AURORA Año 2.038. Cincinatti, Ohio, EEUU Aurora estaba contenta. Habían pasado dos meses desde que se transformó en una SuperHumana y no se divertía tanto desde que nació. Recorrían ciudad tras ciudad ella, su papi y el viejo, los dos únicos hombres que conocía bien, y nunca paraban en un sitio más de varios días. Aurora perdió prácticamente la memoria y no se acordaba de nada de su antigua vida, que según su papi, fue muy aburrida e irritante. La que llevaban ahora era mucho mejor. Llegaban a un sitio, buscaban cosas de valor, y se dirigían a otro lugar, a seguir buscando. Y lo mejor de todo era que podían aniquilar a tantos podridos como quisiesen. En ese momento estaban en el refugio de Mortis de Cincinatti, en el que el viejo consiguió por su condición de Morti que los dejasen alojarse por unos días. No dejaban pasar a nadie que no era Morti, pero tras ver que Aurora y su papi tenían los ojos del mismo color que ellos les dieron acceso a las instalaciones. No hubo tanta suerte con Sparky, el ayudante de papi. Tuvieron que montar un refugio en medio del río para evitar que los podridos le diesen caza, mientras intercambiaban los productos de valor. Quizás esa era la última vez que vería al viejo, porque papi quería ir a La Roca, en Missouri, y era un bastión humano, en el que no dejaban que los Mortis se acercasen a menos de doscientos metros. Era lógico, los Mortis eran portadores de la infección, y podían ser tan letales como un No Muerto. − Bueno, pequeña, ¿Cómo te encuentras?- dijo el viejo de forma amable. Aurora no le contestó tan bien. − No muy bien, viejo. Estoy rodeado de podridos que hablan y no me siento muy cómoda, la verdad.- dijo, enfurruñada. − Aurora, no deberías hablar así al Predicador.- dijo Sombra de manera sereva.Es un buen amigo, y gracias a él ahora estamos comiendo algo decente, no las porquerías de comida enlatada que solemos tragar. − Ya, ya...- dijo Aurora de manera distraída mientras mordisqueaba un trozo de pan reciente. − Predicador, ¿Cómo ha salido el intercambio de suministros?- cuando llegaron, Sombra le dio todos los productos que quería vender al Predicador para que los intercambiase por comida, agua y gasolina. Los tres productos indispensables para poder viajar. − No tan bien como esperaba, Sombra. Me han dado cinco kilos de comida, diez litros de agua y diez litros de combustible, muy poco para llegar a La Roca. − Joder... ¿Alguna idea?- dijo Sombra, con el gesto serio. − Me han dicho que toda la 74 hasta Indianápolis está llena de gasolineras que dicen que no han saqueado aún. Es la única forma de conseguir gasofa, Sombra.
− Joder, ese puto líquido se está convirtiendo en un problema de verdad. ¿Te puedes creer que sea más difícil de encontrar que la comida?- dijo Sombra, cabreado. − ¿Y qué quieres que le hagamos? Así están las cosas, y así tenemos que llevarlas. Por cierto, Sombra, yo ya me quedo aquí. Me he cansado de viajar de un lado a otro, y aquí puede que me necesiten. Dentro de unos meses iré hacia Atlanta, donde dicen que están reconstruyendo la ciudad Mortis venidos de todas partes de América. − Vale, viejo amigo.- dijo Sombra, dándole un abrazo. Aurora ni se inmutó.- Por cierto, ¿Antes de irnos vas a decirme cómo te llamas? − ¿Por qué quieres saberlo? Me lo habrás preguntado unas cien veces...- protestó El Predicador. − Vamos, Predicador, seguramente no nos veremos en mucho tiempo, seguro que se me olvida.- dijo Sombra tentando al Predicador. − No, seguro que no se te olvida.- dijo el Predicador con sorna.- Está bien... antes del apocalipsis me llamaba Nathaniel Sprenswyck. − Un momento, ese nombre me suena... ¡Y eres un Párroco! ¡Como el de la guerra de los mundos! − Ya, por eso no quiero revelar mi antiguo nombre. Lo entiendes, ¿No?- dijo el Predicador, con gesto serio. − Ya, me parece divertido.- dijo Sombra, sonriendo. A Aurora también le parecía divertido.- Voy a recoger los suministros, nos vamos cuanto antes. − ¿Ya te vas? Pensaba que te quedarías unos días a descansar.- dijo el Predicador, contrariado. − Sabes que no me gusta descansar, y además pongo en peligro la seguridad del bastión. Nosotros atraemos a los No Muertos tanto como los humanos, y puede que os destrocen las murallas del bastión. Solo a unos Mortis subnormales se les ocurre montar un bastión en el centro de una ciudad en la que vivían un millón y medio de habitantes antes del apocalipsis. − Sombra, no seas así.- le espetó el Predicador.- Ellos no tienen los mismos inconvenientes que vosotros, y es el mejor sitio en el que pueden hacer un bastión. Al no atacarlos los No Muertos, estar en el centro de una gran ciudad supone suministros a mano y sin ningún problema para conseguirlos para por lo menos un año, si no más. Y si son muchos, simplemente agotan los recursos que haya y se van a otra ciudad, así de simple. − Ya, ya lo sé, es que me gusta insultar a estos bobos.- justificó Sombra su anterior comentario.- Bueno, nos vamos. Adiós, Predicador, hasta nuestro próximo encuentro.- dijo Sombra, estrechándole la mano. El Predicador se acercó a Aurora, esperando recibir un abrazo, pero Aurora se fue expresando una cara de asco. − Ni lo sueñes, viejo.- dijo Aurora con desprecio. − Si, yo también te quiero.- dijo el Predicador, sentándose en una silla del cuarto y viendo cómo se iban.
El bastión constaba de varios rascacielos en los que vivían unos doscientos Mortis. En aquellos rascacielos tenían todos los suministros que habían encontrado por todo el centro de la ciudad en los primeros días de su estancia allí. Tenían de todo, comida, agua, medicinas... de lo único que escaseaban era de combustible. Según ellos, muchos depósitos y gasolineras volaron por los aires en los primeros días de la plaga, y las que quedaban, la inmensa mayoría, estaban dispersas por todo el país, esperando a que alguien se llevase el combustible. Cuando Sombra les preguntó porqué no tenían gasolina cuando existían tantas gasolineras esperando a que alguien las vaciase, su respuesta fue clara: “Solo necesitamos gasolina cuando nos desplazamos, Sombra, y cuando lo hacemos, siempre nos topamos con alguna gasolinera. Es una tontería ir cargado con ella cuando siempre está ahí, para que la recojamos, por ahora.” Mientras Sombra salía del rascacielos, pudo ver ya a unos cuantos No Muertos en la entrada, atraídos por su olor. Fue hacia la puerta, donde estaba su gran blindado, El Ataúd, lleno de suministros. Uno de los guardias del portón se acercó a Sombra. − Mira lo que has ganado, muñequito.- dijo con desprecio el soldado.
“Muñequito” era el nombre despectivo que le daban los Mortis a los humanos.Ahora, gracias a vuestro hedor tenemos al menos a cien No Muertos tocándonos los huevos. − Cuidado con lo que dices, mierdecilla.- dijo Sombra, desenvainando su Katana con la velocidad de un rayo y poniéndosela en la garganta antes ni siquiera de que este pudiese reaccionar.- Yo no soy un Humano para que me trates así.- en ese momento miró a los ojos al Morti y este palideció de terror al cruzar sus ojos verde ciénaga con los de Sombra, del mismo color. Sombra bajó la Katana y la guardó.- Antes de irme, os limpiaré los alrededores. Mañana por la mañana vendré a por el Ataúd y os dejaré todo en orden, si no hay inconveniente. − No, claro que no, Sombra.- dijo el soldado, ya con más respeto. Sombra sonrió y de un salto, acompañado por Aurora, llegaron un edificio de cuatro plantas situado fuera del bastión. Fueron saltando de tejado en tejado hasta que llegaron al río. El barco en el que tenían su refugio improvisado estaba anclado entre dos puentes metálicos gigantescos, en el centro del río Ohio. Era un barco de vela de unos siete metros, bastante pequeño y viejo, que encontraron en uno de los pequeños astilleros en torno al río. Cuando llegaron a él de un salto, el ayudante de Sombra, Sparky, estaba preparando algo de comida enlatada en la pequeña cocina del barco. Nada más verlos, fue hacia ellos con una sonrisa. − ¡Hola, chicos! ¿Qué tal ha ido todo?- dijo Sparky. Era un hombre alto, fornido, de unos treinta y cinco años, de ojos grandes y marrones, pelo negro, largo y peinado hacia atrás y unos labios grandes que dejaban aflorar una gran sonrisa. Todo eso, junto a su esmóquin negro, le daban aspecto de un mafioso de película de los años setenta.
− Bien, Sparky. Hemos conseguido suministros para llegar al menos a Indianápolis. Con suerte, estaremos en La Roca en tres días. − ¡Excelente! Vamos a cenar, se está haciendo de noche. A Aurora no le caía bien Sparky. Le encontraron por los alrededores de Nashville, Tennesee, hacía dos semanas, y desde entonces su papi le nombró su ayudante. Había algo en Sparky que le daba mala espina, como un presentimiento. Aurora tenía muchas ganas de matarlo. Comieron en silencio la comida que les preparó Sparky, una paella enlatada. A Aurora no le gustaba nada esa maldita comida enlatada, pero sabía que era eso o pasar hambre, y no protestó. Cuando la noche se les echó encima, se quedaron mirando las estrellas unas cuantas horas hasta que se durmieron. Se levantaron con los primeros rayos de luz del día, y Aurora, como siempre hacía fue buscar con la mirada a Sparky. Pero ese día no le encontró. Se levantó corriendo y salió a cubierta, para ver si estaba allí. Nada. Aurora entró como un rayo dentro del barco, llamando a su papi a gritos. − ¡Papi, papi, el palurdo no está!- dijo, zarandeándolo. − ¿Cómo dices?- dijo Sombra, levantándose de un salto. Lo primero que hizo fue palparse, a ver si estaba todo en orden. No le faltaba nada, excepto una cosa. Quizás, la más importante de todas. Su disco duro.- ¡Maldito perro sarnoso!dijo Sombra, hecho una furia. Le encantaba ver a su padre así de cabreado. Eso era señal de que ese día iba a tener lugar una gran caza, y a Aurora le encantaba ir de caza. El disco duro de su papi era muy importante, por lo visto tenía información general de todo lo relacionado de antes del apocalipsis, y medidas de supervivencia para el mundo actual. También había otros datos, según le dijo su papi que, si caían en malas manos, podían hacer mucho daño. De un salto llegaron a la otra orilla, a un rascacielos, y se pusieron a otear el horizonte, buscando algún rastro de Sparky, el perro sarnoso. Estaba emocionada, y un poco excitada. Aunque era una niña, el virus SuperHumano hizo que creciese en mente y cuerpo por lo menos cinco años de golpe, y tenía sensaciones y pensamientos ya típicos de la adolescencia, teniendo aún ocho años. Matarían a Sparky, y tenía intención de hacerlo lentamente, para poder disfrutarlo más. Su sueño al final se hizo realidad. − ¡Allí, papi! En esa plaza.- Aurora señaló una intersección a unos quinientos metros al sur donde estaban sonando varias ráfagas de disparos. Los dos fueron saltando de edificio en edificio hasta la plaza. El viento le mecía el cabello rubio platino de un lado a otro mientras saltaban. Era una sensación que le gustaba mucho. En la intersección había una serie de aparcamientos, un helipuerto al sur y una
gran iglesia justo delante, de ladrillo rojo. Un grupo de hombres había entrado en la iglesia, presionado por un grupo de No Muertos. Entre ellos estaba Sparky. Una excitación muy grande corrió por las venas del cuerpo de Aurora, mientras que a Sombra se le crispaban los ojos de furia. Saltaron a la intersección y fueron andando casi al trote hacia la entrada de la Iglesia. Los No Muertos, nada más tener constancia de la presencia de Aurora y Sombra, fueron hacia ellos. Los dos sonrieron. Sombra desenvainó su katana y Aurora desenvainó sus dos machetes. En unos minutos decapitaron a unos treinta No Muertos, sin sufrir ningún daño. Aurora sabía que no eran rivales para ellos dos, los portadores de la muerte. Sombra abrió la puerta de la iglesia de una patada, y entró como una exhalación. Para su sorpresa, solo estaba Sparky, al lado de una ventana. La iglesia estaba llena de cadáveres, sentados y Aurora se pudo fijar que casi todos tenían un vaso de plástico entre las manos, o caído en el suelo. Un suicidio colectivo. Eso consiguió arrancar una sonrisa demente a Aurora. Sparky, al verlos, dio unas cuantas palmadas de aprobación. − ¡Bravo, Sombra, perro de AllNess!- dijo Sparky con desprecio.- Sabía que vendrías. Eres muy eficiente, eso te lo reconozco, y espero que reconozcas que yo también lo soy. He conseguido robarte el disco duro sin que casi lo notaras. Ahora ya careces de utilidad, y el Trípode no se puede permitir dejarte vivo. Solo quiero que sepas que no es nada personal.- tras decir esto, saltó por la ventana de la iglesia. Sombra y Aurora fueron corriendo tras de él, pero antes de llegar a la ventana, la iglesia explotó en mil pedazos, con ellos dentro. Sombra, en el último instante, consiguió refugiarse con Aurora entre dos grandes vigas y salvar la vida. Cuando consiguieron salir, llenos de polvo y trozos de cascotes rojos, vieron que dos helicópteros se alejaban de Cincinatti. − Aurora, rápido, dame uno de los cuchillos que guardas para emergencias. Aurora le dio un cuchillo de combate de los cuatro que tenía anclados a una riñonera en la espalda. Sombra apuntó a uno de los helicópteros. Solo podría abatir uno, y tendría que jugar a cara o cruz. Lanzó el cuchillo con una fuerza asombrosa e impactó en la cabina del piloto, que dando varias vueltas en el aire, se estrelló a unos cien metros de su posición. Fueron corriendo hacia allí, decapitando a varios No Muertos por el camino. En unos minutos esa parte de la ciudad se convertiría en un hervidero, dado el escándalo que habían montado. El helicóptero estaba hecho jirones, clavado en una pequeña tienda de cosméticos. Sombra entró rápidamente entre los restos del helicóptero, mientras Aurora esperaba expectante fuera. Veía a los No Muertos cada vez más cerca de ellos, y solo esperaba a que llegasen para proseguir la matanza del día. Sombra salió con furia en su rostro, dio un grito aterrador al cielo y de una patada mandó un coche que había al lado de la tienda hacia la otra parte de la calle, empotrándolo en la pared. − Papi, ¿No estaba dentro el perro sarnoso?- preguntó Aurora, mientras de un
salto subían al tejado del edificio. − No, no estaba. Tendremos que seguir el plan establecido. Iremos por la 74 hasta Indianápolis y luego tomaremos la 70 hasta Kansas City. Y luego, a La Roca. − ¿Y el perro? − Tendremos que dejarlo por ahora. Va en helicóptero, vete tú a saber adonde se dirige. Preguntaremos en La Roca, a ver si saben algo de los bastiones del Trípode ese, si es que los tiene. Venga, vayámonos. Y los dos se fueron dirección La Roca, haciendo lo mismo que llevaban haciendo desde que empezó la plaga: seguir adelante.