Las fiestas soLsticiaLes y eL sentido de Lo humano
POR ANGEL MUÑOZ ACARDI
EN EL SENDERO DE LA HISTORIA HUMANA
Desde la perspectiva de la filosofía de la historia, la especie humana es un ente histórico en tanto traza su existencia al interior de las coordenadas espacio y tiempo, es un ente, por lo tanto temporal y espacial, y con relativa conciencia de ello.
En su transitar histórico, la especie humana anduvo muchos caminos y superado circunstancias límites que han puesto en duda la continuidad de su existencia. Desde los albores de la especie, el proto-humano de la primera evolución homínida (hace cuatro millones de años) hasta el homo sapiens – sapiens (siglo XXI), ha debido superar y resolver, siempre al borde de su extinción, múltiples dilemas evolutivos relacionados con el desarrollo y expansión de la mente y la conciencia,
por cuanto, lo que realmente evoluciona en el ente humano es la mente y la conciencia.
Desde sus orígenes entonces, el ente humano necesitó protección y soporte anímico y espiritual para enfrentar su debilidad ante el poder colosal de la naturaleza. Y lo hizo deificando los poderes del orden natural, convirtiéndolos en aliados divinos. En ese sentido, la divinización del fenómeno solsticial cumple la función antropológica de sostén espiritual.
Desde el Australopitecus hasta el Homo Neandertalensis, la especie humana vivió al borde de su extinción a raíz de eventos climáticos adversos, catástrofes naturales, o fenómenos astrofísicos; en todos los cuales el hombre no tuvo responsabilidad alguna en su ocurrencia, sólo resolvió su sobrevivencia a través del mecanismo de la adaptación, transitando entonces por el sendero evolutivo, y sobre la base de una de sus facultades naturales más relevantes, a saber, su condición de perfectibilidad.
UN SUJETO TRANSHUMANO
Así, con el advenimiento del Homo Sapiens, el ente humano alcanza un grado tal de desarrollo y expansión de la mente y la conciencia, que asciende a la capacidad de dominar, subordinar, y condicionar el mundo natural; es decir, fue capaz de conocer la esencia de la materia y ponerla al servicio de su propia evolución y desarrollo. Esta dirección evolutiva, puso al ser humano en frente de dilemas éticos que hasta la hora actual no ha sido capaz de resolver, y que lo ponen en la encrucijada de su propia extinción sobre la faz de la Tierra. Sometió los ciclos de la naturaleza en beneficio de su bienestar, extinguió especies animales y vegetales, creó nuevas especies transgénicas, contaminó el hábitat natural del planeta, al punto de producir un calentamiento artificial de la tierra, ubicando a la humanidad actual en un contexto de riesgo global, inaugurando en el siglo XXI la sociedad de la incertidumbre y el riesgo global. Y en este camino de dominación del mundo natural, el actual Homo Sapiens Sapiens, ha logrado intervenir sobre su propia especie a partir de la decodificación del genoma humano, la creación de inteligencia artificial, el desarrollo de la robótica, la generación de nanotecnologías y la producción de artefactos biónicos. Así, el ser humano actual se enfrenta a la posibilidad de intervenir sobre su propia estructura biológica para producir en el mediano plazo un sujeto transhumano, transitando hacia una condición trans, entre un hombre atrapado en sus limitaciones naturales, y un hombre
biológica y fisiológicamente perfecto capaz de continuar su camino evolutivo exento de las trabas a sus limitaciones naturales.
A este ente transhumano le corresponderá superar los dilemas éticos derivados por el hombre en su etapa actual de evolución.
LA FUNCIÓN ANTROPOLÓGICA DE LAS FIESTAS SOLSTICIALES
El solsticio de invierno adquiere una significación trascendente, si se acepta la tesis que el ser humano vive en una relación de interdependencia con el mundo natural y condicionado por el cosmos.
Más allá de frases poéticas como, “el sol muere y renace para hacer renacer la naturaleza”, para la mayoría de las antiguas tradiciones el hombre y la naturaleza terrestre era un microcosmos que reflejaba los principios del macrocosmos, así, la vida humana dependía
y encontraba sentido en su relación con el universo y la deidad.
Esta relación se hacía evidente particularmente con los equinoccios y los solsticios, fechas que, además de marcar el cambio de estación y con esto un nuevo aspecto de energía arquetípica, eran utilizadas como hitos o marcadores dentro del calendario religioso. Eran de alguna manera los cumpleaños y santorales de los dioses y las potencias de la naturaleza.
El solsticio de invierno era sustancialmente celebrado como la muerte y el renacimiento del sol. El inicio del invierno y la caída de la fuerza vital tienen como contrapartida el renacimiento del sol, como el dios Jano, es tesis y antítesis a la vez, entonces, en un sentido esotérico, el solsticio tiene que ver con el logro místico de la inmortalidad.
Al respecto, el neoplatónico 1 Porfirio escribe en su Cueva de las Ninfas:
“Algunos de estos teólogos consideran a Cáncer y a Capricornio como dos puertos. Platón los llama las dos puertas. De ellas, afirman que Cáncer es la puerta a través de la cual las almas descienden, y Capricornio aquella a través de la cual ascienden, y cambian una condición material por una condición divina del ser. Cáncer, de hecho, está al Norte y adaptado al descenso: pero Capricornio, está al Sur, y acomodado para el ascenso. Y así es, las puertas de la cueva que mira hacia el Norte tienen gran portento, el cual se dice que es previo al descenso del hombre: pero las puertas del Sur no son las avenidas de los dioses, sino de las almas ascendiendo a los dioses. Bajo esta consigna, el poeta [Homero] no dice que sean el pasaje de los dioses, sino de los inmortales; dicha apelación es común a nuestras almas, ya sea en toda su esencia, o en particular en una porción excelsa, son denominadas inmortales.
[..] “Los romanos celebran su Saturnalia cuando el Sol está en Capricornio, y en esta festividad, los sirvientes usan los zapatos de aquellos que están libres, y todas las cosas son distribuidas comunalmente entre ellos; el legislador sugiriendo con esta ceremonia, que aquellos que son sirvientes en el presente, serán más tarde liberados por el festejo de la Saturnalia, y por la casa atribuida a Saturno, i.e. Capricornio; cuando revivan en el signo, y se hayan despojado de las vestimentas materiales de la generación, regresarán a su felicidad prístina, a la fuente de la vida”.
El filósofo canadiense Manly P. Halla habla sobre el simbolismo espiritual de la luz:
“La adoración de la naturaleza es la adoración de las
realidades de las cosas con una humilde resolución de aprender las lecciones de la luz y la vida, de que, con el tiempo, nos convirtamos en honrados sirvientes de esta Casa de la Refulgencia. Todas las religiones han tenido dioses de la luz y estos dioses de la luz son dioses del amor. Son deidades que protegen, preservan, elevan y redimen toda forma de vida en la naturaleza.
“Y dentro de esta luz tenemos todas las leyes de la vida, y las leyes de la vida son los mandamientos, los métodos, los principio a través de los cuales la vida logra la perfección.
“El Sol es vida, y esta vida es la propiedad común en todas las cosas, el poder del cual dependemos. Desde el más pequeño átomo hasta la más grande estrella, la luz es un símbolo de la presencia de la vida. Esta vida es una promesa, algo que debemos de comprender, esta luz no es algo que se encendió súbitamente de la nada, en un antiguo eón, esta luz es eterna. Por ello la vida es eterna, la inmortalidad es una certidumbre, el crecimiento es inevitable. Porque todas las cosas buenas, todas las revelaciones, están basadas en la inevitable e inmediata y eterna presencia de la vida. La vida es por ello algo muy sagrado y al observar su descenso a través de los diferentes órdenes de creación, vemos que la vida se difunde en el ser humano. Hay vida en nosotros y esta vida en nosotros ha hecho su tabernáculo en la carne”.
El solsticio de invierno es entonces esta oportunidad de sintonizar o resonar con este proceso de la naturaleza de muerte-renacimiento (la muerte en la naturaleza es siempre transformación). Muerte que es necesaria para crecer y liberarse de viejas ataduras; y para morir es necesario entregarse, soltar y vaciarse. Dejar de aferrarse a la identidad y abrazar el proceso en sí de la vida, la cual no nos pertenece, sino que somos apenas una expresión particular dentro de su infinita unidad. Como escribió Emerson: “no somos nada, pero esa luz es todo”.
1 Porfirio (Del griego Πορφύριος y del latín Porphyrius Tyrius, Batanea de Siria o Tiro c. 232 – Roma 304 d. C.) 1 fue un filósofo neoplatónico griego discípulo de Plotino.