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DE VALORACIONES A CÁLCULOS: SOBRE EL SUSTENTO EMOCIONAL DE LA RACIONALIDAD HUMANA

Dos personas me han hecho la misma pregunta:

¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno,

¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor del café?

¿para qué sirve el universo? ¿para qué sirvo yo?

¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?

JORGE LUIS BORGES

POR FELIPE QUIROZ ARRIAGADA

Magíster en Psicología Educacional, magíster en Educación, Currículum e Innovaciones Pedagógicas, profesor de Filosofía. Licenciado en Educación

Al Comienzo No Fue El Logos

Hoy, en pleno desarrollo desenfrenado de la sociedad técnica, tendemos a creer que la realidad misma se constituye por fundamentos racionales. Desde este supuesto se han edificado los principales edificios epistemológicos de la modernidad y actual Hipermodernidad. A ello refería, en efecto, el sueño de Galileo, cuando pretendía que el universo estaba escrito en fórmulas matemáticas, o sea, lógico - formales. Esta idea se repite en todo el desarrollo histórico de la filosofía moderna, al margen de sus tensiones, retrocesos y contradicciones. La realidad sería aprehensible mediante el cálculo racional, y la prueba de ello es cómo la aplicación del método moderno ha permitido al hombre el dominio sobre el mundo, como en ninguna otra época de su historia lo había logrado en tal medida.

Sin embargo, el mismo avance del pensamiento racional occidental devela un origen muy distinto. De hecho, el devenir del pensamiento filosófico griego consistió en pasar del proyecto moral de Sócrates hacia el establecimiento de principios epistemológicos para la creación de una nueva ciencia: la Lógica. Al fin y al cabo, el anhelo de Sócrates de supeditar estrictamente los instintos a la racionalidad es, en efecto, más un deseo que un método (o sea, un instinto debilitado, según Nietzsche), ya que tal ordenamiento del espíritu aún no nacía en la historia humana. Será a través, primero, de la sistematización epistemológica llevada a cabo por Platón, mediante su teoría del mundo de las ideas, así como posteriormente con Aristóteles, mediante lo cual la racionalidad antigua logrará vencer definitivamente al sofisma y dejar para la posteridad al pensar formal como parámetro absoluto para el posterior desarrollo de las ciencias. En este contexto, la titánica tarea del estagirita es tanto de carácter epistemológico como político, ya que a través del sistema de razonamiento deductivo de los silogismos categóricos de forma típica se posiciona, definitivamente, una vía única ante la cual se supeditaría cualquier otra teoría, aproximadamente por los siguientes mil años para la civilización de occidente. Y, de manera aún más extensa en el tiempo, el relativismo sofista no sería considerado como parámetro filosófico hasta llegada la era contemporánea.

Sin embargo, resulta evidente que lo logrado por Aristóteles representa el fin de un camino, la cumbre de un edificio elaborado por toda una escuela de pensamiento, y no, por tanto, un origen. Es una construcción y, en estricto rigor, un esfuerzo enorme de la voluntad, cuyo fruto es el mundo perfecto, ordenado y armónico, que se desprende desde el silogismo. Es, finalmente, la manifestación espiritual del antiguo anhelo griego por Cosmos, triunfando sobre el Caos.

Pero, paradojalmente, todo anhelo es pasional, incluso y tal vez en mayor medida el que busca con escrupulosa obsesión el nacimiento de un sistema absoluto de racionalidad deductiva; mediante la cuál establecer el imperio de lo necesario en el mundo de las ciencias. Se trata, por tanto, de una refinada e intensa manifestación de la voluntad de poder tan propia al hombre como su esencia misma. Respecto del nacimiento del sistema formal de la lógica, en la literatura se señala:

Comprobaremos así que no es si no el pobre, pero útil resultado, del poderoso, tenaz y frenético esfuerzo de nosotros mismos -entes afincados en la vida-; que la lógica nace, se desarrolla y perfecciona a lo largo de los siglos, de la experiencia científica y de las creencias metafísicas; que su último por qué germina dentro de determinados horizontes metafísicos, aunque sólo es una lenta y penosa construcción a posteriori (Granel, M. 1949. Pág. 6). De esta manera, la formalidad lógica sería producto de la creencia, o sea, del anhelo, la necesidad, la búsqueda instintiva, y la pasión. Por tanto, del cuerpo. Respecto de ello el gran pensador de la sospecha, Friedrich Nietzsche, señalaba: “Tu pequeña razón, hermano, esa a la que llamas “espíritu”, es también un instrumento de tu cuerpo” (Así habló Zaratustra. 2012. P. 52). Lo cual se complementa con: “El cuerpo, como creador, se creó al espíritu como brazo de su voluntad” (53). Y finalmente, con:

Detrás de tus pensamientos y de tus sentimientos, hermano, hay un amo poderoso, un sabio desconocido que se llama sí mismo. Habita en tu cuerpo; es tu cuerpo. Hay en tu cuerpo más razón que en tu más profunda sabiduría (53).

Esta idea tuvo eco en buena parte de la teoría filosófica del siglo XX, así cómo también en el ámbito de la psicología, principalmente en el psicoanálisis, para el cual la idea de Pensamientos Inconscientes adquiere un rol determinante. Este pensar anterior a la consciencia responde, precisamente, a ese campo misterioso existente en la interioridad humana que se da entre lo somático y lo psíquico, que Sigmund Freud buscó explicar a lo largo de gran parte de su obra. Respecto de ello, en la literatura psicoanalítica se señala:

La vida anímica rebosa de esos pensamientos inconcientes y eficientes que pugnan por salir y que, como los sueños, sólo alcanzan la conciencia desfigurados y transcritos en formaciones inconcientes. (Sierra, M. L. 2009. Los sueños de Sigmund Freud. Pp 90-91).

Por cierto, tal actividad mental que producto de la represión no logra emerger desde lo inconsciente hacia la consciencia no refiere, en modo alguno, a la constitución de la racionalidad. Por el contrario, esta última es, de alguna manera, el reverso de lo inconsciente. Sin embargo, tanto para el nacimiento de la fantasías como para el de la razón, la fuente es la misma; el mundo de las pasiones instintivas que provienen, a su vez, del cuerpo y su vitalidad. Y así como a pocas inteligencias extraña que la existencia del Mito emerja desde las profundidades de las necesidades irracionales del hombre, a muchas sí extraña que el origen del Logos, o sea, de los principios filosóficos que sustentan la actividad intelectual, académica y científica de la humanidad, provenga desde ese mismo misterioso y oscuro origen. Por tanto, tal como se ha señalado, la racionalidad no descubre ningún principio, sino que, por el contrario, elabora argumentos que son de una naturaleza completamente a posteriori. Son, en efecto, el a posteriori absoluto, y sus producciones no debieran denominarse Principios, sino Últimos, ya que no representan ni semilla ni raíz alguna, sino flores y frutos. La razón, de esta manera, es producto de una agudización del instinto, o sea, es efecto de una concentración de la voluntad de poder, en el animal humano, así como la cultura no es otra cosa que la forma en que se expresa la naturaleza a través de esta particular especie. La razón, de esta manera, más que responder a un mandato científico lo hace de uno creativo, y la formalidad lógica es, por tanto, expresión estética, así como la ciencia; narrativa.

La Necesidad De Las Humanidades

Si bien la lógica demoró siglos en posicionar las estructuras formales necesarias para que los caminos del sentido se orientaran hacia determinados horizontes de validez o invalidez, necesarios o probables, esta estructuración se logró debido a una actividad mucho más antigua de la humanidad, la cual consiste en establecer valoraciones respecto de la realidad, y sus entes. Por cierto, tal generación de jerarquías axiológicas no responde a criterios racionales. No lo podría hacer si la misma racionalidad es uno de sus frutos. Pero siempre lo hace a lo que emocionalmente es importante para nuestra subjetividad. La emoción es, entonces, la verdadera raíz de del sentido, en el mundo humano.

Sin embargo, el ámbito de la subjetividad, de aquello que para cada persona es específicamente importante, se ve siempre invisibilizado y, por tanto violentado, cuando se lo intenta someter a las fórmulas positivistas de interpretar la realidad, confudiéndonos entre la causa y el efecto. El centro desde donde nacen nuestras motivaciones y posteriores valoraciones no es posible medirlo sin alienarlo y reducirlo. Sin, en otras palabras, traicionarlo. En ello radica, en efecto, el misterio, belleza y dificiltad de la búsqueda psicológica. Respecto de ello, se señala:

Cuando Jung dice “Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana” podemos decir que es el postulado esencial para todo aquel que se forme en materia de psicología (Pacheco, H. H. Revista Stultifera Navis. P 7).

Para abordar la fuente desde la que emana aquello que valoramos, en lo personal como en lo colectivo, debemos instalarnos desde coordenadas intelectuales muy distintas al positivismo conductista. Para ello, la fenomenología y, de hecho, la investi- gación intercultural, nos entregan categorías claves para intentar el acercamiento al misterio, el cual no admite cientificismos. Una de estas categorías es la de Alteridad. De acuerdo con la literatura, esta: Supone aceptar como sujeto cognoscente a alguien no imaginado, a alguien no igual. El aceptar una Otredad distinta, no construida necesariamente a partir del Uno, supone admitir formas de conocer totalmente otras y supone, también y necesariamente, el diálogo y la relación con ese Otro en un plano de igualdad basado en la aceptación de la distinción y no en la semejanza y la complementariedad (González, F. 2009, p 126). De forma muy distinta ocurre cuando, mediante la estructuración estricta del pensar formal, se someten a categorización lógica y matemática las relaciones intersubjetivas de las colectividades humanas, y, con ello, se orienta hacia caminos de validez o invalidez a una dimensión de la realidad, la de la interioridad emocional de las personas, que debe ser considerada éticamente desde parámetros completamente distintos. Así como señalara Martin Heidegger cuando advertía de los peligros para las ciencias el supeditarse exclusivamente de acuerdo al método investigativo moderno (Serenidad, 2002), que desde sus supuestos ya condiciona sus resultados y conclusiones, cuando es a la subjetividad a la que se somete a este esquema, se transforma la sutil naturaleza interior de las personas en dato cuantificable, reconocible, medible y, por todo ello, manipulable. Respecto de ello el pensador Michel Foucault señalaba: Finalmente, el examen se halla en el centro de los procedimientos que constituyen el individuo como objeto y efecto de poder, como efecto y objeto de saber. Es el que, combinando vigilancia jerárquica y sanción normalizadora, garantiza las grandes funciones disciplinarias de distribución y de clasificación, de extracción máxima de las fuerzas y del tiempo, de acumulación genética continua, de composición óptima de las aptitudes. Por lo tanto, de fabricación de la individualidad celular, orgá- nica, genética y combinatoria (Vigilar y Castigar. 2003. p. 179).

Hoy, en pleno auge del desarrollo de la Inteligencia Artificial, el peligro de alienación de la subjetividad humana es un hecho innegable para las generaciones que viven en estas primeras décadas del siglo XXI, ya que se puede avanzar sin contrapeso en la transformación de todo elemento cualitativo en otro cuantitativo, siendo esto, para el ámbito de las valoraciones personales, a todas luces enajenante. En efecto, el hecho de que las emociones individuales respondan a cálculo lógico es, en simples palabras, clara evidencia de manipulación y adocrinamiento, vía disciplina y vigilancia tecnológica. Por cierto, la práctica de manipulación colectiva es tan antigua como la política y el mundo, sin embargo, lo verdaderamente preocupante de la actual situación es el alcance, la velocidad, presencia y naturaleza de la herramienta a la que los seres humanos pudieran estar sometiéndose paulatinamente, así como la completa diferencia de fuerza entre la herramienta misma y las voluntades individuales. Al fin y al cabo, no es solo el pensar mismo el que está en riesgo, como señalara Heidegger (Serenidad, 2002), sino la emocionalidad de las personas, y con ella nuestra identidad más próxima, desde la cual valoramos o no la vida con sus desafíos y posibilidades.

Para que la preciosa subjetividad humana sea preservada, y no devorada por su propia creación -la racionalidad técnica y sus actuales instrumentos de vigilancia- es necesario abordar el mundo emocional valorando lo que este valora, dando importancia a sus particularidades e, incluso, arbitrariedades, ya que es en ellas donde aún se esconde lo que nos distingue del cálculo homogéneo, y podemos, al margen de las circunstancias y su influencia, ser un alma, y no un producto. Para ello, entonces, junto con los avances de la tecnología, es necesario rescatar a las humanidades y las artes, las narrativas y axiologías que permitan al ser humano volver a habitar su mundo, y reencontrarse con su poder.

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