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Temporada de piscinas, grifos y piletas A cuentagotas

POR EDUARDO GÁLVEZ ASTORGA y NICOLÁS. CORNEJO DURÁN FOTOS LORENZO MELLA

Como todos los años, cada 21 de diciembre se celebra el solsticio de verano, ocasión en la que el sol alcanza la mayor latitud en el hemisferio sur, lo que significa que aquel día es el más largo de todos con luz solar y la noche más corta de oscuridad. También significa el inicio del verano que inevitablemente asociamos a unas merecidas vacaciones, planificamos alguna escapada para recargar energías o simplemente para capear las intensas olas de calor. ¿Pero qué pasa cuando el presupuesto es escuálido o estamos cortos de tiempo y debemos quedarnos en la ciudad? Los patos caen asados, el cemento nos quema los pasos y la sombra se hace un bien preciado igual que el agua, que por estos días escasea más que nunca. Sin embargo, no todo está tan seco.

PISCINA TUPAHUE, UN OASIS EN MEDIO DE LA CIUDAD

Un verdadero tesoro. Ubicada en las alturas del cerro San Cristóbal, lo que le permite tener una vista panorámica de la ciudad, la piscina Tupahue (lugar de dios, en quechua) fue construida a mediados de los años sesenta por el arquitecto Carlos Martner sobre una antigua cantera en desuso, que además posee un mural fabricado de piedras extraídas del mismo lugar, por la artista chilena María Martner y el mexicano Juan O`Gorman y que representa la unión de ambos países. Además, está rodeada por un jardín de flores y arbustos que le dan mayor frescura y hermosura al paisaje. Con dimensiones suficientes para recibir, en condiciones normales, a más de mil visitantes (82 x 25 mt, con 4000 m2 de áreas verdes) fue declarada monumento histórico en 2005. Para Dayana Ruiz, supervisora del recinto, es un lugar más que ideal para trabajar. “Me gusta estar acá, el ambiente laboral y el entorno son maravillosos: qué mejor que trabajar en un parque arriba de un cerro”. Dayana lleva cuatro temporadas trabajando en la piscina, pero esta es su primera vez como supervisora: “He trabajado en camarines y en control de acceso. El resto del año soy dueña de casa al cuidado de mis dos hijos, así que este es un trabajo que me acomoda bastante”. Y como casi todos quienes trabajan en época estival deben sacrificar sus vacaciones, pero es algo que se puede modificar sin problemas para marzo, septiembre o fines de semana largos.

El ambiente que reina en el lugar es ameno y distendido, propicio para desconectarse y refrescarse, algo que los usuarios saben y valoran: “Hay gente que viene siempre y que son frecuentes. Hay familias que vienen los martes, por ejemplo, la mamá con sus niños, y otros visitantes que vienen a nadar más temprano, incluso tres veces a la semana. Aprovechan de hacer ejercicios porque a esa hora hay poco público y lo pueden hacer mejor. También hay gente mayor que viene en las tardes, leen su libro y aprovechan el agüita”, nos cuenta mientras una familia chapotea en el agua. Eso sí, para construir este ambiente hay que seguir las reglas del juego, más todavía en tiempos de pandemia: “Este lugar está hecho para que la gente venga a descansar. Aquí por norma no colocamos música con parlantes, lo que se escucha es el ruido ambiental que ayuda a relajarse un poquito, a desconectarse. A pesar de seguir dentro de Santiago el espacio es rico. La idea de subir un cerro lo hace aun más atractivo porque es una experiencia muy ligada a la naturaleza. No se trata de entrar a un parque acuático donde uno llega en el auto y saca todas sus cosas y se instala. El ingreso puede ser en bicicleta, teleféricos, caminando o en buses de acercamiento que salen de abajo, lo cual lo hace más entretenido aun”.

Y si de reglas se trata, quienes deben velar para que se cumplan, además de cuidar la integridad de todos los visitantes, son los salvavidas. Javier Rojas lleva varios años trabajando para resguardar la vida de los demás. En verano trabaja en piscinas y el resto del año lo hace en mantención de calderas. bombas y piscinas temperadas. “Por el protocolo de Covid tenemos que hacer valer el distanciamiento social y que usen las mascarillas en los camarines o cuando transitan de un lugar a otro. Acá en la piscina resguardamos la seguridad de las personas, y procuramos hacer todo lo posible para evitar problemas o anticiparse a los accidentes”. Y curiosamente la gente obedece. Al parecer con tanta norma y protocolos de seguridad en todas partes, la ciudadanía ha cambiado su manera de reaccionar frente a la autoridad. Javier nos dice que “el comportamiento de la gente debido al protocolo ha cambiado, ya que está mucho más dispuesta a acatar las reglas de comportamiento. Antes del Covid la gente era mucho más desordenada y aquí se notaba porque a esta piscina viene harta gente a pasarlo bien, entonces que alguien venga y les diga ‘oye, no puedes hacer esto o esto otro’, les molestaba”.

Otra cosa que ha modificado la pandemia es el aforo y el público que concurre a la Tupahue. Antes

los grupos eran más numerosos y la gente iba por el día, “ahora se ve que vienen más familias, papá, mamá, los niños chicos, sobre todo durante el horario de mañana. En la tarde se ven más grupos de amigos, pero siempre manteniendo el aforo que no puede superar las 240 personas por bloque de horario”.

La gente se impresiona, lo agradece y queda con ganas de repetir la experiencia. Luciana Pérez vecina de la comuna de Santiago dice que ella pasa el verano en parques, pero que nunca había venido a esta piscina. “Primera vez que vengo y fue súper buena experiencia así que ya estoy planificando cuando la volveré a repetir”. Carlos Muñoz, en cambio, es asiduo a tirarse piqueros en la Tupahue. Es de Quinta Normal, pero dice que esta piscina le acomoda más y el paisaje lo hace descansar el doble: “Es de súper fácil acceso aunque esté en la punta de un cerro y nunca se llena, ¿qué mejor?”. El ticket de ingreso cuesta $4.000 adultos y $2.500 niños, y se debe reservar en la página parquemet.cl.

OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

Marianela Collipal vive en la población El Montijo de Cerro Navia, comuna que se encuentra entre las que tienen menos cantidad de áreas verdes accesibles por habitante a nivel nacional. Marianela comenta que en su sector no existen muchos espacios recreativos para que los vecinos vayan a disfrutar en familia, como una piscina o parques con árboles y juegos de agua, explicando que “nosotros, con mi familia, vamos a piscinas de Isla de Maipo, a la de la Quinta Normal o a la del Cerro San Cristóbal, pero hay vecinos que no pueden pagar entradas o viajar a las piscinas del centro”.

Si bien existe una piscina municipal en la comuna, la demanda es tan alta que los habitantes se trasladan a otras comunas que cuentan con piscinas más grandes y que permiten un mayor aforo. “Antes era común en el sector de Mapocho ver a niños y adultos bañándose con el agua de los grifos, ponían una tabla y salía un chorro fuerte de agua que cruzaba hasta el otro lado de la calle, todos se mojaban y se divertían, hasta que una vez hubo un incendio, creo que fue ese mismo verano, y los bomberos se tuvieron que conectar en otro grifo porque ese ya no tenía presión de agua”, nos cuenta Marianela, estableciendo esa relación entre el ingenio de refrescarse abriéndose paso con lo que se tiene a mano y la desigual realidad que afecta a las comunas más populares.

Desde la casa de Marianela no se ve el cerro San Cristóbal, y la cordillera solamente se puede divisar si la contaminación lo permite. Una ciudad sin mar, ese que tranquilo nos baña, puede ser un suplicio en temporada estival por el calor seco de la cuenca de Santiago, por la falta de espacios públicos adecuados, por la escasez hídrica, y por tantos motivos que no hacen otra cosa que profundizar la desigualdad territorial.

“Son mis hijos”, nos dice Mónica acostada sobre una manta en el pasto de la Plaza Brasil de Santiago. Dos niños se están refrescando en la pileta de la plaza, bajo la atenta mirada de ella y de su compañero Manuel, “nosotros vivimos acá en Santo Domingo con Brasil y en vez de que los niños estén en sus celulares o viendo tele, prefiero que se vengan a refrescarse acá a la plaza, además los juegos están a pleno sol, y el calor hace que los niños quieran meterse a cualquier cosa con agua”, explica Mónica mientras seca a su hija mayor.

Manuel, se incorpora a la conversación y nos cuenta que siempre los niños se han bañado en esa pileta, “es como una tradición que cuando se sale de cuarto medio, en los liceos de por acá, se vienen a bañar con uniforme. Antes también abrían el grifo de la esquina, pero ahora todos cuidan los grifos en este barrio por la cantidad de incendios que ocurren, el único que los abre ahora es el limpiador de autos que saca agua de ahí para hacer su pega”.

“En la Quinta Normal antes había juegos de agua,

ahí llevábamos a los niños, pero con la pandemia se restringió eso, como muchas cosas, y aún no me explico por qué no los vuelven a abrir”, concluye Manuel, como excusándose innecesariamente del atrevimiento que es meter a sus hijos en una pileta pública.

A pocas cuadras del Barrio Brasil, en el kilómetro cero de Chile, también se pueden ver niños chapoteando en la pileta, son en su mayoría migrantes y juegan con la soltura de la inocencia. Juegan mientras sus padres venden tortas, ceviches y anticuchos de corazón al costado de la catedral.

NO LLUEVE, PERO GOTEA

Hace unas semanas, el mismo día en que se dio inicio al verano en esta parte del mundo, el Ministerio de Obras Públicas (MOP) difundió el informe de la situación hídrica y pronóstico verano 2022 en Chile, cuyos datos cayeron, paradojalmente, como un balde de agua fría: ya van trece años de sequía y este será el cuarto verano más seco de nuestra historia. La escasez de precipitaciones es tal que a estas alturas ya se habla de una reconfiguración del mapa hídrico del país, por ejemplo, así como la zona centro presenta una fuerte sequía, lo contrario sucede en el altiplano donde hay una variación fuera de lo común en el aumento de precipitaciones, algo que también se ve en los caudales con una disminución en embalses y nieve en la cordillera del 20%. Y por si fuera poco: si se dejaran de emitir gases como carbono y metano, recién veríamos cambios sustanciales en cuarenta años más, lo que significa un incremento en la temperatura del planeta de manera exponencial.

Es verano y nos llueve sobre mojado. El problema ya no es el calor que podemos resistir una tarde de enero o febrero, sino el costo fundamental que tiene para nuestras vidas la falta de agua. Desde el aumento de incendios forestales que se llevan vidas, hasta los posibles racionamientos potables para controlar su consumo, son parte de los riesgos que están al otro lado de la orilla. Y así como muchas cosas han cambiado en este país y en el mundo, nuestro modo de relacionarnos con el agua hace rato ya que debió ser distinto, mucho más prudente, mucho más consciente. Un simple “manguereo” o abrir un grifo en la calle para chapotear como cuando éramos niños quedó en las postales de la infancia perdida, esa misma infancia que hoy día clama por un futuro sustentable y un presente donde tirarse un piquero para refrescarse no sea caer en la profundidad seca del abismo.

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