Revista Occidente Nº 518 | Julio 2021

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CREADORES

EL APOGEO DEL CARNAVAL

Por aquel entonces -estos ciudadanos exaltados- de una ciudad que más bien semeja una provocación, asisten al éxito de los Ballets Rusos de Diaghilev, al escándalo tras el estreno del Rito de Primavera de Stravinsky. En tanto Jean Cocteau abre su café Le Boeuf sur le toit y, en este verdadero carnaval creativo tampoco podían faltar unos cuantos narradores empecinados en escribir novelas que cambiarían radicalmente las estructuras y los formatos narrativos: como Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald e incluso Henry Miller y Anais Nin que fundarían la simiente de un nuevo erotismo y también -por supuesto- James Joyce, el autor de la novela acaso más importante del siglo XX, el Ulysses, que abrió las compuertas para que la corriente de la conciencia fluyera en las páginas de la literatura. “Para que sea bueno el arte debe permanecer invisible” proclama Man Ray, su nombre es Emmanuel Radnitzky, y su seudónimo Man Ray, proveniente de Filadelfia, es un americano en París. Frecuenta a dadaístas y surrealistas, pero jamás milita en ningún movimiento y siempre se mantiene a la vanguardia de todos ellos. En aquellos años todavía se planteaba si la fotografía era arte, Man Ray lo dejó claro: es el pionero de la fotografía abstracta. Su fotografía de Gertrude Stein sentada junto al cuadro que de ella pintó Picasso es otro ícono del siglo XX. Man Ray estaba llamado a protagonizar una de las historias de amor más candentes, bellas e inmortales en la Historia del Arte junto a una leyenda viva del París lujurioso y despreocupado de aquellos años. Ella se llamaba Alice Prin y era la fantasía erótica de todos los hombres, y las chicas soñaban en ser como ella, en un breve lapso se había vuelto legendaria. Su nombre de batalla: Kiki de Montparnasse. Montparnasse te atrapa: “Se entra en él sin saber cómo, pero salir ya es más difícil”, afirma en sus memorias Alice Prin, mejor conocida como Kiki de Montparnasse, pintora y musa de múltiples artistas, se convirtió en un referente de aquel barrio, donde ella reinaba “con mucha más fuerza de lo que nunca fue capaz la reina Victoria durante toda su existencia”, según afirma Ernest Hemingway. Inspiradora y provocativa, la bella Kiki mantuvo una relación amorosa de siete años con el fotógrafo estadounidense Man Ray, quien la inmortalizó en obras como Le violon d’Ingres, uno de los más importantes símbolos surrealistas. Kiki llegó a encarnar todo lo que simbolizaba aquel mundo, algo que definió mejor que nadie Man Ray: “Más que un barrio o un distrito urbano, Montparnasse es un estado de ánimo”.

Los años veinte permitieron en Francia una festiva explosión de la creatividad, que más tarde el escritor Scott Fitzgerald recordaría como la época más feliz de su vida. Una década deslumbrante, ingeniosa e insolente. En aquel periodo, bajo el imperativo de vivir ahora, un cierto delirio salvaje se apoderó de París. Las fiestas y los bailes eran continuos, y locales como Le Jockey y Le Boeuf se pusieron de moda entre los artistas. La droga circulaba con facilidad y la libertad sexual se impuso. Vivir al límite era el lema no escrito. Y la transgresión un reto. Y aun faltaba que desembarcara una mujer, una bailarina, negra, que con su ritmo haría delirar a la Ciudad Luz. Josephine Baker fue una afroamericana que también estampó su sello en el siglo XX. Triunfó en el París de los años 20 como cantante y bailarina. Excéntrica, inteligente y con carisma: años más tarde decidió convertirse en espía colaborando contra la Alemania de los nazis. En ese París, no existía un racismo enfermizo o fanático, y la palabra negro representaba un color de pintura. En un teatro de los Campos Elíseos se podía ver la revista cabaret de una cantante negra. La cantante mostraba el cuerpo semi desnudo, con una falda de bananas, descubriendo al mundo nuevas zonas de deseo. Esa mujer cantante y bailadora representaba lo exótico, en especial lo africano que se había puesto muy de moda como algo original. Entonces George Simenon, novelista policial y creador del Inspector Maigret oficiaba de secretario y amante de la Venus Negra. La cual hacía muecas, risas y ciertos movimientos de cadera. Bailando semi desnuda desata el paroxismo de un público delirante que observaba el frenético y sensual baile de la joven. Del escándalo se pasa rápidamente a la adoración: había nacido una estrella y París caía rendida ante el exotismo de la bautizada Perla Negra. Tres meses después de su primera actuación es invitada como estrella en el Folies Bergères, el cabaret parisino más importante de la época. Simenon, al referirse a ella, diría tiene una grupa que ríe y agregaría, es la única mujer que hace el amor con una eterna sonrisa en sus labios. Y mientras de día, a pleno sol, se componía, se creaba, se fotografiaba. Al caer la noche la ciudad se metamorfoseaba Las mujeres vestidas en atractivos ropajes poblaban las noches. Y desnudas también. La moda era experimentar, en todo tipo de materias, jugar con las drogas, mezclar champán y cocaína. Los dandis coqueteaban con mujeres fáciles de vida alegre. Aristócratas excéntricos se volvían apasionados de la música y la poesía. Creaban algo nuevo, un refugio para el resto del mundo. Un mundo de bailes y disfraces en el teatro o en los

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R E V I STA OCC I DE N T E


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