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Cine. La Crónica Francesa dirigida por Wes Anderson

CRÍTICA DE CINE

La Crónica Francesa

(The French Dispatch) 2021

Dirigida por Wes Anderson

IMÁGENES MANIERISTAS APABULLAN AL ESPECTADOR

POR ANÍBAL RICCI ANDUAGA Ingeniero Comercial. Escritor

El director ha compuesto un manifiesto (acaso homenaje) acerca del periodismo y los columnistas destacados de una publicación estadounidense, pero que ha situado sus cuarteles en Francia, intentando hacer un paralelismo entre esa manera artesanal de contar historias mediante la escritura y otra forma de innovación de la técnica fílmica que introdujo la nouvelle vague. En ambos casos se trata de narrar historias desde el punto de vista de un autor que calificaría como un artista.

El marco formal es muy clásico: introducción, tres partes y un epílogo. Owen Wilson presenta a los periodistas y las formas en que el ser humano se posesiona de la ciudad. Se destaca el nombre del actor y no el personaje, debido a que Wes Anderson abusa de los cameos y a este director texano le interesa más la impronta visual que una profundidad temática dentro de su filmografía. Debilita el sustrato coral de su cine: las voces son tantas que no profundiza en ninguna.

De todas formas, la primera historia (el artista) es soberbia y da cuenta cien por ciento de la maestría escénica de Wes Anderson. Recuerda a esa maravilla de stop-motion que fue Isla de perros (2018). Anderson se mueve cómodo en el mundo de la animación, aunque su sello es la composición musical de las imágenes y un uso del lenguaje cinematográfico alimentado por grandes directores franceses, con un guiño al cinismo y la ironía, un humor fino que, ante la profusión de formas y colores, no alcanza nunca a desbordarse en carcajadas.

El grado de detalle expresado en sus historias de carne y hueso retrata fielmente a esa técnica de animación. Hay un obsesivo cuidado por la composición del plano, a tal punto que ese detallismo transforma al espectador en una Caperucita Roja, perdida en el bosque y tragada por todo lo que director propone: imágenes frenéticas que no dan lugar al oxígeno necesario para reflexionar.

Resulta una grata sorpresa el equilibrio que logra el director en la primera parte del filme. Se su-

ceden planos incorporando otros planos que anticipan y disparan la narración. Recurre a picados y contrapicados para sugerir la subjetividad de sus personajes, el manejo del color es impecable al desnudar que el arte se esconde tras los ojos del observador, no solo es producto de la genialidad del artista. La escena en que tras bastidores la musa se viste del uniforme de gendarme y el pintor luce su camisa de fuerza, no solo es genial, sino que ahorra metraje y en ese momento Anderson pellizca el culo del ángel logrando que su estética vuele junto con desentrañar los misterios del mundo del arte. Otro acierto es el punto de vista del representante del artista y la necesidad de que la obra sea divisible en partes fáciles de transportar, esa idea de que el arte debe presentarse a los pies del consumidor, que ojalá no entienda la pieza artística, siempre será más fácil que el artefacto viaje al destino a que el coleccionista acuda en su búsqueda.

Los conceptos de la primera parte son precisos y el espectador los disfruta. Todavía no molesta la voz en o . El segundo acto trata de cómo se origina un movimiento social o de quién se esconde tras una idea revolucionaria. La dosis de cinismo respecto al valor de la juventud aumenta en la escala Anderson y las imágenes del primer acto que evocaban al cine de antaño, ahora se saturan de colorido y el mensaje se vuelve difuso. En la primera parte, los actores representan personajes arquetípicos y el espectador logra sustraerse de sus interpretaciones previas. En cambio, en esta segunda parte, la aparición de esos egos empieza a contradecir el mensaje. Hacia el fin de la segunda historia resuenan las palomitas de maíz y dan ganas de saber cuánto tiempo ha pasado.

El cine de Wes Anderson a veces resulta demasiado cerebral y aunque suene a paradoja, tiende a abusar de lo estético. Sus imágenes nunca terminan por conmover, se quedan en una primera derivada de un montaje matemático rigurosamente ejecutado. El tercer acto tenía por función introducir la emoción y cohesionar las dos partes anteriores. El concepto de que las secciones de este periódico son un espejo de la sociedad supongo que era una de las intenciones, pero la idea de que el narrador de esta tercera parte sería un extranjero que buscaba rememorar los olores de su lugar de origen o de otro lugar pretérito, aparece forzada y en definitiva no emociona. A estas alturas, el recurso de la voz en o ya tiene cansado al espectador y el montaje sincopado hace que escuchemos los diálogos a lo lejos y el exceso de palabras carezca de significado.

No se menciona antes el periódico al que alude esta crónica francesa, debido a que la idea de encumbrar la palabra escrita a un nivel superior, de alguna forma naufraga en una verborrea de imágenes. Cuando el espectador se dispone a abandonar la sala sobreviene otra sección: el obituario y la galería de actores que participaron en la función, una muestra del cine de Anderson retratando a los actores favoritos de Wes Anderson. Este epílogo constituye una lápida al homenaje pretendido por el director.

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