Este documento es un extracto de la obra
Emi y Max
La amenaza del virus mutante Gemma Lienas
ilustraciones: Javier Carbajo
La Galera
www.gemmalienas.com
LA AMENAZA DEL
virus MUTANTE
A Jordi, Biel, Itziar, Mariona, Isolda y Solomon
Primera edición: mayo de 2010 Diseño de cubierta y maquetación: Xavier Peralta Edición: Marcelo E. Mazzanti Coordinación editorial: Anna Pérez i Mir Dirección editorial: Iolanda Batallé Prats © Gemma Lienas, 2010, por el texto © Javier Carbajo, 2010, por las ilustraciones © Adriano, Attilios, Barbarossa, Nino Barbieri, David Castor, Giovanni Dall’Orto, Dickbauch, Jerome Dumonteil, J.A. Escudero, Mark Fosh, Böhringer Friedrich, Rafael García-Suárez, Tato Grasso, GVF, Hansjorn / Walké, Edo Ieitnet, Innoxiuss, Josep, Sergi Larripa, Jeff Medaugh, Ingo Mehling, David Monniaux, Oxyman, Peti610, pnc_net, Sunil Prassanan, Puigalder, Tom Radulovich, Alícia Roselló, Florian Siebeck, Ghene Snowdon, Benh Lieu Song, Takeaway, Tohma, Bjørn Christian Tørissen, Tranxen, Year of the Dragon, por las fotografías. © La Galera, SAU Editorial, por la edición en lengua castellana La Galera, SAU Editorial Josep Pla, 95. 08019 Barcelona www.editorial-lagalera.com lagalera@grec.com Impreso en Gráficas soler Enric Morera, 15 08950 Esplugues de Llobregat Depósito legal: B-8554-2010 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-3271-7 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que pueda autorizar la fotocopia o el escaneado de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.
LA AMENAZA DEL
virus MUTANTE Gemma Lienas Ilustraciones de Javier Carbajo
ÍNDICE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.
¡Raptados! ...................................................... 11 Un virus recién nacido ................................... 31 Emi y Max, fugitivos ..................................... 51 En París ......................................................... 71 Cobayas en París ........................................... 91 El cuarto de la limpieza .............................. 115 En Londres ................................................... 137 Una dirección en Regent’s Park ................. 153 Con la policía en los talones ...................... 175 En Venecia ................................................... 197 En la barca-frutería .................................... 209 Vacunas y pachuli ........................................ 225 En Estambul ................................................ 245
10. En la boca del lobo . ..................................... 261 11. Órdenes de la señora X . .............................. 285 En Barcelona ................................................ 309 12. ¡Atrapados! ................................................... 323 13. Hogar, dulce y revuelto hogar ..................... 345
LOS protagonistAs
Emi
Max
Tiene trece aĂąos, es una crack del ordenador y le encanta el chocolate. Tiene gran facilidad para el estudio y las lenguas, y le gustan todos los deportes.
Tiene catorce aĂąos y es el mĂĄs alto y mayor de su clase. Su vitalidad y entusiasmo lo ponen en situaciones comprometidas. Tiene un gran sentido del humor.
Boladepelo
Henry Kebanda
Es un lemming, una especie de ratĂłn que mide mĂĄs o menos un palmo. Es listo y valiente; puede seguir un rastro por el olor y, si es necesario, plantar cara al enemigo.
CientĂfico que dirige la World Science Foundation. Es muy amigo de Serena y siempre ayuda a Emi y Max con sus conocimientos.
Serena y Toni Madre y padre de Emi, separados. Ella es periodista científica y él trabaja para una compañía aérea.
Alicia y Paco Madre y padre de Max. Los dos practican la medicina y colaboran con Médicos Sin Fronteras.
Activity X Una banda de mafiosos con gran habilidad en el campo de las nuevas tecnologĂas. Nadie ha visto nunca a la mujer que los dirige.
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L
as cinco! Emi y Max salieron pitando del colegio y llegaron a casa en un tiempo récord. Estaban muy excitados, porque al día siguiente se iban de viaje de final de curso con la clase y no habían preparado aún el equipaje. —¿Tienes firmada la autorización para el viaje? —le preguntó Emi a su amigo. Max era el mejor colega del mundo, pero también un poco despistado. —Pues claro —dijo Max—. ¿Crees que soy capaz de olvidar pedirles a mis padres que firmen el papel que me da quince días de total libertad? —No, si hasta habrás dormido con la autorización bajo la almohada…
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—¿Cómo lo sabes? No la pierdo de vista —contestó Max riendo y tocándose el bolsillo de la camisa. Iban charlando tan entusiasmados sobre lo que les esperaba que al llegar a casa pasaron de largo del ascensor y subieron por la escalera. La primera parada fue en el piso de Emi. —Bueno, Max, si no puedo cerrar la mochila, te llamo —dijo Emi en broma, ya que los dos habían aprendido a viajar con lo mínimo imprescindible. —Espera, Emi —dijo Max muy serio, agarrando del brazo a su amiga y haciendo un gesto muy significativo con el índice. La puerta del piso de Emi no estaba cerrada, sólo entornada. Los dos amigos se miraron. «¿La puerta de casa abierta? Qué raro», pensó Emi. Aunque luego se dijo que quizás Serena, su madre, había subido a casa de los padres de Max para algo urgente y con las prisas no había cerrado bien. Era normal que unos y otros se hicieran visitas sin avisar, ya que Serena y los padres de Max no sólo eran vecinos, sino también muy amigos desde
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que ella y Max habían coincidido en la guardería. —Venga, Max —dijo Emi empujando la puerta con cuidado—, entremos. Seguro que mi madre se ha despistado. —¿Serena, despistada? —dijo Max siguiendo a su amiga—Vamos, eso no te lo crees ni tú. Al entrar en el salón, el asombro de los dos fue mayúsculo: estaba totalmente desordenado. Los cajones de los muebles abiertos, y su contenido desparramado por el suelo. Lo mismo ocurría con los libros, sacados de las estanterías y tirados por todos lados. El tapizado del sofá y de las sillas estaba rajado. Hasta las plantas habían sido arrancadas de las macetas. Los dos amigos miraban el desastre, mudos, primero por la sorpresa y luego por el miedo. —Pero ¿qué ha pasado…? —dijo Max. —¡Nos han robado! —dijo Emi. Y encogiendo el cuello se pegó a Max. Max se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.
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—Tranquila, ya verás como todo esto tiene una explicación. —¡Mamá! —gritó Emi sin moverse del sitio. Max, que, además del chico más alto de la clase, también era el más valiente de todos los amigos, la cogió de la mano y le dijo: —Vamos, miremos el resto del piso. Muy despacio, caminando como si temieran romper las baldosas, primero Max y después Emi asomaron la nariz en todas las habitaciones. ¡Ni rastro de Serena! Emi, que tenía un presentimiento, miró fijamente a Max. —Subamos a tu casa. Dicho y hecho, los dos salieron pitando y llegaron al piso de Max en 0,3 segundos. La puerta estaba cerrada, y Max tuvo que abrir con su llave. Pero al entrar se les pusieron los ojos como platos: el interior estaba aún más desordenado y destrozado que en casa de Emi. Se miraron un instante y, sin cruzar ni media palabra, volvieron a cogerse de la mano y se lanzaron
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a recorrer el piso en busca de Alicia y Paco, los padres de Max. Nada. Tampoco estaban. Esta vez fue Emi quien trató de consolar a su amigo. —Bueno, está claro que ni tus padres ni mi madre se han enterado aún del robo —dijo Emi mirando a su alrededor—. Con lo cabezones que son tus padres en lo referente al orden, no hay nadie en este mundo capaz de dejar así tu casa y salir vivo. Max miró a Emi y sacudió la cabeza. Sus enormes ojos verdes estaban llenándose de lágrimas. Se sentaron en el sofá despanzurrado y durante unos minutos ninguno de los dos dijo nada. Se los veía abatidos. —¿Lo has dicho en serio, Emi? Emi lo miró sin responder. —Quiero decir que, en realidad, tú tampoco crees que estén juntos tomando un café en una terraza y que por eso ignoran que alguien ha entrado en nuestros pisos, ¿verdad? —dijo Max.
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Emi sacudió la cabeza lentamente negando y le respondió: —Tienes razón. Lo he dicho para tranquilizarte, pero la verdad es que creo que aquí ha pasado algo muy gordo. A estas horas, mamá tenía que estar en casa seguro. —Examinemos otra vez el piso a ver si entendemos qué ha ocurrido. Conteniendo la respiración, Emi y Max volvieron a hacer el recorrido. La habitación de Alicia y Paco estaba tan revuelta como el resto de la casa. Max se acercó hasta la mesilla de noche de su madre. —¡Los pendientes de mi madre! —dijo Max, con un joyero de madera de sande colombiano en las manos. La madre de Max era una apasionada de los pendientes, y siempre que iba de viaje procuraba comprar un par hechos por artesanos del país. Algunos eran muy exóticos, pero no tenían más valor que el recuerdo. En cambio, otros, creados con piedras
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preciosas, podían venderse muy bien en el mercado de joyas robadas. —¿Los han cogido? —dijo Emi, dándose la vuelta, esperanzada. Si no se los habían llevado, significaba que aquel desastre lo podía haber producido un ladrón muy torpe y que, tal vez, su madre y los padres de su amigo aún ni se habían enterado. —No —dijo Max abriendo la caja para mostrarle a Emi el contenido. Allí estaba toda la pequeña colección de pendientes de Alicia. No parecía faltar ni uno de los más valiosos. Además, el mismo joyero, al estar hecho con madera exótica, también podía haber sido una pieza interesante para unos ladrones. Siguieron recorriendo el piso. El cuarto de Max estaba más revuelto de lo normal, lo que era mucho decir, ya que el chico no era precisamente un modelo de orden, para desesperación de Alicia y Paco. El colchón estaba levantado y destripado; las estanterías y los cajones, vacíos,
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y su contenido esparcido por el suelo; el armario, con las puertas abiertas. —¡Mira! —dijo Max, abalanzándose sobre un tambor—. ¡Qué desgraciados! Su djembé africano tenía la piel también rajada. El chico se sentó en el somier, abrazado al tamtam roto. Emi se sentó a su lado. —No te preocupes —le dijo con la voz más amigable que tenía—, cuando hayamos averiguado qué ha pasado y todo esté arreglado, lo llevaremos a reparar y quedará como nuevo, ya lo verás. Max miró a su amiga. Ésta, al sonreír, mostraba los dos dientes de delante, grandes, que le daban una expresión muy graciosa. El chico pensó que era el más afortunado del mundo por tener una amiga como Emi, tan guapa, tan lista y tan valiente.
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—Venga, sigamos el recorrido —dijo Emi, levantándose de lo que había sido la cama de Max. Entraron en el baño y se encontraron con lo mismo. El suelo estaba alfombrado con las toallas que alguien había sacado del armario. El tubo de pasta de dientes, vaciado y arrugado. Los frascos de cremas y lociones que no eran transparentes también habían sido vaciados. Lo mismo ocurría con las botellas de champú y gel.
—Está todo pringoso —dijo Max, levantando un pie y observando la suela. —Desde luego —dijo Emi—. Está asqueroso. Parece que alguien ha estado buscado algo a fondo, pero ¿qué? —¿Qué de qué? —dijo Max, que andaba un poco despistado mirando la catástrofe a su alrededor.
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Emi tiró de la camiseta de Max para arrastrarlo fuera. —Max, sea quien sea el que ha hecho esto, intentaba encontrar algo muy concreto. Ningún ladrón se entretiene en vaciar la pasta de dientes. ¿Sabes qué quiero decir? Max asintió con la cabeza. Entraron en la cocina y se encontraron con el mismo cataclismo, sólo que en el suelo y encima de los muebles, en vez de gel de baño, había salsa de tomate, harina, cacao en polvo… —¡Menuda porquería! —dijo Max, mirando a todas partes, desolado—. Cuando encontremos a quienes lo han hecho, los obligaré personalmente a limpiarlo. Emi salió de la cocina. Ya habían visto todo lo que necesitaban ver. Max la siguió hasta el salón. —Tratemos de reconstruir lo que ha pasado, a ver si damos con algo que nos permita entender qué se ha cocido en nuestras casas —dijo Emi. —Te lo diré: unos desgraciados han entrado en mi casa y en la tuya y lo han dejado todo patas arri-
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ba, incluido mi djembé, que ya me dirás qué culpa tenía de nada. —¿Por qué dices desgraciados? —¡No me dirás ahora que te caen bien! —exclamó Max con ojos de furia. —No, claro que no —dijo Emi sonriendo al ver la cara de su amigo—. Me refiero a por qué crees que se trata de más de una persona. —Porque mis padres me esperaban en casa, ambos. Me lo dijeron esta mañana. Querían ayudarme a hacer la bolsa y, luego, charlar un rato sobre el viaje. Ya sabes, consejitos y esas cosas, para que no me pasara nada. Emi se lo quedó mirando un tanto perpleja. —¿Y? —Y que han debido ser dos como mínimo. Si llega a ser uno solo, seguro que entre mi madre y mi padre lo habrían noqueado. —A menos que… —dijo Emi, pero no terminó la frase. —¿A menos que qué? Emi, en serio, esta moda que te ha entrado ahora de no terminar las frases es un poco cargante.
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Emi no había acabado la frase porque le daba miedo oír en voz alta lo que estaba pensando. Y, sin embargo, creyó que era mejor compartirlo con Max que ocultárselo. —A menos que el que entró llevase pistola. —¡Ja! —Max soltó una media carcajada sin risa—. Una persona sola no es capaz de dejar un lavabo así delante del doctor y la doctora y salir con vida de esta casa... Ni siquiera llevando consigo la bomba atómica. —Tienes razón —dijo Emi recordando lo escrupulosos que eran Alicia y Paco con el orden y, sobre todo, con la limpieza. No en vano, por su profesión, consideraban que la higiene era la mejor forma de evitar enfermedades—. Veamos, en tu casa todo está como en la mía, más o menos, y ni mi madre ni tus padres están cuando deberían estar esperándonos. O mejor, ellos y un regimiento de policías.... Max asintió, dándole la razón. —Así que parece lógico pensar que entre los robos de los dos pisos y la desaparición de nuestros padres existe una relación. De modo que será mejor que empecemos a buscar alguna pista.
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Sin cruzar una palabra, Emi se puso a investigar por un lado del salón, y Max, por el otro. No sabían muy bien qué podían descubrir, ni tampoco qué buscaban, pero dejaron la mente abierta para encontrar cualquier cosa que les llamase la atención y que les pudiera dar alguna señal. Moverse por entre el caos no era fácil, así que iban despacio para no pasar nada por alto. —Emi, he encontrado algo —avisó de pronto Max, que, muy serio, sostenía una hoja cuadriculada que había sido arrancada de uno de sus cuadernos. En ella había una nota escrita a mano, en mayúsculas y con una caligrafía muy irregular.
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Emi cogió el papel y leyó en voz alta:
Cuando terminó, Emi se tapó la boca con la mano y no pudo evitar soltar un grito: —¡Jolín! Max se apoyó en la pared. —¿Qué puede querer nadie de mis padres, unos médicos que trabajan como locos y que en vacaciones siguen atareados en cualquier parte del mundo con Médicos sin Fronteras? —¿Y Serena? ¿No se la han llevado con ellos? —dijo Emi—. Fíjate: sólo hablan de los científicos. O sea, tu padre y tu madre. —Pues, o no se han llevado a tu madre o la han confundido con una científica —dijo Max. —A juzgar por como han destrozado mi casa, creo que han confundido a mamá con una médica y se la han llevado también.
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—Estamos apañados —dijo Max. —No quiero agobiarte, pero empiezo a tener algo de miedo —dijo Emi bastante seria. —¿Algo? Hace rato que estoy muerto de espanto. Han entrado en nuestras casas y las han destrozado. Y ahora que sabemos que se han llevado a nuestros padres, no soy capaz de parar el tembleque de las piernas. —Yo también estoy temblando, pero tenemos que tranquilizarnos y tratar de pensar qué hacemos —dijo Emi. —¡Boladepelo! —soltó Max de repente, dando un brinco tal que casi toca el techo con la cabeza. Boladepelo era su lemming, una especie de ratón muy inteligente que Emi y Max se trajeron un día de Noruega, adonde fueron de vacaciones y acabaron enredados en una aventura con esos roedores y unos renos que se habían vuelto locos. Boladepelo era
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oficialmente de Emi, pero en realidad lo compartía con su amigo. —¡Ostras! Tienes razón, no lo hemos visto ni aquí ni en mi casa —dijo Emi anonadada. —Busquémoslo. Con todo este lío, seguro que se ha escondido en alguna parte. —Si le ha pasado algo… —Emi, Boladepelo es el lemming más listo que existe en el universo conocido —Max recuperó la nota de manos de Emi y la guardó en el bolsillo trasero del vaquero—. Si a alguien nunca le pasa nada, es a él. Tranquila, seguro que está debajo de la ropa sucia o metido en algún zapato.
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Pero aunque Max dijo todo esto con un tono de voz muy seguro para darle ánimos a su amiga, tampoco las tenía todas consigo. —Vayamos a mi casa a buscarlo —dijo Emi—. Allí es donde estaba esta mañana cuando me he ido al colegio. Y, después de asegurarse de que dejaban la puerta de casa de Max bien cerrada, los dos bajaron a la velocidad del sonido los tramos de escalera hasta el piso de Emi.
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