Extinción orígenes ambroz

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AMBROZ Un hombre de unos treinta años estaba sentado sobre la pared que rodeaba su huerta, junto a un azadón y una hoz, observando al horizonte. Aquél hombre tenía abundante pelo castaño, sin barba, y con un sombrero de vaquero adornando su cabeza, con ropas rotas y manchadas de tierra a causa del trabajo del campo. A su lado estaba sentado otro hombre, un poco más bajo que el anterior, con la mirada seria y el pelo negro y muy liso, solo cubierto por algunas canas, grueso y pegado al cuero cabelludo. Aquellos dos hombres estaban hablando al lado de una radio. - Oye, Yurdi, ¿Cuando demonios me vas a dejar llevar a tus muchachos a que vean los pilones?- los pilones era una reserva natural en la que un río, con el paso de lo siglos había creado unas balsas en la roca, en las que podían bañarse las personas. Era un sitio precioso y muy bello. - Ras, sabes que es peligroso, y además no tenemos tiempo. El trabajo me come mucho día.- dijo Yurdi.- Como tú no tienes familia, tienes más tiempo, pero compréndelo. Una familia te deja con poco tiempo para el ocio, pero eres feliz. ¿Tú eres feliz, Ras? Ya te he presentado a todas las amigas de mi mujer solteras, y siempre te quedas mirando, como un abobado. ¿No es hora de que cambies ya, joder? - Soy feliz así, Yurdi.- le dijo Ras, omitiendo la pregunta por completo. No era el momento de hablar de eso.- Pero si quieres, yo puedo llevarles. No te preocupes, no les pasará nada. Sabes lo cuidadoso que soy con los niños.- dijo Ras. Los hijos de Yurdi los trataba como si fuesen suyos, eso Yurdi lo sabía. - Está bien, hablaré con mi mujer, a ver qué opina ella.- dijo Yurdi, cerrando la conversación. Estuvieron escuchando la radio un rato, hasta que la noticia llegó. - Y después de este maratón de temas de los ochenta, proseguimos dando información sobre el virus sin control que se ha desatado en la ciudad de Hannover, en Alemania.- decía el interlocutor.- Por lo visto, según la información que estamos recibiendo desde hace unos minutos, la ciudad ha sido destruida por una serie de explosiones en masa de origen desconocido. El virus, como le hemos informado ya numerosas veces en estos días, es un virus altamente contagioso que produce al infectado la muerte en varias horas, y consiguiendo inexplicablemente que el sujeto infectado, después de muerto, se levante casi al instante con tendencias agresivas y paranoides. Por momentos se están localizando brotes del virus por las ciudades más grandes de nuestro país, y por lo tanto el gobierno ha tomado ya medidas en el asunto. Se trasladará a toda la población a puntos seguros establecidos por todo el país en los próximos días en autobuses de línea. La asistencia a estos puntos seguros no es obligatoria, pero sí muy aconsejable. Si diese el caso en el que se encontrasen con algún infectado que presente los síntomas antes explicados, absténgase de tener contacto con él e informar cuanto antes a los cuerpos de seguridad para que se hagan cargo. Después de una pausa seguiremos con nuestro maratón de canciones de los años ochenta, amigos. - ¿Qué opinas de todo esto, Ras?- dijo Yurdi, con gesto preocupado.


Ras se puso a pensar. Desde muy pequeño ha sido un fanático incondicional del culto zombie, y se había leído todos los libros de zombies que pudo conseguir hasta la fecha. En muchas ocasiones pensó que algunas de esas historias podían suceder, que un virus tan letal asolase la humanidad, pero solo eran divagaciones producidas por tanta lectura del género. En realidad, nunca pensó realmente que eso podía suceder. ¿Muertos que se levantan de la tumba para matar a los vivos? ¿Seres humanos convertidos en auténticos depredadores para su especie? Imposible, sencillamente imposible. Pero ahí estaba. La noticia que estuvo esperando con temor desde que leyó su primera novela de Zombies. En ese momento, solo se podían hacer dos cosas. “Actuar o callar”. En honor al que le oyó decir esta célebre frase en una película de Zombies, desde entonces casi siempre llevaba puesto un sombrero de vaquero idéntico al suyo. - ¿Quieres saber lo que opino, viejo amigo?- empezó a decirle Ras.- Coge a tu familia y quédate en tu casa. Yo haré lo mismo, e iré a decírselo a Eddie, para que haga lo mismo.- Eddie era su otro amigo, o por lo menos alguien al que podía llamar amigo de verdad, como a Yurdi. Eran sus únicos amigos de verdad que tenía, y aunque a toda la gente de su pueblo la apreciaba de verdad, los consideraba conocidos, casi familia. Yurdi y Eddie eran las personas aparte de su familia en las que confiaba de manera absoluta.- Cuando todos se monten en los autobuses y dejen el pueblo vacío, cogeremos todas las provisiones que encontremos en las tiendas y fortificaremos mis pisos, que es donde estaremos hasta que la situación se controle, si es que lega a controlarse. - Bien, Ras. Creo que lo que dices es lo mejor que podemos hacer. No creo que estemos cómodos en esos sitios a los que llevarán a toda la gente. Nos la jugaremos a tu carta, amigo. Sin decir más, se fueron de la huerta que era de la familia de Ras desde hace unos cincuenta años. Esa huerta era el legado que le confiaron sus abuelos, y no lo dejaría aparcado en la cuneta del camino. Se quedaría allí hasta su último aliento, defendiendo su legado. Cuando llegó a casa, se puso a ver la tele, en la que no hablaban de otra cosa que no fuese el virus, mostrando imágenes de ataques de estos seres y explicando una y otra vez los síntomas del virus y las recomendaciones a seguir en caso de que se encontrasen con un infectado. La casa donde vivía era suya y de su hermano, pero como su hermano vivía en Madrid con su familia, que era donde trabajaba, era prácticamente suya. Ras deseó que su hermano tuviese el sentido común de salir de Madrid hacia el pueblo cagando leches. Pero tras tres días de espera, su hermano no llegó. En esos tres días estuvo intentando convencer a Eddie para que se quedara en el pueblo, hasta que al final insistió tanto Ras que Eddie aceptó quedarse con él y Yurdi. Al cuarto día llegaron los autobuses. Eran seis autobuses de línea con unos


conductores bastante cansados. Se notaba que llevaban trabajando muchos días casi sin descanso. Toda la parada de autobuses al lado de su casa estaba abarrotada de gente y había maletas por todas partes. La entrada a los autobuses fue algo desorganizada, se produjeron varios atascos en algún autobús, sobre todo en los que parecían más cómodos. Cuando todos entraron dejando sus maletas en el gran maletero del autobús, uno a uno fueron circulando hacia el sur. Ras había hablado con un amigo suyo que iba en los autobuses y le dijo que se dirigían al punto seguro de Mérida. En Cáceres no se había montado ningún punto seguro, y en toda Extremadura solo estaba el punto seguro de Mérida. Quedaba más cerca el punto seguro de Salamanca, pero el gobierno había decidido que no se fuese de una comunidad a otra mientras no se hubiese controlado la plaga. Nada más que se fueron los autobuses, Ambroz salió de su casa, cerró la puerta y fue a casa de Yurdi. Su familia al completo estaba allí, y Ras les dijo que fuesen a sus pisos y cerrasen la puerta del portal y esperasen en él. Después de esto, Ras y Yurdi fueron a casa de Eddie y le dijeron lo mismo. Cuando el equipo de reunió, , Ras les dijo. - Id a todas las tiendas del pueblo y coged toda la comida no perecedera, más el agua y los refrescos que encontréis y los lleváis a los pisos. - ¿Y tú qué harás? - Voy a Plasencia a una tienda de armas de caza que conozco y cogeré todas las armas que pueda. - ¿Estás loco o qué? Con fortificarnos creo que es suficiente, tío...- intentó disuadirle de la idea Yurdi, pero él fue tajante. Necesitaban las armas a toda costa. - Necesitamos las armas por si acaso. Iré de todas formas, digáis lo que digáis. - Creo que el puto alcohol te ha averiado la cabeza más de lo que creía...- comentó Eddie con voz sacrástica. - ¡Deja al menos que te acompañemos alguno!- intentó persuadirlo Eddie. - No, si vamos dos puede que uno de los dos caiga y sea la perdición de ambos. Solo puedo moverme con más rapidez. Y dicho esto, fue a conseguir un coche en los aparcamientos que estaban al lado de su casa. Había varios coches, pero cerrados y sin las llaves. Sabía de quién eran esos coches, así que entró a sus casas por la fuerza y buscó las llaves de los respectivos coches. En las dos primeras que lo intentó, las laves no aparecieron, porque era muy posible que los dueños las llevasen consigo al punto seguro. En la tercera tuvo suerte y unas llaves de un peugeot 307 estaban en la mesilla del recibidor. Fue hasta el coche y arrancó. Tenía medio depósito lleno, lo suficiente para ir y venir a Plasencia. Cogió la autovía en la rotonda de Cepsa, al Noreste del pueblo, y fue directo por la autovía hacia Plasencia. Por la autovía no había ni un solo coche, excepto él. En ese momento, sintió por primera vez el miedo. ¿Y si todo lo que había leído sobre Zombies en realidad no sirviese para nada? ¿Y si era más complicado de lo que parecía? En las


novelas que solía leer Ras, a los protagonistas le venían las ideas para sobrevivir casi de la nada, cosa que no solía suceder en la vida real. Una situación como la de encontrarte rodeado de Zombies seguramente le dejaría paralizado, o cometería algún error que lo llevaría a la tumba. Le temblaban las piernas mientras iba conduciendo hacia Plasencia, sin poder poner remedio. Intentó apartar esos pensamientos de la cabeza, porque no le servían para nada, solo para tener más errores de los que podía cometer. A medida que se iba acercando a Plasencia, numerosos coches aparecían estrellados a los bordes de la autovía y cuando llegó al cruce de la Oliva, se pensó seriamente el cruzar por el puente, porque en medio había un camión de combustible a punto de caerse desde el puente que cruzaba la autovía. Tenía pinta de haberse estrellado hacía poco, y un humo negro que salía del motor no auguraba nada bueno. Sin pensárselo más, salió de la autovía dispuesto a cruzar el puente. Si seguía adelante, saldría en el polígono industrial de Plasencia, y hasta la tienda de armas desde allí había otro puente, y unos cuantos cruces que era muy posible que estuviesen colapsados. Además, se conocía mejor la otra parte de Plasencia y le sería más fácil callejear si tenía que hacerlo. De la cabina del conductor del camión alguien intentaba salir, aunque con movimientos torpes. Casi se para a ayudarle, cuando paró en seco. El hombre de la cabina sacó la cabeza por la ventanilla y le miró a Ras. Le faltaban todos los labios superiores de la boca, y sus ojos eran de color verde ciénaga. Este hombre alzó las manos hacia él, sin abrir la puerta. Era uno de ellos. “Joder, un puto Zombie”, pensó Ras. El verlos en series de televisión o películas era una cosa, y esto era otra. Daba por lo menos cien veces más de miedo, y en un momento Ras temió orinarse encima, porque se le aflojó un poco la vejiga. Se recuperó como pudo, no quería volver al pueblo donde estaban sus amigos y sus familias y que oliese a orín. Sería una vergüenza difícil de soportar. Había un espacio pequeño para pasar, y a poca velocidad pasó por el puente. Sin querer rozó un poco la cabina del camión, y solo eso bastó para que el camión cayese abajo. Ras pegó un buen acelerón para alejarse lo más posible de la explosión, pero no fue suficiente. Nada más caer el camión, explotó y voló el puente entero, desperdigando cachos de hormigón por todas partes. La onda expansiva de la explosión desestabilizó el peugeot y dio la vuelta al vehículo, empotrándose con la parte de atrás en una señal de tráfico. Ambroz tuvo suerte, solo el maletero quedó inservible, el choque no había dado al motor, y pudo seguir circulando con ese vehículo. Solo faltaba que tuviese que ir a Plasencia desde allí a pata. Por toda la carretera que conducía hacia Plasencia había coches estrellados, y algunas personas andando por la carretera, haciendo gestos para que parase. No paró, en esos momentos cualquiera podía estar infectado, y eso sería su perdición. Una regla maestra para sobrevivir en un mundo lleno de Zombies y una infección tan contagiosa, es: “No te fíes de nadie, porque nadie se va a fiar de ti.” Y siguió esa regla a rajatabla. Cuando llegó al cruce de la entrada de Plasencia, lo que vio le


impactó. Muchas casas estaban ardiendo, y el caos reinaba por todas partes. Se oían múltiples explosiones por todas partes, gritos, choques de coches... se pensó un momento el volver sin armas, pero eran necesarias. Sin ellas no iban a sobrevivir, y con el miedo acelerando su cuerpo entró en Plasencia. También barajó la posibilidad de que la tienda de armas estuviese saqueada, teniendo en cuenta el caos que reinaba por todas partes, pero aun así tenía que arriesgarse. Entró en un Plasencia lleno de gente corriendo hacia todos lados, con calles cortadas y nadie que hiciese frente a todo el pánico que reinaba en la ciudad. La policía, la guardia civil... en definitiva, todos los cuerpos de seguridad parecían haberse esfumado, y desde que entró en Plasencia no vio ninguno. Había controles por todas partes, pero sin agentes y manchados de sangre por todos lados. Ras empezaba a sospechar cuál había sido el destino de los cuerpos de seguridad. Ras siguió conduciendo a paso lento por la calle principal de Plasencia, la que cruza toda la ciudad de palmo a palmo. A veces algunas imágenes le aterraban, como la de una señora de unos cuarenta años perseguida por dos Zombies, que cuando vio el coche de Ras fue hacia él, implorando ayuda. “No te fíes de nadie, no te fíes de nadie...” se repetía una y otra vez en su mente Ras, intentando apartar los gritos de ayuda y socorro de su cabeza. Casi había cruzado la mitad del recorrido hasta la tienda de armas, cuando algo obstruyó su camino. El acueducto romano que cruzaba la calle estaba derrumbado sobre ella, y todos los alrededores estaban llenos de cascotes y de piedras gigantes que formaron parte del monumento. Tuvo que dar la vuelta a buscarse otro camino, pero todo se complicaba por momentos. Gente corriendo por la calle, gritando, y entre ellos, los Zombies. Eran pocos, por lo menos en esa zona, pero de vez en cuando tiraban a alguien al suelo y le devoraban lo que pillaran con los dientes, esparciendo sangre por todo el asfalto. Ras trató de que no le cundiese el pánico, pero tras tantas imágenes sobrecogedoras que habían pasado por sus ojos en la última hora, estaba a punto de estallar. Tenía que encontrar algo para calmarse, y justo cuando cruzó una calle que iba a la principal cortada por el acueducto, vio una farmacia que estaba abierta. Paró el coche justo enfrente, quitando las llaves del contacto para que no se lo robasen, y se dio cuenta de algo. No se había llevado ni un mísero bate de béisbol para defenderse. Sin pensárselo, entró en la farmacia, en la que no había nadie. Las puertas estaban reventadas, y diversos medicamentos estaban tirados por el suelo. Cantaba a la legua que la habían saqueado con prisas, sin casi preocuparse qué se llevaban y qué no, y se puso a buscar algo para calmarse. Tras unos minutos, sonrió. Una caja de Valium aún quedaba en una de las partes de un estante, intacta. También cogió varias cajas de antibióticos y e inhaladores de corticoides para el asma, porque uno de los hijos de Eddie padecía la enfermedad, y fue corriendo al coche. Antes de entrar se fijó que varios Zombies le habían visto e iban hacia él. Aprisa, y aún muy nervioso, arrancó el Peugeot y se fue por la calle principal hacia la tienda de armas. Nada más emprender la marcha, abrió la caja de Valium y se tragó una pastilla. Cada vez que se iba adentrando en la ciudad el caos


era más generalizado, pero él no prestó atención. Tenía un objetivo y ninguna opción más que seguir adelante. Sólo le faltaban unos metros para aparcar cuando un petardazo le anunció que se le habían pinchado por lo menos dos ruedas del Peugeot. Cogió los medicamentos y fue corriendo hacia la tienda de armas, que estaba en un callejón a la derecha. Cuando entró en el callejón, un Zombie se le quedó mirando. Estaba en medio del camino de Ras y este, sin pensárselo dos veces, le hizo un placaje que tiró al Zombie al suelo. Fue corriendo hacia la tienda de armas, buscando una desesperadamente, pero lo que se encontró le puso la cara en blanco. La tienda había sido saqueada casi por completo. No quedaba ningún arma a la vista, por lo menos en el escaparate. Tras rebuscar un buen rato atrincherándose en la tienda encontró varias pistolas Heckler & Koch USP con varios cargadores y un chaleco antibalas, aunque no sabía para qué le iba a servir, porque lo que estaba esquivando desde que empezó todo esto son mordeduras, arañazos y demás. Solo por seguridad, se lo puso, guardó una de las pistolas y una la tuvo en la mano, dispuesto a defenderse. Quitó el armario que había colocado en la puerta y de una patada abrió la puerta, tirando al suelo al zombi que estaba fuera, golpeándola desde que se atrincheró, y salió corriendo en dirección al coche. Cuando llegó al coche se le cayó el alma a los pies. Un seat león se había estrellado contra su peugeot y lo había convertido en una masa de hierros entrelazados formando una macabra figura de metal. También no sabía porqué volvía al Peugeot, recordó en ese momento que se le habían pinchado las ruedas y sería imposible proseguir la marcha con ese coche. Sin pensárselo dos veces corrió hacia el lado opuesto al que había venido, dirección a un aparcamiento de coches de varias plantas donde, con suerte, encontraría algún coche con las llaves puestas. Aunque lo veía improbable, era la única salida que le quedaba, en la calle había varios Zombies entre la gente y cada vez había más de ellos, como si se estuviesen multiplicando. Justo en el cruce por donde se entraba al aparcamiento, la suerte le sonrió por primera vez. Un BMR blindado junto con un par de soldados disparaban contra los Zombies, junto con varios cadáveres de sus compañeros, sin casi saber qué hacer. Ras sabía que el blindado se llamaba BMR M1 porque en su juventud quiso entrar en el ejército, pero entre una cosa y otra, sobre todo por su bagueza, no entró, y se sabía bastante bien todo el armamento del ejército español. - ¡Soldado! - dijo Ras al único que quedaba en pie. Era un soldado alto, se unos veintipico años, rubio y con el pelo corto.- ¿Quién está al mando aquí? - ¡Nadie, joder, nadie!- dijo el soldado entre lagrimas.- ¡Nos están masacrando, joder! - Cálmese, soldado. Esto se está descontrolando. ¿Podríamos irnos, por favor?- dijo Ras, mirando a todas partes. Como no se fuesen pronto, les masacrarían, como bien había dicho el soldado.- Conozco un sitio seguro. - Por mí de acuerdo, solo quedo yo y Luis, pero le ha herido un ser de esos.- Luis


estaba tirado en el suelo, agonizando. Estaba a punto de morir y convertirse en uno de ellos. - Sabes que lo tenemos que dejar, ¿No? - Si... pero no he podido hacerlo.- Ras sabía a qué se refería.- Vamos a ese sitio si lo haces tú.- le dijo a Ras. - Está bien. Monta en el BMR y ve arrancándolo. - Si, señor.- dijo el soldado, metiéndose en el BMR sin decir palabra. Ras, también sin decir palabra, cargó su pistola y le abrió la cabeza de un disparo al soldado agonizante. Esta sería la primera de muchas que venían después, y Ras no se alteró mucho, teniendo en cuenta era la primera vez que mataba a una persona. Más bien no se alteró por el efecto del Valium que estaba haciendo maravillas para que Ras no perdiese los nervios. Cogió las armas de los soldados caídos y montó en el BMR. Cuando emprendieron la marcha, iban chocando con diversos coches, que el blindado quitaba de la carretera sin problemas. - Señor, póngase en la ametralladora, por si acaso.- le dijo el soldado. Éste estaba bastante alterado, y sudaba a chorros del nerviosismo. Empezaron a cruzar las calles atestadas de vehículos y de gente corriendo y chillando, sin saber que la mayoría estaban condenados. Salieron de la ciudad sin tener que disparar ninguna bala, y cuando circulaban por la carretera hacia su pueblo, se metió dentro de la cabina. El soldado estaba muy alterado, y cada vez amenazaba más con perder el control. Ras sacó una pastilla de Valium y se la dio al soldado. - Tómela, y más vale que se calme, porque quiero llegar de una pieza a mi pueblo. - No puede ser, no puede ser, no puede ser...- repetía el soldado constantemente, aunque se tomara el Valium. Tardaría unos minutos en hacerle efecto. - Pues es, amigo, más vale que se haga a la idea si no quiere que acabemos como todos estos. ¿Y qué hacía el ejército en Plasencia? - ¿Tú que crees? Intentando controlar la infección, amigo. Cuando todo se fue desmoronando, nos ordenaron ir a Plasencia para escoltar las caravanas de autobuses, pero casi todas las carreteras que salen de Plasencia están colapsadas, menos las que se dirigen hacia el norte. Por la que estamos saliendo y la que cruza el valle del Jerte. La gente ha empezado a decir que la infección viene del norte, por esa razón nadie se dirige hacia allí. Hacia donde nos dirigimos.- el pánico se acentuaba cada vez más en el rostro del soldado, y Ras supo que tenía que hacer algo para calmarlo. - Eso son supersticiones, amigo. Yo venía del norte a Plasencia a por suministros, en el pueblo donde vivo y no ha quedado ni un alma. No hay sitio más seguro que un sitio vacío, créame. - Gracias por llevarme contigo. Si no, ahora estaría muerto. Me llamo Miguel. - Ambroz, encantado.- dijo el primer nombre que se le ocurrió. No se fiaba del soldado todavía, y no quería decirle su nombre más bien por una tontería. Lo había visto en una película, y creía que era una gran idea. Además, estaba cansado de su nombre.


- ¿Ambroz? Vaya nombre más raro. - Bien, Miguel, aquí en la rotonda tienes que salir por una entrada en sentido contrario en la autovía. - ¿Estás loco? Podríamos encontrarnos con un vehículo de frente... - Si quieres pasar por lo que queda del puente, lo harás solo, porque no quiero morir. El puente está destruido. - Joder...- maldijo Miguel, mientras llegaban a la autovía de donde salía todavía humo del camión de combustible que había volado en mil pedazos en medio de la autovía. El puente estaba derrumbado casi por completo, pero había una pequeña parte de autovía por la que todavía se podía pasar, y teniendo un blindado, pasarían sin problemas. Después de esto, un viaje de unos veinte minutos transcurrió sin problemas hasta que llegaron al pueblo y pararon en sus pisos. En su casa. Cogieron todos los suministros que tenían y entraron en los pisos, cerrando la puerta. Cuando llegaron a su piso, les esperaban al menos dentro unas diez personas. Las familias de Yurdi y Eddie. - ¿Donde están estos dos, Franc?- Franc era el hermano mayor de Eddie, y un hombre de plena confianza de Ras. - Están en los pisos de abajo, colocando todos los suministros que han encontrado. ¿Cómo está Plasencia? ¿Hay disturbios o algo? - Peor que eso. Luego os cuento. Miguel, tú quédate aquí con ellos. Yo soy a ver a estos dos. Ras bajó a los pisos inferiores donde estaban colocando Eddie y Yurdi todos los suministros. En una habitación estaban colocando toda el agua y líquidos que tenían, en otra la comida enlatada y la que tardaba más en caducar, en otra la comida de menos caducidad, y en otra todos los medicamentos que habían encontrado en la farmacia. - Estáis haciendo un trabajo estupendo, cabrones.- dijo Ras con una sonrisa. - Gracias, marica.- le dijo Eddie.- Bueno, ¿Qué te has encontrado en Plasencia? ¿Había movimiento? - Más que eso. Era un caos absoluto. Muertos, sangre por todas partes, y esos... Zombies, atacando a todo el mundo. A Plasencia le quedan pocos días de vida, amigos. - Y entonces, ¿Qué sugieres que hagamos, Ras?- dijo Yurdi. - Vamos a coger todos los armarios del bloque, o al menos los que no vayamos a utilizar y con ellos vamos a formar un bloque de armarios y sillas por toda la parte baja del bloque para impedir que los Zombies entren dentro. Es muy posible que dentro de un tiempo alguno de esos cabrones se pase por aquí a hacernos una visita. Podéis elegir alguno de estos pisos para vivir con algo de intimidad, están vacíos y no creo que los dueños os vayan a demandar por ocuparlos. Y una cosa más. Desde ahora, llamadme Ambroz.


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