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Prohibido grafitear aquí
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Laura Yojana Salazar Suarez
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lsalazarsu@unal.edu.co Historia Jack Henríquez, docente
Se expresan a través del graffiti, aquellos mensajes que no es posible incluir en otros circuitos de comunicación, por incapacidad de poseer un medio.Umberto Eco (citado por Peñaloza, 2009, párr. 11)
Resumen
[Texto argumentativo] El arte callejero o grafiti se expresa de múltiples formas en los espacios bogotanos, las calles se transforman en galerías donde se exhibe este arte a las personas que transcurren la ciudad. No obstante, aunque el arte se encuentre en las calles y a simple vista, su manifestación se persigue y prohíbe. El arte callejero es rebelde por naturaleza, no entra en la lógica del consumo, tiene contenidos que no se transmiten en canales de comunicación tradicionales y a los artistas callejeros los criminalizan y custodian. Si bien existen políticas públicas que incentivan el muralismo, aún las leyes prohíben la manifestación del arte callejero en sus otras formas y se persigue esta forma de libre expresión.
Palabras Clave
Grafiti, Arte callejero, Arte, Persecución y prohibición.
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Las ciudades permiten que el arte esté más cerca de los espectadores. Las más famosas piezas de arte están expuestas en galerías y museos: el Museo del Louvre (París), la Galería Österreichische (Viena), la Capilla Sixtina (Ciudad del Vaticano) y otros lugares exclusivos para tan magnas piezas. Es un privilegio llegar a estas ciudades y aún más poder admirar de puntillas y a poca distancia aquellas obras de arte protegidas en vitrinas a prueba de luz, balas, humedad, tacto y personas. Piezas de arte exclusivas, exhibidas en lugares privilegiados. La ciudad permite que otras formas de arte se acerquen a los espectadores: deja de estar en cuartos privilegiados; no tiene vitrinas para trascender en el espacio-tiempo; no se protege de la luz, balas, humedad y tacto; está en lugares muy recorridos, a la vista de la mayor cantidad de personas y se reinventa a diario para los millones de transeúntes que la admiran. La ciudad se convierte en un museo de 1775 km2 al transformar las calles en lienzos para los artistas, donde la pieza principal es el grafiti. Las calles de Bogotá se han convertido en un atractivo turístico, los barrios, transformados en galerías, exhiben en fachadas colores, formas, frases y contenidos.
El grafiti en Bogotá se ha manifestado desde la década de los noventa, pero en los últimos 10 años ha inundado los muros y espacios de contenido, colores, formas y frases, ha hecho del arte una dinámica de expresión sin exclusividad y ha convertido en artista a aquel que plasma una idea o sentimiento en los espacios capitalinos. Sin embargo, existen posturas que aíslan esta expresión del arte: no perciben a la ciudad como museo, a los artistas los convierten en vándalos y prohíben su accionar. El arte callejero es, entonces, un arte perseguido. Se persigue su esencia rebelde, se censura la libre expresión, se cubre lo que gritan las paredes, se prohíbe intervenir espacios con arte callejero y se acalla a los artistas.
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Rebel-Arte
Comprender el mundo del grafiti es comprender también su esencia rebelde. Keshava, artista grafitero bogotano con 30 años de experiencia, caracteriza el grafiti como “efímero, nocturno, clandestino, contestatario, corto y eficaz” (2016, párr. 14). En el mismo sentido, Armando Silva, en su libro Imaginarios Urbanos, menciona que: “marginalidad, anonimato, espontaneidad, escenicidad, precariedad, velocidad y fugacidad” son condiciones propias para definir el arte callejero (2006, p.33). Además, un fragmento de la definición de grafiti hecha por Castro (2012), en Diagnóstico sobre Grafiti, añade que “es una subcultura con la que se pueden expresar emociones y mostrar de manera contundente su postura ante lo político, la autoridad impuesta, la publicidad, el medio ambiente de la ciudad y ante aquellos que quieren prevenirlo y borrarlo” (p. 25). Estas definiciones enmarcan, delimitan y caracterizan el arte callejero y, en conjunto, demuestran la rebeldía innata del grafiti. Las prácticas y técnicas propias de este arte la distinguen de otros tipos, especialmente al plasmarse en su mayoría en espacios urbanos y públicos.
De tal manera, el arte callejero es contracultural, sus dinámicas se oponen a las establecidas en la ciudad. Por tal motivo, el grafiti entra en controversia con las costumbres y valores que se viven en Bogotá. Generan controversia, por ejemplo, las técnicas utilizadas: murales y trazos en paredes de espacios públicos, lugares abandonados y de propiedad privada con pintura, aerosol o cualquier material que deje marca; carteles que se pegan en espacios muy visibles, con engrudo que les permite resistir al clima y tiempo; stickers o calcas pegadas en cuanto lugar se atraviese en el camino del artista, generalmente en lugares altos, como postes, semáforos y señales de tránsito, donde se dificulta despegarlos; y el esténcil que, con mensajes e imágenes, bombardean las calles y superficies bogotanas, creando marcas en todo el territorio. Estas prácticas precisan la rigurosidad del arte del grafiti, se realizan entre la espontaneidad y la planeación, en lugares transcurridos, en lugares visibles. Esta práctica ha Laura Yojana Salazar Suarez/ lsalazarsu @unal.edu.co
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generado molestias en la ciudadanía y más aún cuando se realiza sobre espacios de propiedad privada. Un fragmento del articulo Grafitis en Bogotá: ¿barbarie, arte o política? de Omar Rincón (2016), dice que:
Bogotá está llena de rayones y manchas que marcan frentes de casas y negocios, señales de tránsito, bases de puentes, pavimentos, ciclorrutas y mobiliario urbano. Y más que las imágenes que son soportables abundan las frases incoherentes y los tags. Y aunque se afirme que el tag es una firma que se convierte en un arte mediante el cual el autor se expresa al romper con el “buenondismo” social, la verdad es que han convertido a la ciudad en un basurero simbólico sin ton ni son. (pár. 12)
Calificar a la ciudad como basurero es la excusa perfecta para la desaprobación de este arte. Además de caracterizarse por no tener límites de expresión, se asocia su carácter rebelde con suciedad. Apropiarse de la calle es uno de los motivos de su persecución.
Publicidad vs arte callejero
En cada recorrido, los transeúntes pueden alimentar su mente con un sinfín de imágenes de arte callejero y publicidad. La ciudad de Bogotá tiene 8.380.801 posibles espectadores que la habitan3; por ello, los espacios citadinos son lugares perfectos para plasmar y comunicar ideas y mensajes con el fin de ser vistos:
La calle es un espacio ideal para dar a conocer algo. Le llega a mucha gente. Es la viralidad fuera de internet. Es incluso mejor que esta, pues mientras uno en la red tiene 5.000 “vistas” en varias horas o días, acá las tiene en dos minutos. (Toxicómano, 2016, párr. 10)
Por lo anterior, con el objetivo de impactar a los espectadores, el grafiti siempre está innovando y crea tendencias en tanto busca ser visto y perdurar en la memoria del público, sin intereses económicos que lo motiven.
La revista Dinero (2017) menciona que una persona recibe 3.000 impactos publicitarios al día en medios como radio, televisión, prensa, internet, en las calles y “hasta en el cielo”, pero solamente queda en nuestra mente el 12 % de ellos. Esto impulsa la aparición de campañas de publicidad y marketing más agresivas, que buscan
3. Datos de los indicadores demográficos en Bogotá por el DANE, 2020.
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“vender lo intangible”. Así pues, se crea una competencia por alcanzar ese 12% de recordación en las mentes de los espectadores. Cuando el grafiti interviene el espacio público, violenta la cotidianidad y logra captar la atención de las personas, que pueden generar opiniones, bien sea a favor o en contra, acerca de lo que ven. Esta atención es deseada por empresas y marcas que pagan fortunas en publicidad para que solamente su mensaje sea el que quede en la mente de los espectadores. Por ejemplo, Coca Cola gasta en promedio 4 mil millones de dólares cada año desde 2016 en publicidad a nivel global (Traders Studio, 2021), entre ellos el uso de publicidad en vayas y murales. De ahí que el grafiti se convierta en un rival de la publicidad, de forma intencional o no, por la atención de los espectadores. Y aunque convergen en público y espacios, la publicidad se distancia del grafiti en el objetivo: De este modo a lo que diametralmente se opone el grafiti es a la publicidad: mientras el primero busca un efecto social de fuerte carga ideológica o de cualquier modo transgresora de un orden establecido, la publicidad busca el consumo de lo anunciado y así su intención comunicativa es, antes que todo, funcional a un sistema social, político o económico. (Silva, 2015, p. 36)
El grafiti se caracteriza por no tener un objetivo comercial, por no tener como fin principal ser una herramienta de marketing de productos y servicios, por no estar dentro de la lógica del mercado. No obstante, las empresas han usado el grafiti como medio publicitario, han borrado su esencia para aprovechar sus llamativas técnicas para el consumo, como el uso de cartelismo para promocionar campañas políticas o eventos en la ciudad, murales publicitarios de marcas conocidas, esténcil de campañas en los suelos o sticker con datos de empresas. Aun así, el grafiti hace resistencia en momentos en que se agudiza la situación política y económica de la ciudad, las calles gritan diversas posturas en diversos estilos de este arte. Esto es muy visto durante las campañas gubernamentales o durante situaciones de protesta, como en el paro nacional declarado el 28 de abril de 2020, en el que el grafiti era un medio de expresión de las inconformidades del Laura Yojana Salazar Suarez/ lsalazarsu @unal.edu.co
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momento y posteriormente eran borrados (La W, 2021). Con lo anterior, se puede determinar que el grafiti es aceptado por entidades gubernamentales y autoridades cuando se respalda de grandes empresas y cumplen tal fin; en cambio, el arte callejero que mantiene su identidad sigue siendo condenado.
Artista callejero, sinónimo de vándalo
Incluso cuando los artistas intervienen espacios públicos o privados sin fin comercial, los medios de comunicación tradicional los exhiben como vándalos o bandidos. Los medios de comunicación han dibujado un imaginario erróneo en la sociedad sobre quiénes son los grafiteros, han estigmatizado a los artistas para justificar su persecución. Tal es el caso de Noticias Caracol, cuando mencionó en la trasmisión del 12 de septiembre de 2019, titulada “Vándalos hicieron grafitis en bus de Transmilenio, pero su plan no fue perfecto” lo siguiente: “Dos bandidos, que no les dio por más, sino por ponerse a grafitear, a pintar, a dañar los buses de Transmilenio” (0m05s). Lo anterior da a entender que grafitear, pintar y dañar son acciones equivalentes y no tienen sentido realizarlos, desdibujando el sentido político de esta acción.
Para seguir ejemplificando, el periódico El Tiempo (2016) en su titular “Los muros de Bogotá están indefensos ante los vándalos del aerosol”, menciona que: “Para evitar que los vándalos cogieran ventaja, durante toda la semana la Alcaldía ha salido con baldes de pintura para tapar los rayones” (pár. 4). Estos medios, omiten por completo el fin y contexto de este arte, proponen como solución cubrir dichas expresiones artísticas, conducen a la opinión pública a ver este arte como algo negativo y promueven la palabra ‘vándalo’ para referirse a los grafiteros. Según la RAE, vándalo significa: “una persona que comete acciones propias de gente salvaje y destructiva” (párr. 1), es decir, el artista callejero es salvaje y destructivo. El término salvaje hace referencia a alguien “falto de educación o ajeno a las normas sociales” (RAE, párr. 6) y destructivo hace referencia a “persona que reduce a pedazos o cenizas algo material, u ocasiona un grave daño” (RAE, párr. 1). En este sentido, se juzga al artista callejero como alguien que no se ajusta a las normas sociales, propio de la esencia rebelde del arte,
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pero además que hace pedazos los espacios que interviene. Esto último no ocurre, ya que usar pintura o pegar carteles y stickers no daña físicamente los lugares.
Lesivo (citado por Sánchez, 2016) comenta en una entrevista un punto importante frente a ello: Al final persiste ese prejuicio de que el grafiti causa un daño y un deterioro, pero es falso. Eso sucede si te estrellan un carro y derriba o daña la pared o te ponen una valla gigante de publicidad. Puede llegar a ser algo intrascendente. Es más desagradable para mí cuando cierran las obras y las llenan de carteles y publicidad durante 25 meses que dura la construcción de un edificio. Pero como las empresas constructoras tienen un patrimonio de miles de millones de pesos, a ellas no les dicen nada. (párr. 30)
Por lo tanto, decir que los artistas callejeros son vándalos es una falacia, que denigra la identidad de los artistas y justifica su persecución.
Contenido no televisado
El arte callejero siempre está mostrando una idea o mensaje, no son simples papeles con gráficos, rayones en las fachadas o murales sin contexto y significado. Al recorrer las calles de Bogotá se leen mensajes de amores de barrio, la disputa de territorios entre agrupaciones y barras, consignas de protesta o denuncia hacía el Gobierno y el sistema, tags (firmas o nombres) de artistas que caminan la ciudad, gráficos que retratan vidas, momentos históricos, fantasías o hechos del entorno en que se mueve el artista. Todo contenido es válido, por ello se convierte en un atractivo para expresar algunos mensajes que no se trasmiten en los medios de comunicación tradicionales.
Los espacios públicos son la mejor alternativa para expresar ideas que son censuradas, verdades que se prohíben decir, posturas que contradicen lo establecido y realidades que son ocultas. “El grafiti muestra dónde falla el sistema, muestra que la sociedad está llena de leyes injustas […]. Las ciudades como Bogotá son pintadas por todas partes porque es necesaria la oposición, fuerzas alternativas a la vida preLaura Yojana Salazar Suarez/ lsalazarsu @unal.edu.co
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concebida estatalmente” (Castro, 2012, p. 42). Salen a la luz mensajes anónimos que gritan injusticias y denuncian hechos silenciados por complicidad estatal. Por tal motivo, el arte callejero se vuelve un blanco de la autoridad, quienes velan por el orden de la ciudad y protegen lo dictado por el Gobierno.
Tal es el caso acontecido el pasado 18 de octubre de 2019, cuando artistas de diferentes agrupaciones sociales se unieron para crear un mural sobre una de las avenidas principales de Bogotá mostrando los resultados de los informes públicos a la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz). El objetivo del mural era denunciar a miembros del Ejército Nacional de estar involucrados en varios crímenes de Estado (Guerrero, 2019). Los artistas pintaban parte del mural cuando fueron interrumpidos por miembros de la Policía Nacional y el Ejército Nacional, quienes, para evitar que fuera terminado y estuviera a la vista de los transeúntes, inmediatamente cubrieron el muro con pintura blanca. Los datos personales de los artistas fueron tomados para posteriormente investigarlos y quitarles sus materiales. Las denuncias a través del muralismo fueron censuradas y los artistas perseguidos. Ana Renata, de Despierta Colectivo, comenta sobre la situación:
Se han pintado colectivamente. Mencionar a los involucrados va en contra de la naturaleza del ejercicio, pero también pone la seguridad y la vida de la gente en riesgo”, anticipa. Ya les pasó: cuando hicieron el mural de la #CampañaPorLaVerdad, las autoridades allanaron sitios de trabajo y se llevaron cámaras, computadores y hasta aerosoles, carteles, pinturas y pinceles. “¿Qué pueden hacer con todo eso?”, se pregunta la activista, “aseguraron que era material de propaganda subversiva, cuando en realidad fue un ejercicio artístico, por supuesto crítico, que en ningún momento daba para estigmatizar asegurando que éramos guerrilla. (Saldarriaga, 2020, párr. 5)
Un hecho importante dentro de la práctica del grafiti fue el asesinato del artista grafitero Diego Felipe Becerra el 19 de agosto de 2011. La revista Semana (2011) relata que, sobre las diez de la noche, una patrulla de la policía apareció cuando Diego Becerra realizaba un grafiti en la Avenida Boyacá con 116. El joven y sus acompañantes intentaron correr, pero un disparo los detuvo. Diego estaba en el suelo y con dos balas en su cuerpo. Las autoridades tratan de justificar el asesinato de Diego Becerra tildándolo de delincuente y ladrón, pero la verdad, 8 años después, sale a la luz. Diego Felipe Becerra muere a manos de la Policía Nacional por estar “rayando”
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con grafiti un espacio público.
En efecto, quienes pintan grafiti son perseguidos en las calles de Bogotá, son detenidos por la policía, sancionados, judicializados e incluso asesinados. Para las autoridades, los artistas alteran el orden establecido y son tachados como enemigos de la sociedad.
Entre la legalidad y la ilegalidad
¿Cómo se reglamenta el grafiti en Bogotá? A partir de la muerte de Diego Felipe Becerra inicia un debate por definir qué es legal y qué es ilegal al realizar grafiti, dado que antes del 2011 no existía ninguna reglamentación clara. Como primera medida se crea el Decreto 75 de 2013, “por el cual se promueve la práctica artística y responsable del grafiti en la ciudad de Bogotá” (Alcaldía Mayor de Bogotá, Párr. 1). Además, se dictan otras disposiciones: se crean políticas públicas para delimitar el arte callejero y fomentarlo por entidades gubernamentales, solamente en espacios que destine la Alcaldía y por artistas que sean seleccionados según lo disponga la entidad; por ejemplo, Distrito Grafiti, una iniciativa de la Alcaldía para dotar de arte urbano las localidades de Bogotá. En este proyecto: se pintan murales en zonas específicas de la ciudad para el disfrute de los ciudadanos: “paredes grises y calles sin vida se transformaron en alegría. Donde antes el paso del tiempo había dejado su tono gris, ahora se aprecian con brillo nuevos paisajes multicolor” (IDARTES, 2020, párr. 1). Sin embargo, estas políticas solamente tienen en cuenta una técnica del arte callejero, el muralismo. Dentro del Decreto no se incluyen las otras formas de expresión que caracterizan este arte.
Como segunda medida para regular el grafiti en la Ley 1801 de 2016, por la cual se expide el Código Nacional de Policía y Convivencia, se incluye en el artículo 140, numeral 9, la prohibición de: “Escribir o fijar en lugar público o abierto al público, postes, fachadas, antejardines, muros, paredes, elementos físicos naturales, […] de propiedades públicas o privadas, leyendas, dibujos, grafitis, sin el debido permiso, cuando este se requiera o incumpliendo la normatividad vigente” (Ley Laura Yojana Salazar Suarez/ lsalazarsu @unal.edu.co
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1801, 2016). A partir de ahí, se comprende la prohibición en sí de todas las prácticas del arte callejero en lugares no permitidos y se da legalidad a la captura de personas que se encuentren realizando dichas acciones.
Tanto el Decreto 75 de 2013 como la Ley 1801 de 2016 reglamentan cuándo, cómo y dónde se podrá realizar el arte callejero, prohibiendo muchos espacios en donde el grafiti tiene mayor incidencia. Las políticas públicas solamente abren espacio a pocos de los miles de artistas que comunican a diario en las calles y solamente da lugar al contenido que es regulado: deben ser murales llamativos y con mensajes que acepte la entidad promotora o quien dé permiso. Las otras manifestaciones del grafiti no son incluidas dentro de lo permitido y se determinan como un comportamiento contrario al cuidado e integridad del espacio público. Por ende, las leyes permitirían que se siga persiguiendo el grafiti en Bogotá por falta de permiso y autorización. Delimitar el arte callejero niega el derecho a la libre expresión del artículo 20 de la Constitución Política de Colombia, niega el origen y el sentido propio de este arte.
En resumen, el grafiti es un complejo de expresiones políticas, sociales y culturales que mediante trazos, imágenes o palabras plasman un mensaje e idea. Tiene como objetivo dejar una marca en espacios públicos y mentes bogotanas, de forma libre y al alcance de cualquier persona. Esto conlleva a que sea un arma de comunicación de mensajes que se censuran o acallan en los medios de comunicación tradicionales. Por lo tanto, se convierte el grafiti en una amenaza para sectores que controlan la difusión de la información y el uso del espacio público. Para proteger los espacios y la información, las autoridades persiguen los artistas callejeros, los medios los muestran como vándalos, se criminaliza el arte y los artistas, se reglamenta la libre expresión, se prohíbe la manifestación del arte callejero. Es por tanto necesario que los ciudadanos bogotanos, o los que concurren sus calles, reconozcan y legitimen esta forma de expresión, y, asimismo, reconozcan el arte que se manifiesta en los espacios públicos. Además, es importante que evolucione el concepto de lo estético para lograr comprender que el grafiti no daña, sino que es una manifestación artística que construye la ciudad. Por ello, se debe promover la creación de leyes que protejan realmente a los artistas, que no criminalicen el arte, que eviten muertes por el arte callejero y que permitan la apropiación de las calles y espacios bogotanos.
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