Este documento es un extracto de la obra
Emi y Max
Los lemmings locos Gemma Lienas
ilustraciones: Javier Carbajo
La Galera
www.gemmalienas.com
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LOS LEMMINGS LOCOS Gemma Lienas
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Primera edición: febrero de 2008 Diseño de la colección: Elisabeth Tort Ilustraciones: Javier Carbajo Edición: Laia Tresserra Coordinación editorial: David Monserrat Dirección editorial: Lara Toro © Gemma Lienas, 2008, por el texto © Paulino Rodríguez, 2008, por la traducción © La Galera, SAU Editorial, 2008, por la edición en lengua castellana La Galera, SAU Editorial Josep Pla, 95 – 08019 Barcelona www.editorial-lagalera.com lagalera@grec.com Impreso en Reinbook Ctra. de la Sta. Creu de Calafell, 72 08830 Sant Boi de Llobregat Depósito legal: B-778-2008 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-2867-3 Prohibida la reproducción y la transmisión total o parcial de este libro bajo forma alguna ni por medio alguno, electrónico o mecánico (fotocopia, grabación o cualquier forma de almacenamiento de información o sistema de reproducción), sin el permiso escrito de los titulares del copyright y de la casa editora.
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¡CÓMO ERES, MAMÁ!
–V
enga, mamá, di que sí... Yo me encargaría de todo: de sacarlo a pasear, de hacerle la comida, de llevarlo al veterinario... –decía Emi. –Sí, y yo me chupo el dedo, guapa. Como si no te conociera. A los quince días de que este perrito hubiera entrado en casa, te olvidarías de bajarlo a la calle y el pobre animal no pararía de mear en las alfombras y yo iría detrás limpiándolas como una loca. Ni hablar. Ya tengo bastante trabajo sin un bicho que corra por casa. Emi miró a su madre con cara de resentimiento. –Adiós, perrito –le dijo al bóxer–. Mi madre no te quiere; no tiene corazón. Serena permaneció imperturbable. –O no le gustan los animales –añadió Emi, enfurruñada. –El cupo de animales está cubierto contigo –dijo su madre. 19
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–Un gato... ¿sí? –Un gato... tampoco –respondió Serena con una cara de palo que no admitía réplica. Emi resopló. –¡Uf ! Eres tremenda, mamá. –Dos minutos más y nos vamos para casa –dijo Serena después de mirar el reloj. Emi observaba a los animales de la tienda sin moverse del lugar donde estaba. Sólo pensaba en cómo podría convencer a su madre para que le dejara tener uno en casa. –¿Tal vez un hámster? –preguntó mientras cogía una jaula con un conejillo de Indias de color marrón oscuro. Serena dirigió una furibunda mirada a su hija. –No. Y basta, se ha acabado –dijo caminando hacia la puerta de salida. Serena ya estaba en la calle, y la chica corrió tras ella. –Jolín, mamá. Mandas más que una generala. –¡Soy la generala! –la corrigió Serena, caminando a grandes pasos. Emi galopaba tras ella. 20
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De repente, Serena se detuvo. –A ver, ¿qué haríamos ahora con un animal? ¿Me lo quieres decir? No nos lo podríamos llevar de vacaciones... –Se lo podríamos dejar a papá. –¿Ah, sí? Como si tu padre no tuviera otra cosa que hacer. Toni, el padre de Emi, no vivía con ellas. Toni y Serena se separaron cuando Emi tenía cinco años. Desde entonces, las dos vivían juntas, y su padre en otra casa. Emi veía a su padre, pero no tanto como ambos hubieran querido, porque él siempre tenía mucho trabajo y poco tiempo para ocuparse de su hija. –¿Así que jamás de los jamases tendré un animal en casa? Serena se detuvo otra vez en seco y le dirigió a Emi una mirada fulminante: –Emi, métetelo en la cabeza: en casa ya tenemos bastantes animales contigo. –¡Qué simpática...! –se quejó la chica–. ¿Es tu última palabra? Serena no se dignó a contestar. ¡Claro que era su última palabra! 21
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–Y date prisa –dijo Serena volviéndose para mirar a Emi, que se había ido quedando atrás–. Aún nos quedan muchas cosas que hacer en casa, y mañana tenemos que estar en el aeropuerto a las diez de la mañana. –¡Guau! A Emi le desapareció de golpe el malhumor que tenía. Pese a la pereza que le entraba sólo de pensar en la cantidad de cosas que aún le mandaría hacer su madre –maletas, ordenar la habitación, regar las plantas...–, la alegría de saber que se iba de vacaciones con Max podía con todo. Max y ella eran muy amigos desde hacía siglos. Vivían en el mismo bloque de pisos, iban al mismo colegio y, por si hiciera falta más, Alicia y Paco, los padres de Max, eran también muy amigos de Serena. Por eso, ese verano, como otras veces, habían decidido ir juntos de vacaciones. «¡Vaya potra! ¡Tres semanas enteras con Max!», pensaba Emi. Serena abrió la puerta del piso y empezó a dar órdenes: –Venga, ponte en marcha, que todavía tene22
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mos que preparar las mochilas, y tienes que empezar a hacer la tortilla de patata para cenar, y también tienes que conectar el ordenador para ver si hay algún mensaje en mi correo electrónico. –¿Todo a la vez? –le preguntó Emi con tono burlón mientras miraba a su madre que caminaba por el pasillo. Serena dio media vuelta: –Sería maravilloso que pudieses hacerlo todo a la vez, pero no creo que tengas ese don, de manera que una cosa después de otra. Serena entró en la sala, y al cabo de unos segundos Emi oyó una canción de Buena Vista Social Club a todo volumen. A su madre le encantaba escuchar música muy, muy alta. Y a Emi también. Emi conectó el ordenador. Hizo clic sobre el icono del correo electrónico y, ¡pef, pef, pef!, sonó el característico ruidito de los mensajes que entran en el buzón. Leyó los nombres de los remitentes y pensó que sólo uno requería la atención inmediata de su madre: era del periódico para el que trabajaba. –¡Maaaaamá, un mensaje del periódico! 23
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Serena apareció en la puerta del estudio secándose las manos. –Eh, mamá, esta vez no pueden enviarte a ningún sitio para que escribas un reportaje: nos dejarían sin vacaciones. –Mmmmm. A ver qué dicen. Abrió el mensaje y leyó: Serena, ¡volvemos a la carga! Aprovechando que te vas de vacaciones a Noruega, hemos pensado que, además de ver los fiordos y el sol de medianoche, podrías escribir un reportaje para el periódico. El reportaje sería sobre los lemmings. Resulta que este año, como dicen por aquellas tierras, es año de lemmings, o sea, que los hay a patadas. Se los ve a millares, avanzando hacia las costas. ¿Por qué se reúnen todos en la costa? ¿Se han vuelto locos o qué? Nos gustaría que escribieras un reportaje sobre estos bichos. ¡Que tengas suerte! Esperamos tu reportaje con ansia.
Al día siguiente, a las siete de la mañana, Emi y Max, Serena, Alicia y Paco cogieron un taxi hacia el aeropuerto. Allí, plantado en el meeting point, los esperaba Toni, el padre de Emi. 24
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–¡Papá! –gritó Emi cuando aún le faltaban unos metros para estar a su lado. Y echó a correr, saltó sobre él, le echó los brazos al cuello y le puso las piernas a uno y otro lado de la cintura. Cuando padre e hija se hubieron besado, Toni saludó al grupo y después se dirigió a Serena: –¡Serena! ¿Estás enferma? –dijo mientras le ponía la mano en la frente, como si le comprobase la temperatura. –¿Enferma yo? –le preguntó Serena, extrañadísima–. ¿Se puede saber qué te pasa? –Mujeeeer, debes de querer decir que qué te pasa a ti. Es la primera vez que no me pides los pasajes de hoy para mañana, y os los he podido conseguir con calma –dijo por fin, mientras movía frenéticamente los pasajes bajo la nariz de Serena. Paco advirtió que era tarde y que debían dirigirse a la puerta de embarque. Así pues, besos, apretones de manos, adioses y enseguida habían pasado los controles y embarcado rumbo a Noruega. –¿A qué hora llegaremos? –preguntó Emi. –Hemos salido a las 12.30 de la mañana y llegaremos a las 11 de la noche. 25
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–¡Vaya! –exclamó Max–. Eso es una barbaridad. –Sí, claro, pero es que vamos al punto más alejado de Europa. –Lástima que sea tan tarde cuando el avión aterrice en Tromsø, pues ya no se verá nada –dijo Emi mirando por la ventanilla. La chica se equivocaba por completo, pero no lo podía saber. Durante un rato, los dos amigos permanecieron sentados sin decir nada, hasta que Emi saltó: –Mamá. Aún no nos has explicado qué son los lemmings. 26
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–No sabéis qué son los lemmings, ¿eh? Pues no os lo explicaré y os dejaré muy intrigados hasta que lo descubráis cuando lleguemos a Noruega. –Danos una pista, mamá. –Mmmm. Tienen cuatro patas, cola y bigote. –¿Son gatos? –Más pequeños. –¿Ratas? –Caliente, caliente. –¿Son ratas? –Son una especie de ratas. De la familia de los roedores. Son muy simpáticos. –¿Y por qué están locos? Max miró a su amiga con sorpresa. ¿Unas ratas locas? ¿De dónde sacaba semejante cosa? –No me mires con esa cara, Max, lo he leído en el mensaje que le han enviado los del periódico a mi madre. –¿Te envían a escribir un reportaje? –preguntó Max, sorprendido. –No. No me envían a ningún sitio. Quieren que aproveche las vacaciones para que escriba un reportaje sobre los lemmings. Y eso de la locura no es más 27
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que una broma. No están locos, simplemente, tienen un comportamiento muy peculiar. –¿Y en qué consiste ese comportamiento? –Eso no os lo diré ahora. Lo descubriréis cuando lleguemos a Noruega. Muchas horas después, cuando el avión se posó sobre la pista y los pasajeros salieron, los chicos se quedaron mudos de la impresión. –¡Pero si es de día...! –dijeron los dos a coro, maravillados de que a las once de la noche el Sol siguiera siendo una bola de fuego en el cielo. Los tres adultos se echaron a reír. –Era una sorpresa que os teníamos preparada –dijo Alicia. –Es el sol de medianoche –explicó Paco. –¿Y qué demonios es el sol de medianoche? –preguntó Max bizqueando. –¿Quiere decir que tienen sol incluso por la noche? O sea, ¿que el Sol no se pone nunca en el polo norte? –se sorprendió Emi. –No exactamente –dijo Paco. –Veréis: un poco antes de que empiece el vera28
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no en el hemisferio norte –explicó Alicia–, el eje de la Tierra está muy inclinado; por eso, el hemisferio norte mira hacia el Sol y, por tanto, el polo norte queda iluminado por el Sol, de manera que, mientras la Tierra hace el movimiento de rotación sobre sí misma, recibe la luz del Sol. –Por eso, durante un tiempo, esta región de la Tierra está iluminada de día y de noche –concluyó Serena. –¡Y por eso se le llama el sol de medianoche! –dijo Emi excitada. –Exacto. –¡Ay! Espero que las ventanas del hotel tengan buenas persianas –replicó la chica, que no soportaba la luz para dormir. –Pues siento mucho decirte que no. Que, generalmente, las ventanas sólo tienen cortinas. –¿Y eso por qué? –Porque es un país ávido de la luz del Sol. Piensa que pasan muchos meses del año sin verlo. –¡Ah! Y en invierno debe ser la noche eterna, ¿no? –dijo Max, súbitamente inspirado. –Tú lo has dicho: hay un mes al año, en invier29
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no, en que no reciben ni un solo rayo de sol. Y, por ejemplo, arriba del todo, en el cabo Norte, es de noche desde el ocho de noviembre hasta el veintinueve de enero. –¡Qué horror! –¡Uf ! No me gustaría nada vivir tanto tiempo en la oscuridad.
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