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EL ESPACIO PÚBLICO URBANO

El espacio público es un componente fundamental para el desarrollo de la vida urbana. Entendido como el ámbito en el que ocurre el encuentro y la circulación de las personas, permite complementar las actividades que se manifiestan en el mundo de lo privado. Es entonces lo público el lugar en el que, bajo determinadas características físicas y ambientales, se produce la interacción entre ciudadanos. De ahí que el espacio público asume el rol del lugar preferente para el debate, el intercambio, para el comercio y la deliberación política, para la ocurrencia del encuentro así como de la disputa. Es el lugar en el que se juegan los asuntos del Estado y se pondera su efectividad. Es en la plaza pública, en la calle, en donde se celebra y se cuestiona. Por ello, definido como “spatium, aquello que separa dos puntos”, permite entender una separación que solo se puede vivenciar cuando los cuerpos situados en él adquieren la capacidad de comprenderlo en sus dimensiones, texturas, direcciones, proporciones y colores, cuestión posible en la medida que aquellos cuerpos estén en movimiento. Así, espacio público es movimiento en lo público y de lo público. De ahí que vale preguntarnos, ¿Cómo se desarrolla el espacio público en tiempos de crisis sociales?

La falta de encuentro, de debate, de diálogo, anula el movimiento urbano. Un espacio público sin movimiento, oculta su naturaleza e incrementa su deterioro. Así, la disminución de la calidad del espacio público, comprendida en general como un desgaste de sus calles y fachadas, implica muchas veces una pérdida de la calidad de las relaciones interpersonales y ciudadanas que en él ocurren. Por el contrario, comunidades resilientes, adecuadamente conformadas, con capacidad de encausar sus diferencias en un espacio de conversación democrático y tolerante, van generando entornos urbanos más armoniosos.

Esto además ocurre ante la disponibilidad de espacios públicos accesibles y seguros, siendo uno de los indicadores clave de la calidad de vida urbana, que se mide entre otros factores, por el tipo de secuencia espacial entre el ámbito privado y el público, y su capacidad de generar instancias intermedias semiprivadas adecuadamente resguardadas. Se mide además, por la calidad de la infraestructura urbana, que acompaña el uso de determinados espacios, expresada en iluminación, mobiliario urbano, pavimentaciones adecuadas y señalética pertinente. Se evalúa por una adecuada mixtura de usos, que permita la interacción social, económica y cultural que potencia y enriquece al ámbito público. Considera además el reconocimiento de las particularidades de cada habitante, permitiendo el desplazamiento libre de adultos mayores y personas con capacidades diferentes.

Finalmente, y sin que este listado quede agotado, el espacio público se mide en metros cuadrados de áreas verdes por habitante, considerando a veces su mantenimiento, es decir, lugares en que existe cuidado, limpieza o regadío, lo que por cierto no debe confundirse con áreas vegetadas naturales ni debe desconsiderar las plazas duras pavimentadas, paseos públicos o playas, acompañando el habitar residencial y el uso comercial e industrial, con espacios de desahogo urbano y con la presencia de vegetación, el que con mayor razón en ciudades contaminadas, densas y segregadas, aportan a la construcción de espacios sombreados que generan mejoras significativas en la calidad de vida.

En consecuencia, la existencia y valorización del espacio público, es señal evidente de sociedades que han logrado acuerdos de convivencia, donde el intercambio de ideas y bienes permiten el encuentro con lo diferente, dejando atrás ese debate entre lo que es “de todos y a la vez de nadie”, hacia una identidad colectiva donde el Estado surge como mediador de los intereses particulares y donde en nuestro caso, hemos de promover la recuperación de los centros, -urbanos e ideológicos-, tan deteriorados y en abandono, pero que son claves para distribuir oportunidades.

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