LA HISTORIA DE FAUSTO EL NIÑO MIGRANTE Historia real publicada en el Periódico Reforma Prado, H. (2011, Agosto 8). Abraza Fausto el Sueño Americano. Periódico Reforma. Recuperado de http://www. reforma.com PARTE 1 Rodean carencias la cuna de Fausto Las contracciones de Margarita Sabino Rodríguez se tornaron más intensas. Era la madrugada del 27 de junio de 1990, temporada de siembra con temperaturas cálidas y lluvias frecuentes. Tenía 22 años cuando recibió a su segundo hijo. Estaba recostada boca arriba con las piernas abiertas en su vivienda, elaborada con palma, en la comunidad de El Platanar, en la Montaña de Guerrero. Tras pujar dos horas, a las seis de la mañana, la partera recibió a Fausto. El bebé llegó al mundo en una de las 12 pequeñas localidades que integran el Municipio de Xalpatláhuac, una de las zonas más deprimidas de México. El Platanar, su cuna, no tenía hace dos décadas agua potable. Aún no la tiene. Los habitantes transportan el líquido en garrafones sobre asnos que caminan 2 kilómetros para llegar al manantial. Tampoco hay drenaje. Aquí se mueren de diarreas agudas y malestares en vías respiratorias. A 20 minutos caminando está Cuba Libre, la comunidad más próxima que tiene dispensario médico, donde atiende una enfermera que sólo acude de lunes a viernes de ocho a tres de la tarde. El hospital más cercano está en Tlapa de Comonfort, la ciudad más importante de la Montaña de Guerrero. El traslado en vehículo demora 45 minutos por terracería curvada y un tramo corto pavimentado, pero no es un trayecto seguro. En enero, El Platanar perdió a cinco habitantes, cuando, entre los caminos angostos de la montaña, que se vuelven lodazales en época de lluvias, volcó una de dos camionetas que transportaban a la banda y a autoridades. Murieron dos principales de la comunidad, un músico y un poblador. Otro quedó herido. Las artesanías y la agricultura son las actividades tradicionales, pero el dinero que se obtiene es insuficiente para sortear necesidades básicas de educación, vestido, salud y alimentación. Algunos obtienen ingresos de la venta de sombreros de palma. Con sus manos hábiles, en un día concluyen seis u ocho piezas. Sin embargo, la paga es inferior a su esfuerzo. Hace un par de años, cada uno se cotizaba en 50 centavos; ahora, el costo "mejoró" a 2 o 2.50 pesos. "Se hacen sombreros, pero ésos no tienen precio. Vale 1.50. Ahora subió a 2 pesos, bien poquito. Si hacemos dos al día son 4 pesos. Ni alcanza para un refresco porque vale 6 pesos", dice Margarita, madre de Fausto.