. En la primavera de 2002 se levantó gran parte del paseo del Campo Grande correspondiente a la Acera de Recoletos, encontrándose con sorpresa un enorme cementerio judío. Canesi, al enumerar las casas principales de Valladolid, cita las posesiones de don Manuel Enríquez, alude a una casa «…en el Campo Grande, llamada comúnmente del Chapitel; lo más de ella se arruinó el año de 1732, se fabricaron en 1575 y de ella tomó posesión por derecho prendario, el de 1738, el convento de Carmelitas calzados; en lo antiguo fue el Almejí o entierro de los moros...» Dudosa es la cuestión, pues el convento de los carmelitas estuvo al lado opuesto del Campo Grande, donde hoy se alza el edifico del antiguo Hospital Militar. Además dice que fue entierro “de moros”, aunque en el siguiente capítulo veremos que el cementerio musulmán estuvo en otra parte. La segunda noticia que pudiera aludir al cementerio judío que nos ocupa, la aporta Juan Ortega Rubio en su “Historia de Valladolid”, donde cita los muchos sepulcros descubiertos 1. San Nicolás de Tolentino (agustinos recoletos) 2. Jesús y María (religiosas franciscanas) 3. Corpus Christi (religiosas dominicas) 4. San José (mercedarios descalzos) 5. San José (padres capuchinos)
Situación del colegio de Niñas Huérfanas, con el Nº 17 y la iglesia de san Ildefonso, entonces del convento de Agustinas Recoletas. Detalle del plano de Diego Pérez (1788).
Superposición del plano de Ventura Seco en un plano actual, que nos permite ubicar con bastante exactitud los conventos desaparecidos de la zona este del Campo Grande y su prolongación.
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«...al hacer las hoyas para la formación de un laberinto en medio del Campo Grande a fines del siglo XVIII.» Además, dice haberse hallado tumbas en diferentes épocas «...al practicar escavaciones en el espacio que actualmente ocupa el colegio de caballería.»
Iglesia del monasterio de san José de mercedarios descalzos, según el dibujo de Ventura Pérez.
Reconstrucción de la iglesia del monasterio de san José de mercedarios descalzos, basada en el dibujo de Ventura Pérez. En este caso no ofrece lugar a dudas, y sólo ha habido que variar las proporciones de la puerta, demasiado pequeña en el dibujo (pág. anterior). En la foto superior vemos el paraje hoy día. A la altura del comienzo de la tapia, donde se ve el árbol y algunas vías, debió alzarse la iglesia del monasterio. Con un círculo se señala la fuente que todavía existe en la tapia, aunque hace años que no mana; parece coincidir con una de las arcas del antiguo viaje de Argales que se ven en el plano de Ventura Seco y que se ha sombreado en la ilustración de la página siguiente.
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Como vemos en el plano de Ventura Seco, frente a la iglesia (cuadrado) se formaba una placita con árboles y una cruz, que recibiría al viajero que entrase por el portillo de la Merced (círculo) dándole sombra y descanso. Seguramente fue un evocador rincón del antiguo Valladolid, del que no queda absolutamente nada.
Este autor también cita otros hallazgos en la zona: sepulcros romanos en el Hospital General (hoy casa de Mantilla) al hacer obras en el siglo XVI, y la “habitación” hallada bajo el lienzo de muralla anexo al desaparecido Arco de Santiago que estaba del lado de la calle de María de Molina. Asimismo, nombra otros pequeños descubrimientos en la ciudad, como la urna funeraria romana hallada en los cimientos de la iglesia de san Esteban, y una arquita con monedas romanas enterrada en la calle de la Parra (hoy duque de Lerma). La aportación gráfica de este trabajo permite reconstruir algunos edificios del gran patrimonio conventual del entorno Campo Grande desgraciadamente perdido: el monasterio de san Juan de Dios (que acabamos de ver) y los conventos de la parte este y su prolongación, que fueron san Nicolás de Tolentino (de agustinos recoletos), Jesús y María (de monjas franciscanas), san José (de mercedarios descalzos), y el de los capuchinos de igual advocación. El convento de san José de mercedarios descalzos no tiene ninguna historia anecdótica que poder plasmar en este libro4. Quizá por lo que fue más conocido en la antigüedad sea por la difusión del rezo del rosario que por la ciudad practicaban día y noche los frailes. Aquella costumbre arraigó mucho en Valladolid y, según Canesi, llegó a celebrarse una gran procesión el día del Rosario en 1693. Tras ocupar varios edificios y vencer la oposición de sus hermanos Calzados –que consiguieron echarles de su anterior emplazamiento–, lograron asentarse definitivamente aquí a principios de 1613. La guerra de la Independencia acabó con este convento, como en otros casos, y en 1812 fue demolido para aprovechar su madera. El convento de san José de los Capuchinos tampoco ofrece ninguna anécdota reseñable y no fue un edificio notable5. Esta rama de los franciscanos pretendía recuperar la austera forma de vivir del santo de Asís y por lo tanto huía
Plano de Ventura Seco correspondiente al convento de san José de padres capuchinos. La situación de la iglesia se corresponde casi exactamente con el actual emplazamiento de la estatua de Colón.
4 M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 561.
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 619. 5
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Reconstrucción del convento de san José de los capuchinos, siguiendo los dibujos de Ventura y Diego Pérez. El de Ventura se centra más en la tapia y la portería que en el propio convento. Esa falta de interés se explicaría por la sencillez arquitectónica del complejo, en consonancia con los demás de la Orden. Sin embargo, el dibujo de Diego Pérez es mucho más detallado y, aunque pequeña, retrata una iglesia de cierto empaque. No está nada claro el tema de las ventanas del monasterio, que en el dibujo de Ventura parecen unos improbables balcones.
Dibujos del convento de san José de padres capuchinos. El de la izquierda corresponde a la serie hecha por Ventura Pérez y el de la derecha pertenece al plano dibujado por Diego Pérez en 1788.
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de conventos grandes y ostentosos. Cuando pretendieron fundar en Valladolid, como en otros casos se les echaron encima los frailes de su propia orden, en este caso los de san Diego. Curiosamente, a éstos últimos les pasó exactamente lo mismo, pues como veremos más adelante, cuando pretendieron abrir su convento fueron víctimas de los furibundos ataques de sus correligionarios del de san Francisco. Se ve
Aproximadamente así luciría el convento de san José de los capuchinos al final de Recoletos, si no se hubiera derribado. Debajo, aspecto actual de la zona.
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Reconstrucción de la portada del convento de Jesús y María, siguiendo el dibujo de Ventura Pérez. El grupo escultórico de Jesús y María se conserva en el nuevo convento, por lo que ha sido posible hacer la reconstrucción con el mayor rigor.
que entonces las órdenes eran seráficas pero poco fraternas, y es que “don Dinero” mandaba hasta en los más espirituales cenobios, y eran muchos conventos para repartirse la caridad de los ciudadanos. Según Sangrador, fue la virtuosa doña Marina Escobar la que alentó a los desanimados frailes a perseverar y, por divina disposición, sus enemigos cam-
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En la foto, manzana de casas que se alzan hoy en el solar del convento de Jesús y María. El recuadro señala la situación de la desaparecida portada, haciendo una medición aproximada basada en el plano de Ventura Seco.
biaron de idea de la mañana a la noche. Así fue como en 1631 los Capuchinos establecieron su primer convento en una finca de recreo perteneciente al marqués de Távara que se encontraba junto al Pisuerga, cerca de la Puerta del Campo, del lado del actual Paseo de Zorrilla. Pero a los cuatro años de establecerse ocurrió la célebre crecida de 1636 que casi destrozó la ciudad, y su pobre convento quedó destruido, teniendo los frailes que salir literalmente a nado a refugiarse en el del Carmen. Un año más tarde comenzaban la construcción en su emplazamiento definitivo y, con los años, la ciudad de Valladolid adquirió su patronato. Aquí estuvieron hasta 1820, año en que la comunidad se trasladó a Rueda. El edificio fue dedicado a presidio, cuartel, manicomio, almacén del ferrocarril, y su huerta a vivero, hasta que se derribó en 1860. Los Capuchinos volvieron a Valladolid en 1944 y ocuparon el convento de san Felipe de la Penitencia en la Plaza de España. Sobre parte de su solar edificaron la actual iglesia de Ntra. Señora de la Paz. El convento de Jesús y María, de monjas franciscanas6, fue fundado a finales del siglo XVI. Como el anterior, tampoco tiene su historia anécdota alguna de interés, salvo su demolición cuando finalizaba el siglo XIX. Entonces, sus patronos, los condes de Polentinos, de apellido Colmenares, solicitaron abrir calle en su solar, y por eso se llama “de Colmenares” la calle actual7. Los agustinos recoletos eran la rama descalza de la Orden, cuya normativa fue redactada por fray Luis de León a finales del siglo XVI8.
6 M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande de Valladolid. Pag. 298. 7 J. Agapito REVILLA. Las calles de Valladolid. Pág. 79. 8 M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido. Conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 501.
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Fragmento del plano de Ventura Seco correspondiente al convento de los agustinos recoletos.
Recreación de la iglesia de los agustinos recoletos, basada en el correspondiente dibujo de Ventura Pérez. El dibujo es bastante claro y sólo ha sido necesario corregir las proporciones. Lo único dudoso es, como en el caso de los Capuchinos, el extraño cerramiento de las ventanas superiores que el autor ha interpretado como celosías. La fachada contaba con una hornacina que contenía la imagen de san Nicolás de Tolentino, su patrono. La puerta estaba coronada por un tímpano decorado con dos ángeles sosteniendo el corazón traspasado por tres flechas, símbolo de los agustinos. Aproximadamente, así veríamos la iglesia de los Recoletos en la esquina de la calle del Perú, si se hubiera conservado.
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Dibujo de la iglesia de los agustinos recoletos por Ventura Pérez. Arriba, plano de la iglesia elaborado en 1862 y fragmento del dibujado por Diego Pérez en 1788. En el primero vemos que tenía una puerta lateral del lado del evangelio y en el segundo que contaba con un cimborrio que coronaría la cúpula que cubría el crucero.
Después de fundar cerca del monasterio de Prado, pasó lo de siempre y todos los conventos y parroquias del contorno pusieron el grito en el cielo. A pesar de ser una comunidad mendicante y de quedar arruinados por la obra, fueron expulsados del lugar. Tras algún que otro avatar, consiguieron establecerse en unas casas de la calle del Perú sobre 1606, fundando su convento con la advocación de san Nicolás de Tolentino. Durante más de 30 años, los Recoletos siguieron comprando casas adyacentes. Como supondrá el lector, la Acera de Recoletos se llama así en su recuerdo. Prácticamente desmontado durante la guerra de la Independencia y abandonado cuando la Desamortización, sobrevivió con diferentes usos hasta la última década del siglo XIX en que se empezó a construir en su solar. Actualmente, los Agustinos Recoletos tienen su convento y colegio en la Carretera de Madrid.
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Así luciría la puerta del Carmen, si se hubiera conservado.
9 M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande en Valladolid. Pág. 298.
Paseo de Zorrilla El Paseo de Zorrilla se estructuró a partir del antiguo camino a Simancas, continuando la entonces “acera de Sancti Spiritus”. La nueva vía recibió los nombres de “camino Real de Madrid” y más tarde de “calle de Puente Duero”, por conducir a las carreteras que iban a aquellas localidades. El 4 de febrero de 1893 se unificaron la plaza, la acera de Sancti Spiritus y la calle de Puente Duero bajo el nombre de plaza y paseo de Zorrilla, en honor al insigne escritor hijo de la ciudad9. Entre el convento de Sancti Spiritus y el del Carmen Calzado, que ocupaba la acera de enfrente del Paseo (antiguo Hospital Militar), se alzaba la Puerta del Carmen, lastimosamente derribada como tantas otras cosas. Una pena, pues dispondríamos del equivalente a la Puerta de Alcalá de Madrid, porque ésta del Carmen también estaba dedicada a Carlos III y tenía tres arcos como la madrileña. Es verdad que su diseño era mucho más sencillo, pero hubiera lucido bastante formando una glorieta en el paseo. No muy lejos se encontraban las casas que sirvieron de taller tanto a Juan de Juni como a Gregorio Fernández.
Zona de Santiago, Zorrilla y Campo Grande Siguiendo con el tema de este libro, hablemos de lo que pudo haber sido y no fue. Cuando falleció Gregorio Fernández, nuestro genial imaginero, fue enterrado en el convento del Carmen Calzado, vecino a su domicilio pues se levantaba sobre el lugar que hoy ocupa el edificio del antiguo Hospital Militar. Con este monasterio mantuvo Fernández muy buenas relaciones, adquiriendo una tumba en su iglesia para él y los suyos en 1622. En la lápida, que se conserva en el Museo Arqueológico, se puede leer que en 1721, casi cien años más tarde, la tumba pasó a ser propiedad de un tal Francisco de Hogal. Dice una crónica que al meter en la tumba a uno de sus nuevos propietarios, se halló el cadáver de Fernández incorrupto. En 1847 la Academia de Bellas Artes proyectó rescatar los restos del escultor para enterrarlos en algún sitio honorífico, a la vez que levantar un monumento a su memoria en la plaza de Santa Cruz. La idea se fue olvidando poco a poco, debido en gran parte a la imposibilidad de distinguir de entre los huesos de todos los allí enterrados los pertenecientes al escultor. Más tarde el convento fue derribado y los restos se perdieron, pero lo que no desapareció fue el bellísimo legado que nos dejó el maestro y la inmensa escuela que crearon sus modelos, imitados hasta la saciedad aún en nuestros días. La influencia de su arte traspasó las fronteras de Castilla llegando incluso hasta el Nuevo Mundo.
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El Prado de la Magdalena fue un ameno paraje, de lo más frecuentado en la época dorada de Valladolid. Sus praderas regadas por el Esgueva eran recorridas en aquellos años por lo más granado de la vida cortesana de la ciudad; era uno de los principales lugares donde las damas se exhibían en sus carrozas y los caballeros de capa y espada alardeaban su habilidad como jinetes. En el espacio, hoy en parte ocupado por el hospital Clínico y las diversas dependencias universitarias que se levantan a su espalda, se hallaba este gran jardín en cuyo centro estuvo la celebrada casa de las Chirimías, de la que se decía que cada vecino poseía una teja; en ella se interpretaban las músicas que amenizaban aun más el lugar.
Del lado de la Magdalena y las Huelgas En esta parte del Prado se encuentran muchos vestigios de la relación de nuestra ciudad con el Nuevo Mundo: la casa de Colón, la Magdalena con el escudo de su fachada adornado con alegorías de ultramar y la fachada del palacio de los marqueses de Revilla, hoy englobada en el colegio de la Enseñanza, que como descendientes de los Gasca también está blasonada con un escudo similar. Aquí encontramos varios conventos. Con el dinero obtenido de la venta del solar del convento del Corpus Cristi derribado en el Campo Grande, se construyó en 1884 el nuevo que hoy ocupa esta congregación en la calle del Prado de la Magdalena. A poca distancia se alza el importante monasterio de las Huelgas Reales, adosado a la iglesia de la Magdalena. Fue fundado por la reina María de Molina a principios del siglo XIV, lindando con el desaparecido palacio donde residía junto a su marido el rey Sancho el Bravo. Con los años, el convento pasó a englobar los pocos restos de dicho palacio que aún se conservan, como la puerta mozárabe del recinto. En el centro del crucero de su iglesia está el sepulcro de alabastro de la Reina y el retablo mayor contiene un extraordinario altorrelieve de Gregorio Fernández: el abrazo de Cristo a san Bernardo, entre otras obras. La iglesia de la Magdalena se construyó sobre una pequeña ermita levantada a principios del siglo XII. Don Pedro de la Gasca, obispo de Sigüenza y virrey del Perú, tomó su patronato y construyó el actual templo en cuya fachada colocó su singular escudo de armas, pues se considera que es el más grande del mundo en piedra. Este escudo contiene alegorías de los logros de don Pedro, consistentes en aplacar a Pizarro en aquellas tierras americanas.
Puerta mozárabe del palacio de María de Molina que no se puede admirar por estar casi oculta tras una tapia. Sería estupendo que mandasen cambiar el muro por una verja y así poder verla.
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Iglesia de la Magdalena.
Hubo problemas durante la construcción del nuevo templo; y es que, antes de tomar los Gasca su patronato, la familia Corral había construido su suntuosa capilla, afectando de tal manera la estructura de la vieja iglesia que ésta amenazaba con caerse. Martí y Monsó publicó parte del pleito que se suscitó al empezar los Gasca la reconstrucción del templo en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones de diciembre de 1907. El proyecto de reconstrucción de los Gasca no contaba con respetar la capilla de los Corral, y les ofrecieron derribarla y volver a levantarla en un sitio más trasero de la nueva iglesia. Los Corral, lógicamente, se negaron, y la soberbia de los Gasca les llevó a ordenar
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Palacio de Vivero.
el comienzo de las obras de manera que la dichosa capilla se quedase apartada del templo «...de suerte que la dexaba fuera del cuerpo de la iglesia, en el campo sola y hecha hermita.» La justicia dio la razón a los Corral, y obligó a juntar las paredes del templo con la capilla. Este episodio deja más memoria de la altivez de los Gasca que el escudo de la fachada. Cuenta Pinheiro en su Fastiginia una curiosidad referente a un olmo que crecía a la puerta de la iglesia, del que se tenía por cierta la siguiente historia: Un clérigo estaba rezando con su breviario al lado del árbol, y al tomar un descanso apoyó el libro en un hueco del tronco, de donde resbaló cayendo a su interior. No pudo el religioso alcanzarlo y allí quedó dentro del olmo. Pero resultó que el clérigo no era tan piadoso como debiera, pues tiempo más tarde fue excomulgado. Coincidiendo con la excomunión, se secó misteriosamente nuestro árbol y así quedó la cosa. Tres años después, un gato se coló por el agujero del olmo y sacó el devocionario totalmente podrido y oliendo muy mal, y una vez libre de aquella ponzoña reverdeció el árbol en sólo tres días. Buen pícaro sería el clérigo para ganarse la excomunión y resultar maldito hasta su breviario. En frente de la Magdalena está la Casa Museo de Colón. Las prisas por ubicar el lugar de su muerte y una investigación poco profunda, dieron lugar a esta errónea localización. Y no sólo le adjudicaron esta casa en la que nunca estuvo ni de visita, sino que encima pusieron una lápida que reza “Aquí murió
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Colón”. El edificio actual es una réplica de la casa de Diego Colón, hijo del almirante, que se encuentra en Santo Domingo.
Al otro lado del Prado: las Descalzas, Chancillería, san Pedro y santa Clara Al otro lado de la calle de Ramón y Cajal se alza el convento de las Descalzas Reales, cuyo patronato fue adquirido por Felipe III cuando la Corte se trasladó a Valladolid. Lo integraban treinta y tres monjas, que sólo podían ingresar por designación directa de los reyes. El complejo se mantiene prácticamente intacto. En su fachada se encuentra una estatua de la Virgen, obra de juventud de Gregorio Fernández, de las pocas que dejó en piedra. El retablo mayor de la iglesia es casi todo de pintura, pues así era lo habitual en Madrid, y los reyes, recién llegados de aquella ciudad, quizá gustaron de dotar el convento “a la madrileña”1. Justo enfrente se alza el palacio de Vivero, que debe su recio aspecto a su pasado como casa fuerte. Perteneció a la familia Vivero cuyo jefe, Juan Pérez, fue un notable levantisco que protagonizó varios alzamientos contra la corona. Este noble fortificó su palacio aún más de lo que ya estaba a mediados del siglo XV. Por entonces, doña Isabel y don Fernando vinieron a Valladolid alojándose en él, donde secretamente se comprometieron en matrimonio celebrándose éste días después en su “sala rica”. Enrique IV ya había hecho derribar años antes todas sus fortificaciones y, por último, la Corona instaló en él la Chancillería a principios del siglo XVI2. Mal lo vieron estos reyes en aquellos turbulentos años y la historia nos cuenta sus trabajos, idas y venidas por los rincones de España. En la antigüedad, los monarcas tenían que guardarse mucho y hacerse respetar de los arrogantes nobles, usando a veces procedimientos bastante persuasivos. Un ejemplo es el método recogido por Antolínez, aplicado al alcaide del castillo de Alba de Tormes y al de la tierra del duque. Estos dos señores fueron visitados por un recaudador de las rentas reales y no agradándoles mucho la visita le molieron a palos. El “Ministerio de Hacienda” de los reyes Católicos ejerció entonces un procedimiento sancionador consistente en enviar un “inspector”
1 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid, II. Pág. 133. 2 Jesús URREA. nobleza. Pág. 133.
Arquitectura
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«…a que averiguase la causa, y lo ejecutó con tanta prudencia, disimulo, industria y sagacidad que prendió al alcaide dentro de la fortaleza y como tenía hecha la sumaria, al punto le ahorcó, y al alcaide mayor le trajo preso a Valladolid y en la plaza pública le cortaron las manos…» Sí señor, todo prudencia, disimulo y finura. No se dejaban acongojar los reyes y no les faltaba ánimo para enfrentarse con quien fuera. Sobre todo son conocidos los arrebatos de la reina Isabel, que llegó incluso a salir de repente sola y a caballo a buscar a quien le había afrentado, dejando atónitos a los soldados de su guardia que salieron tras ella como
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Zona del Prado de la Magdalena quien dice en pijama. Y es que les salían conspiradores y envidiosos por todos lados, como el arzobispo de Toledo, don Alfonso Carrillo, que viendo cómo la reina favorecía al cardenal Mendoza pronunció aquella pataleta de «…Yo la hice reina, pues yo la volveré a la rueca…» Muchas historias sobre estos católicos reyes, y dos curiosas anécdotas recogidas en el Cronicón del doctor de Toledo que sí incluimos: «1479. Vino el Rey nuestro Señor de Aragón a Toledo sábado XXIII de otubre año susodicho, y trujo un elefante vivo: muy grandes tiempos no era visto en Castilla.» Hasta ahí esto sería una mera curiosidad, pero resulta que dos años después, a la reina le trajeron a Aranda donde se encontraba «un asno tan grande como una acémila, todo listado de blanco e negro, tal que nunca fue visto otro tal en España.» ¡Una cebra y un elefante! ¿Pretenderían sus majestades montar un zoo? Volviendo al tema, a continuación del palacio de Vivero se encuentra la cárcel vieja que fue de la Chancillería, vetusta construcción que sirvió de calabozo hasta principios del siglo XX. Cerca se levanta la iglesia de san Pedro Apóstol, construida sobre una pequeña ermita que se erigía en el antiguo camino de Palencia a mediados del siglo XIII. El templo actual comenzó a edificarse en el año 1571, y fue la construcción para largo, pues en 1606 el maestro de obras Francisco Negrete todavía estaba en negociaciones con el cura «para acabarla de fenecer.» Parte de la culpa la tuvo el Cabildo de la Catedral, que tenía el tutelaje de la iglesia pero no lo atendía, razón por la que la parroquia recurrió judicialmente contra él. Se obtuvo sentencia favorable por la que se obligó a dicho Cabildo a dar una cantidad anual, con la que por fin se concluyeron las obras. En la iglesia se venera desde antiguo al Cristo de la Espiga, imagen gótica de gran devoción popular a la que se acudía en rogativa para que paliase los efectos de las sequías.3 Otra obra artística de esta iglesia con cierta anécdota es el paso de la Sagrada Cena, propiedad de la cofradía del mismo nombre que tiene aquí su sede. En 1942, en vista del buen momento económico, se promovió un concurso a nivel nacional para la adjudicación de la hechura de su paso titular, que fue fallado a favor del escultor Juan Guraya. El grupo escultórico terminó siendo enorme, y la anécdota surgió entonces con el problema de dónde guardarlo, pues la primera estructura que tuvo pesaba 5.100 kilos y su frontal medía casi cuatro metros. Se echó mano del Ayuntamiento que cedió las instalaciones del Servicio de Limpieza, y allí fue a parar el paso justo al lado del “Tío Tragaldabas”, la popular carroza que sale en la feria de septiembre. Esta compañía tan poco respetuosa le duró poco, pues se consiguió permiso para meterlo durante
3 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid, I. Pág. 164.
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Panteón de los vallisoletanos ilustres, en nuestro cementerio del Carmen. Está situado en uno de los más impresionantes y románticos paseos de nuestra ciudad, pero lógicamente poco frecuentado dado lo triste del paraje.
un tiempo en san Pablo. Hoy se guarda en la iglesia, pues aunque apenas cabe por la puerta, fue aligerado hasta pesar “sólo” 4.500 kilos y dotado de un mecanismo que permite bajarlo en altura y ensancharlo. Frente a san Pedro está la Casa del Estudiante de la Universidad de Valladolid, que ocupa el edificio dedicado anteriormente a Casa de Beneficencia. El detalle curioso es que el bajo el césped de su ameno patio se encuentra la “Maqbara” o cementerio musulmán de Valladolid, que contiene los restos de al menos 58 personas allí enterradas entre los siglos XIII y XIV. De la palabra Maqbara procede el término “Macabro”. Hablando de cementerios, también el de Valladolid tiene relación con el Prado de la Magdalena, según leemos en el diario de Hilarión Sancho donde relata las penurias de una epidemia de cólera que asoló España: «Año de 1833… “En 1º de Junio, a causa de las graves enfermedades y de la mucha mortandad, de orden del Gobierno, se prohibió enterrar en las iglesias, y ya desde el 14 de Mayo se comenzó a enterrar en el cementerio del Hospital de Esgueva, fuera del portillo del Prado de la Magdalena.. El 1º de Setiembre se principió a enterrar los cadáveres en el cementerio nuevo
Zona del Prado de la Magdalena que aún se está construyendo en la parte de cercas o tapias de la huerta del convento de Carmelitas Descalzos. Se puso la primera piedra para hacer portada en el cementerio general, pero sus cercas son de tapia. Esta portada es la misma que tenía la iglesia del convento de San Gabriel, y para trasladarla fue apeada y numerada con mucho cuidado. Es de mucho mérito y gusto». Hacia la esquina izquierda de san Pedro, entre parte de lo que hoy ocupa la calle Madre de Dios y buena parte del colegio Macías Picavea, estuvo la sede de la Santa Inquisición. La Inquisición se mantuvo operativa desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta principios del siglo XIX. Entre los “huéspedes” más famosos de este piadoso “hotel”, encontramos al pobre fraile Bartolomé Carranza y a fray Luis de León. El primero fue un humilde sabio dominico cuya fama de virtuoso hizo que el rey le colocase como arzobispo de Toledo; y a pesar de que el hombre no quería, ciertos envidiosos le denunciaron a la Inquisición. Siete años estuvo el pobre así hasta que fue reclamado por el Papa. Fray Luis de León, se pasó cinco años encerrado hasta que se resolvió su inocencia. Lo curioso de estos procesos es que sus actas originales fueron halladas en el siglo XIX «...en el cofre de un presidiario que falleció en el Canal de Castilla» según el diario de Juan Ortega y Rubio. La calle del Portillo del Prado se llamó antiguamente de la Penitencia, por la cercanía de la Inquisición. Detrás de san Pedro se levantaba el convento de la Madre de Dios, de monjas dominicas. También desaparecido, sólo queda de él el nombre de la calle. No existe testimonio gráfico suficiente para intentar su reconstrucción. No muy lejos de san Pedro se encuentra el convento de santa Clara, de los más antiguos de la ciudad. En el coro de su iglesia mandó hacer don Alonso de
Capilla de don Alonso de Castilla. Dentro se haya el sepulcro de este noble, aunque falta su busto funerario. Dado lo tétrico del asunto, si Tirso de Molina hubiera escrito sobre don Alonso, probablemente aseguraría que la estatua se había ido andando.
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Castilla una capilla para su enterramiento. Este caballero, que al parecer era hijo bastardo de don Pedro de Castilla, falleció y pasó a ocupar su tumba. No tendría nada de especial esta historia si no fuera por los acontecimientos que más tarde sucedieron, dignos de una tétrica novela romántica, pues si alguna persona o familiar suyo que pasara cerca del sepulcro fuese a morir, don Alonso se revolvía en su ataúd y con horripilantes sonidos le avisaba de su inminente final.
Zona de la Catedral
Zona de la Catedral
El Valladolid del conde Ansúrez pervive en esta zona. Aquí instaló y fundó su colegiata dando un aire de nobleza al paraje, en el que con el paso del tiempo confluirían instituciones como la Universidad, la Catedral, Santa Cruz… En la zona se nota el paso de los siglos porque, desde su nacimiento, casi todos han dejado algún vestigio artístico en ella.
Catedral Si el que lee esto es forastero y se encuentra ante la Catedral, sepa que su aspecto no es fruto de ningún bombardeo. Juan de Herrera, padre del Escorial, diseñó nuestro principal templo con la idea de hacer uno de los más grandes de la Cristiandad, pero la cosa se torció y no ha llegado a construirse ni la tercera parte. Hubo un primer proyecto que se desestimó a favor del limpio estilo de Herrera. Antolínez de Burgos nos dejó noticia de ello: «…cuyo principio fue siendo su trazador Rodrigo Gil… artífice el más elegante de aquella edad en tiempo del Emperador Carlos V. Púsose la primera piedra en 13 de junio… de 1527. Su labor comenzó tan relevante y en tanto extremo costosa, que parece que jamás pudiera concluirse. Yo alcancé parte de ella levantada mas de seis estados y así se deshizo de la (en la) que vemos. Dio la traza Juan de Herrera… Cuando se comenzó esta última fábrica, abriendo un cimiento… salió un gran golpe de agua que la ciudad aprovechó labrando una fuente…» Estos caños fueron utilizados mucho tiempo por la gente y, hoy día, por los cimientos de la catedral corre gran cantidad de agua cristalina en una canalización de esmerada construcción que no está a la vista. Continúa Antolínez detallando los hallazgos ocurridos al perforar más cimientos: «…se descubrió un pedazo de aposento labrado a lo mosaico con azulejos de diferentes colores y del tamaño de habas muy pequeñas…» No es la única crónica que habla de restos romanos en la zona.
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Víctima de haber sido un sueño grandioso en una ciudad luego en decadencia, la Catedral ha servido durante la historia de blanco de chapuzas, remiendos provisionales y pegotes churriguerescos. Uno de los últimos atentados se cometió en 1922, año en que se valieron de lo que se había construido en el crucero, como cantera para levantar una sosa y absurda tribuna para el órgano1. Esta chapuza trajo otras consecuencias, pues la obra formaba parte de una supuesta actuación para despejar el presbiterio y la nave central, que significó desmontar la rejería del coro. No tardaron los husmeadores yanquis en encontrar el rastro de la reja caída, y por una jugosa ración de dólares se la llevaron junto con un buen lote de antigüedades y el retrato del cardenal Quiroga del Greco. No estuvo nunca el Cabildo muy boyante de dinero, y no era la primera vez que vendía algunas piezas artísticas para sanear sus cuentas. Un indignado Elías Tormo escribió en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones de noviembre de 1906: «Como ya todo esto lo sabíamos a la callada y del cabildo de Valladolid hemos sabido después, sin la menor sombra de duda, que el S. Jerónimo del Greco que tenía ( y yo examiné todavía hace pocos años) lo ha vendido y para ahora en Norte América…» Pues sí, según esto, dos “grecos” nada menos se fueron con los americanos, y si alguien quiere ver la reja junto a la que rezaron nuestros ancestros, tiene que irse al Metropolitan de Nueva York. Hasta la torre que tuvo en sus principios se perdió a mediados del siglo XIX, y fue una lástima pues era la que conservaba la traza de Herrera, no como la que tiene hoy, moderno mazacote ideado en 1880. La “Buena Moza”, como era conocida esta torre que se encontraba a la izquierda de la fachada según se la mira (la actual está a la derecha) probablemente quedó herida de “muerte” a raíz del terremoto que destruyó Lisboa en 1755 y que se dejó sentir en todo el oeste de la Península. Quizá durante el seísmo su estructura sufrió graves daños que décadas más tarde darían con ella en el suelo. En aquellos terribles momentos se encontraba en el templo nuestro conocido Ventura Pérez, quien dejó escrito que al estremecerse la Catedral Así luciría la Buena Moza, si se hubiera conservado. He usado para recrearla varios dibujos y planos de la época. En la reconstrucción he hecho figurar en piedra más blanca los arreglos que se hicieron probablemente en su esquina delantera derecha que, a juzgar por los dibujos que existen de su ruina, parece ser por donde falló la estructura. 1 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid, I. Pág. 12.
«...todos los canónigos echaron a correr y dejaron la iglesia sola...» en mitad de la Misa. Sólo quedaron en el recinto el obispo, Ventura Pérez y un señor que debía de ser sordo. Un modelo de valentía la de los canónigos. A partir de entonces se detectaron importantes fallos de cimentación, que fueron motivo de tres reparaciones de envergadura. Tras sufrir otros terremotos y ayudada por una fuerte tormenta de viento y granizo, se desplomó la Buena Moza el 31 de mayo de 1841. Al campanero y su mujer, que vivían en ella, el derrumbamiento les afectó de diferentes maneras: él logró salvarse metiéndose en el hueco de una ventana en un muro que resistió, pero su esposa se fue con los escombros y cayó hasta el fondo, quedando sepultada bajo toneladas de cascotes en la capilla de san Juan. Le dieron por
Zona de la Catedral muerta hasta que alguien oyó su voz, y después de 20 fatigosas horas de trabajo la sacaron «enteramente desnuda, pálida y desmayada, pero con sólo ligerísimas lesiones en los brazos.» El Ayuntamiento, aconsejado por los arquitectos, había tomado la decisión de abandonar el rescate de la campanera, ya que se hacía de noche y no sería difícil ver signos de otro posible derrumbe. La Catedral se cerró y se dio orden de dejar los trabajos hasta el amanecer para proteger las vidas de los obreros, acordonándose la zona. Cuando al día siguiente rescataron a la pobre mujer, se publicaron los cinco nombres de los que consiguieron desenterrarla, resultando ser “confinados del correccional”. No es que obligaran a los pobres presos a estos peligrosos menesteres, sino que ellos mismos se habían ofrecido: «Era preciso derribar lo que había quedado de la torre y cuando se estaba en los informes y proyectos para ello, un confinado llamado Francisco González propuso al gobierno derribar cúpula y octógono, con tal de que se le rebajase el resto de su condena. La proposición fue admitida…» La torre en su caída destrozó un antiguo rollo conocido como “León de la Catedral” que procedía de la plaza de santa María, donde estaba ya en 1158. De allí fue trasladado al atrio de la Catedral cuando éste terminó de construirse. El rollo, como otros tantos, sirvió en lo antiguo de picota para las malas mujeres y de popular tribuna desde donde se daban los pregones de almonedas y sentencias. Pero mayor interés tiene el dato que dejó Antolínez de Burgos, el cual dice que representaba un león atacando a un rey moro, y una cartela donde se podía leer “Ulit opiddi conditor”, o sea Ulit fundador de este lugar. Según Antolínez, fue hecho para conmemorar la victoria de los cristianos sobre el moro Olid, afirmación que no tiene base histórica, pero que los que creen que el nombre de Valladolid procede de “valle de Olid” han defendido. Muchas son las obras de arte que se pueden contemplar en el Museo Diocesano y no es labor de este libro enumerarlas, pero sí citar las que tengan algo de leyenda. El Cristo de la Cepa, procedente del monasterio de san Benito, es una curiosa pieza que aquí se exhibe. Es un crucifijo fruto del capricho de la naturaleza y de su manipulación por un hábil jardinero. La cruz y el cuerpo de Jesús están formados detalladamente por el tronco de una cepa e incluso el pelo está compuesto por raíces. Su historia fue recogida por Antolínez, quien explica que un judío estaba inmerso en pensamientos religiosos mientras podaba unas viñas, y entonces se le apareció este Cristo
Estado actual de la torre de la Catedral.
«… y fue Dios servido de que con esta maravilla saliese de su error y se convirtiese.» No faltan nunca leyendas de este tipo. En el interior de la Catedral, aparte del retablo de la Antigua, obra de Juni, (que luciría mucho más en la Antigua) es de citar la tumba del Conde Ansúrez
La torre cayó hacia ese lado, quedando íntegra su parte trasera con gran peligro para los que tuvieron que derribarla. (Grabado publicado en el Semanario Pintoresco Español de 1841).
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Así se vería el retablo de la Antigua en su localización original, si no hubiese sido trasladado a la Catedral (foto superior).
a la entrada del Museo Diocesano. No es que tenga gran interés artístico, pero siempre puede haber alguna polémica sobre si el Conde está o no enterrado allí. En el año 1956 se abrió el interior del sepulcro con la asistencia de la prensa local encontrándose una caja que contenía unos huesos y un documento fechado en 1674 en el que se aseguraba que son los restos del Conde trasladados ese año desde la antigua colegiata. En la confluencia de las calles Regalado y Cánovas del Castillo se forma como una placita donde estuvo el Hospital de los Inocentes o “Casa de Orates”, manicomio de otros tiempos. Fue gestionado por el Cabildo de la Catedral y no tiene ninguna historia especial por la que destaque, salvo que en la tremenda inundación de 1636 el agua derribó el edificio, pero el Cabildo lo volvió a levantar mejorado. Junto a la Catedral corría el Esgueva, entrando por el puente de las Carnicerías bajo los bloques de casas que formaban la acera derecha de la calle de los Tintes, donde quizá también pudo estar un tiempo “la velería”, aunque algunos
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autores la sitúan en el puente de Magaña, el siguiente aguas arriba. Las Carnicerías tuvieron aquí, sobre este puente, su primer edificio desde mediados del siglo XV. El estudio de Agapito y Revilla sobre él, recopilado en el libro “Arquitectura y urbanismo del antiguo Valladolid”, nos da un detallado esquema de su historia, al que hay que añadir muchas precisiones aportadas por la obra de M.ª Dolores Merino Beato “Urbanismo y arquitectura de Valladolid”. Las primeras Carnicerías fueron destruidas por un incendio en agosto de 1587, e inmediatamente el Concejo de la ciudad trató de hacer un nuevo edificio para tan importante servicio, que es el que hemos reconstruido. Larga fue la obra, pues por falta de recursos hasta 1602 no fue terminada del todo. El proyecto original fue, según Agapito y Revilla, obra de Diego de Praves con participación de Pedro de Mazuecos. No queda de él más que el grabado de Ventura Pérez con el que hemos elaborado su reconstrucción, y algunas referencias históricas que alaban su fuerte construcción. El edificio fue derribado a mediados del siglo XIX.
La Casa de Orates si se hubiera conservado. Su aspecto tras la reconstrucción por la inundación de 1636, que se lo llevó por delante, corresponde al dibujo realizado por Ventura Pérez. En el plano de Ventura Seco todavía se le puede ver, en 1738, dando nombre a la calle.
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Dibujo de las Carnicerías, por Ventura Pérez.
Reconstrucción de las Carnicerías con su puente y lavadero. Ventura Pérez dejó un comentario al pie del dibujo que ha servido para la reconstrucción: “..en las paredes por fuera unas ventanas tienen sus berjas de madera y otras la quedaron demostrada y tapeadas de ladrillo a correspondencia y las de las berjas ahora las an cerrado de ladrillo asta la metad”. Agapito y Revilla en sus “Calles de Valladolid” nos da una descripción del sitio: “… en 1788 con motivo de la inundación del Esgueva, se escribía de él: En la misma línea (del puente de Magaña al de Carnicerías) se encuentra un abundante y espacioso lavadero para cuyo resguardo se construyó una gran manguarda de cantería, que debería servir al mismo tiempo para resistir el batiente y llena de aguas…”
Sección del plano de Ventura Seco correspondiente a las Carnicerías, con una pequeña construcción en el margen izquierdo del río, que puede identificarse como el lavadero descrito muchas veces como “caños de la Catedral”.
Hemos visto que el Esgueva discurría bajo las casas, paralelo a la calle de los Tintes, donde este gremio se serviría de sus aguas, y pasaba a la plaza de Cantarranas. Allí se remansaba formando el hábitat ideal para cientos de ranitas que celebraban su bienestar con bellas serenatas que bautizaron la plaza. En su aspecto histórico, la plaza es de tal importancia que de no ser por ella Valladolid no sería como es hoy. En efecto, en sus cercanías, en alguna de las casas que salían a Platerías fue donde se originó el famoso incendio que en septiembre de 1561 arrasó la ciudad. Tomemos la crónica que de este suceso dejó Canesi en su “Historia de Valladolid”, por ser de las más ricas en datos: «…domingo 21 de septiembre, día del evangelista S. Mateo, sucedió un grandísimo incendio, en el que pereció la mayor y mejor parte de Vallado-
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Las casas que hoy se alzan aproximadamente en el solar de las Carnicerías. No deja de ser curioso que el diseño de las dovelas del arco de su portal sea como el que tuvieron de las Carnicerías.
lid. Fue de este modo: El fuego comenzó a prender 4 horas antes que amaneciese por las casas de Juan de Granada, platero”… En breve tiempo que aun no fueron 6 horas abrasó todo lo que llaman la Costanilla, que hoy es la Platería y el Ochavo, corriendo un aire cierzo muy fuerte, que ayudó al mayor estrago …de este modo caminaba el riguroso inextinguible elemento por 5 partes …De todas las aldeas circunvecinas acudió mucha gente con muchos instrumentos para atajar tanta calamidad. Retiraron a los templos más distantes todas las haciendas. Los plateros echaron el oro, plata, diamantes, joyas y otras alhajas de gran valor, en sus pozos …Los religiosos de San Francisco sacaron el oro, plata y ornamentos que tenían y lo condujeron a sus conventos de religiosas...» Continúa la crónica lamentando las ingentes pérdidas materiales, y congratulándose de que con tal desgracia sólo murieran tres personas. Tras lograr sofocar las llamas la justicia buscó un culpable y, como tantas veces suele suceder, le colgaron el muerto a los forasteros, llegando a apresar a algunos: «…Llegando en aquella coyuntura de Flandes un español, natural de Almagro, criado del conde de Feria, con unos despachos para su amo, le echaron la mano y cargaron tantos muchachos sobre él y le apedrearon con tanta crueldad que fue milagro no le quitasen la vida y al aguacil que le llevaba preso.» Pero pronto se supo la verdad, y fue que: «…unos mozos traviesos juntaron muchas astillas de la obra e hicieron una grande hoguera para defenderse del aire cierzo, que corría fuertemente frío, y que esparciendo la lumbre con vehemencia creció la llama.»
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El incendio nos dejó dos cosas. La más relevante fue el acuerdo que tomó el Ayuntamiento para celebrar una procesión en conmemoración de la catástrofe cada aniversario. No significa esto que como aquel día fue el de san Mateo, quedase como la festividad que hasta hace algunos años se celebraba en nuestras Ferias. La otra herencia que nos dejó el desastre es anecdótica: según Canesi, la posada del Caballo de Troya fue bautizada así en recuerdo del incendio de aquella ciudad griega, hermanándola así con nuestra pobre y chamuscada Pucela.
Santa Cruz El colegio de Santa Cruz, en cuya capilla se encuentra el impresionante Cristo de la Luz, es uno de los edificios más bellos de Valladolid. Fue fundado por Pedro González de Mendoza, cardenal de Santa Cruz y abad de Valladolid desde 14832. Una inscripción en la entrada da la fecha de 1491 como la de su construcción. Corresponde su estilo con el de la escalera del patio de san Gregorio, por ser una mezcla del entonces agonizante gótico y del nuevo arte renacentista. Al igual que ocurre con la cofradía de la Vera Cruz, fundada por esas fechas, el Colegio tuvo especial dedicación a santa Elena, madre del emperador Constantino, la cual realizó el hallazgo o “Invención” de la Cruz. El edificio fue levantado para colegio mayor, institución creada para que los estudiantes sin medios pero con aptitudes pudieran acceder a los estudios superiores gracias a la generosidad del fundador. Hoy día aloja los departamentos rectorales de la Universidad.
Placa de la Fundación del Colegio de Santa Cruz.
2 J. JOSÉ MARTÍN GONZÁLEZ. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos civiles de la ciudad de Valladolid. Pág. 23.
Curiosidades sobre este edificio no hay muchas, salvo que el Cardenal no dudó en hacerlo reformar ya comenzado pues no le gustó el proyecto original. El Colegio fue la primera sede del Museo Nacional de Escultura, por lo que al vecino colegio de Jesús y María se le quedó la coletilla de “Carmelitas del Museo” hasta nuestros días. En la Plaza se encuentra también el colegio de san José, institución vallisoletana de rancio abolengo. A su lado se alzaba el desaparecido palacio del
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Reconstrucción aproximada del aspecto original de la fachada de Santa Cruz (arriba) alterada a mediados del siglo XVIII por el arquitecto Ventura Rodríguez, quien le añadió muchos elementos neoclásicos. La construcción se basa en el cuadro del cardenal Mendoza que se conserva en el palacio de Fabio Nelli, y de los “parches” que dejaron en la fachada las anteriores ventanas. Se podrían enumerar todos los elementos alterados, pero retamos al lector a que juegue a “las diferencias” con las dos fotos.
Duque de Lerma, cuyos escudos de piedra se conservan en el recién creado Museo de la Universidad. Junto al Palacio y en terrenos del Colegio estuvo el convento de religiosas de Belén, cuya iglesia tenía su retablo dedicado a los Santos Reyes Magos. Según Agapito y Revilla, ésta fue la causa más que probable de que la calle lateral del colegio se llame “de los Reyes”.
Localización del convento de Belén, con el número 51 en el plano de Ventura Seco.
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Así sería la portadita de la Universidad de la calle Librería, siguiendo el dibujo de Ventura Pérez, y así luciría si no la hubieran cortado por la mitad en la primera remodelación (foto antigua publicada en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones de junio de 1910) y no la hubieran destruido en la segunda. Se han reformado las proporciones del dibujo, tomando como referencia por dónde fue cortada para construir un segundo piso. Las columnas de piedra que delimitaban su jurisdicción han sido sustituidas por las que hoy se encuentran en la plaza de Santa Cruz del lado más exterior, pues curiosamente también son cuatro y de piedra caliza, totalmente diferentes a las que rodean el palacio, que además de tener otra forma son de granito.
Universidad
3 J. José MARTÍN GONZÁLEZ. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos civiles de la ciudad de Valladolid. Pág. 114.
La Universidad de Valladolid se fundó en la antigua plaza de santa María, que fue “del mercado” a comienzos del siglo XII; también estuvieron en ella en su tiempo el Concejo o Ayuntamiento y la Inquisición. Se hizo una radical reforma del antiguo edificio a principios del siglo XX, del que no quedó más que la fachada, cambiándose entonces el nombre de “plaza de santa María” por “plaza de la Universidad”3.
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Leones de la Universidad.
Antes de su desafortunado derribo, denostado entonces hasta la saciedad por las fuerzas intelectuales de la ciudad, el edificio conservaba aún varias partes de su primitiva estructura gótica que gracias a antiguas fotografías y dibujos hemos podido reconstruir aproximadamente. Lástima que se perdieran esta portada de la calle Librería, la capilla universitaria, la cercana “casa de las Veneras” y la “del Cordón”4, pues junto al colegio de Santa Cruz, al ser obras de entre finales del gótico y principios del Renacimiento, conservaría la zona un cierto parecido con su equivalente de Salamanca. Tuvo nuestra universidad, como la de Salamanca, gran poder y mucha autonomía en el ámbito de la ciudad. Sorprende leer en el “Diario de Valladolid” de Ventura Pérez cómo su rector puso “a la sombra” al mismísimo corregidor, a consecuencia de un lance ocurrido en 1710: sucedió que un sargento chulesco que iba al mando de una patrulla, pasó al lado de cierto estudiante que no se dio cuenta de quitarse el sombrero al paso de las justicias como era costumbre. El sargento, en vez de llamar la atención al joven verbalmente, agarró una alabarda y le quitó el sombrero de un porrazo abriéndole la cabeza. El mozo, más herido en el amor propio que en la frente, se fue a por un pistolón y hallando al sargento le pegó un tiro al momento. Dándose cuenta del alcance de su fechoría, el estudiante huyó a sagrado, metiéndose en la iglesia de Santiago. Se enteró el corregidor de los hechos y, ni corto ni perezoso, mandó descerrajar la puerta de la iglesia y capturó al homicida, llevándole preso. Se enteró a su vez el rector que, quien, quizá ofendido por la chulería del difunto sargento y la del corregidor por atreverse a violar un espacio sagrado, puso el grito en el cielo y ocasionó grandes disputas entre los poderes de la ciudad. Como el corregidor difamó e hizo caso omiso de la autoridad del rector, éste lo mandó prender y
También a Librería salía el ábside de la capilla universitaria decorado con el escudo de los Reyes Católicos, como vemos en la antigua foto. En el fragmento del plano de Ventura Seco se aprecia numerada con el 103 la “cárcel de Escuela”, coincidiendo con el claustro antiguo del siglo XVI, y cuya entrada sería por lo tanto la portadita de la ilustración anterior, quizá desde la construcción de la fachada principal en 1715, pues el plano es de pocos años después (1738).
4 La llamada “Casa de las Veneras” tuvo ese nombre por las conchas de piedra que decoraban su fachada. Perteneció a la familia Carrillo y Bernalt. Estaba situada en la plaza de Santa Cruz, y se encuentra perfectamente descrita en el libro Arquitectura y nobleza de Jesús URREA (Pág. 194). Lamentablemente, no existe ningún testimonio gráfico que permita recrearla. De la “casa del Cordón” se ofrece al lector reconstrucción en el capítulo de este libro dedicado a la zona del Santuario.
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¡Vamos de excursión! Lib. prd. “Valladolid, vivencias y fotografías”. Pág. 60.
5 J. José MARTÍN GONZÁLEZ. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos civiles de la ciudad de Valladolid. Pág. 118.
«…le llevaron a la cárcel de escuela, (ver ilustración) y el corregidor llevó penitencia pública por la censura, y por el atentado de haber descerrajado la iglesia; el rector le castigó con destierro a un presidio…» La fachada de la Universidad data de 1715. Es de estilo barroco y está decorada con esculturas de los hermanos Narciso y Diego Tomé 5. Tienen una tradición los leones de piedra que marcaban su jurisdicción, y es que los estudiantes “evitan contarlos”, pues dicen que si los cuentan suspenden lo que estén estudiando. Como testimonio de la antigüedad de la zona han quedado varias crónicas y, precisamente de cuando se levantó la fachada, describió Ventura Pérez las obras que se hicieron: «…Para sacar cascajo, arena y lo demás que fuese necesario, abrieron unos hoyos grandes en la plazuela de Santa María, en donde se encontraron
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Zona de la Catedral muchos sepulcros antiguos de romanos, hechos unos cajones con cuatro piedras y dos testeros…» En la capilla del edificio demolido, se cuenta que existió un sillón frailero que estaba sujeto a la pared con unas argollas de hierro, y en posición invertida para que no se sentase nadie. Era conocido como “el sillón del diablo”, y se decía que perteneció a un médico de la calle Esgueva que fue ajusticiado por orden del tribunal universitario, a causa de un crimen cometido en unas prácticas satánicas. Durante los interrogatorios, el asesino contó que el sillón se lo dio un brujo navarro y que si se sentaba un médico en él, le concedía ciertos dones, pero que si la persona que lo utilizara no era médico, moriría a la tercera vez que lo hiciese. También dijo que quien lo destruyese también moriría. El caso es que dos bedeles usaron el sillón, pues éste fue requisado por la Universidad, y ambos murieron al tercer día de sentarse en él. Fue entonces cuando se decidió llevarlo a lugar sagrado y colocarlo en esa posición tan insólita. Este sillón se conserva hoy día en el Museo de Valladolid. Hay noticia de otra curiosa muerte relacionada con la Universidad, publicada en el Diario Pinciano en mayo de 1787. Dice:
Sillón del Diablo, expuesto en el Museo de Valladolid. (Palacio de Fabio Nelli).
«…murió el mismo día 14 Don Joseph de Ilisatigui, Br. (bachiller) y profesor de esta Universidad a los 23 años de edad, atribuyéndose su temprana muerte al excesivo estudio, que hizo para obtener a Claustro pleno el Grado de Br. En Leyes, que logró némine discrepante.» ¡Excesos de la Aplicación!…
La colegiata La iglesia de santa María de la Antigua6 tuvo como principal patrono al conde don Pedro Ansúrez, que la usó como capilla de su cercano palacio. El conde Ansúrez fue un importante noble que vivió aproximadamente entre el año 1040 y el 1118, durante los primeros intentos de unión entre Castilla y León. Tuvo especial lealtad a su rey Alfonso VI y fue “fiador de arras” en la boda del Cid y doña Jimena. Hombre culto, hábil diplomático y político poderoso, ostentó los condados de Saldaña, Carrión, Liébana, Simancas y es citado como señor de Madrid. Sobre 1080, fue encargado por el rey para la organización de estos territorios con plenos poderes, instalándose en Valladolid. Una de las primeras tareas que acometió el conde fue dotar a la villa de una colegiata7, los restos de cuyo edificio acabarían formando parte de la actual catedral (con el devenir de los años). Fue fundada en 1095 bajo la advocación de santa María, y entre sus características destaca la torre-pórtico de estilo franco catalán de la que estaba dotada. Esta relación con el románico catalán hace pensar en el hecho de que una de las hijas del conde Ansúrez estuvo casada con Armengol V, conde de Urgel; al morir éste, nuestro conde viajó a Cataluña para hacerse cargo de la regencia del condado hasta que su nieto tuvo
Estatua del Conde Ansúrez.
6 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 170. 7 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 8.
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Restos de la torre de la colegiata de santa María.
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Zona de la Catedral edad suficiente. Quién sabe si no traería de los verdes valles pirenaicos el diseño o los artífices para la construcción de esta torre de la colegiata de santa María, inspirada en los campanarios románicos que existen en aquella tierra. La Antigua es llamada así quizá por haber sido la sede temporal del Cabildo en lo que se tardó en construir la colegiata; teniendo las dos la misma advocación de santa María, se le habría colocado tal apodo para diferenciarla de la nueva. La Antigua es uno de los símbolos de la ciudad, sobre todo por su famosa torre erigida en el siglo XIII en pleno gótico, siendo por ello una construcción tardía, pues es románica y también franco-catalana. Conserva este estilo porque está inspirada en la de la colegiata, de la que por cierto aún se conserva un piso de los dos que probablemente tuvo y que hoy se puede contemplar sin tapujos gracias a la última restauración. También fue conocida esta iglesia por su cementerio que tenía fama de disolver un cuerpo enterrado en solo un día, pues se creía que su tierra procedía de extrañas regiones. Esta tradición fue recogida por Quevedo en su genial “Historia de la vida del Buscón”, que en el capítulo segundo del libro segundo dice: «Dios es mi padre, que no come un cuerpo más presto el montón de la Antigua de Valladolid -que le deshace en veinticuatro horas-, que yo despaché el ordinario…» Antolínez nos dejó escrita otra tradición, y es que el yerno del conde Ansúrez, Armengol, conde de Urgel, arrancó las aldabas de las puertas de la ciudad de Córdoba, bajo poder musulmán, y las mandó poner en las de la Antigua. A partir del año 1900 se iniciaron profundas reformas del templo con las que se fue suprimiendo gran cantidad de añadidos arquitectónicos. Las obras se complicaron con el tiempo, terminándose por deshacer prácticamente todo el edificio piedra a piedra. En 1925 el pueblo tuvo noticia de un hallazgo que se había producido años atrás al desmontar un muro de la iglesia; se trataba de la momia de una joven rubia perfectamente conservada. Esta novedad caló profundamente en el espíritu romántico de la gente, que organizó grandes colas para poder verla. La cofradía de la Preciosa Sangre estuvo sin sede propia hasta que, aprovechando el fin de las obras de restauración global de la Antigua, solicitó tener su oratorio en una capilla de la misma. Estas obras duraron hasta 1951, y en febrero de aquel año la Hermandad tomó posesión de la antigua capilla de los Tovar, que tenía la advocación de santa Ana, cuyo retablo se encuentra en el Museo Diocesano.
Las Angustias La iglesia de las Angustias fue edificada para la penitencial del mismo nombre, que tuvo su primer oratorio, luego hospital de la Quinta Angustia, en la entonces calle de santa Clara, hoy Torrecilla8.
8 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y JESÚS URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 227.
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Gracias al dibujo conservado en la Biblioteca Nacional obra de Valentín Cardereda (1836) recopilado por Jesús Urrea en su obra “Arquitectura y Nobleza”, hemos podido reconstruir aproximadamente parte de la fachada del palacio del Almirante, y ubicarle donde hoy se vería si se hubiese conservado. En este grabado se cita que “siguen 3 ventanas a la izquierda” antes de la torre que hacía esquina, que con las otras cuatro hacia la derecha de la portada que se aprecian en el fragmento del plano de Ventura Seco (arriba), nos dan idea de las grandes proporciones del edificio.
9 JESÚS URREA. nobleza. Pág. 247.
Arquitectura
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En 1604 se levantó este templo en el lugar entonces conocido como Plazuela Vieja, nacimiento de la Corredera de san Pablo, heredando actualmente los dos parajes el único nombre de calle de las Angustias. En la Plazuela Vieja tuvo su casa fuerte, coronada por dos torreones, la familia Enríquez9 , cuyo jefe ostentaba el título de Almirante de Castilla. Esta casona estuvo en pie hasta mediados del siglo XIX y sobre su solar se construyó el Teatro Calderón de la Barca en 1864, romántico edificio situado enfrente de la iglesia. En la fachada
Zona de la Catedral tuvo una lápida que recordaba el apoyo del Almirante al emperador Carlos V durante el levantamiento de los Comuneros: Viva el rey con gran victoria esta casa y tal vecino quede en ella por memoria la fama, renombre y gloria que por él a España vino. La calle de las Angustias tiene forma curvada pues seguía el trazado de la primitiva muralla de Valladolid, de la que se conserva algún vestigio. La iglesia de las Angustias fue puesta bajo la advocación de la Anunciación. La construcción fue costeada por el matrimonio formado por Luisa de Rivera y Martín Sánchez de Aranzamendi, rico comerciante devotísimo de la Virgen de las Angustias. Existió una ingenua leyenda recogida por Canesi, en la cual se explicaba que Martín era de oficio agujetero, y que al encargar hoja de lata para su taller, comprobó que las planchas eran de plata. Pidió consejo a sus allegados y éstos le recomendaron construir una iglesia con aquellas inesperadas ganancias. Historias aparte, lo cierto es que este matrimonio edificó a su costa esta bonita iglesia, encargando su diseño a Juan de Nates, seguidor de Herrera. Nates contrató para trabajar en su proyecto a bastantes de los alarifes que se ocupaban poco antes de la catedral. Las magníficas estatuas de la fachada de las Angustias son obra de Francisco del Rincón al igual que otras obras del interior del templo, como el Cristo de los Carboneros. La cofradía celebra cada año la fiesta de la Anunciación o de la Alegría el 25 de marzo. Antiguamente, el día de la víspera se iluminaba la fachada del templo y sus alrededores, haciéndose una animada verbena con fuegos artificiales y toros enmaromados. A los diputados (cofrades directivos) se les obsequiaba con un paquetito de dulces, otro de aceitunas, un pan de anises y una botellita de vino. Al día siguiente, el de la fiesta, se celebraba una procesión desde el convento de san Pablo al de san Benito, en la que se llevaba en andas a la Virgen de la Alegría, imagen “de vestir” de finales del XVII. Existía la curiosa costumbre de llevar en esta procesión a doce niñas y un niño vestidos de blanco y azul, «la mitad de ellas hijas de cofrades difuntos y pobres, y la otra mitad de los más necesitados del pueblo, » que, finalizado el recorrido, recibían una limosna de la cofradía. El verdadero tesoro de la iglesia es la Virgen de las Angustias. Esta venerada talla debida a la gubia del maestro Juan de Juni, es otro de los símbolos de Valladolid. No se sabe a ciencia cierta el año de su creación, pero debió de ser entre 1561 y 1569. Una leyenda afirma que Juni se inspiró en la agonía de una de sus hijas para conseguir la expresión de dolor de la Virgen. Es cierto que el maestro tuvo una hija llamada Ana María que debió de morir sobre las fechas en que se realizaba
El paso más grande que tuvo las Angustias fue el del Descendimiento. La Virgen del grupo está en el museo de Escultura, donde fue a parar tras la requisa de 1842. Hoy día la cofradía trata de reunir y volver a procesionar el conjunto.
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La calle de las Angustias tuvo soportales, algunos muy vetustos. Todos han desaparecido, menos en este edificio que los conserva embutidos en su fachada.
esta talla. Teniendo en cuenta que el matrimonio del escultor con María de Mendoza, madre de la pobre Ana María, se celebró en 1557, ésta falleció siendo una niña. Por lo tanto, es con seguridad una leyenda producto más del romanticismo que de la realidad, pero cronológicamente no se puede negar. El dolor que comunica la Virgen de las Angustias ha despertado siempre un gran fervor popular. No sólo el benefactor de la cofradía Sánchez de Aranzamendi fue un gran devoto de esta imagen, sino que muchos se desvivieron por ennoblecerla y adornarla. Un ejemplo fue Diego de los Cobos, conde de Ribadavia, que intentó por todos los medios vestirla con las más ricas y elaboradas telas, hasta que desesperado se dio cuenta de que no había manera de hacerlo. En 1623 se llama por primera vez en un documento “Virgen de los Cuchillos” a la de las Angustias; es de suponer que se le colocasen por entonces los siete cuchillos de hierro, que se clavaban en su corazón pasando entre los dedos de la mano derecha. Estos cuchillos fueron sustituidos por espadas de plata que no siempre gustaron a todos. Una referencia anecdótica sobre ellos la encontramos en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones. En él, Ricardo Huerta escribió un artículo proponiendo la idea de eliminar los cuchillos, para que la Virgen luciera en todo su esplendor sin añadidos. Lo curioso es la forma en que proponía hacerlo: “reduciendo su tamaño en diez centímetros cada año, para que la vista se vaya acostumbrando”.
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Zona de la Catedral Ha sido tradición el llevar un cuchillo a casa de quien enfermase de cierta gravedad y lo solicitase, para que la Virgen intercediera por su curación. Un recurso estilístico muy típico de Juni para dar fuerza a sus personajes era “agobiarlos” encajándolos en estrechas arquitecturas y cubriéndolos con gruesos ropajes, de los que a veces apenas logran asomar manos y pies. Así ocurre en esta Virgen, en la que asoma bajo la túnica la punta del zapato derecho. Dicho zapato originó otra absurda leyenda que afirmaba que la talla le había sido encargada a Juni por el pueblo vallisoletano de Boecillo, aunque otros dicen que fue una cofradía de Medina de Rioseco. Ocurrió que al recibirla, a los encargados de evaluar su calidad les pareció muy grande el zapato, y además no les gustó que sólo se le viera un pie, así que la devolvieron tachándola de “zapatuda”…; lo que sí es cierto es que por “la Zapatuda” fue conocida esta Virgen en la antigüedad.
San Martín A poca distancia de las Angustias se alza la iglesia de san Martín10 , donde se bautizó a don José Zorrilla. Es uno de los templos más antiguos de la ciudad pues se sabe que ya existía en 1148. En los primeros años del siglo XIII se construyó la torre gótica a imitación de su vecina de la Antigua, e incluso tuvo un tejado piramidal como ésta. Todas las construcciones góticas tienen su misterio y ésta no iba a ser menos. Refiere Antolínez de Burgos en su “Historia de Valladolid” «que es cosa maravillosa lo que vi en ella.» Cuenta que durante las obras de cimentación de una nueva capilla a tres pasos de la torre, sacaron muchos huesos de un antiguo cementerio que allí había. Con intención de volverlos a enterrar, cavaron una fosa y descubrieron un nicho de piedra «que entraba tres partes de las cuatro debajo de la torre y la otra salía afuera.» De este nicho se sacaron unos huesos de los que dice Antolínez: «tan grandes que suponían ser de algún gigante; en mi poder tengo algunos fragmentos o trozos, como son un colmillo y un diente y dos pedazos del casco de la cabeza, que obligan a creer por su tamaño que eran de persona de monstruosa estatura.» Al creer que el nicho era anterior a la construcción de la torre, Antolínez supuso que el gigante fue “algún moro”. Habrá que esperar a que se realice algún día una cata arqueológica para ver si con suerte aparecen tales huesos de moro gigante o de mula torda. De frente a san Martín, del otro lado de la calle de las Angustias, está la calle del conde de Ribadeo. Don Rodrigo de Villandrando fue un caballero aventurero
10 J. José MARTÍN GONZÁLEZ y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 98.
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que buscó la gloria militar en Francia y la consiguió. Después de varias gestas en el campo de batalla, ganó la admiración de los franceses y llegó a casarse con una hija del duque de Borbón. De regreso a España, entró al servicio del rey Juan II que recompensó su valía otorgándole el título de conde de Ribadeo. Gracias a este conde se libró el rey de caer en las garras de don Enrique en la ciudad de Toledo, y la gratitud real se tradujo en un curioso privilegio: «…a vos e los otros condes vuestros sucesores que después viniesen, hayan e lleven e les sean dadas las ropas e vestiduras enteramente que Nos, e los reyes e nuestros sucesores en Castilla e León que después de Nos vinieren, vistiésemos en el día de la Epifanía (el día de Reyes) de cada un año para siempre jamás…»
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La plaza de España era conocida por “campillo de san Andrés”, y en él instalaban sus casetas los vendedores de frutas y otros alimentos. Algunos gremios ocupaban también la zona: manteros, panaderos, labradores, en torno a la obrera parroquia de san Andrés. Fue una zona marcada por el agua. Por un lado, la corriente natural del Esgueva y, por el otro, la entrada del Viaje de Argales. Hoy es pleno centro de la ciudad y una de las plazas que menos vestigios conserva de su pasado.
Plaza de España Las primeras actuaciones urbanísticas que condicionaron el aspecto actual de la plaza se llevaron a cabo a partir del siglo XIX. Las casetas de fruteros que proliferaban en el “Campillo”, fueron sustituidas por un mercado horroroso que fue derribado y a su vez cambiado por otro similar a los de “El Val” y “Portugalete”, mandados construir por el alcalde don Miguel Íscar y de los que sólo se conserva el primero. Este mercado, conocida su parte exterior como “la Marquesina”, por la que tuvo, fue demolido a mediados del siglo XX, sustituyéndose por un moderno complejo construido hace pocos años en la calle de Panaderos. En recuerdo de aquella estructura de hierro, se levanta actualmente otra moderna marquesina donde cada mañana ponen los fruteros sus puestos, como lo hicieran tantos años antes. Es muy conocido el arco de la fachada de la iglesia de la Paz, más que por lo bello, por lo exagerado de sus proporciones. Es un exponente de aquella arquitectura tan “pop” e innovadora que se practicaba a mediados del siglo XX y que nos ha dejado algunos bonitos aciertos y muchas espectaculares horteradas. La Paz ocupa parte del solar del desaparecido convento de san Felipe de la Penitencia, cenobio de monjas dominicas dedicado a la corrección espiritual de las “damas” que se ganaban el sustento aliviando los apetitos del género masculino. Contrastaba la rígida espiritualidad de la época con la alegría de la sociedad pícara y galante, y junto a las agonías místicas del beaterio local también hay publicadas coplillas como la que dice, hablando de la Mancebía de Valladolid:
Situación de san Felipe de la Penitencia en el plano de Ventura Seco.
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Derecha, una de sus últimas fotografías, poco antes de su derribo, señalado con un círculo. En el centro de la plaza, el desaparecido mercado de “La Marquesina”. (AMVA. Fondo fotográfico Asociación de la Prensa. F327-1. Filadelfo.)
La Aprobación, remarcado, en el plano de Ventura Seco.
“…Mas acullá, en cabo la puerta del Campo; y luego diría la gran putería donde tomaréis muy sendas casillas con que os remediéis ce saya y faldillas…” Como ya vimos al hablar del Hospital de la Resurrección, antaño la prostitución era considerada necesaria. Siendo así, muchas mujeres ejercían este oficio con tan poco futuro, y esa abundancia la retrató con estas amables palabras el viajero Enrique Cock dedicadas a nuestra ciudad, en 1592: «…tiene en abundancia pícaros, putas, pleitos, polvos, piedras, puercos, piojos, pulgas y de continuo al tiempo del invierno, nieblas…»
Complementario de san Felipe, La Aprobación o Las Arrepentidas, se alzaba en el solar que hoy ocupa el colegio Isabel la Católica en la calle Puente Mayor. Foto procedente del Archivo Municipal de Valladolid
Observando los patronos de san Felipe que bastantes de las que se acogían al convento lo hacían por conveniencia, quizá sólo por encontrar un lugar donde recogerse en la vejez, optaron por crear otra comunidad en la plaza de san Nicolás, con el título de La Aprobación, gobernada por tres férreas dominicas que probaban con dureza la vocación de las postulantas. Si resultaban aptas, las candidatas recibían el hábito de religiosas y pasaban a san Felipe donde, según Canesi, recibían su recompensa: «…aquí morían muy contritas.»
Página siguiente. Reconstrucción de la desaparecida iglesia del convento de los “Mostenses”, que se abría a la calle de Teresa Gil.
Al otro lado de la plaza, en el solar que hoy ocupa el colegio García Quintana, antigua Escuela Normal, estuvo otro de los conventos desaparecidos de Valladolid, el de Premostratenses de san Norberto, vulgo Mostenses. La iglesia de
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La litografía de Alfred Guedson, perteneciente a la serie “L’Espagne à vol d’oiseau”, da una somera idea de los dos pequeños campanarios que la iglesia de los “Mostenses”tuvo y de la ventana que se abría en su frontal a la calle de Teresa Gil. El plano de Ventura Seco nos muestra el convento sin la iglesia, todavía por construir, y el solar que luego ocupó. El dibujo de Ventura Pérez retrata el cuerpo inferior de la iglesia. Otra vez ha sido necesario adaptar sus proporciones a unas medidas más lógicas, pues la hornacina central resulta muy grande.
los “Mostenses” fue el último de los templos conventuales en construirse (finales del XVIII) de los actualmente desaparecidos, y su estilo correspondía a un barroco recargado y caduco que fue calificado por sus contemporáneos como birria de primer orden. Tan poco afecto motivó que, tras la exclaustración, el edificio fue usado para los destinos más variopintos, incluido el de almacén de los más diversos géneros, como el grupo escultórico de Colón que fue guardado aquí cuando se le rescató de viajar a Cuba hasta que se montó en la plaza de su nombre. Se derribó en 19161.
Calle de Teresa Gil
Aspecto actual del sitio que ocupó la iglesia del convento de los Premostratenses.
1 M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 598. 2 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 167.
La de Teresa Gil es una de las calles más antiguas de Valladolid que ha conservado su nombre, pues ya se le llamaba así en el siglo XIII. Doña Teresa era hija bastarda de Alfonso III de Portugal, mujer de noble posición y muy apreciada en Valladolid por sus virtudes. Entre los edificios de la calle destaca el convento de Porta Coeli2. Es conocido popularmente como de las “madres calderonas”, apodo que les viene a las monjas por haber sido su patrono don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, de triste memoria. Fue nuestro marqués un satélite en la política del poderoso duque de Lerma y, cuando éste cayó en desgracia, arrastró en su caída a don Rodrigo, que dio con sus huesos en el potro de tortura. El de Lerma se salvó de momento al lograr del entonces papa Paulo V que le nombrara cardenal, lo que hizo que se popularizase el dicho: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado”, que nos habla claramente del aprecio que el pueblo le tenía. El tiempo le dio su merecido, pues su propio hijo lo traicionó. Cuando todavía gozaba del favor del Felipe III era tan poderoso que se contaba cómo un soldado fue a ver al rey por ciertos asuntos, y como éste le recomendara acudir al duque para solucionarlos, el soldado le contestó: «Si yo pudiera hablar al duque, no viniera yo a ver a Vuestra Majestad.» Otra prueba de las enemistades que se ganó el de Lerma es la magnífica talla de Dimas del paso del Descendimiento, que fue de la cofradía de las
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Angustias y que se exhibe en el Museo de Escultura. Algunos han opinado que es posiblemente un retrato descarado del duque de Lerma, al que Gregorio Fernández quiso hacer aparecer como ladrón, aunque fuera el bueno. En 1628, Andrés Solanes se encargó de realizar varias tallas para el retablo mayor del convento de san Pablo por encargo del duque, pues Fernández se negó a hacerlas incluso después de haberse comprometido en 1613. Algún roce de cierta importancia debió de tener con el de Lerma para negarse de aquella manera, aunque en la historia no aparece nada reflejado. Lo que sí ha quedado es el posible retrato del duque en esta talla del paso del Descendimiento, labrado en 1616, sólo tres años después de aquel episodio del retablo. Decíamos que el marqués de Siete Iglesias no tuvo tanta suerte como el duque. Tras ser torturado, fue condenado a muerte y degollado en la Plaza Mayor de Madrid. La entereza del reo en esos momentos fue tal, que dio pie a otro dicho popular con el que se alaba el valor de alguien, diciendo que está “como un don Rodrigo en la horca” (aunque don Rodrigo no fue ahorcado). Los restos del desventurado marqués se conservan en la iglesia del convento de Porta Coeli, donde también se pueden admirar los magníficos bultos funerarios de los marqueses de Siete Iglesias y de los padres de don Rodrigo. El templo comunicaba con el desaparecido palacio que fue vivienda de estos nobles, cono-
Para la localización exacta de la iglesia se ha utilizado una antigua foto del convento haciéndola coincidir con una foto moderna de la calle Teresa Gil. Ha servido como magnífica referencia la espadaña del convento de Porta Coeli. Se aprecia el cuerpo superior de la fachada de la iglesia, completando en parte la información que sobre su aspecto da el dibujo.
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El duque de Lerma, recreado a partir de su busto funerario.
3 Jesús URREA. nobleza. Pág. 221.
Arquitectura
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4 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 290.
5 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 28.
cido como “casa de las Aldabas”3, vergonzosamente víctima de la piqueta en fechas relativamente recientes. Lo único que se salvó fue la arquería del patio, que hoy se encuentra en el Museo de Escultura y el artesonado del salón principal que pasó a decorar el Alcázar de Segovia. En este palacio nació el rey Enrique IV y, según Agapito y Revilla, por eso le fueron colocadas las once grandes aldabas en su fachada que le dieron nombre. Tales adornos, según este estudioso, eran para recordar el privilegio dado por el mismo rey por ser su casa natal: que no se tomasen huéspedes en ella y quien allí se acogiese no pudiera ser apresado por ninguna justicia. La cercana iglesia de san Felipe Neri4 fue fundada en 1675 para atender las necesidades de los curas de parroquia, que en aquellos tiempos no tenían los pobres ni dónde caerse muertos. Si alguno quedaba impedido o enfermaba, lo más probable era que acabase solo y abandonado. Este templo fue proyectado con residencia de sacerdotes para evitar aquellos males, de la que se conserva un trozo de su patio, excelentemente recuperado como puede verse en la calle Regalado. Posee numerosas obras de Francisco Villota y de Juan y Pedro de Ávila. La iglesia del Salvador es una de las más antiguas de la ciudad5. Según Canesi, tuvo su origen en una ermita dedicada a santa Elena que se levantó en 1245. Fue patronato de los almirantes de Castilla y en ella fue bautizado san Pedro Regalado. De su fábrica destacan su armoniosa fachada renacentista y su peculiar torre de ladrillo. Entre las obras que atesora, hay que citar el precioso políptico flamenco, atribuido a un discípulo de Metsys, que se encuentra en la también bella capilla gótica de san Juan Bautista. En sus cercanías se encuentra el castizo pasaje de Gutiérrez, cuyo promotor fue un hombre de negocios llamado Eusebio Gutiérrez, del que tomó el nombre. Se construyó en el año 1885 sobre el proyecto del arquitecto Ortiz de Urbina. Es una bonita muestra de este tipo de galerías comerciales que tanto proliferó durante el siglo XIX y tiene un encantador sabor decimonónico. Conserva sus elementos de hierro, esculturas y pinturas originales. En el precioso reloj sostenido por dos niños jugando en un balconcillo sobre las escaleras del
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pasaje, quedó atrapado el tiempo de los señores con chistera y mostacho, de las chachas y los soldaditos… Sigue teniendo tiendas (no podía ser de otra manera) y tomar un café en una de sus terracitas es escapar totalmente del agobio de la ciudad del otro lado de sus verjas.
Don Rodrigo Calderón, recreado a partir de su busto funerario (derecha). Al lado, la momia de don Rodrigo conservada en el convento de las “calderonas”.
El Pasaje de Gutiérrez de ayer y de hoy. Lib. prd. “Valladolid, Imágenes del Ayer”, pág. 76.
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Miguel Íscar con sus bonitos edificios decimonónicos, aunque algunos se han perdido como podemos ver en esta superposición de una fotografía antigua. No se libró esta calle de atentados urbanísticos, como el edificio de muchas plantas que se ve en la acera derecha. Lib. prd. “Valladolid, Vivencias y Fotogfrafías”, pág. 7.
Calle de Miguel Íscar La calle de Miguel Íscar es una de las más coquetas de la ciudad, no sólo por el sabor de sus grandes casas, sino por el bonito marco que forma con la Academia de Caballería. Llamada así en honor de uno de los mejores alcaldes que gobernó esta ciudad, tuvo que ser elevada unos cuantos metros para salvar el cauce del Esgueva que por ella discurría. Es por eso que la casa donde vivió Cervantes que a ella asoma, queda por debajo del nivel de la calle. El problema es que el río sigue reclamando su terreno y no han sido pocos los hundimientos de la calzada que ha sufrido. La Casa de Cervantes, además del pequeño museo acerca del escritor, alberga la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción y es lugar de cita de los amantes de la poesía y la literatura. Siempre ha habido asociaciones cervantinas o culturales en torno a la casa, y es al fundador de una de ellas,
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Zona de la Plaza de España don Mariano Pérez Mínguez, al que debemos la estatua de Cervantes que hoy se levanta en la plaza de la Universidad. Este hombre pagó casi de su bolsillo el coste de su erección y consiguió tras muchos esfuerzos el dinero para fundirla. Fue poco el capital, por lo que tuvo que hacerse de fundición en hierro en vez de en bronce. Aunque su autor era profesor de escultura, su calidad artística deja bastante que desear. Es de suponer que los emolumentos del artista serían igual de escasos que el presupuesto de fundición y por eso no se complicaría la vida, haciendo un maniquí bastante sencillote. La estatua se colocó en frente de la Casa de Cervantes en 1877, gracias a que el Ayuntamiento cedió el pedestal de la antigua fuente de la Rinconada para que sirviese de base. Poco después fue cedida al Ayuntamiento que la trasladó a donde hoy está, en la plaza de la Universidad, como complemento a los jardines que entonces se estaban haciendo.
Calle de la Mantería Mantería tiene desde muy antiguo una fuerte tradición comercial. Ya en el siglo XVI la calle estaba ocupada por fabricantes de “estameña y manteros”, e incluso hasta el final del siglo XIX se conservaron algunos telares. Hoy esta calle tiene una gran afluencia de público por los numerosos comercios que en ella se encuentran. Mantería une la plaza de España con la de la Cruz Verde, quizá así llamada porque tuvo en sus cercanías una cruz de ese color la cofradía de la Vera Cruz. Según Agapito y Revilla, la cruz estuvo exactamente en la esquina del edificio que se alzaba donde hoy están los Cines Mantería. La iglesia de san Andrés6 asoma a Mantería por la plaza de su nombre. Proviene como en otros casos de una sencilla ermita dedicada a este santo que ya existía en el siglo XII, donde se veneraba un cristo llamado del Consuelo al que se le atribuían dotes milagrosas. Al crecer la ciudad en esa dirección, se convirtió en parroquia en 1482. Su feligresía de “onrados labradores” contó con dos benefactores que en ella fueron bautizados: fray Mateo de Burgos, franciscano y obispo de Sigüenza, que levantó la fachada a sus expensas y donde se colocaron los emblemas de su Orden en agradecimiento; el otro mecenas fue fray Manuel de la Vega, también franciscano y “pobre de nacimiento, pero onrado”, que ostentó el cargo de comisario general de las Indias y que levanto el resto del edificio actual. san Andrés tuvo el triste privilegio de ser el primer lugar de enterramiento de don Álvaro de Luna.
La triste calle de la Alegría.
Calle del Duque de la Victoria Fue una de las calles principales del Valladolid antiguo, conocida como de “Olleros” por tener en ella sus talleres los fabricantes de ollas y aperos similares. Fue cambiado su nombre por el del Duque de la Victoria en honor del general Espartero que ostentaba tal título. Dos edificios destacan en ella: el palacio de
J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y JESÚS URREA. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte primera. Pág. 169. 6
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Ortiz, hoy sede de un importante banco, y el popular Casino de nuestra ciudad. Este último es todavía conocido por la gente como “la pecera”, pues se decía que era posible ver a los “peces gordos” del interior a través de las amplias cristaleras de la planta baja. Es un bonito edificio modernista que conserva su rancio carácter y por eso ha valido de escenario en alguna película. A Duque de la Victoria sale un triste callejón, parte de una calle hoy truncada de la que otro tramo sale a Menéndez Pelayo. Para asombro de los que leen su nombre en la placa, se llama “calle de la Alegría”, sin ser calle ni tener alegría alguna. Se dice que la llamaron así por el hecho de que el verdugo de la ciudad tuvo su casa por las cercanías y que llegando a ella daba por terminada su jornada laboral y dejaba de sacudir al pobre reo de turno. Aquella gente, al verse libre y a salvo de los palos, daría rienda suelta a su alegría y dando nombre al callejón. Otras callejuelas de la zona tuvieron nombres tales como “Peligros” y “Desengaño”, pero sin ninguna historia conocida que justificara aquellos apelativos.
Calle de Panaderos Como su propio nombre indica nos encontramos con una calle gremial donde se agrupaban los talleres artesanos de dicho oficio, pero no fue tal su nombre original pues anteriormente se llamó de “zurradores” o curtidores. Aun teniendo este nombre, en la calle y alrededores también hubo panaderos a la vez que zurradores, y cuando estos últimos fueron mudando sus talleres a la plaza de las Tenerías, los panaderos ganaron la calle y la rebautizaron. En 1702 se trasladó a esta calle la Alhóndiga, depósito de granos de la ciudad, pues la cercanía de los panaderos así lo demandaba. Se mantuvo este importante y vetusto edificio muchos años y con diferentes usos, hasta que fue derribado. Aproximadamente, en su solar se alza hoy el grupo escolar Cardenal Mendoza.
Zona de la calle del Santuario y san Juan Zona de la calle del Santuario y san Juan
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La zona conformada por las antiguas calles de la Cárcava y Pedro Barrueco y su prolongación hacia el noreste, ha sido otra de las más castigadas de la ciudad. De las iglesias, casas nobles y antiguos conventos que la embellecían, apenas quedan en pie un puñado.
Calles del Santuario, Fray Luis de León y López Gómez Valladolid tuvo dos colegios de jesuitas, el de san Ignacio y el de san Ambrosio, que, cuando Carlos III expulsó a la Orden en 1767, pasaron a disposición real. Al igual que ocurrió con la iglesia de san Ignacio, que se convirtió en parroquial de san Miguel, la iglesia del colegio de san Ambrosio pasó a ser la parroquial de san Esteban el Real. Nos cuenta Antolínez que el colegio de san Ambrosio fue construido sobre el solar de las casas principales de doña María de la Cuadra, señora de Piña de Esgueva, y que cuando se abrieron los cimientos «se hallaron muchas monedas de oro antiguas.» Esto de hallar monedas es una cosa relativamente frecuente en derribos de casas antiguas. La gente guardaba sus ahorros en los escondites más raros y muchas veces morían de repente sin decir a su familia el dinero que tenían ni dónde lo dejaban enterrado. En el “Diario Pinciano” de 19 de abril de 1788, se relata un caso de éstos que fue muy comentado en la ciudad: en aquella fecha, una de las más fuertes riadas que ha sufrido Valladolid en su historia arrasó gran parte de la zona centro. Los grupos de rescate recorrían en barca las calles en busca de gente en peligro, cuando fueron avisados de que un matrimonio de ancianos se negaba a abandonar su casa. Vanos fueron los intentos de hacerles entrar en razón, hasta que se decidió sacarlos por la fuerza en vista de que el nivel del agua amenazaba con cubrir la casa. Entraron los hombres y sin contemplaciones se llevaron a los ancianos en volandas, quienes, entre lloros y
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Reconstrucción de la antigua ubicación de la fachada del colegio de san Ambrosio, hoy en el patio de la residencia de estudiantes de Santa Cruz, en la actual calle del Santuario.
chillidos, señalaron un rincón del cuarto donde, según ellos, estaba la prenda por la que tanto se arriesgaban. Preguntaron al hombre por aquel maravilloso objeto que valía más que su vida y confesó que era una bolsa que escondía. Uno de los hombres volvió a la habitación y «…de entre una porción de carbón que el agua había ya cubierto, sacó un talego de peso de veinte libras, y sin desatarle, lo entregó a su dueño, a la vista de todo el vecindario. ¿Qué no obliga a hacer a los mortales el demasiado apego a los metales? Este hecho es notorio en Valladolid, y se hace más singular por las dos circunstancias siguientes: 1. El anciano era un menestral, reputado por pobre. 2. Pocos días antes de la inundación había sido demandado judicialmente por una deuda, y la mujer salió pidiendo su dote, para evitar la venta de bienes.»
1 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 317.
Volviendo al tema, tras convertirse su iglesia en parroquia, las dependencias del colegio de san Ambrosio fueron utilizadas en una parte como residencia de estudiantes, mientras que en la otra se estableció el Colegio de Escoceses. Con los años, la residencia de estudiantes pasó a convertirse en parque de Artillería1. Aunque el edificio se quemó en 1929, los artilleros siguieron ocupándolo. La iglesia también se incendió (quizá intencionadamente) en 1869 durante la Primera República, quemándose prácticamente todo lo que contenía. Se inició la restauración del templo y se fueron trayendo poco a poco enseres e imágenes de otras iglesias derribadas para dotarlo de nuevo.
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Otra panorámica de la calle del Santuario, con el ex-colegio de Escoceses y la fachada de san Ambrosio.
En 1941 desapareció la parroquia de san Esteban, pasando el templo a ser Santuario Nacional de la Gran Promesa, en conmemoración del episodio protagonizado por el padre jesuita vallisoletano Bernardo Hoyos, a quien se le apareció el Corazón de Jesús diciéndole que “reinaría en España con más veneración que en otras partes”. De la primera y más antigua iglesia de san Esteban nada ha quedado, salvo la memoria de Pedro Miago, mayordomo que la tradición dice que fue del conde Ansúrez y que fundó un pequeño hospital anexo a este templo. Narciso Alonso Cortés, en su “Miscelánea”, supone con tino que don Pedro no pudo ser coetáneo al conde, pues su hospital estaba bajo la advocación de Tomas Becket, santo que nació sobre el mismo año que murió Ansúrez, y fue canonizado décadas después. Pedro Miago fue célebre en tiempos antiguos no por lo que hizo en vida, sino por lo que dejó a su muerte. En la desaparecida iglesia los curiosos de la época podían ver la estatua de este señor, en la que se le figuraba sentado y sosteniendo un cartel entre las manos que decía, con algunas variaciones: «Yo soy don Pedro Miago Que en lo mío me yago Lo que comí y beuí logré El bien que fice hallé Lo que dexé non lo sé.» En la zona tuvo diferentes sedes otra de las cinco penitenciales que hubo en el Valladolid antiguo: la de la Piedad. El primitivo núcleo de esta cofradía estuvo formado por banqueros y ricos hombres de negocios genoveses que seguían a la corte del emperador Carlos V. Era un grupo muy cerrado pues
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La reconstrucción que se ofrece de la estatua de Pedro Miago corresponde a una interpretación libre. Pocos datos hay de cómo era: una estatua en altorrelieve de un noble del siglo XII, representado sentado y sosteniendo una cartela con una inscripción en letras doradas. También existe el dato de que a la estatua le faltaba la nariz, y Quevedo, que vino a nuestra ciudad de mala gana y por eso no dejaba de meterse con ella, criticaba la humedad del Valladolid de aquel tiempo diciendo que se le había caído de un romadizo (catarro). Es bastante difícil que la inscripción original estuviera en castellano y con letras doradas pues, en correspondencia con su antigüedad, estaría en latín y tallada en escritura carolina o gótica. Esta lápida sería ilegible para el pueblo llano con sus latines y abreviaturas y por eso creo que sería borrada y cambiada por la de letras doradas, traduciéndola al castellano. Esto denota la gran popularidad que debió de tener la estatua, y seguro que circulaba sobre ella alguna leyenda o tradición. Prueba de esa popularidad es que Francisco de Rojas Zorrilla escribió una curiosa pieza teatral sobre Pedro Miago. En ella don Pedro explica el significado de la lápida al rey: «...Digo que yago en lo mío porque he de ser enterrado en mi casa, y que ha de ser en los venideros años. Decir que gocé no más lo que comí y bebí, es claro, pues que sustento la vida, porque los demás humanos gusto traen otras pensiones y nadie los goza francos; hallar el bien que se hace acontece de ordinario, y ya es la sala testigo de alguna vez que lo he hallado que lo dicho no se sepa; Alfonso; no os cause espanto, que por un maravedí lo tengo todo prestado.»
«no ha rescibido ni rescibe cofrades que sean de otra nación sino ginoveses,» y como “cofradía de los Ginoveses” era conocida por el pueblo. De este primer período de la hermandad tenemos muchas referencias documentales, dado el gran número de litigios con las otras penitenciales en los que estuvo envuelta. Cuando la corte se mudó de Valladolid los genoveses se marcharon con ella, pero no desapareció la cofradía, pues el 22 de agosto de 1578 se encuentra documentado un acto en el que los integrantes de la hermandad «que agora nuevamente se ha hecho y fundado,» pedían protección y acomodo al monasterio de Nuestra Señora de la Merced Calzada. Éste se considera el año de su fundación por españoles y en dicho monasterio tuvieron su capilla y cabildo. Debido a ciertos constantes litigios con la cofradía de las Angustias, la autoridad eclesiástica decidió fundir en una las dos penitenciales en el año 1617. Tras sucesivos intentos por parte de algunos hermanos de la Piedad, se obtuvo una sentencia judicial por la que definitivamente se separaron de las Angustias en 1630. La separación dejó a la Piedad en un precario estado económico. Siendo alcalde el pintor Tomás de Prado se iniciaría la construcción de una nueva capi-
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En cuanto al hospital fundado por el dicho Pedro Miago, su ubicación es problemática con respecto a la iglesia. Según Agapito y Revilla: “Antolínez escribió que la cofradía de don Pedro Miago estaba fundada junto a la parroquia del señor san Esteban, pero bien pudo suceder que estuviese en la acera frente a la iglesia” y Canesi escribió: y habiendo muerto tan noble fundador, le enterraron en esta iglesia de san Esteban, y su sepulcro se ve a la entrada de ella a mano izquierda, y delante de este templo y casa de hospitalidad hay un soportal que sirve de atrio con postes de piedra fábrica que nos asegura su antigüedad... en que está incorporada la casa que fue hospital, con un tránsito a la entrada y dos rejas de madera en dos arcos de piedra... donde está la figura o retrato de D. Pedro Miago. ¿Enfrente? ¿A un lado? Ante la duda, no queda más remedio que atenerse al dibujo que representa la propia iglesia, y que corresponde muy bien a la descripción de Canesi: dos arcos de piedra con rejas y una puerta sobre la que se ve una especie de relieve cuadrado. Siguiendo el texto, se deduce que ese relieve sobre la puerta que conduciría a las dependencias del hospital (y por lo tanto anexo a la iglesia) era la famosa estatua de don Pedro Miago, y no la del sepulcro que se encontraba dentro de la iglesia, como se ha supuesto en algunos textos. En el plano de Ventura Seco se ve claramente que la iglesia estaba compuesta por dos edificios; pudiera ser que uno fuera el templo propiamente dicho y el otro el hospital. Detrás, lo que parece un pequeño atrio y la torre rematada por un tejado piramidal, quizá como el de la Antigua y san Martín.
En la foto, lugar donde se alzaba la iglesia, en el edificio de ladrillo al fondo de Fray Luis de León, según puede verse en el fragmento del plano de Ventura Seco que reproduzco al lado.
lla o ermita en la calle Pedro Barrueco2, inaugurándose no sin esfuerzos el 19 de agosto de 1662. Estuvo la cofradía en su sede casi un siglo, pues en junio de 1770 y en plena decadencia de las procesiones antiguas, recibió la hermandad una notificación oficial comunicándoles que debían abandonar su iglesia «para abrir paso en aquella parte» con la construcción de una nueva calle. El templo fue derribado en enero de 1771 y en la calle que surgió en su lugar no quedó más vestigio que el nombre, pues se llamó un tiempo “calle de la Piedad”. A la penitencial se le ofreció “en equibalente” la iglesia de san Antonio Abad, vulgo san Antón, que se encontraba haciendo esquina en la actual
2 Lo que luego sería la calle de la Piedad, que estaba en el tramo comprendido entre las calles Fray Luis de León (entonces de Pedro Barrueco) y Núñez de Arce (entonces de la Cárcava), de la hoy calle López Gómez.
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Rincones con fantasma
En la ilustración, reconstrucción del hospital anexo a la iglesia de san Esteban, basada en el dibujo correspondiente de la serie de Ventura Pérez.
calle de Simón Aranda con Santuario. Con el tiempo fue también demolida pasando algunas de sus obras artísticas al vecino Santuario. Esta iglesia lo fue de un hospital de muy antigua fundación, dedicado a los pobres enfermos de cáncer y lepra, que se mantenía entre otras cosas con la rifa los 17 de enero del llamado “cerdo de san Antón”. La tradición de rifar el animalito la mantuvo viva la cofradía, y hay un dato curioso, y es que si el cerdo le tocaba a algún cofrade, estaba obligado a devolverlo para sortearlo de nuevo. Agapito y Revilla cuenta que alcanzó a ver expuesto al sonrosado animal de turno, en una caseta que se colocaba cada Navidad en la esquina entre Teresa Gil y Ferrari; la rifa marranil duró hasta bien entrado el siglo XX. El convento de la Encarnación, otro de los desaparecidos, ocupaba buena parte del solar donde hoy se alza el colegio “La Salle”, saliendo su iglesia a la calle Fray Luis de León haciendo esquina a López Gómez. Fue construido por los clé-
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Zona de la calle Santuario y san Juan
En la ilustración podemos ver la situación de la desaparecida iglesia de la Piedad tomada del plano de Ventura Seco (A) y su correspondencia con un plano más moderno (B). En rojo, el trazado que siguió la nueva calle, hoy de López Gómez (1). Calle de la Cárcava, hoy Nuñez de Arce, y (2) calle de Pedro Barrueco, hoy Fray Luis de León. En la ampliación (C) parece que la iglesia tenía un balcón como las de otras penitenciales. En este pobre, pero fiable esbozo del plano nos hemos basado para hacer una reconstrucción bastante libre, que sirve más que nada para hacernos idea del aspecto del paraje si la iglesia se hubiera conservado (foto superior). La iglesia sería muy sencilla debido a las penurias de la cofradía, por eso se ha “reconstruido”sin adornos y de ladrillo. En el plano de abajo a la derecha conservado en el Archivo de la Chancillería, se puede ver su planta con relación a las calles y ubicarlo un poco mejor.
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Rincones con fantasma
Fragmento del plano de Ventura Seco donde se puede ver la situación de la iglesia de san Antón (cuadrado), y la del convento de la Encarnación (círculo). A su derecha, el dibujo de Ventura Pérez de la parte inferior de la iglesia de la Encarnación.
rigos regulares menores a principios del siglo XVII y desmantelado por los franceses, como tantos otros, a finales de 18123. Aunque existe un dibujo hecho por Ventura Pérez de la parte inferior de la fachada de su iglesia, la falta de otros testimonios gráficos del conjunto, si exceptuamos algunas fotos de las ruinas que aún quedaban sobre 1920 y que no aclaran nada, hace inviable su reconstrucción. Tampoco hay material para recrear el convento de Belén de monjas bernardas, que fue patronato del duque de Lerma, junto al que tuvo sus casas principales. Se mantuvo en pie hasta mediados del siglo XIX y en su solar se construyó el colegio de san José. Su iglesia duró un siglo más y albergó la parroquia de san Juan cuando ésta se arruinó y hasta que se construyó su nuevo templo.
Calle de la Merced y san Juan El convento de la Merced Calzada existió en la calle de su mismo nombre. Fue de muy antigua fundación. Cuando la exclaustración de 1836 fue dedicado a cuartel, y más tarde derribada la iglesia para abrir la calle. La iglesia de la Merced tuvo muchas capillas pertenecientes a las principales familias de la ciudad y, dada su antigüedad, pasaron sus patronatos de unas a otras muchas veces. Durante las obras de reforma de una de ellas tras cambiar de dueño, apareció en un nicho «…un cuerpo como un esqueleto que tenía las insignias de caballero de la Banda, que eran banda y espada y espuelas doradas. Hizo admiración que le durase entera grande barba y cabello igual, y consistente armadura. Viose una tarde arrimado a la pared sin que se desarmase y destrabase la corporal compostura, y al moverle se desvaneció toda aquella fábrica.»
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido. Conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 481. 3
La historia local está salpicada de noticias así. El mudar de los tiempos no respeta nada, ni los lutos y ceremonias que se hicieron para honrar el descanso de los nobles fallecidos, ni los suntuosos mausoleos hechos para resistir los siglos. Condes, marqueses y obispos han sido sacados de sus tumbas, trasladados a otras, o simplemente enterrados en cualquier sitio debido a reformas o al derribo de los templos. Los beatos y religiosos de vida ejemplar tampoco se libraban, pues eran muchas veces exhumados y examinados para encontrar signos de santidad. Las más de las veces eran hechos picadillo para conseguir las ansiadas reliquias que
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Zona de la calle Santuario y san Juan
Más o menos así se vería la fachada de la iglesia de la Merced en la calle de su mismo nombre si no se hubiera derribado. Como en otros casos, para su reconstrucción ha sido fundamental el dibujo que para ilustrar la “Historia de Valladolid” de Antolínez de Burgos hizo Ventura Pérez, pero arreglando sus proporciones. Era una bella fachada clasicista, de calidad similar a la de las Angustias o san Agustín, obra de Pedro de Mazuecos. Su portada fue, tras su derribo, vuelta a montar en el Portillo del Prado. Tenía las estatuas de la Virgen de la Merced y a ambos lados dos santos mercedarios; el de la izquierda lleva un libro y quizá fuera san Pedro Pascual. El de la derecha pudiera ser san Pedro Nolasco, pues parece llevar el báculo de doble travesaño, atributo suyo como fundador de la Orden. En la foto de arriba, la calle de la Merced en la actualidad. En el solar que ocupan los bloques de casas de la izquierda, había hasta hace pocos años unos patios de deportes del colegio de san José que conservaban aún restos del claustro.
hoy “decoran” iglesias con huesos y miembros momificados. A partir de la Contrarreforma estas prácticas fueron mucho más comunes, y aunque no nos ha llegado ninguna relación exacta de tan tétricas autopsias, sí nos encontramos con citas del tipo: «…se le hallaron los sesos frescos con todos sus lineamientos y buen olor…» De todas maneras, muchas veces era la misma gente que acudía al velatorio del beato de turno la que dejaba al muerto hecho unos zorros. Se puede calificar de surrealista la crónica de las “honras” que le hicieron al padre Jerónimo Benete, narradas por Canesi:
Dibujo de la iglesia de la Merced, obra de Ventura Pérez.
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Rincones con fantasma
El convento se conservó hasta fechas recientes. A él pertenece la foto que corresponde a la fachada que daba a la calle de Maldonado. Con ella, ayudado del plano de Ventura Seco y de la planta dibujada en 1849 (abajo) se ha podido recrear aquel espacio urbano (arriba). Es curioso ver en la foto varios ejemplares de olmo, alguno de ellos añoso. Aún persiste en la calle y por la zona una buena cantidad de ellos y no se sabe si los habría en el siglo XVII, pero no nos ha parecido mal incluirlos. Lib. prd: M.ª Antonia Fdez. del Hoyo. “Patrimonio perdido. Conventos desaparecidos de Valladolid”. Pag. 201.
«…prosiguió la multitud innumerable tocando los rosarios al cadáver, relicarios, joyas y otras alhajas y crecieron los santos robos, aun por la gente más principal; desde la mañana se reconoció que tenía menos el dedo pequeño de una mano;…la cabeza ya sin más pelo que cercenar, el manteo y sotana padeció demasiada disminución, hurtáronle los zapatos; un caballero le quitó una crucecilla que tenía en las manos; fue de ver como un retazo de sotana, que repartían, ocurrió una muchedumbre de manos, que
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Zona de la calle Santuario y san Juan
Reconstrucción aproximada de la Casa del Cordón.
cada una le esperaba; aún se supo que algunas personas llevaron instrumentos para cortar lo que pudiesen del cadáver…» Entre la Merced y el Santuario, justo enfrente de la fachada de éste último, se alzó la casa del Cordón. Como se comentó anteriormente, también hubo en Valladolid casa “del Cordón” y casa de “las Conchas”, como en Salamanca y Burgos, pero aquí desaparecieron. La de las Conchas o de las Veneras estuvo enfrente del colegio de Santa Cruz, y al no conservarse ni rastro de cómo era no se ha podido reconstruir. Sin embargo, se conserva un dibujo de la del Cordón, recopilado en el libro “Arquitectura y nobleza” por Jesús Urrea4. Es un mero apunte que se conserva en la Biblioteca Nacional, pero que permite recrear este vetusto edificio que perteneció al marqués de Aguilafuente, y que se quemó en 1898 cuando estaba dedicado a manicomio municipal. A medio camino entre la Merced y los Vadillos se encuentra el barrio de san Juan, cuyo nombre procede del convento de Templarios que allí se alzaba. Según
4 Jesús URREA. nobleza. Pág. 243.
Arquitectura
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Rincones con fantasma
En la ilustración de arriba el edificio tal como luciría en la calle Santuario si se hubiera conservado. Debajo, aspecto actual de la calle.
La casa del Cordón podría lucir así, ciñéndonos literalmente al dibujo de la Biblioteca Nacional obra de Valentín Cardereda (1836) y su situación según el plano de Ventura Seco (página anterior). El dibujo no es más que un bosquejo y poco deja entrever. La reconstrucción ha sido dificultosa, pues los elementos no están nada claros. El remate triangular en forma de frontón de tres de sus ventanas no corresponde a un edificio del siglo xv, lo que hizo pensar en una actuación posterior que aportase tales adornos clásicos. Efectivamente, Jesús Urrea en su libro”Arquitectura y nobleza” documenta el reparo que sufrió en 1668 cuando se cambiaron suelos, puertas y ventanas de toda la casa. El mismo autor opina que el edificio sería de ladrillo salvo la portada y la cimentación. El dibujo parece darle la razón, pues los rasgos de la portada delimitan lo que parecen sillares y los del resto de la fachada son más menudos. Sin embargo, consultadas otras opiniones dignas de crédito, se nos sugirió la posibilidad de que todo el edificio fuese de piedra dado el empaque de su portada. Ante la duda se optó por una solución intermedia, y se ha recreado con un tipo de piedra más pequeña e irregular que la de la portada. Otras fuentes, a la vista del dibujo, me indicaron que los frontones de las ventanas parecían en realidad tejadillos de madera, y así se han representado.
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Zona de los Palacios Reales
A pesar de lo aparatoso del destrozo en la cara de la Vulnerata, ha quedado lo suficiente como para poder reconstruirla con bastante aproximación. Con lo que queda de un ojo se ha podido arreglar el otro y viceversa. Gracias a que conserva un buen trozo del labio inferior se puede definir bien la boca, y el resto de los golpes se reparó bien clonando trozos de la propia policromía. Lo único postizo es la nariz, totalmente perdida, por lo que se ha utilizado la de otra talla de su mismo estilo.
Ortega y Rubio, era uno de los cinco más importantes de España y cuando la Orden fue suprimida, la iglesia del convento quedó como ermita de la misma advocación, convirtiéndose con los años en parroquia. En 1842 se derribó dado su estado ruinoso y más tarde se construyó el actual templo, que no merece mayor comentario. Existe el correspondiente dibujo de Ventura Pérez, pero tan confuso que la reconstrucción se hace difícil. El barrio de Vadillos, según escribió Agapito y Revilla en sus “Calles de Valladolid”, debe su nombre a que las aguas del Esgueva se remansaban en aquel paraje formándose pequeños vados. Hay noticia de la existencia de molinos por la zona desde antiguo, y en uno de ellos, perteneciente al monasterio de Prado, se fabricaba el papel en el que se imprimían las bulas pontificias para toda España. Junto a la iglesia de san Juan se alza el colegio de los Ingleses, de azarosa fundación. Tras convertirse Inglaterra al protestantismo, los católicos ingleses tuvieron que fundar sus seminarios en otros países, abriendo en Francia uno de ellos. Pocos años después, aquel colegio cerró por problemas políticos y cuatro de sus estudiantes decidieron venir a España en busca de la ayuda de los jesuitas. Las gestiones fueron por buen camino y en 1598 quedó fundado el colegio, bajo la protección de la Compañía de Jesús, con la advocación del mártir inglés san Albano5. Lo menos conocido de aquel episodio es que aquellos cuatro pobres colegiales, además de tener que huir de Francia, fueron encarcelados en Valladolid, pues les tomaron por espías. En la iglesia se venera la imagen de santa María la Vulnerata, llamada así por haber sido profanada por las tropas inglesas que invadieron Cádiz en 1569. La cara de la Virgen fue destrozada a hachazos y arrancaron al Niño de su regazo, como hoy se puede ver, pues no se reparó para dejar memoria de aquella infamia.
Monasterio de san Albano, es la actual calle de Don Sancho, conocido por la gente como “los Ingleses”.
5 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Francisco Javier de la PLAZA SANTIAGO. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 267.
Zona de san Miguel
Zona de san Miguel
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Es la zona más antigua de Valladolid y todavía conserva muchos vestigios del pasado, a pesar de haber sido una de las zonas más maltratadas por los planes urbanísticos. El lamentable destrozo cometido con la creación de la calle de Felipe II ha sido uno de los peores sufridos por nuestro pobre casco antiguo.
San Miguel La Real iglesia de san Miguel y san Julián1 fue casa profesa de jesuitas y patronato de Magdalena de Borja Oñez y Loyola, condesa de Fuensaldaña. Los apellidos desvelan que era sobrina de san Ignacio de Loyola y nieta de san Francisco de Borja. Al ser canonizado el primero, la casa pasó a tener la advocación de san Ignacio. En 1767 la Compañía de Jesús quedó extinguida en el territorio español por mandato del rey Carlos III, quien decretó el 12 de noviembre de 1775 la unificación en dicha casa de las antiguas parroquias de san Miguel y de san Julián, cuyos bienes pasaron al edificio. El rey mandó, asimismo, borrar los símbolos de los jesuitas de los muros y colocar sus escudos reales, a la vez que le concedía el título de Real iglesia. Es una de las más y mejor dotadas de obras de arte de la ciudad. Posee una grandiosa sacristía con un enorme retablo pintado, de los llamados “fingidos”. En esta sacristía se encuentra el acceso a través de una reja al extraordinario relicario, en el que se encuentran docenas de piezas entre esculturas, pinturas y varios bustos relicarios obra de Gregorio Fernández; tiene incluso sobre la puerta el sepulcro de un papa: san Sotero. En el relicario se custodia un cristo de marfil que la gente atribuía al mítico Miguel Ángel. Efectivamente, es de Miguel Ángel… Leoni, hijo del gran escultor Pompeyo Leoni. En la iglesia, entre muchas bellezas, se encuentra el grupo funerario de los condes de Fuensaldaña, cuya parte arquitectónica se debe a Francisco de Praves y que contiene las estatuas orantes de estos nobles, únicas obras en alabastro que se conocen de Gregorio Fernández. Cuenta un parroquiano ya mayor,
Ventana del palacio de los marqueses de Valverde, frente a la iglesia actual de san Miguel.
1 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Jesús URREA. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 108.
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Fragmento del plano de Ventura Seco donde vemos la desaparecida iglesia de san Julián. Fotografía del edificio que ocupa actualmente su solar.
Reconstrucción de la desaparecida iglesia de san Miguel en la actual plaza de dicho nombre, basada literalmente en el dibujo de Ventura Pérez (pág. siguiente). Como en otros casos, el dibujo no da muchas pistas y ha sido necesario corregir desproporciones obvias.
hombre culto y amigo de tradiciones, que en las cercanías de este sepulcro está enterrado el famoso padre Hoyos, e incluso que se especuló en su día que pudiera estar ocupándolo pues los condes no llegaron a utilizarlo. El padre jesuita vallisoletano, venerable Bernardo Hoyos, fue el religioso que protagonizó el episodio en el que se le apareció el Corazón de Jesús, para decirle que “reinaría en España con más veneración que en otras partes”. La historia cuenta que, harto el párroco de limpiar la mucha cera de las velas que dejaba la multitud de fieles sobre su tumba, decidió cambiarle de sitio sin decir nada a la feligresía sobre su paradero. Y asegura que durante muchos años se le buscó sin éxito, y que se registraron incluso las cornisas del templo. Si abandonan el templo actual (abierto a la calle de san Ignacio) por su puerta principal, levanten un poco la vista hacia el balcón del palacio de enfrente, que fue de los marqueses de Valverde, y podrán ver a los dos “aman-
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Zona de san Miguel
El fragmento del plano de Ventura Seco nos permite ubicar la desaparecida iglesia de san Miguel, y su orientación con respecto a la plaza de san Miguel.
tes”. Dice una historia popular que las dos esculturas de un hombre y una mujer que adornan los lados de la ventana, corresponden a la marquesa de Valverde y a un joven paje que fue su amante. Pillados “in fraganti” por el marqués, propietario del edificio, los denunció a la justicia y colocó sus dos efigies a la vista pública para que quedase perpetuo recuerdo de su infamia. Esta leyenda quedó reflejada por Campoamor en su “Drama Universal”. Pero ya hemos visto que la primitiva iglesia de san Miguel no fue ésta, sino otra que existió en la plaza de su nombre. Junto con la de san Julián, fueron las más antiguas que tuvo Valladolid. La primera en fundarse sería san Miguel, cuya primera advocación fue la de san Pelayo hasta quizá el siglo XII. En tiempos de los Reyes Católicos fue reedificada y existió dignamente hasta el año 1777 en que fue demolida junto con la de san Julián. De su fábrica sólo se conserva la estatua de san Miguel con el escudo de los Reyes Católicos que está sobre la puerta de la iglesia actual. Desde muy antiguo se guardaba en la capilla mayor el archivo de la ciudad y su campana era la que se usaba para llamar a Concejo y la que daba la alarma para la defensa de la villa. Un ejemplo de aquella costumbre lo tenemos en las crónicas sobre las revueltas de las Comunidades. Cuando Carlos V quiso salir de Valladolid, la ciudad se creyó desamparada y trató de impedirlo. Canesi escribió: «…Y sublevados con esta confusión, sin entenderse un cordonero, portugués de nación, otros dicen pretinero, vecino de esta ciudad, viendo que el César marchaba, sin atreverse nadie a suplicarle se detuviese, subió a la torre de la parroquia de san Miguel y tocó la campana que llamaban del concejo, que la solían tocar en tiempo de guerras y rebatos y armas que se daban, y la tocó con tanta prisa que, como los del pueblo lo oyesen, sin discurrir ni saber para qué, tomaron las armas…»
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Éste sería el aspecto aproximado del Hospital de la Caridad a mediados del siglo XVII. Gracias a la documentación aportada por Jesús Urrea en su obra “Arquitectura y nobleza”, sabemos que lindaba con el palacio de los Pesoa o casa de la Cadena, del que sólo se conserva la puerta y las columnas de su patio interior. Es curioso el tosco balcón que dividía su gran portal en dos alturas, que no se sabe la función que pudiera tener. En las ilustraciones de la derecha, se muestra cómo luciría el hospital si se hubiera conservado. Encima, su situación en el plano de Ventura Seco (círculo), y arriba el dibujo de Ventura Pérez que ha servido para su reconstrucción.
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Zona de san Miguel
Los ciudadanos llegaron a la puerta del Campo e intentaron retener al emperador, pero no pudieron hacer nada contra su guardia y Carlos V abandonó Valladolid. La ciudad quedó turbada y avergonzada por lo ocurrido y su cólera fue implacable al buscar culpables: «…mitigado aquel furor popular, hizo la justicia información de quién tocó la campana o lo mandó, mas no pudo ser hallado el portugués…; mas por entonces lo pagaron otros por él pues a unos cortaron los pies, a otros azotaron, otros salieron desterrados y los confiscaron sus bienes, a otros los demolieron las casas y a un platero honrado le azotaron porque se le probó había recibido unas cartas del portugués…» También estuvieron presos otros muchos, incluidos los tres clérigos que atendían san Miguel, y mal se las hubieran visto si no fuese porque el emperador mandó que los soltasen y que no se volviese a hablar del tema. La hizo buena el portugués con atreverse a tocar la campana. Cuando se demolió la iglesia, la campana se trasladó también al nuevo san Miguel donde estuvo hasta los tiempos de la Primera República en que fue destrozada como muchas de otras iglesias. En la calle de san Ignacio estuvo el hospital de la Caridad o de la Misericordia, que ejerció largos años su piadosa función, según Canesi, sostenido por linajudas familias pero no por eso sobrado de recursos. Poco aludido en los libros antiguos, presentamos como única curiosidad su reconstrucción, por su vetusto aspecto. Frente a san Miguel se halla el monasterio de la Concepción2, de sobria construcción gótica, fundado en 1521 por el oidor de la Chancillería Juan de Figueroa y su mujer, de monjas franciscanas.
Reconstrucción de la portadita de la iglesia del convento de la Concepción, siguiendo el dibujo de Ventura Pérez y las marcas que han dejado en las piedras los elementos suprimidos en su estado actual (izquierda) en la calle de Santiago.
2 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 79.
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En la primera imagen, la calle de san Diego con su aspecto actual. En la ampliación, la columna que se ve cerca de la esquina es el único resto, hoy “atrapado” en la calle de la plazoletilla que formaba el convento de san Diego. En la foto grande, reconstrucción aproximada del paraje con su aspecto original basada en el plano de Ventura Seco (abajo) y en el dibujo de Ventura Pérez que resulta incluso más complicado de descifrar que en otros casos. Se han necesitado los planos existentes de sus dependencias para aclarar el significado de algunos elementos y la desproporción manifiesta. En el arco del centro de la fachada había una lápida que conmemoraba la boda celebrada entre Carlos II y Mariana de Neoburg en la capilla del convento. En el cuerpo superior de la fachada, los escudos de los Lerma. san Diego no tuvo este aspecto mucho tiempo, pues fue reformado y terminó ocupando la primitiva placita alineándose con la calle.
3 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Pág. 35.
Siguiendo un poco más adelante llegaremos a la plaza de santa Brígida o popularmente de “las Brígidas”3, que toma el nombre del convento de tal advocación que hubo en ella. En tiempos, a la plazuela se la llamó de “los Leones”, por estar dedicada a juegos y corridas de toros para el entretenimiento de la corte de Felipe III. Quizá por tal hecho había en la fachada del convento unos relieves representando luchas de fieras de la antigüedad que podrían haber dado nombre a la plaza. También es cierto que el rey tuvo unos leones, además de otros animales exóticos en su finca de la Ribera, que participaron en diver-
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Zona de san Miguel sos juegos celebrados en julio de 1607 en esta misma plaza. En dicha ocasión, uno de aquellos felinos se enfrentó con escaso éxito a un toro. De las Brígidas sale una callejuela a la espalda del Palacio Real, hoy dependencias militares. Se trata de la calle de san Diego4, así llamada por estar en ella el desaparecido convento franciscano de ese nombre. Fue patronato de la casa de Lerma, fundado a pesar del monumental enfado de la comunidad de san Francisco de la Plaza Mayor. Entre las crónicas que aluden a san Diego destaca por lo anecdótico la contenida en el libro de J. M. Quadrado, que sobre la historia de Valladolid escribió en 1885 y donde cita: «Para completar la fisonomía de aquella Corte, en la misma plazuela se fundó con la protección del de Lerma un convento de recoletos franciscos de san Diego, en una de cuyas celdas cuéntase que solía encerrarse Felipe III a hacer penitencia hasta salpicar de sangre las paredes.» Una última curiosidad sobre san Diego nos la relata Canesi en su “Historia de Valladolid”, al tratar de las cosas con que lo dotó el duque de Lerma cuando fue fundado. Cuenta que mandó hacer «…un oratorio, adornado con muchas reliquias y efigies de escultura muy primorosas; entre ellas, tres muy especiales, que son un Cristo crucificado, un San Lázaro y un San Lorenzo en las parrillas; hechuras de Rodrigo Moreno, de Nebrija, natural de Granada, que siendo manco del brazo izquierdo (dígolo por cosa singular) se valía de un muchacho que le aseguraba el escoplo para dar los golpes…» Tan curioso artífice vino a Valladolid para solicitar una pensión por los servicios que prestó su padre durante ciertos disturbios en la ciudad de Granada, y se le ocurrió que podría conseguirla agradando al duque, y así…
Este apunte de la mano de uno de los monjes del retablo de san Diego, hoy en el Museo de Escultura, por su potencia, bien pudiera pertenecer a una obra de Miguel Ángel. Aunque sí fue obra de otro Miguel Ángel: Miguel Ángel Leoni, hijo de Pompeyo Leoni.
«…ejecutó estas tres alhajas con tan raro primor que regaló al duque de Lerma con ellas, por ver si así podría lograr su intento; mas fue tan infeliz que malográndose su esperanza, murió en Valladolid con tal miseria, que fue preciso enterrarle de limosna la cofradía de las Animas de la parroquia de San Juan, donde era feligrés.» Tras varios usos y restauraciones, san Diego fue derribado a principios del siglo XX. A un par de manzanas de san Diego se levantaba otra de las instituciones de caridad de Valladolid: el Hospital de san Blas. Según Canesi era muy antiguo, de mediados del siglo XIII. Lo fundó y atendió la cofradía llamada de la Misericordia, compuesta de personas muy importantes de todos los estamentos. Tanto fue así, que la misma reina Isabel la Católica quiso «…entrar en la dicha cofradía y ser cofrada…» y su marido el rey Fernando no fue menos. Durante muchos años mantuvo muchas obras de caridad, pero por lo que más se le conocía era por el mantenimiento de 16 niños de los 8 a los 14 años. Los llamados “Niños de la Doc-
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 453. 4
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Aspecto actual de la calle de san Blas con la portada en el recuadro azul. Al no tener la posibilidad de saber cómo era la fachada completa y teniendo en cuenta sobre todo la destrucción de su entorno, sólo se ha colocado una miniatura de la reconstrucción en el lugar que ocupó. Era imposible recrear la zona. Agapito y Revilla alcanzó a conocer la “casa de san Blas” a principios del siglo XX, y señaló que estaba ocupada entonces por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la ciudad con otras que asomaban a la calle del Conde de Ribadeo. Hoy día esa amplia manzana de casas no conserva ni un sólo vestigio de su antigüedad.
Detalle del plano de Ventura Seco con la situación de san Blas (remarcado). El otro plano es obra de los hermanos Amelier (1846), más preciso que el anterior a la hora de señalar el emplazamiento de san Blas con respecto a la nueva calle de Felipe II.
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Dibujo de Ventura Pérez de la portada del Hospital de san Blas, como muchos de la serie, claramente desproporcionado. En la página anterior, recreación de la barroca fachada de san Blas siguiendo el dibujo de Ventura Pérez, construida según Canesi en 1676. La copia que se ha utilizado es una de las menos nítidas de la serie y algunos detalles son dudosos. No está muy clara la figura que ocupa la hornacina central. María Dolores Merino en su libro “Urbanismo y arquitectura en Valladolid, siglos XVII y XVIII” señala que es una imagen de la Virgen de la Misericordia, y así debió de ser, no sólo por la advocación del hospital sino por sus atributos. A la Virgen de la Misericordia se la ha representado protegiendo con su capa a los fieles de las flechas que les lanza el Maligno, y efectivamente, en el dibujo se la aprecia ataviada con una capa y sosteniendo en la mano derecha un haz de tres flechas. Esa misma mano parece la representada en el medallón situado encima de la puerta. Un busto de Dios Padre coronaba la portada. Según el texto de un plano firmado por Antolín Rodríguez conservado en el Archivo de la Real Chancillería correspondiente al interior de la iglesia, y el esbozo del plano de Ventura Pérez, parece que la fachada tenía un sólo cuerpo coronado por un frontón con una pequeña ventana.
trina” eran bien conocidos en la ciudad, pues daban principio a todas las procesiones, ayudaban a misa en los conventos e iban cantando vestidos de negro a las casas de los difuntos para entonar un responso. A finales del siglo XVIII la finalidad del Hospital cambió, pasando a recogerse allí a los niños expósitos; y en el siglo XIX desapareció la institución, ocupando el edificio mas tarde, según Agapito y Revilla, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la ciudad.
Zona de la Plaza Mayor
Zona de la Plaza Mayor
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No es la zona más antigua de Valladolid, pues quedaba extramuros de la primitiva cerca, pero sí de las más importantes tanto en el pasado como hoy día.
Plaza Mayor y Fuente Dorada La Plaza Mayor se fue formando en un descampado que había fuera de la ciudad medieval, saliendo por el “Postigo del Trigo” de la primitiva cerca. Allí empezaron a proliferar puestos de venta, de tal manera que a mediados
Foto antigua, lib. prd: “Valladolid, imágenes del ayer”. Pag. 160.
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Reconstrucción de cómo se vería la desaparecida fachada de la portería del convento de san Francisco a finales del siglo XVIII. La reconstrucción está basada rigurosamente en el dibujo de Ventura Pérez que ilustra la “Historia de Valladolid” de Antolínez de Burgos, a falta de otras fuentes del siglo XVIII, que fue cuando la fachada estuvo completa. Existe un cuadro de la serie que pintó quizá Felipe Gil de Mena para ilustrar unos festejos de la Vera Cruz en la que se ve la fachada, pero en 1656, y algún grabado de los autos de fe celebrados en la plaza, todos poco fiables. Hay varios detalles disonantes en su arquitectura. El almohadillado que reproduce el dibujo sobre los arcos del primer piso, parece perteneciente al primer Renacimiento y choca con el estilo clásico del resto de la fachada. El ático es un conjunto de molduras que podría explicarse por la adaptación que sufrió para colocar la hornacina con la estatua de san Francisco, obra que no sentó nada bien al Consistorio de la ciudad. Al fondo se podía ver la espadaña del reloj del convento, que tan importante fue para regular los horarios comerciales de la plaza. Otra curiosidad son los escudos de Valladolid, que en el dibujo se nota claramente que eran postizos y estaban colgados en sendas argollas, como simbolizando que el ayuntamiento estuvo en el convento, pero de prestado.
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del siglo XIII ya se la conocía como plaza del Mercado. Hasta esas fechas el mercado se venía realizando en la plaza de santa María (hoy de la Universidad). Los puestos de alimentos que se montaban en la Plaza Mayor estaban perfectamente agrupados por géneros (como por ejemplo en la Casa de la Red, donde se vendía el pescado). También comenzaron a instalarse en la plaza y sus aledaños muchos gremios de artesanos, como se recuerda en las estatuas de la nueva Fuente Dorada. Es fácil imaginar la barahúnda de animales de granja, productos del campo, carnes, pescados y cacharros de todas clases que llenarían la zona, con una ensalada de balidos, cacareos, voces de las verduleras y golpeteos metálicos en los talleres de los artesanos. Entre aquel gentío proliferarían los pícaros y comerciantes sin escrúpulos, y en los documentos de la ciudad abundan las ordenanzas municipales que intentaban poner coto a fraudes y abusos. Hay montones de ellas, alguna tan alarmante como el edicto del intendente corregidor, de mayo de 1787, en el que se ordena a fruteras y hortelanos que tengan cuidado y no «…mezclen (como alguna vez a sucedido funestamente) cicuta con el peregil.» La fuente dorada que dio nombre a la plaza donde se ubicaba, se llamó en sus primeros tiempos “fuente de los espaderos”, pues en los soportales cercanos a Cánovas del Castillo tenían sus talleres estos artesanos. Según Ventura Pérez, en 1725, cuando la plaza era conocida como “de la gallinería vieja”, se efectuaron importantes obras en la fuente. Entonces la gente la empezó a llamar de otra manera muy curiosa:
En la foto de la izquierda, así se vería la portada de san Francisco en la plaza si se hubiera conservado. A su derecha, dibujo de Ventura Pérez utilizado para hacer la reconstrucción. La falta de proporciones es manifiesta y desgraciadamente constante en todos los que, como éste, realizó para ilustrar una de las copias de la “Historia de Valladolid” de Antolínez de Burgos. Como en otros casos, a las labores de documentación y recopilación de elementos, se sumó la de ajustar los volúmenes de la fachada a unas medidas razonables.
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«…quitaron una bola con su aguja que tenía de bronce y pusieron unos delfines de piedra y encima un tiesto de flores a la estatua de la primavera, de tres cuartas poco mas o menos de alto, muy dorada, a la cual un muchacho la quitó la cabeza de una pedrada y jamás se la volvieron a poner, y hoy se llama la fuente de la primavera sin cabeza…» La “fuente de la primavera sin cabeza” sufrió varios cambios más, hasta que en 1876 fue cambiada por otra de diseño más práctico, que con el pasar de los años también sería suprimida. La zona fue ganando tanta importancia que el 10 de abril del año 1499 los Reyes Católicos ordenaron que el edificio para ayuntamiento Una de las mejores obras de arte que se conservan procedentes de san Francisco, es el impresionante “Entierro de Cristo”, obra de Juan de Juni, que presidía la capilla funeraria de fray Antonio de Guevara. Hoy se encuentra en el Museo Nacional de Escultura la cabeza de José de Arimatea, una de las figuras más expresivas del grupo.
1 Juan AGAPITO Y REVILLA. Las calles de Valladolid. Pág. 278.
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patrimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 55. 2
«Se haya de facer de aqui adelante en la plaça Mayor.» Es curioso el documento, pues nos da fecha exacta de la instalación “oficial” del Consistorio en la plaza, a la vez que es una de las primeras veces que se la denomina “Mayor”, en vez de “del Mercado”1. El desaparecido convento de san Francisco2, enorme complejo de esta Orden del que no se conserva ningún vestigio, fue el edificio más importante que salía a la plaza. Ocupó la fachada de su portería parte de la acera opuesta al Ayuntamiento y todavía hoy se oye llamarla a algún mayor “acera de san Francisco”. El convento era tan grande que ocupaba casi toda la manzana de casas hasta la actual calle de Montero Calvo. Fue, como san Pablo, fundación de doña Violante, mujer del rey Alfonso X el sabio, otorgada el 26 de febrero de 1260. Durante muchísimos años el monasterio fue parte activa de la sociedad vallisoletana, hasta el punto de ceder un espacio en su recinto para el primitivo Consistorio de la ciudad, ocupándolo el Ayuntamiento desde el año 1338. Triste es la pérdida de tan importante elemento en el desarrollo del Valladolid antiguo como fue san Francisco, plagado de historia y algunas leyendas. Una de las más conocidas de este convento fue la protagonizada por un fraile al que, hallándose a altas horas de la noche en las dependencias de la iglesia preparando ciertos ejercicios, se le aparecieron unas siniestras figuras. Estos extraños le conminaron a tomar un cáliz y acompañarles a la sepultura de un hombre malvado que había fallecido recientemente, y que estaba enterrado en el monasterio. Los intrusos levantaron la losa con facilidad y sacaron el muerto del interior de la tumba, de cuya boca salió la Sagrada Forma que el fraile recogió en el cáliz que llevaba. A continuación los violadores del sepulcro se manifestaron como lo que en realidad eran: el Diablo y sus congéneres, que con un infernal estrépito se llevaron el cuerpo a las Tinieblas atravesando el techo del convento. El agujero que dejaron era visitado con curiosidad por las gentes de antaño, pues tal boquete existió, no se sabe si obra demoníaca o de alguna gotera. También era conocida en el monasterio la tumba de doña Leonor “la de los leones”, cuya historia recogió Juan Ortega Rubio. Cuenta cómo Enrique II tuvo amores con una dama llamada Leonor Álvarez, de los que nació una niña a la que bautizaron con el mismo nombre de la madre. El rey receló de la dama
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Muchas de las calles que salían a la Plaza Mayor se han perdido o han quedado ocultas. En la imagen, la superposición de una antigua foto nos permite ver dónde estaban dos de ellas.
creyendo que su hija era fruto de otra relación, y ni corto ni perezoso tomó una “ecuánime y piadosa” decisión: arrojar a la pequeña a unos leones. Como las bestias no hicieron daño a la niña, el soberano lo tomó como una señal divina y devolvió el favor a madre e hija. Otro ilustre personaje enterrado un tiempo en san Francisco fue Cristóbal Colón, tras su muerte en 1506. Murió asistido por franciscanos, quién sabe si de este mismo convento. También las crónicas sobre san Francisco nos han dejado un dato curioso, esta vez nacido de la pluma de Ventura Pérez, que nos habla de lo agreste de los aledaños de los Torozos en los albores del siglo XVIII: «Año de 1736, día 19 del mes de enero, se halló un lobo en la huerta de San Francisco, del tamaño de un perro mastín… lo mataron a la puerta de la capilla de los ajusticiados; no hizo daño alguno. Le llevaron a Malcocinado y allí lo tuvieron colgado mucho tiempo. Este lobo estaba mojado, se discurrió que pasó el río por las tenerías, y se desatinó, y se metió en la ciudad, porque detrás del Prado se crían bastantes.» Al demolerse san Francisco, los frailes se diseminaron por otros monasterios. Tras décadas de ausencia, la Orden regresó a la ciudad en 1924 instalándose en el convento de la Sagrada Familia. En 1959 pasaron a ocupar la iglesia de san Antonio en el paseo Zorrilla, donde se conserva actualmente parte del archivo y algunas pinturas procedentes de san Francisco. Los materiales del convento fueron aprovechados en algunas obras, como era común al desmontar edificios de pie-
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dra, tan escasa por estos parajes. La estatua de san Francisco que presidía la fachada se usó como pavimento, si atendemos a la carta que recibió Juan Agapito y Revilla en calidad de presidente de la Sociedad Castellana de Excursiones, en septiembre de 1914: «…una persona de Valladolid, respetable y digna de todo crédito, me comunica la noticia de que la estatua de san Francisco que había sobre la puerta de su convento en esta ciudad, está enterrada en la calle de Mendizábal, al pie de la verja de hierro en que hay dos leones de piedra, y da paso al jardín perteneciente a la casa núm. 10 de la calle de la Constitución.» Si tal estatua se encontró o no, nada se sabe. Desde luego no está en ningún museo, y no es fácil que esté todavía enterrada. En el famoso de incendio de 1561 se quemó gran parte de esta zona, siendo reconstruida siguiendo unas pautas impuestas por el poder Real. Efectivamente, una cédula de Felipe II fechada en diciembre de 1564, ordenó hacer las fachadas y soportales de la Plaza Mayor y sus aledaños. Lamentablemente, su disposición original ha variado bastante, pues muchas calles y casas han desaparecido. El proyecto contemplaba la construcción de una sede propia para el Ayuntamiento, que fue erigido en la acera de enfrente de la de san Francisco. Estos son unos pocos apuntes históricos sobre nuestra emblemática plaza, cuyo recinto ha sido escenario de torneos y juegos de toros, ejecuciones, revueltas populares y espantosos autos de fe. En una última intervención fue sometida a un polémico “lavado de cara”, con la buena intención de recuperar su estado original, a base de pintar las fachadas de un tono rojo “almagre”.
Platerías En Valladolid hubo cinco cofradías penitenciales con iglesia propia, cifra que hoy día se ha reducido a tres. Fue notable la influencia que estos templos tuvieron en su entorno, llegando incluso a dar nombre a la calle donde se encuentran. Los nazarenos tienen su iglesia en la calle de Jesús. La cofradía de las Angustias levantó su bello templo en la calle de su mismo nombre, llamándose también un tiempo “de las angustias viejas” la calle donde tuvieron su anterior oratorio, hoy Torrecilla. La penitencial de la Piedad también bautizó la calle donde tuvo su iglesia, aunque hoy día ya no existe ni la denominación de la calle ni la iglesia. La cofradía de la Pasión no fue una excepción y también tiene el mismo nombre su templo y la calle que lo alberga, aunque la hermandad ya no tiene la propiedad del edificio. La única excepción es la iglesia de la cofradía de la Vera Cruz, que no pudo dar nombre a su calle por la sencilla razón de que ya tenía adjudicado uno por su condición de calle gremial. Pero hagamos una pequeña reseña de esta penitencial, pues no sólo influyó en esta calle, sino en algún otro punto de la ciudad. La Vera Cruz nació, como quizá las Angustias y la Pasión, en el seno de la orden franciscana. Tuvo gran vinculación con el desaparecido monasterio de
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Zona de la Plaza Mayor san Francisco, y celebró los cultos en él hasta la construcción de su primer oratorio. Fue la primera penitencial que se fundó, pues ya existía en 1498. Tras celebrar cabildo, decidieron solicitar de la ciudad unos terrenos en el “testero de la Costanilla”, para construir su templo con todas las dependencias necesarias3. Costanilla era toda calle que estuviera en rampa, como hoy diríamos “cuestecilla”, y la calle que luego sería de la Platería era conocida entonces por este nombre. Aquí levantaron la iglesia, coincidiendo con el espacio que ocupó una de las puertas de primera muralla de Valladolid que allí se alzaba. Dicha puerta de la muralla se llamó en tiempos antiguos “del Azoguejo”. Azogue es una palabra de origen árabe que significa mercado. Es cierto que en la pequeña plazoletilla que formaba la muralla con las casas de enfrente a la altura de esta puerta, se formaba un mercadillo de pescados y carnes. Las apreturas de espacio que tenía la Vera Cruz para armar sus pasos determinaron la demolición del cuerpo de la iglesia en 1665. Cumpliendo una pragmática de los Reyes Católicos, se ordenó a la cofradía que los locales creados a raíz de esta ampliación, habrían de ser alquilados a plateros o tiradores de oro y a ningún otro oficio. Los plateros se instalaron en la calle y de ahí su nombre. La iglesia alberga muchas de las joyas de nuestra imaginería procesional, algunas de ellas con una historia curiosa o una leyenda. La Virgen de la Vera Cruz rivaliza con la de las Angustias en fama y belleza. La talla fue realizada para el paso del Descendimiento por Gregorio Fernández, entre junio de 1623 y los primeros meses de 1624. Fue separada del paso en 1756, pues debió de producirse una petición popular a la cofradía para que recibiese culto de forma aislada. En 1757, la Virgen desfiló sola por primera vez, cerrando la procesión, y en el mismo año se colocó una copia en el Descendimiento. La imagen ha sido restaurada íntegramente eliminando repintes y consolidando su estructura. Para estas labores se desmontaron varias partes, entre ellas el brazo derecho, donde se encontró con sorpresa una hoja de periódico de los años de la guerra de Cuba, en la que un cofrade que a ella partía se encomendaba a la Virgen. Este curioso hallazgo se conserva expuesto en las dependencias de la cofradía. Pero sigamos con el Descendimiento4. Gregorio Fernández intentó lograr una paso magnífico, como demuestra el documento que se otorga en 16 de junio de 1623, en el que afirma «…que daré hecho y acabado en toda perfezion», y continúa imponiendo la condición de que se le habría de pagar una cantidad adicional «…que Francisco Diez platero de oro desta ziudad dijeren que valen más cada una, que cada una de las figuras del paso que hize para la dicha cofradía del Azotamiento.» Si de esta manera, comprometiéndose a mejorar la calidad artística con respecto al paso del Azotamiento que labró años atrás, esperaba el maestro ganar
3 Juan AGAPITO Y REVILLA. Las calles de Valladolid. Pág. 336. 4 J. José MARTÍN GONZÁLEZ. El escultor Gregorio Fernández. Pág. 213.
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Con este montaje de dibujo y fotografía se recrea el momento en que el Descendimiento atrapó al costalero en la puerta de la Vera Cruz, con lo que quizá se ganó el sobrenombre de “Reventón”.
un dinerillo extra, se equivocó totalmente. En abril de 1661, veinticinco años después de morir Fernández, su viuda María Pérez declaraba en testamento que la cofradía aún le debía « …mill ducados poco mas o menos» de la hechura del paso, quejándose de las malas intenciones de sus deudores. Seis años más tarde, en 1667, su hija Damiana todavía trataba de cobrar a la Vera Cruz. El tamaño del Descendimiento, de los más grandes de cuantos pasos desfilan, motiva que se le tenga armado en la iglesia de la Vera Cruz en una capilla especial. Esto fue lo que le salvó de terminar en el Museo cuando se produjo la requisa de la Academia de Artes de Valladolid, que en 1828 incautó cuantas piezas sueltas de pasos halló en las penitenciales. Hay crónicas que hablan de 60 hombres para moverlo, pero son pocos para un recorrido largo. Quizá a causa del excesivo peso ocurrió una desgracia que relata Ventura Pérez en su “Diario de Valladolid”, comentando la Semana Santa de 1741: «…el jueves santo al meter el paso grande de la Cruz en su casa, cogieron debajo de él a un hombre, y por aprisa que levantaron el paso le sacaron casi reventado y le llevaron al hospital general.»
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Zona de la Plaza Mayor Puede ser que a causa de este incidente la gente empezara a conocerle como “el Reventón”, o tal vez sea porque los costaleros que lo llevaban acababan reventados. El caso es que el apodo aún se usa. No fue este hombre el único que murió en la puerta de la iglesia de la Cruz, pues se conserva una macabra crónica del historiador Canesi que dice que unos años antes, en 1674, «…estando Agustín de Valdivieso arrodillado en el umbral de la puerta de este templo, encomendándose al Cristo de la Cruz, llegó uno y le penetró la cabeza con una daga dejándosela clavada en ella, sin que se pudiese mover de aquel sitio…» El Cristo atado a la Columna5, otra de las maravillas de la iglesia, perteneció a un paso del Azotamiento que tuvo la cofradía y que se desmontó cuando la Academia requisó muchas tallas de pasos debido a su mal estado. Se tallaría antes de 1619, pues en este año la Vera Cruz solicitó al Papa ciertas prebendas para la «insignia y Eccehomo de la columna que la dicha cofradía tiene en su altar de su iglesia.» Siempre ha sido motivo de singular veneración, pues la gran belleza de la imagen atrae las miradas. La gente le dedicó una leyenda que recogió el historiador Sangrador Vítores en su “Historia de Valladolid”. En ella se dice que estando Gregorio Fernández contemplando la talla recién terminada, el Cristo se volvió y preguntó al maestro: “¿Dónde me miraste que tan bien me retrataste?”. A lo que Fernández respondió: “Señor, en mi corazón”. El desnudo es primoroso, recreándose el autor en arrugas y venas. Trasmite una dulzura y resignación conmovedoras. Sus tristes ojos castaños atrapan la atención e imponen silencio. En todos los tiempos, la llaga de la espalda ha sido objeto de especial culto. Fernández dejó escrito que la había hecho mezclando corcho y sangre cuajada.
Jesús atado a la Columna, de Gregorio Fernández.
El Ochavo Frente a la puerta de la iglesia de la Vera Cruz se forma un pequeño espacio a modo de placita. Si levantamos la vista, podremos ver en el ángulo de la casa que hace esquina con la calle Rúa Oscura una gran argolla de hierro fijada a la pared, que hace juego con otra que está situada en la plaza del Ochavo, en la casa que hace esquina con Platerías. De la argolla del Ochavo cuenta la leyenda que estuvo colgada la cabeza de Álvaro de Luna, famoso valido del rey Juan II que, víctima de las conspiraciones de sus enemigos políticos, fue condenado y ajusticiado en Valladolid. Nada más falso que esta suposición, pues las dos argollas, la única función que desempeñaron en tiempos antiguos, fue la de sostener las colgaduras que a modo de toldos se colocaban durante la procesión del Corpus. Además, en la época en que se construyeron estas casas, Álvaro de Luna llevaba muerto más de un siglo.
5 J. José MARTÍN GONZÁLEZ. El escultor Gregorio Fernández. Pág. 169.
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Plaza del Ochavo. Señalada en azul, la casa donde una placa señala el lugar de nacimiento de san Pedro Regalado. Junto a la primera columna de la derecha (en el recuadro), cuelga la argolla donde la leyenda dice que se colocó la cabeza de don Álvaro de Luna.
Argolla ubicada en la confluencia de las calles de Rúa Oscura y Macías Picavea, la única casa de la zona que resistió el incendio y su reconstrucción. Se considera que es el edificio civil más antiguo de la ciudad, construido a finales del siglo XIV.
En el edificio que existió donde hoy se alza la casa de la esquina opuesta a la de la argolla del Ochavo, nació san Pedro Regalado, patrón de la ciudad y de los toreros. En sus bajos se encuentra un mesón cuyos comedores son antiquísimas estancias subterráneas. Según cuenta Agapito y Revilla en sus “Calles de Valladolid”, la cervantina plaza del Ochavo fue llamada así por haberse colocado en ella una fuente del famoso viaje de Argales cuyo pilón era ochavado, o sea de ocho lados, decidiendo el Regimiento reconstruir las casas de la plaza coincidiendo con la forma de aquella desaparecida fuente. Según Antolínez, el agua de Argales se la debió Valladolid al convento de san Benito, que era su propietario y cedió su uso público a cambio del mantenimiento de la red de traída. Debió de ser agua de gran calidad, pues un refrán de la época que se refiere a las maravillas de la ciudad, termina citando “los dos portales y el agua de Argales”. (Los dos portales son las fachadas de san Gregorio y san Pablo.) Por cierto que hay una curiosa anécdota recogida por Ventura Pérez. Ocurrió que, como era costumbre durante las procesiones, en una dedicada a san Félix de Cantalicio las comunidades religiosas levantaron cada una su altar en el recorrido de la comitiva. En el Ochavo, los descalzos hicieron uno que se salía de lo normal, pues era todo a base de estanterías llenas de tiestos y pequeñas tallas. Debió de ser la comidilla de la gente, y los frailes habrían oído comentarios y estarían algo dolidos. El caso es que se acercó un jesuita al altar y «comenzó a examinarlo con sus anteojos, y notando la simetría de los tiestos y niños y San Juanicos, respondió a la pregunta que le hicieron de lo que le parecía, y dijo: muy buena botica esta;»
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Zona de la Plaza Mayor (o sea, que con tanto bote, le parecía la estantería de una farmacia ) «a lo que respondió muy pronto un descalzo: pues si está buena la botica, púrguese aquí y a cagar a su altar…» Amén. El clero en tiempos antiguos podía llegar a ser así de agresivo. Ya nos cuenta Pinheiro, testigo presencial en aquel siglo XVII, de los suaves sermones de aquellos predicadores de modos dulces y beatíficas palabras: «Viendo (el predicador) una vieja que tiraba del manto a otra, tomó tanta rabia que, quitándose el bonete, se le arrojó, gritando: “Puta vieja, raída, quítate delante, sino juro a Dios, cara de mona, que te tire (arranque) el pellejo”; e hizo tanta fuerza que cayó del púlpito, y la agarró de las greñas, que aún está gimiendo por ellas…» Otro seráfico franciscano durante un sermón «…viendo que una pobre moza (prostituta) se enternecía, y que un rufián estaba torciendo los bigotes y amenazándola, comenzó a gritar: “Puto ladrón, quítate delante; dejadme dar con el infante en el infierno, qui ponit obicem Spirutui Sancto. Y tomó la calavera, y se la tiró, con la cruz, a la cabeza…» ¡Santos varones!
Iglesia y calle de Jesús Los nazarenos, como otras penitenciales, nacieron bajo el amparo de una orden monástica, siendo en este caso la de san Agustín. En su Regla se contemplaban ciertos acuerdos que la vinculaban con la Orden, como la obligación de administrar las correas o “cintas” de san Agustín, detalle que determinó que el primer nombre de la cofradía fuese “cofradía de la Cinta de Nuestro Padre san Agustín, san Nicolás de Tolentino y Nuestro Padre Jesús Nazareno”, al que se le añadieron más tarde las advocaciones de “santa Mónica” y en 1616 la de “Nuestra Señora de la Consolación de Bolonia”. Tras romper su dependencia con la comunidad de san Agustín en 1651, la cofradía dedicó sus esfuerzos a los trámites necesarios para la construcción de su propio templo. En 1663, se realizaron los primeros trabajos de limpieza y vallado de un solar recién adquirido por la cofradía en la zona de la Rinconada para levantar su iglesia. Este lugar es citado por Canesi como un sitio «que servía para la esgrima de un juego de armas» Por fin, la cofradía se trasladó a su flamante templo en 1676. Los nazarenos siguieron existiendo dignamente pese a las penalidades, acosados como todas las cofradías por las prohibiciones y exigencias de los poderes públicos.
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La iglesia de Jesús, a “tiralíneas” con la calle.
En el año 1880 tuvieron que hacer frente a otra adversidad; en esta fecha se comenzaron los trabajos para la construcción del mercado del Val, y en el proyecto se contemplaba la urbanización de la zona, que incluía mejorar el acceso hacia la Plaza Mayor a base de alinear y ensanchar varias calles. La iglesia de Jesús se encontraba en el camino de la piqueta y el arquitecto municipal Ruiz Sierra, quizá llevado por el entusiasmo del proyecto, declaró que el templo estaba “en el último periodo de su probable duración”, proponiendo su derribo a cambio de una indemnización de 108.000 pesetas. Afortunadamente, otro arquitecto, José Benedicto y Lombía, presentó otro proyecto en el que sólo se derribaría parte del templo, la correspondiente a 6,70 metros lineales que sobresalían de la casa del capellán, construyéndose una nueva fachada en línea con la nueva calle. Se hicieron las cosas de esta manera, indemnizándose a la cofradía con 18.500 pesetas por el trozo de iglesia. Paradójicamente, fue Ruiz Sierra, el que había propuesto su derribo, el encargado de levantar la nueva fachada de ladrillo que hoy se puede contemplar. También tuvieron los nazarenos sus relaciones con el convento de san Francisco, destacando su participación en una procesión que realizaban los frailes desde finales del siglo XVII, posiblemente al comenzar la Cuaresma. Acudían con todo su aparato, incluyendo la imagen del Nazareno, y eran acompañados por multitud de religiosos y niños vestidos de ángeles, que según las crónicas «llevaban muchas demostraciones de lo que somos, como calaveras, huesos y estatua entera (una “estatua entera” era una imagen de la muerte).»
Calle e iglesia de la Pasión
6 Juan AGAPITO Y REVILLA. Las calles de Valladolid. Pág. 328
La iglesia de la Pasión6 da nombre a la calle donde se encuentra, que une la Plaza Mayor con la de santa Ana. El pasadizo que se abre a la izquierda del templo es conocido por “calle de la Caridad”, en recuerdo de la cofradía de Paz y Caridad que formaba parte de la antigua penitencial. Tuvo la Pasión, al igual que la Vera Cruz, una ermita o humilladero situado fuera de la ciudad, pasando el puente Mayor. La iglesia de la Pasión se construyó sobre 1579 y hay noticia de que fue inaugurada por el último abad de Valladolid, el cardenal Alonso de Mendoza, el 18 de marzo de 1581. Su forma actual procede de la sexta década del siglo XVII, tiempo en que la hermandad estuvo formada por una buena cantidad de artistas; sin duda el espíritu innovador que siempre tiene la gente de esta profesión, movió a realizar las reformas que cambiaron su aspecto. Todo ello se hizo en el nuevo estilo barroco ornamental y como anécdota hay que decir que uno de los más entusiastas de la remodelación fue Gregorio Rodríguez Gavilán, nieto del escultor Gregorio Fernández, que pagó de su bolsillo buena parte de la obra. La iglesia fue declarada en ruina en los años veinte del siglo pasado y a punto estuvo de ser derribada de no ser por la intervención de Bellas Artes y el
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Zona de la Plaza Mayor Ayuntamiento. En 1968 pasó a ser utilizada como una sección del Museo de Escultura donde se exponían sus fondos pictóricos. Fue museo de pintura hasta la pasada década, y hoy está convertida en una moderna sala de exposiciones. El principal fin de la cofradía de la Pasión era el estricto cumplimiento de su Regla, la cual obligaba bajo juramento a recoger a cuantos falleciesen por una fatalidad en el término de Valladolid, ya sea en los caminos o ahogados en el río, así como ayudar a los condenados a muerte, confortándoles física y espiritualmente. La noche antes de que un reo fuese ejecutado, comenzaban a turnarse los cofrades por parejas para asistirle. Mientras tanto, otros trece hermanos recorrían la ciudad tocando unas campanillas “de muy triste sonido”, y con la frase “hagan bien para hacer bien por el ánima de este hombre que sacan a justiciar”, recaudaban las limosnas que el pueblo les ofrecía. El dinero era entregado a un notario quien lo repartía entre los familiares del ajusticiado, si eran pobres, o destinado a sufragar los gastos que originaban las misas en sufragio de su alma. Según Canesi, en la víspera de la ejecución la cofradía hacía una procesión con un crucifijo hasta llegar a la cárcel, donde el preso era investido con la túnica negra de la penitencial y recibido como cofrade. Los alcaldes en persona le atendían y regalaban en todo cuanto le apeteciera. Se servía al reo su última comida en platos y cubiertos de plata, y antes de morir, se le cubría con un manto negro perteneciente a la imagen de la Virgen de Paz y Caridad. Después de ajusticiado le bajaban de la horca y esa noche le hacían un solemne funeral. Canesi escribió que después le enterraban en el coro de la iglesia de Santiago, aunque quizá también lo hicieran en el pequeño cementerio que este templo poseía frente a su puerta principal. Este lugar de enterramiento dio nombre a la calle, llamándose “de la Tumba” y hoy conocida como “Héroes del Alcázar”. Canesi dice que se inhumaban en la iglesia de Santiago porque las ejecuciones se efectuaban en su jurisdicción parroquial. Si el delito era tal que el reo era condenado a ser descuartizado y esparcidos sus restos por los caminos, el día conocido por “Domingo de Lázaro”, el quinto de Cuaresma, salían por la noche los diputados “en preciosos caballos” y tomaban los huesos del infeliz o infelices que previamente habían recogido y depositado en su humilladero. A continuación los llevaban «dos machos en una litera cubierta con balleta negra.» Finalmente, tras celebrar varios actos, la comitiva llegaba al convento de san Francisco, donde los enterraban en una capilla propiedad de la cofradía o en algunas tumbas que para tal fin existían. También tenía la Pasión el poder de liberar a un preso, facultad que heredó de la Compañía de san Juan Bautista Degollado, hermandad de Roma que tenía ese privilegio recibido del papa Julio III. Nos ha quedado una relación escrita por el diarista Francisco Gallardo de la asistencia que llevaba a cabo la cofradía a los reos de muerte, en la crónica que se hizo de la ejecución de dos ladrones condenados por la Junta Criminal francesa el año 1811, durante de la ocupación napoleónica. Dice así:
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«No se permitió que asistiese la cofradía de la Pasión, como era de costumbre, a darles la cena, y túnicas, ni que se pidiese por las calles para sufragios, ni tampoco que acompañase por las mismas al suplicio, ni a recoger los cadáveres para darles sepultura, pues sólo lo hizo el verdugo en un carro al campo del Hospital General, sin sacerdote alguno.» La verdad es que aquellos años tumultuosos no se prestaban a ceremonias, e incluso con el verdugo hubo problemas. En el diario de Francisco Gallardo se puede leer:
Balcón de la iglesia de la Pasión, típico de las iglesias penitenciales.
«…por no haber verdugo, se intentó hiciese de tal cualquiera de los reos de gravedad que hubiese en las cárceles; se estuvo con algunos ofreciéndoles perdón y libertad, y ninguno quiso condescender; se intentó lo mismo con algunos pregoneros y también se excusaron, hasta que siendo ya las 12 de dicho día 5 se ofreció un francés por 40 pesetas, un pantalón de lienzo y una chaqueta; Subió a la horca, pero no sabía ahorcar; dio una muerte al reo muy inhumana.» Las crónicas de estos siglos pasados están llenas de referencias a curiosas aplicaciones públicas de la ley como ésta. Citaremos algunas que, de no ser por su contenido trágico, podrían resultar cómicas. Por ejemplo, el castigo a dos mujeres por alcahuetas, que comenzó por llevarlas a un tablado en la plaza precedidas por música y pífanos; una vez sentadas en sendos bancos, el verdugo empezó el tratamiento: «…las ató los pies, las despojó de la ropa el medio cuerpo arriba, y una después de otra las untó muy bien de miel el medio cuerpo, en seguida las cubrió de pluma, con lo cual y estar peladas la cabeza y cejas a navaja, formaban unas figuras de la mayor irrisón; permanecieron así en dicho tabladillo como un cuarto de hora poco más. Fue innumerable el concurso de gentes por las calles y en la plaza para ver semejantes espectáculos…» Otra joya de lo macabro encontramos en el panegírico que se hace del nuevo verdugo que vino a nuestra ciudad, nada menos que de opositor desde Zaragoza, y que manifestó “destreza y disposición en el arte”: «…y se creyó muy bien que desempeñó cual otro su puesto, porque el reo, metiendo los pies entre un banzo de la escalera de la horca, se vió muy apurado para voltearle sin embargo de los dos o tres empujes que hizo con él, y además dicho verdugo sufrió una mordiscada del reo en una pierna…» Pero aun siendo verdugos no dejaron nunca de ser funcionarios, y alguno propenso a “hacer el egipcio”, como cuenta Pinheiro: «a los que hurtan, luego aquel día los llevan a la Plaza y los clavan la mano por la carne de entre el pulgar, y así están mucho tiempo; aunque si dan doscientos reales al aguacil, mete el clavo sin tocar en la carne y untan de sangre, como yo lo vi hacer…»
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Santa Ana La plaza de santa Ana es una de las más bonitas de la ciudad por sus edificios y su sereno ambiente. La familia Boniseni tuvo en ella un enorme palacio que, según Pinheiro, tenía nada menos que 390 habitaciones. Pero el edificio más importante de la plaza es el que le da nombre: el monasterio de santa Ana7. Procede del fundado en 1281 por los condes de Carrión en la localidad palentina de Perales, del que varias de sus monjas se trasladaron a Valladolid en 1594. La condesa de Carrión, doña Catalina, era hija de los reyes don Alfonso y doña Sancha, por lo que la comunidad ha sido siempre considerada como de fundación Real, y a ese carácter aludieron para conseguir en 1779 que el monarca Carlos III se hiciese cargo de la reconstrucción del entonces ruinoso edificio. De estas obras se encargaría el arquitecto real, Francisco Sabatini. El monasterio cuenta con numerosas obras de arte repartidas entre su interesante museo y su iglesia, que posee varias pinturas de Goya. La plaza de santa Ana fue lugar muy frecuentado por las gentes que antiguamente se dirigían al corral de comedias que existió en la vecina plaza de Martí y Monsó, y también servía de tránsito a la iglesia de san Lorenzo, pues ésta queda justo al lado del monasterio. En este templo se venera a la Virgen de san Lorenzo, patrona de la ciudad, conocida de antiguo como Virgen de los Aguadores, pues se encontraba en una hornacina sobre la puerta de los Aguadores de las primitivas murallas. Esta imagen fue muy querida por el merino y regidor Pedro Niño, quien hizo construir la iglesia sobre la antigua ermita existente. Por cierto que don Pedro fue un apasionado partidario del emperador don Carlos durante la guerra de las Comunidades, lo que le valió el odio del pueblo. Por esta causa, un grupo de chavales aprovechando las revueltas le quemó sus casas. Una vez que se pacificaron las cosas, don Pedro creyó lícito reclamar del emperador la pérdida de sus posesiones, y cuando éste le preguntó que quién le había causado tal daño, don Pedro respondió: “Los muchachos”. Carlos I le contestó con sorna: “¿Acaso soy yo Herodes?”. Y nuestro regidor quedó en ridículo. Hay una crónica de estos sucesos que escribió Canesi: «…y el pueblo al punto se puso en armas, y corriendo por todas las calles como fuera de sí …fueron a las casas de Pedro Portillo al anochecer, que era procurador mayor de Valladolid …con intento de que determinase algunas cosas pertenecientes al gobierno de esta ciudad; pero Portillo no los respondió tan bien como ellos esperaban porque les llamó alborotadores y ladrones, con que maltratados así y con la perversa y fea intención que llevaban se enojaron tanto que le rompieron las puertas y ventanas y entraron en la casa; y en tal peligro hizo bastante él en librarse de sus manos y como no le pudieron coger le robaron el aparador de plata y saquearon la casa y tienda que tenía de riquísimos paños y sedas, que era mercader, y delante de su puerta quemaron muchas piezas de brocados, sedas, paños, tapicerías, mantas, armiños y otras cosas de gran valor, hasta las gallinas y otras menudencias, y todo lo arrojaron al fuego o se lo llevaron hurtado; y sobre esto se acuchillaban con otros; y después rieron mucho, porque arro-
Apunte tomado en el Museo de Escultura del “sayón de la trompeta” del grupo “Camino del Calvario”, uno de los muchos pasos que tuvo la penitencial de la Pasión.
7 J. José MARTÍN GONZÁLEZ Y Fco. Javier de la PLAZA SANTIAGO. Catálogo monumental de la provincia de Valladolid. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte segunda. Pág. 7.
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jando un papagayo en las llamas, dijo hasta que se abrasó: judío que me quemo, judío que me quemo; y se apreció el daño en más de tres cientos de maravedís; y no saciados con esto, comenzaron a demoler la casa, que estaba donde ahora el Ochavo, y unos muchachos que seguían a sus padres pegaron fuego a la solana, donde había leña y manojos …de allí partieron a las de Alfonso Niño de Castro, merino mayor de Valladolid, y le buscaron para matarle, y no encontrándole, derrocaron el pasadizo de sus casas, que es el que hoy se ve reedificado junto a la iglesia de la Pasión.»
M.ª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO. Patimonio perdido: conventos desaparecidos de Valladolid. Pág. 529. 8
En san Lorenzo también existió otra imagen de la virgen, llamada “de la Cabeza” y también “del Pozo” por causa de varias leyendas, aunque con algunas variantes. La primera es espejo fiel de muchas otras tradiciones que aprovechan la postura poco usual de una virgen o un cristo para asignarle un cuento. En fin: cuenta que hubo cierta virtuosa doncella que, rondada por un joven mancebo, terminó enamorándose. La joven cedió a los ímpetus del mozo, no sin antes hacerle prometer ante esta sagrada imagen que se casaría con ella. El caso es que los ardores del galán se enfriaron bastante ante la perspectiva del yugo matrimonial, y debió de plantearse tomar las de Villadiego. La ya deshonrada moza le abordó hasta que éste confesó sus intenciones. Viendo que iba ha hacer el ridículo, la débil e indefensa moza escarmentó y, ni corta ni perezosa, llevó a las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad y a su vil novio a la capilla de la Virgen. A la pregunta de que si ante aquella sagrada imagen había dado promesa de matrimonio, el angustiado mozo negó sin dudar. Entonces la moza se dirigió a la Virgen y cuando le preguntó si era cierto que su galán juró ante ella, la Virgen inclinó la cabeza asintiendo. La segunda leyenda cuenta cómo el sacristán de la iglesia de san Lorenzo sospechaba que su hijo recién nacido no era suyo, sino de un padrino de su mujer. Durante la misa del Gallo de aquel año enloqueció de celos y arrojó a la criatura a un pozo que había en la iglesia. La madre, alertada del suceso, corrió hacia el brocal, en el que había una pintura de esta Virgen sobre el arco de hierro que sujetaba la polea. Allí suplicó a la Señora por la salvación de su hijo y en ese momento la Virgen de la pintura comenzó a sonreír, y las aguas se alzaron suavemente subiendo al niño hasta los brazos de su madre. Esta historia debió de tener más arraigo que la anterior, pues existió la costumbre de santiguar sobre el pozo a los niños enfermos el día de la fiesta de la Virgen, e incluso hubo una tabla en la iglesia con la lista de muchos niños que sanaron. Junto a la iglesia, del lado de la sacristía, se encontraba el edificio de la Casa de Moneda, importante “ceca” de las que en España se podían contar muy pocas, que fue levantada gracias a una especial merced concedida por Felipe II a la ciudad. El convento de la Santísima Trinidad8 se alzaba en la actual calle de María de Molina y era tan enorme que desde su portería, que salía a la plaza de santa Ana, se prolongaba hasta la actual calle de los Doctrinos. Fue sin duda uno de los más grandiosos de Valladolid, comparable en empaque y extensión a los de san Benito o san Pablo.
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Convento de la Santísima Trinidad: “aposento nuevo”.
Los trinitarios calzados tuvieron muy antigua fundación, debida según algunos a los reyes de Castilla sobre finales del siglo XIII. A finales del XV, la familia Zúñiga se hizo con su patronato que dotó con generosidad. La iglesia del monasterio era similar en tamaño y estilo a la de san Benito y contenía como ésta un gran retablo mayor renacentista; que si el de la primera fue obra de Alonso Berruguete, éste del templo trinitario fue obra de su hijo Inocencio. Contuvo también ricas obras de arte y suntuosos sepulcros de sus patronos y protectores. Todo fue pasto de las llamas durante la guerra de la Independencia y los franceses terminaron de arrasar la mayor parte de lo que el fuego respetó. Quizá es la pérdida más lamentable del enorme patrimonio destruido en nuestra ciudad. Fue célebre el espectáculo de la voladura de la espadaña de la iglesia por los franceses, torre admirada por todos los que llegaron a conocerla, según el diarista Francisco Gallardo, el 13 de febrero de 1811, casi a la vez que se demolía la portería de san Francisco: «Se derribó la torre espadaña de la iglesia que fue de trinitarios calzados. Era obra de mucho mérito por su bella arquitectura y firme construcción. Para derribarla se la dieron barrenos de fuego, y aun costó dificultad, y cuando cayó, fue entera sin desunirse piedra alguna.» Cualquier vestigio del convento, morada del insigne Simón de Rojas, desapareció incluso de la memoria histórica de la gente. Pocos saben que en el terreno que hoy ocupa la calle Veinte de Febrero existió una de las iglesias más soberbias que hubo en la ciudad, y que el cine “Roxy” y el teatro “Lope de Vega” ocupan parte del solar de aquel monasterio.
El convento según el plano de Ventura Seco. Remarcada, la situación de la portería.
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Reconstrucción de la fachada de la portería de la Trinidad Calzada, según el único dibujo que se conserva obra de Ventura Pérez. La parte inferior gótica sería casi toda respetada tras una remodelación que afectaría a la parte superior, efectuada quizá a finales del Barroco a juzgar del remate mixtilíneo y las cubiertas de pizarra que coronan la portada, puede que en unas obras realizadas en la “fábrica de portería y sacristía” documentadas en 1756. Las esculturas exentas colocadas en lo alto, también típicas de aquel periodo artístico, representaban al Ángel trinitario, y a los fundadores de la Orden: san Félix de Valois y san Juan de Mata, con sus atributos. A la derecha, un pequeño ciervo de piedra recordaba al que se apareció a aquellos santos para iluminarles en la fundación. El Ángel sostiene las cadenas de dos cautivos. La historia trinitaria dice que Jesús se apareció a los santos fundadores en compañía de dos cautivos, uno blanco y otro negro. El cautivo de la izquierda en el dibujo parece imberbe y de rasgos negroides, pero ante la duda se ha reconstruido el grupo con dos imágenes sin distinción de raza. Ante la falta de esculturas reales que se prestasen al tema, ha sido necesario a dibujarlas. También se han simulado en la fachada las huellas que dejaría al suprimirse el gablete que habría entre las agujas de la primitiva puerta gótica.
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Del conjunto del convento no se conserva dibujo alguno, pero gracias a la documentación recopilada por María Antonia Fernández del Hoyo ha sido posible hacer esta reconstrucción bastante aproximada. Ha sido labor minuciosa. Calculando la perspectiva desde la plaza de santa Ana (en la foto derecha, con su aspecto actual) y fiándonos del plano de Ventura Seco, podríamos tener esta vista del convento de los trinitarios si se hubiera conservado. Desde este punto no tendríamos mucho ángulo para ver la famosa espadaña de la iglesia, pero sí las torres del llamado “aposento nuevo” (dibujo página anterior). Lo que menos documentado está es la forma de la espadaña y de la cúpula. Para la primera se ha optado por un esquema clásico considerando la fecha de su construcción. Para la segunda se ha seguido el estilo de Matías Machuca, arquitecto que la diseñó, tan amigo de estípites y barroquismos. En cualquier caso, aun siendo lo más rigurosa posible con la (no poca) documentación, no deja de ser una reconstrucción ideal.
Bibliografía y situación
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Plano de situación de algunos de los edificios citados en este libro. En color morado, las construcciones desaparecidas más importantes. Los números en azul indican los monumentos que son a su vez sede de alguna de las cofradías de Semana Santa. En rojo, monumentos conservados.
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Situación 1. Iglesia de san Pedro Apóstol a. Casa del Estudiante (antigua Maqbara) b. Convento de santa Clara 2. Iglesia del monasterio del Corpus Christi c. Palacio de los Boniseni (desaparecido) d. Convento de las Huelgas Reales 3. Iglesia del convento de santa Isabel 4. Iglesia del monasterio de Porta Coeli e. Iglesia del Salvador f. Iglesia de san Felipe Neri 5. Iglesia de la Vera Cruz g. Antiguo colegio de san Ambrosio, hoy Santuario Nacional h. Iglesia de san Esteban (desaparecida) i. Iglesia de san Antonio Abad, vulgo “san Antón” (desaparecida) j. Plaza del Ochavo 6. Iglesia de Jesús k. Iglesia de san Agustín l. Convento de san Francisco (desaparecido) 7. Iglesia de san Andrés 8. Iglesia de san Quirce y santa Julita m. Palacio de los Vivero, Chancillería y cárcel X. Arco mudéjar de la desaparecida cerca defensiva del palacio de María de Molina n. Iglesia de la Magdalena o. Iglesia de la Pasión p. Humilladero (desaparecido) q. Palacio de los Benavente r. Actual iglesia de san Nicolás, antiguo templo del convento de la Trinidad s. Antigua iglesia de san Nicolás (desaparecida) t. Plaza de los Ciegos 9. Iglesia Nuestra Señora del Carmen 10. Iglesia de Santiago 11. Colegio de Santa Cruz u. Universidad v. Catedral metropolitana - Museo Diocesano v’. Ruinas de la antigua Colegiata 12. Iglesia de la Antigua w. Convento de santa Catalina x. Hospital de Esgueva (desaparecido) h. Iglesia de san Esteban (desaparecida) 13. Iglesia de san Miguel y. Palacio de los marqueses de Valverde z. Palacio de Fabio Nelli. Museo de Valladolid A. Convento de la Concepción B. Antiguo Coso Z. Primitiva iglesia de san Miguel (desaparecida) 14. Iglesia de san Martín D. Monasterio de la Merced Calzada (desaparecido) E. Iglesia de la Piedad (desaparecida) i. Iglesia de san Antonio Abad (desaparecida) F. Humilladero (desaparecido) G. Casa de Mantilla, que ocupa el solar del hospital de la Resurrección (desaparecido) Y. Casa de Cervantes
16. Iglesia de san Antonio H. Convento de san Diego (desaparecido) l. Convento de san Francisco (desaparecido) J. Antiguo Palacio Real, hoy Capitanía General K. Puerta del Carmen (desaparecida) L. Antiguo hospital militar, que ocupa el solar del convento del Carmen Calzado (desaparecido) M. Casas taller de Gregorio Fernández y Juan de Juni 17. Monasterio de san Joaquín y santa Ana N. Círculo de Recreo P. Iglesia de san Lorenzo Q. Antiguo corral de Comedias (desaparecido) 18. Monasterio de san Benito R. Casa de Alonso Berruguete S. Probable ubicación de la casa del Doctor Cazalla (desaparecida) 19. Iglesia de las Angustias T. Teatro Calderón, que se levanta sobre el solar del palacio del Almirante (desaparecido) V. Palacio de los Pimentel, actual Diputación Provincial W. Convento de san Pablo W’. Colegio de san Gregorio, que con el Palacio de Villena forma W’’. El Museo Nacional de Escultura
1a. Convento de los Santos Mártires (desaparecido) 1b. Convento de san Bartolomé (desaparecido) 1c. Monasterio del Prado 1d. Palacio de la Ribera y Huerta del Rey (desaparecidos) 1e. Monasterio de Belén (desaparecido) 1f. San Gabriel (desaparecido) 1g. San Julián (desaparecido) 1h. Rótulo de Cazalla (desaparecido) 1i. Convento de la Aprobación (desaparecido) 1j. La Inquisición. (desaparecido) 1k. San Blas. (desaparecido). 1l. Las Carnicerías. (desaparecido) 1m. Casa de Orates (desaparecido) 1n. Casa del Cordón (desaparecida) 1o. Monasterio de la Encarnación (desaparecido) 1p. Monasterio de la Trinidad Calzada (desaparecido) 1q. Monasterio de san Juan de Dios (desaparecido) 1r. Monasterio de Premostratenses (desaparecido) 1s. Convento de san Felipe de la Penitencia (desaparecido) 1t. Arco de Santiago (desaparecido) 1u. Monasterio de Recoletos Agustinos (desaparecido) 1v. Convento de Jesús y María. (desaparecido). 1w. Convento del Corpus Cristi (desaparecido) 1x. Monasterio san José de padres capuchinos (desaparecido) 1y. Convento de Nuestra Señora de la Laura (desaparecido) 1z. Monasterio de la Merced Descalza (desaparecido) 2a. Las niñas huérfanas (desaparecido) 2b. Puerta del Puente Mayor (desaparecida)
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Aquí acaba este intento de condensar en unas páginas los rincones desaparecidos de Valladolid. Pero como más serviría este libro es complementándolo en la calle, saboreando la ciudad y paseándola sin prisas, parándose a mirar esas venerables fachadas, que muchos saben que están ahí pero nada más. No nos dé vergüenza conocer nuestro patrimonio, pues lo vergonzoso es visitar los museos que están donde vamos de veraneo y no conocer los de aquí. Gracias a todos los que me habéis ayudado a finalizar esta empresa, en especial a María Antonia Fernández del Hoyo, profesora de la Universidad de Valladolid y prestigiosa investigadora. Sin su trabajo de años, este libro no hubiera sido el mismo. Gracias a Fernando Nieto Pinto, “Tito”, por creer en mi proyecto y a Paz Altés por su amabilidad. Gracias a mi compañero Félix García Arroyo por ayudarme a “cazar” elementos para las reconstrucciones, labor pesada y en extremo desesperante. Y desde luego, gracias a usted también por haber escogido este libro. Vuelvo aquí a pedirle benevolencia hacia esta “opera prima”, pues quien la ha escrito no es más que un simple trabajador, con aficiones quizá demasiado elevadas para sus posibilidades. Si es usted forastero y le ha servido mi libro, espero que haya disfrutado de él y de su estancia aquí. Regrese cuando quiera, que ésta es ya su ciudad, y traiga consigo a quien esté interesado en ver nuestros “santos de palo” y nuestros viejos rincones. Si decidiese usted algún día releer estas páginas, me sentiría muy honrado y daría mi labor por buena. Por si así fuera… ¡hasta entonces! Como escribió Pinheiro, «mi historia acabada, mi boca llena de mermelada». Juan Carlos Urueña Paredes
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Índice PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 ZONA DE LOS PALACIOS REALES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Calle de san Quirce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 San Agustín, santa Catalina y santa Isabel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 El primer palacio real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 San Pablo, una plaza de reyes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
ZONA DE SANTIAGO, ZORRILLA Y CAMPO GRANDE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Calle de Santiago . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Plaza de Zorrilla y Campo Grande . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44 Paseo de Zorrilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
ZONA DEL PRADO DE LA MAGDALENA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Del lado de la Magdalena y las Huelgas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 Al otro lado del Prado: las Descalzas, Chancillería, san Pedro y santa Clara . . . . . . . . . . 66
ZONA DE LA CATEDRAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 Catedral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 Santa Cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80 Universidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82 La Colegiata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 Las Angustias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 San Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
ZONA DE LA PLAZA DE ESPAÑA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 Plaza de España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Calle de Teresa Gil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98 Calle de Miguel Íscar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102 Calle de la Mantería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Calle del Duque de la Victoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Calle de Panaderos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
ZONA DE LA CALLE DEL SANTUARIO Y SAN JUAN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 Calles del Santuario, Fray Luis de León y López Gómez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107 Calle de la Merced y san Juan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
ZONA DE SAN MIGUEL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 San Miguel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
ZONA DE LA PLAZA MAYOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133 Plaza Mayor y Fuente Dorada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135 Platerías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140 El Ochavo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 Calle e iglesia de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145 Calle e iglesia de la Pasión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146 Santa Ana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
BIBLIOGRAFÍA Y SITUACIÓN DE LOS EDIFICIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
166
Rincones con fantasma
Índice de las ilustraciones correspondientes a los principales monumentos recreados En vez de colocarlos por categorías (parroquias, conventos...), he preferido ordenarles por sus nombres más coloquiales y alfabéticamente. • Agustinos Recoletos (iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56 • Capuchinos (convento) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52 • Carnicerías (edificio y puente) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78 • Casa de Orates (fachada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 • Casa del Cordón (fachada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117 • Concepción (portada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 • Hospital de la Caridad (fachada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126 • Jesús y María (portada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54 • La Piedad (Iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113 • Merced Calzada (convento) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110 • Merced Descalza (iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115 • ”Mostenses” o Premostratenses (iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 • Nuestra Señora del Val (iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30 • Palacio del Almirante (fachada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88 • Palacio de Távara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34 • Puerta del Campo o “Arco de Santiago” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 • Puerta del Carmen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58 • Puerta del Puente Mayor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 • Rótulo de Cazalla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28 • San Ambrosio (colegio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108 • San Benito (cuerpo superior de la portada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 • San Blas (portada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130 • San Diego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128 • San Esteban (hospital de D. Pedro Miago) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112 • San Francisco (portería) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136 • San Gabriel (portada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 • San Ignacio (colegio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 • San José de Mercedarios (monasterio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 • San Juan de Dios (convento) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 • San Nicolás (iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 • San Miguel (iglesia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124 • San Pablo (la iglesia en varias épocas y plaza) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 • Santa Cruz (aspecto original de la fachada) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 • Santos Mártires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 • Torre de la Catedral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74 • Torre del palacio de Benavente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 • Trinitarios Calzados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152 • Universidad (portada de la Calle Librería) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Rincones con fantasma
Un paseo por el Valladolid desaparecido
Juan Carlos Urueña Paredes
Rincones con fantasma Un paseo por el Valladolid desaparecido