Nace en Barcelona, España (1933). Licenciado en Derecho, Letras y Filosofía y Periodismo. Pedagogo y colaborador en guiones de cine, teatro, radio y artículos de prensa. Tiene más de una treintena de libros publicados para niños, jóvenes y adultos, los cuales han sido traducidos a diversos idiomas. Entre sus múltiples reconocimientos, destacan el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1997. Su novela más galardonada fue Pa negre (2003) llevándose el premio M. Àngels Anglada, el Lletra d’Or, el Joan Crexells y el Premio Nacional de Cultura de Literatura. Recientemente este libro fue llevado al cine bajo el mismo título por Agustí Villaronga, llevándose el Goya por mejor película, guión adaptado, entre otros reconocimientos. Para acceder al texto que ha escrito para GRETEL y más información, haga clic aquí.
Emili Teixidor
El Máster en Libros y Literatura para niños y jóvenes tiene el honor de contar con Emili Teixidor como escritor invitado de este mes.
Emili Teixidor i Viladecàs nace en Barcelona (España) en 1933. Estudia Derecho, Letras y Filosofía, Periodismo, y luego se dedicó a la pedagogía. Colaboró en cine, prensa, teatro, programas de radio y televisión, escribiendo guiones, artículos periodísticos. Sus intervenciones radiofónicas han sido recopiladas en En veu alta: escrits per a la ràdio (1998). Autor de una extensa producción literaria en catalán, que incluye obras para niños, jóvenes y adultos. Sus libros han sido traducidos a idiomas como el castellano, italiano, francés, portugués, entre muchos otros. Reconocido con numerosos premios, entre los que destacan Crítica Serra d’Or de Narrativa en 1989 por Sic transit Glòria Swanson, y el mismo en su categoría de Literatura
Juvenil en 1994 por Corazón de roble. También sobresalen el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1997 con L'amiga més amiga de la formiga Piga. A su vez, L'ocell de foc ha sido seleccionada por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez como una de las cien mejores obras del siglo XX español. Su novela más galardonada fue Pa negre (2003) llevándose el premio M. Àngels Anglada, el Lletra d’Or, el Joan Crexells y el Premio Nacional de Cultura de Literatura. Recientemente fue adaptada al cine con el mismo título por Agustí Villaronga, llevándose el Goya por mejor película, guión adaptado, entre otros premios. El guión del film no sólo contiene elementos de esta novela, sino otros extraídos de sus obras Retrat d'un assassí d'ocells y Sic transit Gloria Swanson. En el 2010 publicó su más reciente libro, Els convidats.
Texto de Emili Teixidor para GRETEL Escribo desde los primeros cursos de bachillerato en el colegio. Me gustaba ese poder creador de las palabras, disfrutaba imaginando mundos fantásticos que se contraponían al mundo real y lo mejoraban –o empeoraban– en todas direcciones. Algunas personas me han confesado que tienen la costumbre de soñar a su antojo; pues bien yo tengo la posibilidad de crear otros mundos y personajes y situaciones... con las palabras. Desde muy joven participé en concursos y fui premiado por nombres importantes de las letras e incluso me publicaron, eran ejercicios de los que no me avergüenzo por el estímulo y satisfacción que me proporcionaron pero sobre los que no me gusta insistir. Con el tiempo, y el oficio, he aprendido que hay que trabajar mucho para que salgan bien las cosas. Por eso trabajo cada día, aunque sólo sea un rato: el hecho de sentarse ante la mesa de trabajo es la mejor inspiración. Sentirse libre porque sabes que si el resultado no es el que deseabas, para eso está el trabajo, el mañana y el borrador. ¿Inspiración? Seguramente se refiere al cúmulo de ideas y sentimientos que llenan las cabezas de todos los humanos, cada loco con su tema. Lo importante es saber elegir, separar el grano de la paja... y cuidar al máximo el lenguaje que es el traje con que los temas elegidos se presentarán en sociedad. Ahí va un tema que escribí para unas bibliotecarias / maestras sobre la importancia de los libros y la lectura en la escuela... y en la biblioteca, claro.
LA LECTURA, DESEO Y REALIDAD
Emili Teixidor
1.- El deseo es el motor de todas las actividades humanas. De la misma vida. Muchas instituciones lo quieren regular, incluso frenar, y por eso algunos autores han hablado de “dietética de los placeres”. Dietética como en las dietas para adelgazar: todo está al alcance de todos, nadamos en la sobreabundancia, pero debemos elegir lo que más nos convenga. En ese aspecto, la educación entra también en esa dietética de consejos, frenos, regulaciones y ordenanzas. Los actuales programas en los medios de recomendación de libros y lecturas, entrarían en cierto modo en esa dietética, que supone una desorientación y una sumisión del lector a los dictados del doctor. 2.- El deseo de saber es uno de los motores que nos guían. Es tarea de la educación encauzar ese deseo de conocimiento, afianzarlo, procurarle los cuidados necesarios para que crezca, se fortalezca y dé sus frutos. Es un deseo innato, como los otros deseos que nos empujan, y los mejores educadores cuentan con él como con un aliado, un colaborador y un amigo. 3.- Durante mucho tiempo la escuela ha estado planificada para prohibir los placeres, o por lo menos encauzarlos en la dirección de la doctrina establecida, y por eso quizás encuentra dificultades en esa sociedad hedonista, en la que la búsqueda de la felicidad –nombre genérico del placer- es una de las metas. De la escuela represora, censora, predicadora, a la escuela amena, permisiva, placentera... Del papel central del maestro al papel central del alumno. ¿Y el esfuerzo que supone la lectura, dónde queda en ese nuevo marco de placidez? 4.- No hay que confundir el deseo con la felicidad, en el sentido que a veces la propaganda comercial e institucional nos ofrece la lectura como una forma de felicidad o incluso de acceso al poder. El deseo es trascendencia, apertura, falta de algo. La felicidad es equilibrio, estabilidad, plenitud. El deseo es sólo el inicio, el anzuelo para conseguir no el placer, sino la felicidad, y rebajemos esos términos solemnes todo lo que haga falta. Y rebajemos también los eslóganes comerciales e institucionales para incitar a la lectura. Con la lectura conseguiremos la felicidad, pero sólo si somos capaces de hacer el esfuerzo necesario para conquistarla. 5.- Para que funcione el deseo, es necesario lo que algunos filósofos llaman “el objeto pulsional”, que significa más o menos “el objeto que nos atrape, que nos atraiga, que nos tiente...”. Pero para los jóvenes –niños y adolescentes– el objeto –el libro en nuestro caso– debe ir acompañado de algo más, no puede limitarse a obtener el simple objeto del deseo, a satisfacer una necesidad o una curiosidad y nada más. Los niños tienen necesidad de comer, pero lo que “desea” no es tanto la leche de la madre, como su amor. Un chico que tiene todo lo que necesita pero no todo lo que desea, tiene una carencia grave. El objeto que se propone al lector novato debe ir acompañado de una actitud receptiva, inclusiva, interesada... para que esas primeras lecturas vayan
acompañadas de la presencia invisible del maestro o bibliotecaria, en cierto modo como si leyera para agradar a esos adultos que le han aconsejado, entregado, depositado en sus manos el libro. Observemos que muchas veces eso también sucede con los lectores adultos y experimentados: leemos el libro recomendado o leído por alguien que merece nuestra confianza, estima, aprecio. Así la lectura, en todas las edades, se convierte en una conversación con el otro, en un diálogo con el otro, que tiene la posibilidad de prolongarse acabada la lectura. Ese es uno de los alicientes de los “clubes de lectura” que funcionan en bibliotecas y escuelas. Y es que la felicidad, sin testigos, sin otros, no es completa. 6.- El buen uso de los deseos, es un ideal que han propuesto muchas escuelas filosóficas. Y hay que recordar que muchas de esas escuelas propugnan el ascetismo como método para conseguir ese ideal. Sin ese buen uso, se pueden desear simultáneamente cosas contradictorias, y por ello hay que establecer unas prioridades. Los jóvenes pueden comprender la necesidad de ese buen uso, cuando deban elegir su participación entre varias actividades incompatibles, en la práctica del deporte por ejemplo. Y en el deporte pueden aprender también que sin esfuerzo y entrenamiento diario y bien dirigido, no se puede participar en ninguna competición con mínimas posibilidades de éxito. Sin entreno no hay partido. Sin silencio y compostura, no hay lectura. Otra cosa es que en lugar del objetivo final de jugar un buen partido, el profesor coloque la representación de una obra de teatro, una lectura ante una asamblea, la presentación ante amigos de una obra o de un autor... el señuelo depende de las circunstancias que puedan aprovecharse. 6.- Hemos hablado del esfuerzo, y una de las tareas de la escuela es precisamente saber graduar, en todas las actividades y por consiguiente también en la lectura, el grado de sacrificio o dificultad a superar con el grado de satisfacción que producirá la obtención de las metas propuestas. Si se exige demasiado pronto, vendrá el desánimo y la deserción. La infancia es la edad ideal para que el lector se acostumbre a la mecánica de la lectura, el dominio de las técnicas –entonación, pausas, silencios, dramatización...- de manera que no ofrezca dificultades en edades superiores. En la primera edad se pueden presentar muchos ejercicios como un juego, un juego de superación si se quiere, pero un juego al fin y al cabo. Es importante que el lector llegue a la adolescencia con el dominio correcto de la lectura, en voz alta y en silencio. 7.- Para encauzar el deseo, son muy útiles los rituales. Por ejemplo: reservar un tiempo diario para la lectura silenciosa o en voz alta, encargar a cada alumno una tarea en la biblioteca del centro para darle ocasión a que examine los libros recién llegados y observe el interés de los compañeros por algunos títulos, celebrar concursos de poesía -original o recitales- cada cierto tiempo… Los rituales canalizan los deseos para que vayan en la buena dirección.
8.- Todo lector tiene su ritmo y sus necesidades. Lo importante es que el proceso, el intercambio –de impresiones, de noticias, de informaciones, de lecturas...- no se interrumpa. No todos los lectores pueden seguir al mismo ritmo la misma prescripción, pero a todos se les puede exigir que no abandonen su camino, la regularización continua. Si el lector está en marcha, ya llegará. Lo importante es que no se detenga. 9.- A veces, en el recorrido de ese camino, el lector escogerá lecturas que los lectores formados –de algún modo hay que llamarlos– no aprobarán. No debemos mostrar nunca nuestra desaprobación a esa lectura de baja calidad o inapropiada de modo que el lector se sienta ofendido. Hay maneras razonables y divertidas para hacerle dar cuenta de su –posible– error. La burla no es nunca una de ellas. Dejemos que el camino, los comentarios de otros lectores, el espíritu de superación, la comprensión de todos, y otras lecturas produzcan el cambio a mejor. 10.- En su camino, o sea en su progreso, el lector puede encontrar ayudas o estímulos, estratégica e intencionadamente colocados por sus profesores para empujarle en su esfuerzo por mejorar. Por ejemplo, en las primeras clases, algunos maestros escriben cada día un verso –sólo uno– al lado del reglamentario día, mes y año. No es obligatorio que los niños lo lean, ni siquiera que lo entiendan. Está allí puesto, con sus palabras nuevas o viejas, y sus expresiones claras u oscuras. La curiosidad hará que unos pregunten, y otros pasen de largo, pero el verso diario creará un ritual esperado y enseñará a leer de otro modo, sin más interés que el lenguaje, la expresión, la forma. El ejemplo puede cambiarse por otros parecidos y adecuados a cursos superiores. Ya nos hemos referido a alguno de ellos al hablar de una de las maneras de llenar la biblioteca. Hay muchos más. 11.- Gargantúa escribe a su hijo Pantagruel, en el libro que lleva su nombre, y le dice que la libido sciendi, o sea el deseo de conocer, se transforma con el tiempo y la práctica en voluptas sciendi, el placer de conocer. No daña nada saber siempre y siempre aprender, de cualquier cosa que sea, de una olla a una zapatilla. Desear el mismo deseo, sin otra preocupación posterior, sin la ansiedad de lograr resultado alguno. El placer por el placer. Como aquel psicólogo que aconsejaba que para hallar la felicidad, la primera condición era no buscarla, que las cosas en la vida vienen solas, sin proponérselo. Se hace camino al andar. Poco a poco y con buena letra. 12.- El buen maestro procura no ahogar el deseo de conocer que lleva todo alumno consigo con lecturas que el deseo no pueda soportar por cualquier circunstancia o exceso de cualquier tipo, desde la incomprensión a la pesadez del texto. Hay que distinguir los fragmentos, e incluso capítulos, obligados para ilustrar una determinada lección –pensemos en un soneto cualquiera para que el joven vea qué es un soneto y escuche cómo suena– de las lecturas personales que el alumno pueda elegir libremente y dejar libremente si no le gustan. Otra cosa es el seguimiento discreto que el profesor puede hacer del historial lector de cada alumno y decidir intervenir según su forma de actuar en
casos necesarios. Pero mantener viva la llama del deseo, de la curiosidad, es más importante que la lectura rutinaria, obligada y sin futuro. 13.- El deseo tiene conciencia de sí mismo. La tragedia de Don Quijote consiste precisamente en su pasión por los libros de caballerías y en su incapacidad por dominar esa pasión y entenderla adecuadamente. Bendita locura, han exclamado algunos. De ahí los numerosos tratados escritos para aprender a controlar las pasiones. Y el retrato de esas pasiones -especialmente la pasión amorosa- se encuentre en los libros. El retrato de las pasiones, el tratado de las pasiones que impone sus códigos, y el remedio al exceso de las pasiones. Pensemos en los libros de autoayuda que han llegado hasta nuestros días. 14.- Existe el peligro de quedarnos con una sola de las funciones del lenguaje que nos proporciona la lectura: el de la comunicación. Las palabras sirven para comunicarnos, pero el lenguaje también es -puede ser- una creación artística. Normalmente los libros más leídos son los que se limitan a la función de comunicar algo, los lectores leen para divertirse y para aprender cosas. Pero leer poesía, por ejemplo, o cierto tipo de novela, ya les cuesta más. 15.- Cuesta comprender que una obra de arte, considerada simplemente como obra de arte, es una experiencia, no una afirmación ni la respuesta a una pregunta. El arte no sólo se refiere a algo; es algo. Una obra de arte es una cosa en el mundo, y no sólo un texto o un comentario sobre el mundo. Son palabras de Susan Sontag sobre la posible utilidad del arte, de la literatura, de la lectura. 16.- Por eso hay que distinguir -y hacer que los lectores distingan- el lenguaje como instrumento de comunicación, y como objeto de creación artística. Nos comunicamos gracias al lenguaje, oral y escrito, pero también podemos construir con él monumentos de belleza sin otra finalidad que la creación de una obra de arte, en un juego artístico que es el dominio del verdadero escritor. Son dos categorías distintas de lectura. Karl Kraus las distingue cuando dice que hay escritores en los que la forma y el fondo están unidos como un vestido sobre un cuerpo y otros en los que la forma y el fondo forman una unidad como el alma y el cuerpo. Y a esa categoría superior de la literatura, de la lectura, que normalmente es la poesía, es la meta a la que debemos llegar todos los lectores. 17.- Buenos libros y buena suerte. ************************************************************* A veces olvidamos que en la lectura hay un punto de transgresión. El solo hecho de buscar otras realidades, más o menos alejadas de nuestra realidad ordinaria, significa un acto de rebeldía contra la vida que nos rodea: frente a la vida que nos ha tocado vivir, optamos por la vida que elegimos vivir, frente al mundo real preferimos el mundo imaginado.
Por esa razón hay que ser muy respetuosos con la lectura de los jóvenes, con sus lecturas. Obligar o presionar a un joven para que hable de sus libros y héroes preferidos, es como querer entrar en su intimidad. Si el joven, no quiere hablar o comentar los libros que lee, hay que respetar esa parte de su intimidad. Se pueden crear las condiciones propicias para que los jóvenes lectores se abran al diálogo e incluso a la confidencia sobre sus lecturas favoritas, como se deben crear los espacios y establecer los tiempos para que los adolescentes tengan acceso a los libros de manera libre y agradable, pero hay que tener mucho cuidado en convertir la lectura en una obligación, en un programa educativo, en una amenaza del tipo que sea. Respetemos la maduración de los jóvenes y de sus intereses. El paso de la infancia a la adolescencia es difícil, y los jóvenes no sólo pierden interés por la lectura, también lo pierden por muchas otras cuestiones desde la religión a la familia o incluso la comida en casos graves. Si en la infancia han aprendido bien los mecanismos de la lectura, ya volverán a los libros, pasado el bache. No agravemos la depresión con nuestra angustia o nuestros sermones. Si no lee, es casi seguro que sienta una carencia importante, y en muchos casos fundamental, el contacto con las voces sabias, confortadoras y estimulantes que podría haber encontrado en los libros, pero la libertad tiene sus riesgos. Leemos, al margen de para instruirnos, para ingresar en otro mundo, conocer nuevos amigos, nuevas emociones, nuevas palabras, nuevas experiencias, nuevas vidas... y aunque el universo que nos presenta el libro sea un espejo del nuestro, del universo ordinario, la literatura lo presenta con más intensidad -deformado o purificado- de manera que podemos reconocernos en él y establecer comparaciones y niveles de exigencia respecto a nuestras existencias. Aprendemos a leer nuestras vidas como si fuera un libro, una novela con su inicio, desarrollo, sus dificultades, éxitos, fracasos y su final. Cuando el espejo refleja otras realidades, todo ese universo a menudo está en contradicción con el mundo que nos ha tocado vivir: la vida impuesta por la realidad es como la cara fea y rutinaria de la vida imaginada, soñada, deseada, que hallamos en la literatura. Hay un momento en la vida de los jóvenes, que suele coincidir al comienzo de la adolescencia, variable según las personas, en que ante cualquier idea propuesta por los padres o maestros -una excursión, una fiesta, un libro...- los adolescentes ponen cara de fastidio y rechazan la iniciativa. Quieren ser ellos los que lleven la delantera. La idea tiene que ser suya. Han dejado de ser los niños dóciles que aceptaban y agradecían el consejo y el proyecto de los mayores. Y los mayores tienen que cambiar de táctica para que sus ideas e iniciativas sean aceptadas. Cada familia o escuela tiene sus métodos indirectos. Una de las que da mejores resultados, tanto para la tranquilidad de los mayores como para la eficacia con los jóvenes, es la de poner dificultades a la tarea propuesta, por ejemplo decir que se trata de un libro difícil que sólo los más preparados y con más vivencias podrán leer con éxito, y al mismo tiempo fingir indiferencia ante su respuesta, como si no nos importara su decisión y como si les consideráramos incapaces de emprender la aventura. Finjamos indiferencia ante su decisión. La mejor recomendación, en las edades difíciles, es comentar
como de pasada: “ese libro no es para ti, tienes que vivir mucho para que llegues a entenderlo” o frases parecidas. No me cansaré de repetir que sólo lo difícil es estimulante. El teatro es un buen instrumento para incitar a la lectura. La vanidad juvenil casi siempre juega a favor de la lectura, y así el profesor o los padres pueden organizar la puesta en escena de una novela, que los jóvenes tienen que leer para discutir en grupo quién mejor puede interpretar cada papel, luego hay que convertirla en una obra dialogada para la escena y finalmente aprenderse de memoria los papeles, aunque todo el equipo participe en la producción como escenógrafos, directores de escena, publicitarios, productores, maquilladores, vestuario... etcétera. Crear espacios libres educativos que inciten a la lectura. Es lo que hace la publicidad al convertir las calles y carreteras de las ciudades en vallas llenas de anuncios que, según las agencias, mira quien quiere, a nadie y a nada obligan, pero que en realidad son muy eficaces en su presencia silenciosa. ¿Por qué no aprovechar los tablones de anuncios de las escuelas e institutos para colgar carteles y propaganda de libros, alguna crítica subrayando las frases atractivas, entrevistas con autores.... e incluso poesía. un buen poema de circunstancias para vacaciones o una fiesta o un aniversario, o un poema sin más, que por su calidad merezca ser difundido? Su lectura no es obligatoria, es simplemente una atención del personal de la biblioteca o del profesorado, y si se consigue la colaboración de los alumnos en la selección del material, mucho mejor. El buen clima de la biblioteca escolar o municipal es importante, así como la actitud receptiva y amable de los bibliotecarios. Que sepan informar sobre los libros, atender las consultas, proponer al lector joven a quien ha gustado el libro, un comentario escrito, o en voz alta en una tertulia con otros jóvenes. En muchas bibliotecas funcionan clubes de lectura formados muchas veces por lectores maduros, ¿por qué no crear un club para lectores jóvenes en el que puedan intercambiar sus impresiones lectoras? Una madre me decía que su “indiferencia fingida” consistía en que cuando sus hijos la apremiaban para alguna actividad importante -salir de excursión o a la compra, cualquier cosa que les interesara mucho-, la encontraban enfrascada en la lectura de un libro y les frenaba diciendo que esperaran un momento, que no podía dejar la lectura en aquel instante, que el pasaje era apasionante... etcétera, sin citar nunca el título del libro ni hablar para nada del mismo. El efecto, me decía la mujer, era milagroso: todos querían saber de qué libro se trataba y con frecuencia acababan leyéndolo. Hay muchos trucos más. Pero leamos nosotros en primer lugar y nuestro placer se comunicará a los que nos rodean, porque si sólo nos preocupamos de los que no leen, el peligro es que acabemos como ellos.