9 de septiembre de 2015
La vida en las aulas. Ph. W. Jackson. Capítulo I. Los afanes cotidianos. La asistencia de los niños a la escuela es, en nuestra sociedad, una experiencia tan corriente que pocos de nosotros nos detenemos apenas a considerar lo que sucede cuando están allí. Los padres se preocupan por el condimento de la vida escolar más por su propia naturaleza. También los profesores se interesan sólo por un aspecto muy limitado de la experiencia escolar de un pequeño. El propio alumno no se muestra menos selectivo. Incluso si alguien se molestara en preguntarle por los detalles de su día escolar, probablemente sería incapaz de formular una relación completa de lo que hizo. También para él se ha reducido en la memoria a un pequeño número de acontecimientos señalados. Su recuerdo espontáneo de los detalles es muy superior a lo exigido para responder a nuestras preguntas convencionales. Se opera un proceso similar de selección cuando investigamos otros tipos de actividad cotidiana o hacemos una relación de ellos. La rutina cotidiana, <<la carrera de las ratas>> y los tediosos <<afanes cotidianos>> pueden quedar ilimitados de vez en cuando por acontecimientos que proporcionan color a una existencia por lo demás gris; pero esa monotonía de nuestra vida cotidiana tiene un poder abrasivo peculiar. III. La fuente principal de evaluación en el aula, es sin duda, el profesor. Se le exige continuamente que formule juicios sobre el trabajo y la conducta de los alumnos y que los comunique a otras personas. Las condiciones bajo las que se comunican las evaluaciones se suman a la complejidad de las demandas con que se enfrenta el estudiante. Los juicios que el alumno conoce se comunican con diferentes grados de discreción. En un extremo figura el comentario público formulado en presencia de otros estudiantes. La mala conducta suscita sanciones negativas (como la regañina, al aislamiento, la expulsión del aula) que se pueden apreciar con frecuencia. Antes de que haya transcurrido gran parte del año escolar se conoce públicamente en la mayoría de las aulas, la identidad de los alumnos “buenos” y los “malos”.