Este documento es un extracto de la obra
La tribu de Camelot
Carlota y el misterio de los gatos hipnotizados Gemma Lienas
Destino
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CAPÍTULO 1
Misterio en el parque
Era un lunes de invierno, de esos en que hace
frío y no apetece nada nada levantarse de la cama. A mí, desde luego, me repatea. La buena noticia es que era fiesta. R O sea, que me lo poREPATEA día tomar con toda la a n u e u calma del mundo. Decimos q patea e r s o n a s o c Lástima que en s molesta cuando no casa no todos penos hacerla o n ién nos b m saran igual. Por aburre. Ta na u r a e t a p e primera vez en la puede r es de o n i s a n o s per vida, fue mi hermarado. nuestro ag no Marcos el que 7
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me despertó a mí: el muy cafre se tiró en plancha en mi cama.
—¡Despierta, Carlota! ¡Ya sabes: «El pájaro que se levanta temprano es el que se come el gusano»! Aún alelada, me levanté y me senté en la cama. —Mira que estás tonto. Sólo a ti se te puede ocurrir hablar de comer gusanos antes del desayuno. ¡Puaj! 8
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—¡Esta tarde vamos a probar los walkie-talkies de Eli, ¿verdad?! —dijo el microbio, excitado. Iba a decirle: «No recuerdo que nadie te haya invitado a ti a jugar con el regalo de Reyes de Eli», pero sólo me salió un bostezo. Mejor: si le decía que no viniera me iba a estar dando la vara hasta junio. Así que, por la tarde, la Tribu en peso (más Marcos: ¡qué se le va a hacer!) fuimos al parque a probar esos curiosos aparatos. Vienen de dos en dos, y son como en las películas de policías: pulsas un botón para hablar y, así, el que escucha en la distancia te oye por el otro aparato. Nos los íbamos pasando e intercambiando mensajes. El plasta de Marcos no dejaba de insistir para que le dejásemos probarlo. Cuando fue el turno de Miguel, salió disparado llevándose el aparato. Un momento después dio señales de vida: 9
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—Comando uno a comando dos. ¿Me recibís? Corto —oímos. —Sí, un poco corto sí que eres —le contestó Mireya por el otro walkie. Mientras Berta y Sa’îd reían la ocurrencia, me fijé en algo curioso: una señora mayor, de al menos treinta años, caminaba con cara de preocupación, mirando a un lado y a otro. De vez en cuando llamaba en voz alta: «¡Dante! ¡Dante!». Cuando pasó por mi lado, la oí murmurar: «¿Dónde se habrá metido ese gato gamberro?». Pensé que quizá deberíamos ayudarla, cuando volvió a sonar la voz de Miguel por el walkietalkie: —Comando uno a comando dos. ¿Y ahora, me recibís? Corto. —Tú sí que vas a recibir como no vuelvas ya —replicó de nuevo Mireya. —Ni hablar del peluquín, comando dos. ¡Hay que comprobar el alcance de los walkie-talkies! Voy más lejos, a ver qué pasa. —Dejémoslo y vamos a comprar chuches —sugirió Eli. No le costó nada convencernos, claro. A fin 10
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de cuentas, íbamos a probar mejor eso de la distancia si también nos alejábamos nosotros. —¿Cuándo me toca a mí con el walkie? —insistió mi distinguido hermano. —A ti te tocará... —Mireya hizo como que pensaba—. A ver, ¿en qué año estamos? —Aaaau —gruñó Marcos, decepcionado. —Te toma el pelo, chaval. Mira, te cedo mi turno —le ofreció Eli, que siempre se pone de su parte. Mientras caminábamos vi algo que esta vez me llamó de verdad la atención: un señor anciano, atribulado, iba preguntando a todo el mundo si habían visto a una gata marrón con manchas blancas; acababa de perderla. 11
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¿Dos desapariciones de gatos el mismo día, en el mismo parque? Era muy raro. Aunque yo, que también tengo mi propio gato, Merlín, sé que éstos siempre hacen lo que les da la gana. Sa’îd debía de estar igual de intrigado que yo, porque dijo: —¡Igual es un romance felino! Se han conocido y han decidido irse a vivir juntos para toda la vida. —Para todas las siete vidas. ¡Qué romántico! —agregó Berta. Reímos. Entonces volvió a irrumpir la voz de Miguel por el walkie:
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—Comando uno a comando doooostras! —Claramente, algo lo había sorprendido, porque de inmediato aulló—: ¡Es increíble! ¡Mejor que vengáis aquí ahora mismo! Mireya cogió el receptor y puso una voz divertida: —Éste es el contestador automático de la Tribu de Camelot. Lo sentimos, pero en estos momentos... —¡Que no es broma! —la interrumpió Miguel—. ¡Tenéis que verlo! ¡Venid aquí! —¿Y dónde es «aquí», exactamente? —le preguntó Mireya. —¡Al lado de la pista de patinar! ¡Daos prisa, que va en serio, caramba! Nos miramos unos a otros. Noté que pensábamos lo mismo: tanta insistencia significaba que la cosa iba de veras. Corrimos hacia el lugar. Al llegar, Miguel estaba parado mirando algo con cara de alucinado. Dirigimos los ojos en la misma dirección. Y también nos quedamos pasmados. Seis gatos avanzaban en línea recta hacia aquella salida del parque. Iban en fila india, a 13
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paso ligero y decididos, con gran dignidad, las colas levantadas, todos con la vista al frente, con los ojos muy abiertos. Parecían salidos de una película de dibujos. Desde luego, en la vida real nunca había visto algo así. Uno de los gatos (o, más exactamente, gata) era marrón con manchas blancas, como la que había descrito el anciano. —Esto es lo más raro que he visto desde... —empezó Sa’îd, e hizo una pausa—. Bueno, desde la última vez que vi algo muy raro. —¿Serán gatos fugitivos? ¿Se habrán propuesto largarse todos juntos? ¿Y por qué? —se preguntó Berta en voz alta. Eli tenía otra pregunta más inmediata: —¿No tendríamos que avisar a los dueños? Al menos, a los que hemos visto que preguntaban por sus gatos. —Al paso que van los animales, para cuando
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vayamos hasta allá y volvamos, ya estarán en Sebastopol —afirmó Sa’îd. —O en la República de Felinia —dijo Miguel. —Capital, Mininia —añadió Berta. A pesar de lo extraño de la situación, el sentido del humor de la Tribu seguía en su nivel habitual. Lástima que no estuvieran todos a la misma altura; Marcos me susurró al oído: —¿De verdad existe un país que se llama Felinia? ¡Buf! Pero antes de poder decirle nada, Mireya puso voz seria: —Deberíamos seguirlos, a ver adónde van. Siempre estamos a tiempo de avisar a quien haga falta. Vi que todos teníamos las antenas levantadas ante esa propuesta.
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Todos, claro, menos uno. Marcos dijo, entre pucheros: —Buá, ahora ya no voy a poder probar el walkie-talkie. Nadie le hizo caso. Decidimos que la idea de Mireya era muy acertada y que lo mejor era seguir a los mininos. Nos pusimos a ello de inmediato. Si no hubiéramos estado en un lugar tan apartado del parque, alguien que nos hubiera visto desde lejos habría alucinado: seis gatos avanzando en fila, y siete niños detrás siguiéndolos también en fila. Si hasta entonces todo había sido muy raro, el asunto pronto se elevó a la categoría de rarísimo. Vamos, olía a misterio de los gatos fugitivos. ¡Y cómo!
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