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¿ADIÓS AL ESTADO LAICO?

POR EDUARDO QUIROZ SALINAS Ingeniero, escritor

Ya pasó la elección de los consejeros y, obviando el análisis político que no corresponde a este escrito, se ha obtenido un resultado inesperado o que ninguna casa de encuestas logró presagiar (aunque tampoco es que lo hayan hecho en el pasado). El grupo más amplio dentro del consejo quedará compuesto con una mayoría del Partido Republicano, que en términos relacionados al laicismo y/o al Estado Laico, están lejos, no solo de ser importantes, sino que literalmente van en el camino contrario y hasta existen partidarios que buscan las condiciones de un Estado Confesional. De los principios liberadores del Laicismo, poco y nada. De hecho, incluso la previa al funcionamiento de la nueva oportunidad constituyente ya tiene varios indicios que no va a ser una tarea fácil para el Estado Laico, cuando el representante más votado del grupo, Luis Silva, que tiene poder de veto dentro de la comisión indica “¿por qué cresta siendo mayoría tenemos que llegar a acuerdos con la minoría?”, refiriéndose a esa mayoría circunstancial que disfruta aquel grupo en este consejo. Pese a que luego intentó moderar sus expresiones y se sumó un mandato de silencio desde la cúpula de ese partido a todos sus representantes electos, hay una colección de expresiones o dichos del primer numerario del Opus Dei en Política que dan pie a imaginar lo peor, en cuanto a libertad religiosa y sus implicaciones, para la potencial nueva constitución. En la misma entrevista al Diario Financiero, él expresó: “Yo no voy a firmar una Constitución que se sostiene sobre la legitimación de asesinar niños”, cuando le preguntaron por el tema del aborto, que es un derecho constitucional actual incluso. Es decir, ya se pueden oler retrasos en cuanto a libertades y sólo por un tema de imposición de preceptos religiosos.

Alguna vez lo vivimos, cuando en tiempos de Bachelet se promulgó la ley de Matrimonio Igualitario (otro ítem con el que este grupo no está de acuerdo y buscan derogar) y dicha promulgación la tuvo que hacer el, aquel entonces, ministro Fernández, supernumerario del Opus Dei. Sin embargo, el epílogo fue distinto, pues pese a las presiones de la prelatura y de muchos de sus integrantes, Mario Fernández fue capaz de separar su rol como personal público y miembro de un gobierno, que vela por todos los habitantes de un país y no sólo por los miembros de una u otra creencia de turno. Entonces, él señaló que era capaz de separar su legítima creencia personal y adherencia a ese organismo, con su vida profesional y su rol, por lo que firmó finalmente esa promulgación. Mismo caso cuando se discutían los proyectos de Aborto en ese gobierno. La avalancha de presiones desde el Opus Dei era innumerable, según se leía en El Mercurio: “El derecho a la vida forma parte del ADN de un creyente. Y él está invirtiendo todo su capital en la lealtad hacia la presidenta”, dijo un miembro del Opus Dei en aquel periódico. Otro, en el mismo, indicó: “entiende que viva su convicción de fe hacia adentro, pero no hacia fuera” y, si bien declaró que no existe contradicción entre el rol de ministro y su opción religiosa, “todo tiene un límite”. Es decir, se reconoce, por parte de los Opus Dei que, para ellos, promulgar leyes que vayan en contra de sus preceptos, legítimos y válidos para quien(es) los aceptan voluntariamente o adhieren a ellos, pero, por millonésima vez, no deben ser impuestos a través de las leyes y mucho menos a través de una Constitución que es la ley marco de un país. Cómo no recordar las presiones del aquel entonces Cardenal Ezzati, quien en entrevista a la Tercera indicó que, en el marco de discusión de esas mismas leyes, “quiénes se definen cristianos deberían ser coherentes con su fe” y “los laicos católicos están llamados a no sucumbir ante la tentación de divorciar el compromiso político de la fe que profesan”, cuando justamente lo contrario a eso es lo correcto, en términos de quienes buscamos el respeto a las libertades y la tolerancia que promueve y propicia un Estado Laico y el laicismo, como modelo, pues un país alberga tantas cosmovisiones y expresiones espirituales como habitantes y pasajeros posee. Cómo no recordar esa frase de Jorge Sabag, ex diputado, quien en medio de una discusión de la ley de Matrimonio Igualitario, su trabajo, comentó: “los legisladores no saben más que Dios”. Recuerdo también una entrevista al Obispo de San Bernardo, Juan González, en la que señaló: “...cómo miembros del Opus Dei (Refiriéndose a Mario Fernández), los dos tendríamos que ser coherentes con la fe de la Iglesia Católica. Es lo que se nos pide”.

La última parte de esa frase es la que causa mayor desconfianza, respecto al proceso que se avecina, pues hace notar que los miembros de esa prelatura, independiente de la que sea su ocupación, les está impedido desarrollarla fuera de los cánones o preceptos de esa organización de la Iglesia Católica y ello, claramente ensuciaría las discusiones constitucionales.

Además, Conocemos de hecho la verticalidad de ese partido y el poco o nulo espacio para discrepancias internas, como lo señaló alguna vez Rojo Edwards y como lo sufrieron miembros que renunciaron a él, como Gloria Naveillán, quien en esa ocasión señaló que “funcionan como una secta” y que reciben instrucciones sobre cómo votar y qué decir. Y el historial de Luis Silva, no es muy alentador. Cómo es normal cuando salen electos, salen a la luz sus pasados, y en el caso de este numerario del grupo creado por Escrivá de Balaguer, hay declaraciones demasiado polémicas y que hacen tener, como señalé, un mal presagio. Por ejemplo, el 2006, en medio de un documental del Opus Dei, Silva, que fue protagonista de él, señaló que “es verdad que no puede ni leer ni ver lo que quiere” y no pudo justificar esa frase porque “va a sonar demasiado mal”, señaló. En el mismo señaló que quería dedicarse a la política para “...influir lo más posible en las leyes. Que sean leyes acordes con la moral”. Por supuesto, cuando se refiere a la moral, lo hace específicamente a los parámetros instruidos por su organización, ceñidos estrictamente al credo católico más radical. Algo que por supuesto está lejos, por mucho, según cualquier encuesta al respecto en el país, de lo que piensan y quieren vivir las personas del Chile actual.

En esa misma línea, es interesante comentar que hace algunos días apareció la Encuesta Bicentenario 2022, realizada por la Universidad Católica, que se realizó desde octubre hasta mediados de marzo de este año, y que es la única que hace un seguimiento a la realidad de las religiones en el país.

Los resultados muestran, por ejemplo, que en el grupo etáreo entre los 18 y 34, justamente el principal que va ser regido por la Constitución que emane de este proceso, quienes no profesan ni adhieren a alguna religión superan por primera vez, desde el 2006, a los de la religión católica, con un 41%, sobre el 36% de estos últimos, siguiendo la tendencia al respecto. Ese grupo, denominado “población jóven” es el que sufrirá principalmente con una potencial Constitución basada en preceptos que no tienen relación con una república, sino que son propiamente religiosos y sectarios. De hecho, si se revisa el sitio opusdei.org, el oficial de esa prelatura, es posible encontrar la referencia a documentos que emanan del Vaticano respecto al comportamiento de sus miembros. En el documento algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política [vatican.va, 2002] es posible encontrar ya en el primer párrafo lo siguiente: “el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral”, que es, a su vez parte de un motu propio que emanó de Juan Pablo II, antiguo pontonero de la Iglesia Católica. En el mismo documento, se citan otros creados por el fundador de la prelatura, cuya doctrina es fundamental y raíz de cualquier otra publicación, en los que es posible leer órdenes respecto a la política como la siguiente: “el derecho y el deber de la Jerarquía de la Iglesia de pronunciar juicios morales sobre asuntos temporales, cuando ello era exigido por la fe o la moral cristiana” o este otro, recogido de un boletín de La Obra llamado romana.org: “...el derecho y el deber de enjuiciar moralmente los nuevos problemas planteados por el creciente cambio social o por los avances tecnológicos corresponde a la Jerarquía eclesiástica”. Si bien el Opus Dei no limita los pensamientos políticos y se declara apolítica en ese sentido, si es tajante e implacable en sus lineamientos a sus miembros que participan en política, y en otras actividades también.

La periodista y ensayista chilena, María Olivia Monckeberg, premio nacional de periodismo 2009, dio cuenta en su libro El imperio del Opus Dei en Chile (2003) de las desconocidas y amplias redes económicas y políticas que se tejen desde esa prelatura y cuenta, en base a los testimonios de sus propios miembros, sobre la rigurosidad y escasa flexibilidad sobre todo en temas mal denominados “valóricos”, como los métodos anticonceptivos, los que están prohibidos para los miembros, así como cierta vestimenta, como la ropa “apretada”, transparencias o los bikinis por ejemplo, por “mostrar más de lo necesario”. Por supuesto que sus miembros obedecen. Otras prohibiciones o preceptos que además aparecen en el libro parecen sacados de textos de hace tres o cuatro siglos: “besos largos”, masturbación, separación de sexos en los colegios y otras actividades de grupo, relaciones prematrimoniales, etc.

Ese tipo de enseñanza y dogmatismo, que roza los límites del integrismo son los que florecen, practican y promueven en el Opus Dei. ¿legítimo?

¡Sin duda! Pero, nuevamente, sólo para quienes entran voluntariamente a ellos, tal como cualquiera de las adherencias espirituales disponibles. Este integrismo religioso, que es una de las caras actuales del teoconservadurismo o teo-neo-conservadurismo, que tuvo su auge a fines del siglo pasado y exponentes muy marcados, que vieron excelente rédito en la explotación de la religión como elemento político-electoral, encontró en la encíclica Spe Salvi (2007) de Benedicto XVI un renovado marco teórico, con marcado desencuentro entre los conceptos de fe, razón progreso, libertad, tecnología y ciencia, incluso con una innecesaria y equívoca denostación a Sir Francis Bacon, entre otros, en el que la democracia o estructura actual de gobierno es considerada como algo contrario a la voluntad divina: “...La razón y la libertad parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta. Pero en ambos conceptos clave, «razón» y «libertad», el pensamiento está siempre, tácitamente, en contraste también con los vínculos de la fe y de la Iglesia, así como con los vínculos de los ordenamientos estatales de entonces”.

Caben muchas dudas en este preámbulo de la discusión, que comienza el 7 de junio, y es de esperar que no aparezca la “corrección fraterna” ni antes ni durante ese período, en el que nos jugamos, nuevamente, la oportunidad de tener una Constitución que pueda ser, de una vez, la real casa de todos, donde no quepan dogmas impuestos de ninguna religión y donde el concepto Estado Laico aparezca de una vez. Que no sea este un adiós al Estado Laico ni un retroceso al camino recorrido en la consolidación de las libertades de conciencia y ampliación de los conceptos de espiritualidad. Como señaló Bauberot en una de sus entrevistas, el acercamiento al laicismo no vendrá, jamás, cómo es posible corroborar con los testimonios entregados, ni desde las religiones, ni mucho menos de sus grupos más radicales y dogmáticos. Esperemos que los representantes de los cargos políticos electos recientemente estén a la altura y tengan la madurez suficiente para entender que el documento que estarán plasmando y construyendo debe acoger a todos los habitantes y pasajeros de un país, en un mundo globalizado, multi e intercultural, con expresiones espirituales tan diversas como nunca antes y que, lo que menos requieren, es que re-aparezcan los fantasmas de la intolerancia religiosa, el dogmatismo, el integrismo, el fundamentalismo y todos los “ismos” que no hacen nada más que coartar nuestras libertades, empequeñecer nuestra razón y convertirnos en ovejas que precisan de un “pastor”, sin la autonomía necesaria para explorar el infinito mundo de la duda, del librepensamiento y de la sana y enriquecedora experiencia de pisar el fértil terreno de la neutralidad, que nos permita como ciudadanos libres, ir en busca de las respuestas a una de las preguntas fundamentales del siglo XXI: ¿de donde venimos?.

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