EL VALOR DE LA INFANCIA

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GS magazine ABRIL 2020

LIFE, ARTS AND IDEAS THAT MATTER Great times demand greater minds

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EL VALOR DE LA INFANCIA

© eduardo ruigómez

vicente lópez-ibor camós

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in memoriam

vicente lópez-ibor camós

EL VALOR DE LA INFANCIA Luis Francisco Martínez Montes

Co- Editor y Director de Global Square Magazine

THE RAINBOW My heart leaps up when I behold A rainbow in the sky:

So was it when my life began; So is it now I am a man;

So be it when I shall grow old, Or let me die!

The Child is father of the Man;

And I could wish my days to be

Bound each to each by natural piety. william woodsworth, 1802

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l niño es el padre del hombre. En este sencillo verso, el poeta inglés Woodsworth enunciaba una bella paradoja que en la que casi todos creemos reconocernos. Sin embargo, la moderna psicología del desarrollo la ha puesto en entredicho. Y con buenas razones. Es sabido que fue Rousseau, con su Emilio, el artífice de la idealización de la infancia, entendida como la etapa en la vida del hombre donde más cerca está del estado de bondad natural antes de que la sociedad tradicional le eche a perder. Un destino que, para el filósofo ginebrino, solo un correcto cultivo de los sentimientos desde la más tierna edad sería capaz de evitar. Esta visión del niño como preludio del hombre ideal que podría llegar a ser fue típica del tránsito de la Ilustración al romanticismo y así fue recogida por Woodsworth, el poeta romántico por excelencia. Menos lírica, pero deudora de una misma valoración instrumental de la infancia, fue la aproximación científica ensayada por vez primera por Charles Darwin. El padre de la teoría de la evolución observó la expresión de las emociones de sus propios hijos al responder a estímulos externos y anotó cómo variaban al crecer durante varios años, desde 1839 hasta 1856. Su propósito era comprobar la similitud en el desarrollo cognitivo de sus vástagos y el de los simios su-


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periores a edad similar, una idea que le asaltó al visitar a Jenny, el primer orangután del zoo de Londres, un año antes de que naciera su hijo William. Estamos, de nuevo, ante la infancia concebida como mero estadio inicial hacia una fase superior de crecimiento. O, en el caso posterior del psicoanálisis, una disciplina en buena medida síntesis de la formación científica de Freud y de su pasión por la mitología y la literatura clásicas, como una fuente original de la que emanan sin cesar pulsiones de vida y muerte que se manifiestan en la edad adulta, a menudo en forma de conflictos mal resueltos. Hubo que esperar hasta los estudios, entre otros precursores, de Jean Piaget para que, al fin, la infancia dejara de ser concebida meramente como antesala, o sustrato, de la vida adulta. Su estimación de que cada fase de la vida tiene características propias, sobre todo en el ámbito cognitivo y, ciertamente, un valor intrínseco, fue esencial para dejar de considerar y tratar a los niños desde el prisma de los adultos. Fue un paso que abrió el camino, entre otras revelaciones, hacia el tratamiento diferenciado de los trastornos de la infancia y hacia la consolidación de la neuropsiquiatría infantil como disciplina por méritos propios. Una disciplina a la que se consagró en cuerpo y alma Vicente LópezIbor Camós, quien nos abandonó el pasado mes de abril tras una vida plena dedicada a su familia y a su vocación: disipar las tinieblas que a veces dominan la mente de nuestros niños y adolescentes y enseñar a los mayores a apreciar esas edades en su valor intrínseco, con todas sus luces y, también, con sus ineludibles sombras. Padre de nuestro co-editor y colaborador Vicente López-Ibor Mayor, Vicente López-Ibor Camós, además de eminente especialista en el campo de la psiquiatría infantil y adolescente, fue también un ejemplo eximio de médico humanista. En ello siguió la estela de otros compatriotas quienes, al modo de Gregorio Marañón o Laín Entralgo, supieron armonizar una aproximación científica a la enfermedad; el trato al paciente, ante todo, como persona y una vasta cultura puesta al servicio del progreso de la sociedad. Dejamos a nuestros lectores con el elogio fúnebre que, a la manera clásica, le dedica otro eminente compatriota, Federico Mayor Zaragoza. l GLOBAL SQUARE|

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in memoriam

vicente lópez-ibor camós

FIGURA CLAVE DE LA PAIDOPSIQUITARÍA Federico Mayor Zaragoza Académico de la Real Academia de Medicina Ex -Director General de la UNESCO

“…quan s’acluquin aquests ulls humans,

obriu-me’n, Senyor, uns altres de mes grans…”

joan maragall, cant espiritual

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caba de fallecer, a los 89 años de edad uno de los pioneros a escala nacional e internacional, de la neuropsiquiatría de la infancia y la adolescencia, una de las especialidades médicas más complejas científicamente y más densamente humanas. En la “Presentación” del libro-homenaje que sobre este tema se le dedicó en 2012 —coordinado por el doctor José Luis Pedreira—, escribí: “Desde hace muchos años, muchos, me unen a Vicente López-Ibor lazos de amistad, de familia, de vecindad, de colaboración científica, de afecto profundo a su ámbito clínico y a su quehacer, tan compartido, en favor de los niños más menesterosos de alivio y cura. Hoy se ha convertido en un “clásico” de quienes se adentran en los entresijos del espíritu, habiendo alcanzado, también en implicación personal, cotas de gran relieve”. Nació en las “Terres del Ebre”, en San Carlos de la Rápita, junto al mar, en septiembre de 1930, hijo de Rosario Camós y Vicente López-Ibor, excelente médico generalista, y psiquiatra, a quien debe su característica capacidad de cercanía, de “aprojimarse”, de merecer la confidencia. Aprendió muchísimo de

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D. Vicente por su “inmersión” en la atención clínica, por su dedicación infatigable y ejemplar. Más adelante, ya en Madrid, D. Vicente colaboró estrechamente con su hermano Juan José, a cuya relevancia y brillo tanto contribuyó. El Dr. Vicente López-Ibor Camós estudió medicina en la Universidad Complutense de Madrid y en el Hospital Clínico, aprendiendo —además de su padre y tío— de personalidades médicas del calibre de D. Carlos Jiménez Díaz, D. Eloy López García y D. José Rallo, con quienes mantuvo también, años más tarde, grandes lazos de amistad. Se especializó en psiquiatría y neurología pero sabiendo siempre que la mente está en la vanguardia de la medicina “personalizada”: cada ser humano único, capaz de pensar, de imaginar, de anticiparse, de ¡crear! Esta es la grandeza, la desmesura que requiere analizar cada caso. Desde 1959 a 1985 dirigió el Instituto Neuropsiquiátrico Infantil Albor; de 1971 a 1987 fue Consultor de Psiquiatría Infantil de la Fundación Jiménez Díaz; en 1974 fue designado Vicepresidente de la Sociedad


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Española de Neuropsiquiatría Infantil, pasando a ejercer la presidencia desde 1984 a 1988; en 1975 fue nombrado Miembro del Consejo del Instituto Nacional de Educación Especial; y en 1981, del Consejo Nacional de Prevención de la Subnormalidad…, entre otras muchas actividades y responsabilidades, siendo en la actualidad Presidente de Honor de la Sociedad Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente. Colaboró estrechamente con los profesores Jerónimo de Moragas y Lluis Folch Camarasa, -con quienes mantuvo una gran amistad-, ejerciendo ambos esta función sanitaria esencial en Barcelona. Sus relaciones profesionales se extendieron a grandes centros clínicos, en especial de Holanda (La Haya) e Italia (Roma). Todo ello se reflejó oportunamente en numerosas aportaciones que, como compendio de su experiencia, publicó sobre diferentes patologías neuropsiquiátricas en niños y adolescentes. El 13 de mayo de 2015, en la Clínica de La Luz de Madrid, se inauguró el aula que lleva su nombre, dedicada a la formación continuada en relación a los trastornos mentales de la infancia y la adolescencia. En aquella ocasión Vicente nos recordó el bello verso de Claudio Rodríguez que tanto le gustaba “ved que todo es infancia”, subrayando así, de nuevo, la central significación de esta etapa de la vida, en la profunda conformación del ser humano.

davía) que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.

El Dr. Vicente López-Ibor deja una trayectoria ejemplar de más de 60 años “intentando iluminar espacios del alma abatida”. Durante los últimos años de su vida recibió numerosos homenajes y reconocimientos, por su labor tan sobresaliente, y su trayectoria científica y humana, a favor de la especialidad de la psiquiatría infantil en España. Son múltiples sus pasos que dejan huella perenne. Fue pionero en comprobar que la palabra es la llave de un futuro distinto, de caminos esclarecidos que han sido eliminados u oscurecidos por la fuerza. Se ha extinguido su vida pero no su luz. Seguiremos caminando y conversando porque, como Miguel Hernández a Ramón Sijé, su amigo con quien tanto quería, “a la sombra del almendro te requiero, que tenemos (to-

A todos los suyos, empezando por mi hermana Juana, su constante fuente de inspiración, con quien forjó su mejor legado: tres hijas y dos hijos, llenos de gran notoriedad y bondad; a sus nietos y bisnietos; a sus amigos y allegados… mucho ánimo para estar siempre atentos al mensaje de su vida. Terminaba así la “Presentación” a la que me refería al iniciar este breve obituario sobre nuestro “patriarca”, como a mí me gustaba llamarle: “¿Son posibles los cambios radicales que se requieren para este otro mundo posible que soñamos? Vicente sabía que sí… si somos capaces de cambiar nuestro comportamiento antes de intentar cambiar los acontecimientos, porque su atalaya le permitía ver un poco más allá de los próximos recodos”. l

—Vicente López-Ibor Camós en la Clínica de la Luz, durante la inaguración del aula abierta de formación continuada sobre los trastornos mentales de la infancia y la adolescencia.

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