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EVOLUCIÓN

La evolución es un hecho, nos enseña el biólogo Richard Dawkins en su libro EVOLUCIÓN. EL MAYOR ESPECTÁCULO SOBRE LA TIERRA (Espasa). Cada día aparecen nuevas pruebas a su favor y siempre más sólidas. Cuando la evidencia a favor de una teoría es abrumadoramente grande, seguir llamándola teoría puede confundir a las mentes ignorantes o dar armas a quienes se oponen a ella. Porque quienes niegan la evolución –los “negadores de la historia”, dice nuestro autor– se apoyan en que “es solamente una teoría”.

También es una teoría la que afirma que la Tierra gira alrededor del sol, pero ya nadie en su sano juicio la pone en duda; se acepta como un hecho científico establecido el movimiento heliocéntrico de nuestro planeta.

Negar la evolución es empresa semejante a negar el Imperio Romano o a dudar del Holocausto nazi. Si ocurriese lo primero, los profesores de Historia de Roma se verían forzados a emplear tiempo y esfuerzo en la defensa de los hechos ciertamente ocurridos en el mundo antiguo. Si ocurriese lo segundo (y esto ocurre a veces, efectiva y lamentablemente), los historiadores de nuestra época se tendrían que enfrentar a poderosos prejuicios antisionistas.

La situación de muchos profesores de ciencia es hoy equivalente a lo señalado en el párrafo anterior: cuando exploran y explican la naturaleza de la vida en el contexto de la evolución, son acosados, amenazados y perseguidos, en muchos lugares del planeta, por quienes han adoptado creencias religiosas y tienen a Dios como creador de la existencia.

En libros anteriores de Dawkins, no aparecían pruebas de la evolución; se partía asumiéndola ya como algo real. En estas páginas, como detectives que llegamos a una escena del crimen después de cometido el delito, vamos rehaciendo el pasado a partir de las huellas con que contamos.

Las pruebas que nos presenta nuestro autor provienen de diferentes ámbitos: primero, la enorme cantidad disponible de fósiles animales y humanos nos permiten documentar plenamente la historia evolutiva (y nos facultan para dejar de hablar del “eslabón perdido”, ya que un suministro rico de fósiles intermedios enlaza al ser humano moderno con el antepasado común que comparte con otros primates); segundo, la teoría moderna de las placas tectónicas –sólidamente establecida– aporta numerosas evidencias explicativas de la distribución de los fósiles y las criaturas vivas y nos ofrece aún más pruebas de la extrema antigüedad de la Tierra (4.500 millones de años y no 6.000 como aseveran los creacionistas); tercero, aunque no se hubiera encontrado ni un solo fósil (lo que no es así), las pruebas que provienen de los animales que han sobrevivido son más que suficientes para demostrar que Darwin está en lo cierto: a la evidencia comparativa anatómica se agrega hoy la genética molecular. La historia evolutiva está escrita en los cuerpos vivos que pueblan la Tierra.

Prejuicios inveterados y obstinada incultura solamente pueden hacer dudar de que el origen de la vida, en general, y de la vida humana, en particular, puede ser clara y simplemente explicado por la idea darwiniana de la evolución por selección natural no aleatoria. La teoría de la evolución es ya, al igual que la teoría heliocéntrica, un hecho cierto.

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