IVAR DA COLL Bogotá, 13 de marzo de 1962. Nace en Bogotá, Colombia, el 13 de marzo de 1962. Hijo de padre italiano y de madre de origen sueco. Realizó sus estudios de bachillerato en el liceo Juan Ramón Jiménez. A los 12 años se vincula al grupo de teatro de títeres de esa institución educativa, dirigido por la pedagoga y dramaturga Julia Rodríguez. Posteriormente, bajo la dirección de la misma teatrista, integra el conjunto Títeres Cocoliche, con el que trabaja en diversos escenarios y en una serie de programas de televisión producidos por Audiovisuales, empresa del Ministerio de Comunicaciones. Entre los espectáculos de teatro de muñecos en los que participó se encuentran Los títeres de cachiporra, de Federico García Lorca; Murrungato del zapato, de María Elena Walsh; El pájaro de fuego, sobre la música de Stravinski, y la recreación realizada por Milagros Palma de un mito amazóncio. En todos los casos se encargó del diseño y la elaboración de los muñecos y la escenografía, además de actuar. Aunque matriculó la carrera de Artes Plásticas en la Universidad Nacional, es un artista autodidacto, pues, según él mismo cuenta, escapó horrorizado de las aulas antes de que concluyera el primer semestre. En 1983 comienza a trabajar con distintas editoriales como ilustrador de libros de texto. En 1985, por solicitud de Silvia Castrillón, realiza para el Grupo Editorial Norma la serie de libros de imágenes Chigüiro, cuyo personaje central es un mamífero de la fauna suramericana, y que alcanza una excelente acogida por parte de los lectores infantiles y adultos. Ese trabajo lo introduce de lleno en el mundo del libro infantil, en el que alterna la función de autor con la de ilustrador de textos creados por otros escritores. Ha publicado también con las editoriales Carlos Valencia Editores (Colombia), Ediciones Ekaré (Venezuela), Babel Libros (Colombia) y Houghton Mifflin and Co. (Boston, Estados Unidos de Norteamérica). Tres de sus libros (Tengo miedo, Torta de cumpleaños y Garabato) fueron traducidos al inglés y publicados en 1993 por esta última editorial. Ha dictado cursos libres sobre ilustración de libros en la Universidad Pedagógica de Bogotá. Impartió en Río de Janeiro un taller sobre cómo hacer historias sin palabras, organizado por la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Brasil. Desde 1990 se encarga de la diagramación y la ilustración de Dini, revista infantil mensual del Diners Club. Ha representado a Colombia en dos ocasiones como autor en la Lista de Honor de IBBY con sus libros Tengo miedo y Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa. También, elegido por la sección colombiana de IBBY, fue el candidato de su país para los Premios Hans Christian Andersen 2000. Premios y distinciones: Premio ACLIJ al mejor libro infantil colombiano, por Torta de cumpleaños (1990). Lista de Honor de IBBY, por Tengo miedo (1990).
Seleccionado en la lista de los diez mejores libros infantiles del año, del Banco del Libro de Venezuela, por Torta de cumpleaños y Tengo miedo (1991). Premio en el concurso de carátulas de la Cámara colombiana del Libro, por Torta de cumpleaños (1991) Premio en el concurso de carátulas de la Cámara Colombiana del Libro, por Garabato (1992). Lista de Honor de IBBY, por Hamamelis, Miosotis y el Señor Sorpresa (1996). Candidato al Premio Hans Christian Andersen 2000, nominado por la s ección colombiana de IBBY.
Texto de Ivar Da Coll
Desde hace más de veintitrés años me dedico a escribir e ilustrar libros y en todo ese tiempo, no ha pasado un solo día sin que esté presente en mi vida, alguna idea relacionada con la creación de un nuevo proyecto. Me gusta mi trabajo porque es lo que realmente me apasiona; y esta pasión, para describirla en términos exactos, se manifiesta a través de la acción de trazar líneas con un lápiz sobre un papel hasta que estas líneas comienzan a tomar forma y a producir una imagen que se ajusta a la idea que de ella tuve previamente en mi cabeza. Del mismo modo pasa que una idea, descrita con palabras, se convierte en una historia que finalmente es complementada con mis ilustraciones. No sé si fueron las circunstancias, la inquietud o ambas, las responsables de que me haya convertido en un escritor e ilustrador de libros para niños. Digo las circunstancias, porque desde muy joven, trabajé en un teatro de títeres y sé que esto fue una gran influencia para mi carrera de escritor. El teatro de títeres, siempre lo he dicho, tiene mucha similitud con los libros álbum en cuanto que los elementos que lo componen son muy similares: personajes que a través de diálogos narran un cuento; estos mismos personajes se caracterizan por medio de sus gestos; usan
vestidos o no y están en los escenarios en los que contarán su historia.
Cuando era niño no paraba de dibujar. Me recuerdo siempre con una caja de colores y un cuaderno de dibujo. En la escuela preparatoria perdí mucho de las lecciones de materias como Física, Calculo, Geometría por crear personajes en vez de resolver ecuaciones. Traté de estudiar Bellas Artes en la universidad pero en ése momento no coincidí con el ritmo de las lecciones y en vez de invertir horas en dibujar de manera correcta la perspectiva de una banca, preferí resolver el gesto de un Chigüiro o de un animal mezcla de muchos otros, como lo es mi Hamamelis; por esa razón deserté de las aulas y me senté durante horas a dibujar en mi habitación. En mi país no existía, para ése entonces, ni la remota posibilidad de que la ilustración o la literatura infantil, fueran tan siquiera materias optativas dentro de una carrera. Pero, nuevamente lo digo, fue mi pasión la que me condujo a trabajar con rigor desde muy temprano en la mañana y hasta pasadas diez o doce horas del día y así pude construir una profesión porque tuve la suerte de contar con maestros especiales: los niños a quienes leí mis libros antes de llevarlos a un editor, los editores y directores de arte que sugirieron ideas buenas; los que sugirieron ideas no tan buenas, los amigos que por encima del afecto entendieron la responsabilidad que implica escribir un libro para niños y que entonces fueron suficientemente honestos para hacerme comprender cuándo un texto o una historia no estaban funcionando. De todos ellos, hoy en día, continúo aprendiendo mucho más.
A veces me he distraído y he pensado que quizás hubiera podido ser un buen chef de cocina en vez de un autor de libros infantiles; creo que ambas profesiones están guiadas por dos elementos esenciales: la pasión y la creatividad. Me he distraído porque me he sentido desesperanzado, pero precisamente ha sido mi trabajo, mi compromiso ante los niños lo que me ha devuelto la razón y me ha hecho ver que todo este esfuerzo vale la pena. Alguna vez escuché que la misión de un artista es llevar luz a los corazones de los otros; quienes nos esforzamos en hacer este trabajo vemos en él la posibilidad de crear mundos que sirvan a otros para tener esperanza y, de algún modo, sentirse más a gusto en este “mundo real”. Por esa razón vale la pena intentarlo siempre, con la misma pasión y a pesar de las dificultades que se presenten para hacerlo.
Memorias de un Chigüiro
Tal vez, parezca pretencioso decir que contar las experiencias personales sea útil para otros. Pero de algún modo, ver reflejada nuestra vivencia en la de un amigo o colega, nos ayuda a alivianar la carga que nos imponemos, al creer que somos los únicos que vivimos ciertas situaciones. Por eso reseñaré cómo fue el proceso del primer trabajo de ilustración que hice hace veintitrés años y quizás mi relato sirva a quienes se acerquen a él para tener una motivación en su trabajo como creadores de libros infantiles; o al menos, contribuya, a hacer pequeños esos miedos, inherentes al proceso creativo. Trabajaba con el teatro de títeres y una amiga mexicana (Eva Janovitz), que entonces vivía en Colombia, escribió una antología literaria para grado cuarto de educación primaria. A Eva, le gustaban mucho mis trabajos de pintura y diseño de títeres y fue ella quien me animó a hacer los primeros ejercicios de ilustración de libros; de tal manera que el editor que publicó esta antología, me dio la oportunidad de dibujar varias páginas de la misma.
Paralelamente, una colega ilustradora (Patricia Durán), convocó a varios ilustradores jóvenes para un proyecto que consistía en que cada uno de nosotros inventara un pequeño libro en el que se contara una historia a través de imágenes y cuyo personaje debía ser un animal de la fauna nacional; y ojala perteneciera a una de las especies en vías de extinción. El librito iría dentro de un tarro de un suplemento de chocolate en polvo. Digamos, que con la creación de estos libros, se pretendía hacer un gancho atractivo para que el niño consumiera el producto. El proyecto fue desplazado por un súper héroe de nacionalidad japonesa y que para ése entonces causaba sensación en la programación de la tele. De todos modos, alcancé a crear en lápiz la primera historia de Chigüiro, “Chigüiro y el lápiz”. Escogí al chigüiro porque me pareció un animal muy tierno; vi en él la mezcla de un perro con cara de ratón, orejas de cuy, dientes de conejo, patas y panza de cochino; y a pesar de su pelo parado y en forma de puyas, animaba a la caricia. Ni qué decir de sus ojos: dulces y
despojados de prevención, como los de un niño. Pensé que ése animalito era un buen pretexto para narrar una historia en imágenes. Sus características, lo hacían un buen comodín para un personaje infantil; siempre he dicho que un animal es perfecto para una historia para niños porque su fisonomía se presta para resaltar, por encima de cualquier característica física, sus cualidades emocionales y de este modo el lector se ve identificado inmediatamente con el personaje.
La primera historia de Chigüiro, constaba de doce imágenes. Me inspiró el recuerdo de cuando era muy pequeño y mi mamá, a mis dos hermanos mayores y a mí, nos leía un cuento, si mal no estoy de una autora sueca, (no recuerdo su nombre) en el que cuatro niños pintaban cosas que se hacían reales; una selva con sus palmeras, sus ríos, etc... Todo estaba bien hasta que uno de los niños pintaba un tigre; ahí la cosa se complicaba, porque claro, el tigre (como buen animal salvaje y hambriento) quería atacarlos. El peligro se conjuraba cuando a uno de los chiquitos se le ocurría la brillante idea de pintar delante del tigre, las rejas de una jaula y de este modo encerrar allí, al feroz animal. “Chigüiro y el lápiz” tuvo que recibir mucho polvo y poca luz, dentro de un cajón de un escritorio hasta que un día, Silvia Castrillón, me llamó para proponerme crear un libro que coincidencialmente, se ajustaba a las características de mi Chigüiro. Silvia, llevó mi propuesta a comité editorial en Editorial Norma y fue aprobada, pero, tanto ella, como los editores, pensaron que un solo libro con este personaje no sería suficientemente sólido, así que era indispensable componer, al menos, un total de seis historias; además, consideraron también, que doce imágenes por libro resultaban insuficientes; cada historia debía ser contada, a través de veinticuatro ilustraciones. ¿De dónde sacaría cinco historias más? ¿De qué hablarían esas historias? Y, por si fuera poco, cada una compuesta por una secuencia de veinticuatro dibujos… Me preocupé y sentí que la responsabilidad que se me pedía asumir, era enorme. Bueno, el miedo, por no decir pánico que experimenté, en vez de paralizarme me motivó a actuar. Lo primero que hice fue extender en doce cuadros más, la historia de “Chigüiro y el lápiz”. Cuando vi sobre mi mesa de dibujo los veinticuatro cuadros, comprendí que al ampliar la secuencia, era más claro lo que pretendía decir y la historia se hilaba mucho mejor. Esto, me animó a pensar en los siguientes cinco libros. Como en el primer libro Chigüiro creaba su entorno por medio de un lápiz,
pensé que era importante mantener limpias, con muy pocos recursos escénicos, las cinco historias siguientes y que sería un elemento o un compañero, los que sostendrían la tensión y el desarrollo de la narración.
Era necesario concentrarse en el (los) personajes para capturar toda la atención y hacer una historia muy clara de entender. Todo esto estaba muy bien pero ¿cuáles serían los temas?; temas que resultaran interesantes para el lector, por supuesto. La conclusión a la que llegué fue que no podía existir nada más importante y atractivo que lo que le está sucediendo a un niño pequeño en ése proceso de entender el mundo y las situaciones que lo componen; el juego, los amigos, dormir, comer, reír, etc… Mi memoria, de nuevo, fue una buena aliada y de sus archivos recuperé algunas imágenes de mi niñez. Por ejemplo, para “Chigüiro y el palo” recordé que en las calles de mi barrio jugábamos a darle con un palo de escoba a las tapas aplastadas de los refrescos, como si se tratara de un juego de béisbol; ése era un buen tema: un palo que sirve para jugar y que ofrece múltiples posibilidades. Avancé en los bocetos de los libros y sólo me faltaba el sexto por resolver, “Chigüiro viaja en chiva”. Aquí en Colombia, en las zonas rurales, existen unos autobuses particulares, no sólo porque carecen de puertas y ventanas sino porque están decorados con dibujos primitivos llenos de color que hacen alusión a la vida campesina. Estos autobuses, además, son llamados chivas, pues recorren zonas escarpadas, montañosas por carreteras sin pavimentar; van de las veredas a los pueblos, transportan a los campesinos y parte de las cosechas que estos llevan para vender en la plaza. Son muy pintorescos y emblemáticos de la cultura nacional. Cuando hablé con Silvia y le confesé que no tenía resuelta la sexta historia de Chigüiro, a ella se le ocurrió la idea de hacer un cuento en el que apareciera una “chiva”. Así pues que comencé a trabajar en el asunto y tenía claro que en la historia debía hacerse alusión a la gente campesina que viaja al pueblo con su producto para la venta. Por esa razón aparece una gallinita con un canasto de huevos. El accidente del ponchazo de la llanta me ayudó a resolver la historia y el elemento del flotador, con el que se soluciona el problema, le dio un aire fantástico y gracioso al libro.
Trabajé en los artes finales de Chigüiro muy duro, durante siete u ocho horas diarias, de domingo a domingo. El personaje debían ser consistente; debía conservar el mismo color de piel, conservar una proporción adecuada con respecto a la página, y
a través de los veinticuatro cuadros; debía moverse, transmitir al lector la idea de que estaba vivo: podía caminar, saltar, reír, dormir, y después de todas estas acciones, siempre, siempre, ser el mismo Chigüiro. Tarea difícil, teniendo en cuenta que al animalito, hasta entonces, no lo había visto personalmente, sólo había tenido acceso al poco material gráfico existente. Además, por estar en vías de extinción resultaba muy difícil encontrar un ejemplar de esta especie. La entrega de las artes finales de estos seis títulos fue programada en dos tandas: en la primera presentaría tres títulos y un mes después, los tres últimos. La noche anterior a la primera entrega, puse sobre el piso de mi departamento todas las imágenes en secuencia. Después de observarlas comencé a dudar y dudé tan fuerte que me sentí tenso, perdido y muy confundido, tanto que de los nervios y la duda rompí a llorar. La cita en Editorial Norma era al día siguiente; exactamente a las 7:00 a,m. Estarían presentes: Silvia Castrillón, Ma Del Mar Ravazza, Editora jefe y Marta Ayerbe, Directora de Arte de la editorial. Ya era tarde en la noche y decidí que lo mejor era tranquilizarme, descansar y al día siguiente llevar el trabajo a la editorial, tal y como estaba. Cuando puse, uno a uno, los dibujos sobre la enorme mesa de trabajo del departamento de Arte de la editorial, y vi que la expresión seria de la cara de estas tres señoras se transformaba en una sonrisa de satisfacción, me sentí tranquilo y entonces supe que había hecho un trabajo acertado. Luego, fue el tiempo, los lectores: niños, padres, maestros, quienes se encargaron de decirme con sus anécdotas, los trabajos hechos alrededor de los libros de Chigüiro, que este personaje no sólo era acertado, sino que era muy importante en sus vidas. Hoy, después de veintitrés años, Chigüiro sigue vivo en las bibliotecas de muchas ciudades y pueblos de mi país. Supe que en un sitio de campesinos desplazados por la violencia, llevaron una biblioteca viajera en la que había dos o tres ejemplares de Chigüiro; los niños hacían fila para tener turno y ver el libro. Supe también de una madre campesina que se sintió un poco burlada por recibir un libro “sin letras” pero resolvió el problema diciendo: Como no tenía las letras yo me las inventé. Y la cantidad de veces en las que después de una visita a una escuela, o a una biblioteca, firmo autógrafos y se acerca un chiquito con uno de estos ejemplares ya casi descuadernado, porque claramente ése libro ha sido leído una y otra vez; de seguro ha estado en la mesa del comedor al lado de un plato de sopa o tal vez ha descansado debajo de la almohada sobre la que reposa la cabeza de este niño al que se le dio un libro y con él la posibilidad de soñar para sí mismo y para otros.
Bibliografia Ivar Da Coll 1986 La granja. Bogotá, Norma. Colección Un mundo de cosas para mirar. 1987 Chigüiro chistoso. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Chigüiro. Chigüiro encuentra ayuda. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Chigüiro. (Reeditado en 1997 en la colección Buenas Noches) Chigüiro viaja en chiva. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Chigüiro. Chigüiro y el baño. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Chigüiro.
(Reeditado en 1997 en la colección Buenas Noches) Chigüiro y el lápiz. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Chigüiro. (Reeditado en 1997 en la colección Buenas Noches) Chigüiro y el palo. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Chigüiro. (Reeditado en 1997 en la colección Buenas Noches) 1989 Tengo miedo. Historias de Eusebio I. Bogotá, Carlos Valencia Editores. Traducido y publicado en inglés por Houghton Mifflin and Co. (Boston, 1993) Torta de cumpleaños. Historias de Eusebio II. Bogotá, Carlos Valencia Editores. Traducido y publicado en inglés por Houghton Mifflin and Co. (Boston, 1993). Postulado en Los Mejores del Banco del Libro: 1990. 1990 Garabato. Historias de Eusebio III. Bogotá, Carlos Valencia Editores. Traducido y publicado en inglés por Houghton Mifflin and Co. (Boston, 1993). Postulado en Los Mejores del Banco del libro: 1991. Premios: Los mejores 1991 : Jurado de Bibliotecarios 1991 Hamamelis y el secreto. Caracas, Ediciones Ekaré. Colección Ponte Poronte. 1992 Chigüiro se va... Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Leamos con papá y mamá. (Reeditado en 1997 en la colección Buenas Noches) Chigüiro, Abo y Ata. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Leamos con papá y mamá. (Reeditado en 1997 en la colección Buenas Noches) 1993 Hammelis, Miosotis y el Señor Sorpresa. Caracas, Ediciones Ekaré. Colección Ponte Poronte. 1997 Chigüiro Rana Ratón. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Buenas Noches. Medias dulces. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Papel. Serie Torre Roja. (También editado en CD Rom por la misma editorial) 1998 ¡No, no fui yo! Bogotá, Panamericana Editorial. Colección Que pase el tren. 1999 Bien vestidos. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Cartón. Cinco amigos. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Cartón. El señor José Tomillo. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Cartón. María Juana. Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Cartón. ¡Qué cumpleaños! Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Cartón. ¿Quién ha visto? Bogotá, Grupo Editorial Norma. Colección Torre de Cartón. 2000
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