EXTINCIÓN 2 – LA GUERRA
RAMÓN HERNÁNDEZ PERIAÑEZ
PRÓLOGO Cuando todo dio comienzo, y el virus empezó a aniquilar a toda la humanidad, muchos buscaron alguna razón de lo ocurrido, el porqué de que todo se estuviese yendo al garete. Uno de estos grupos, situado en las afueras de Burgos, no paraba de hacerse esta pregunta, una y otra vez. ¿Por qué? ¿Qué razón era la que sometió casi a la extinción a la raza humana? Cuando quedaron unos pocos, y tras muchos y polémicos debates tanto teológicos como biológicos, decidieron que solo podía existir una razón por la que la humanidad se encontraba casi extinta en estos momentos. El pecado. La corrupción. Las ansias de poder. Los vicios mortales, como el alcohol, el tabaco y el sexo desenfrenado. Por eso Dios sometió a la humanidad a esta purga, para castigar por sus pecados a todos los humanos, y por esa razón este grupo de personas volvió a instaurar una antigua orden que llevaba disuelta desde hacía mas de setecientos años: La Orden del Temple. Desde Burgos, la Orden del Temple resurgió en un bastión formado en las afueras de la ciudad, en la pequeña localidad de Cortes, que contaba con unas trescientas personas, formado y fortificado por completo dos meses después del primer brote de la infección. Mandaron emisarios por toda la península, ataviados con sus uniformes de Templarios y viajando en caballos, predicando con la nueva fe de la Orden del Temple. La nueva Orden tenía unas reglas claras, antes de estudiarse detenidamente las antiguas normas del Temple para decidir cuales se ajustaban a los nuevos tiempos y cuales no. Tenían terminantemente prohibido usar vehículos de gasolina u otro elemento de combustible fósil, armas de fuego, consumir alcohol (excepto vino, y solo para ceremonias eclesiásticas) fumar tabaco y tener sexo con alguien que no fuese tu esposo o esposa. De manera muy excepcional se podían omitir estas reglas en caso de extrema necesidad, acompañado de una acreditación firmada por el Maestro del bastión. La Orden se extendió en un tiempo récord por todo el norte de España, Portugal, y por el sur de Francia. En total, unos diez mil habitantes reuniendo a todos los bastiones en los que gobernaba la Orden del Temple. ¿Y porqué se extendieron tan rápido, sin morir en el intento? Porque existían factores, que sin ellos saberlo, les protegían. En los bastiones, vivían entre los animales que cuidaban para su manutención, sin molestarse en apartarlos a una cuadra aparte, y desaparecía casi por completo el olor a humano, por lo tanto los No Muertos no los olían. Vestían una cota de malla, como los antiguos Templarios, y cuando partían al exterior a la búsqueda de suministros, operaciones que calculaban minuciosamente, si les mordían, los No Muertos solo saboreaban el acero de sus cotas, y los Templarios evitaban la infección con una facilidad asombrosa. Y cuando viajaban, lo hacían a caballo, disimulando su olor perfectamente gracias al animal y consiguiendo evitar a los pequeños grupos de No Muertos que solían poblar
las pequeñas poblaciones por las que circulaban, evitando las grandes ciudades por precaución. Y si se topaban con un embotellamiento o con algún obstáculo, lo cruzaban fácilmente con el caballo o cabalgaban campo a través, que era como habitualmente solían viajar. El caballo corre mejor en tierra que en asfalto, como es obvio. En definitiva, los Templarios eran una Orden que se situó en una alta posición en la escala de la supervivencia, y Roberto estaba contento de contarse entre ellos. Roberto fue uno de los primeros que vio nacer de nuevo a la Orden del Temple, formando parte del comité de inauguración, en el Bastión de Burgos. A las dos semanas después, asaltaron el museo de Burgos, para recuperar varias piezas de interés histórico y protegerlas bajo el estandarte de la Orden del Temple. Dentro del museo, se vieron rodeados de No Muertos, y en ese momento, se encontró cara a cara con una réplica de la mítica espada del Cid: La Tizona, que estaba expuesta en una vitrina de cristal. Sin pensárselo dos veces, rompió el cristal de una patada y portó la espada legendaria del Cid, fue directo hacia los No Muertos, y con esta espada, empezó a cercenar cabezas, empapando todo de sangre y salvando a sus compañeros. Desde ese día dejó de llamarse Roberto Angostino Clemente, y Tomás de Blanchefort, el Gran Maestro de la Orden le bautizó de nuevo como Roberto Cid, que pasaría a ser su nuevo nombre. Los Caballeros Templarios más distinguidos tenían el derecho de adquirir un nuevo nombre, si ellos lo deseaban. La mayoría se dejaba su nombre anterior, y se adjuntaban un nuevo apellido, que los caracterizaría entre todos los demás. Roberto Cid, después de su heroica acción en el museo se Burgos, se le asignó viajar por toda España buscando bastiones que proteger y gente que anexionar a la Orden. Pasaron tres meses cuando hizo su primer viaje, hacia un refugio que los exploradores localizaron en Coimbra. Tardó dos semanas en llegar, acompañado de treinta hombres a caballo, y cuando llegaron el bastión se encontraba en las últimas. Sus muros estaban casi destrozados, los No Muertos rodeaban el recinto y parecía que los habitantes llevaban sin comer varios días. Los Templarios, haciendo gala de su impenetrable sentido de la disciplina, cargaron contra los No Muertos, haciéndolos trizas en varias pasadas. Los habitantes del bastión, incrédulos de lo que acababan de ver, aceptaron a la Orden Templaria como su nueva doctrina y los invitaron a pasar tanto tiempo como deseasen entre las murallas del Bastión. El líder del bastión, en agradecimiento a su ayuda, regaló a Roberto Cid dos subfusiles de la serie StarHeart de AllNess con núcleos de Plasma. El líder del bastión fue un científico de AllNess antes del Apocalipsis, y se llevó esas dos armas del laboratorio en el que estuvo trabajando hasta entonces, que, según el, se encontraba en las afueras de Pombial, una población que estaba a unos cuarenta kilómetros al sur de Coimbra. Gracias a esa información, proveyeron a sus hombres con armas de Plasma AllNess con las que podían defenderse mejor contra los No Muertos. Las armas de Plasma, al no ser armas de fuego, podían utilizarlas sin faltar al credo de la Orden.
En agradecimiento a este gesto de buena fe, nombró al científico de AllNess Líder del Bastión de Coimbra, y le dio un nuevo nombre: Federico Eanes. Estuvo un tiempo en ese bastión, tomándose algo de descanso para cuando llegase el momento de partir por el mundo, ya cubierto de No Muertos, en dirección hacia el sur. Cuando partió ya era primavera del año 2.039. Junto a su grupo de guerreros Templarios, restauró varios bastiones que presentaban las mismas condiciones que el de Coimbra, y los anexionaba al cada vez más grande imperio Templario. Todos los bastiones aceptaron de buena gana el estilo de vida Templario, y la mayoría de los líderes de esos bastiones se mostraron muy agradecidos con Roberto Cid, compensándole con regalos muy valiosos. El regalo que más le gustó fue el regalo de Luis El Magno, el líder del bastión de Talvinra, al sur de Portugal, que le quitó peso y afiló la Tizona, convirtiéndola en un arma completamente nueva. Luis El Magno, antes del apocalipsis, fue soldador profesional toda su vida. La técnica que seguía la Orden del Temple para que los bastiones fueran seguros era sencilla, pero muy efectiva. Ideada al principio del apocalipsis por la cúpula de los Templarios en Burgos, consistía en cavar cinco anillos de zanja, de cuatro metros de hondo por uno de ancho, y tener puentes móviles que se puedan retraer en caso de horda No Muerta, y cada cierto tiempo, quemar el foso rociándolo de gasolina, convirtiendo a los No muertos que cayesen dentro en ceniza. La idea la sacaron de los antiguos fosos que usaban en el medievo para la protección de los castillos, y daba un resultado muy eficaz. Desde que cavaban los cinco anillos, ningún No Muerto había pasado del primer anillo en ningún bastión Templario. El último bastión que anexionó al Temple fue el del Garilobo, situado en un pequeño pueblo al norte de Sevilla, hace dos meses. El líder, que todavía no había conseguido ninguna victoria, estaba eufórico, e intentaba por todos los medios conseguir esa gloria que tanto ansiaba, para labrarse un nombre Templario. Desde que Roberto Cid vivía en aquel bastión, asaltó sin ningún motivo a varias caravanas de supervivientes, según el, acatando las leyes Templarias, que prohibían el uso de combustible y armas de fuego. Roberto le explicó que esas leyes solo afectaban a los Templarios, y que a ellos no les importaba la manera de vivir de otros supervivientes, pero él no atendía a razones. Era ya casi finales de Agosto, y Roberto se levantó esa mañana con el mismo dilema: si ir a Talvinra a conectarse por la red Baelnius y hablar con Tomás de Blanchefort, el Gran Maestre de la orden y explicarle la situación, o no hacerlo, dando a Javier una oportunidad de ser un Templario justo y pacífico. Se vistió con su uniforme Templario, cogió a Tizona y salió a la calle, donde estuvo a punto de caerse al suelo gracias a una gallina despistada. En ese momento se acercó un civil del bastión, Andrés. Era más o menos de la edad de Roberto, y congeniaban muy bien. Andrés solía ser el encargado de avisar por el bastión las noticias más importantes que todos debían saber. Un pregonero, por llamarlo de algún modo. –¡Buenos días, Cid! ¡Hoy te has despertado más tarde de lo habitual! –dijo Andrés,
sonriendo. –A veces se me pegan las sábanas, como a todo el mundo, supongo. –dijo Roberto, quitando importancia al asunto. –¿Alguna noticia importante que se deba saber? –¡Vaya que sí, Cid! –dijo, moviendo las manos de un lado a otro. –Precisamente me dirigía a avisarte. Han atrapado a unos impíos que venían del norte, cargados con dos camiones de combustible y un camión lleno de armas de fuego. –¿En serio? –dijo Roberto, alertado y apremiando el paso hasta el ayuntamiento. “Otra vez no”. –¿Cómo han atrapado a los impíos? –No de muy buenas maneras. Usaron armas de fuego para cercarlos y así poder capturarlos. Solo han sobrevivido tres. –¿Los nuestros han usado armas de fuego? No me lo puedo creer... –El credo decía claramente que estaba totalmente prohibido usar armas de fuego, porque es un instrumento del diablo, a no ser que se tenga permiso del líder del bastión, y Roberto sabía que los asaltantes lo tenían, por desgracia. –Vamos a ver qué averiguamos. Roberto y Andrés entraron en el ayuntamiento de El Garilobo, buscando al líder del bastión, entre un bullicio de gente que estaba esperando al equipo que apresó a los impíos. Roberto notó mucha tensión en el ambiente, y se podía notar que los altos cargos del bastión estaban expectantes por ver a los presos. Cuando entraron en el despacho del líder del bastión, este sonreía a dos hombres que estaban con él, hablando. –Os felicito por la captura, hermanos. Nada más que los tengamos dentro del bastión, atadlos en el palco de acusados. Quiero terminar este asunto cuanto antes. –Tenemos que hablar, Javier. –dijo Roberto con gesto serio, y con un movimiento en la cabeza indicó a los dos hombres que estaban con el que se fuesen. Tenían mas respeto a Roberto que a Javier, y se fueron sin decir palabra. Andrés también salió del despacho, dejando solos a Roberto y Javier. –Cid, te alegrará saber que hemos atrapado a otro grupo de impíos. –dijo Javier, sonriendo. Roberto no sonrió. –Esa no es nuestra política, Javier. Nosotros seguimos un credo, pero los demás supervivientes no tienen porqué seguirlo. Es voluntario. No vamos atacando a cualquier grupo de supervivientes como si fuésemos bandidos. –¿Y si lo son? ¿Y si ellos eran bandidos? Tenían dos camiones de combustible, seguramente cargados hasta los topes, y suficiente armamento como para poder destruir este bastión sin problemas. Puede que se dirigiesen hacia aquí, para hacerse con un refugio. Las condiciones de vida han cambiado mucho desde el comienzo del Apocalipsis, Cid, como te conviene recordar. Ahora todos somos enemigos de todos, y se lucha por un refugio seguro. No puedo pasar por alto la seguridad del bastión, espero que eso lo comprendas. –Acepto que en eso tienes razón... –Roberto sabía que ahora, los grupos de supervivientes que no poseyesen un refugio tenían dos opciones. La más dura, construirse uno propio, asimilando numerosas bajas y la pérdida de montones de suministros, o hacerse con uno por la fuerza, aniquilando a la gente de un bastión para asentarse ellos en su lugar. Sin poder rebatirle eso, se levantó y se despidió de
Javier. –Te espero en el palco de jueces, Javier. –Iré en unos minutos. *** Roberto estaba sentado en el palco de jueces desde hacía veinte minutos, pasando calor en ese día de mediados de verano. Andrés le trajo una botella de agua fresca, y en esos momentos le pegó un gran trago. Cuando ya se estaba cansando de esperar, llegaron unos cuantos soldados con tres personas, dos hombres y una mujer. Iban ataviados con trajes que parecían de neopreno, violetas, con el símbolo de AllNess, y uno de ellos vestía una gabardina negra como la noche y le colgaba del cuello un sombrero cordobés para Roberto muy familiar. Hace tiempo, antes del apocalipsis, vio en la televisión varias veces a algunos tipos que portaban ese uniforme sacado de una peli de vampiros, y se acordó a quién estaba relacionado. “Un Sheriff de AllNess.” Lo que le faltaba. Los estúpidos hombres de este bastión habían atrapado a subordinados de AllNess, una de las corporaciones con más poder en esos momentos. Por lo que sabían los Templarios, AllNess operaba en todo el centro y sur de España, Francia, Suroeste de Alemania, Norte de Italia, Eslovaquia, Dinamarca, Estados Unidos y Canadá, y su gran sede en el centro de Africa. No convenía meterse con ellos, ni de lejos. Tenía que arreglar ese embrollo como sea. –¡Hermanos míos, hoy hemos encontrado a estos impíos pasando por nuestros dominios, con posesión del líquido de Satán y productos claramente antirreligiosos, y por si fuera poco, hay entre ellos una máquina infernal, esas que se hacen llamar “Cyborgs”!- Roberto tuvo que admitir en silencio que Javier tenía imaginación y sabía dramatizar la situación. Llamó “Líquido de Satán” al petróleo y trataba a la Cyborg como si fuese un demonio. Los Templarios, en el concilio que hicieron cuando se reabrió la Orden, no dictaron ninguna ley contra los Cyborgs, y Javier, de la manga, se inventó una bastante positiva. Roberto sonrió, moviendo la cabeza de un lado a otro en gesto negativo. –¿Cual es la pena que recomienda su señoría? –dijo uno de los jueces que estaba al lado de Roberto. –Muerte en la horca y para la Cyborg fusilamiento y quema. –Roberto se quedó asombrado con qué rotundidad sentenció a los acusados a muerte. –Ha entrado uno de esos seres infernales en nuestro sitio sagrado y hay que purificar el ambiente. ¿Qué me dicen, mis señores? –dijo Javier. Todos asintieron, menos Roberto. Tenía el gesto serio, y sabía que tenía que hacer algo. Se arriesgaban a una guerra abierta contra AllNess, guerra que de forma segura perderían. –Así sea. Mañana en la madrugada estos reos se unirán a los otros en la hora del ajusticiamiento. –¡Un momento, dejen que...! –dijo el Sheriff, de forma desesperada, intentando defenderse. En ese mismo segundo el verdugo subió y le calló de una patada. –¡Cállate, impío, tú no tienes derecho a hablar! –Roberto ya se cansó de tanta tortura e injusticia. –Permiso para hablar, señorías. –dijo Roberto, levantándose de su silla. –Permiso para hablar a Roberto Cid. Tienes la palabra. –dijo Javier.
–Estos señores no han hecho nada malo, mis hermanos. Disculpadme que sea tan franco, pero es así. Los hemos atacado en medio de la nada, sin que nos provocasen de modo alguno, y les acusamos según nuestras creencias, no las suyas. Y les recuerdo que empleamos armas de fuego contra ellos, siendo claramente objetos creados por Satán... –Cid, te estás pasando... –dijo Javier, con el rostro contorsionado por la rabia. A Roberto le importó poco. Para Roberto, Javier ya no valía nada. –Siento que mis señorías piensen así, solo pido justicia para estos pobres pecadores. Y hay que tener en cuenta que tienen toda la pinta de ser hombres de AllNess, lo que menos queremos en estos momentos es una guerra con ellos. –Lo que queremos y lo que no no te compete, Cid. Ya se ha tomado una decisión. Si sigues teniendo tendencias herejes, te acusaré de desacato, y serás tan criminal como ellos. –Roberto sabía que no podría hacer nada contra Javier si seguía importunándole en el palco de los Jueces, y esperó hasta después del juicio para tener unas palabras con Javier. Entonces se vería quién sería acusado de desacato. Roberto era uno de los Templarios con más poder de la Orden. Había salvado la vida a casi todos los líderes de los bastiones de Portugal, y le profesaban lealtad absoluta. Después, el verdugo habló. –Bien, meted a los reos en una celda, aún nos queda un caso de adulterio y dos casos de robo hoy...! Roberto no aguantaba más tantos juicios, y con el calor que hacía, aún menos. Sin decir nada más, dejó a todos los jueces allí sentados, sin importarle lo que dijesen de él. Con su mente inundada por la rabia, se tropezó con una chica mientras se dirigía camino de su casa. –¡Oh! Perdona, Roberto, no te había visto. –Era una chica guapísima y de buena figura, morena y con la piel aceitunada. –¿Qué te pasa? Pareces muy enfadado. ¿Puedo hacer algo por ti? –dijo esa chica sonriendo. –No puedes hacer nada, María, pero gracias de todos modos. Ahora tengo que irme, hay asuntos que requieren mi atención. –dijo firmemente Roberto, zanjando el tema. –¿Qué asuntos? Te has ido del palco de jueces, donde deberías estar, y los altos cargos del bastión están ahí. No me imagino qué asuntos más importantes que esos tendrías que atender. –Vale, voy a descansar un poco. Cuando todos los juicios terminen, voy a hablar con Javier. ¿Te vale ya con eso? –dijo Roberto, un poco frustrado por el interrogatorio al que estaba siendo sometido. –Perdona si te he importunado. Si quieres, podemos relajarnos tomando algo en mi casa. Tengo algo de zumo de naranja. Lo he preparado esta mañana. –dijo María. Roberto se cansó. –¿Estás insinuando que tengamos relaciones pecaminosas? –¡No! Yo solo... –Te recuerdo que soy un Templario juramentado, y además tengo nombre Templario. Soy un caballero distinguido de la Orden. Y además, es un delito para todo aquél que esté en los bastiones Templarios. Estoy tentado de llevarte ahora mismo al palco de
jueces, para acusarte de incitación al pecado. –Pero sé que no lo harás, Roberto. –María se acercó más a el. El pulso de Roberto se aceleró. –He visto como me miras. Te gusto, y tú me gustas a mí. ¿Porqué no podemos enrollarnos, como las personas normales? –Eso tiene una sencilla respuesta. No estamos casados, y sin eso, no hay sexo que valga. Ahora déjame pasar. –pero María no se apartó. –¿Y porqué no nos casamos? Hagámoslo, qué importa. Tal y como están las cosas, hay que aprovechar el momento más que nunca. –Te lo explicaré de la forma más breve posible, María. –Roberto se puso la mano en la cabeza, intentando buscar las mejores palabras. –Tú me gustas también a mí, María, en serio. Pero no podemos estar juntos. Dentro de un mes, una semana, o mañana mismo me iré, y puede que no regrese nunca. Voy de bastión en bastión, anexionando más territorio para la Orden del temple. Nuestra relación nunca sería apropiada. Lo siento. Y dicho esto, se escabulló de María hacia el palco de Jueces para que no le siguiera, y descubrió que acababan de terminar las sesiones de ajusticiamiento matutinas, y todos, mientras estuvo discutiendo con María, se habían ido a sus casas. Fue hasta el ayuntamiento, y entró como una exhalación hasta el despacho de Javier, que abrió de un portazo. –Tenemos que hablar, Javier. –dijo Roberto, cerrando la puerta de otro portazo, y sentándose en la única silla que había aparte de el sillón de Javier. –Ya, ya, el asunto de los de AllNess. Ya está decidido, los ejecutaremos mañana por la mañana. No hay más que hablar. –Dijo, zanjando el tema. Roberto no se quedó satisfecho. –No quería recurrir a esto, pero no me dejas elección. Si ejecutas a esos hombres mañana por la mañana, este bastión quedará fuera de la Orden del Temple, y negaremos cualquier relación con el ataque a los soldados de AllNess, dejando toda la responsabilidad de sus muertes en vosotros. –Vamos, Cid, no hay que ponerse así. –protestó Javier. –Yo mando en este bastión, y si no te gusta como lo hago, vete y ya está, pero estaba actuando bajo las normas Templarias, no sé porqué la tomas conmigo... –Has atacado a gente que no les afectaban nuestras leyes, y por si fuera poco has matado a hombres de AllNess, y planeas ejecutar a otros tres. Si AllNess se entera de esto, y ten por seguro que lo hará, nos meteríamos en una guerra abierta contra ellos. Por desgracia, son mucho más poderosos que nosotros, al menos en el sur de la península, y tal y como están las cosas, la escasez de suministros, los No Muertos pululando por todas partes y muchas cosas más... No nos interesa luchar contra ellos. Además, no tenemos nada en contra de cómo llevan la supervivencia en el nuevo Mundo... es más, teníamos pensado en entablar relaciones comerciales con ellos. Ahora, gracias a ti, podemos dar gracias si no nos declaran la guerra. –¡No me hables como si fuese un estúpido, chico! –gritó Javier, levantándose de su asiento. –¡Soy el líder de este bastión, y si cometo un error, lo subsanaré como sea posible, pero no me insultes en mis dominios, porque no te lo voy a permitir!
–¿Que no me lo vas a permitir? –Dijo Roberto, levantándose también de su asiento y mirando con gesto amenazante a Javier. –Te olvidas de quién soy. Permite que te lo recuerde, Javier. Soy Roberto Cid, uno de los tres Mariscales Generales de la Orden del Temple, y todo el poder del sur de Portugal y oeste de Andalucía me compete. Solo con una orden, podría arrasar este refujiucho a cenizas, que no se te olvide. Y eso sin contar a los veinte Caballeros Templarios que tengo a mi cargo aquí. –Dicho esto, Roberto se sentó de nuevo. –Pero no soy un loco que busca matar a la mínima oportunidad, y voy a intentar arreglar este pequeño asunto de forma diplomática. Tú liberarás a los rehenes de AllNess mañana por la mañana, suministrándoles todo lo que requieran y pidiendo unas disculpas sinceras por los agravios. Yo partiré esta noche, al amparo de la oscuridad hacia Talvinra, para conectarme en la red Baelnius y así hablar personalmente con Tormenta. Tú estás al mando aquí, y si me demuestras que todavía quieres gobernar en este bastión y conseguir un nombre Templario, te portarás como es debido, y protegerás a esta gente como se hace en esta Sagrada Orden. –Sí, señor... –dijo Javier. Ya se había sentado, y hablaba de forma muy calmada, demostrando arrepentimiento. –Mañana haré lo que me pides, e intentaré liderar este bastión de forma justa, se lo prometo. –Bien, eso está mejor, Javier. Voy a comer. Me tomaré el día libre, dando una última vuelta por el bastión. Roberto salió del despacho de Javier sin decir ni una palabra más. Era lo mejor que pudo hacer, reflexionó mientras comía. Si ejecutaba al líder de este bastión, que fue el guía de los habitantes de El Garilobo desde que comenzó el apocalipsis, se arriesgaría a una rebelión, y nunca mas mirarían con buenos ojos a la orden del Temple. Por otra parte, subyugando a Javier se ganó sin derramamiento de sangre un devoto fiel y la tranquilidad de la gente del bastión, porque Javier cumpliría con su palabra, eso seguro. Por otra parte, estaba el problema con AllNess. Eso ya lo solucionaría cuando llegase a Talvinra. Roberto se pasó toda la tarde dando vueltas, observando aquellas casas antiguas que tantos años habían aguantado en pie, y ahora proporcionaban refugio a algunos de los pocos supervivientes del Apocalipsis. Estuvo sentado todo el atardecer en la plaza donde estaba situado el ayuntamiento, una plaza en la que en el centro una hermosa fuente la decoraba, y estaba rodeada de una pequeña barandilla de color verde junto a unos parterres con flores hermosas. La razón por la que Roberto disfrutaba de casi todo su tiempo libre en la plaza era para que por si acaso pasaba algo importante, enterarse al instante, y otra era porque su casa estaba situada en los alrededores de la misma plaza. Había pasado allí muchas tardes sentado en aquellos bancos metálicos. Cuando empezó a oscurecer, todo se tiñó de oscuridad, porque en los Bastiones Templarios por la noche casi no se usaba la luz, y andar por las calles, si no estabas de guardia, sería peligroso. Se fue a su casa y cenó una tortilla de patatas que se hizo el mismo, y nada más cenar, se durmió, inmerso en sus pensamientos. Antes de irse a acostar dejó ordenado a la
patrulla de guardia que le levantase a las cuatro de la mañana, para partir hacia Talvinra. A las cuatro de la mañana, tres guardias aporrearon su puerta, avisándole de que era la hora. Se vistió rápidamente, cogió su equipo, que constaba de cuatro litros de agua, varias barras de pan y cuatro latas de conserva, para poder comer por el camino, la cota de malla Templaria y a Tizona. Salió a la calle, y sintió el fresco que precedía a un día caluroso de verano, típico de Andalucía. Fue a paso rápido al establo y montó en su caballo, un espléndido Hispano-Bretón negro que le llamaba “Tornado”. –Vamos, Tornado, prepárate, que tenemos un gran paseo por delante. –le dijo al Caballo de forma cariñosa. Pasó los cinco anillos a todo trote, previo aviso de que bajasen los puentes, y partió hacia Talvinra al amparo de la oscuridad. Iría campo a través hasta el bastión de Cerezas Rubias, a unos sesenta kilómetros al oeste, donde dejó a casi toda su guarnición de soldados, que constaba de ciento treinta Caballeros, donde irían en conjunto hasta Talvinra, al sur de Portugal. No recorrió ni cinco kilómetros cuando oyó algo parecido al rotor de un helicóptero, y se paró en seco. Miró hacia donde estaba su bastión, esperando que aterrizase el helicóptero en él. Era de esperar que fuese de los suyos, sabiendo Roberto que no había ningún bastión a cien kilómetros a la redonda. Pero algo no le cuadraba. Ellos no aprobaban el uso de gasolina, excepto en situaciones muy especiales, y además no disponían de helicópteros en ningún bastión, que Roberto supiese. Lo que pasó a continuación disipó las dudas de Roberto con respecto al helicóptero. Se oyeron ráfagas de disparos, casi ininterrumpidos. Solo cabía una posibilidad: estaban atacando su bastión. Apremió a Tornado y fue a toda velocidad hacia El Garilobo, con una furia que ya había sentido antes. Era la furia que le entraba cada vez que sabía que su espada en breve saborearía la sangre de los No Muertos, solo que esta vez, por vez primera, La Tizona saborearía sangre fresca por primera vez desde hacía siglos. Tardó treinta minutos en llegar, y nada más llegar vio a varios Jeeps salir rápidamente del bastión, junto al helicóptero, que volaba en dirección opuesta a los Jeeps. Pasó a toda velocidad por los puentes, que estaban bajados, y sin darse cuenta, Tornado pisó varios cadáveres esparcidos por el suelo. Bajó del caballo y empezó a subirle el pulso. Aquello era una matanza. Las calles estaban llenas de cadáveres, sobre todo la principal, y la sangre decoraba todo el hormigón y las paredes de las casas de forma macabra. Se dijo a si mismo que eso no era obra de AllNess. Era obra de unos salvajes, unos monstruos a los que no les importa matar tanto a niños, como a mujeres o como a cualquier cosa que se les ponga por delante. Aquella escena le recordó los primeros días del Apocalipsis, cuando la infección crecía de forma incontrolable, y las calles se llenaban de víctimas muertas a causa de los infectados. La desesperación se estaba apoderando de él, y lo notó. Tenía que recuperar el control. Era uno de los tres mariscales de la Orden, y uno de los hombres más
poderosos que existían en toda Europa en esos momentos. No podía volverse loco por una matanza como esa. Lo primero era ver si había supervivientes, y luego ir hacia Talvinra para investigar los sucesos y buscar a los culpables. Tras una hora de búsqueda, no encontró a nadie vivo en todo el bastión, ni siquiera a los hombres de AllNess, que habían desaparecido. En un último intento de encontrar a alguien, dio un grito. –¿ES QUE NO QUEDA NADIE VIVO AQUÍ? –Su voz resonó entre las paredes de las casas de la plaza, seguidas de un silencio sepulcral. De repente oyó un ruido de cosas cayéndose. Instintivamente, desenvainó a La Tizona, y miró hacia el origen de los ruidos. En un callejón, asustada, encontró a María, la chica que le intentaba seducir cada vez que lo veía. Bajó la espada. –María, ¿Solo tú has sobrevivido? –Eso... eso creo. –dijo María, muy asustada. Estaba bastante sucia, y apestaba a mierda. –Me he escondido en uno de esos contenedores. Por suerte, no les ha dado por mirar ahí, pero los noté pasar varias veces, recargando sus armas. –Estaba al borde de las lágrimas. Roberto fue hacia ella y la abrazó. Si la tranquilizaba, tal vez podía sacar algo en claro sobre los animales que protagonizaron la matanza. –Vamos, María. Siento todo lo que ha pasado. Si te consuela, prometo que encontraremos a los que han hecho esto y lo pagarán con creces, te lo juro por mi honor. –Eso espero, Roberto. –Venga, vayámonos. Monta conmigo en Tornado, no hay tiempo que perder. En las horas de más calor no podemos cabalgar, sería mucho esfuerzo para el caballo. Mientras cabalgaban sobre Tornado campo a través, Roberto dejó que María se tranquilizase, y guardó silencio. Acababa de vivir una experiencia bastante traumática, y no vendría bien que le recordase lo que acababa de pasar, al menos en unas horas. Cuando estaban pasando cerca de Valverde del Valle, Roberto le preguntó a María. –María, sé que es pronto, pero debes decirme si sabes algo de los atacantes. ¿Podrás hacerlo? –Por ti, lo que sea, Roberto. –En ese momento agradeció que María se sintiese tan atraída por él. –¿Quienes eran? –Creo que me hago una idea. Antes de meterme en el contenedor, pude ver a uno de ellos, y te aseguro que no llevaban el uniforme de AllNess. Más bien, parecían bandidos. –¿Bandidos? Un grupo de bandidos no actúa de forma tan precisa y coordinada. Y recuerdo que en El Garilobo dejé a la mitad de la guarnición que traje cuando reconstruí El bastión, unos treinta hombres bien entrenados. –Espera, hay más. También vi un Jeep suyo, y había un símbolo pintado en la puerta derecha. Me extrañó mucho que el helicóptero no llevase el mismo símbolo... –¿Qué quieres decir? –dijo Roberto, sin entender nada. –Que el equipo de AllNess se montó en el helicóptero y se fue. Parecían asqueados de
la matanza, no creo que fuese obra suya. –Entonces, ¿De quién? –Allá va... –dijo María, respirando hondo. –El símbolo que vi dibujado en el Jeep era... era del Trípode.
CICLÓN Desde el cielo, un sol abrasador de finales de Agosto impactaba sobre Puerto libre. El verano estaba en todo su auge, y justo en las puertas del Atlántico Norte estaba apretando con todas sus fuerzas. Brian ya se había recuperado de su transformación en Superhumano, y su chaqueta reposaba en una silla de la cubierta del pequeño bote en el que surcaban la playa de Puerto Libre. Llevaba puestas unas gafas de sol y estaba tumbado en la cubierta, tomando el sol. Sombra y Aurora se estaban dando un chapuzón en el agua, internándose en las profundidades y subiendo rápidamente como una bala hacia la superficie y saltando como delfines fuera del agua. No fue hasta que sonó varias veces la radio, dejando a los que llamaban incesantemente en ascuas, cuando Brian se levantó a contestar la llamada. –Torre de control, aquí Charlie. ¿Cuál es su posición, cambio? –Charlie, estamos a media milla de la playa, refrescándonos un poco, ¿Qué quiere? – respondió Brian. –Lluvia acaba de llamar, y necesita que se conecten para recibir órdenes. –Nosotros no recibimos órdenes de nadie. –dijo Brian con voz amenazadora. Desde que se convirtió en SuperHumano, hará una semana, tenía cambios de humor constantes. Sombra le dijo que era evidente que a medida pasara el tiempo surgiesen efectos secundarios debido a su conversión a SuperHumano, y que habría que esperar al menos un mes para evaluar los posibles cambios en su cuerpo y mente. –Ha sido clara. Deben presentarse cuanto antes. –Está bien. –cedió Brian. –Estaremos en el Taj Mahal en una hora. Cambio y corto. Cuando cortó la transmisión, se desperezó, fue hasta la barandilla del bote y llamó a voces a Sombra y Aurora. Ellos vinieron nadando en seguida, y metiéndose dentro del agua, saltaron como delfines a la cubierta, que llenaron de agua. –¿Qué quieres, Ciclón? –dijo Aurora, molesta. –Nos estábamos divirtiendo. Que tú seas un soso no quiere decir que no podamos divertirnos los demás.- Aurora, desde que se convirtió, le dio un trato más respetuoso, y ya no lo llamaba Lombriz, pero aún tenía un gran camino que recorrer para ganarse absolutamente a la niña. –Ha llamado Lluvia. Quiere que vayamos al Taj Mahal cuanto antes. –Está bien. –dijo Sombra, algo molesto. –Ya hemos hecho caso omiso a sus cinco llamadas anteriores, y va a parecer que no queremos saber nada de ella. Sombra se puso al timón del bote y fueron a toda velocidad hacia el puerto. El viento movía sus pelos en todas direcciones, sintiendo la brisa del mar. Brian nunca había estado antes en el mar, y las sensaciones de tranquilidad y calma que producía estar cerca de él a Brian le gustaban. Puerto Libre era un bastión construido en la antigua Atlantic City, con una tercera parte de sus infraestructuras habitadas. Las demás fueron selladas, y los puentes que unían la ciudad con el continente se protegieron con las más altas medidas de seguridad para evitar el paso a los No Muertos. Gracias a eso Puerto Libre no sucumbió a la plaga, porque estaba rodeada de un impenetrable
mar de pantanos y agua en los que un No Muerto, irremediablemente, quedaba atrapado para siempre. Solo se podía llegar a Puerto Libre por los puentes, y éstos se podían defender con facilidad contra los No Muertos. En definitiva, Puerto Libre era un lugar seguro de los pocos que ahora quedaban sobre la faz de la tierra. Sabía que tarde o temprano tendrían que abandonar Puerto Libre, y que en el momento de la partida echaría de menos ese lugar. Atracaron en el puerto que construyó Niebla para albergar toda la flota que antes tenía el Trípode en Puerto Libre, y que el día en que lo derrocaron se echó a la mar. En ese momento casi no había barcos, y pudieron atracar donde quisieron. En el puerto, debido a la ausencia de barcos, no vieron a casi nadie. Caminaron a buen paso hasta el Taj Mahal, que en esos momentos estaba custodiado por soldados del batallón que trajeron consigo el día de la invasión. Cuando cayó el Trípode se dieron cuenta que la mayoría de los altos cargos del bastión estuvieron todo el tiempo presionados a seguir la ley del Trípode, pero que no estaban en ningún momento de acuerdo con sus métodos, y gracias a eso no hubo ninguna rebelión por parte de los habitantes de Puerto Libre. Es más, recibieron con los brazos abiertos la protección de Nuevo Pittsburg y de la UBAN. Entraron de manera despreocupada en el Taj Mahal, sin prisas por hablar con Lluvia, y fueron a recepción, donde estaba una chica de recepcionista, bastante atractiva. –Hola, guapa, venimos a hablar con Lluvia. –dijo Sombra con descaro. –Dame en uno de los ordenadores de la sala conexión con Baelnius. –¡Claro, Sombra! –dijo la chica, muy contenta de hablar con un Sheriff de AllNess. – el ordenador número tres ya está preparado. Por cierto... ¿Esa gran katana es el arma más larga que tienes?- dijo la chica, de manera seductora. –Por desgracia sí, pero tengo otra que no se queda muy atrás. ¿Quieres que te la enseñe? –Si te empeñas... Mi habitación es la trescientos nueve. –Dijo la chica, despidiéndose con un guiño de ojo. Sombra ni le preguntó su nombre. Desde que llegaron a Puerto Libre, no dejaban de insinuarse a Sombra y Brian las chicas, todo lo contrario a lo que solía suceder. Cuando llevaba viviendo varios días en el bastión, supo por qué. Más del setenta por ciento de los habitantes del bastión eran mujeres. –Aurora, tú te quedarás con Ciclón hasta que le enseñe mi otra arma a aquella chica. –Querrás decir que te la vas a follar, ¿No? –dijo Brian, sonriendo de manera pícara. –¿Qué dices? Le voy a enseñar mi otra arma, un machete indio que traje conmigo en el asalto. Es algo más pequeño que mi katana, pero más contundente. No me extraña que quiera verlo. –En fin. –dijo Brian, poniendo los ojos en blanco. Siguieron andando hasta la sala de ordenadores situada en la planta baja, donde tenían conexión con la red de satélites Baelnius. Brian tenía muchas ganas de ver qué quería Lluvia, no porque lo intrigara, sino para que los dejase en paz. La pesada estuvo llamando todos los días desde que tomaron Puerto Libre por lo menos tres
veces al día, y ya era un fastidio. Sombra encendió uno de los múltiples ordenadores de toda la sala, y hubo unos segundos que solo se oyó el sonido que producía el ordenador al encenderse. Cuando pudo ya trabajar con él, fue inmediatamente el programa que daba conexión con el Baelnius, y sintonizó con Lluvia, en Nuevo Pittsburg. Lluvia tardó unos minutos en aparecer, y Brian se imaginó que se cansó de esperar una respuesta que parecía que nunca llegaría y se fue a hacer otras cosas. Cuando apareció en la pantalla de ordenador parecía una fiera a punto de atacar. –¿Donde pollas habéis estado toda la semana, cabrones? –dijo Lluvia a voces. Mientras lo dijo escupió algo de saliva por la pantalla de su ordenador, tenía todo el pelo enmarañado y la cara roja como un tomate. A Brian le dio un poco de asco. – Estamos en una situación muy comprometida, ¿No creéis? –Lluvia los miro, pero al ver que no obtenía ninguna respuesta clara, gritó. –¡Contestadme, putos subnormales! –Oye, Lluvia, cálmate un poco. –dijo Brian en tono amigable. Intentó aliviar la situación. –¿Por qué no te vienes aquí unos días, a broncearte en la playa? Te vendrá muy bien... –Yo creo que lo que le vendría bien es un buen polvo. Ante todo que sepas que yo no voy a follarte. –dijo Sombra apartando la mirada, no sin antes echarle un buen vistazo a sus tetas. Brian lo dejó por imposible. –Como si quisiera follar con un trozo de mierda como tú. –dijo Lluvia con una mirada de desprecio. –Sois unos mierdas, ¿No os dais cuenta que hemos declarado una guerra abierta contra el Trípode? –Les hemos arrebatado su mayor bastión en NorteAmérica, ¿Qué mas quieres que hagamos, joder? ¿Cascarnos una paja? –Quiero que los eliminéis, uno por uno, cada bastión de toda Norteamérica. –dijo Lluvia, sin rodeos. –Mientras quede aunque sea uno de ellos, siguen siendo una amenaza. –Ya, claro, vamos ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, mirando si hay bastiones del Trípode. Y les preguntamos ya de paso a los muertos “Oye, tío, que tal, tronco, ¿Sabes si por aquí hay algún refugio del Trípode? Lo digo porque seguro que te tienes la zona pateada de tanto buscar carne fresquita para llevarte a la boca.” –dijo Sombra, con sarcasmo. –Jódete, Lluvia. –le espetó Sombra a Lluvia. –Para eso existe la red de satélites Tiraltius, pequeño soplapollas. Tenemos bastiones localizados en toda el área que rodea Puerto Libre, idiota. Hay bastiones en Wilmington, Philadelphia, Trenton, Allentown y Harrisburg. Cuando conquistéis esos bastiones, vendréis aquí, a Nuevo Pittsburgh. Por ahora no hay más órdenes. Conquistad esos bastiones, y si hay alguna noticia u orden os la comunicaré. –¿Se sabe algo de La Roca, Lluvia? –preguntó Brian. Allí era donde vivía Jessica, y quería saber si estaba bien. –Nada importante, salvo que las cosechas que rodean la ciudad no están saliendo tan bien como se esperaba. Han saqueado casi todas las ciudades y pueblos cercanos en un radio de cien kilómetros, y se están quedando sin suministros. Es muy posible que mucha gente pase hambre el invierno que se avecina. –Es verdad, se acerca el invierno. –admitió Sombra. –¿Podemos hacer algo por ellos? –¿Ahora te has vuelto caritativo, Sombra? –dijo Lluvia con desprecio. –Ellos trataron
mal a uno de los nuestros, por mí como si se mueren todos de hambre. –De todas maneras pienso que deberíamos formar una alianza con La Roca. Seguro que están dispuestos a ayudarnos a derrocar al Trípode, además, tienen mucho poder sobre todo el centro de Estados Unidos. –Tienes razón. –Admitió Lluvia. –Me comunicaré con ellos en cuanto pueda, a ver a qué podemos llegar. También intenta recoger todos lo suministros que puedas de todos los bastiones que conquistes del Trípode, puede que nos hagan falta. Nosotros también andamos algo escasos, sobre todo de comida. Volveremos a hablar dentro de unos meses, cuando estemos ya en Invierno. Si surge algo importante, volveré a llamar. ¡Y contéstame, coño! –dijo Lluvia, bastante enfadada. –Si, si, yo también te quiero. –dijo Sombra con desprecio, mientras apagaba el programa Baelnius. –Menuda zorra. Vayámonos, hay trabajo que hacer. Sombra, Aurora y Brian fueron hasta la recepción, y pidieron un mapa de Estados Unidos, para marcar las ciudades que dijo Lluvia en la charla. Salieron del Taj Mahal y fueron hasta la muralla que rodeaba el bastión, y en el aparcamiento cogieron el coche de Sombra, el Ataúd. Hace unos días lo trajeron con un helicóptero de transporte desde Nuevo Pittsburgh para poder moverse con total libertad por los alrededores de Puerto Libre. Montaron los tres en el Ataúd y salieron de la ciudad, por la carretera 30. –¿Cuál será nuestro primer objetivo, Sombra? –preguntó Brian. –No lo sé, Ciclón, a ver... –miró el mapa detenidamente, hasta que escogió una de las ciudades marcadas. –Iremos primero a Philadelphia, que es de los objetivos más cercanos, e iremos abriéndonos hasta que los tengamos todos. Haremos lo que mejor se nos da hacer. Matar.
BENNET Bennet estaba tendido en el suelo, sin poder siquiera moverse. Sonaban ráfagas de tiros en el aire, gritos y explosiones. El miedo atenazaba su cuerpo, y provocaba que unos lagrimones del tamaño de una canica poblasen su rostro. Un ejército de Cyborgs estaba destruyendo el centro de Atlanta, y sabía que él sería el siguiente. Toda la calle en la que se situaba estaba llena de cadáveres esparcidos por el suelo, y enfrente suya, estaban ellos: Los Cyborgs. Incansables y sedientos de sangre, con sus ojos vacíos e inexpresivos, acercándose cada vez más a él. Pronto llegaría su muerte... –Bennet, ¡Bennet! –un anciano lo zarandeó un poco, para que despertase. –Estás teniendo una pesadilla, hijo... –No, ¡No me cogerán! –Bennet despertó con una película de sudor frío en la frente. Todavía sentía el terror que tuvo en la pesadilla. Era tan vívida como las anteriores. – No lo entiendo, Claus, me pasa todas las noches... –Es normal, solo tienes dos años... –dijo Claus, mientras lo abrazaba. Bennet era muy diferente a los otros niños, o mejor dicho, diferente a todo ser humano que todavía caminaba sobre la faz de la tierra. Él era único. –Claus, ¿Cómo puedo tener solo dos años, y poder hablar? Además, ya mido casi un metro de altura, no lo comprendo... –Claro que lo comprendes. –dijo Claus, sonriendo. Bennet también sonrió. –Si quieres que te cuente otra vez la historia, solo tienes que pedirlo. –Si, ¡Cuéntame la historia otra vez, Claus! –A Bennet siempre le relajaba escuchar su historia, el cómo acabó viviendo en el cementerio de Atlanta junto a Claus, porque él no era un Morti normal. No tenía granos cubriéndole por todo el cuerpo, y el tono verde ciénaga de sus ojos era mucho menos intenso que el de los demás. Era un tono entre verde ciénaga y marrón. Además, solo tenía dos años y aparentaba ser un niño de ocho. –Bien, todo empezó en los días del apocalipsis. –empezó Claus, recostándose al lado de Bennet. –Yo estaba a punto de jubilarme, y trabajaba horas extras en el hospital de Montgomery, Alabama. Estábamos desbordados por los múltiples casos que surgían entonces de ataques a otras personas, de mordeduras, amputaciones de extremidades... Bueno, esas cosas, en esos momentos no sabíamos lo que se estaba fraguando. Cada hora que pasaba la situación se desbordó más y más, y al final, me mordieron. Mejor dicho, tu madre me mordió. Estaba a punto de dar a luz, e ignoré la mordida que me dio. A la hora, naciste tu, e inmediatamente murió. Tú naciste, eh, como decirlo... –Claus se puso a pensar un poco, pero no encontró las palabras. –Tú estás entre el Morti común y el humano. No puedes contagiar a humanos normales, y no tienes cubierto el cuerpo de granos, como todos los Mortis. En cambio, no atraes a los No Muertos, y tienes los ojos del mismo color que los Mortis. Y también ten en cuenta que solo tienes dos años, mides casi un metro y tienes la mentalidad de un niño de ocho años. Creces por lo menos diez veces más rápido que un ser humano común. Eres único, Bennet. –Ya me lo has dicho muchas veces, Claus. Tú eres el padre que tengo, y eso también
lo sé. –Bennet abrazó a Claus. Claus era lo que Bennet tenía más parecido a un padre. Bennet estuvo a su cuidado desde que nació. En ese momento sonó el gran altavoz instalado en la calle, al lado de su piso. Por todo el Cementerio de Atlanta instalaron altavoces para que el líder del Cementerio se pudiese comunicar con todos los habitantes sin problemas. –¡Orgullosos Mortis de Atlanta! –empezó a decir el interlocutor. –Hace unos días sufrimos un ataque ruin y devastador por parte de un grupo de Cyborgs que nacieron en esta misma ciudad, y su pensamiento, nada más empezar a caminar, fue el de arrasar con todo lo que pudieron. Pararon al cabo de unos minutos, pero dejaron un reguero de sangre por toda la ciudad del que ahora todavía seguinos contabilizando víctimas y daños materiales. Por ahora, hemos calculado que hay veinte mil muertos y todo el centro de la ciudad ha quedado seriamente dañado. Solo quiero comunicaros que este acto no quedará impune. Hemos mandado un equipo de exploradores para seguir sus pasos y nos acaban de informar que se dirigen hacia las ruinas de Nueva York. Ahora, quiero saber lo que pensáis. Hoy quiero que todos los habitantes de Atlanta vayan a votar si quieren que ataquemos o no. Vosotros decidís. El voto es obligatorio, tienen todo el día para presentarse en las distintas urnas que hay ubicadas por toda la ciudad. Mañana sabrán los resultados. –Vaya, esto no me lo esperaba. –dijo Claus. –Khratus es un líder muy democrático, ¿No te parece, Bennet? –Khratus era el nuevo líder del cementerio de Atlanta tras la muerte de Cadmus y Akavalpa, que cayeron en el ataque de los Cyborgs. Era un líder al que le gustaba escuchar la opinión del pueblo. Todavía estaba buscando un nuevo Chamán. –No sé donde ves la democracia, Claus. En la democracia, tú decides si quieres votar o no, en cambio aquí Khratus te obliga a tomar una decisión.- repuso Bennet. –Tienes razón, pero en la mayoría de los bastiones eso ya no existe, por desgracia. Nosotros, por mucho que piensen los humanos que somos salvajes, hemos heredado más del antiguo mundo que ellos. Bueno, tengo que ir a votar, antes de que las urnas se llenen de gente. ¡Adiós, Bennet! –dijo Claus, levantándose de la cama en la que estaba acostado Bennet, y acariciándole la cabeza, se fue, dejándolo solo. Bennet, ya levantado, se vistió, se aseó y se fue a desayunar. Desayunó un gran tazón de leche con galletas mientras veía el único canal de dibujos animados que retransmitían en Atlanta. A Bennet le gustaban mucho los dibujos animados, y sabía que se podía pasar horas y horas viéndolos, pero nada más desayunar se puso a leer un libro que le regaló el mismo Predicador antes de partir hace unos meses. Una biblia. El Predicador era un párroco que fue el primer chamán de Cadmus, y que cuando llegó Akavalpa pasó a ser el párroco de Atlanta. Por lo que sabe Bennet, recorrió todo Estados Unidos buscando Mortis y enfrentándose a humanos locos, caníbales y demás. Las historias todavía circulaban por toda Atlanta, y se imaginaba cómo el Predicador, armado solo con su astucia, sorteó todos los problemas que encontró en su camino. Pero por desgracia el Predicador murió en el ataque Cyborg, como otros muchos Mortis. Al rato de estar leyendo, alguien llamó a la puerta. Por regla general, no abría la
puerta a desconocidos, pero se identificaron como la Autoridad. La Autoridad eran los cuerpos de seguridad del Cementerio de Atlanta. Cuando los abrió, dos aguerridos soldados vestidos de negro y equipados con el mejor armamento que disponían en Atlanta entraron en el piso. –Hola, Bennet. Tenemos órdenes de presentarte ante Khratus. –se preguntó de qué lo conocerían aquellos soldados, y estuvo a punto de formular la pregunta, pero recordó algo que le enseñó Claus. “Nunca cuestiones a la Autoridad. Ellos tienen el poder sobre la gente, y pueden conseguir hacerte daño con la misma facilidad con la que tú tiras un palillo a la papelera.” –Pero tengo que esperar a que venga mi papá... –protestó Bennet. –Tiene que ser ahora. –dijo el soldado, con voz amenazadora. –Avisaremos a tu papá de donde estás. –Está bien... –sabía que resistiéndose a ir con ellos solo traería problemas. Los siguió hasta la calle, donde les esperaba un coche negro flanqueado por varios Jeeps de la Autoridad. Fuera ya se sentía la llegada del otoño. Todo estaba lleno de hojas marrones, que el viento se llevaba mediante remolinos, y poco a poco hacía mas frío. Bennet sentía todo con mayor intensidad que un ser humano corriente. Una ligera brisa, la lluvia o un trueno le transmitían emociones y sentimientos muy complejos. Sabía que este invierno iba a ser bastante crudo, porque las cosechas no fueron tan buenas como para alimentar decentemente a toda la población de Atlanta. Montó en el coche negro, que para gusto de Bennet era demasiado lujoso. Los asientos eran de cuero marrón, tenía climatizador bizona, y nada más entrar le ofrecieron bebidas no alcohólicas. Mientras cruzaba por toda la ciudad montado en ese coche, pasaron por un jardín de infancia, y Bennet observó con envidia a los niños que estaban jugando en los columpios. En esos momentos el tendría que ser uno de esos niños, jugando de manera despreocupada sobre esos columpios, sin tener que aguantar que todo el mundo le tratase como un adulto. A pesar de todo, aunque el leyese libros recomendados para mayores de quince años, pudiese mantener una conversación normal con un adulto y midiese ya casi un metro de altura, él quería ser un niño normal de dos años. Quería jugar con los otros niños, sentir los abrazos de su madre y que le diesen un trato acorde a la edad que tenía. Pero todo eso era un sueño. Siempre lo tratarían como un adulto, intentando manipularlo, y con cada palabra que le dijesen, le robarían un poco más de la infancia. –Bennet, ¿Estás bien? –le dijo el soldado que parecía ser el jefe del grupo. –Sí, solo que... Nada. –dijo cabizbajo. –No te preocupes, Khratus solo quiere hablar contigo. Ya hemos llegado. –anunció el soldado, saliendo del coche. Bennet lo siguió. El sitio al que le llevaron, como bien sabía ya Bennet, era el ayuntamiento de Atlanta,
que había sufrido por todo el edificio los estragos del ataque Cyborg. Parte de la fachada estaba caída, y múltiples agujeros poblaban la pared. El suelo estaba lleno de montones de cascotes apartados, y vio que múltiples obreros se afanaban en retirar todo los escombros. Bennet los siguió hasta el despacho de Khratus, el mismo que había sido de Cadmus Van Tall. Ya estuvo anteriormente allí en varias ocasiones, todas sometido a un interrogatorio sobre cómo es él, porqué... Cadmus tenía mucha curiosidad por Bennet, hasta llegó a pensar que era un profeta, por sus cualidades. Bennet pensó que era una tontería, y recordó en estos momentos la última vez que acudió ante Cadmus, cuando el Predicador habló con él minutos después en las escaleras del edificio. –Verás, pequeño, no importa lo que pienses, ni cómo te sientas. Tienes que comprender una cosa. –le dijo el Predicador, pasándole un brazo por el hombro. –La gente siempre necesita creer en algo, encontrar un camino. Eso es lo que nos hace seguir adelante. Toma, quiero que te la leas. –el Predicador sacó una pequeña biblia de su bolsillo y se la dio a Bennet. –Cuando te la leas, espero que ya hayas comprendido el poder de la fe. Esa fue la última vez que vio al Predicador. Una semana después, Cadmus, influenciado por Akavalpa, mandó al Predicador lejos en un burdo intento de borrar la poca fe hacia la religión del Predicador que quedase en la ciudad. –Bennet, pasa, pasa. –dijo Khratus desde el fondo del despacho. Cuando entró Bennet le sorprendió ver que nada había cambiado. El despacho de Cadmus seguía como siempre. Khratus no cambió ni un ápice la apariencia del despacho. Estaba sentado sobre el mismo sillón que se sentaba Cadmus, y lo miraba con curiosidad. Khratus era el doble de alto que un ser humano normal, tenía una larga cabellera rubia y una barba bastante larga, también de color rubio. Era musculoso e intimidaba bastante, y si no fuera por su cara, que irradiaba amabilidad y energía positiva, hubiese pensado que le iba a espachurrar. A Bennet le recordaba a un Dios vikingo, Thor, recordó en ese momento. –No sé que quiere de mi, señor Khratus. –dijo Bennet, olvidando toda formalidad. – No se ande con tapujos y dígamelo. –Bennet, no seas tan maleducado. –le dijo Khratus de forma severa. –Como veo que no estás en disposición de cooperar antes de que te lo cuente todo, seré simple. Quiero que seas nuestro nuevo Chamán. Como sabrás, Akavalpa murió en el ataque. –Pero... –Bennet se había quedado sin palabras. –¡Si solo soy un niño! ¿Cómo quieres que guíe espiritualmente a dos millones de personas? –Te lo explicaré. –dijo Khratus con una sonrisa. –Sabes que eres único, Bennet. Tienes dos años y eres capaz de pensar y actuar como casi un adolescente. Eres puro e inocente, cosa que siempre se admira en los líderes religiosos, y todo el mundo sabe que te llevabas especialmente bien con el Predicador, el único Chamán verdadero que hemos tenido. Nadie creía en Akavalpa, que solo miraba por su beneficio personal. Tú, en cambio, estoy seguro de que quieres guiar a todos por el buen camino, ¿No? –Sí, pero no estoy seguro de que usted quiera ir por el buen camino. –le reprochó
Bennet. Khratus arqueó las cejas. –Ha pedido a la gente que decida si quiere guerra o no, sabiendo que la gente, en este momento, después de lo que ha pasado, quiere sangre. No me parece eso ir por el “buen camino”. –Tienes razón, Bennet, pero hay que dejar a la gente decidir, es su derecho. Los Cyborgs han matado a muchos de nosotros a sangre fría, y hay que... –Bennet lo interrumpió. –¿Sangre fría? No tienen sangre, son máquinas. Estaban programadas para hacer lo que hicieron, y cuando una de ellas desactivó el programa de exterminio, inmediatamente dejaron de disparar y se fueron, sin matar a nadie más. Creo que al menos deberíamos mandar algún mensajero para saber cuales son sus intereses, porqué lo hicieron... Y depende de lo que nos contesten, haremos la guerra o no. Esa es mi opinión. Si quieres que sea tu Chamán, deberás hacerme caso, al menos en esto. –¿Pero qué...? –Khratus se levantó de un salto de su asiento, furioso. Bennet le dio una orden directa, cosa que no se podía hacer hacia un líder de un gran Cementerio como Atlanta. Pero Khratus no podía hacer daño al muchacho que eligió como Chamán, y se sentó, pensando. Bennet esperó tenso. –Está bien. Cuando los Cyborgs partieron mandé un grupo para que los espiase. Los ordenaré que entablen contacto con los Cyborgs cuando consideren oportuno. No te garantizo nada, Bennet. Depende de lo que contesten las máquinas habrá guerra o no. Pero desde este momento, serás mi Chamán. ¿Aceptas? –Si, acepto. –contestó con voz clara Bennet, acercándose al trono de Akavalpa y sentándose a su derecha. Se colocó en la cabeza la Corona de Mercurio y portó el Bastón de Plata con el pomo de esmeralda, que simbolizaban su cargo. Tendría unos meses estresantes, pero Bennet sabía que podría con todo, porque a pesar de las circunstancias, él era un SuperHumano.
LETI Un helicóptero sobrevolaba la ciudad de Frankfurt, observando el panorama, mientras una chica rubia con la cara llena de pecas miraba con ojos atentos todo lo que le rodeaba. Leti siempre se sentía inquieta cuando hacían esta operación de reconocimiento en las zonas que primero cayeron ante la plaga. El reconocimiento se efectuaba cada mes, en la primera ciudad después de Hannover que cayó por la infección en los primeros días del Apocalipsis. Según la teoría de Rayo, el Sheriff de AllNess que lideraba la IMEU (Imperio Europeo), era probable que los No Muertos, con el paso del tiempo, se volviesen más torpes y débiles gracias a la descomposición de sus cuerpos, que aún siendo mas lenta que la de un cadáver normal, terminaría convirtiendo aquellos cadáveres andantes en polvo. Justo encima de ellos Leti se fijó en un parque infantil rodeado de No Muertos. Estos parecían hacer algo más que tener la mirada perdida. A Leti le llamó la atención ese grupo de No Muertos, e intentó que se acercaran a ellos. –¡Piloto, baje un poco más! –gritó Leti. El piloto hizo caso a Leti, intentando bajar todo lo posible, casi rozando los viejos postes de electricidad que poblaban todo el suelo de las grandes ciudades. Leti era una de los sargentos con más rango de la sección de Operaciones Especiales del bastión Eiffel 38, situado justo en la torre Eiffel, en Francia. Se llamaba Eiffel 38 por el antiguo nombre del monumento y año en que se fundó el Bastión. Leti demostró en innumerables ocasiones su valentía y agallas, como cuando rescató a una familia entera de ser devorada por los No Muertos, a comienzos del apocalipsis, en las afueras de Dijon. Todos la adoraban, y aceptaban con entusiasmo sus órdenes. Era una líder ejemplar. Leti miró por los prismáticos. –Probando. –dijo Leti a una grabadora que tenía ajustada a la altura de la boca. La grabadora emitió un “bip” como respuesta. –Día número setecientos cincuenta y uno después del comienzo del Apocalipsis. Estamos situados a unos veinte metros de altura sobrevolando un parque infantil a las afueras de las ruinas de Frankfurt, Alemania, uno de los primeros lugares en caer por consecuencia de la plaga. Desde hace unas semanas hemos detectado un comportamiento extraño en los No Muertos, aparte de su típica mirada perdida. –estaba mirando por los prismáticos. –Los No Muertos de esta zona, por extraño que parezca, portan objetos de mano y caminan en grupo, dando vueltas y... olisqueándolo todo. Parecen estar... buscando algo. Un momento, uno de ellos nos ha visto. –Leti miraba fijamente a uno en particular que les observaba al lado de un columpio. Le faltaba media cara, y arrastraba un rifle de caza. De manera asombrosa, el No Muerto levantó el rifle y se puso en posición de disparar. Leti no se creía lo que estaba viendo. –¡Vámonos, rápido! –Si, si... –dijo el piloto, que se asustó por la reacción de Leti. En ese momento se oyó un disparo, y el piloto se apresuró a coger altura. –¿Qué cojones era eso? –dijo el piloto, bastante cabreado. –¿Un Morti? –¿Si fuese un Morti crees que yo reaccionaría así? Era un No Muerto, usando un
arma... –Leti estaba conmocionada. –Esto es insólito. Ponte en contacto con el bastión de Sarrebruck, de inmediato. No podemos esperar ni siquiera a llegar. –A sus órdenes, sargento. –dijo el piloto. Pasó un minuto hasta que la voz del líder del bastión de Sarrebruck, Strom, se oyera en sus oídos. –Hola, Leti. Pensaba que me darías el informe a tu llegada. –dijo Strom. –Ha pasado algo muy inusual, Strom. –dijo Leti, muy seria. –Un No Muerto portaba un arma de fuego, y ha disparado contra nosotros. –Eso no puede ser cierto, Leti. –dijo Strom, con voz incrédula. –Los No Muertos son tontos, muy tontos, y no son capaces casi ni de andar correctamente. ¿Como van a ser capaces de usar un arma de fuego? –No lo sé, Strom, no lo sé. Y no era un Morti, si es lo que estás pensando. Le faltaba media cara. –Entonces... ¡No sé qué pensar, Leti! Ven cuanto antes y juntos hablaremos con Rayo. –Está bien, Strom. Estaremos allí en una hora. –Se cortó la transmisión, mientras volaban hacia el bastión de Sarrebruck, en el que estaba destinada desde hacía seis meses. Ella era Francesa, procedente de Lyon, y que por casualidad acabó en Le Chateau de de Toulouse, el segundo bastión más grande de Francia. Con el tiempo Rayo, al darse cuenta de su potencial, la destinó a Sarrebruck para investigar el comportamiento de los No Muertos en la Zona Cero de la catástrofe, Hannover. No podían acercarse a las ruinas de Hannover debido a la radiación, y por esa razón investigaban en las ciudades cercanas, que fueron las primeras en caer debido a la plaga. Desde su llegada a Sarrebruck, Leti visitó en numerosas ocasiones las ciudades de Essen, Bielefeld, Bremen y Hamburgo, y en todas vio exactamente lo mismo. Destrucción, abandono y a ellos, los No Muertos, los reyes indiscutibles del mundo actual. Era insólito lo que vio hace unos minutos, y se moría de ganas por informar a Rayo de lo sucedido. Rayo era el líder de la IMEU, que abarcaba los bastiones más grandes de todo el continente Europeo: el bastión de Sarrebruck, Eiffel 38, Le Chateau de Toulouse, el Bastión de los Mares (La antigua Venecia), el bastión del Bosque Oscuro (a 40 kilómetros al norte de Bratislava, Eslovaquia) y el bastión de Aarhus, Dimanarca. También existían diversos asentamientos y colonias anexionadas al conglomerado, pero son muchas para numerarlas todas en su mente. Tardaron una hora en llegar al Bastión de Sarrebruck, situado en pleno centro de la ciudad, en las inmediaciones el antiguo teatro, que con el tiempo modificaron y reformaron para poder vivir en condiciones óptimas de supervivencia. Aterrizaron en el jardín de los alrededores del edificio, y nada más que pudo salió a toda prisa a hablar con Strom. Le estaba esperando en la puerta del edificio, ataviado con su uniforme militar. Por lo que había oído Leti, Strom luchó en la guerra de Afganistán cuando fue joven, y ya sabía trabajar en el ámbito militar mucho antes del Apocalipsis. Strom parecía confuso, y por primera vez, sin saber qué hacer. –Leti, no sé que pensar de lo que me has dicho por radio... –dijo Strom mientras caminaban a paso rápido hacia el interior. –Nunca había oído nada semejante... No
Muertos que saben usar armas... –¿Crees que yo he visto algo igual antes que esto? Si los No Muertos están aprendiendo a usar armas, que Dios nos ayude... –dijo Leti, son la cara llena de terror. Si los No Muertos aprendían todos a usar armas de fuego, tenían los días contados. –Informaremos a Rayo, a ver qué opina. Él es un Sheriff de AllNess, y creo que si alguien pude decirnos cómo actuar antes esta situación, ése es el. –Te doy la razón, pero habla mejor tú con el. Siempre que me pongo en cámara me tira los tejos y no para de mirarme las tetas. Me pone incómoda... –dijo Leti, torciendo el gesto. –Ya sabes cual es la demencia de Rayo, no se lo tengas en cuenta. –dijo Strom, sonriendo. –Me da igual, me pone enferma que me desnude con la mirada... –En parte te entiendo. Si llega a estar conmigo mi hija y la mira así, le parto la cara. –¿Tienes una hija? –preguntó Leti, extrañada. Nuca oyó que Strom tuviese una hija en alguna parte. –La tuve. Seguro que está andando sin rumbo como otros muchos miles en las ruinas de Cuxhaven. –No digas eso. Puede que se salvara. –Sí, puede... Se dirigía a Islandia, hacia allí la mandé cuando empezó todo esto... Dejemos tanta cháchara para más tarde y volvamos al presente, por favor. –dijo Strom, de manera que zanjó la conversación. Como Strom se sentía incómodo hablando del tema, Leti no insistió. Abrió una puerta que daba paso a su despacho en las entrañas del antiguo teatro. –Vamos a sentarnos y a contactar con Rayo. Y no te preocupes, hablaré yo con él. Los dos se sentaron en unos sillones que había en el centro de la habitación, enfrente de un ordenador. Un ayudante de Strom apareció en la habitación y preparó todo para establecer una conexión con la rama de satélites Baelnius, y así contactar con Rayo. A los varios minutos de espera, Rayo apareció en la pantalla, ataviado con un traje hecho de seda roja, parecido a un kimono oriental, que le daba aspecto de noble contemporáneo. Estaba sentado en un gran sillón rojo y acompañado de dos chicas rubias y muy atractivas, que eran gemelas. A una de ellas la tenía metida una mano en una teta. Al ver esto Leti, se asqueó. Rayo era alto, de pelo castaño, largo hasta los hombros y peinado hacia atrás, y siempre tenía una sonrisa pícara en la cara. –Hola, Strom. Me alegro de verte, hace tiempo que no hablábamos. Empezaba a echar de menos esa barba gris tuya tan característica. –dijo, sonriendo. –Ah, también está Leti, y veo que sigues siendo igual de guapa y atractiva... Cómo me gustaría meterte mano... –dijo, relamiéndose. Leti le hizo un corte de mangas. –Rayo, no nos hemos puesto en contacto contigo para que le tires los trastos a Leti. Tengo cosas importantes de decirte. –Entonces desembucha, soy todo oídos. –Dijo Rayo, haciendo caso omiso del corte de mangas de Leti. Sus ojos estaban posados en los pechos de Leti, y ésta se sentía incómoda. –Leti ha estado de incursión en las ruinas de Frankfurt, y ha visto algo... inquietante.
–Sorprenderme. –dijo Rayo, sin mucho interés. –Un No Muerto les ha disparado. –dijo Strom, de forma simple. –¿Y no sería un Morti? –dijo Rayo de forma despectiva. –Sí, si a los Mortis les puede faltar media cara sin morirse. –dijo Leti con sorna. –Vaya, entonces parece ser que Elliot ha ganado la apuesta. –dijo Rayo, sonriendo. La noticia no le afectó lo más mínimo. Parecía que esperaba esa noticia desde hacía tiempo. –¿Qué apuesta? –preguntó Strom, tenso. No le gustaba cómo actuaban los Sheriffs y Elliot, como si todo lo que estaba pasando fuese un juego. –No tengo tiempo para vuestras bromitas, Sheriff. Tengo un bastión que gobernar. –¡Vale, tranquilo! –dijo Rayo, levantando las manos y sonriendo. Siempre estaba sonriendo. Eso era lo que más le molestaba a Leti. –Tienes que relajarte un poco, joder... Elliot y yo hicimos hace unos meses una apuesta. Él apostó que los No Muertos evolucionarían hasta tal punto de suponer un problema mucho más grande de lo que son, y yo aposté por lo contrario, simplemente. Por desgracia, está ocurriendo y pronto es posible que supongan un grave problema para nuestra supervivencia... Contactaré con Elliot para que nos mande un buen lote de armas de plasma. Con eso nos garantizaremos de que al menos no nos falte munición. –¿Armas de plasma? –preguntó Strom, extrañado. A Leti también no le sonaba que existiesen armas de esas. –Oh, son increíbles... –dijo Rayo, con una exclamación. –La célula de plasma que contiene un arma de estas dura al menos unas cincuenta recargas, no pesan casi nada y se recargan con luz. Cuando se le agota la munición, la célula se expulsa del arma unos segundos para recargarse y se vuelve a insertar sola. Tecnología AllNess de última generación. La mayoría de estas armas las ha creado después de que los No Muertos se hiciesen con la Tierra. Yo me he hecho con un fusil de asalto hará unas semanas, y no veáis la efectividad del puto cacharro... cuando tenga la remesa que me mande Elliot, os mandaré unas cuantas armas, para que lo veáis vosotros mismos. Mientras tanto, seguid investigando a los No Muertos y reforzad vuestras murallas. – dijo Rayo, cortando la transmisión. Pero por mucho que ahora fuera soldado, lo que menos le apetecía hacer era volver a salir al yermo de los No Muertos, donde poco a poco se convertían en una amenaza mayor de la que ya eran.
AMBROZ Ojalá pudiera explicar en este papel arrugado todos los sucesos que han transcurrido estos últimos años, pero no puedo, como no puedo devolverte a la vida. Siempre, desde niño, lo único que quería para mí es una mujer que me amase tanto como yo a ella. Ser un solo cuerpo, una sola alma. Pero eso nunca llegó, y tras pasar muchas penurias por parte de la gente (sabes que tengo déficit de atención, y cuando era pequeño sufría de una afección al corazón que me impedía hacer deporte. Por esa razón, todos me repudiaban), supe que eso que tango añoraba nunca llegaría. Nunca fui popular, era más bien un fantasma entre toda la gente, como ahora los humanos somos entre los No Muertos. Con el tiempo aprendí que nadie, excepto mis amigos más íntimos, es de fiar, y eso me ayudó cuando llegó todo. El apocalipsis. Supe desde el primer momento que lo que yo temía había llegado. Los muertos se estaban apoderando de la tierra, y tenía que ser rápido y eficiente para lograr la salvación. Reuní a mis amigos Yurdi y Eddie junto con sus familias y nos apropiamos de todos los suministros que existían en el pueblo donde vivíamos, refugiándonos en mis pisos, esperando que alguien solucionara la papeleta en la que se envolvía el mundo, aún sabiendo que el estado actual era irreversible. Fueron pasando los meses, y nos quedábamos sin agua y comida. Fue entonces cuando te conocí, Tormenta. Creía que todo estaba perdido, y tú apareciste como un rayo de esperanza en nuestras vidas, y en mi corazón. Al principio no sabía si sentías lo mismo por mí, y en cuanto descubrí que era así, me sentí vivo por primera vez en mi vida. Fuiste mi luz en este último año, y cada día imploraba que aparecieses por nuestro hogar para que estuvieses conmigo, aunque fuesen solo unas cuantas horas. Debí de haberme ido contigo, como me pediste. Si lo hubiera hecho, quizás ahora no estarías muerta, y habríamos pasado más tiempo juntos. Perdóname. Ahora estás muerta, y ya nada tiene sentido para mí. Solo buscaré venganza, por tu eterno descanso, y luego esperaré que nos volvamos a encontrar pronto allá donde hayas ido, para poder amarnos por siempre. Ésta carta se quemará en la pira que están montando en tu honor, y solo tú la leerás allí en el cielo. Te quiero, Tormenta, y siempre te querré. Ambroz. Ambroz tiró la carta a la pira de fuego que hicieron en honor a los caídos en el Aeropuerto de Barajas. A la ceremonia asistieron los más altos cargos del Virreino de España instalados en la península, incluido Ignacio, el primo de Ambroz, que era el coronel de más alto rango de Nueva Alhambra. Vino desde Lanzarote, donde estaba destinado desde los comienzos del Apocalipsis para prestar apoyo táctico a Nueva Alhambra en conexión con las islas. Ignacio le puso una mano en el hombro a su primo, ofreciendo su apoyo incondicional ante su nefasta situación.
–Lamento que sea en estas circunstancias cuando nos volvemos a ver, Ras. De verdad. –Gracias, primo. Yo también me alegro de verte. Cuando empezó la plaga, creí que os había perdido a todos, y me alegró saber que no fue así. Siento que no lo parezca, pero es que... Tormenta... –dijo Ambroz, sin mirarle. Seguía mirando a la pira, donde se consumía la carta que había escrito para la difunta Tormenta. Unas lágrimas silenciosas poblaron su cara. Por ella. –Lo sé, primo. Ahora tienes que ser fuerte, por ella. Hay muchas cosas que hacer, y te quiero al cien por cien. Eres uno de los pilares del Virreino, no te derrumbes ahora. – le pidió Ignacio. Ambroz no tenía pensado quedarse. Necesitaba estar solo, al menos por algún tiempo. Volverse a encontrar a sí mismo dentro del pozo inmenso de negrura en lo que ahora se había convertido su alma. Buscaría en el valle de las Hurdes algún lugar solitario en el que poder estar tranquilo, lo limpiaría y protegería de No Muertos. Ignacio se separó de su primo y fue hasta la tribuna central para dar un discurso. –¡Amigos! –dijo Ignacio posando sus labios sobre un altavoz. –Nos encontramos reunidos aquí para rendir homenaje a los soldados que cayeron en la incursión de hace una semana en el aeropuerto de Barajas. Unos valientes hombres y mujeres que dejaron su vida por nosotros. –dijo, señalando los ataúdes que había frente a él. –En esta incursión también han caído personas que no eran de esta tierra, muy lejos de su hogar, buscando una manera de sobrevivir. Y todo gracias a unos salvajes conocidos como “El Trípode”. No sabemos si será dentro de unos días, semanas, meses o años, pero tened por seguro que nos cobraremos nuestra venganza por este acto cruel y sin escrúpulos que se ha saldado con veintiún hombres fallecidos, entre los que se incluyen el líder de Operaciones Especiales de AllNess, Altair. –Bolts estaba sentado al lado de Ambroz, con la mirada perdida, al lado de Kira y Joseph, los únicos supervivientes del equipo de Altair. –Y Tormenta, nuestra Virreina. Que su sacrificio por la supervivencia no quede en el olvido. Empezó a sonar una marcha fúnebre, mientras todos guardaban silencio por los gloriosos caídos. Todos esperaban que Ambroz dijese unas palabras, algo que les diese ánimos para sobrellevar esta pérdida, pero Ambroz no dijo nada, y permaneció de pie con la mirada perdida. Ambroz estaba destrozado, eso se veía a distancia. Cuando terminaron los actos, todos los altos cargos del Virreino de España se retiraron al Generalife, la sede central del Virreino de España, para debatir lo que harían a continuación. Mientras caminaban hacia el palacio, Ambroz se dirigió a Eddie. –Eddie, viejo amigo, tenemos que hablar. –Dime, Ambroz. ¿Qué necesitas? –Solo que sepas que voy a estar un tiempo inactivo, para despejarme de todo esto. Y quiero también que mientras no estoy, cuides de mi hijo. –Ambroz se enteró nada
más llegar a Nueva Alhambra que Tormenta tuvo un hijo suyo. Enterarse de esta noticia solo le produjo más dolor, pensando qué le diría al niño cuando creciese. Su padre no pudo de ninguna manera proteger a su madre del peligro, y sabía que su hijo se avergonzaría de él. –Me parece bien, Ambroz, pero, ¿Qué harás cuando vuelvas de tu retiro? –Estaré mas tiempo con mi hijo, y también invertiré tiempo para que el Trípode pague por lo que ha hecho. Con creces. –dijo Ambroz con un gesto de furia. –No creo que luchar sea una prioridad, ahora que casi el invierno ha llegado a nuestras puertas. Si te sientes mejor, puedes exponerlo en la reunión. –le dijo Eddie, apartando la mirada. –Sé que quieres venganza, pero la supervivencia está por encima de eso, Ambroz. No lo olvides. Ambroz guardó silencio, sin querer contestar a Eddie. Sabía que tenía razón, y por eso le dolía aún mas reconocer que su venganza tendría que esperar, al menos hasta que finalizase el invierno. Cuando llegaron al Generalife, todos entraron flanqueados por una tropa de escoltas que les condujeron hasta la sala que usaba Tormenta para las reuniones. Era una sala algo pequeña, con una mesa de madera maciza alargada, rodeada de sillones y cubierta de mapas y papeles. Las paredes estaban adornadas con la bandera de España y otra con el símbolo de AllNess, y el techo, lleno de esquirlas de mármol y ónice, todo con abundante detalle. Todos tomaron asiento. La persona que empezó a hablar fue Joseph. –Caballeros, bienvenidos a todos. Ésta es la primera reunión oficial que tenemos los representantes del nuevo Reino de España y la Corporación AllNess en conjunto, y espero que no sea la última. Lo que nos ha hecho reunirnos aquí todos ya lo sabéis muy bien. Nos tendieron una trampa en el aeropuerto de Barajas que se saldó con varios vehículos destrozados, una gran pérdida de munición y causándonos veintiún bajas. No sabemos si tienen pensado atacar pronto algún otro bastión, cuantas tropas tienen y de cuantos suministros disponen. Podemos suponer que disponen de suministros suficientes para sobrevivir el invierno, si se hicieron con todo lo que seguro se encontraba en el aeropuerto de Barajas antes de que nosotros llegásemos. Lo importante es: ¿Sobreviviremos nosotros al invierno? –esperó una respuesta de alguno de ellos. - En las Islas Canarias hay más de un millón doscientas mil personas. No hay tantas como antes del apocalipsis, gracias a todos los bastiones que hemos montado en la península con población de las islas, pero son muchas personas para que podamos sostenernos por nosotros mismos. Necesitamos ayuda de la península. –admitió Ignacio. –Nosotros en la península tendremos que hacer muchas incursiones a las ciudades para reunir comida y munición, y cada vez hay menos, sin contar con que la fecha de vencimiento de muchísimos productos ya ha pasado. ¿AllNess no puede ayudarnos? –le preguntó el secretario General del Virreino de España, Luis Piniato. –Si, de eso tenía pensado hablar en breve. Solo comprobaba con vuestros datos la situación con respecto a los suministros de los que disponíamos. Y veo que mal, por desgracia. Tal y como están las cosas, AllNess toma el control absoluto del Virreino
de España y la sede del reino situada en las Canarias, anexionando así al último Reino independiente de Europa, sin contar a Reino Unido e Islandia al compendio de países que se conoce como la IMEU, de la que mi compañero Rayo es Emperador. Ya hemos mandado emisarios a esos países para que se unan a nosotros, si no están con el Trípode, cosa que es muy posible. El Rey del antiguo Reino de España ha dado su aprobación a la toma de poder de AllNess hasta que esta situación de guerra con el Trípode se solucione. Yo quedaré como nuevo Virrey de España de forma indefinida, por orden de Elliot. –dicho esto, paró un momento de hablar para que todos asimilaran lo que había dicho. Desde este momento AllNess tendría el control absoluto de la península y de las islas. A Ambroz no le gustó nada aquello. –Ahora os contaré las órdenes que me ha dado Elliot. He estado hablando con él esta mañana por la red Baelnius y me ha informado de varias cosas, algunas muy inquietantes. Me ha comentado que en el bastión de Sarrebruck, a unos quinientos kilómetros al suroeste de Hannover, la zona Cero de la plaga, han avistado a No Muertos que están aprendiendo a usar armas. –¿Es fiable esa información? –dijo Ignacio, con el rostro tenso. –Al cien por cien. Y también me ha dicho que es muy probable que, con el tiempo, también ocurra aquí. Por eso ha tomado dos decisiones. Nos mandará una decena de aviones cargados con armamento AllNess avanzado, preparados para aniquilar a hordas de No Muertos de manera más fácil, que distribuirá por todos nuestros bastiones de Europa, y ha dado la orden de reforzar todos los bastiones que existan en la península. –¿Le ha comentado Elliot algo sobre este armamento avanzado? Me refiero a las características técnicas de las armas, la munición... Ya sabe... –preguntó un militar de alto rango que había sentado en el consejo. –No me ha dado mucha información al respecto. No os preocupéis, estoy seguro de que Elliot sabe cómo sorprendernos. –¿Y siendo usted uno de los mayores científicos de AllNess, cómo no sabe de qué se trata? –soltó Ambroz. –Estoy seguro que antes de venir a la península estaba trabajando en ello. –Vale, me has pillado, Ambroz. –dijo Tornado, sonriendo. –Quiero daros una sorpresa con respeto a este material. La mayor parte del armamento que portarán los aviones es de la serie StarHeart, una gama completamente nueva de armamento realmente único. Solo os aseguro que no tendremos que preocuparnos por la munición con estas nuevas armas. –Tornado, disculpe... –le dijo Bolts, que también participaba en la reunión. –¿Qué va a hacer con el cadáver de Altair? –Lo enviaremos en avión a Nuevo Edén para que allí lo entierren en la Cripta de los héroes, se lo merece. ¿Quieres volver? –No, hasta que se vengue la muerte de Altair y de los demás. –dijo Bolts con furia. –Eso no es posible, al menos por el momento. –Tornado, ¿Al menos podremos repeler un ataque por parte del Trípode en nuestros dominios? –En teoría sí, y mucho más y mejor cuando dentro de un mes recibamos el lote de armas que mandará Elliot. Si al Trípode se le ocurre hacer un contraataque, se
arrepentirán. Además, según Ambroz, Dex, el líder del Trípode aquí en España, ha fallecido en la batalla. Ahora estarán bastante desorganizados como para forjar una contraofensiva. No te preocupes por ellos. Bolts, no creo que nos cobremos pronto una venganza. Por desgracia, tenemos muchos más problemas que los idiotas del Trípode. He estado investigando a los Templarios en esta semana, desde que descubrimos la existencia de este grupo cuando atacó al equipo de Altair, y es mucho más grande de lo que creíamos. Por lo que he averiguado, tienen bastiones por toda Portugal y todo el norte de España. Creo que hasta tienen algún bastión al sur de Francia. Son bastante poderosos, y una guerra abierta con ellos, tanto como contra el Trípode, después de demostrar que tiene poder para atacarnos, no creo que sea muy conveniente en este momento. Lo siento. –Pero... los Templarios mataron a casi todo nuestro grupo, Tornado. Si no nos llega a rescatar quien quiera que haya sido, habríamos muerto ejecutados por ellos... ¡Y Tormenta! Una amiga íntima tuya, una Sheriff como tú, cayó muerta por esos malnacidos del Trípode... ¡Ambroz, apoyarme! –dijo Bolts a la desesperada, viendo que nadie intercedía por él. –Lo siento, Bolts. Creo que Tornado tiene razón. Lo primero es lo primero. La supervivencia. Tenemos que organizarnos para recoger suministros y sobrevivir al invierno. Luego habrá tiempo de obtener venganza. –dijo Ambroz, levantándose de su sillón. –Bueno, si nada se me requiere en esta reunión, pido permiso para retirarme. Necesito descansar. Ambroz ni siquiera esperó a que le dieran permiso para marcharse. Caminó a paso lento hacia su estancia, una habitación en uno de los palacetes de Nueva Alhambra. Venía un viento del oeste junto con algunas hojas medios secas, anunciando la llegada del otoño. Siempre le había parecido una época triste, y ahora más que nunca. Fue a ver a su hijo, y estuvo con él durante una hora, sujetándolo con el gesto triste. Esperaba que este niño que le dio Tormenta le devolviera las ganas de vivir, aun sabiendo que sería muy difícil. Cuando creyó que su hijo disfrutó lo suficiente con su presencia, se retiró a su habitación, dejando al niño con la cuidadora que le asignó Tormenta, y se acopió de todo lo que pudo para su viaje. Cuando el bastión se dispuso a dormir, y era noche cerrada, Ambroz fue al aeropuerto para coger un helicóptero que lo llevaría hasta su nuevo destino. Antes de poder entrar en él, dos soldados le pararon. –¡Alto! ¿Quién anda ahí? –Tranquilo, hijo. Soy Ambroz. –¿En serio? ¿El que cogió una ranchera en la batalla de Barajas y aniquiló a la mitad de la flota del Trípode? –Sí, el mismo. –dijo Ambroz, sonriendo. –Joder, luchamos codo con codo en aquella batalla. Seguro que no me recuerda. –Claro que sí, tú eres uno de los que me estaba dando fuego de cobertura, ¿A que sí? –Aventuró Ambroz. Necesitaría que este soldado fue se lo más permisible posible, para que le dejase coger un helicóptero sin el permiso oficial.
–¡¡Sí!! ¿Has oído eso, Carlos? Me recuerda. –dijo, sonriendo el soldado. –¿Cómo no te iba a recordar, idiota? Por cierto, tengo que coger uno de los helicópteros de mayor autonomía para una inspección del terreno. En la reunión que tuvimos hace unas horas los líderes del Virreino hemos contemplado la posibilidad de que el Trípode esté montando puestos de avanzada alrededor de Nueva Alhambra. –¿En serio? –dijo el soldado, tenso. –¿Tiene alguna documentación que acredite la retirada del helicóptero? –dijo su compañero. –¡Cállate! Es Ambroz, el líder de todo el centro de la península, no necesita un permiso. Adelante, puede coger el número doce. –Gracias. –dijo Ambroz, junto con un gesto con la cabeza. –¿Quiere que le acompañe alguien? –No, gracias, solo voy a hacer una pasada por el terreno. Ambroz fue hacia uno de los helicópteros, un EC 2400 de última generación. El helicóptero le llevó al norte de Extremadura en tres horas, y cuando estuvo por encima del territorio pensó de manera más concisa adonde ir. En el valle de las Hurdes, al norte de Extremadura existían muchos sitios solitarios, pero, ¿En cual de ellos situarse? Solo dio un par de pasadas al territorio para encontrar un lugar adecuado para él. Ambroz encontró una pequeña aldea enclavada entre dos riscos, en mitad de la nada. Solo existía una penosa carretera por la que llegar hasta allí, y no parecía tener presencia de No Muertos en los alrededores. En un sitio como ése, tan perdido y solitario, hasta era posible que no llegase la plaga. Aterrizó el helicóptero en un pequeño huerto en las afueras del pueblo y fue en primer lugar a saber cómo se llamaba aquél sitio. Cuando llegó a la carreterucha con la que se conectaba el poblado con la civilización, Ambroz pudo distinguir en un cartel de color blanco el nombre de la población en la que viviría por lo menos un año: Almendranar.
NIEBLA Desde que empezó el apocalipsis Niebla se sentía solo. Muy solo. Cuando reformó poco a poco el bastión de La Roca albergó en su mente la esperanza de poder conseguir amigos entre toda esa gente, pero ocurrió todo lo contrario. Gracias a su maldita demencia, la gula, le exiliaron del bastión, quedando a la intemperie por el yermo, sobreviviendo de malas maneras. Viajó hacia el sur, decapitando No Muertos e internándose en ciudades como Tulsa, en Oklahoma, Oklahoma City y Dallas, en Texas. No se encontró ningún bastión, ni conoció supervivientes en su camino. Solo los No Muertos, imparables, reinaban en todas estas ciudades. Luego tomó la decisión de ir hacia el oeste, para ver si su suerte cambiaba, y así fue. En Little Rock encontró un bastión, que por desgracia era del Trípode, y no tuvo más remedio que unirse a ellos. Nada más entrar y descubrir el sistema que utilizaban para gobernar sus bastiones, se dio cuenta que eran unos monstruos. Pero de todas maneras, eran lo único que tenía, y tuvo que trabajar para ellos. Al demostrar sus dotes de batalla y liderazgo en numerosas misiones se le destinó a Puerto Libre, la antigua Atlantic City, en New Jersey, para gobernar con mano de hierro el bastión central del Trípode. Y allí fue donde conoció a una de los cuatro mariscales generales de la nueva Orden del Temple, Alba de Montréal, que la encontró de visita diplomática en el bastión. Alba le habló del trabajo que hacían los Templarios en España, y Niebla, encantado de encontrar gente que luchaba por las personas, se unió a ellos y permaneció, hasta ahora, en Puerto Libre en calidad de espía. En estos momentos navegaba junto con toda su flota de barcos hacia ninguna parte, sin saber hacia donde ir. Al principio tomaron rumbo hacia Puerto Rico, la isla capital de la República Libre del Caribe. Afortunadamente, todas las islas del Caribe se salvaron de los horrores del apocalipsis, no sin hacer muchos sacrificios. En los primeros meses después del inicio de la plaga, las múltiples hambrunas que azotaban las islas debido a la escasez de suministros procedentes del continente terminó acabando en una guerra civil por todas las islas, ocasionando numerosos muertos y heridos. Finalmente quedó viva un tercio de la población, y se consolidó un único gobierno para todas las islas del Caribe, que todavía no sabía a quién apoyarían. Sparky les estuvo tentando con petróleo y demás suministros desde que subió al poder, pero en la radio solo se escuchó silencio por parte del presidente de las islas. Por eso descartó ir hacia allí. ¿Cómo le recibirían? ¿Con los brazos abiertos o con armas apuntándole en la cabeza? También tuvo en cuenta que él ya no trabajaba con el Trípode. Lo que le dijo a Sombra cuando luchaban en aquel barco era verdad. Quería dejar de trabajar con los locos de Trípode, porque Niebla sabía que si le dejaban, el Gran Líder acabaría destruyendo el mundo. Al menos le aliviaba saber que su disco duro estaba a salvo del Trípode, custodiado por Tomm, en La Roca. Tomm fue uno de los pocos hombres que se mantuvieron fieles a Niebla en La Roca hasta el final.
Llevaba investigando mucho tiempo, mientras trabajaba para el Trípode, intentando averiguar quién más sobrevivió aparte del Trípode y sabía que Islandia había resistido al apocalipsis, como las Islas Faroe, y todo Reino Unido e Irlanda. Sabía que no podía ir a Reino Unido, pues pertenecía al Trípode, y una flota como la que tenía al mando, que se componía de cincuenta buques de guerra, diez destructores, dos portaaviones y tres submarinos, y una cifra aproximada de treinta mil hombres, no podría atracar en las Islas Faroe. Solo le quedó una posibilidad: Islandia. –¿En qué piensa, maestro? –dijo su Almirante, Lord Prester. Le traía una pastilla junto a un vaso de agua. Desde que se separó de los otros Sheriffs, con el único que mantuvo contacto fue con Tornado, y éste le dijo hace unos meses la fórmula para crear esas pastillas, que milagrosamente, satisfacían su demencia. –Tenemos que contactar con Tomás de Blanchefort, en Burgos. –Una cosa que no sabía nadie aparte de él y los altos cargos de su flota, era que ante todo, Niebla era un Templario. Supo de la existencia de la organización desde gracias una de sus mariscales, Alba de Montréal, que visitó Puerto Libre hace unos meses. Llegó por mar, en una flota de varios barcos. Solo hablaron con Niebla, que se encargó de ser el anfitrión de la comitiva y el que les enseñaría Puerto Libre para intentar convencerlos de que apoyaran al trípode. Niebla, en ese tiempo, aprovechó para contarles a todo lo que en verdad se dedicaba el Trípode. Con esa información, Alba contactó con Tomás de Blanchefort gracias al Baelnius y tras una reunión que duró varias horas Tomás, el Gran Maestre de la Orden, nombró a Niebla su tercer mariscal de la Orden, siendo un espía infiltrado en el Trípode. Pero ahora su tapadera le daba igual. Tenía que pedir consejo al Gran Maestre, para saber qué hacer en esta situación. La guerra estaba a punto de comenzar, y había que mover ficha. Toda la flota le servía fielmente, y no pondrían en duda sus órdenes. Niebla, junto a sus mayores altos cargos, entró en las entrañas del destructor en el que viajaban, y fueron a la sala de mando, donde ya estaban intentando contactar con Tomás. Todos se sentaron alrededor de la mesa que había en el centro de la sala, y esperaron un rato mientras Tomás era avisado de esta reunión de emergencia. A los tres minutos, la cara del Gran Maestre de la Orden, Tomás de Blanchefort, apareció en todas las pantallas de la sala. Era un hombre corpulento y alto, y pelirrojo, como Niebla, pero con una gran barba pelirroja. –Buenos días, Niebla. Me han dicho que querías hablar conmigo. ¿De qué se trata? Tenía pensado contactar un día de estos contigo, y veo que al final has tomado tú la iniciativa. –dijo Tomás, sonriendo. –Gran Maestre. –dijo Niebla, bajando un poco la cabeza y levantándola de nuevo. – Al final, como vos predijo, AllNess ha atacado Puerto Libre y se ha hecho con el control del bastión. –Sí, era cuestión de tiempo que AllNess tomase el control de ese bastión. Puerto
Libre es uno de los bastiones mejor preparados de toda NorteAmérica para la supervivencia, y además es un enclave muy importante para conectar con el viejo continente. Era peligroso que el Trípode tuviese el control de tal poder. Ha sido un golpe de suerte que AllNess se lo haya arrebatado. –Y... peleé con Sombra. Intenté impedirlo, yo... –dijo Niebla, arrepentido. En ningún momento quiso luchar contra Sombra, su antiguo compañero, pero nada de lo que le dijo disuadió a éste para que le atacase, y Niebla se tuvo que defender. –No te castigues por ello. Sombra es un ser cargado de ira y odio, era inevitable el enfrentamiento. Pero intentaste negociar con él, ¿No? Intentaste explicarle que has cambiado. –Si, maestro. Al menos lo intenté. –dijo Niebla, sonriendo. –Tú hiciste lo correcto, Niebla, no tienes nada de qué avergonzarte. Por cierto, nosotros aquí también estamos en alerta máxima. –¿Y eso? –Por lo que sabemos gracias a Roberto Cid, el Trípode ha masacrado un bastión que teníamos al lado de Sevilla, ejecutando a todos los que allí vivían, incluido mujeres y niños. –Malditas bestias... –dijo Niebla, furioso. Siempre había detestado trabajar para el Trípode, pero a cada noticia que tenía de los actos de estos animales sentía más ganas de exterminarlos a todos. –¿Y qué va a hacer al respecto? –Por ahora, nada. Se acerca el invierno, y quiero disponer de todos los suministros que tenga a mi alcance para sobrevivir de manera cómoda al frío. Sabemos donde están sus principales asentamientos aquí en España, así que por ahora los tenemos pillados. Si vuelven a intentar alguna cosa contra nosotros, atacaremos. Cid también me contó que el líder de ese bastión torturó y ordenó la muerte de varios hombres de AllNess, y eso sí que nos pone en una situación comprometida con ellos, y más si queremos formar una alianza. –Si quiere, puedo hablar personalmente con Tormenta y comentarle la situación. No me llevaba mal con ella cuando trabajábamos juntos para AllNess. –No creo que puedas. Tormenta ha muerto. –¿Cómo...? –Niebla no se lo podía creer. Roberto le contó todo lo que sabía al respecto. –No quiero que aún reveles que eres de los nuestros. Cid se va a poner en contacto con AllNess desde Talvinra para intentar negociar un pacto de no agresión, o si es posible, una alianza. Además los No Muertos cada vez están más inquietos... Presiento que se van a volver más peligrosos con el tiempo, no sé. –¿Y nosotros, qué haremos? Me refiero a toda mi flota, claro. –Enviarás una tercera parte hacia Islandia, donde prestaréis apoyo a su ejército. Hace unos días me contaste que el Trípode tenía pensado atacar la isla, ¿No? –Si, en estos momentos Lord Walter se debe estar preparando para el ataque. Le oí a Sparky hablar con el Gran Líder ayer y lo comentaron. –Eso sí que es una mala noticia... Bueno, otra tercera parte la dejarás en el archipiélago de las Azores, donde prestarán apoyo a las islas, que están bajo nuestro dominio, y la última parte de la flota la llevarás tú en persona a nuestro bastión de Senti, en la costa sur de Portugal. Allí te estarán esperando Roberto Cid y Alba de
Montréal. Juntos trabajaréis en organizar a todos nuestros bastiones para un posible ataque por parte del Trípode. Eso es todo, Niebla. –Así se hará, señor. Procederé a dar las órdenes pertinentes. Que tenga un buen día. –Y vos también, Mariscal Niebla. Niebla, junto con los altos cargos que le acompañaban, se levantaron de sus asientos. –Bien, caballeros. Ya han oído al Gran Maestre. Dividiremos nuestra flota en tres, para así poder tocar todos los puntos de ataque del Trípode. Creo que así seremos más débiles, pero si el maestro lo ha ordenado, creo que no habrá problema para que cumplamos nuestro objetivo. –¿Y quiénes liderarán las otras dos flotas, mi señor? –preguntó Lord Prester. –Lady Megan irá hacia Islandia, y tú, Prester, te quedarás en las Azores. Quiero estar en contacto con los dos en todo momento, para que me informéis de cualquier novedad. –Así se hará, señor. –dijo Lord Prester. –Sus deseos son órdenes para mí, Lord Mariscal.- dijo Lady Megan. –Gracias, hermanos. Espero que tengamos éxito en todas nuestras empresas. Recordad que la oscuridad nunca tapará a la luz, y que seremos los que den una nueva esperanza a la humanidad. –dijo Niebla, desenvainando su gran martillo y alzándolo al aire. –¡Por la gloria de los Templarios, ahora y siempre!
GRAN LÍDER Llevaba ya una semana descansando en su ático de lujo en el Burj Khalifa, después de la victoria en el aeropuerto de Barajas consiguiendo para sí el disco duro de Tormenta. Y estos días estuvo pensando en cómo conseguir los otros discos duros de los Sheriffs. Tornado le dio un duro golpe al principio del Apocalipsis, cuando decidió partir los códigos de lanzamiento del satélite Nexus en siete, y se sentía como un niño al que engañaron fácilmente. Debía de haber extendido el virus él mismo, sin simular su muerte y sin hacer muchas cosas como permitir que el puto Cyborg crease a los Sheriffs. Pero si lo hubiese hecho así, era muy probable que le pillaran, y le eliminaran con facilidad. No, como lo hizo estuvo bien. Por ahora, solo tenía los discos duros de Sombra, Lluvia y Tormenta. El disco duro de Niebla casi lo tenía localizado en La Roca, el de Rayo lo conseguiría dentro de unos meses gracias a un infiltrado que tenía en Eiffel 38 y el de Tornado estaba en Islandia, que le conseguiría Lord Walter mediante conquista. El problema era el de Huracán. Huracán padecía la demencia de la soberbia, y tenía montado un tinglado en Rusia de miedo. En el análisis que hizo respecto a los bastiones y organizaciones después del Apocalipsis, los dominios de Huracán eran los mejor protegidos, armados y listos para la guerra. Sus bastiones más poderosos eran el de Magadan, situado en el este de Rusia, el bastión de Dayaneskaia, en Moscú, y el de San Petersburgo, sin contar unos trescientos bastiones pequeños que tenía repartidos por todo el territorio Ruso. Hasta pensaba que Huracán perseguía su mismo objetivo, conseguir todos los discos duros y así reclamar el dominio total del mundo para satisfacer su soberbia. Cuando llegase el momento, tendría que enfrentarse a él. Eso lo sabía. Cuando se levantó de la cama, se vistió con su traje blanco como la nieve, su sombrero de copa negro y avisó a su mayordomo. –¿Han traído lo que pedí? –le dijo Elliot con voz grave. –Sí, señor. Ha costado varias vidas, pero me satisface anunciarle que encontramos uno de ellos a las afueras de Bandar-e-Athrash, en la costa de Irán. ¿Qué piensa hacer con él? –Matarlo, por supuesto. –dijo Elliot, como si fuese obvio. –Pero señor, con lo que ha costado atraparlo... ¿No sería mejor usarlo para investigar? –Aquí no tengo rivales dignos. Quiero enfrentarme a uno de esos gorilas para saber si puedo con algo de alto nivel. Y no sigas cuestionando mis órdenes, sabes que no me gusta nada. –dijo Elliot, mirando de forma amenazadora a su mayordomo. Dejó al mayordomo en su habitación, sin importarle lo que le dijo. Fue a grandes zancadas hacia el ascensor y bajó hasta la calle, donde estaba esperándolo un Hummer blanco que le llevaría hacia donde tenían encerrado al Gorila. Nunca había visto uno de estos ejemplares de No Muertos, y según Klark, eran la clase de espécimen No Muerto más poderosa y fuerte de toda la nueva especie. ¿Más fuerte que él? Elliot lo dudaba. Él era mucho más fuerte y ágil que los propios Sheriffs, los
seres más fuertes de la Tierra en estos momentos. Eso se debía a que Elliot no se contagió con el virus SuperHumano, sino que se contagió con una cepa viva del virus, algo que los científicos de AllNess habían llamado XN-30. Elliot se contagió con la cepa viva del virus, y no con la cepa muerta, como los Sheriffs, y por eso él padecía una demencia totalmente diferente a la de los demás. Por eso hacía lo que hacía. Por que él vio la verdad. Cuando todo el mundo llegue a estar bajo su control, protegerá a la humanidad de sí misma. –Conductor, ¿Cuando llegamos al laboratorio? Me estoy impacientando... –dijo Elliot. Llevaban ya conduciendo unos veinte minutos, y hacía rato que perdieron de vista las murallas de la ciudad. –Está a unos minutos más, señor. Tuvimos que llevar al Gorila lejos de los civiles, para evitar contagios. –Lo entiendo... –dijo Elliot, moviendo la mirada hacia la ventana. De lejos se veía su sede, el Burj Khalifa, despuntando hacia el cielo. A los tres minutos, llegaron a un páramo de arena al suroeste de la ciudad, que estaba lleno de militares. Cuando pararon y Elliot salió del Hummer, todos, a excepción de los que estaban vigilando más de cerca la jaula que había en medio de ellos, hicieron un saludo militar y dejaron paso al Gran Líder. Cuando llegó al centro del corro de soldados, Klark le recibió con una sonrisa. –¡Buenos días, Gran Líder! Estaba echando un vistazo a nuestro nuevo amigo. –¿Has completado ya el procedimiento estándar? –Le he sacado una muestra de sangre, tejido corporal y cerebral. Si, puede cargárselo si quiere. –Bien. –dijo Elliot con una sonrisa. –Soltadlo. Los soldados, atemorizados, abrieron los goznes que sujetaban la puerta de la jaula del Gorila, y salieron corriendo. El Gorila salió expulsando la puerta de un golpe varios metros de donde estaba la jaula. Los soldados apuntaron con sus armas al Gorila, que salió de la jaula encolerizado. Estaba completamente desnudo, y partes de su cuerpo como los dedos de los pies o el pene habían desaparecido por completo, dejando tras de sí un amasijo de carne putrefacto. La piel era de color grisáceo, y era puro músculo. No tenía pelo en ninguna parte del cuerpo, y sus manos parecían hechas de piedra. –¡No disparéis! Es mío. –dijo Elliot con un grito de furia. En ese momento el Gorila se fijó en Elliot. Sin pararse a pensar ni un minuto más, desenfundó su Katana y fue corriendo hacia el monstruo, y este se dirigió hacia él. El Gorila intentó golpearlo con su mano derecha, pero Elliot, haciendo gala de una increíble agilidad, le esquivó y se encaramó por el brazo hasta el hombro. Una vez allí, clavó su Katana justo en el centro del hombro. El Gorila ni se inmutó, y Elliot separó la Katana del hombro de un tajo, quedando el brazo colgando, inerte. Elliot saltó hacia el suelo, riéndose. –¿Eso es lo mejor que sabes hacer, pedazo de carne muerta? –el Gorila se encolerizó aún mas, y fue otra vez hacia Elliot, repitiendo el proceso de golpearlo con el brazo que tenía aún en pie. Elliot, previniendo el ataque del monstruo, volvió a encaramarse a
su hombro, pero esta vez le cortó la cabeza. Cuanto el coloso cayó al suelo, Elliot se separó de él, decepcionado. –¿La clase de No Muerto más poderosa y fuerte que hay? Me meo yo en este trozo de mierda. Menuda decepción... –Elliot creía que al final se encontraría a un rival fuerte y digno de él. Ni siquiera Tormenta, uno de los Sheriff de AllNess, le había supuesto un problema a la hora de matarla. –Vámonos al Burj Khalifa, a ver si hay alguna novedad. Los soldados, sin mediar palabra, acompañaron a Elliot en una comitiva de Jeeps y Humvees hasta su sede. Cuanto llegaron, el mayordomo de Elliot le estaba esperando afuera del edificio. –Señor, Lord Julian está en línea. Dice que tiene noticias importantes que darle. –Pues no le hagamos esperar. –dijo Elliot, redoblando el paso. La única noticia que Julian le podía dar era el éxito en la misión que le encomendó en la última reunión que tuvo con él. Si le decía justo lo contrario, se encolerizaría tanto que podía perder el control. Intentó pensar que no sería así, y que Julian le llamaba para informar del éxito en su empresa. Cuando llegaron, Lord Julian estaba reflectado en una pantalla, y de fondo se erguía la Ópera de Sídney, tal y como era antes del Apocalipsis. –Gran Líder, me alegro de verlo. –dijo Lord Julian, sonriendo. Estaba igual que siempre. Vestía un pantalón vaquero negro y una camisa blanca muy ajustada. Lord Julian era calvo y musculoso, y siempre tenía una sonrisa socarrona. –A mí también me alegra verte, Julian, si es para darme buenas noticias. Si no es así, que sepas que me has molestado, y no me gusta que me molesten. –Claro que tengo buenas noticias, Gran Líder. El experimento ha salido tal y como esperaba. –¿Y...? –dijo Elliot, impaciente. –Modificamos el producto XN-25 tal y como como dijo, y mejoramos su estructura genética. Luego, lo probamos en humanos y dio un resultado sorprendente. La masa muscular de los cuatro sujetos aumentó cinco veces su tamaño normal, como su agilidad física como la mental. Solo que cada uno ha reaccionado de manera... diferente. Creo que el producto se ha adecuado a la genética de cada huésped. Es mejor que los vea usted mismo. Deje que se los presente. Lord Julian hizo un ademán con la mano y en la imagen de la pantalla aparecieron cuatro personas totalmente diferentes entre ellos. Eran tres hombres y una mujer. El aspecto de cada uno era único. El hombre más alto era calvo y musculoso, muy parecido a Lord Julian, solo que el doble de proporción. El más siniestro era el que parecía que la piel se le iba a caer de un momento a otro. Si no supiese lo que era juraría que acababa de salir de un incendio. El más bajito, lucía un tono pálido y era delgado como un alfiler. Sus ojos rezumaban la mirada de un muerto de hambre. La chica era una hermosura, solo que con una cara de psicópata increíble. Si las miradas matasen, una de ellas sería la de esa chica. Y todos, sin excepción, tenían una mirada seria e intimidatoria, y compartían el color de los ojos de Elliot: rojo sangre. Todos, por orden de Elliot, vestían un uniforme. El uniforme constaba de una túnica blanca ajustada en la cintura y con una armadura de color oro cubriéndoles el pecho.
–Es un honor para mí saludar por primera vez a mis Sheriffs del Trípode. –dijo Elliot con una sonrisa. Los cuatro le saludaron con una reverencia. –He pensado en daros nombres como hizo el Elliot Cyborg con sus Sheriffs, y al ver que sois cuatro, creo que estos nombres os vendrán de perlas. Os llamaréis Victoria, Guerra, Hambre y Muerte. Mis cuatro jinetes. –dijo Elliot sonriendo de nuevo. Los tres parecieron satisfechos con sus nuevos nombres. –Julian, has hecho un trabajo excelente. No puedo esperar el día que vea a estos grandes guerreros en acción. –Gran Líder, ¿Cuando atacaremos a AllNess y nos haremos de una vez con el control? Mi ejército está preparado, y ya ve que tenemos buenos generales para comandar a los soldados. –Oh, no te preocupes. Cuando llegue el momento, la mitad de los bastiones de AllNess pasarán a nuestro control sin derramar una gota de sangre humana. –¿Y cómo hará esa proeza? –preguntó Lord Julian, asombrado. - Eso es cuenta mía. Solo disfruta del espectáculo. Sigue entrenando al ejército y prepárate para partir en cuanto te lo ordene. Por ahora no hay más órdenes. Si necesito algo, te haré llamar. –Sí, señor. –dijo Lord Julian, cortando la transmisión. Elliot sonrió. Al menos todo no iba tan mal como creía. Tenía la situación de los discos duros más o menos controlada, un ejército bastante poderoso en Australia, el control de Reino Unido y parte de AllNess se anexionará a su control gracias a un plan que estaba forjando en esos momentos. Se recostó un momento en su sillón para disfrutar de algo de paz. –¿Gran Líder? –dijo su mayordomo, media hora después de la reunión. Elliot se quedó dormido en al sillón, y despertó malhumorado. –¿Qué quieres, payaso? ¿No ves que estoy durmiendo? –Usted dijo que le llamara siempre que surgiese algo importante, señor. –Pues espero que así sea, porque si no... –dijo Elliot, cerrando los puños con furia. –Ha llamado desde La Roca el espía que tiene en ese bastión, Darius McGrath. –¿Y qué quiere ahora ese merluzo? –Elliot mandó a Darius a La Roca casi a comienzos del Apocalipsis para espiar a Niebla, y siguió allí después de que éste desertara para salvar su vida. Darius era uno de los hombres más poderosos de La Roca en estos momentos, y Elliot le tenía cierta estima. –Dice que sabe quién tiene el disco duro de Niebla. –¿En serio? ¿Y a qué espera para conseguirlo? –Dice que se ha escapado de su control, pero que en estos momentos la está buscando. –¿Y quién lo tiene, si puede saberse? –Mina Slain, la hermana de Niebla.
DOM –Paso. –dijo Dom, mirando sus cartas. Si al robar le llegaba un Joker de corazones, tendría un full. Esa tarde ya había perdido doscientos créditos, y tenía que recuperar lo perdido. Siempre lo intentaba, pero casi siempre perdía. No era buen jugador, pero sí un ludópata. Poco a poco perdió todo el dinero que su amigo Jackie le regaló cuando huyeron del bastión de Los Ángeles, como también perdió el dinero que ganó gracias a la venta de su libro “El mundo después del Apocalipsis: Guía para la supervivencia.” y ya debía una gran suma en las mesas de juego. Siempre le pasaba lo mismo. Dentro de poco tendría que huir de los usureros que ya le habían prestado una suma de dinero desorbitada, y que irían a por él demandándole el dinero que les debía. La cuestión era donde ir. Phantom City estaba muy lejos, a unos novecientos kilómetros, igual que Nuevo Pittsburgh y Puerto Libre. Memorizó los bastiones más cercanos para decidir adonde iría a continuación. Ethansville, Indiana, que tenía unos trescientos habitantes. Wine Pluff, en Arkansas, que tenía dos mil habitantes. Y Rodge City, en el centro de Kansas, que tenía mil quinientos habitantes. Había muchos más, pero tan pequeños que Dom los descartó como un sitio para empezar una nueva vida y poder repetir el mismo proceso de huida. A Dom viajar no le preocupaba mucho. Se movía entre los No Muertos como una ardilla, y tenía varios trucos para sobrevivir en el mundo que existía allá afuera. La cuestión era con qué vehículo viajaría, dado que su GT500 lo tenía embargado, cómo conseguiría provisiones para empezar a viajar (no tenía ni un crédito) y si podría conseguir a alguien que le cubriese las espaldas en el Yermo. –¿Dom O´Hara? –un hombre trajeado y muy corpulento se situó detrás de él, con una mano en su espalda. En un momento Dom se pensó en no revelar su nombre, pero cuando movió la vista por todo el local sabía que alguien le delataría. En ese tugurio todos le conocían, y a muchos les debía dinero. Estarían encantados de que le dieran una buena tunda. –Si, soy yo. –dijo Dom, con la boca seca, mirando sus cartas. –Tiene que venir conmigo, es un asunto importante. –Cuando termine la partida. –¿Y cuando va a terminar la partida? Llevas jugando y perdiendo desde que has puesto un pie en La Roca, unos meses atrás. Eres patético. –dijo aquel hombre con desprecio. –Si no te levantas de esa silla ahora mismo, lo haré yo. –Está bien, haremos un trato. Si me pagas lo que debo en esta mesa, nos vamos ahora sin armar jaleo. Si no, seguiré jugando, o me arrastrarás del local formando un jaleo innecesario. Pagar o no pagar. Tú decides. –dijo Dom, sonriendo. Fue Dom, muchos meses atrás quien inventó el lema del MOM, y siempre que podía lo usaba por elegancia. Si ese machaca se había presentado ante él para ofrecerle un trabajo, pagaría y se irían andando. Si había venido a darle una paliza, se lo llevaría a rastras y
pasaría esta noche tirado en algún callejón del Segundo anillo de La Roca hecho un guiñapo. Jugaría esta partida con un dado de dos caras. –Está bien... ¿Cuanto debe en esta mesa? –dijo el machaca, resignado. –Ya lleva doscientos treinta créditos perdidos. –dijo uno de los que estaban jugando en la mesa. El machaca pagó lo que debía y Dom se levantó, cumpliendo el trato. Salieron de aquel sótano donde estaba situado el casino ilegal, y la luz del día les impactó en la cara. El machaca ni siquiera se inmutó, pero Dom entrecerró los ojos por la falta de costumbre a la luz del sol de aquel día. Ni llevaba la cuenta del tiempo que se había tirado dentro de aquel tugurio. –¿Se puede saber adonde vamos, y quién requiere mi presencia? –preguntó Dom, ya tranquilo. Esta jugada le salió bien, una de las pocas, y era posible que las cosas mejorasen de ahora en adelante. –Vamos al Pollo Engrasado. Tomm quiere verte para pedirte un pequeño favor. –¿Y si no quiero hacerle ese favor? –preguntó Dom. –Te hará una oferta que no podrás rechazar, te lo aseguro. –dijo el machaca, sonriendo. A Dom no le gustó la sonrisa de aquel hombre. Eran las doce de la mañana, y La Roca era un rebullicio de gente inmersa en sus tareas, sobre todo el Segundo Anillo, donde casi todos sus habitantes trabajaban para la protección y mantenimiento del bastión. Dom casi ni se fijaba en ello. Llevaba viviendo ya seis meses en La Roca, y esa situación, tal y como estaba el mundo era algo anormal, si eras nuevo. Aquellos que venían de otros bastiones y fortalezas se impresionaban al ver que dentro de La Roca todo seguía igual, pero con el tiempo te acababas acostumbrando de nuevo a la normalidad. Pero no Dom. Sabía que eso sería un error, porque tarde o temprano le tocaría volver al Yermo, y bajar la guardia significaba la muerte ahí fuera. Mientras seguía a aquel hombre se preguntaba una y otra vez qué querría Tomm. A Tomm lo había conocido al poco de llegar a La Roca. Tomm, pese a su aspecto de pobretón empedernido, era una de las personas más influyentes en los bajos fondos del Segundo Anillo de La Roca, y metía mano en casi todo, desde casinos ilegales hasta tráfico de estupefacientes. Tomm era un buen hombre, o por lo menos eso intuyó Dom en cuanto le conoció. Al llegar al Pollo Engrasado, el garito donde tenía su sede Tomm, se fijó en el cartel que había pegado al lado de la puerta. ¿Tus gastos superan tus ingresos? ¿No tienes dinero ni para pipas? ¿Tus amigos se ríen del mísero sueldo que cobras? Si es así no espere ni un minuto más únete a los profesionales ¡ESCUADRÓN DE SUMINISTROS! En unos cuantos asaltos tendrás bastante dinero y tus amigos dejarán de burlarse de ti Te lo aseguramos cuando veas cuanto puedes ganar ¡Únete a nosotros, no te arrepentirás!
Sede de Aprovisionamiento Primer Anillo, Calle 42, Nº21 La Roca, Missouri –Joder, me parece increíble que la gente siga yendo a esos payasos como corderos que llevas al matadero. –soltó Dom. –Si no fuese así, La Roca sufriría una escasez de suministros tan alarmante que sería cuestión de tiempo que reinase la anarquía. Da gracias a que aún siguen existiendo personas que salen allá afuera a por comida, agua y medicinas. –le dijo el machaca mientras entraban dentro del Pollo Engrasado. El Pollo Engrasado, a esas horas de la mañana, ostentaba el cartel de completo, con gente que consumía el almuerzo matutino. En gran parte eran trabajadores de los alrededores, y algún que otro del Primer Anillo. El Pollo Engrasado era un garito muy famoso en toda La Roca, y lo frecuentaba todo tipo de gente y a todas horas. El machaca fue hasta la barra y se dirigió al camarero. –Traigo a Dom O´Hara, Tomm quiere verlo. –Ya, ya lo sé. –dijo el camarero. –Puedes pasar. El machaca guió hacia una zona privada del local. Dom ya había entrado alguna vez en la tienda oculta de Tomm, que estaba entre unos cuantos privados donde algunos clientes del Pollo Engrasado se dedicaban a fornicar con mujeres, en su mayoría prostitutas. Cuando entró en la tienda de Tomm, no estaba solo. Había un cliente dentro, y estaban regateando por una Biblia. –Oye, ¿Sabes lo que me ha costado encontrar esta Biblia? Ten en cuenta que es de fuera de las murallas. Me ha costado a varios hombres y muchos suministros conseguir un ejemplar tan bien conservado. Mi precio no bajará. Veinte mil Créditos. Ni uno menos. –Tomm, veinte mil créditos es una auténtica fortuna. –le dijo el cliente, ya molesto. –Y una fortuna me he gastado yo en conseguirla. –dirigió una fugaz mirada a Dom. Algo en su cara cambió. –Si me la vas a comprar, que sea ya. Tengo una visita importante. –el cliente miró hacia atrás. Su cara se iluminó. –¡Vaya, es Dom O´Hara! –el cliente se levantó y le estrechó la mano. –Encantado de conocerle. Me he leído su libro varias veces y me parece sumamente interesante. ¿Usted qué opina de esta venta, Dom? ¿Una Biblia del antiguo mundo vale veinte mil créditos? –Por lo que dice Tomm, ha costado vidas humanas, y es una biblia bien conservada. Sí que es un buen trato. –solo dijo esto para complacer a Tomm. Una Biblia no costaba ese precio, ni de lejos. Podías encontrar una y hasta cajas llenas de Biblias en cualquier iglesia de los alrededores de las ciudades, casi sin peligro de No Muertos. –¡Trato hecho, entonces! –dijo el cliente, sacando un fajo de billetes. Pagó a Tomm su biblia y se fue muy contento. Dom se sentó en la silla donde antes estaba sentado el
cliente, y el machaca se fue, dejándolos solos. –Me alegro de verte de nuevo, O´Hara. –dijo Tomm, con semblante serio. –A mí también, Tomm, si no fuese por cómo me has traído aquí, con tanto misterio y todo eso. Ni siquiera sé para qué me has hecho llamar. Y creo que la deuda que tenía contigo la pagué. –Si, a mí me pagaste. Pero a muchos usureros de este anillo no. Por lo que he conseguido averiguar, debes noventa mil créditos entre todos. ¿Como piensas pagar esa gran fortuna, amigo? –Ya veré como. Y si no, me iré y buscaré otro bastión en el que vivir. –declaró Dom. –En todas las salidas tienen apostados hombres para avisar cuando te vayas. Nada más salgas de la protección de La Roca, te matarán. –Vaya, eso sí que no me lo esperaba. –dijo Dom, reflexionando. Si era verdad lo que decía Tomm, estaba muy jodido. Fuera del Yermo, si alguien le perseguía nada más salir de La Roca, podría matarlo en cualquier momento y nadie se enteraría. –¿Y si te dijera que quiero pagar tu deuda? –Diría que estás loco, o que quieres que haga algo por ti. Y algo me dice que no va a ser fácil. –No me has dicho que me darías las gracias, puto desagradecido. –gruñó Tomm. – Está bien, quiero algo muy importante, y no encuentro a nadie que pueda hacerlo sin problemas, aparte de ti. Si Sombra siguiese aquí, se lo pediría a él, pero me han dicho que salió hace una semana hacia quién sabe donde. –Vale, soy tu último recurso. Es bueno saberlo. –Oh, no te confundas. Yo soy tu último recurso. Si pago, te dejarán en paz. Si no lo hago, tarde o temprano serás un cadáver. ¿Cómo es eso que te inventaste...? –dijo Tomm, fingiendo recordar. –¡Ah, sí! Vivir o morir. Tú decides. –Tomm sonrió, señalándolo con un dedo. –Me tienes cogido por los huevos, ¿Eh? –dijo Dom, malhumorado. Tendría que hacer lo que dijese Tomm. –Está bien. ¿Qué tengo que hacer? –Oh, es sencillo. Solo tienes que escoltar a una chica a otro bastión. Aquí no está segura. –¿Y quién es? –Mina Slain, la hermana de Niebla. –Perfecto. Me libro de unos asesinos para que me persigan otros. No sé si sabes que Darius quiere verla muerta. –Me ocuparé de que podáis salir de La Roca sin problemas. Lo importante es que saques a Mina de aquí. La cosa se está poniendo muy chunga por NorteAmérica, Dom... Lo mejor es apartarla de todo esto, cuanto más lejos mejor. –¿De qué estás hablando? Sé que este invierno va a faltar la comida, pero se hacen más incursiones y ya está, ¿No? –Si solo fuese eso, no pasaría nada. Hemos saqueado ya todo lo que hay en cien kilómetros a la redonda, y cuanto más lejos están los suministros, más peligro hay de que el convoy caiga por el camino. Pero no es de eso de los que te hablo. ¿En verdad no sabes lo que está pasando? –Si vas a decirlo dilo ya, me estás cansando. –dijo Dom, irritado. No le gustaba que le tuviesen en ascuas.
–Nuevo Pittsburgh ha movido ficha y se ha hecho con el control de Puerto Libre a la fuerza. Y la gente aquí piensa que harán lo mismo que allí. Hay miedo en la calle. –Puerto Libre era del Trípode, y nosotros no. Y creo que Harry está intentando entablar una alianza con ellos. Creo que no hay por qué temer un Ataque a La Roca por parte de AllNess. –No es solo eso. Por lo que me han contado, un almacén de Cyborgs ha sido activado en la capital de los Mortis, Atlanta, y han preparado una masacre en el centro de la ciudad. Ya podrás averiguar lo que eso supone. –Los Mortis echarán la culpa a los humanos. –dijo Dom, entrecerrando los ojos. Eso sí que era una mala noticia. Si los Mortis atacaban los bastiones humanos, era muy posible que dentro de unos meses no quedara casi ningún humano en toda Norte América. –¿Y sabes qué piensa hacer Harry? –AllNess le acaba de mandar un lote de armas avanzadas, o eso he oído. Antiaéreos, todo tipo de rifles de Plasma, bombas de impacto... De todo. Todo el material que ha mandado AllNess es nuevo, recién salido de fábrica. También he oído que ha hecho lo mismo con todos sus bastiones repartidos por todo el mundo. Parece que se están preparando para la guerra. –¿No has dicho que había miedo en la calle por lo que podría hacer AllNess? –dijo Dom, extrañado. –Ya, eso he dicho. Hay miedo en la calle, vale, pero AllNess apoya a La Roca, aunque no sean todavía aliados. AllNess sabe que La Roca es uno de los bastiones más grandes del mundo, y perderle sería perder a una buena parte de los pocos humanos que quedan vivos. Y además sé que han mandado a Nuevo Edén un tipo de documento que exculpa a La Roca por lo que hizo con uno de sus Sheriffs, Niebla, y por eso están agilizando los trámites para anexionarse cuando antes a la UBAN. Me pregunto qué tipo de documento será. –Sea lo que sea, me da igual. No creo que toda esta tensión afecte a todo el Yermo. Bueno, ¿Puedo conocer a la chica? –dijo Dom. –Claro, está esperando en una de estas salas para irse en cuanto antes. –por el teléfono que tenía a su derecha, hizo llamar a la chica. Al cabo de unos segundos, entró una chica alta, pelirroja y muy guapa. Tenía muy buena figura, y Dom sin querer la miró las tetas. Ella le observaba con una mirada de desconfianza. –Dom, te presento a Mina Slain. Mina, te presento a Dominic O´Hara. –¿En serio? ¿Eres Dom, el que ha escrito esa guía contra los Zombies? –preguntó Mina. –Si, el mismo. –dijo Dom, apartando la vista de Mina. –Por cierto, ¿donde quieres que la lleve? –A un bastión que hay al noroeste de aquí, a unos novecientos kilómetros, que tú mismo fundaste. ¿Te imaginas cual es? –Claro que me lo imagino. –dijo Dom, sonriendo. Se sabía el camino de memoria, cómo ir y casi podía intuir a qué peligros se enfrentarían. –El bastión de Phantom City, en el centro-oeste de Wyoming.
ROBERTO Un silencio sepulcral reinaba en la sala donde estaban sentados Roberto Cid y Luis El Magno. Llevaban esperando unos minutos a que se conectase el Gran Maestre de la Orden, Tomás de Blanchefort, para decidir qué harían a continuación. Hace una semana Roberto llegó a Talvinra sucio y cansado, y nada más poner un pie en el bastión se conectó a la red Baelnius y comunicó a Tomás todo lo sucedido en El Garilobo. Desde entonces habían esperado Luis y él a que diese la alarma por todos los bastiones de la Orden. Cuando apareció en la pantalla, se sobresaltaron. –Caballeros. –dijo Tomás, nada más hacer su aparición. –Gran Maestre. –dijeron Luis y Roberto, inclinando la cabeza. –Siento haber tardado en responderos, he estado hablando con Niebla. Me ha dado noticias inquietantes sobre lo que está ocurriendo en Estados Unidos. –Señor, ¿Está seguro de que podemos fiarnos de ese Sheriff de AllNess? –preguntó Roberto. Desde que se enteró que Niebla, el Sheriff de AllNess que desertó y se unió al Trípode, para luego después unirse a ellos, los Templarios, no se sintió tranquilo. Este tipo había cambiado tantas veces de chaqueta que no le inspiraba mucha confianza a Roberto. –Estoy totalmente seguro. Gracias a Niebla tenemos una gran flota naval a nuestra disposición. Me ha contado que AllNess por fin ha movido ficha y está conquistando todos los bastiones del Trípode en NorteAmérica para anexionarlos a la UBAN. Por lo menos eso son buenas noticias. Lo que me contaste hace unos días es lo que me inquieta, Roberto. ¿Estás seguro de que el Trípode es el que causó la matanza del Garilobo? –Estoy totalmente seguro. María no me mentiría, y mucho menos en algo como esto. –hace una semana Roberto llegó a Cerezas Rubias, el bastión Templario más cercano de el Garilobo, y allí descansó durante todo el día para luego partir hacia Talvinra, dejando a María en aquel bastión. Viajaría más rápido solo, y el tiempo corría en su contra. –Lo que quiero saber es si tomaremos represalias contra estos animales cuanto antes. –No, creo que no. –dijo Tomás. Roberto arqueó las cejas. –Dime, Roberto, ¿De qué serviría atacar ahora los bastiones del Trípode? Solo para producir más muertes innecesarias. Y dado que AllNess fue atacada en el aeropuerto de Barajas, es muy posible que ellos se venguen por nosotros. No hay necesidad en malgastar tiempo ni recursos en algo que es posible que solucionen otros. Mientras tanto, por ahora y a efecto inmediato, declaro en todo el territorio Templario el estado de guerra, y elevo la alerta de ataque enemigo a su máximo nivel. –Si, señor. –dijo Luis, tensando el rostro. –¿Hay alguna orden en especial para mí? –dijo Roberto, mirando fijamente a Tomás. –Si. Irás hacia Senti, donde te estarán esperando Alba de Montréal y Niebla, cuando llegue con parte de su flota. Una vez allí esperaréis a recibir más órdenes. –Partiré ahora mismo, Maestro. –dijo Roberto, levantándose de su silla.
–No, Cid. Antes quiero hablar contigo en privado. Luis, ¿Puedes dejarnos a solas? –Claro, maestro. –dijo Luis, saliendo de la sala. Cuando estuvieron a solas, Roberto se dirigió a Tomás sin tapujos. –¿Me vas a decir lo que en realidad vamos a hacer? –Lo que te he dicho es lo que vamos a hacer, no hay órdenes secretas por el momento... Solo quería preguntarte por ti, Roberto. ¿Cómo estás, viejo amigo? –Bien, estoy bien. Me afectó un poco lo que pasó en El Garilobo, pero nada que me lleve a la locura, porque el Señor está con nosotros. –Por supuesto... También tengo que comentarte unas cuantas cosas que no quiero que salgan de aquí. No irás a Senti, por ahora. Antes quiero que vayas a Acre. ¿Sabes donde está? –Por Dios, Tomás, yo creé ese bastión... –dijo Roberto, indignado. Él mismo creó casi todos los bastiones de Portugal, y se conocía la ubicación de todos ellos de memoria. –Es verdad, ya no me acordaba. Ayer por la noche me llamaron. Están rodeados de No Muertos, y es posible que dentro de una semana pasen los cinco anillos sin que puedan siquiera salir del bastión. –¿Y por qué no se van por mar? –dijo Roberto. - ¿Irse? ¿Me has oído? Seguramente pasen los cinco anillos, es algo que nunca han conseguido los No Muertos en ningún bastión Templario... ¿Porqué te crees que no ataco los bastiones del Trípode? Sé donde están situados muchos de ellos, podríamos hacerlos pedazos en cuestión de días. Solo mantengo una posición de neutralidad para que nadie, ni siquiera los caballeros de nuestra Orden sepan qué voy a decidir a continuación. –Eres todo un misterio. –dijo Roberto con sorna. –¿Y porqué no les aniquilamos? Ellos mataron mujeres y niños en El Garilobo, por Dios... –dijo Roberto, con rabia. Todavía recordaba los rostros de los niños muertos en la plaza de El Garilobo. –Porque lo mismo que está ocurriendo en Acre puede pasar en cualquier bastión, ya sea Templario o no, y la mayoría de nuestros bastiones no tienen una salida por mar. Tenemos que concentrarnos en protegernos primero de los No Muertos. Creo que están... evolucionando. –¿Evolucionando? ¿Crees que llegarán a ser peor de lo que ya son? –Si, estoy seguro después de saber lo que está pasando en Acre. Por ahora, hablaré con todos los líderes de nuestros bastiones y les ordenaré que se acopien todo lo que puedan de suministros. Este invierno va a ser muy duro, amigo mío. –Y que lo digas, Tomás. –Roberto sonrió. El invierno no parecía preocuparle lo más mínimo. –¿Y qué harás con respecto a AllNess? Ten en cuenta que el imbécil de Javier mató a varios de los hombres suyos en El Garilobo, y eso es algo que no se olvida así como así... –No creo que haya problema en forjar una tregua con ellos, tú déjame hacer a mí. Por ahora, recluta en Talvinra a un pequeño grupo de jinetes y limpiad los alrededores de Acre de No Muertos. Con unos cincuenta creo que te valdrá. –Así se hará, Tomás. –Lo sé, Roberto. Después dirígete a Senti para reunirte con Alba y Niebla. Que la suerte te acompañe.
Dicho esto Roberto se levantó y salió a paso normal de la sala. Todo lo que le dijo Tomás en la reunión, y luego en privado, le daba vueltas en la cabeza. América estaba en guerra abierta, y ellos se dirigían poco a poco hacia el mismo destino. Por lo menos tenían la ventaja de que en España no existía, al menos que ellos supieran, ningún bastión importante del Trípode, y lo único que podían hacer es asustar un poco. El ataque a El Garilobo les pilló desprevenidos, y ahora Tomás de Blanchefort había decretado el estado de guerra, con todas las consecuencias que eso conlleva. Si alguien que no fuese Templario se acercase a algún bastión sin autorización previa, se atacaría primero y se preguntaría después. Se acercaba el invierno, y se haría una incursión a gran escala en breve para reunir todos los suministros posibles para así recluirse dentro de los bastiones todos los efectivos disponibles y protegerse de posibles ataques, tanto de humanos como de muertos. La guerra estaba a punto de estallar, pero Roberto solo podía pensar en los No Muertos que estaban asediando Acre. Si era verdad que los No Muertos estaban evolucionando, eso solo añadía un problema más a los que ya tenían. Acre era una antigua freguesía situada justo en la punta suroeste de Portugal, un sitio apartado e inhóspito que era ideal para montar un bastión gracias a la poca población que existía en los alrededores, y eso significaba menos No Muertos de los que preocuparse. Entonces, ¿Cómo es que estaba siendo asediada por No Muertos? Todos esos pensamientos bullían por la mente de Roberto Cid mientras recorría las calles de Talvinra. Talvinra era una población enclavada justo en el centro del distrito de Faro, al sureste de Portugal. Fue elegida por Roberto Cid dada la cantidad de iglesias existentes en la localidad, un total de treinta y siete. Todas y cada una de ellas fueron restauradas por la Orden, y en esos momentos vivían en ese bastión alrededor de dos mil personas. Talvinra era el tercer bastión más poblado de la orden, seguido por el bastión de Coimbra, con tres mil personas. Fue directamente al castillo árabe, el edificio que utilizaban para aposentar a las tropas Templarias que solían salir de incursión. El castillo fue también totalmente restaurado para volver a ser útil para vivir, y cuando llegó a sus puertas, se encontró con dos Templarios que las custodiaban. Al ver quién era, los soldados se apartaron saludando a Roberto, y éste les devolvió el saludo. Recorrió los jardines que rodeaban el palacio observando lo que había alrededor. Gran parte del jardín se preparó y acondicionó como campo de entrenamiento, y en ese momento observó a unas decenas de Templarios entrenando. Fue hacia uno de ellos para preguntarle por el paradero de Jaques Sibrand, el comandante encargado de las tropas de Talvinra. –Soldado, ¿Donde puedo encontrar a Jaques? –Siga recto, Cid, le encontrará a la entrada del castillo entrenando a unos novatos. –Gracias. Roberto siguió andando unos minutos hasta que llegó a la fachada principal, que estaba totalmente cambiada desde la primera vez que estuvo allí. Habían cubierto la
fachada de cemento, y ahora era lisa como un suelo hecho de cerámica, de color blanco, y plasmaron con plaquetas rojas el símbolo de los Templarios en toda la fachada, la gran cruz roja que les simbolizaba. Jaques se movía entre cinco muchachos con edades comprendidas entre los veinte y los veinticinco años, todos con esa mirada de veneración en su rostro. Jaques era un gran maestro de armas, y enseñaba a sus alumnos con devoción. –Bien, y cuando un demonio se acerque a vosotros, no lo dudéis ni un segundo. Cortadlos la cabeza y enviadles de nuevo al infierno, de donde no debieron salir. Antes eran personas como nosotros, que tenían casa, mujer e hijos, pero ya no son ni la sombra de un ser humano. Son bestias abominables enviadas desde el mismísimo infierno para exterminarnos. –Muy cierto, hermano. –dijo Roberto, al lado suyo. –¡Cid! No sabía de tu llegada, hermano. –dijo Jaques, sonriendo y dándole un abrazo. Los aprendices se pusieron a cuchichear, emocionados. Estaban ante uno de los tres mariscales de la orden, y quizás el más famoso. –Ya que estás aquí, ¿Qué tal si les das unas lecciones a mis aprendices? –Me gustaría, pero el tiempo corre en mi contra, Jaques. ¿Podemos hablar en privado? –Claro... Aprendices, se da por concluida la lección de hoy. Seguid entrenando en el patio hasta la hora de la cena. –Cuando todos los aprendices se fueron algo decepcionados, Jaques guió a Roberto por las entrañas del castillo hasta sus aposentos, en el primer piso. Los aposentos de Jaques eran modestos, con las paredes cargadas de libros, un escritorio pequeño y varias sillas, todas iguales, incluida la suya. Jaques se acomodó en su silla y se dirigió a Roberto. –Dime, Cid. ¿Cuantos hombres necesitas? Si acudes a mí, debe ser por esa razón, supongo. –dijo, al ver la cara de asombro de Roberto. –Si, necesito hombres para levantar el asedio de Acre. Unos cincuenta me valdrían, pero si puedes prestarme ochenta, estaría más que agradecido. –¿Qué asedio? –dijo Jaques, extrañado. –¿Ya han empezado esos herejes a darnos problemas de nuevo? Es hora de atacar, en serio. Cid, sé donde están varios de sus bastiones. Podemos mandarles al infierno junto con los muertos. –dijo con rabia Jaques. Roberto comprendía perfectamente como se sentía. El hermano de Jaques murió en la masacre de El Garilobo, y estaba ansioso por devolver el golpe con creces. –El Gran Maestre ha dado la orden de que no se ataque, por ahora. Lo más sorprendente es que Acre está siendo asediada por No Muertos en estos momentos, no por el Trípode. –¿No Muertos...? Pero, ¿No estaba totalmente alejada de otras poblaciones, justamente para evitar que eso suceda? Me parece de lo más extraño que he oído en mucho tiempo, Cid. –Ya, ya lo sé. –no quiso enrollarse en contarle todas las divagaciones de Tomás, y apresuró a Jaques. –Entonces, ¿Cuantos hombres puedes conseguirme? –A ver... –dijo Jaques, pensando. –Te puedo conseguir sesenta, para esta noche. –Perfecto. Voy al patio a entrenar un rato mientras reúnes a la tropa.
–Por supuesto, como si estuvieras en casa. Cuando salió al patio, lo vio igual que hace media hora, repleto de soldados entrenándose. Fue a su zona preferida, la de lucha con espada cuerpo a cuerpo con otros soldados. Allí estaban los aprendices de Jaques, que nada más verlo fueron donde él. –Lord Cid, ¿Quiere entrenarse con nosotros? –preguntó uno de los soldados. –Claro. –respondió Roberto con una sonrisa. –Si queréis, me atacáis uno por uno, y os fijáis en mis movimientos. Los soldados, sonrientes, obedecieron a Roberto. Uno a uno, fueron luchando contra Roberto, que tras unas cuantas estocadas, los derribaba al suelo. Cuando llevaban casi media hora luchando y ninguno consiguió derrotar a Roberto, pararon a beber un poco de agua a causa del cansancio. –Lord Cid, es usted un luchador magnífico. No le hemos derribado ni una vez. –He entrenado mucho. –confesó Roberto. –Pero que eso no os desanime. Contra los seres que combatimos no hay problema de que te devuelvan el golpe, al menos por ahora. –¿Qué ha querido decir con eso? –dijo el aprendiz, asustado. –Nada. –Roberto no dijo nada sobre las sospechas de Tomás para que no cundiese el pánico. –Si aprendes a dar estocadas a caballo, los No Muertos no suelen ser ningún problema, si no son un número muy grande. –¿Y si lo son? –Si son un número muy grande, espolea a tu caballo y sal cagando leches de allí. Tranquilo, no tienen la suficiente velocidad como para seguirte muy lejos. –Añadió, viendo la cara de terror que se dibujó en el rostro del aprendiz. –Cid, Lord Jaques requiere su presencia. –dijo un soldado que apareció de la nada, reclamando a Roberto. –Vamos, no hay tiempo que perder. –dijo Roberto, apremiando al soldado. Se despidió con un gesto de la mano y se fue a prisa con el soldado. Le siguió fuera del castillo, mientras los últimos rayos del ocaso anunciaban la noche. Fueron hacia la salida oeste de Talvinra, donde le estaban esperando los sesenta soldados prometidos y su caballo, Tornado. –¡Cid! –Jaques llamó a Roberto, para que fuese a su lado. –Te presento a tu nueva tropa. No son tan buenos como los que tenías en El Garilobo, pero son grandes luchadores que no te decepcionarán. –aseguró Jaques. Luis El Magno, el líder del bastión, fue a despedirse de ellos, y asintió con una sonrisa. –Bien, gracias por todo, Jaques. Espero que nos volvamos a ver. –dijo Roberto, tendiendo la mano a Jaques, pero este no se la aceptó. –He pedido a Luis que me deje acompañaros, y me ha dado su beneplácito. ¿Qué opinas? –Jaques, en este bastión te necesitan más que yo. No les dejes solos. –Ya hay buenos hombres aquí, y además estos soldados acaban de salir del
aprendizaje. Necesitas alguien más para liderar a las tropas. Por favor, déjame acompañarte. –suplicó Jaques. Roberto sabía que estaba lleno de furia e ira por el reciente asesinato de su hermano, y necesitaba desahogar toda esa mala sangre. No sería Roberto el que le negara esa necesidad. –Está bien, acompañadme. Nada de lo que diga te hará cambiar de opinión, y quiero partir cuanto antes. –Gracias, Roberto. –dijo Jaques con una sonrisa. Nada más despedirse de Luis El Magno, los Templarios salieron al galope del bastión de Talvinra en dirección oeste al amparo de la oscuridad. Desde Talvinra hasta Acre había un recorrido de ciento treinta kilómetros, y una travesía de al menos dos días a caballo, si no encontraban contratiempos en el camino. Nunca se acercaban a poblaciones que podían estar llena de No Muertos, salvo en circunstancias excepcionales, y si era posible cabalgaban campo a través, que era como el caballo recorría mejor y más a gusto las distancias. Llegaron a las afueras de Acre en dos días y medio, tras un viaje sin problemas. Nada más llegar, desenvainó su espada y arengó a los hombres. –Hermanos, hermanas, como estáis viendo, nuestros hermanos Templarios de Acre están siendo asediados por hordas de demonios, sin merecerlo ni quererlo. Esos demonios que pueblan la tierra y mancillan el suelo sagrado que nosotros protegemos con sus sucias pisadas. –entre la multitud hubo murmullos de asentimiento. –Hemos venido a mandar a esos demonios al infierno de donde nunca debieron haber salido. ¡Por los Templarios y su descendencia, ahora y siempre! –dijo Roberto, alzando su espada y saliendo al galope. Todos sin excepción le siguieron, desenvainando sus armas, todos a una. La multitud de No Muertos se dio cuenta de su presencia y fue al encuentro de los Templarios. Era una multitud gigantesca, de unos doscientos No Muertos. Antes de impactar contra la ola, Roberto dijo en un grito. –¡Ahora, todos a una! –y todos los Templarios, incluido Roberto, gritaron. –¡Non nobis, dómine, non nobis. Sed nómini tuo da gloriam!
ARMANDO Millones murieron, convirtiéndose en monstruos horribles que solo buscaban la total aniquilación de la raza humana. Nada más desatarse el Apocalipsis, la mayoría de los Latino Americanos, o mejor dicho, los que pudieron, se escondieron y parapetaron en refugios hechos apresuradamente en sitios inhóspitos, y poblaron las innumerables selvas y desiertos que existían en toda Sudamérica. Muchos de estos refugios cayeron a causa del hambre, las luchas entre ellos, o la infección. Muchos otros sobrevivieron a pesar de las circunstancias, y fue gracias a un grupo que se ocultó en las ruinas de Machu Picchu lo que cambió el destino de los supervivientes LatinoAmericanos. El grupo, nada más llegar a Machu Picchu, restauró una parte del santuario para poder vivir y lo llenó de suministros para resistir sin salir de él al menos en unos seis meses. Gracias al terreno escarpado y de difícil acceso, lograron repeler a los No Muertos con demasiada facilidad, pero lejos de celebrarlo, empezaron a maquinar cómo volver a tener el control de toda Sudamérica. Fue una suerte que en su grupo se encontrasen cuatro científicos que encontraron a las afueras de Abankayi, una ciudad situada unos veinte kilómetros al suroeste de Machu Picchu. Los cuatro científicos eran especialistas en virus mutagénicos, y en unos cuantos meses de reclusión en el antiguo santuario, consiguieron elaborar un producto capaz de decantar la balanza a su favor. El producto que crearon estos científicos era un producto químico, muy parecido a los productos fito-sanitarios que se usan para eliminar a las malas hierbas, solo que este producto eliminaba en cuestión de segundos las células del virus SuperHumano de el cadáver infectado, consiguiendo así eliminar al No Muerto. Con empapar cualquier bala, espada, palo o flecha y que penetrase en cualquier parte del cuerpo del No Muerto, éste caía al suelo desplomado en cuestión de segundos. Gracias a eso, crearon el Ejército de Liberación, un grupo de hombres fuertemente armados que, en siete meses consiguieron limpiar toda Sudamérica del sur de No Muertos. En principio recorrieron la zona de los alrededores del templo, localidad por localidad, limpiándolo todo de No Muertos y rescatando a los supervivientes que encontraban, y unas semanas más tarde, cuando fueron más numerosos gracias a todos los supervivientes que recogieron, empezaron a limpiar las ciudades, donde encontraron muchos más supervivientes, armas y suministros que en las pequeñas localidades. En Mayo del año 2.039 ya contaban con bastiones por todo Sudamérica repletos de gente, suministros y ganas de recuperar todo lo que perdieron gracias a la plaga, pero gracias a la purga casi todo el sur de América quedó desierto, y en las afueras de las poblaciones crearon osarios donde enterraron a todos los No Muertos y sellaron las entradas a las ciudades y pueblos con un símbolo de Zona Segura, para saber qué pueblos y ciudades habían limpiado y cuales no. Los bastiones más grandes que crearon fueron el de Parantaribo, en la costa Norte de Sudamérica, el de Manaus, en
el amazonas, y el de Lima, en Perú. Cada uno contaba con unas cien mil personas, y los bastiones medianos que poblaban todo el continente ostentaban entre veinte mil y cincuenta mil personas. En honor al bastión que inició hace meses la limpieza, Machu Picchu se convirtió en el centro político y económico de toda Sudamérica. En esos momentos Armando tomaba el sol en la plaza central del bastión, sonriendo al pensar en sus logros meses atrás. Armando era un chico de veintidós años que se hizo líder de uno de los batallones del Ejército de Liberación, y su equipo consiguió limpiar todo Montevideo, sin apoyo de ningún tipo, solo usando la cabeza, y manteniéndose con los pies en la tierra por mucho que las cosas se torcieran. Gracias a su gran hazaña se le nombró teniente coronel del Ejército de Liberación, y gozaba de una buena vivienda en el centro de Machu Picchu, hasta que se le reclamase para proseguir la conquista. En estos momentos solo tenían que enfrentarse a los No Muertos en cualquier lugar de Sudamérica, y conquistar cualquier zona del mundo se resumía en eliminar a los podridos que se encontrasen y reclamar el sitio como suyo. No obstante, hicieron una excepción con los bastiones que encontraron en Sudamérica, por el simple hecho de ser compatriotas latinos, pero Armando sabía que sus conquistas no habían terminado, ni mucho menos. Ellos se harían con el mundo, de eso estaba seguro. Nadie podía contar con su poder y tamaño. Recontando todos los supervivientes de Sudamérica, eran unos cuatro millones, más de lo que era cualquier potencia mundial en estos momentos, que ellos supieran. Y, por si no fuera poco, tenían todo el armamento y buques de la Armada de todo el sur de América. Podrían hacer frente a cualquiera sin mucho esfuerzo. La pregunta era cuándo los altos cargos del nuevo Imperio Sudamericano se decidirían en atacar el Norte de América y Europa, o Asia. –Señor... ¿Señor? –un soldado estaba intentando llamar la atención de Armando, que se quedó dormido en la hamaca que estaba tumbado. Cuando se percató de la presencia del soldado, se despertó mientras se quitaba los cascos de música de los oídos. –¿Qué quiere, soldado? Espero que sea importante. –dijo Armando, desperezándose. –El Presidente requiere su presencia, dice que es urgente. –Dile que ahora mismo voy. –Sí, señor. el soldado se fue a paso ligero hacia el Templo del Sol, la residencia del Presidente. Armando se levantó y portó su FN FAL al hombro. Tardó unos minutos en llegar al Templo del Sol, y por el camino se cruzó con un montón de gente inmersa en tareas relativas a el mantenimiento del bastión, sobre todo de limpieza y supervisión del estado de los nuevos edificios y murallas. La puerta al edificio la custodiaban un par de soldados que, cuando vieron llegar a Armando, se apartaron para dejarle paso. La sala de reuniones era una habitación construida en la planta baja del templo, una sala relativamente pequeña y que la componían una gran mesa de madera y múltiples sillas rodeándola. Al templo le añadieron varios pisos de altura a los que ya tenía
antes de la restauración, para aprovechar todo el espacio disponible del santuario. Todos los edificios del santuario de Machu Pichu se componían de una mezcolanza de edificación antigua y nueva, y el edificio en el que estaba no era diferente. Nada más entrar en la sala, el Presidente se levantó de su asiento. –Bienvenido, Armando. Ahora que estamos todos, caballeros, doy por empezada esta reunión de estado en la que se debatirá sobre el futuro de Sudamérica. –mientras el Presidente hablaba, Armando tomó asiento a su lado. –Doy la palabra a Edgar Quileuca, ministro de defensa. –Gracias, señor Presidente. –Señor Edgar, danos una breve explicación sobre el actual estado de nuestro ejército. –Por supuesto, señor. En estos momentos, tenemos tanto armamento y vehículos disponibles que ni siquiera con todos los soldados que tenemos cubrimos las vacantes para usar la mitad de todo el material disponible. Tenemos los puertos de Caracas, Barranquilla, Salvador y Lima atestados de buques y fragatas, y casi todos los bastiones también están llenos de armamento, munición y vehículos militares. Además, el número de No Muertos actual en toda Sudamérica no llega ni al 0,02 por ciento. –Gracias, señor Edgar. Ahora doy la palabra al ministro de agricultura, Adriano Pentua. Adriano, ¿Cual es nuestra situación con respecto a los alimentos y recursos disponibles? –No podría ser mejor, Presidente. –contestó Adriano, con una sonrisa. –Hemos establecido bastiones de trabajo en las principales zonas de cultivo del continente, y hemos limpiado todas las ciudades de comida enlatada y demás suministros alimenticios. En cada bastión hay un gran almacén que en estos momentos están llenos de comida. Hasta hemos tenido que hacer algunos almacenes provisionales en las afueras de los bastiones por falta de espacio para almacenar. Además, tenemos una multitud de flotas de pesca en Lima y Parantaribo que salen a faenar todos los días. Le aseguro que nadie en toda Sudamérica va a pasar hambre este invierno. –Excelente. Hemos asegurado la subsistencia de todos nuestros compatriotas y además también garantizamos su seguridad al cien por ciento. Y con estos datos tan prometedores, ¿Cual debería ser nuestro siguiente paso, caballeros? –En toda la sala reinó el silencio por un momento. Al final, Edgar habló. –Podríamos anunciarnos al mundo como una nueva super-potencia emergente. Que AllNess, el Trípode y otras potencias supervivientes sepan que existimos y que somos auto suficientes. –Sería una opción. –admitió el Presidente. –¿Alguna idea más? –Creo que tendríamos que comerciar con nuestros excedentes de alimentos con otras potencias, para así ayudar a los demás y conseguir que sobrevivan la mayor parte de personas posibles a este invierno. –dijo Adriano. –¿Y qué nos darían a cambio? Te recuerdo que tenemos todo el sur de América a nuestra disposición. No hay nada que no tengamos ya. Lo que quiero oír no se ha dicho todavía. Me decepciona que nadie haya pensado en ello. ¿Armando? –dijo el presidente con una sonrisa. –Podríamos invadir todo el norte de América y conquistarlo como hicieron los
Españoles cuando llegaron a estas tierras, hace quinientos años. Ahora no suponen ningún problema ni AllNess ni el Trípode. Tendríamos el mundo entero bajo nuestro poder en unos años. –Ahí es adonde quería llegar, y por eso está aquí Armando. Vamos a planificar la invasión de América aquí y ahora. Dentro de unos meses todo el continente será nuestro. Primero, reuniremos un ejército en el bastión de Parantaribo, y viajará con nuestra flota por el mar del Caribe hasta Nueva Orleans, y acto seguido navegarán por el Misisipi hasta Memphis. Una vez allí, limpiarán West Memphis y establecerán allí un puesto militar. Desde allí, primero conquistarán La Roca, de manera pacífica si es posible. Solo con la presencia de nuestro ejército creo que será suficiente para obtener su rendición, y si La Roca se rinde a nosotros, los demás no tardarán en hacerlo. El ejército lo compondrán cuarenta mil soldados, con todo el equipamiento que se precise, sin escatimar en absolutamente nada. Al mando de este ejército estará Armando Tianita, el soldado aquí presente. –¿Se pueden saber los logros de Armando, señor Presidente? Quiero al menos conocer la efectividad de aquel que va a liderar nuestra invasión. –dijo uno de los altos cargos. –Armando es un integrante de aquellos que iniciaron la reconquista del continente, y el único superviviente que queda de aquellos que empezaron a limpiar las ciudades cercanas de este bastión. Limpió el solo con un equipo de cien hombres toda la ciudad de Montevideo, con muy poco armamento y suministros. Armando, cuéntale la historia. –Claro, señor Presidente. –dijo Armando, sonriendo. –Se la resumiré un poco, si no le importa. Fue hace casi siete meses. Era invierno, y recibimos órdenes de empezar a limpiar la ciudad de Montevideo. Nos dijeron que enviarían refuerzos en unos días, para apoyarnos en tan ardua tarea. Montevideo era una ciudad donde antes vivían más de un millón de personas, así que imagínese la concentración de No Muertos que había en el lugar. Empezamos a limpiar el extrarradio de la ciudad , y durante una semana conseguimos exterminar a más de doscientos mil No Muertos. Pero la ayuda no llegaba, y nos quedábamos sin munición. Tuvimos que asaltar varios edificios militares y comisarías de policía para autoabastecernos. Cuando llegamos al centro de la ciudad, las cosas empezaron a torcerse. Allí los No Muertos caminaban en bandadas de miles, y en más de una ocasión acabamos atrapados en edificios, sin poder salir hasta que la multitud se dispersaba. Al cabo de un mes, conseguimos limpiar casi toda la zona centro, y fue entonces cuando la ayuda llegó, después de perder a casi todos mis hombres. –¿Cuantos hombres sobrevivieron en esa incursión? –preguntó aquel que quiso saber de sus logros, conmovido por la historia. –Lorena, que ahora es la líder del ejército del aire, yo, y aquél hombre. –dijo señalando al Presidente. Éste sonreía. –Creo que se ha demostrado sobremanera la eficacia de Armando sobre el terreno. ¿Están todos conformes con esta decisión de Estado? –Si, pero deberíamos saber nuestra posición con respecto a la República Libre del Caribe. Desde allí solo nos mandan interferencias. –dijo Edgar. –Desde hace una semana estamos mandando transmisiones por todo ese mar, dando a
entender que mandamos a faenar nuestros barcos por la zona, para que cuando naveguemos por sus dominios dispongamos del tiempo suficiente para poder atacar si hace falta. La República Libre del Caribe no sabemos a quién obedece, pero como vamos a fundir tanto al Trípode como a AllNess, no esperemos que nos vayan a tender una mano. Armando, viajarás de inmediato hasta el bastión de Parantaribo, para hacer todos los preparativos de la invasión. Si no hay nada más que decir, les ruego que guarden silencio sobre esta operación. Pueden marcharse a sus labores, caballeros. Todos empezaron a levantarse de las sillas, y poco a poco, se marchaban. Algunos, como Edgar, se quedaron a hablar con el Presidente, y Armando se les acercó. –Señor Presidente, le ruego que me deje hablar con Edgar. Tengo que tratar unos asuntos con él respecto a la invasión. –Claro, Armando. Hasta luego, Edgar. –dijo el Presidente. Armando y Edgar salieron de la residencia del Presidente. –¿Qué deseas, Armando? –preguntó Edgar. –Te puedo proporcionar lo que necesites para la invasión, solo tienes que decirme qué necesitas. –Lo que necesito no se puede pedir aquí. Vayamos a mi casa para hablar con más seguridad. –Ni que me fueses a pedir bombas nucleares. –bromeó Edgar. Armando le miró en tono serio, y Edgar comprendió. –Lo siento. Te sigo, Armando. Los dos anduvieron por el bastión hacia la casa de Armando, que estaba situada en el sector Hurin, en una de las laderas de la montaña. Habían modificado todo el entorno para albergar al mayor número de personas posible. Todas las antiguas ruinas fueron restauradas y elevaron a dos y tres pisos las antiguas paredes de las casas. La casa de Armando era una de las únicas que tenía un único ocupante, dada su posición social. Cuando estuvieron dentro de la casa de Armando se sentaron en unos cómodos sillones de la sala de estar en el piso bajo, y Armando empezó a hablar sin tapujos. –¿Tienes conexión a la red de satélites Tiraltius? –¿Cual, la que te da imágenes en directo de un lugar en concreto? –preguntó Edgar. –Si, esa. –Si, tenemos conexión. Nos ha costado poder acceder, pero sí, podemos utilizarla. ¿Para qué la necesitas? –¿Es que no has estado en la reunión? –dijo Armando con tono de enfado. –Es posible que la República Libre del Caribe proceda a atacarnos, ya que vamos a pasar por su mar. Podemos contar con que tengan también acceso a la red Tiraltius, y cuando nos vean pasar es seguro que nos liquiden con misiles de crucero. –¿Y qué podemos hacer? ¿Se te ocurre algún plan? –Si, he pensado en ello. ¿Donde están fondeados sus buques de guerra? –Llevo meses vigilando estas islas, y la mayor parte de los barcos de los que disponen están fondeados en Ponce, Puerto Rico. Santo Domingo, en la República Dominicana y en la Havanna, Cuba.
–Vale, quiero que sigas vigilando de cerca esos puertos, no quiero que se nos escapen. Antes de enviar nuestra flota, quiero enviar a un equipo que rodee todos estos puertos, por si sienten el impulso de atacarnos. –¿Y cómo vas a hacer eso, si puede saberse? –¿De cuantos submarinos disponemos? –De once, todos totalmente operativos. –Perfecto, esto es lo que haremos. Vamos a enviar grupos de tres submarinos a cada puerto y vamos a vaciar todos los misiles que lleven en ellos si tenemos algún indicio de que pretendan atacar. Después, no tendremos problemas para pasar por el mar del caribe. –¿Y no te verán llegar? –No creo. Esos idiotas seguro que en estos momentos no se esperan que les ataquen un grupo de submarinos. Y la red Tiraltius no les va a servir de nada. Solo son ojos, y los ojos no ven a través del agua. –dijo Armando sonriendo.
KENG –¡Qué calor hace, Mariscal Sunn! –dijo su segundo al mando, el Teniente general Haotian Tei Quao. Haotian procedía de Shangai, y le obedecían directamente a él casi las tres cuartas partes del ejército que comandaba Keng. La labor de Keng era simplemente el de ostentar el alto mando y de proceder según el dossier que le dieron en Chonqing cuando partió. La labor de tomar decisiones sobre el terreno también recaía en él, pero Haotian, si se empeñaba en hacer algo a su manera, Keng tendría que ceder. Por suerte, hasta ahora, las órdenes de Keng no influyeron en lo que tenía en mente Haotian. –Y que lo digas, Haotian. –contestó Keng, removiéndose en su asiento del blindado que les llevaba por todo el país de Kazajstán. Todo el ejército partió hace tres semanas de Lanzhou, juntando allí el ejército que mandarían hacia Europa, que se componía exactamente de noventa mil soldados, cuatro mil blindados, mil camiones para el transporte de tropas y doscientos tráilers para el transporte de suministros. Un convoy grandísimo, que circulaba a paso lento por todo el país. Tardaron casi dos semanas en cruzar China hasta Kazajstán, y fue entonces cuando las cosas se complicaron. Kazajstán, todo lo contrario que China, no sobrevivió al caos del Apocalipsis, y la destrucción y el desorden reinaban por todo el país. Tuvieron que retirar muchos vehículos de la carretera para pasar sin problemas, y en los pueblos tenían que retirar todos los obstáculos que les impedían pasar por ellos, como barricadas, casas derrumbadas, retrasándolos mucho en su viaje. Otro de los problemas eran los suministros. Alimentar a un ejército de noventa mil personas y llenar los depósitos de combustible de un convoy así era muy costoso, y mientras recorrían el país limpiaban cada pueblo y ciudad por la que pasaban, para ir manteniendo al ejército bien surtido, y para guardar todo lo posible, porque cuando entrasen en territorio Ruso, los dominios del Sheriff Huracán, tenían totalmente prohibido saquear ninguna de sus ciudades. –¿En serio vamos a ir bordeando toda la frontera de Kazajstán, señor? –le preguntó Haotian. Casi la mitad de los soldados estaban saqueando en estos momentos la ciudad de Astana, y solo les quedaba esperar a que terminaran. Haotian sacó por el camino tantas veces la misma conversación que a Keng le irritaba. –¿Cuantas veces te lo he dicho, Haotian? –dijo Keng, molesto. –Te diré por última vez la ruta, y espero que no me vuelvas a preguntar. Iremos por la M36 hasta Kostanay, y después por la A22 bordeando toda la frontera sin entrar en territorio Ruso hasta Kartabutak. Luego cogeremos la M32 pasando Kazajstán hasta la ciudad de Samara, ya dentro de Rusia. Y luego cogeremos la M5 que nos llevará directos hasta el Bastión de Dayaneskaia, donde vive Huracán. –¿El procedimiento a seguir será el mismo en todo el viaje? –Solo hasta que pasemos la frontera a Rusia. Después solo tenemos permiso para abastecernos en Samara, por cortesía de Huracán.
–¿Y porqué no saqueamos cuanto nos plazca en territorio Ruso? No creo que el Sheriff ese se entere de que le limpiamos algún pueblucho perdido. –Te sorprenderías de lo que es capaz ese hombre. –dijo Keng, muy serio. –Una semana antes de comenzar este viaje, me enviaron en Jet hasta ese bastión, para ultimar detalles de la invasión de Europa en persona con Huracán, y así mostrarle algo de cortesía al hablar con él cara a cara. Nada más llegar, me trasladaron desde el aeropuerto de Moscú-Sheremétievo al bastión. Era impresionante, te lo digo en serio. Estaba situado a unos cuarenta kilómetros al lado de Moscú capital, y aun así no había casi No Muertos en los alrededores, teniendo en cuenta que ellos son humanos normales, no como nosotros, que somos Mortis. Cuando entré, vi el bastión mejor estructurado y organizado en el que he entrado. Bueno, ya lo verás cuando lleguemos. Lo más inquietante fue la reunión con Huracán. –¿Y qué paso? –dijo Haotian, muy atento a las palabras de Keng. Éste nunca le había contado este relato, y escuchada con sumo interés. –Nada más ponerme a su presencia, empezó a jactarse de cómo tenía Moscú montado, mostrándose gallito y fardando. Me pareció un gilipollas rematado. Luego empezó a contar lo peor. Me dijo exactamente cómo teníamos organizada toda China, quiénes eran sus altos cargos actuales y donde residían. Hasta sabía datos de conflictos internos en el país y altercados de los que yo no había oído absolutamente nada. Parecía saberlo todo, el muy cabrón. –Bueno, eso creo que no nos afecta mucho, ¿No cree, señor? –Todo lo contrario. Si sabe tanto de nosotros, es posible que si nos volvemos contra él o él se vuelve contra nosotros, sabrá donde y cuando atacarnos. Y nosotros no sabemos nada. Solo sabemos donde está el bastión en el que reside, pero no sabemos nada de otros bastiones, si tiene limpia toda Rusia de No Muertos, o el armamento que tiene. Por lo que a mí respecta, podría poseer decenas de cabezas nucleares de la guerra fría. –¿Y qué recomienda que hagamos al respecto? –Solo podemos seguir sus reglas para que esta alianza se mantenga. No se me ocurre nada más. –dijo, y se puso a observar a todo su ejército. Todo el conjunto del ejército acampaba en las afueras de Astana, mientras varios equipos de asalto limpiaban la ciudad en busca de suministros. El procedimiento que seguían en todas las poblaciones con las que se topaban era sencillo. Si era una población pequeña y todavía no sufrían carencia de provisiones, pasaban de largo y si era una ciudad relativamente grande, organizaban varios equipos para acopiarse de gasolina, agua, comida y armamento. No disparaban una sola bala dentro de las ciudades para ahorrar munición, y mientras hacían su trabajo ignoraban a los No Muertos como ellos les ignoraban también. Al ser Mortis, podían hacer esto sin ningún tipo de problema. Si fuesen humanos, la situación sería muy diferente, y tendrían que abrirse camino por el país a sangre y fuego, seguramente con muchas bajas en las espaldas y pérdida de munición y suministros. A veces agradecía su condición de Morti frente al mundo actual. Ahora el mundo les pertenecía a ellos, y podían hacer cuanto quisieran mientras que los humanos normales tenían que vigilar sus espaldas continuamente en el yermo en el que se había convertido el mundo. Al
anochecer, un soldado vino a darle un reporte de la operación. –¡Señor! –dijo el soldado, poniéndose erguido y haciendo un saludo militar. –Descanse, soldado. ¿Cómo ha transcurrido la operación? –Como siempre, señor. Hemos llenado los camiones destinados a los alimentos y combustible hasta arriba, señor. No tendremos que reponer si no queremos hasta Kostanay. También hemos encontrado toneladas de munición y armas, y como ordenó, todo el armamento que no podemos cargar lo hemos almacenado en un edificio a las afueras de la ciudad para que podamos venir a por ellas si las necesitamos en algún momento. Se puede proseguir a marcha en cuanto dé la orden, señor. –Por ahora descansaremos esta noche aquí, y nos iremos mañana a primera hora. –Sí, señor. Y tengo que informarle de otra cosa, algo que no ha ocurrido antes. –¿De qué se trata? –Hemos encontrado supervivientes entre las ruinas. –Llévame hasta ellos. –dijo Keng, con gesto serio. Su operación era de alto secreto, y si esos malditos supervivientes daban el aviso a Europa de su marcha, todo se podía ir al traste. La operación fue diseñada teniendo en cuenta absolutamente el factor sorpresa. Keng montó en un blindado del ejército, apremiando a sus conductores para que le llevasen lo más rápido posible hacia donde tenían retenidos a los supervivientes. La ciudad estaba desierta, como casi todas las ciudades por las que habían pasado, exceptuando a los No Muertos. Estos seres, siempre que pasaban cerca de ellos, se sentían atraídos por el ruido que montaban al pasar, pero cuando se daban cuenta de que eran Mortis, perdían todo su interés en ellos. Keng había ordenado de manera expresa que no se desperdiciase ninguna bala en esos despojos, para ahorrar munición y recursos. Mientras que no fuesen un problema, por Keng podían estar vagando sin rumbo por toda la eternidad. Le llevaron casi hasta el centro de la ciudad, donde tenían retenidos a los supervivientes. Bajaron a toda prisa del blindado en cuanto llegaron, y Keng empezó a interrogar al soldado encargado de custodiar a los presos. –¿Donde los habéis encontrado? –Estaban atrincherados en el Mausoleo de Kabanbay Batir. –¿Recursos? –Deficientes y escasos. Apenas tenían para comer. –¿Número de supervivientes? –Diecisiete. Los encontramos haciendo señales para que los viésemos. Al principio creían que les íbamos a ayudar. Creo que han cambiado de opinión. –Qué decepción. Esperaba encontrarme algo mejor. –dijo Keng. El primer grupo de supervivientes que se encontraban y apenas sobrevivían. Y pensó en la desesperación que esas personas debían sentir en esos momentos. Si le veían como un salvador podía utilizarlos para lo que se le ocurriese. En Chongqing pidió un traductor del idioma Ruso para poder comunicarse con Huracán cuando llegasen a su
bastión, pero los traductores de los que disponía no eran tan buenos como alguien que hablase el idioma. Y en Kazajstán el Ruso era un idioma oficial. En vez de fusilarlos como animales, Keng pensaba usarlos lo mejor posible. Los tenían encerrados en un edificio del centro, a la espera de la llegada de Keng. Cuando entró en la sala, los supervivientes se agazaparon juntos en una esquina de la sala, asustados. Había doce hombres, dos niños y tres mujeres. Keng dijo al traductor. –Diles que no les haremos daño. –el traductor habló en Ruso, pero éstos no parecían dar signos de gratitud. –Pregunta si hay alguien que hable Chino. –pero en ese momento una mujer se adelantó. Era una chica de unos veinte años, delgada y guapa. Parecía asustada, pero se dirigió a Keng con decisión. –Yo hablo Chino, señor. –dijo, tartamudeando. –¿Hablas también Ruso? –¿Pretendéis llegar a Rusia? –Yo soy aquí quien hace las preguntas. –dijo Keng con voz amenazadora. –Si, lo hablo. Casi todos lo hablamos. –¿Aceptarías viajar conmigo para hacer de intérprete? –Sí, por supuesto. Si nos dais algo de comer, viajaré con vosotros con mucho gusto. Nos encontrábamos en las últimas. –Iréis con nosotros hasta que terminemos nuestro cometido. –dijo Keng. –Dad algo de comer a estas personas. Usted me seguirá. Desde ahora no se separará de mí en ningún momento. La chica siguió a Keng afuera, donde un soldado le dio algo de comida y una botella de agua, con las manos envueltas en guantes de látex para no correr ningún riesgo y contagiarla. –Por cierto, no me ha dicho cómo se llama. –le dijo Keng. –Me llamo Yamila. –dijo la chica de manera tímida. –Mariscal de campo Sunn. –dijo Keng de manera seca. –Vamos a ir hasta Europa, para conquistar lo que allí quede de civilización, y desde allí montar un puente hacia América. Nuestra intención es que todo el mundo quede bajo el poder de China. – Keng pensó que, ya que Yamila sería su sombra desde ahora, tenía que saber todos los detalles de su operación. –Pero, ¿Para qué? El mundo ya está demasiado estropeado. ¿Para qué más guerra? – preguntó la chica. –Si no damos nosotros el primer golpe, otro lo hará. Y el que asesta el primer puñetazo casi siempre tiene las de ganar en una pelea. –Ya has visto cómo sobrevivíamos nosotros. ¿Crees en serio que alguien resistirá a vuestro ejército? –preguntó Yamila, mientras su vista recorría el mar de soldados que recorrían su antigua ciudad. Todavía seguían en las tareas de limpieza de suministros. –Te sorprenderías cuantas personas han sobrevivido al Apocalipsis. –Y Keng empezó a contarle a Yamila todo lo referente a la AllNess, al Trípode y al imperio Ruso. Y Yamila escuchaba maravillada cómo otros aguantaron contra los No Muertos, y lo que más le sorprendía era la facilidad con la que sobrevivieron todas esas nuevas
superpotencias, comparándolos con su grupo. El grupo de Yamila en principio fueron unos cien, pero al cabo de numerosas incursiones en la ciudad a por suministros los No Muertos mellaron la población de su grupo hasta límites casi desesperados. –Pero ellos no son el verdadero enemigo. Es posible que cuando nosotros conquistemos Europa y viajemos por mar hacia América, un solo imperio sea el que reine en todo ese continente. Y son suficientemente fuertes como para suponer un verdadero problema. –¿Por qué? –preguntó Yamila, extrañada. –Nuestros espías en sus filas nos han informado de que poseen un arma capaz de destruir a los No Muertos de un disparo en cualquier parte del cuerpo. Hemos obtenido una prueba de su producto, y doy fe de que es fiable. El problema es que también nos afecta por igual, a los Mortis. Si ese líquido entra en contacto con nuestro organismo, nos mata casi al instante. Ten en cuenta que todos los aquí presentes somos Mortis. –¿Y quién de ellos dos es el que posee ese producto? –preguntó Yamila, ya intrigada al máximo. –¿El Trípode o AllNess? –Ninguno de ellos. –Keng miró fijamente a Yamila. La información que compartiría con aquella chica solo la sabía él, y desde hace unos días. Se la comunicó el mismísimo Presidente de China vía Baelnius. –El nuevo Imperio Sudamericano.
EL DIARIO DE MINA SLAIN Mierda. Hacía que no escribía en papel desde hace un siglo. Odio escribir, si quieres que te hable en serio. Y leer. Sabiendo todo esto te preguntarás, ¿Porqué estoy escribiendo este diario? Por Dom, mi protector. Me ha contado que está puliendo su “guía de supervivencia en el Yermo” y quiere dar ejemplos de supervivencia que estén escritos por otra persona que no sea él, mientras recorremos el camino que nos separa de nuestro destino, el bastión de Phantom City, en Wyoming. Un caminito de unos mil quinientos kilómetros. Vamos, un puto paseo de mierda. Sería así de no ser por los múltiples peligros que acechan en ciudades, autovías... hasta en los pequeños puebluchos que cruzaremos hay ocasiones de morir. En circunstancias normales haríamos el viaje con unas cuantas paradas y varios días de marcha en coche, pero tal y como están las cosas no sé cuanto vamos a tardar en llegar, ni sé si vamos a conseguirlo. Lo primero que hizo Dom cuando me conoció en el bar de Tomm fue preguntarme si me he leído su guía. “Pues no” le dije. Nada más saber esto Dom me pidió que escribiera este diario. También me ha contado por encima el recorrido de nuestro viaje. Saldremos de La Roca dentro de una semana, y circularemos por la 49 hasta Kansas. Bordearemos la ciudad y luego seguiremos por la 29 hasta Nebraska City, donde haremos un descanso. Proseguiremos hacia el oeste hasta llegar a Lincoln y allí cogeremos la 80 hasta Cheyenne, donde haremos otra parada. Y después de Cheyenne, a Casper, donde se encuentra Phantom City. Ahora sí, la ruta es variable, parando si nos sentimos en peligro, y cambiando de carretera por si ésta es intransitable. No tengo ni la más remota idea de cómo este personaje va a mantenerme viva. Debía de ser una eminencia en lo respectivo a sobrevivir en el yermo, porque no aparentaba ser un mastodonte o ser más inteligente que la mayoría. Dom era AfroAmericano, de unos cuarenta y pico, mirada aburrida y muy callado. Sobre todo eso. Solo habla si es necesario, y ni eso. Intuyo que mi viaje va a ser “divertido”. Espero que al menos haga bien su trabajo, y me lleve a un sitio donde no peligre mi vida. Desde que mi hermano Niebla (Kurt Edward Slain) fue expulsado del bastión que él mismo creó, he pasado por un infierno. Darius McGrath, el director del MOM, me secuestró y me obligó a prostituirme. Me han violado tantas veces que he perdido la cuenta, y me han hecho todo tipo de guarradas que aún me asquean. Un día ya no aguanté mas y le corté la polla a un cliente. Y por si fuera poco por lo que había pasado, me condenaron a muerte en el MOM. Y, por una vez en mucho tiempo, la suerte me sonrió, mas o menos. Casi cuando ya no veía esperanzas de supervivencia, apareció Harry, el nuevo líder de La Roca en el cubículo en el que estaba encerrada, y me ofreció la salvación a cambio de exculpar a La Roca por lo ocurrido en el motín contra mi hermano. Fue un
insulto en mi opinión, pero no tenía muchas opciones. Acepté, y gracias a Harry me salvé de una muerte segura en este macabro juego de la muerte. Pero Darius me tenía amenazada, y sabía que tarde o temprano mandaría a alguien a matarme. Y sin pedirlo, Tomm se puso en contacto conmigo para ofrecerme una salvación. Y como todo, tenía un coste. Mi hermano Niebla le dio cien mil créditos antes de que le expulsasen del bastión, por si le pasaba algo y que no me faltase de nada. Y Tomm los reclamó para sí por su ayuda. Me dijo que en unas semanas contrataría a alguien para protegerme y llevarme lejos de allí, y así fue como conocí a Dominic O´Hara. Han pasado ya dos semanas desde que gané el MOM, y partimos hoy. Dom me ha dicho lo que tengo que llevar en el viaje. Una mochila cargada con comida y agua, un mapa de Estados Unidos, a ser posible actualizado, y una brújula. Bueno, y un arma con unos cuantos cargadores, pero eso se sobreentiende, ¿No? Ahora estamos los dos en el almacén de coches, donde está estacionado su vehículo. –¿Lo tienes todo? –me preguntó, con gesto serio. Joder, qué tío mas ñoñas. –Casi todo. El arma me dijiste que te ocuparías tú de conseguirme una. –le dije. Es verdad, él me lo dijo. Además, no te venden armas así como así por La Roca, y Dom se conocía todo el mercado clandestino como la palma de su mano. Por eso quise que de esa tarea se ocupara él. –Sí, es verdad. –llevaba dos fusiles en la espalda, y me tendió uno. Yo no entendía de esos cacharros, y esperaba que Dom me diese unas lecciones rápidas. Él pareció darse cuenta, y empezó a explicarme por encima. –Te voy a dar un M16 modificado. Tiene puesto un silenciador y una mirilla de visión nocturna que se puede quitar y poner, depende de las circunstancias. Aquí tiene el seguro del arma, y apretando el gatillo se dispara. –Me sentí como una tonta cuando dijo eso último. Al ver mi cara de estupidez total, Dom se apresuró en explicarse mejor. –Debes tener cuidado con el retroceso, y no gastes balas a lo tonto. Solo dispara cuando te encuentres en peligro inminente. Espero que no tengas que usarlo. Yo me encargaré de protegerte, pero ahí fuera nunca se sabe. Ahora vayamos a recoger mi coche. ¡Dwain! –dijo Dom a voces. Al segundo salió de entre los coches un chaval de unos veinte años, vestido con un traje de mecánico y cubierto de grasa de motor. –Vengo a recoger mi vehículo. –¡Hola, Dom! ¿Te vas de incursión al Yermo? –dijo Dwain, y me miró con extrañeza. Y me miró las tetas, como casi todos los salidos que me veían por primera vez. Joder, a veces me fastidia tener unas tan grandes. Para estos estúpidos, soy solo un par de tetas que hablan. –¿Y te llevas a esta señorita? No sé si está preparada para una incursión, Dom. Si quieres llamo a mi primo Coll, no veas lo ansioso que está por salir a cazar objetos valiosos allá afuera contigo. –No vamos de recogida, Dwain. Vamos a Phantom City. –¡¿A Phantom City?! Eso está a tomar por culo, Dom. –dijo Dwain, con cara aterrada. Además de guarro, cobarde. Espero que en Phantom City haya hombres de verdad. –Además, hace semanas que no sabemos nada de ellos. Puede que hayan caído. –No creo. –sentenció Dom. –Ese bastión lo creé yo, ¿Recuerdas? Y les enseñé a protegerse como es debido. Ahora, ¿Donde está mi coche?
–Sígueme. –le seguimos los dos hacia una esquina del almacén, y paramos justo al lado de un Shelby Mustang GT500 gris y reforzado por todos lados. Parecía una bestia hecha en condiciones para viajar por el yermo. De todas maneras, yo no me fiaba, y pensaba preguntarle a Dom por el coche. Pero no en ese momento con Dwain al lado, luego lo haré. Nos despedimos de Dwain y montamos en el coche. Por dentro era cómodo entre lo que cabía. Los asientos estaban modificados para ahorrar espacio, y el sitio del que disponíamos para acomodarnos era muy justo. Detrás habían ensanchado el maletero todo lo que se podía, me imagino que para llenarlo de provisiones si salía Dom de incursión. En otros tiempos, ese coche era todo lujo, coches que los hombres solían comprar para darse vueltas y fardar delante de nosotras, los muy palurdos, pero en este mismo instante sus funciones eran totalmente distintas a las de antaño. Este coche estaba preparado para sobrevivir allá afuera, o al menos eso creo. Cuando estábamos a punto de salir de La Roca, sin yo pedirlo, Dom empezó a hablarme del coche. Dom era un tipo muy previsor, eso lo admito. Formulaba las respuestas antes de hacer yo las preguntas. –Es un Shelby Mustang GT500. No sabes la cantidad de gente que quiere un coche como éste aquí. Tomm me ofreció cincuenta mil créditos por él hará unas semanas, pero no está en venta. Este coche me ha salvado la vida en un montón de ocasiones. –¿En serio? –le pregunté. Quería oír un poco más como era la vida allá en el yermo, antes de aventurarme a él. Así sabría con qué me podía encontrar. –Lo encontré en Salt Lake City, mi ciudad natal. Cuando todo esto ocurrió, daba clases de filosofía en Dallas, donde trabajaba. Viajé hasta Los Ángeles, donde encontré un bastión instalado alrededor de la 777 Tower, y me uní a ellos, hasta que cayó unos meses después. Luego quise volver para averiguar qué le había ocurrido a mi familia, y me lo encontré aparcado en mitad de la carretera al lado de mi casa. En ese momento estaba rodeado de No Muertos y la situación era crítica. Estaba solo, encerrado en mi antiguo hogar, sin casi suministros y con cinco míseras balas en el único cargador que me quedaba de mi HK. Desde la ventana de mi cuarto, lo vi. Era el único vehículo que parecía estar en buen estado por esa calle, y me la jugaría a una única carta. Era muy probable, casi un hecho que ese coche ya no funcionase correctamente, porque habían pasado ya cuatro meses desde que todo empezó, pero no tenía salida, y salté de la ventana de mi cuarto hasta el jardín y fui corriendo hasta el coche. La puerta del piloto estaba abierta, y entré de un salto. Las llaves estaban puestas, y con un sudor frío perlando toda mi frente intenté arrancar el motor con un movimiento de las llaves. –yo estaba inmersa en la historia, y cada palabra que decía me fundía con su relato, como si me encontrase en aquella escena, y fuese yo la que estaba a punto de morir. –Y por muy increíble que parezca, arrancó a la primera y pude huir. Dos meses más tarde, huí con él de un bastión que también cayó, en Rowlings, al sur de Wyoming, a unos doscientos kilómetros al suroeste de Phantom City, y desde allí fui hasta donde formé ese bastión. Este coche es como un hermano para mí. –me dijo Dom, sonriendo. Por lo menos viajábamos en un vehículo fiable, al fin y al cabo. En esos momentos la gente de La Roca estaba inmersa en sus tareas,
ajena a que dos personas procedían a salir al yermo a jugarse la vida. Me sentí como separada de toda esa gente, mientras caminaba hacia el infierno del yermo donde todo podía suponer la muerte. Sentí envidia por esas personas que tenían una vida normal y corriente y no tenían que preocuparse de su vida casi en ningún momento gracias a las murallas que los protegían del mundo exterior. –¿Cómo es el mundo allá afuera? –le pregunté mientras salíamos por la doble compuerta que protegía La Roca. –Muy peligroso si no sabes cómo sobrevivir. Si sabes cómo actuar, puedes seguir en pie otro día mas. No te preocupes, vas conmigo, y yo sé muy bien cómo aguantar vivo. –dijo Dom, quitando hierro al asunto. No consiguió tranquilizarme. Desde que todo empezó, no he salido de La Roca, y no he visto cómo quedó el mundo exterior gracias a la plaga. En realidad no sabía en ese momento qué me podría encontrar, y sabía que no me gustaría en absoluto. Pero por mucho que me lamentase, mi suerte estaba echada. O llegábamos a Phantom City o moriríamos intentándolo. Vamos allá, y que sea lo que tenga que ser.
DÍA 1 Llevábamos en la carretera más de dos horas. Cuando salimos de La Roca, nos incorporamos a la 49 en unos minutos, y desde allí pude ver lo que quedó del poblado de Forest Hill, donde mi hermano reunió a todos los supervivientes que pudo para crear La Roca. Habían limpiado el pueblo a conciencia, sin dejar nada útil a la intemperie. Lo único que quedaba era las calles y carreteras en el suelo, que en esos momentos las invadían las malas hierbas. Cuando me fijé en eso, me di cuenta que tarde o temprano las carreteras se volverían intransitables gracias a la naturaleza, que poco a poco reclamaba su lugar. Cuando eso sucediese, ni me imaginaba cómo conseguiríamos sobrevivir, sin poder usar las carreteras para desplazarnos. Bueno, cuando llegue el momento lo afrontaremos. Por ahora, no creo que suceda a corto plazo, y además tenemos problemas más grandes e inmediatos de los que ocuparnos. La 49 no presentaba muy mal estado, por lo menos en los alrededores de La Roca. Los habitantes se encargaron de tener en buen estado las carreteras para poder circular, al menos por los alrededores con total libertad, sin tener que encontrarse vehículos desperdigados por la carretera, cristales rotos por el asfalto y otros peligros diversos que pueden originar un accidente. Mucho me temo que dentro de poco las carreteras estarán peor, mucho peor. Al cabo de media hora pasamos por la primera población cercana a La Roca, Bootler. Bootler era un pueblo silencioso, como casi todo el mundo en esos momentos. Quizás más silencioso de lo que suponía. Y no se veía a ningún No Muerto por los alrededores. Sentí curiosidad. –¿Cómo es que no hay No Muertos en este pueblo? –Todos los pueblos y ciudades que hay en los alrededores de La Roca los han limpiado tantas veces buscando suministros que ya casi han eliminado a todos los No Muertos que existían dentro de esas poblaciones. Y Bootler es el pueblo más cercano a La Roca. No creo que nos encontremos muchos No Muertos hasta llegar al extrarradio de Kansas City.
–Ya, entiendo... –por lo menos hasta llegar a Kansas City, según Dom no tendríamos problemas con los No Muertos. Algo es algo, pensé. Poco a poco cruzábamos campos desiertos y silenciosos cubiertos de prados, algunos árboles y por supuesto, coches siniestrados retirados de la carretera. El mundo estaba muy silencioso, ajeno a que los humanos estaban al borde de la extinción. Me resultaba triste saber que dentro de unos años casi todas las poblaciones desiertas que había al lado de La Roca y prácticamente en todo el mundo acabarían siendo pasto de la naturaleza, y poco a poco irían desapareciendo en el olvido. No sé si la humanidad sobrevivirá a esta catástrofe. La magnitud de destrucción que trajeron consigo los No Muertos, y que todavía llevaban en sus hombros era tal que me hacía dudar respecto a la supervivencia de nuestra especie. Yo, por lo menos, no me voy a rendir sin luchar. Voy a combatir hasta mi último aliento por sobrevivir, en memoria de todos aquellos amigos y familiares que han muerto a causa de la plaga. Aguanté en La Roca todo tipo de vejaciones, y aguantaré en el yermo tan bien como allí. Estoy segura. –Hemos llegado a Harfinsonville, faltan unos kilómetros para entrar en el extrarradio de Kansas City. Es hora de activar al merodeador. –dijo Dom, al cabo de una hora de viaje. –¿El qué?- pregunté extrañada. ¿Dijo acaso “merodeador”, o he entendido mal? –El merodeador. Al lado tuyo hay una pantalla táctil. Pulsa el botón de encendido. – hice lo que me ordenó Dom, y al cabo de unos segundos apareció en la pantalla una imagen de carga. Con un fondo azul y unas nubes adornando la imagen, junto a las palabras “merodeador”. Cuando cargó del todo, apareció en la pantalla la imagen de una cámara de vídeo situada encima del vehículo. –¿Qué es esto? –le pregunté. No tenía ni idea de lo que tenía entre las manos, y este pelmazo no me ha explicado nada en ningún momento. A veces es tan callado que pienso que tiene una polla en la boca, el muy cretino. –Oh, lo siento, no te he explicado nada... –Bueno, al menos se ha dado cuenta. –Lo que tengo encima del coche es un pequeño helicóptero con una cámara de vídeo acoplada. Y lo que hay debajo de tu asiento son los mandos del helicóptero. –miré debajo de mi asiento y me encontré con un mando pequeño, con unos cuantos botones. Dom me explicó rápidamente cómo funcionaban los controles, que en realidad eran sencillos, para no complicarse. El mando era parecido al que usan los niños para sus aviones y coches tele-dirigidos. –Lo uso para saber qué hay más allá de nosotros, y que no nos sorprenda nada por el camino. Desde aquí pueden pasar miles de cosas, y cuantas menos nos sorprendan, mucho mejor. Este Dom (Ya lo he dicho antes, y no me cansaré de decirlo) es un previsor por excelencia. Nada más activar al merodeador y hacerlo volar, divisé un avión estrellado justo en medio de la carretera, y tuvimos que pasar con mucho cuidado por un hueco que había en el mismo avión. Y a los pocos minutos, tuvimos que esquivar varios coches siniestrados que estaban esparcidos en un accidente que ocurrió tiempo atrás en las afueras de Greyndview. Nos estábamos acercando a Kansas, y vimos a los primeros No Muertos. Por suerte no caminaban en grupos (todavía) y estoy segura de
que eran un anticipo de lo que nos encontraríamos en adelante por el camino. Cuando llegamos al cruce de interestatales al sur de Kansas City, pensé que Dom seguiría por la 49 hasta salir de Kansas City, pero no fue así. Dio un rodeo y se incorporó a la 470. –¿Qué haces, idiota? Teníamos que haber seguido por la 49, es el camino más corto. – le reproché. –Sí, es el camino más corto hacia la muerte. –dijo de forma seria Dom. Yo me callé, por respeto, y le dejé explicarse. –Todos los puentes que cruzan el río Missouri y el Kansas están destruidos, todos menos el de la 635, el de la 670 y el de la carretera 291. Circularemos por el extrarradio en la 470 hasta llegar a la carretera 291 y al puente que cruza el Missouri. Es el camino más seguro que se puede seguir. Los demás cruzan todos por el centro de la ciudad, donde es más fácil que nos rodeen los No Muertos. ¿Te va bien por ahí? –me preguntó Dom, mirándome. Me sentí ridícula. Si llego a guiarle por otros puentes, habríamos muerto de forma segura. –Sí, Dom. Lo siento. –No pasa nada. Ya llevábamos un buen trecho por la 470 desde que hablamos sobre seguir otra ruta, y pasamos junto a muchos accidentes de vehículos que, gracias al merodeador pudimos esquivar sin muchas dificultades. La interestatal, por suerte, estaba rodeada por un guardabarros que impedía (relativamente) a los No Muertos entrar en ella, y podíamos conducir con algo de rapidez. El problema llegó cuando pasamos de la interestatal a la Ruta 291, donde no gozaríamos de esa protección, porque no existían guardabarros en esta carretera. Desde que salimos de la 470 fue un viaje de locos. No vimos muchos accidentes masivos por la carretera, y gracias a la libertad de poder tomar y dejar la carretera por la ausencia de guardabarros pudimos esquivarlos con facilidad. El problema fueron los No Muertos. Cuando pasábamos cerca de cascos urbanos, los No Muertos afloraban como las malas hierbas. En más de una ocasión tuvimos que salir completamente de la carretera para esquivar a las multitudes que había congregadas en la vía. Nunca he visto a los No Muertos en su hábitat natural (por llamarlo de alguna manera) y la primera visión de una manada de ellos me llenó de miedo y temor por mi vida. Uno o dos solos no imponían mucho, pero cuando ves a un grupo de unos veinte yendo hacia ti, sientes que se te afloja la vejiga sabiendo cómo acabarás si te alcanzan. Dom ni se inmutaba, el muy sádico. Ni siquiera los dedicaba una mirada. Debía de tener la sangre más fría que un cubito de hielo, porque yo estaba cagada de miedo. Cuando esquivamos al último grupo de No Muertos que vimos gracias al merodeador, Dom aprovecho para hablar, viendo el miedo en mis ojos. –Aquí está prohibido tener miedo. –dijo, de forma seria y fría. Me estremecí. –cuando estás aquí fuera, un titubeo, un temblor de piernas, manejar el arma con las manos temblorosas, esas cosas que quizás parezcan insignificantes pueden ser lo definitivo entre vivir y morir. Espero que lo recuerdes cuando salgamos del coche.
–¿Y cuando vamos a salir del coche? –pregunté, con voz temblorosa. –Cuando las señales nos lo digan. –dijo, simplemente. No sé de qué hablaba. –¿Qué señales? –Las que nos indiquen que hay un bastión cerca. Suelen estar en paneles de carretera, como Stops o carteles de población. También en fachadas de algunas casas, o en edificios... cualquier sitio en las que las pueda ver un humano. Por esta zona las hace la UBAN, y yo me sé su código. Mira, en ese stop parece que hay escrito algo. Fíjate a ver que es y me dices. Tengo que ocuparme de no atropellar a ningún No Muerto. –Está bien... –mientras pasábamos por el Stop, me fijé en lo que había escrito, y se lo expliqué a Dom. Está escrito con Spray, como el que usaban los raperos para sus grafittis. –Hay dibujados dos muñecos, y un nombre. Smitieville. ¿Qué significa? –Que en Smitieville hay un bastión poco poblado, y son amistosos. ¿Eran de color verde los muñecos? –Sí. ¿Por casualidad me puedes explicar cuáles son las señales más frecuentes, por si acaso veo alguna? –le pedí. –Claro, por qué no. la señal de un muñeco es de gente viva, dos si es una población pequeña y tres si es una urbe. Si es verde, son amistosos. Si es naranja, no quieren saber nada de otros humanos, y atacan a todo el que se acerque a su bastión. Si te encuentras muñequitos de color rojo o negro, avísame nada más que los veas. –Me has hablado de muñecos verdes y naranjas, no de rojos y verdes. –protesté. Siempre hablaba como si yo lo supiese todo, el muy gilipollas. –Los rojos son bandidos, y muy peligrosos. Atacan a todo el que puede llevar suministros. Los muñecos negros son los peores. Indican que hay Mortis en la zona. Sabrás lo que es un Morti. –No soy tonta, ¿Sabes? –le miré con enfado. –Sé que no has estado nunca fuera de La Roca, y muchas cosas sobre el yermo las ignorarás. No he querido ofenderte. –dijo, en modo de disculpa. Bueno, al menos sabe pedir perdón. Después de esto, solo le ofrecí silencio mientras recorríamos el puente que cruzaba el Missouri. Ese puente era una gran estructura metálica que estaba dividida en dos carriles, cada uno en una dirección. Eso significaba que si teníamos problemas por el carril que circulábamos no tendríamos oportunidad de pasar al otro para esquivar el problema. No sé si Dom se había dado cuenta de ese detalle, pero la seguridad con la que cruzaba el puente me hizo sospechar que no era la primera vez que pasaba por allí. Hasta creía que conocía a aquellos que vivían en ese bastión. No dije nada sobre lo que pensaba, y me puse a mirar mi alrededor, cómo aquella estructura sobrevivía al paso del tiempo, solitaria como casi todas las construcciones humanas que poco a poco se iban desmoronando en el mundo. El Missouri destellaba un agua cristalina como la de un arroyo virgen, y eso me hizo estremecerme. En otros tiempos ese agua sería de color marrón café, gracias a todos los residuos humanos que vertían sobre él, y esto daba fe de que el ser humano casi había dejado de existir. Casi al salir del puente, Dom me sobresaltó. –Oye, estarás atenta al merodeador. No vuela solo, ¿Sabes? –dijo, con un tono de
enfado. Rápidamente miré a la pantalla de la cámara del merodeador, y suspiré de alivio cuando vi que volaba a unos veinte metros sobre nosotros, sin rumbo fijo. Por suerte no volaba más bajo, si no se habría estrellado contra cualquier viga de hierro del puente, y tendría un problema gordo. Me prometí no volverme a entretener y me puse en cuerpo y alma al control de mini-helicóptero. Nada más salir del puente entramos en Liberty Dend, otra población situada en los alrededores de Kansas City, que pasamos sin problemas. En esta población había menos No Muertos que en las zonas anteriores, por suerte. Lo que no supe era por qué. Cuando pasamos Liberty Dend, recorrimos carreteras secundarias durante unos minutos hasta llegar a la población de Smitieville. Las calles de esta localidad estaban desiertas, sin ningún rastro de No Muertos, y todas las casas tenían las ventanas y las puertas apuntaladas. Todas menos la zona del centro, que la rodeaba una muralla de metal, coches accidentados y demás chatarra que sirviese para construir una muralla. Nada más llegar, paramos junto a la puerta de la muralla, de donde salió un hombre armado con un AK, apuntándonos. Salimos del vehículo con las manos en alto. –¡Ni un solo movimiento, extranjeros! –dijo el hombre que salió de la muralla para ir hacia nosotros. En ningún momento bajó el arma. –¿Qué queréis? –Solamente pasar un día para descansar y reponernos. Nos espera un viaje muy largo. –Eso los decidiremos nosotros... Espera... ¿Eres Dominic O´Hara, el creador de la guía de supervivencia en el yermo? –dijo el hombre, incrédulo. –Si, soy yo. –dijo Dom, sonriendo. En ese momento supe que nos iban a acoger. –y esta chica se llama Cinthya. –¿Cómo lo sabía este tío? Ya pocos se saben mi nombre completo. Minerva Soarcinthya Slain. Luego le preguntaré cómo lo sabía. –Vaya, es impresionante. Gracias a tu guía hemos podido sobrevivir todo este tiempo. –dijo el hombre sonriendo. –me llamo Denzel. Dejad el Shelby ahí mismo, os lo cuidarán. Seguidme, os llevaré ante el alcalde. Seguimos a paso lento a Denzel hacia el interior del bastión. Por primera vez, vi un bastión que no era La Roca, y pude averiguar cómo era de diferente la vida en otros lugares. A diferencia de La Roca, las construcciones de este bastión son anteriores al apocalipsis, y las habían reformado y acondicionado para vivir. Todos los edificios, sea cual fuese, fueron reestructurados convirtiéndolos en apartamentos en los que vivía ahora la gente. Casi todos los edificios les levantaron una planta para poder alojar en el menor espacio posible a todas las personas que allí vivían. Solo pude ver unos cuantos edificios que no los tenían de viviendas. Disponían de un edificio destinado al almacenamiento de armas, otro de medicamentos, otro de alimentos y agua, de material diverso y un único edificio para llevar el gobierno del bastión. Estaban incluso más organizados que el medio caos que reinaba en La Roca. Este sitio, al ser mucho más pequeño, era más manejable, pensé. Cuando llegamos al edificio de gobierno, el Smitie City Hall, Denzel nos dejó paso y quedó fuera, esperándonos. El edificio por dentro presentaba el mismo aspecto seguramente debía tener antes del apocalipsis, porque no vi ningún cambio reciente en la estructura ni nada fuera de lo corriente. Era un vestíbulo pequeño que daba paso a una serie de
habitaciones en las que seguramente llevaban varias personas la cuenta de suministros existentes en el bastión y organizaban las partidas. No me perdí detalle en ningún momento, y me sobresaltó cuando un pequeño mayordomo nos guió hasta la puerta del líder del bastión. –¿Eres en realidad Dominic O´Hara? –dijo el líder del bastión, realmente sorprendido. Era un tipo rechoncho, pequeño y calvo. Me sorprendía que gente tan endeble sobreviviese al apocalipsis en los comienzos del mismo. Tenía toda la pinta de haber sido un político cuando todo era normal, y que seguía siéndolo, sin importar las circunstancias en las que nos encontrábamos ahora, un mundo donde reinaba la anarquía en su mayor parte. –Si, soy Dom. ¿Sorprendido? –¡Vaya que sí! –dijo con una sonrisa. –No veas lo que nos ha ayudado su guía para poder sobrevivir. Podéis pasar la noche aquí, y proseguir vuestro viaje mañana. Por cierto, ¿adonde os dirigís? –dijo, invitándonos a tomar asiento. Nos sentamos y Dom le contestó. –Vamos hacia Phantom City. La Roca ya no es segura. –¿Y eso? –dijo el líder, extrañado. El muy maleducado aún no nos había dado su nombre. Y el sabría el nuestro, eso seguro. O al menos el de Dom. –Se acerca el invierno, y me temo que va a ser imposible alimentar a toda la población de La Roca en condiciones, señor... –Dom también se había dado cuenta. –James. Tenía entendido que La Roca había cultivado todos los campos a su alrededor. –Si, pero aun así no serán suficientes, y los alimentos enlatados de antes del apocalipsis están caducando ya. Han pasado dos años desde que todo comenzó. Eso era algo que tarde o temprano iba a ocurrir. ¿Vosotros cómo os alimentáis? –preguntó Dom. Estaba claro que aún seguía modificando su guía, investigando a los supervivientes del apocalipsis y observando cómo aguantaban. –Sobre todo de pesca. Tenemos un lago al este bastante bueno para hacerlo, y barcas que aún flotan. También hacemos alguna que otra incursión. Me gustaría que participases en una de ellas. Por casualidad estábamos preparando una para mañana. ¿Te interesaría participar? –Me gustaría, pero tenemos que seguir nuestro camino. Espero que lo comprenda. –¿Qué necesitáis para proseguir vuestro viaje? –preguntó James. Dom ya sabía adonde llevaría esta discusión, y torció la cara antes de decir lo que necesitábamos para seguir circulando. –Algo de comida, un mapa corregido de Estados Unidos y sobre todo, gasolina para mi Mustang. –Te daré comida y agua para tres días y el tanque lleno de gasolina. Y a cambio tienes que acompañarnos en esta incursión. Espero que lo comprendas. –dijo James, sonriendo. Dom también sonrió. La situación parecía divertirlo, todo lo contrario que a mí. –¿Qué lugar vamos a saquear? –Lo que más necesitamos es comida, por eso vamos a asaltar un Wertimart que hay al norte de Gladstone. Aquí. –sacó un mapa del escritorio, lo extendió en la mesa y
señaló en el mapa un punto. –Hemos hecho varios reconocimientos a la zona para asegurarnos de que es seguro asaltar el supermercado sin que nos aniquilen los No Muertos. No hay casi presencia de ellos en los alrededores, y tampoco hay muchos coches en el aparcamiento, lo que nos da a entender que no hay muchos No Muertos en el interior del Wertimart. Tenemos dos tráilers para cargarlos con suministros preparados, y un equipo de diez hombres expertos en recogida de suministros. Será entrar y salir, con un plazo máximo de quince minutos, que es el tiempo estimado en el que los No Muertos empiecen a ser un incordio. –¿Y no lo pueden haber asaltado ya? –dijo Dom. –Parece ser uno de los supermercados más grandes de la zona. ¿Cómo es posible que aún no hayáis intentado limpiarlo? –Nos ha costado encontrar estos tráilers y ponerlos a punto. Pensamos hacer una incursión fuerte que nos dé para sobrevivir al invierno. No solo vamos a vivir de peces, ¿No le parece, Dom? –Si, es verdad. Por lo menos hay que admitir que lo tiene bien planeado. Hay muchas cosas imprevistas que pueden ocurrir, pero le doy el visto bueno. Solo hace falta saber donde nos vamos a alojar y a qué hora quiere que salgamos hacia ese Wertimart. –Se alojarán en una casa al lado de este edificio, os guiará uno de mis mayordomos. Saldremos mañana por la mañana. –Gracias. –dijo Dom, levantándose de su asiento y ofreciéndole la mano. James se la estrechó mostrando una gran sonrisa. Yo también me levanté. –No, gracias a ti. Es un honor que nos acompañe un superviviente del Yermo como usted. Sin decir más, Dom sonrió y salimos del despacho de James. Al salir, su mayordomo nos acompañó a una casa cercana que estaba impecable, tal y como debió de ser antes del apocalipsis. Era blanca, de madera, y muy simple. Debía de ser la casa que usaban para alojar a los invitados importantes que se pasaban por el bastión. El mayordomo dio las llaves a Dom y se despidió con un gesto de mano. Seguí a Dom hasta la casa, y dentro se dejó caer sobre un sillón. La casa por dentro era modesta y bien cuidada. Tenía un salón con varios sillones y estanterías con libros. No había ni televisión ni ningún elemento electrónico de entretenimiento, como cadena de música o un PC. Todo lo que conllevase gasto superfluo de electricidad estaba prohibido en el bastión, por lo que veía. Yo también me dejé caer en un sillón, y empecé a hablar con Dom. No me gustaba hacer favores a nadie, y menos a estos mamones, que por unos cuantos litros de gasolina y dos trozos de pan nos iban a hacer jugarnos la vida. –¿Sabes lo que estás haciendo? –Claro que sí. Conseguir lo que queremos. –dijo Dom, simplemente. Me parecía increíble que lo dijese con tanta frialdad. –Si. vamos a jugarnos la vida por dos mendrugos de pan y unos cuantos litros de gasofa. Lo veo sencillamente cojonudo. –dije, irritada. –Pero es lo que necesitamos. ¿Qué problema hay? –Pues... –en eso tenía razón. Era lo único que necesitábamos para llegar a Phantom
City. –¿No podríamos conseguir la gasolina en alguna gasolinera? Vamos, es de lógica. –Sería de lógica si viviésemos todavía en un mundo normal, no en este. Lo más importante, más que la comida, armas o munición es la gasolina. Con gasolina puedes conseguir todo lo demás, ya me entiendes. ¿Qué crees que los supervivientes han ido asaltando con más frecuencia? Las gasolineras. Y me juego lo que quieras a que en un radio de cien kilómetros todas las gasolineras están mas secas que una momia. No tenemos alternativa, así que por favor, deja de darme la vara. Voy a dormir un poco, si no te importa. Cuando llegue la cena, me avisas. Dom se recostó en su sillón, acomodándose para dormir un rato. Yo no podía dormir, y miré por la ventana para distraerme un rato. Dom no había puesto objeciones a ayudar a esta gente, pero ¿por qué? ¿Por qué arriesgar la vida por estos completos desconocidos? Estuve un rato pensando, hasta que llegué a una conclusión. Creo que así se debían de llevar las cosas en el Yermo, donde cada suministro para la supervivencia tenía su peso en oro. Te daban una cosa a cambio de otra, y si querías bien, y si no te daban por culo. Dom ya lo comprendía, pero yo no. Bueno, es de comprender, yo no he salido nunca de La Roca, donde aún se maneja el dinero. Ojalá lleguemos pronto a Phantom City, y sea un lugar donde vivir sin problemas. Por lo que decía Dom, era un bastión bien protegido. Sin enterarme, me quedé dormida. Me desperté al anochecer, cuando nos trajeron la cena. Desperté a Dom, y cenamos juntos la comida que nos trajeron, pescado asado con cebolla y unos botes de zumo de naranja. Por lo menos llenaremos la barriga antes de la incursión. Nada más cenar, Dom me dijo: –Cuando vayamos a la incursión, mantén tu arma siempre a punto y no te alejes de mí, ¿Entendido? –Sí, Dom. –le dije, sin darle importancia. Me trataba como si fuese un bebé, y no me gustaba. Tendría que acostumbrarme a ese trato hasta que le demuestre que soy plenamente capaz de protegerme a mí misma. –Voy a acostarme un rato. Mañana va a ser un día de locos. –Sí, va a ser un día duro. –reconoció Dom. –Por cierto, una vez que tengamos los suministros partiremos hacia Phantom City. Con el depósito lleno, es posible que no tengamos que parar hasta llegar a Cheyenne, así que viajaremos todo el día. Con suerte, estaremos en Phantom City dentro de dos días.
DÍA 2 Esta noche tuve un sueño inquietante. Caminaba por los restos humeantes del barrio de Kansas City donde he vivido casi toda mi vida, y los No Muertos me observaban, sin atacarme. Yo seguía caminando mientras observaba todo mi alrededor, y me paré en seco cuando mi hermano apareció delante de mí. Se acercó y sacó algo de sus bolsillos. El pen drive que me entregó Tomm en el Pollo Engrasado, y que según él perteneció a mi hermano. Me lo tendió para que lo cogiera, repitiendo una y otra vez: “protégelo”. Cuando lo cogí, se fue caminando con su traje de Sheriff ondeando al
son del viento. Nada más desaparecer, los No Muertos se percataron de mi presencia, y fueron a mi encuentro. Desperté envuelta en una película de sudor frío, aún aterrada por lo que acababa de soñar. Me levanté de la cama y busqué algo de beber, porque tenía la garganta seca como un trozo de esparto. Justo en la repisa de la ventana encontré una jarra con agua que seguramente nos había dejado el cuidador de la casa en la que estábamos alojados. Me llené un vaso con agua y de mis pertenencias saqué el pen drive con el que estuve soñando. Sé que solo había sido un sueño, y también sé que si mi hermano me lo ha dado para que lo protegiese es un objeto muy importante. Pero, ¿Qué tenía en realidad? Por suerte conseguí una Tablet PC en buenas condiciones en La Roca, y la encendí. Cuando cargó, conecté el pen drive para ver personalmente los números de los que me habló Tomm. Como dijo, solo había un archivo pdf, y lo abrí. Y, como también dijo Tomm, era una serie de números. Veintisiete, para ser exactos, sin seguir ningún patrón de escrito. Tenía toda la pinta de ser un número aleatorio. ¿Para qué coño serviría, me vuelvo a preguntar? No tenía ni la más mínima idea. –Tiene toda la pinta de ser un código de lanzamiento. – dijo una voz a mi espalda. Me sobresalté. Dom me ha dado un susto de muerte, y tuve unos segundos el corazón en la boca. Pensé en discutir con él, pero preferí preguntarle acerca de ese código. –¿Cómo que un código de lanzamiento? –Y probablemente de misiles, por cómo está numerado. –dijo Dom, observando la pantalla de mi tablet. –Fíjate, no se repite un número más de una vez seguida. Y son veintisiete justos. Lo que no me explico es para qué sirve, dadas las circunstancias. –Explícate. –le dije en tono enfadado. Siempre con ese halo de misterio, el muy payaso. –Este código, si es lo que creo, es una contraseña que te autoriza a disparar misiles desde donde los tengas ubicados. Pero claro, todo se fue a la mierda gracias a los No Muertos hace ya casi dos años, y las instalaciones de misiles de todo el mundo dejaron de funcionar por falta de electricidad. Como la base donde estén emplazados no esté operativa en estos momentos, cosa que dudo, estos códigos no sirven para nada. Si Niebla quería que los protegieses, es posible que estos códigos sirvan para una estación de misiles que en estos momentos está operativa. Guárdalos por si acaso, quizás sean útiles dentro de un tiempo. –Vale. –dije, apagando la Tablet y guardándome el pen en un lugar seguro. –¿Cuando nos vamos? –Arréglate y coge tu equipo. Yo voy a ver cómo va todo. –él ya estaba cambiado y listo para partir. Cuando salió de la casa, me aseé y me puse mi ropa, con tranquilidad. Ni de lejos quería vestirme a la carrera para luego ir incómoda a la incursión. Nunca he ido a una incursión en busca de suministros. Gracias a mi hermano Niebla pude vivir cómodamente mientras él reinaba en La Roca, y luego Darius me forzó a prostituirme, así que no tuve tiempo de ir a buscar suministros al exterior. Cuando salí fuera, Dom ya venía a la casa a buscarme. –Mina, sígueme.
Nosotros vamos en mi Shelby. Le seguí al exterior, donde ya empezaba a hacer frío. El otoño ya ha llegado, y pronto estaría aquí el invierno. No sé como íbamos a sobrevivir en Phantom City con lo puesto, y albergué mis esperanzas en que, al ser Dom el que creó aquel el bastión, nos acogerían como a uno de los suyos y nos darían un lugar entre ellos. Tomm eligió bien a mi protector, o al menos eso creo. –¿Estáis listos para partir? –dijo un hombre joven que parecía estar al cargo de la operación. Dom no dijo nada, y yo me limité a asentir con la cabeza. –Irá en cabeza nuestro protector. –dijo señalando un BMR súper blindado que estaba aparcado al lado del Shelby de Dom. Era una bestia modificada, y se veía que era plenamente capaz de hacerse camino en cualquier situación. –Luego irán los tráileres, y en la retaguardia irás tú, Dom. No salgas de la formación en ningún momento, y sigue las instrucciones que te iremos dando por este Walkie-Talkie, ¿Entendido? –¿Y no elaboráis un plan más detallado que el que me dio James? No fue muy preciso al contarme los detalles de la operación. –Quiso saber Dom. Yo también me lo preguntaba. Lo único que nos dijo es de cuanto equipo disponía para la incursión y el sitio a saquear. –Porque no hay ninguno en concreto. Llegamos al Wertimart, abrimos, limpiamos todo lo que podamos y volvemos a cerrar para que los No Muertos no lo invadan. No creo que consigamos llevarnos ni una cuarta parte de lo que hay disponible en el edificio, y este primer contacto nos servirá para saber donde están todas las cosas útiles que hay dentro. Ahora deje de hacer preguntas y vayámonos. Estas cosas me gusta hacerlas en el menor tiempo posible. Nos fuimos hacia el Shelby de Dom, y nos montamos viendo cómo los soldados de Smitieville caminaban de un lado para otro, nerviosos. Poco a poco fueron montando en el BMR y los tráileres, y cuando estuvimos todos listos, el BMR salió hacia fuera del bastión, seguido de los vehículos pesados, y en último lugar, nosotros. Circulábamos a una velocidad de veinte por hora, sin casi revolucionar los motores de los vehículos. Nosotros no sabíamos lo que teníamos por delante, y solo nos limitamos a seguir a toda la comitiva mientras recorríamos carreteras secundarias. Al ir en la retaguardia no teníamos que enfrentarnos a todo lo que nos surgiese por delante, y eso era un alivio. Pero por muy raro que parezca, en todo el trayecto no se disparó ni una sola bala. Muy extraño, dadas las circunstancias. Antes de entrar en Kansas dimos muchas vueltas por carreteras secundarias, me imagino que para coger una carretera que fuese directa al Wertimart. Y otro dato muy raro, todo el camino estuvo despejado de vehículos y los típicos obstáculos que suele haber por las carreteras. Bueno, eso no era tan extraño, podían haber limpiado el camino para que cuando fuesen a limpiar el supermercado ese todo fuese lo más fácil posible. Cuando llegamos al Wertimart, todo era tan extraño que me inquieté. –Dom, no hay ningún No Muerto en los alrededores, y no he visto a casi ninguno,
¿Eso es normal? –Pues no, no es normal. Esto debería de tener una concentración de No Muertos aceptable. –Dom cogió el Walkie-Talkie y lo encendió. –Dom al aparato. –dijo, y hubo una pausa mientras escuchaba. –Esto está muy tranquilo, y eso no puede significar nada bueno. Propongo que mandemos a un equipo de reconocimiento dentro del local y que lo inspeccione antes de entrar. –otra pausa, más larga que la anterior, me hizo entender que le estaban dando largas sobre lo que había propuesto. –Está bien, pero tener los cinco sentidos alerta. El convoy entró en el aparcamiento del Wertimart, y Dom aparcó justo al lado de los BMR. Cogimos nuestras armas y salimos del coche vigilando todo nuestro alrededor. Los tráileres aparcaron de culo en las puertas del Wertimart para que los llenásemos en el menor tiempo posible. Todo estaba desierto. No me gustó un pelo, y por la cara que tenía Dom, a él tampoco le inspiraba confianza. De pronto tuve miedo, y miré de manera posesiva a todos lados. Me fijé en otro supermercado situado al sur del Wertimart, y los vi. Eran dos No Muertos, que juraría que nos miraban. Me quedé obnubilada, mirándolos. ¿Porqué no nos atacaban? –¡Vamos, tenemos poco tiempo para poder llenar estos camiones de suministros! – dijo el líder de la expedición, en un grito. Todos fuimos corriendo hasta la puerta, y la abrimos a golpes. Yo habría votado por el sigilo, pero creo que como yo, se han dado cuenta de la ausencia de No Muertos, y no hacer ruido les parecía innecesario. Cuando entramos dentro, el hedor a alimentos podridos inundó nuestras fosas nasales como un maremoto, y yo, como casi todos, nos tapamos la boca en un intento inútil de no tragarnos todo ese olor. Cuando nos acostumbramos al ambiente, empezamos a buscar suministros. Sabíamos adonde teníamos que ir a buscar. A la sección de productos no perecederos, principalmente, a la de pastas, legumbres y productos cárnicos curados. Por suerte, el establecimiento se encontraba intacto, y al cabo de una hora llenamos los dos tráileres hasta arriba, y había para llenar al menos otros seis más. Satisfechos con el trabajo realizado, pusimos varias tablas apuntaladas en la entrada para evitar que entrasen los No Muertos, y empezamos a andar hacia los vehículos. Lo que pasó después aparece en mi mente a cámara lenta, y con muchas lagunas. De repente estábamos rodeados de No Muertos sin saber siquiera de donde habían llegado. Todos estaban tan sorprendidos como yo, pues dejamos fuera varios vigilantes por si acaso, y al parecer no vieron nada. Los cabrones fueron hacia nosotros a escondidas, para que no los viésemos llegar, como los leones se acercan a sus presas en la sabana africana. Era espeluznante. En segundos todo se convirtió en una marabunta de No muertos y personas intentando huir. Unos cuantos fueron hacia los tráileres abriéndose paso a tiros, y otros pocos fueron a los BMR. Unos pocos cayeron por el trayecto, devorados por los No Muertos. Dom y yo fuimos corriendo hacia el Shelby esquivando a los No Muertos, pero antes de llegar uno de ellos me agarró de la mochila y me separé de Dom. Con un culatazo, me desprendí de él y fui
hacia el Shelby, pero Dom ya había arrancado y se disponía a irse, porque ya estaba rodeado de unos cuantos malditos podridos. Estaba sola. Con la mirada busqué algo con lo que poder huir, y vi mi salvación a unos cincuenta metros a la izquierda. Una bicicleta solitaria estaba apoyada en una farola, sin candado. Sin pensármelo dos veces, y sin tan siquiera pensar que esa bici no estaba en condiciones para manejarla (podía tener las ruedas desinfladas, el manillar oxidado con el paso del tiempo, o cualquier otra cosa que me impidiese usarla) fui corriendo hacia ella, como si fuese la única luz de un túnel muy oscuro. Esquivé No Muertos lo mejor que pude, y abatí por el camino a unos pocos, haciendo resonar el arma que llevaba entre las manos. Sería la adrenalina que me corría por las venas en ese momento, o yo que se lo que era, que no fallé ni un solo disparo. Monté en la bici y pedaleé lo más rápido que pude hacia el oeste, desde donde parecía que no venían los No Muertos, solo concentrada en huir de ellos lo más rápido posible. Con la bici no me costó ir esquivándolos hasta alejarme del grupo que nos asaltó de manera tan feroz. Parecía increíble, esos malditos No Muertos nos han atacado de manera coordinada y en sigilo, o sea, que ya son capaces de pensar. Mierda. Si ya eran de por sí peligrosos ahora son capaces de atacarnos elaborando estrategias para tener éxito en su misión de exterminar a todos los humanos. Joder, y yo que pensaban que las cosas no podían empeorar. Espero que este sea un caso aislado y no se repita por todo el mundo. Sé que así sucederá, pero me traté de convencer de que no era así, para que no cundiese el pánico. Lo que necesitaba ahora era mantener la sangre fría y seguir adelante. No podía volver a Smitieville con una bici, y además los No Muertos estaban por todas partes. Me estaba cansando de pedalear, y supe que tenía que buscar un refugio, al menos hasta que Dom volviese a por mí. Alrededor de el Wertimart existían numerosos barrios de casas, siendo este lugar el extrarradio de Kansas City, y cualquier casa medianamente pequeña valdría. Pasé por la carretera y fui campo través. Las ruedas casi se me doblan gracias a las numerosas piedras con las que me cruzaba, y de manera milagrosa conseguí meterme dentro de una de las primeras casas que vi. Era una casa de color blanco, con dos puertas de cochera y con un ventanal muy grande al lado de la puerta de entrada. Tiré la bici de cualquier manera en la puerta y fui hacia la entrada. Por suerte, estaba abierta, y dentro parecía que no había ningún No Muerto. Busque corriendo las llaves de la puerta dentro de la casa, histérica. Los No Muertos estaban llegando hacia donde estaba, y tenía que atrincherarme. Otra vez la suerte me sonrió, y encontré las llaves en una repisa en el vestíbulo. Cerré con llave y empecé a bloquear las pocas ventanas con los armarios del salón. Cuando terminé de blindar de mala manera la casa, empapada de sudor, fui a la parte de arriba a una habitación, y me tiré en una de las camas. Temblaba como nunca he temblado, y estuve despierta todo el tiempo, pensando en qué haría a continuación. No tardé mucho en oír los primeros golpes sordos de la muerte en las puertas y las ventanas.
DÍA 3
Solo en una incursión. Una mierda de incursión bastó y sobró para que me encontrase a las puertas de la muerte, sin saber qué hacer, y sin ninguna salida en el horizonte. Desde que entré en la casa, estuve tirada en la cama hasta que anocheció. ¿Qué iba a hacer ahora? Desde la ventana pude ver al menos veinte No Muertos rodeando la casa, y hace una hora han dejado de golpear las puertas. Es ya por la mañana, y el hambre me retorcía el estómago como una serpiente. También tenía sed. No creo que en esta casa haya algo aceptable para alimentarse, así que ni me molesté en buscar. Además, eso generaría ruido, y no quería llamar más la atención. El motivo de porqué los No Muertos dejaron de golpear las entradas de la casa era un misterio para mí, y tuve el horrible presentimiento que estaban esperando a que saliese. Ellos no necesitaban comer ni beber, pero yo sí. Hijos de puta. Han evolucionado, solo para ponernos más difíciles las cosas a los vivos. La humanidad se enfrentaba ahora a unos depredadores más peligrosos que cualquiera a los que se haya enfrentado, y yo estoy aquí, sola, atrapada como un pajarito en una jaula. Poco a poco me iba dando cuenta que tarde o temprano tenía que salir, porque, ¿Cómo me iba a encontrar Dom? Todas las casas eran casi idénticas, y no iba a estar llamando puerta por puerta buscándome. Sobre el mediodía, tomé la decisión de repasar la casa a ver qué me podía ser útil para intentar patearme el yermo por mi cuenta hasta Phantom City. Cuando ya me estaba levantando de la cama, algo sonó en mi mochila. Rebusqué en ella el origen del ruido y encontré un Walkie-Talkie, que yo juraría que no metí dentro. Sonreí de agradecimiento por la previsión de Dom. Estaba decidido a no perderme bajo ninguna circunstancia, y eso me provocó procesarle un cariño hacia donde quisiese que estaba en estos momentos. –Mina. Mina, ¿Estás ahí? –decía, en tono preocupado. Parecía que estuvo llamándome varias veces durante todo el día, y ya creía que he caído. –Si, Dom, estoy aquí. –dije, con la voz temblorosa. Estaba a punto de llorar, pero me aguanté. No quería que Dom creyese que estaba muy afectada. –Gracias a Dios, estás bien. Creí que no habías sobrevivido. –dijo Dom, aliviado. – ¿Donde estás? –Estoy escondida en una casa, al oeste del Wertimart que asaltamos. –¿No me puedes dar alguna señal clara para que sepa en qué casa estás? –A ver... –pensé un poco, y me acordé de la doble cochera y el gran ventanal. –la casa es de color blanco, tiene doble cochera y un ventanal grande. –Mina, por favor, mira por una ventana a la calle y fíjate en las otras casas. –dijo Dom. Lo hice, y eso me dibujó una seriedad en la cara espantosa. Todas las casas tenían doble cochera y un ventanal grande, y también eran de color blanco. No eran idénticas a la casa en la que estaba, pero cumplían con los datos que le dí a Dom. –Mierda, todas son iguales. –¿No me puedes decir algo que identifique tu casa con la del resto? –Pues no sé... –pensé un momento, y me partí el cráneo mirando por la ventana buscando alguna señal que le guiase a Dom. No tardé en ver algo que tenía mi casa y no tenían las demás. –¡Es la única que está rodeada de No Muertos! Y además es la
única que tiene una bici tirada en la puerta. ¿Te vale eso? –De sobra. Ahora mantente a la espera, y déjame hacer a mí. Me quedé sin comentarios y sin querer desobedecerlo. “Déjame hacer a mí”, dijo, como si fuese una niña traviesa que había cometido una fechoría y estaba siendo castigada. Me sentí frustrada al no poder hacer nada para salvarme a mí misma, y tener que dejar todo en manos de Dom. Bueno, qué se le va a hacer, al menos voy a salir viva de este lugar. No es momento ni de heroicidades ni de orgullo. Luego le daría las gracias a Dom por no dejarme atrás y punto final. Estuve por lo menos mirando media hora por la ventana esperando la llegada de Dom, y observando cómo los No Muertos esperaban fuera de la casa a que saliese. No pasó nada fuera de lugar hasta que vi en el cielo al merodeador dando una pasada, y sonreí. Supe que Dom estaba buscando la casa por el aire, la forma más lógica que tenía a mano de hacerlo y que no peligrase su vida en el intento. A los diez minutos desde que desapareciese el Merodeador de mi vista, volvió a sonar el Walkie-Talkie. –He visto la ventana por la que estás observando todo el panorama. Ábrela con cuidado de no alertar a los No Muertos y espera al merodeador. Cuando esté a tu altura, agárrate a los reposa manos que tiene anclados en los bajos del aparato y sujétate fuerte. Te voy a sacar volando de ahí. –Mierda. –dije. Me iba a sacar de una casa abandonada y rodeada de No Muertos en un puto helicóptero de juguete. Parece una típica escena de un videojuego absurdo. – ¿Estás seguro de que el cacharro va a soportar mi peso? –Si, claro. –me aseguró Dom. –Por lo menos aguantará en vuelo unos cien metros. – Genial. De puta madre. En fin, de perdidos al río. Me arriesgaré. Es eso o esperar a que los No Muertos me devoren, porque Dom seguro que no cede en su plan. –¿Estás preparada? –Si, lo estoy. –dije seriamente. –Espera un momento. El merodeador no tardó en llegar ni un minuto, lo que indicaba que Dom estaba cerca. Eso me hizo sentirme más segura para con el viaje inminente que tenía que hacer, arriesgando mi vida, como llevaba haciéndolo desde que salí de La Roca. Ni quiero pensar qué me hubiese ocurrido si salgo sola al yermo. Seguro que en estos momentos estaría muerta. Tendría que fiarme de todos los planes de aquél loco, y tener fe en que fuesen fiables. Cuando el merodeador estuvo a escaso medio metro de la ventana, supe que tendría que saltar hacia él, y agarrarme a los reposa manos al vuelo. Con la adrenalina palpitando en mi pecho como un caballo desbocado, di un salto desde la ventana hacia el merodeador. Me agarré a duras penas en los reposa manos, y me tambaleé mientras me sujetaba fuerte a ellos. Todo aquello activó a los No Muertos, que vieron cómo intentaba escapar, y rodearon el suelo que sobrevolaba, esperando a que cayese. Me sentía como un gusanito de pesca, como un cebo para animales, y ni quería pensar qué sucedería si el merodeador perdía altura. El helicóptero volaba a duras penas por mi peso, y cada metro que sobrevolábamos el cacharro iba peor. Por suerte, recorríamos el terreno por aire más rápido que los No
Muertos por tierra, y les pude dar esquinazo. El coche de Dom estaba aparcado en medio de la carretera por la que habíamos venido, enfrente del Wertimart, y él estaba fuera, con una pistola en una mano y el mando del merodeador en otra. Cuando llegué, caí al suelo en un golpe sordo, y Dom fue donde mí. –¿Estás bien? –dijo, en tono preocupado. Yo quería tomarme un respiro, pero Dom no me dejó. Me levantó con las manos y me dio una pistola. –Vamos, en un minuto escaso tendremos a todos los No Muertos que te perseguían encima de nosotros. – Montamos rápidamente al coche, y yo me puse a los mandos del merodeador, como llevaba haciendo todo el camino desde que entramos en Kansas City. A mí todavía me temblaban las manos, y controlaba al merodeador de manera torpe. Dom empezó a darme una reprimenda mientras salíamos de Kansas City. –Ha sido una locura el separarte de mí, Mina. Podías haber muerto, joder. Por suerte te he encontrado y no ha pasado nada. –¿Y qué querías que hiciera, dejarme atrapar por los No muertos? Te recuerdo que estábamos rodeados, joder. Solo me mantuve a salvo como pude. –yo estaba al borde de las lágrimas, y me callé para poder reprimirlas. No quería que Dom me viese llorar. –Si, es verdad... Tal vez estoy siendo algo duro contigo. A veces no recuerdo que la gente no tiene tanta experiencia como yo en el Yermo. Para otra vez intenta mantenerte a mi lado. Y por cierto, lo has hecho muy bien. –¿El qué? –le pregunté. Ya estábamos fuera de la ciudad y los campos desiertos cubrían el horizonte. - Sobrevivir. Desde la última conversación han pasado ya dos horas, y estábamos llegando a Lincoln, donde según Dom nos cruzaríamos con un bastión. Quería hacer una pequeña parada para informarse sobre las carreteras que tendíamos por delante, y si había algún problema a tener en cuenta para viajar por ellas. El viaje desde Kansas City ha sido más que nada aburrido. Por algunos tramos tuvimos que disminuir la velocidad gracias a accidentes masivos de vehículos en la 29, y estuvimos a punto de pinchar cerca de Naraska. El bastión de Lincoln lo encontramos a las afueras de la ciudad, en la 80, justo rodeando un puente. El bastión estaba bastante alejado de la ciudad para evitar a los No muertos, y situado en un punto estratégico para poder controlar a los viajeros que circularan hacia el este o el oeste. Por suerte, Dom era conocido allí, y una vez más la fama de este hombre nos ahorró muchos trámites. Nada más ver el Shelby, los hombres bajaron las armas y nos saludaron con la mano mientras parábamos a su vera. –¡Vaya, si es Dominic O´Hara! –dijo uno de ellos, sonriendo. –¿Y quién es esta chica tan guapa? –dijo, mirándome. Yo le sonreí. Al menos éste no me miró las tetas, por lo menos no de manera descarada. –Hola, Stiff, yo también me alegro de verte. Ésta chica es Cinthya. –Encantada. –dije, de manera amable. –El placer es mío. –dijo Stiff.
–Oye, Stiff, ¿Podemos descansar en vuestro bastión? Nos dirigimos hacia Phantom City, y aún nos queda un largo camino por delante. –Por supuesto, Dom, sin problema. Deja el coche ahí aparcado y vayamos al comedor colectivo. Aparcamos el coche justo a la vera de la 80, y seguimos andando a Stiff. El bastión era muy rudimentario, diferente al de Smitieville. Todas eran construcciones nuevas, hechas en su mayoría con planchas de metal, tablas de madera y demás restos que parecían sacados de un vertedero. A mí este bastión me recordó a las fabelas de Brasil. A simple vista no parecían vivir en él más de cien personas. Cada uno estaba asignado a una tarea relativa a la manutención del bastión, y casi todo el mundo estaba ocupado haciendo algo. Cuando llegamos al comedor colectivo, ya había alguien comiendo. Debía de ser ya el mediodía. Cuando nos sentamos, Stiff fue a por algo de comer, y ayudado por un camarero del bastión trajeron a la mesa bebida y comida para todos. Comimos en silencio, o yo por lo menos lo hice. No he comido absolutamente nada desde ayer por la mañana, y estaba hambrienta. Dom sí que comió en el bastión de Smitieville después de recoger los suministros, y antes de ir a por mí llenó el depósito del Shelby y se llevó algo de beber por el camino, pero el muy idiota se olvidó de la comida. Me cuesta creer que sea un superviviente nato del yermo, cuando se olvida la comida por el camino. Cuando le pregunté si tenía algo que llevarse a la boca, al salir de Kansas City, dijo que cuando llegásemos al bastión de Lincoln ya comeríamos. No te jode, como él ya había comido y tenía el estómago lleno, no le importaba. Cuando terminamos de comer, Stiff inició una conversación, dirigida a los dos. –¿Qué tal le va a nuestros amigos de La Roca? –dijo Stiff, sonriendo. –Sobreviven, que no es poco. –dijo Dom. Era más que eso, por lo menos para mí. Este bastión era un pocilga comparado con La Roca, como el de Smitieville. –Ya, por eso te has ido de allí. No creo que cambies de La Roca a Phantom City por gusto. Algo tiene que pasar para que hagas un viaje tan largo. –La verdad es que sí. Alimentar a tantas personas es una proeza grandísima, dadas las circunstancias, y este invierno va a ser un infierno en La Roca, eso te lo puedo garantizar. –Lo suponía. Nosotros también hemos intentado autoabastecernos, al menos en lo que respecta al alimento y el agua, pero ni de lejos hemos podido sacar una producción aceptable. Es una pena, una pena. Esta situación, con los No Muertos por todas partes... complica un poco la supervivencia, ¿No te parece? –Si, vaya que sí. –dijo Dom, de manera sombría. Yo me limité a escucharlos. –Sea lo que sea, Dom, nosotros aquí tenemos unas reglas. Pasar por aquí, si no eres de los nuestros siempre tiene un coste, pero eres Dominic O´Hara, y tu guía nos ha servido mucho para sobrevivir. –dijo Stiff enseñándonos un ejemplar de “El mundo después del Apocalipsis, Guía para la supervivencia.” Nunca he visto uno tan de cerca. Era un dossier parecido a una pequeña guía turística, impreso de manera muy rústica, y en la portada junto a las letras había dibujado un No Muerto junto a unas flechas señalando sus puntos débiles. Me maldigo por no haberlo leído con
detenimiento cuando estuve en La Roca y tenía tiempo de sobra para hacerlo. –Por eso, solo te pediré un favor. –Stiff sacó una carta del bolsillo y se la tendió a Dom. – Solo tendréis que entregar esta carta en el bastión de Seaven, a unas ocho horas de aquí. No os preocupéis por la carretera, está despejada de vehículos, por lo menos hasta Seaven. Entregad la carta, y podréis pasar por aquí sin coste alguno. ¿Qué me decís? –dijo Stiff, mirándonos a los dos. ¿Y yo qué se? Dom era el guía, que decida él, me dije. Permanecí callada hasta que Dom cogió la carta. –Con gusto te haremos este encargo, Stiff. –¡Excelente! –dijo Stiff con una sonrisa. –Si queréis llegar a Seaven antes del anochecer, debéis partir ya. –Dom se levantó de la silla, y yo le imité. –Gracias por acogernos. –dijo Dom, dándole la mano. Por cortesía, también se la di yo. Tardamos nueve horas en llegar a Seaven, yendo hacia el oeste por la 80. Como dijo Stiff, fue un viaje sin sobresaltos. Todos los coches estaban apartados de la interestatal, y la teníamos para nosotros solos. A veces aparecía algún que otro No Muerto cerca, sobre todo en los alrededores de pueblos por los que pasábamos, pero nada que nos hiciese aminorar mucho la marcha. En algunos tramos tuvimos que frenar e ir con cuidado por los numerosos cristales que poblaban el asfalto, restos de los coches accidentados en los comienzos del apocalipsis, y gracias al merodeador pudimos esquivarlos con facilidad. Ya era de noche cuando llegamos a Seaven, un pequeño pueblo que estaba al lado de Cheyenne. Era muy parecido a el bastión de Lincoln, y creo que eran aliados. Sino, ¿Porqué se iban a mandar cartas y a establecer una comunicación que era, desde mi punto de vista, innecesaria? Nada más acercarnos al bastión desde la 80 nos dieron el alto unos guardias apostados en la carretera. Nos apuntaron con linternas de alta potencia, y paramos casi al instante. Sabíamos que además de alumbrarnos con sus luces nos estaban apuntando con ametralladoras. –¿Quién va? ¡Identifíquese o abriremos fuego! –dijo una voz que cada vez se acercaba más a nosotros. Pronto estuvimos rodeados de hombres armados. Dom, una vez más, habló por los dos. –Somos mensajeros del bastión de Lincoln, y traemos un mensaje de parte de ellos. –¿En serio? –dijo el hombre que estaba más cerca de la ventanilla de Dom. –No parecéis ser de aquel bastión. –Tiene usted razón, somos viajeros que nos dirigimos hacia Phantom City, y nos pidieron que os trajésemos esta carta. –Dom sacó la carta y se la tendió al hombre. Este la abrió, y tras leerla por encima, el ambiente se calmó, y el hombre nos habló con normalidad. –Está bien, al menos la carta parece auténtica. Si queréis podéis descansar y proseguir la marcha por la mañana. No es seguro viajar por la noche. –Os estaríamos muy agradecidos. –dijo Dom. El hombre no mencionó lo que estaba escrito en la carta. Joder, me picaba la curiosidad acerca del contenido de la carta, pero por respeto y no parecer una entrometida no pregunté qué había escrito en ella. –Os asignaré un sitio para dormir en uno de los barracones y os llevaremos algo de
comida. En ningún caso podéis salir a vuestras anchas hasta por la mañana. –dijo el hombre, con un tono muy serio. No había ni un atisbo de la amabilidad que ostentaban los habitantes del bastión de Lincoln. Aparcamos el Shelby a la orilla de la 80 y fuimos andando hasta el bastión, que estaba en el centro de la localidad de Seaven. Era más bien parecido a Smitieville, que utilizaba las antiguas construcciones del poblado de soporte para el bastión. Nos asignaron una casa y no salimos hasta el amanecer, como nos habían ordenado. Mientras caminábamos hacia el Shelby a primera hora de la mañana, el hombre que nos dio el alto nos acompañó, hablando. –Así que os dirigís a Phantom City, ¿Eh? –Sí. parece que es un bastión próspero, y ya estamos cansados de La Roca. –La Roca es una cloaca llena de gentuza, te lo digo yo. Sólo hay que ver ese espectáculo absurdo que han creado, Mon, o algo así. Yo estuve un tiempo allí, pero me cansé. Es preferible vivir en bastiones pequeños como este, en los que todos nos conocemos y se atajan los problemas entre todos, como un equipo. –No podría estar más de acuerdo. –dijo Dom. Y asentí. Cuando montamos en el coche, el hombre reposó su cuerpo en la ventanilla de Dom. –Escuchad, si vais a Phantom City tened cuidado en Cheyenne. Es una ciudad que hay a unas dos horas de aquí. Creemos que hay un grupo de bandidos dentro de la ciudad, y controlan todos los pasos importantes que la cruzan. Cuando lleguéis a Phantom City, pedidles que se comuniquen con nosotros por el Baelnius. Tenemos que formar un grupo de ataque para exterminarlos. Ya hemos perdido varias caravanas de comerciantes en esta ciudad, y no pienso perder más hombres tratando de cruzarla. –¿Y no se puede ir a Phantom City por otro camino? –preguntó Dom. –Los muy cabrones han bloqueado todas las carreteras que van hasta la 25 que te lleva a Phantom City en toda esta zona, o creemos que han sido ellos. Si no te quieres dar un rodeo de por lo menos cuatrocientos kilómetros por parajes desiertos, tienes que cruzar Cheyenne. –Tendremos que arriesgarnos. –Os deseo suerte. –dijo aquel hombre, mientras Dom arrancaba el Shelby y nos dirigíamos hacia Cheyenne. No tengo ni idea de lo que nos esperaba en aquella ciudad fantasma, lo que se es que no me iba a gustar nada. Y todo lo que había pasado me pareció un juego de niños comparado a lo que nos podríamos encontrar en Cheyenne. Porque hay cosas más peligrosas que los Nos Muertos.
MINA El Shelby de Dom circulaba con rapidez por la 80, mientras las ruinas de Cheyenne se dibujaban en el horizonte. Mina estaba intranquila al pensar en lo que se podían encontrar en aquella ciudad, y no paró en todo el camino de hablar, haciendo preguntas a Dom en lo referente a aquellos bandidos. –En serio, ¿No podríamos llegar a Phantom City por otro camino, Dom? –peguntó por enésima vez. –Si nos han dicho que no es posible, es que no es posible, Mina. No encuentro razón para que nos mintieran. –¿Y si nos han mentido? ¿Y si están compinchados con los bandidos? –preguntó Mina, sin ocultar el temor que le recorría el cuerpo. –Entonces no nos habrían avisado de que esos bandidos existen. Así nos atacarían por sorpresa, y tendrían casi un cien por cien de probabilidades de cazarnos. Sabemos que pueden estar ahí afuera, y además tenemos al merodeador. Podremos anticiparnos a cualquier ataque que nos lancen, si es que llegan a hacerlo. Tranquilízate un poco, joder. –dijo Dom, ya harto de responder a la misma pregunta. –Por cierto, ¿Qué tal llevas tu diario? –He escrito todo lo que nos ha pasado, y como me dijiste, lo he redactado con mis palabras. No sé para qué quieres esto, la verdad. Todo lo que ha ocurrido también lo has pasado tú, que yo sepa. ¿Porqué quieres que te lo escriba en un papel? –preguntó Mina, extrañada. Aún no le encontraba sentido al diario que estaba escribiendo, pero aun así, hacía lo que le pidió Dom. –Quiero analizar cómo has sobrellevado el viaje a través de tu diario, y así debatir teorías que tengo acerca de la supervivencia en el Yermo. Nunca he tenido la oportunidad de viajar con un novato, y tu diario me servirá para ver cómo has asimilado el yermo. –Vale, lo que tú digas. –dijo Mina, distraída. Seguía utilizando el merodeador para ver lo que tenían delante, y Mina admitió que era un gran invento. Gracias a él no proseguían el camino a ciegas, y eso era un punto muy fuerte para viajar en las circunstancias en las que se encontraban, donde en cualquier esquina podría esconderse la muerte. Cuando estaban llegando a los alrededores de Cheyenne, Dom se puso tenso. –Ahora cuidado. Observa bien con el merodeador, a ver si ves alguna trampa que nos puedan haber preparado esos bandidos. –Tranquilo, Dom. –Mina fue con el merodeador mirando en cualquier tramo de la 80 buscando alguna trampa, o algo que les pudiese impedir seguir el viaje con normalidad. Y a unos cuatrocientos metros adelante de donde estaban, vio el primer obstáculo. –Dom, ¿Qué camino vamos a seguir? –Iremos por la 80 hasta una circunvalación que hay más adelante, y luego tomaremos la 25 hasta Casper. –Por la 80 no creo que lleguemos, Dom. Está bloqueada en un paso más adelante. –Mierda... –dijo Dom. Cuando llegaron, vieron que el puente que cruzaba la 180 y por la que seguía la 80 estaba totalmente destruido. Dom intentó girar hacia el sur,
para no adentrarse más en la ciudad, pero se toparon una hilera de coches por todas las carreteras que conducían hacia el sur. Solo tenían un camino que seguir, el que seguramente les indicaban los bandidos. Hacia el centro de la ciudad. –¿Porqué no vamos hacia atrás e intentamos seguir por otro camino? Prefiero ir por el camino largo que adentrarme en una trampa, Dom. Hasta tú puedes ver que nos estamos metiendo en una. –dijo Mina, ya muy asustada. Estaba claro que se estaban metiendo en las fauces del lobo. –No podemos. El camino es muy largo por ese tramo, y hay muchos kilómetros de carretera sin nada, ni siquiera gasolineras. En el caso de que el Shelby nos dejara colgados, sería nuestra perdición. Nos tendremos que arriesgar, pequeña. Siguieron el camino señalado y el único por el que podían circular, temerosos de lo que les podía esperar más adelante. Con el merodeador descubrieron que todas y cada una de las calles a derecha e izquierda estaban bloqueadas. Siguieron circulando más o menos unos minutos, hasta que llegaron al centro de la ciudad. Cruzaron un puente, y poco después descubrieron que el camino estaba bloqueado. No podían seguir más adelante, al menos con el coche. Cuando llegaron al bloqueo, Dom giró para darse la vuelta e ir por donde vinieron, pero no fueron capaces. Sin darse cuenta, estaban rodeados por un grupo de cinco hombres que les apuntaban con fusiles de asalto. Dom, ya muy tenso, paró el coche sin poder hacer nada. Un intento de escapada solo serviría para que llenasen de agujeros el Shelby, y entonces nunca saldrían vivos de allí. Mina estaba aterrorizada. –¡Salid del coche, y no hagáis ningún movimiento extraño, a no ser que queráis que os cosamos a tiros! –Tranquilos, tranquilos... –dijo Dom, mientras apagaba el coche y salía lentamente del Shelby. –Mira lo que nos ha mandado Logan. Ahora ordena a viejos y putillas que nos ataquen. –dijo con sorna el que parecía tener la voz cantante. Mientras salía Mina del vehículo, pudo ver la lujuria en los ojos de sus captores. Sabía que era muy posible, casi una realidad, que iba a ser violada de nuevo. –No, eso no es verdad... –dijo Dom, pero le callaron de un culetazo en la cara con un fusil. Sin mediar palabra, tres de los cinco hombres los guiaron a punta de pistola a un edificio cercano. Separaron a Dom de Mina, y a ésta la llevaron a una habitación vacía del edificio. Mina no dijo ni una palabra desde que les pararon. Por la estupidez de Dom, la follarían a base de bien hasta la muerte. Maldijo a Dom mil veces mientras uno de los hombres le metía mano en las tetas. Ella sabía que no podía hacer nada, y se imaginó que estaba en otro lugar, en otro momento, donde la vida era más sencilla y simple, y no estaba inmersa en aquella locura salvaje en la que se había convertido el nuevo mundo. –¡Joder, vaya domingas que calza! –dijo el hombre que le había sobado las tetas. –No había visto tetas tan bonitas desde mucho antes del apocalipsis. –dijo, sonriendo. –
Propongo que me la folle yo primero. Al fin y al cabo, yo soy vuestro líder. –¡Y una mierda! –dijo el que estaba más a su lado. –¿Quién te ha nombrado líder a ti? –dijo en tono despectivo. –Yo, al tener la polla más grande, soy el que tiene derecho a follarla primero, porque conmigo va a disfrutar más que con vuestras minipichitas. –¿Qué dices, si tienes un puto gusanillo de polla? La mía es la más grande, eso lo sabe todo el mundo. Pregúntale a las putas de nuestro bastión con quién disfrutan más. Conmigo, de eso no cabe duda. –dijo el tercero, hinchándose el pecho de orgullo. –Gimen más contigo porque las pagas más, so bobo. Con quien disfrutan más es conmigo, lo que pasa es que no quiero darme aires sobre lo bien que las follo. –Mina, si fuese otra situación, se partiría de risa al ver a cuatro soplapollas debatiendo quién la tiene más grande. Si no fuesen a violarla en breve, se burlaría de ellos, pero no le pareció buena idea decir nada. –¡Callaos los dos, idiotas! –dijo el que le había sobado las tetas. –Si se enteran de que hemos capturado a una tía buena como esta, es posible que la ingresen en el prostíbulo y entonces si queremos follárnosla tendremos que pagar. Vamos a tomarnos unas cervezas mientras decidimos quién se la mete primero. Y ni una palabra sobre lo que hemos encontrado hoy. No quiero que otros la follen antes que nosotros. Los tres hombres se fueron, dejándola sola en la habitación. Nada más salir de la habitación, el silencio se apoderó de Mina, y ésta empezó a registrar la habitación, buscando la salvación. Era una habitación totalmente vacía sin sillas ni nada móvil. Cuatro paredes, un suelo y un techo. Nada más. Ni ventanas, ni tubos de aire acondicionado, ni nada por lo que pudiese salir, salvo la puerta, y como era obvio, estaba cerrada. Intentó abrirla a patadas y golpes, pero no consiguió nada. Estaba atrapada por completo, y solo le quedaba resignarse y esperar a que llegaran aquellos animales a violarla. Si Dom no hubiese sido tan estúpido y terco para seguir por el camino que les pintaron con rotulador aquellos bandidos, no estaría en esa situación. Las horas pasaban como días en aquel agujero, y a Mina ya le estaba afectando todo el silencio que la apresaba en esa habitación. No la dieron nada ni de comer ni de beber, y tenía sed. También tenía ganas de orinar, pero no iba a hacerlo en una esquina de la habitación como si fuese un animal. Se aguantaría, y cuando entrasen los tres hombres a la habitación intentaría irse, golpeándolos. Era un plan bastante flojo, pero era el único que tenía. Eso o dejar que la violaran, y no iba a rendirse sin luchar. Los tres hombres vinieron al cabo de unas dos horas, apestando a alcohol. Nada más entrar, Mina se abalanzó sobre ellos, pero la agarraron con facilidad y evitaron que escapara, mientras la metían mano por todas sus partes íntimas. –¡Vaya, es una gatita traviesa! –dijo con sorna el que la agarraba. El mismo que la había sobado las tetas nada más entrar en la habitación. –¿Sabes qué? Ya hemos decidido quién te va a follar primero. Yo. –le dijo a Mina al oído. El hombre se desabrochó la cremallera y se sacó la polla, que la tenía dura como una piedra. Y
justo antes de penetrarla, se oyeron disparos a lo lejos. –¡Pero qué mierdas pasa ahora! –el hombre se guardó el pene en los pantalones y tiró a Mina al suelo, sollozando. –Tú, quédate con ella, ¡Y no te la intentes follar antes que yo! Vamos a ver qué pasa. Se quedó con uno de los hombres, que la apuntaba con su rifle, sin decir palabra. En su mirada había mucha lujuria, vio Mina, y sabía que aquel hombre estaba esforzándose al máximo para no desobedecer a su compañero y violarla en aquel mismo momento. No pasaron ni cinco minutos cuando se oyeron pasos fuera. –Chicos, ¿Sabéis qué ha pasado? –dijo, sin apartar la vista de Mina. Nadie contestó. Entró rápidamente alguien, pero no era ninguno de sus compañeros. Era Dom. –¿Pero qué demon...? –justo antes de apuntar a Dom con el rifle, éste le voló la cabeza, llenando a Mina todo el cuerpo de salpicaduras de sangre. Mina le miró asqueada. –¡Joder, han estado a punto de violarme, puto gilipollas! –dijo Mina, levantándose del suelo y yendo hacia Dom cabreada. –Pero no lo han hecho, así que tranquilízate. Ahora sígueme, no creo que sigamos solos por mucho tiempo. –Dom salió, vigilante, y preparado para disparar con quien se cruzara. Mina le arrebató de las manos al muerto del suelo su rifle, y salió imitando a Dom. Cuando estuvieron fuera, los sonidos de ráfagas de ametralladora inundaban el silencio sepulcral que normalmente reinaba en las ciudades. Mina no sabía quién o a qué estaban disparando, y supuso que, al fin, este bastión cayó gracias a los No Muertos, o al menos eso era lo único que podía pasar. ¿Contra quién iban a disparar, si no? Siguió a Dom hasta el Shelby, que estaba en el mismo sitio donde los pararon hace unas horas, y fue hacia atrás, por donde antes llegaron hasta la trampa. Por más que lo intentaron, tendrían que ir por el camino largo, y encima el mal trago por el que pasó, en el que estuvieron a punto de violarla de nuevo, la distanció cada vez más de Dom, con el que estaba muy enfadada. Era un estúpido que casi le cuesta la muerte a violaciones. Mina creía que al ser un superviviente del Yermo tendría más sentido común, pero al parecer pensaba menos que una lata vacía, al haber caído en aquella trampa tan obvia. Por más que lo pensaba Mina, sabía que algo no encajaba ahí. ¿Cómo el creador de la guía para la supervivencia Zombie cayó en una trampa tan estúpida y cantada? Y, justo cuando estaban a punto de cruzar un puente que había sobre las vías de la estación de ferrocarril de Cheyenne, en vez de ir por el puente, se desvió por una calle hacia la derecha, y de un golpe rompió el muro que construyeron los bandidos por un lado que estaba más débil. Mina se quedó anonadada. –¿Me has hecho pasar ese mal trago porque te ha salido de los cojones, ,maldito psicópata? –dijo Mina. Podían desde un principio haber esquivado a los bandidos, pero Dom no lo hizo, y se dejó atrapar por ellos. Mina no podía creerlo. –Tranquila, Mina. Para todo hay una buena razón. Y deja de darle vueltas al asunto. Estamos bien, y eso es lo que importa, ¿No? –dijo Dom, mirando a Mina de forma amenazadora, zanjando la conversación. Mina se calló.
Solo se atrevió a volver a hablar cuando estaban cruzando Dirkglass, la última población por la que pasarían hasta llegar a Phantom City. Ni siquiera lo miró a la cara. –¿Porqué has arriesgado mi vida así, Dom? Pensaba que estabas aquí para protegerme, pensaba que Tomm te había pagado suficiente para que me llevases sana y salva a un lugar seguro... –Y eso estoy haciendo. Por última vez, no te ha pasado nada. Estas sana y salva, y en menos de una hora llegaremos a Phantom City. Solo te diré una cosa. Parece mentira que no me conozcas ya. Pasa o que pase, ocurra lo que ocurra. –los ojos de Mina y Dom se cruzaron unos segundos. –Yo SIEMPRE tengo un plan.
LOGAN Logan estaba inquieto. Las últimas noticias no auguraban nada bueno. En España estaba en curso una guerra por los suministros, y en América del Norte la UBAN ha iniciado hace unas semanas una purga de bastiones del Trípode, sometiendo a todo el que se opusiese a ellos a la fuerza. El bastión en el que vivía Logan era neutral, y no querían saber nada ni del Trípode ni de la UBAN. Ya le dijeron anteriormente a los líderes de las dos potencias que mientras les dejasen en paz, ellos no intervendrían en el conflicto, y al ser tan pocos habitantes los dos perdieron el interés en su bastión. Ahora todo era diferente a cuando recorría el Yermo con Sombra. Fue hace más de medio año cuando Sombra lo abandonó en medio de Little Rock, Arkansas, en medio de una recogida de suministros. Le dejó en calzoncillos, sin nada para sobrevivir, y rodeado de No Muertos. Rápidamente se quitó esos pensamientos de su mente. No quería recordar lo sucedido en esos días, cuando su vida casi se esfuma entre los No Muertos de Little Rock. En estos momentos lo más importante para Logan era proteger a los suyos, su bastión, su gente. Y también sabía que aunque El Trípode y AllNess de momento les ignorasen era posible que, tarde o temprano, tuvieran que escoger un bando si no querían desaparecer cosidos a tiros en el fuego cruzado. Ha pasado un mes desde que Nuevo Pittsburg invadió Puerto Libre, y por lo que ellos sabían Sombra y su nuevo ayudante fueron anexionando todos los bastiones cercanos del Trípode a la UBAN. Daba la casualidad de que Logan fue tiempo atrás el segundo ayudante de Sombra, y sabía que tarde o temprano pararía en su bastión y les exigiría que se uniesen a la UBAN. Solo era cuestión de tiempo, pensó. Esa misma tarde, la llegada de unos visitantes rompió el silencio sepulcral que siempre reinaba en el ambiente, y eso activó todas las alarmas de su mente. Llamó a unos cuantos hombres y se apostaron en la 80 para interceptar al vehículo. –¿Quién va? ¡Identifíquese o abriremos fuego! –el coche era un Shelby Mustang GT500, tuneado a modo anti-Zombie, y conocido para él. Era el coche de Dominic O´Hara, el creador de la guía para la supervivencia, un veterano en cuestión ded recorrer el yermo. Cuando detuvieron por completo le coche, Logan se acercó a la ventanilla del conductor y lo vio por primera vez. Era un hombre de mediana estatura, afroamericano, y ya entrado en los cuarenta. No se imaginaba con esa imagen al mayor superviviente solitario del Yermo. –Buenas tardes. Somos mensajeros del bastión de Lincoln, y traemos un mensaje de parte de ellos. –¿En serio? –Dom, al no decir su nombre ni el de la chica que le acompañaba, Logan supo que no quería desvelar su identidad. Logan respetó esa actitud. –No parecéis ser de aquel bastión. –Tiene usted razón, somos viajeros que nos dirigimos hacia Phantom City, y nos pidieron que os trajésemos esta carta. –Volvió a decir, tendiendo esta vez la carta a Logan. Cuando Logan la abrió, la leyó por encima.
De Stiff, Líder del bastión de Lincoln Estimado Logan y habitantes del bastión de Seaven: Todos los sucesos de los últimos meses nos dan a entender que esto ya no es una lucha humano-Zombie, y que no hemos aprendido la dura lección que nos intentó enseñar la destrucción casi completa de toda la humanidad. Ahora dos potencias luchan por gobernar en todos los bastiones del mundo, sin pensar en las consecuencias que traen muertes innecesarias y disputas inútiles cuando está a punto de llegar el invierno y casi no tenemos ni para comer. Desde hace meses hemos estado investigando a la UBAN y al Trípode, y puedo atestiguar que la UBAN es la que en realidad se preocupa por la supervivencia de la humanidad. Desde ahora vamos a apoyarlos en todo lo que precisen, y deseo que vosotros hagáis lo mismo, a pesar de vuestra neutralidad. Por lo que sabemos Phantom City se ha unido al Trípode, y por lo tanto son nuestros enemigos. Si bajan hacia La Roca con un ejército, avisaremos a la UBAN para que los intercepte. Sea cual sea vuestra decisión, quiero desearos suerte en vuestras empresas, y os aconsejo que uséis a Dom y a Cinthya para aquello que me dijisteis en vuestra última carta. Ellos dos serían un cebo muy bueno para atraer a los indeseables que se os interponen para conseguir los pocos suministros que quedan en Cheyenne. Un saludo muy fuerte, y que la suerte os acompañe. Stiff Está bien, al menos la carta parece auténtica. –dijo Logan tras leer la carta. Ahora tenía que entretenerlos y separar a Dom de la chica para hablar con él a solas. Logan sabía quién era la muchacha, la había visto al lado de Niebla en una de las visitas que hizo con Sombra a La Roca. Era Mina Slain, la hermana del Sheriff al que desterraron de La Roca. –Si queréis podéis descansar y proseguir la marcha por la mañana. No es seguro viajar por la noche. –Os estaríamos muy agradecidos. –dijo Dom. Logan no mencionó lo que decía la carta, ni tuvo intención de hacerlo. Lo que venía escrito en ella era muy importante como para decirlo en voz alta. Hizo que los dos le siguiesen hasta el bastión. –Os asignaré un sitio para dormir en uno de los barracones y os llevaremos algo de comida. En ningún caso podéis recorrer las inmediaciones del bastión hasta por la mañana. –dijo Logan, con un tono muy serio. No quería que curioseasen por todas sus defensas, y menos sabiendo quiénes eran y hacia donde se dirigían. Les dejó dentro de los barracones y ordenó que les llevasen comida y bebida al cabo de una hora. Logan se fue hacia su casa, para cenar y darles tiempo para relajarse. Mientras comía, pensó detenidamente en lo que harían con respecto a todo lo que estaba pasando y a la posición que tomarían de ahora en adelante. Decidió no tomar partido en esta guerra inútil, y seguir con la facción secreta a la que pertenecía, como hizo desde que se separó de Sombra, y limitarse a sobrevivir. Nunca mentaba el nombre de su organización, porque él, en su mayor parte, era un espía que tomaba
datos relevantes desde una posición de neutralidad acerca del Trípode y AllNess, para valorar si eran una amenaza o no. Por ahora, tenían que ocuparse de un problema más gordo que la guerra a gran escala entre el Trípode y la UBAN. Cerca de ellos existía otro bastión, en el mismo centro de Cheyenne, que les impedía sobrevivir. Logan intentó por todos los medios que se fuesen a otra parte. Les persuadió con un lote de suministros, les invitó a ayudarlos a construir un bastión lejos de allí, y hasta les amenazó con que si no se iban, atacaría, pero todo fue en vano. Esta gentuza les advirtieron que si se acercaban a Cheyenne les matarían sin el menor remordimiento. Eso colocaba a Logan y a su gente en una situación muy comprometida. Hasta intentó repartir las zonas de la ciudad a medias entre los dos bastiones para que los dos tuvieran la oportunidad de acopiarse de suministros, pero ni con esas. Hacia el este de Seaven solo había poblaciones pequeñas, que ya habían saqueado, y el paso del oeste hacia Cheyenne, Fort Collins y Denver lo bloquearon hace tiempo los habitantes del bastión de Cheyenne, en un intento de dañar más al bastión de Seaven. Logan creía que mediante presión intentaban por todos los medios echarlos de allí. Para poder seguir recopilando suministros a gran escala, debían encargarse de ellos. El problema era que no sabía donde estaban situados exactamente, y no podían ponerse a buscar a ciegas en el medio de Cheyenne. Logan sabía que estaban cerca del centro, pero nada más. Y la llegada de Dom le dio una idea magnífica. Terminó de cenar y fue hacia los barracones, oculto entre la noche. Abrió la puerta con sigilo y fue hasta la cama de Dom. Los dos ya estaban dormidos, y unos ronquidos resonaban en la habitación mientras Logan caminaba hacia las camas. Justo cuando estaba agachado hacia Dom, este le agarró del cuello, y Logan se asustó. Ese hijo de puta estaba despierto, y le sorprendió de una manera pasmosa. –¿Qué quieres, pingajo? –dijo Dom en tono amenazador. Logan intentó calmarlo. “Sí que tiene mal despertar este tío”, pensó Logan. –Oye, tío, solo quiero hablar a solas contigo. Mira, he venido desarmado. Sin decir palabra, Dom se levantó sigilosamente y siguió a Logan afuera. Cuando estuvieron bajo las estrellas, lejos de la presencia de Mina, el primero en hablar fue Dom. –Eh, perdona por lo de antes. En el Yermo hay que ser precavido, no sé si me entiendes. –Si, entiendo perfectamente. Nunca sabes con quién te vas a encontrar. –admitió Logan. –¿Y qué es lo que quieres? No creo que me hayas despertado porque disfrutas de mi compañía. –No, te lo puedo asegurar. –Logan sonrió. –O´Hara, necesito que me hagas un pequeño favor. –¡Vaya, sabes quién soy! Todos necesitan que les hagan favores. ¿Y qué me llevaría
yo a cambio? –Te has alojado gratis aquí y encima os hemos dado de comer. ¿Qué mas quieres? – protestó Logan. Desde el inicio de la conversación supo que tendría que aflojar el monedero, pero no se iba a dar por vencido fácilmente. –Y supongo que tendré que arriesgar el pellejo en lo que necesitas. Bueno, sea lo que sea, Mina y yo estamos a punto de llegar a Phantom City, y necesito dinero, así que serán treinta mil créditos. –Logan se quedó estupefacto. Le había pedido una fortuna, el muy cabrón. –Veinte. –dijo a secas Logan. –Solo vas a hacer un paseo de mierda. –Veinticinco, si fuera solo un paseo mandarías a alguno de tus lacayos a hacerlo. Y no se hable más. ¿Qué tengo que hacer? –Mierda... –murmuró Logan para sí. –Solo tenéis que seguir el camino de la 80 hasta que os encontréis un muro bloqueando el paso. Luego, seguir la estúpida barricada de mierda que han montado hasta donde podáis. Se puede traspasar con cualquier coche decente, pero tú sigue el rastro de miguitas de pan. Seguro que al final del camino hay un grupo de ellos para que os intercepten. –O sea, quieres que nos capturen, sean quienes sean esos tíos. ¿Porqué no has enviado a alguno de los tuyos como carnaza? –protestó Dom. Parecía que no le gustaba la misión que le estaba proponiendo Logan, además de pedir una fortuna por cumplirla. –Porque los muy cabrones conocen todos nuestros vehículos, gilipollas. Si nos ven aparecer, dispararían sin pensarlo, o huirían entre las ruinas de la ciudad. Vosotros sois extranjeros, y os capturarán, de eso estoy seguro. A la chica intentarán violarla, y a ti te llevarán dentro del bastión. Tranquilo, la tendrán un rato encerrada hasta que se decidan quién va a joderla primero. –Sabes mucho sobre lo que van a hacer con nosotros. Me resulta... sospechoso. –dijo Dom en tono serio. A Logan le costaba explicarse con precisión. Dom era un tipo muy preguntón, y lo cuestionaba casi todo. –Una chica sobrevivió a las violaciones que la sometían, escapó y pudo llegar aquí. Ahora es uno de los nuestros. Ella nos lo contó todo. Y no, no pudo contarnos donde está situado el bastión de los bandidos, porque estaba muy conmocionada por lo que la hacían a diario, y además no era de por aquí antes del apocalipsis. –Aún no me has dicho para qué quieres que me atrapen... –dijo Dom, fingiendo no saber ya el porqué de su misión. Logan ignoró la pregunta. –Toma. –Logan le tendió un pequeño aparato, que Dom cogió y se guardó en el bolsillo. –Es un localizador. Cuando pare en un sitio fijo más de cinco minutos, significará que estás dentro de su bastión, y en cuestión de media hora o así atacaremos. Entonces ya no volverán a agredir a nadie, te lo aseguro. El camino hacia Phantom City está bloqueado gracias a esos mierdas, y eso jode el negocio, Dom. Entonces, ¿Lo harás? –Por veinticinco mil créditos, si. –Recibirás tu pago en cuanto se termine el trabajo. Buenas noches. Dom y Logan se separaron se manera silenciosa, y cada uno fue hacia su vivienda. Dom se fue a los barracones, y Logan se fue hasta el edificio de mando. Logan, desde
que tomó el mando del bastión de Seaven, inventó un sistema rápido y eficaz para llamar a las armas a sus soldados. Instaló hace meses una red telefónica convencional por todo el bastión, solo de cableado, y podía comunicarse de inmediato con todos sus soldados. La red de satélites Baelnius estaba en esos momentos tan pirateada que no la creía segura para comunicarse de manera privada. Según lo que sabía de esta red, podía pincharle la conversación cualquier bastión que supiese hacerlo, y eso no le interesaba. Cuando hizo todas las llamadas pertinentes, esperó una hora hasta que todos sus oficiales se presentaron en el edificio de mando. Sus hombres eran unos auténticos expertos, supervivientes natos del yermo, y sabía que aquella operación no le costaría ninguna baja. –Amigos míos, tenemos ya a alguien que se ofrece como carnaza para localizar la posición exacta del bastión de Cheyenne. –se oyeron murmullos de aprobación. – Mañana, nada más que tengamos la posición de su hogar, iremos hasta allí y eliminaremos a todo que que se nos ponga por delante. Acto seguido, limpiaremos el bastión y nos aseguraremos sobrevivir todo el invierno. –se oyeron palabras de aclamación y de victoria. –Estad a punto a primera hora de la mañana para partir, quiero que os carguéis de munición hasta las orejas. Tenéis permiso para coger lo que necesitéis del almacén de armamento. Buenas noches. Sin decir más, todos se fueron directos al almacén de armamento, para llenarse los bolsillos de clips de munición y escoger las armas de gran calibre que usarían en el asalto. Logan solía tener su propio alijo de armas en casa, y no fue con ellos. Nada más llegar a su hogar, fue a su baúl sacó el kit que tenía para limpiar su fusil M3-550 StarHeart de AllNess, un arma de plasma que consiguió junto a Sombra en un asalto que hicieron en una base de investigación de AllNess en Wichita, Kansas. Fue un entrar y salir, y consiguieron reunir más bien pocos suministros, incluyendo el fusil. Solo entraron por la curiosidad de Aurora, la hija demente de Sombra, y casi le cuesta la vida a Logan. Fue lo único útil que sacaron de aquel edificio, junto a diez cargadores para el arma. La tuvo un tiempo Sombra, pero perdió el interés rápidamente en ella, y se la dio a Logan una semana antes de que lo perdieran en Little Rock, cuando unos cuantos No Muertos les rodeaban en un supermercado a las afueras de la ciudad. El arma era una copia mejorada de la M40 convencional, que tenía equipada un detector de calor y un visor de inflarrojos además de varias modalidades de disparo. Podía disparar balas eléctricas, balas que quemaban al instante el punto de impacto, balas que estallaban en el cuerpo de la víctima a los cuantos segundos del disparo y la bala convencional, todo ello con la misma célula de plasma, que mutaba cada vez que cambiaba de modalidad de disparo. Logan opinaba que era una arma espléndida, y agradecía que Sombra se la regalase tiempo atrás. Después de preparar su arma para el asalto, intentó dormir un poco. Se levantó a primera hora de la mañana, y guió a Mina y a Dom hasta la muralla que protegía el bastión, mientras relataba el camino a recorrer. Cuando partieron, reunió a toda la
tropa en el centro del bastión. El equipo que se encargaría de atacar el bastión de Cheyenne se componía de treinta hombres, armados hasta las orejas, y expertos en recorrer el Yermo entre los No Muertos. Justo cuando pasaron diez minutos desde que partieron Mina y Dom, todo el equipo en pleno salió siguiendo su estela. Primero esperarían escondidos en un almacén de suministros que poseían en las afueras de Cheyenne, y cuando el indicador de posición de Dom les diese la señal, partirían hasta donde se encontrase. Más o menos Logan sabía donde se encontraban estos salvajes, pero no quería correr riesgos. Eliminaría a todos los cabrones de ese bastión, con el menor número de bajas posible, y se apoderaría de sus suministros, además de abrir la veta de suministros en todo Cheyenne y sus alrededores. Hoy sería un día de éxitos para Logan, de eso no cabía duda. Esperaron pacientemente en aquel almacén vacío durante media hora, sin decir ni una palabra. El silencio era primordial cuando se adentraba uno en el yermo, si se quería sobrevivir. Solo un ruido intermitente del aparato que indicaba la situación de Dom rompió la calma. Era la señal que esperaba Logan. –Bien, chicos, es la hora. –Logan miró el GPS que le indicaba la posición de Dom. Sonrió. –Conduciremos hasta la mitad del puente que lleva hasta Central Ave. Desde allí iremos a pie. Todos siguieron a Logan, obedientes. Montaron en los Jeeps, vigilando todo su entorno, por si aparecían No Muertos. Ese lugar ya lo limpiaron anteriormente varias veces, y era más o menos seguro. Desde su última limpieza solo aparecieron unas decenas, y no tuvieron que usar sus armas de fuego. Logan lo agradeció en silencio, porque un tiro se podía oír a kilómetros de distancia, y no querían alertar a sus enemigos antes de tiempo, y mucho menos a los No Muertos. Condujeron por las calles desiertas de Cheyenne, esquivando algún que otro No Muerto, hasta que llegaron al puente que les llevaría hasta la posición de Dom. El puente presentaba un buen estado, todo lo contrario a lo que solía verse por todo el yermo, donde casi todas las estructuras de este tipo estaban semiderruidas o completamente hechas polvo. Aparcaron en medio del puente, dejando paso para que Dom y Mina huyesen cuando los liberaran, y fueron a paso ligero hasta la primera muralla del bastión. Anteriormente estuvieron varias veces frente a ella, pero nunca cruzaron más allá. Según el indicador de posición de Dom se encontraba situado en una catedral a unas dos manzanas desde la muralla siguiendo recto esa calle. Como predijo Logan, los que la custodiaban estarían debatiendo quién violaría primero a Mina, porque no se encontraban allí para recibirlos. Eran bandidos, y leer sus mentes criminales era fácil para Logan. Él y Sombra trataron a diario con muchos de ellos, y conocía muy bien cómo actuaban. Escalaron la muralla rápidamente y en silencio. Fue muy fácil, más fácil de lo que predijo Logan en su mente. Lo más lógico es que algún guardia se apostase por dentro de la muralla, o algún vigía dentro de los muros, pero no fue así. Recorrieron el camino
hasta la catedral agachados y en silencio, y antes de entrar Logan volvió a dirigirse a ellos. –Bien, chicos, la primera parte del plan la hemos logrado pasar sin ningún incidente. Ahora quiero que nos dividamos en tres grupos, y que os apostéis en alguna ventana del tercer piso de los edificios que os parezcan que guardan las tropas de estos cabrones. Cuando os situéis en posición, pulsad vuestros indicadores, y en el momento que pulse el mío, comenzamos el ataque. –Señor, ¿Vamos a capturar a alguien? –No. –dijo Logan en tono serio. –No quiero supervivientes. Sus soldados tardaron cinco minutos en pulsar sus indicadores, y cuando los dos equipos lo hicieron, Logan pulsó el suyo y un cohete lanzado desde una de las ventanas del edificio a su izquierda derribó la puerta de la catedral. Dentro había varios soldados, que abatieron sin problemas. Les pillaron de sorpresa, y no tuvieron tiempo de reaccionar. Uno de ellos estaba tirado en el suelo, agonizante, y Logan se acercó para rematarlo. –Seréis cabrones... Hemos hecho lo indecible para echaros de aquí, para poder tener los suministros de Cheyenne para nosotros...¿Porqué no os habéis ido...? –Porque los suministros no son vuestros, saco de mierda con patas. –sentenció Logan. Logan dijo la verdad. Y le daba lástima no haber llegado a un acuerdo con ellos, pero ya era demasiado tarde. Lo que les propusieron los hombres de Logan a los habitantes del bastión de Cheyenne era que partiesen hacia el oeste y les dejasen la ciudad para ellos. Éstos, al no aceptar la orden, se fortificaron y se defendieron de todo intruso, por si acaso los hombres de Logan se les ocurría atacarlos, y empezó un tira y afloja para ver quién se quedaba en la ciudad. Logan solo estuvo esperando su oportunidad de decantar la balanza a su favor. –Mira, chico. Os hemos dado la oportunidad de iros libremente, hasta os hemos ofrecido ayudaros a construir un bastión en otra ciudad para poder sobrevivir los dos grupos sin interferir en los suministros disponibles. Y vosotros rechazasteis nuestra propuesta. Ahora sabréis lo que les pasa a los que nos escupen en la cara. –¿Qué nos vais a hacer...? ¡¿Qué quieren que hagamos, joder...?! –dijo el hombre a la desesperada. –Ahora solo hay una cosa que podéis hacer. Morir. –dijo simplemente Logan, asestando un tiro en la cabeza al hombre moribundo. –Señor, hemos encontrado a Dom en una de las salas de este edificio. –Bien, libéralo. –dijo Logan, impaciente. Dom apareció ante él, algo magullado, pero en buen estado. –Gracias, Logan. Estaban a punto de matarme. –Si, estos salvajes no tienen límite. –dijo Logan, yendo hacia Dom. Le dio un paquete con su paga, que Dom se guardó en la chaqueta. –Te sugiero que vayas hacia donde tienen a Mina, porque puede que estén a punto de violarla.
–Si, tienes razón. –dijo Dom, cogiendo una de las armas de los soldados que abatieron dentro de la catedral. –¿Queréis que os ayude una vez que haya liberado a Mina? –No, gracias. Ya nos ocupamos nosotros. Es hora de que prosigas tu camino hacia Phantom City. Si sigues la ruta que te he indicado en tu mapa, no tendrás ningún problema en llegar antes de que anochezca. Por cierto, no te sorprendas si ves algo macabro mientras vas a rescatar a Mina, mis hombres tienen mucho rencor guardado hacia los habitantes de este bastión. –No será nada que no haya visto antes, te lo garantizo. –dijo Dom mientras salía a la calle. Pasaron unos segundos de silencio después de que se fuera. –¡¿A qué estáis esperando?! ¡Id a matar algo, joder, y cuando este sitio esté limpio como el culo de un bebé, venid a verme! Todos, incluido Logan, salieron a la calle. Logan se quedó en las puertas de la catedral observando cómo sus soldados exterminaban hasta el último ser vivo del lugar. Se oían disparos, gritos, y alguna que otra explosión. En media hora, los gritos fueron cesando, y los disparos también. Justo casi al terminar de limpiar el lugar, salió de un edificio una mujer semidesnuda, con sangre entre los muslos, y llorando. Logan sabía de sobra que sus hombres la violaron, ignorando las reglas de su grupo. Logan estableció cuando se hizo con el control del bastión que todo aquel que cometiese agravios contra otro ser humano tales como violación o amputación de alguna parte del cuerpo serían penados con la muerte o la expulsión del bastión. Tres hombres corrían detrás de ella. Logan fue hacia ellos con la cara contorsionada por la rabia, y se puso delante de la chica. La chica, instintivamente, se agarró a una pierna de Logan, sollozando. Le llenó el pantalón de lágrimas. –¿Vosotros la habéis violado? dijo Logan en tono serio. –Solo Denz, señor. –Dijo uno de ellos. –Yo todavía no la he tocado. –Pero tenías pensado hacerlo. –Dijo Logan en tono amenazador. Los tres se fueron mirando, esperando a ver quién desenfundaba el arma primero. En una fracción de segundo, Logan sacó su revólver y voló la cabeza a Denz, que fue el único que intentó sacar su arma. Empapó de sangre y trozos de cerebelo a sus dos compañeros. –En nuestro bastión castigamos la violación con la pena de muerte, eso ya lo sabíais. –al oír el disparo muchos hombres de los suyos les rodearon, mientras llegaban de terminar su macabro trabajo. –Custodiad a estos dos indeseables a nuestros dominios. Se les ajusticiará por lo que tenían pensado hacer, y luego me pensaré si los expulso de nuestro bastión o no. Y también llevaos a la mujer, que la curen y la limpien. Ahora es uno de los nuestros. Los dejó a todos allí, cumpliendo sus órdenes. Logan fue directo hacia su lugarteniente, para preguntarle cómo transcurrió toda la operación. –Roco, informe de la situación. –Hemos eliminado a toda persona viva dentro de estas murallas, y registrado cada
palmo del lugar. –¿Qué habéis encontrado? –Bastante munición, pero pocas armas. Tendremos que comprarle armas a Phantom City, si queremos que todos y cada uno de los habitantes de Seaven tengan una. –¿Cuanta comida se ha requisado? –Unas diez toneladas de comida enlatada, y otras tantas de productos no perecederos. Este invierno no creo que pasemos hambre, señor. –Esas son excelentes noticias, Roco. Hemos tenido que asesinar a todo el mundo de este bastión, pero ha merecido la pena. Sí... Ha merecido la pena.
DOM Solo faltaban unos minutos para que se divisase Phantom City en el horizonte, y desde que partieron de Cheyenne no cruzaron entre los dos casi ninguna palabra. Dom sabía que Mina, gracias a los sucesos que ocurrieron en Cheyenne, le guardaría rencor por un tiempo, pero era algo frente a lo que no podía hacer nada. Habían cruzado Cheyenne sin sufrir daño alguno, y además llevaba una fortuna en el bolsillo para poder empezar en el bastión. Por todo el camino desde La Roca se propuso firmemente dejar el juego, y así evitar los problemas que le trajo desde mucho tiempo su vicio. Así, con los veinticinco mil créditos que ganó se compraría una casa en Phantom City, y saldría a buscar suministros para luego poder venderlos a buen precio en el mercado de Phantom City. –No dices nada, Mina. –le reprochó Dom. –No es justo que me culpes de lo ocurrido. –Sí, si es justo cuando podíamos habernos evitado ese mal trago. Pero claro, como tú no ibas a ser violado, ¿Qué mas te da lo que me pase a mí? ¡Solo unos segundos faltaron para que uno de ellos me penetrase! –dijo Mina, muy alterada. –Pero no llegó a hacerlo. Salimos indemnes de allí, joder, deja de martirizarme tanto. Mira, lleguemos a un trato. Si te doy algo de dinero, ¿Dejarás de echarme en cara lo que ha pasado? –Y ahora quieres sobornarme con un poco de pasta, como si fuese una puta. No me lo puedo creer. –le espetó. –No, yo... –Dom se había puesto colorado. –Cuando llegues a Phantom City yo habré cumplido mi promesa a Tomm, y te dejaré a tu suerte allí, donde te las tendrás que arreglar sola. Creo que no tienes nada, aparte de lo que llevas encima. –Sí, estás en lo cierto. –dijo Mina, a regañadientes. Al cabo de un rato, preguntó a Dom. –¿Y cuanto dinero me darías? –dijo, en tono más amable. Dom ya la tenía en sus redes. Sonrió. –Cinco mil créditos, lo suficiente para poder empezar. ¿Te vale con eso? –Si, claro, pero... ¿Cómo has conseguido ese dinero? Digo, recuerdo que Tomm me dijo que estabas más pelado que el culo de un mono. –Es el pago que recibí por traerte aquí. –mintió. –O mejor dicho, parte de él. Puedo compartirlo contigo, si quieres. –Está bien, Dom. Cuando lleguemos a Phanton City me das el dinero y olvidaré lo que ha pasado. –De acuerdo. También he pensado que cuando necesitemos dinero podríamos hacer alguna incursión que otra los dos juntos. Nos repartiríamos lo ganado al cincuenta por ciento. –le propuso Dom. –¿Y de qué te serviría yo? Solo he hecho que estorbarte en todo el camino. –dijo Mina, cabizbaja. –Te entrenaré en estos meses para que seas una auténtica superviviente del yermo. No te preocupes de nada, nos irá muy bien. Nada más llegar a los primeros edificios de la ciudad de Casper, Dom salió de la 25 y se incorporó en una carretera secundaria y empezaron a cruzar carreteras rodeadas de
fábricas y naves industriales. Pasaron unos minutos mientras se acercaban a Phantom City, y Dom, como Mina, notó la ausencia total de No Muertos, en su vista y en la del merodeador, que oteaba el camino por delante. –Dom, ¿Cómo es que no hay ningún No Muerto? Casper es una ciudad grandísima, ¿No? –No hay casi No Muertos por una sencilla razón. Casper fue una de las pocas ciudades de Estados Unidos que consiguió evacuarse de manera ordenada, sin accidentes ni aglomeraciones masivas. No quedó después de la evacuación ni el quince por ciento de la población total de la ciudad, por eso es un buen sitio para establecer un bastión. Los pocos No Muertos que aparecen cerca del bastión, que está situado a las afueras de la ciudad, los eliminan con facilidad, gracias a todos los suministros que poseen. Todos los suministros disponibles en la ciudad se encuentran almacenados allí. –Vaya, por lo que me estás diciendo, es un bastión mejor que La Roca. –La Roca es grande, y quizás está mejor defendido, pero son muchas más bocas que alimentar, y no tienen ya tanto acceso a suministros como lo tenían antes. Ya han limpiado los alrededores de las principales ciudades que hay cerca de sus dominios, y adentrase más de lo que se han adentrado en las grandes ciudades es un suicidio. – dijo Dom, zanjando la conversación.- Ya casi hemos llegado. Phantom City se situaba en el centro de una zona residencial, llena de casas casi idénticas en aspecto. Estaba protegido por dos muros de hormigón de cuatro metros de alto, mas un alambrado exterior provisto de corriente eléctrica, para freía a todos los No Muertos que se presentasen a las puertas del bastión. El edificio al que le llevó Dom parecía que en otros tiempos fue un instituto, reformado para ser el centro político y militar del bastión. Los terrenos que rodeaban el edificio estaban repletos de campos de entrenamiento, y en esos momentos muchos hombres y mujeres se encontraban en ellos, puliendo sus habilidades de combate y supervivencia. Desde que entraron dentro de los límites de las murallas, nadie les dio el alto ni hizo ademán de intentar saber quiénes eran, y Mina le miraba extrañada. Dom sabía que conocían su coche, y que más tarde les pararían para comprobar si estaban infectados. Un mero trámite, por supuesto, dado que Dom era quien era. Cuando llegó a las puertas del edificio, aparcó el coche y salieron al exterior. Una pequeña brisa acompañaba de hojas marrones le azotó el rostro, y Dom se tapó los ojos para protegerse del viento. El soldado que custodiaba la puerta fue hacia ellos, con un aparato parecido a un alcoholímetro. –Hola, Dom, cuanto tiempo. –el soldado le tendió la mano. –Sí, mucho tiempo. Más de la cuenta. Pero ya se sabe, más tarde que nunca. –Dom, si te vas a quedar un tiempo, espero que nos acompañes en alguna incursión. –Lo haré. Pero no te preocupes, vengo a quedarme. –Dom le cogió el aparato y sopló. En unos segundos apareció una luz verde, y se lo pasó a Mina. –Te presento a Mina, una amiga que me he traído de La Roca. Mina, éste es Edward. –Mina le dio la mano, y después le devolvió el aparato, que dio otra luz verde después de que soplara Mina.
–Tengo una idea. ¿Qué tal si le enseñas todo esto a Mina mientras yo voy a hablar con Lysa? –Para mí sería un placer. Mina, si me acompañas. –la invitó Edward. Mina accedió encantada, pues Edward era muy atractivo. –Por supuesto. Hasta luego, Dom, y gracias por traerme viva. –le dijo Mina. –De nada, Mina. Para mí ha sido un honor traerte sana y salva a este bastión. Mina le sonrió y se fue agarrada del brazo derecho de Edward. Dom entró en el edificio, y fue directo a la recepción, donde pediría audiencia con Lysa, la líder del bastión de Phantom City, o al menos la persona que creía Dom que estaría al mando. Cuando creó Phantom City, hace un año, dejó a Lysa para supervisar la justicia, la ley y el orden dentro del bastión, y así garantizar su supervivencia. Cuando llegó al frente de la recepción, una secretaria le atendió con una sonrisa. –¿Qué desea? –la secretaria no la conocía, ni siquiera de vista, y Dom se imaginó que la población de Phantom City creció en este último año, al ser uno de los lugares más seguros en cientos de kilómetros a la redonda. –Buenos días, quiero hablar con Lysa McSullivan. Dígale que Dominic O´Hara ha llegado sano y salvo desde La Roca. –¿En serio es usted? –los ojos de la secretaria se abrieron como platos. –He leído mil veces su guía, y es impresionante. Gracias a ella nuestros soldados sobreviven mejor en el yermo. Espere, ahora contacto con Lysa para ver si puede reunirse con usted. – Mientras la secretaria llamaba por un interlocutor a Lysa Dom se entretuvo observando un mapa de carreteras que había encima de la mesa. En él estaban pintadas las carreteras que los exploradores de Phanton City tenían recorridas, y señaladas las que estaban intransitables, así como los lugares que ya habían saqueado. Tenían pintados todas las carreteras por todos sus alrededores menos hacia el sur, donde se encontraba Cheyenne, y más abajo, Denver. Habían llegado hasta Rapid City, que estaba a unas trescientas millas. Una auténtica proeza, dada la situación. Dom esperaba que no andasen escasos de suministros. –Lysa le espera en la sala de reuniones, Dom. Si quiere mando a un encargado que le acompañe, para que no se pierda. –No, no se preocupe. ¿Es la misma sala que se usaba cuando yo vivía aquí? –Si, o eso creo. –dijo la secretaria, dubitativa. –Suba por las escaleras, y la segunda puerta a la izquierda. –Es la misma de la que yo hablo. Gracias. –dijo Dom, dejando a la secretaria en la recepción. La sala se situaba cerca de donde se encontraba, y no tardó ni un minuto en estar frente a ella. Cuando entró, Lysa no se encontraba sola. La acompañaban al menos otras cuatro personas sentadas alrededor de una mesa grande de reuniones, donde al parecer, todos estaban esperándolo. –Dom, bienvenido otra vez a Phantom City. –dijo Lysa, con una sonrisa. Era de mediana estatura, pelo corto y rubio, junto a unos ojos azules eléctricos. –Caballeros, Dom ya ha llegado, y podemos empezar esta reunión de emergencia. –¿Me estabais esperando? –dijo Dom, sorprendido. –Claro. Uno de nuestros oteadores vio tu coche pasar por Dirkglass, y nos avisó de tu
llegada. Es una suerte que hayas venido, dadas las circunstancias. –¿De qué circunstancias estás hablando? –dijo Dom, en tono aburrido. Sabía que esta iba a ser una reunión bastante monótona, unida de mucho parloteo inútil. –Lo primero es lo primero. ¿Qué noticias nos traes de La Roca? –¿Qué quieres saber? –Vamos, Dom, colabora un poco. –dijo Lysa, algo irritada. –Quiero saber de cuántos suministros disponen, a quién van a apoyar, si hay riesgo de revueltas... Todas esas cosas tan interesantes y que a ti, por lo general, te importan una mierda. –A ver cómo empiezo... –Dom intentó zanjar el asunto con la mayor brevedad posible. –Este invierno van a pasar hambre muchos, porque son tantos que ni las innumerables incursiones que hacen a la semana pueden dar de comer a tanta gente, y las cosechas que tienen alrededor de esa mole de cemento no darán sustento a todos los que viven allí. Creo que apoyarán a la UBAN, teniendo en cuenta que con el ataque de Nuevo Pittsburgh a Puerto Libre han empezado a hacerse con el control de toda NorteAmérica, y si hay riesgo de revueltas, solo te puedo decir que puede que sí, o puede que no. Todo depende de lo que haga la UBAN con respecto a La Roca. –Bueno, no nos has contado nada que no sepamos ya... Caballeros, estos datos solo confirman nuestra teoría. La Roca está en un punto medio que la hace vulnerable, y va siendo hora de elegir un bando. Trípode o AllNess. Dom, hemos decidido unirnos al Trípode. ¿Qué opinas? –Que estáis locos. Puerto Libre, uno de los mayores bastiones del Trípode en NorteAmérica ha caído ante AllNess, y he oído que Sombra ha estado conquistando todos sus bastiones de la costa este. No es el mejor momento de unirse al Trípode, la verdad. –Oh, es el mejor momento, ya lo verás. ¿Sabes cuál es el mayor bastión del Trípode en NorteAmérica? –Eh... no. –dijo Dom, tras pensarlo un rato. No conocía tantos datos del Trípode, y nunca pudo hacer un baremo exacto sobre qué bastiones eran los más grandes y cuales más pequeños. Dom sabía que aún existían muchísimos bastiones de los que desconocía su existencia. –El bastión de Anchorage, o mejor dicho, la ciudad de Anchorage, en Alaska. Todo ese estado ha sobrevivido al Apocalipsis realmente bien, casi sin ninguna baja. Y apoyan al Trípode, por lo que disponen de más de setecientas mil personas, mas toda la población que llegó allí para salvarse del apocalipsis. En el último censo de población se habla de casi millón y medio de personas. –¿Cómo sabéis eso? Hasta en La Roca desconocen de la supervivencia de Alaska. –Hace un mes vino un enviado de Anchorage, y nos contó cómo habían sobrevivido gracias al Trípode. Dentro de un tiempo, cuando llegue el momento, invadiremos La Roca, junto a las fuerzas de Anchorage. La pregunta más importante que voy a hacerte es: ¿Estás con nosotros o contra nosotros? –la respuesta era obvia para Dom. –Con vosotros, por supuesto. –dijo, con una sonrisa.
CICLÓN –¿Cuándo vamos a llegar, papi? Estoy harta de estar sentada en este puto aparato. – dijo Aurora, irritada. Los tres cogieron un helicóptero en Altoonage, y llevaban encima tres horas de vuelo hacia Nuevo Pittsburg. Lluvia les convocó de manera urgente, sin opción de rebatir la orden, y cesaron por el momento su conquista de bastiones del Trípode. En el mes y medio que transcurrió desde la última orden de Tormenta, anexionaron casi todos los bastiones que rodeaban Puerto Libre a la UBAN sin casi ningún problema, y Sombra estaba satisfecho de su trabajo. –Ya casi hemos llegado. No seas tan pesada, me estás cansando. Ciclón, ¿Te encuentras mejor? –Si, solo fue un golpe de calor, o algo así. No te preocupes. –Claro que me preocupo. Nadie sangra por la nariz así como así. En su última conquista, el bastión de Harrisburg, Brian empezó de manera inexplicable a sangrar por la nariz de forma incontrolada, y casi se desmayó. La hemorragia paró tal como había empezado, y Sombra creía que era uno de los efectos secundarios del antídoto SuperHumano que Aurora le dio junto a su sangre. Desde Nuevo Pittsburg intentarían contactar con Joseph, que en estos momentos estaba en España, para ver si él intentaba averiguar qué le pasaba a Brian, y cómo curarlo. Brian creía que solo fue algo momentáneo y no había que preocuparse mucho por ello. –Sombra, no te preocupes. No me ha vuelto a pasar desde entonces, y no creo que me pase nada. Si no he muerto ya gracias a la sangre de Aurora, no creo que vaya a pasar ahora. –Eso no lo sabes. –dijo Sombra, muy serio. –Casi hemos llegado al bastión de Nuevo Pittsburg. –anunció una voz en la cabina de pasajeros del helicóptero. El helicóptero descendió poco a poco hasta uno de los rascacielos del centro de Nuevo Pittsburgh, mientras Aurora canturreaba una canción. Brian se removió en su asiento, inquieto. Ni él ni Sombra sabían qué quería Lluvia, después de llevar dos meses conquistando terrenos para la UBAN. Cuando recibieron la llamada de Lluvia se encontraban en Harrisburgh, asentando un nuevo gobierno del bastión, ya que el anterior se les rebeló y tuvieron que eliminarlos por la fuerza. Eso le ponía a Sombra furioso, que alguien le diese órdenes como si fuese un simple soldado. Sombra, desde que empezó el Apocalipsis fue totalmente por libre, sin nadie que le controlase. El estar encadenado a las órdenes de otro Sheriff no le gustaba en absoluto. A Brian le daba igual, mientras los mantuviese ocupados y no anclados en cualquier sitio mientras la locura de Sombra le quebrase la mente. Cuando el helicóptero aterrizó por completo, los tres salieron de un salto. Entraron en el ascensor de la azotea y recorrieron las entrañas del edificio hasta llegar a Lluvia, que se alojaba en el edificio central del bastión. Cuando llegaron a su morada, estaba sentada en su trono, y se entretenía viendo hacer idioteces a un hombre vestido de bufón. Ella reía mientras el
hombre hacía trucos de magia baratos, y a Sombra se le llenaron los ojos de rabia. –Así que a esto es a lo que te dedicas mientras nosotros hacemos el trabajo sucio. Me parece de puta madre. –dijo, mientras escupía un gargajo lleno de mocos a los pies del bufón. Éste le echó una mirada asesina, y Sombra puso la mano en el pomo de su katana. –¡Vamos, inténtalo si te atreves, cucaracha!- el hombre, el ver quién era, bajó la mirada y se fue aprisa de allí. –Me lo suponía. –¡Sombra! –dijo Lluvia, riendo. Se despidió del bufón con un ademán de la mano, e indicó a Sombra que fuese hacia él con otro ademán con la mano, como si fuese un perro. Brian notó que la furia de Sombra aumentaba por momentos. –Joder, esperaba un “te he echado de menos” o “qué alegría de volver a verte”. – comentó Sombra mientras los tres iban hacia Lluvia. –Ni te he echado de menos, ni siento alegría en volver a verte. –le espetó Lluvia. – Ahora escucha, tienes nuevas órdenes que cumplir. –Tú no me das órdenes, zorra. Estoy harto de que me trates como a un perro, y como sigas por ese camino te voy a hacer picadillo con mi katana. –Venga, Sombra, amigo mío, no te pongas así. –dijo Lluvia, con voz melosa. –Te puedo dar órdenes por la simple razón de ser la nueva líder de la UBAN, por orden de Elliot. –¿Qué? –Si, Elliot me ha nombrado la líder de la UBAN a efecto inmediato, para consolidar un gobierno estable en todo el territorio. Gracias a la conquista de Puerto Libre, claro. –Esa conquista fue mía, que no se te olvide. Yo merezco el liderar a la UBAN. –¿Y lo aceptarías? ¿Te quedarías aquí días y días gobernando sin poder matar nada? Ambos sabemos que no puedes hacer eso, Sombra. Eres un errante, dada tu demencia, y no podrías gobernar de manera correcta sin dejar tu demencia a un lado. –Si, tienes razón. –dijo Sombra, a regañadientes. Brian estaba ausente, y en ese momento Lluvia lo miró a los ojos. –¡Vaya, si sigues vivo!... eh...¿Cómo te llamabas? –Ciclón. –Oh, y le has dado nombre de Sheriff! Qué enternecedor... Veo que te gusta impregnar a todos los que encuentras por el camino con nuestra condición de SuperHumano, Sombra. No sé si Elliot aprobaría esa conducta. –Me importa un mojón de perro lo que apruebe o no Elliot. Además, no es como nosotros, Luvia. No le afecta ninguna demencia. –¿Y cómo puede ser eso? A Aurora sí que le afectó, además con mayor grado. – Lluvia se removió inquieta en su asiento. Estaba intrigada por este hallazgo, Brian lo notaba. –Fue Aurora quien le dio su sangre, no yo. Sospecho que la sangre de Aurora actuó como filtro del antídoto, y así la demencia no le afecta. No se me ocurre ninguna otra teoría con respecto a esto. –Ya le hablaré a Joseph sobre este hallazgo cuando vuelva a contactar con él. Luego dame una muestra de tu sangre, Ciclón, para comprobar que no corres peligro. –Le dijo Lluvia, mirándolo a los ojos. Brian no apartó la mirada hasta que lo hizo Lluvia. Bueno, ¿Vas a darnos esas putas órdenes o qué? –dijo Sombra. Aún estaba cabreado
por el ascenso de Lluvia al frente de la UBAN. –Vuestras órdenes son las siguientes. Tenéis que viajar hasta Waco, en Texas. Han aceptado rendirse ante la UBAN, y quiero que vayáis para confirmarlo, en persona. Su palabra no es suficiente para mí, quiero que sepan que no aceptamos espías del Trípode entre nosotros. Solo tu presencia les dará el empujón que necesitan para que no intenten revelarse bajo ninguna circunstancia. Ya sabes, cuando llegues allí enseña los dientes para que entiendan lo que les puede pasar si vuelven a cambiar de chaqueta. Ah, y si es posible no mates a nadie. Es posible que muchos de ellos te escupan a la cara. Por lo que tengo entendido, eran unos seguidores muy acérrimos del Trípode. –Si alguien me escupe a la cara o me mira mal, lo mato. –Bueno, es un riesgo que estoy dispuesta a asumir. –sentenció Lluvia. –Supongo que viajarás en tu Ataúd. –Supones bien. No pienso dejarlo atrás de nuevo, y sé que quieres quedarte con él. No te voy a dar ese capricho. –Eres malo, Sombra. Es un vehículo excelente, el Ataúd, eso sí que te lo admito. –Mejor que la chatarra que tienes aquí, eso te lo garantizo. –Sombra salió como una exhalación de la sala, con Brian y Aurora siguiéndolo. Sombra esprintaba directo y muy rápido hacia sus alojamientos, en un rascacielos cercano, no muy diferente al que Lluvia usaba como su baluarte. Tenía grandes cristaleras decorando sus cuatro fachadas, un gran tejado decorando su azotea y un pararrayos gigante que lo coronaba. Allí Lluvia les cedió a los tres un apartamento bastante cómodo, con tres habitaciones, cocina, baño y un salón bastante amplio. Además, era el edificio que se usaba como mercado, donde se vendían todo tipo de productos, tanto del viejo mundo como del nuevo. Nada más pasar por parte del mercado, Aurora brincó muy contenta. –¡Papi, quiero una piruleta! Llevo sin comer ningún dulce desde hace varios días, y estoy hasta los cojones. Quiero comerme una buena piruleta. ¡Vamos, venga...! –dijo Aurora, tironeando de la gabardina de Sombra. Éste se dio la vuelta y la levantó la mano. –No, nos vamos al apartamento, tengo que meditar sobre las órdenes de Tormenta. –Pero papi, quiero una piruleta... –protestó Aurora. Sabía que Sombra no se lo tomaría bien. La rabia que sentía se notaba a distancia. –¿Quieres ver como te atizo? –contestó Sombra, levantando la mano de nuevo. Aurora miró con nostalgia el mercado, donde seguro que había algún puesto donde vendieran una preciada piruleta, y siguió a Sombra y a Brian refunfuñando. Cuando llegaron al apartamento, Sombra fue hasta su habitación, y los múltiples golpes y cristales rotos le indicaron a Brian que estaba haciendo pedazos todo el mobiliario de la habitación. Aurora se dirigió hacia Brian. –Ciclón, calculo que tenemos una hora hasta que papi se calme. Llévame al mercado, porfi.
–Aurora, no creo que debamos dejar a Sombra aquí solo. Si requiere mi presencia, se enojará al saber que me he ido contigo por ahí a holgazanear. –dijo Brian con voz firme, sabiendo que no le iba a hacer el menor caso. –Papi puede cuidarse solo, y no te va a regañar, hombre... ¡Vamos, necesito una piruleta! No me seas capullo. –dijo en un tono de enfado. Brian temió que Aurora también se volviese agresiva como Sombra, y cedió. –Mira, más te vale que lleves dinero, porque yo no tengo para comprarte a ti piruletas. –Brian salió junto a Aurora del apartamento, para dirigirse al mercado. –No seas rata, coño, que sé que papi te dio mucho dinero cuando estuvimos en La Roca. No le negarás una piruleta a una niña, ¿Verdad? –Tú ya no eres una niña. –sentenció Brian. –Y tú no tienes la cartera vacía. –sentenció Aurora. –Los dos somos unos mentirosos. –sonrió. El mercado estaba abarrotado de gente, comprando y vendiendo. Por lo que Brian pudo observar, se vendía de todo. Desde instrumental de oficina, comida y medicinas, hasta armas, libros del viejo mundo y elementos electrónicos. Aurora paró enfrente de un tenderete donde vendían juguetes del viejo mundo y golosinas, mirando hacia ellas con hambre. –¡Hola, señor! Le puedo ofrecer unos juguetes hermosos del antiguo mundo a buen precio para su hermana. –cuando miró a la niña y vio su atuendo, supo que era Aurora, la hija de Sombra. Su rostro palideció. –Métete por el culo tus mierdas de juguetes, yo quiero una piruleta, la más grande que tengas. –La más grande que tengo pesa doscientos gramos. Mírala. –el comerciante sacó una gran piruleta redonda, de vivos colores, y a Aurora se le encendieron los ojos. La cogió sin siquiera preguntar el precio. –¿Cuanto es por la piruleta? –dijo Brian, sacando el monedero. En Nuevo Pittsburgh la moneda más común era el crédito de AllNess, pero también descubrió que se llevaba mucho el trueque, sobre todo entre comerciantes. –Setenta créditos. –dijo el hombre, sin inmutarse. Brian abrió los ojos. –¿Tanto por un trozo de caramelo? –El jarabe de glucosa escasea muchísimo en estos tiempos, y ahora aún más que ha llegado el invierno. Se han limitado las incursiones por el frío, y conseguir producto para vender es muy difícil, sobre todo si son productos comestibles. –En fin... –Brian pagó al comerciante setenta créditos y fue con Aurora a mirar más puestos, para ver si podía comprar algo para él. Mientras Aurora le daba chupetones y mordiscos a la piruleta, Brian se puso a hojear los diversos puestos que se encontraban en el mercado. Por lo que pudo observar, había de todo: comida en abundancia, instrumentos de todo tipo, y bastantes tiendas de armas. Brian paró justo en una tienda de armas de mano, donde había un montón de espadas, hachas y mazas. –¡Buenos días, buen señor! Tengo todo tipo de armas de mano para defenderse por el yermo, vea usted mismo que mi material es de mejor calidad que el que puede encontrar en otros puestos. –dijo el tendero con una sonrisa, mostrándole varias
espadas cortas. –Si, eso dicen todos. Lo que quiero es afilar mi katana. –dijo Brian, desenvainando la katana que le dio Sombra cuando se transformó en SuperHumano. –¡Vaya, es una Bunshin Heipkido original! No hay mejores katanas, por lo que sé. Se la compro por quinientos créditos. –¿Me la puedes afilar o no? –dijo Brian, molesto. Aurora ya había empezado a hacer pedazos la piruleta con los dientes. –Por supuesto, por quince créditos te la dejo como nueva. –dijo el tendero, algo apesumbrado. Brian esperó paciente sentado al lado del tenderete mientras le afilaban la katana. Quería que la katana cortase hasta el papel, sabiendo que en unos días se volvería a internar en el Yermo montado en El Ataúd. Quizás tendría que haber traído la katana de Sombra, para darle un repaso. Brian sospechaba que no la había afilado desde comienzos del apocalipsis, y supuso que necesitaba una limpieza. En diez minutos el tendero le devolvió la katana, bien afilada. Brian pagó los quince créditos que le costó la reparación y fue con Aurora al apartamento. Sombra seguía dentro de su habitación, y Brian se sentó en el sillón a leer un rato. –Oye, Ciclón, voy a darme una ducha. Si sale papi, no le digas adonde hemos ido, porque puede que se enfade. –dijo Aurora mientras caminaba hacia el baño. De la piruleta ya solo quedaba el palo, que tiró en una papelera del salón. Brian siguió leyendo, sin decir nada, hasta que un sonidito extraño le sacó de su lectura. No sabía de donde venía, y tuvo que buscar un rato por el salón hasta que encontró el disco duro de Sombra tirado al lado de la televisión. Miró a la pantalla, y una cara que no reconocía le devolvió la mirada. Al lado de la foto, vio un icono que rezaba “coger llamada”. Brian se quedó estupefacto. No sabía que los discos duros de los Sheriffs actuasen como teléfonos móviles. Brian cogió la llamada, y el hombre de la foto apareció en pantalla completa. Era un hombre de unos veinticinco años, de pelo negro y rizado, algo feo, y con el semblante muy serio. –Tú no eres Sombra. –afirmó aquel hombre. –¿Ah, no? –dijo Brian de forma retórica. –Debes ser Brian. –dijo aquel hombre. –Soy Tornado, otro Sheriff de AllNess. ¿Puede ponerse Sombra? –No, está relajándose un poco. Lluvia le ha puesto de mala hostia. –Típico de Lluvia. Bueno, da igual, tú dile que me llame en cuanto haya recuperado la cordura. ¿Qué tal llevas lo tuyo? Ya sabes... Tu nueva condición de SuperHumano. –Pues... –Brian se quedó sin palabras al saber que ese tal Tornado sabía de su problema. Al final hasta se iban a enterar los putos No Muertos. –Bien, solo he tosido sangre una vez, no creo que sea nada. –O puede ser todo. Mándame una muestra de sangre, por favor. –Brian se pinchó en un dedo, sin saber cómo iba a pasar su sangre a Joseph. –Ahora, presiona el dedo contra la pantalla. Ya está, lo tengo. Volveré a contactar dentro de unos días con
Sombra para comentarle qué descubro. Mientras tanto, dile que se ponga en contacto conmigo cuanto antes. –Vale. Por cierto, tú eres el Sheriff que está en España, ¿No? –Si, junto a Tormenta. –¿Y qué tal van las cosas por allí? –No mejor que en NorteAmérica. Hasta luego. –dijo Joseph, cortando la transmisión. La situación en NorteAmérica no transcurría por buen camino, al menos en lo que respecta al control de la UBAN frente a los otros bastiones, pero según lo que oía entre la gente, el acopio de suministros era cada vez menor y el invierno se encontraba a sus puertas, lo que suponía menos incursiones, y menos suministros de los que disponer. Mientras pensaba esto, volvieron las toses. Asustado, siguió tosiendo un rato, y cuando paró, tenía la mano llena de sangre, y la gabardina salpicada de pequeñas gotas. En ese momento Sombra salió de su cuarto, ya calmado. Brian se limpió rápidamente la sangre de la mano, e intentó quitarse las manchas de la gabardina, sin éxito. –Ciclón, ¿Estás bien? –dijo Sombra, muy serio. Había visto las manchas de sangre a la legua. –Si... estoy bien.