Ron brooks

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Ron Brooks - Breve biografía El Máster en Libros y Literatura para niños y jóvenes presenta como invitado en esta edición, al ilustrador Ron Brooks.

Ron Brooks Buenos Aires, 1933.

Ron Brooks El ilustrador australiano nació en Ginsland, Victoria en 1948. Estudió ilustración en Melbourne y su primer álbum ilustrado, The Bunyip of Berkeley's Creek sobre un texto de Jenny Wagner, lo publicó en 1974. También se desempeña como docente, editor, diseñador, pintor y escultor. Le gusta trabajar textos que conmueven y ofrecen valores y sobre todo respeto y confianza. Como ilustrador le gusta mirar entre líneas para encontrar esos espacios donde le gusta desplazarse con sus imágenes entre las palabras. Breve selección bibliográfica En español: Zorro. Ekaré. 2005 Nana vieja. Ekaré. 2000 Oscar y la gata de medianoche. Lóguez, 1997

En inglés: The Bunyip of Berkeley's Creek. Jenny Wagner Winner, CBCA Picture Book of the Year 1974 John Brown, Rose and the Midnight Cat. Jenny Wagner Winner CBCA Picture Book of the Year 1978 Visual Arts Board Award, NSW Premier's Award Old Pig, Margaret Wild Rosie and Tortoise, Margaret Wild Henry's Bath, Margaret Perversi Henry's Bed, Margaret Perversi Fox, Margaret Wild, 2000 Winner, CBCA Picture Book of the Year, 2001.


Nana Vieja - Ron Brooks Escrito por Banco del Libro Nana Vieja Nana Vieja y su nieta hace mucho, mucho que viven juntas... ¿Fue a finales de 1993 o a principios de 1994 cuando mi editora, Rosalind Price, me llamó para decírmelo? No lo sé con certeza, pero estaba dando una clase en la Universidad, a media clase. Me dijo: —Hay un cuento muy bonito y me gustaría mandártelo. Yo le respondí: —No me gustan los cuentos bonitos, Rosalind, ya lo sabes. —Vaya... —me dijo—. Qué lástima, porque a todos nos parece precioso y teníamos la esperanza de que quisieras ilustrarlo. —Si es precioso —respondí—, todavía me gusta menos, Rosalind. En serio. Y tal... Estuvimos charlando un rato, pero yo tenía que volver a clase, así que le dije: —Muchas gracias por llamarme, Rosalind, te agradezco de verdad que pensases en mí, pero ahora mismo tengo mucho trabajo, no sé ni cuando tendría tiempo de echarle un vistazo. Es mejor que se lo ofrezcas a otra persona. —¿Seguro? —me dijo. —Seguro. —Pues nada, puede que sea mejor así. Además, seguramente no deberías ilustrarlo, porque es otro cuento sobre la muerte. Y le dije: —¿Ah, en serio? Pues entonces mándamelo, le echaré un vistazo. Muchos años antes había ilustrado otro libro, Óscar y la gata de medianoche, que, por cierto, no me había gustado mucho la primera vez que lo leí. Por lo menos en un sentido, entre otros, podía interpretarse de forma bastante concreta que trataba sobre la muerte. Pero este cuento, Nana Vieja, me encantó. Desde la primera lectura. Recuerdo el día en que lo recibí por correo. Había bajado paseando hasta el buzón, había fisgoneado en los cubiertos y por el jardín al volver, y abrí el primer sobre al llegar a la casa, en la galería. Me puse a leer... y al llegar a la tercera o la cuarta frase ya me había enamorado perdidamente. Con la escritura en sí, y con los personajes. Nana Vieja y su nieta; las vi a las dos con toda claridad inmediatamente. Más claras que el agua. Dos cerditas totalmente desnudas. Tan claramente... como si las hubiera conocido de toda la vida. Y en algún momento de aquella primera lectura (mucho antes de llegar al final), asombrado por su belleza tan pura, me senté donde estaba, aunque no había silla. En el suelo, justo delante de la puerta, apoyado en la pared. Entonces llegó Margaret, mi mujer, que venía de algún rincón de la casa, y me vio, con


todo el correo en el regazo, con algo en las manos, llorando. No sé lo que pensaría, qué fue lo primero que se le pasó por la cabeza cuando me vio allí sentado en ese estado... ¿Había recibido una multa terrible, una petición de dinero inasumible, una carta de Hacienda, quizá? —¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado? —Lee esto —le dije, y le pasé el manuscrito de Nana Vieja. Terminamos los dos allí sentados, en el suelo, llorando en silencio. —Éste tienes que aceptarlo —dijo. —Por supuesto. Y, claro, llamé a Rosalind y a Margaret Wild casi inmediatamente. Al cabo de uno o dos días, cuando hube tenido tiempo para que la historia y las palabras se asentasen un poco... Les dije: —Me encanta. Lo haré. Creo que es el texto para libro ilustrado más bonito que he leído en mi vida. Es muy triste, pero también es increíblemente hermoso. Y el texto es maravilloso. Tiene una cadencia fantástica, las frases tienen un ritmo y una estructura preciosos. Parece muy sencillo, pero es sutil, lleno de matices, tiene tantas lecturas, puede interpretarse de tantas formas... Como afirmó Adam Gopnik en The New Yorker magazine, el 18 de noviembre de 1996: «Es una historia desgarradora, amable, perfectamente indirecta sobre los últimos días de un cerdo mayor, y ofrece una introducción al hecho y a la poesía de la mortalidad mucho mejor que otros intentos más estudiados». Sí. «…el hecho y la poesía de la muerte…» Era eso. Era eso lo que había conseguido Margaret con sus palabras, con su texto. El hecho, la poesía. Pero algunas personas no lo entendían. Algunos de los amigos a los que se lo leí, o hasta mi hermano, que dijo: «¿Cómo se te ocurre convertir esto en un libro para niños, por el amor de Dios? ¿Quieres que les dé a todos una depresión profunda?». Incluso el que entonces era mi agente dijo (puede que en broma): «No entiendo por qué quieres ilustrar un libro sobre la historia de una cerda vieja muerta, Ron». (Y no dejó de repetir, durante los dos años más o menos que estuve trabajando en el libro, diciendo que suponía que era porque, como a él, seguramente me encantaban los chicharrones...) Sí, bueno. Da lo mismo. Y, claro, es un cuento sobre la muerte, es un cuento sobre cómo despedirse de alguien a quien se quiere. Es verdad. Pero, todavía más que eso, es un cuento sobre la vida, sobre cómo podemos intentar vivirla. Vivirla, saborearla, celebrarla, compartirla. De verdad que es un gran canto a la vida. Por eso quería hacerlo. Pero, ¿cómo lo haría? Lo primero que hice fue dejar la universidad. Después de haber dado clases durante siete años, algo agotado, me di cuenta de que corría el peligro de convertirme en uno de esos profesores que sólo habla del trabajo de los demás y ya no hace nada, porque ya no tiene tiempo o porque no se acuerda de cómo se hace. De verdad me apetecía hacer Nana Vieja, pero el texto llevaba meses en la mesa de mi estudio... Tenía que elegir. Así que me fui de la universidad. Ahora que tenía mucho más tiempo, podía pensar mejor en el texto. Seguramente, demasiado... Cuantas más veces lo leía, más pensaba en él, más cosas descubría. Se me hizo una montaña. Empecé a dudar que pudiera hacerlo suficientemente bien. Y eso


cuando todavía no había hecho ni un esbozo. Después de pasar otros cuatro o cinco meses sentado en mi estudio frente a aquellas palabras, seguía sin haber hecho nada. ¿Por qué? Básicamente porque no veía nada. Veía a Nana Vieja y su nieta bastante bien (de hecho, muy claramente) pero no veía a su casa, su jardín, el paisaje. Nada del entorno en el que vivían. Así que no podía empezar. Busqué entre los recuerdos de lugares, metas por todas partes mirando, meses y meses... pero no encontraba nada que me satisficiera. Ni estaba costando tanto que empecé a encontrarme mal. Pero, al cabo de cinco meses de buscarlo, encontré el sitio, el sitio donde vivían Nana Vieja y su nieta. Casi por accidente. Fue cuando mis ancianos padres vinieron a visitar mentes de Victoria, y se quedaron en nuestra casa de Huon Valley un par de semanas, en otoño de 1994. Los dos estaban algo mayores, tenían algo más de 80 años. Básicamente nos limitamos a estar juntos, hicimos alguna excursión, dimos algún paseo en coche (que les encantaba)… Y los dos eran unos «cazadores de piedras» muy entusiastas, pertenecían a un club de gemología... y les encantaba aprovechar cualquier oportunidad para ir a donde fuera, a rascar un poco y ver qué encontraban... Les habían hablado de un lugar llamado Drip Beach, muy conocido por sus ágatas, en algún rincón de Tasmania. Me preguntaron si me sonaba, sí sabía dónde estaba... y resultó que sí, y que no quedaba nada lejos, un poco más abajo de nuestra casa, más allá de Cygnet, en la carretera sinuosa que sigue la costa de Port Cygnet hasta el minúsculo Lymington. Allí, en un camino a la izquierda que lleva a una escala resguardada y a una playa muy bonita orientada al sureste. Entre la playa y la maleza, recorriendo toda la costa, había un montículo arenoso de un metro y medio de alto. En ese montículo se veían varias capas de piedra, guijarros, arena, tierra, raíces, plantas y grava. Era un yacimiento arqueológico, geológico viviente... que mis padres empezaron a excavar con energía. Bueno, ya me entendéis: con la cabeza hacia abajo, el trasero hacia arriba, cavando... buscando ágatas. A ver, tengo que reconocer que nunca he compartido su fascinación por ese tema, así que les dejé a los dos con su trabajo y me fui a pasear solo por la fantástica costa, por la arena, por las piedras, atravesé un cabo, llegué a un prado... Y me enamoré. De un prado. Rodeado de árboles, con algunos dentro, con toda la extensión de tierra, una suave bajada que venía de la cresta, la hierba, los restos de un antiguo huerto, la luz, la situación donde estaba, con vistas al mar, el pequeño cobertizo para las barcas, el cielo, las nubes... Lo tenía todo. Me sentía como si hubiera dado por casualidad con un lugar sagrado. Y, ¿sabéis qué? Estaba allí observándolo todo, la brisa soplando suavemente entre los árboles... Había eucaliptos, por supuesto, pero también robles, árboles del ámbar, macrocarpas, cedros del Líbano, álamos... los enormes pinos susurraban... era como música... era como si todo estuviera hablando. Y así era... —Es aquí, nos has encontrado. Vivimos aquí. Nana Vieja y su nieta. Había encontrado su casa, y solamente porque mis padres me habían llevado hasta allí. No estoy seguro de que hubiera hecho este libro de no haber sido por aquella excursión. Les debo por lo menos un poquito. Después de no haber podido hacer nada con el libro (ni un solo dibujo en casi un año) de repente fui capaz de montar toda la maqueta en sólo dos días (y dos noches) de dibujar sin parar. Sencillamente, me desbordaba. Y luego dos ilustraciones terminadas. Y se lo mandé a los editores. Y les encantó, igual que les encantó a un montón de otros


editores de todo el mundo cuando lo vieron en la Feria del libro de Bolonia. Pero entonces volví a paralizar. No era capaz de dibujar. Y pasé así no sé cuántos meses más... de no haber sido por el apoyo de mi mujer, la confianza de mi familia, el apoyo y la inspiración constante que me daban Rosalind Price, libros y escritores maravillosos(James Hillman, Annie Dillard, May Sarton, Russell Hoban, Shirley Hazzard, Janet Frame y muchos otros), y de no haber sido por Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young, John Lennon, Jessye Norman, Beverley Sills, Maria Callas, Richard Strauss, Schubert, Bach… no lo habría conseguido. Todos ellos, su trabajo, me ayudó a volver al mío. Y aunque nunca me pareció que fuera un libro fácil de ilustrar, por otra parte, fue todo un placer. Era todo un honor poder por fin empezar a intentar hacerle justicia a ese texto tan hermoso, intentar encontrar imágenes que esperaba que le añadieran algo. Fue un placer que entrar por fin dentro de la historia, estar allí con Nana Vieja y su nieta, de las que me había enamorado perdidamente al dibujarlas. Sentía que era todo un honor estar con ellas. Son unos personajes tan hermosos, unas personas tan hermosas. Y se dibujan tan bien... Sobre todo Nana Vieja. Es un ser tan amable, con tan buen corazón, tan sabio y tan generoso... Pero vieja, claro, y físicamente frágil. Cerca del fin. Era todo un honor intentar meterme en su piel, sentir su edad, su fragilidad, pero también su fuerza... Intentar encontrar su lenguaje corporal. Intentar convertirme en ella para poder dibujarla. Pensé en mi madre, ya mayor, pensé en su madre; pensé en papá; observé a una anciana de Huonville, curvada, apoyando el peso en su bastón, intentando cruzar la calle principal del pueblo; observé a otras personas mayores en el supermercado, arrastrando los pies o intentando alcanzar cosas que estaban en estantes demasiado altos... Y volvía a casa, al estudio donde había un viejo ropero enorme con una luna que cubría toda la puerta, y caminaba o me balanceaba girando para aquí y para allá, hasta que la encontré y la retuve, fui ella, y corrí a mi mesa y me puse a dibujar. Las líneas que usaba para ella sería algo más frágiles, algo más fugaces... Me encantaba dibujarla. A la nieta también. Era mucho más joven, claro, en realidad estaba muy al principio, era una niña. Mucho más que liquida físicamente, en cierto modo mirando más hacia arriba y hacia fuera... y sus líneas algo más firmes, con un poco más de energía. Cuánta ternura había entre ellas, cuánto amor y cuanto corazón. Cuánta vida. ¿Cómo se despediría Nana Vieja? Bueno, eso ya lo sabemos, el texto, Margaret Wild nos lo cuenta. Más o menos. Nana Vieja se lleva a su nieta a dar un último paseo largo por el pueblo, observan, escuchan, huelen y saborean. Es precioso. Pero lo que es todavía más importante, por lo menos para mí, ¿cómo podría la nieta despedirse de Nana Vieja…? El texto en sí no lo dice, pero la primera vez que leí el cuento oí música. Básicamente chelo, con un toque de piano... Y luego, cuando entré por primera vez en el prado de Captain Taylor, justo más allá de Cygnet… cuando caminé por primera vez por la costa, más allá de la cresta, entre los árboles... oí la misma música. Así que, incluso antes de ponerme dibujar, sabía que en el libro, en las ilustraciones,


habría música, y aunque no sabía todavía cómo exactamente, sabía que tendría un papel importante, que sería una constante en todo el libro. Mi hija tendría entonces ocho o nueve años y estaba aprendiendo a tocar el chelo. Tenía un talento natural, le era fácil, y me encantaba escucharla en la sala, al lado del piano (que es lo que toca ahora). Y entonces sí lo vi. Aunque el texto no lo dice, Nana Vieja y su nieta tocan juntas. Nana Vieja toca el piano y su nieta toca el chelo. ¡Perfecto! Eso es. Y así, allí mismo, justo al principio del libro, tocando juntas, puse en la que la portada . Nana Vieja tocando el piano y su nieta tocando el chelo. Y supe que sería así como su nieta se despediría. (Ahora confesaré algo embarazoso: ¿habéis visto que el chelo tiene seis claves, para afinar seis cuerdas, aparentemente, en vez de las cuatro que tienen los chelos normales? Adelaide, mi hija, con toda la razón, no quedó demasiado impresionada con el dibujo.) Su casa, la casa de Nana Vieja y de su nieta, está basada en una vieja cabaña que tenemos y a la que con los años se le han ido añadiendo parches y se ha convertido en una casita un poco más grande (donde vivió nuestro hijo Sam un par de años, y luego Adelaide, cuando Sam se fue a Melbourne). La cocina es la que usamos durante muchos años en casa, y la mayor parte de los muebles de Nana Vieja y su nieta se basa, de nuevo, como todo lo que salía en Óscar y la gata de medianoche, en la casa de mis padres. Al igual que el ritmo de los días. Los rituales de cocinar y limpiar. La simplicidad de sus días y el respeto mutuo. Los otros edificios que hay en el pueblo se basan en las cabañas de la granja a la que pertenece el prado del Capitán Taylor, con un toque de la estética Shaker (en la mezcla de materiales, las proporciones humanas y las relaciones espaciales entre los edificios). El paisaje del libro está dibujado a partir del prado del Capitán Taylor, excepto las vistas de la ventana, que son las que se ven desde nuestra casa, los campos y las colinas. El lago, que se menciona en el texto pero no está en su prado lo traje desde Springhead, en Fontmell Magna, en Dorset, Inglaterra, donde Margaret y yo vivimos mientras trabajaba en Timothy and Gramps. La doble página en la que la nieta se despide... La nieta apagó las luces y abrió la ventana para que entrase la brisa, y descorrió las cortinas para que entrase la luna. … que es un homenaje a mi álbum ilustrado preferido, Goodnight Moon, de Margaret Wise Brown y Clement Hurd. Incluso la imagen de la vaca volando en la luna, por encima de la estufa (que se parece un poco a la que tengo en la sala, igual que el cesto de la madera). El otro dibujo dentro del dibujo, el que está a la izquierda justo encima de la cama de Nana Vieja, es de The Runaway Bunny, de Wise Brown y Hurd, uno de los preferidos de mis hijos cuando eran pequeños. Por supuesto, me encanta el texto de Wise Brown, la elegancia y el tono absolutamente perfecto que le está a sus lectores, la calidad de su voz... pero es la sencillez del trabajo de Hurd en Goodnight Moon, la repetición página tras página de esa habitación, cambiando únicamente la luz y algún pequeño detalle, lo que encuentro realmente extraordinario. Y la pura tosquedad de algunas de las ilustraciones, sobre todo en The Runaway Bunny… ¡El pobre no sabía ni dibujar ni pintar! Es casi increíble. Es tan raro, con algunas partes hechas de forma tan cruda... bueno, de hecho, en todo The Runaway


Bunny. Pero superan con creces la perfección. Los he leído los todos un millón de vez me encantan. Y creo que no se ha agotado nunca ninguno de los dos en Estados Unidos. Seguro que Goodnight Moon no, por lo menos. Y en tapa dura. Como me dijo el propietario de una pequeña librería en Crown Street, en Brooklyn, «A ninguna librería de Estados Unidos que se precie de serlo puede faltarle ese libro». Por cierto, que pasa lo mismo en Japón. Además de todo eso del manga, a los editores japoneses ni se les ocurriría publicar libros para niños en rústica. Es cuestión de respeto. Creen que los niños se merecen mucho más. Y los libros también. He estado en algunas librerías enormes en Tokio y en Osaka en las que no se podía encontrar ni un libro en rústica. Tenían millones de libros en millones de estanterías y eran todos en tapa dura. Había libros de todo el mundo, muchos se dan ediciones en japonés de los grandes clásicos ingleses que no he visto en ninguna librería australiana desde hace años. «¿Por qué ibas a publicar libro infantil en rústica?» recuerdo que me preguntó un librero de Tokio. «¿Y por qué vas a les catalogar todos esos viejos libros maravillosos? son demasiado hermosos para perderlos... y, por supuesto, un libro bien hecho en cartoné dura muchísimo más que una edición en rústica». Tiene toda la razón. Así que estoy más que contento de que Allen and Unwin hayan decidido reeditar Nana Vieja en cartoné (en estos momentos está en la imprenta) más o menos catorce años después de la edición original. Me alegro muchísimo. ¿Qué más puedo contarlos sobre el libro? Bueno, algo sobre las ilustraciones en sí... Están hechas a lápiz y acuarela, en Lana pur fil (un papel francés para acuarela) hecho a mano. Por pura delicadeza quería reflejar la ternura del texto que interpelarla con las ilustraciones. El tipo de lápiz que usé fue un portaminas normal y corriente. Normalmente no dibujaría nunca con un lápiz así, pero lo elegí porque quería que, una vez que pusiera a dibujar, no me fuera necesario tener que parar para afilarlo. Cuando me pusiera a dibujar, quería poder seguir sin parar... Quería que los trazos fluyeran de forma casi continua, y que el grosor y la ligereza de las líneas fuera constante. Usando un portaminas podía conseguirlo. Sólo tenía que ir tirando mientras trabajaba para mantener la línea, y con una mina del 0.7 2B, simplemente apretando un poco más conseguía algo más de cuerpo, unidad y tono en la línea siempre que quisiera. Y para el cuerpo, exactamente igual. En las ediciones inglesa y australiana, todos los títulos, etc., y el texto de todo el libro, se hizo con el mismo portaminas. Quería que las ilustraciones y el texto en sí conformasen una unidad con el tono de la voz del texto, en la medida de lo posible. Sobre el color... Todo el libro está hecho con una cajita de esas tan preciosas, francesa (he olvidado la marca) con unas 30 pastillitas muy pequeñas (diminutas, de un centímetro cuadrado) de una acuarela muy concentrada. A veces iba a sentarme en el prado con mi pequeño taburete plegable y me pasaba el día pintando, otras veces trabajaba en la mesa de mi estudio. Fuera como fuera, ahora que tenía la cabeza llena de ideas sobre la casa de Nana Vieja y su nieta, me inspiré en la obra Sempé en la novela corta de Patrick Susskind, La historia del Sommer, y en su The Vacation, (que muy amablemente me prestó Andrew McClean, mediante Rosalind). Monet, un viejo ídolo, por supuesto también se añadió en el proceso, sobre todo en la guarda y en la cubierta, especialmente en el acabado de la parte de atrás. La barca. Tengo que hablar de la barca, el bote con el que Nana Vieja y su nieta cruzan


el lago. No tenía ni idea de que fuera a haber una barca... Pero cuando intenté encontrar la imagen para las últimas líneas del cuento... Entonces se metió en la cama de Nana Vieja. Le dio un abrazo a Nana Vieja y, por última vez, Nana Vieja y su nieta se abrazaron hasta el alba. … no quería que salieran en la cama, quería que volvieran afuera, a su paisaje más amplio; de algún modo quería mostrar a Nana Vieja marchándose de allí. Creo que al principio hasta puse (¿no es increíble?) un par de cerditas voladoras en la maqueta original, pero las eliminé e hice una ilustración muy parecida a la última del libro, pero con dos pájaros. Luego hice otra con un solo pájaro, como sale en el libro. Con la barca vacía en el lago. La noche cruzaba por el alba hacia el día. Cuando estaba intentando encontrar la imagen adecuada para estas últimas líneas, me fui a pasear desde casa hacia la colina, por el río y crucé el puente hasta el pueblo. Quizá iba a comprar una barra de pan, una botella de leche. Y de paso aclararme las ideas. Y justo cuando llegaba el puente, al mirar al río para ver si estaban los patos, y un pequeño bote de color crema y verde atado a un palo entre los juncos que había en la orilla. ¡Era eso! Lo supe inmediatamente. Y me gustaba la referencia a un bote parecido que dibujé (de forma muy burda, desgraciadamente) en This Baby, cuando la tía Robyn llega para llevarse a Andrew al hospital, donde acaba de nacer su hermanita. Nacimiento y muerte. Están muy relacionados. Esa especie de cruce de un lugar a otro, de un reino, de un mundo, a otro... (Cualquiera que haya presenciado el milagro del nacimiento de un bebé entenderá lo que digo. El milagro absoluto del nacimiento... cuando sabes que la muerte, o por lo menos la posibilidad de la muerte, también están ahí, en la misma sala.) Así que, por supuesto, el crucé de la laguna Estigia. Unas palabras que escribí para un cuestionario de publicidad en A&U para Nana Vieja: A ver... Mucho antes de haber dibujado nada para este texto, cogía el cuento y me lo llevaba los colegios para leérselo a los niños, algunos en clases de chicos traviesos y movidos, niños espabilados de entre 9 y 12 años, y de verdad que nada más llegar a la tercera frase (casi cada vez) no se oía nada en la sala. No ya un susurro, no se les oía ni respirar... ¡No respiraban! Hay algo intensamente íntimo y humano en la forma en que está escrito el texto, y la historia es tan absolutamente universal, atemporal... cierta para todo el mundo, en todas partes y para siempre... Atraviesa el caos, se cuela sin ningún esfuerzo, indulgentemente, hasta en los corazones más duros, y permite que cada cual responda como quiera. Pero tienen que responder. Es imposible no conmoverse con esta «chispa de humanidad intensa y privada». (Aquí no hablo de las ilustraciones, hablo del cuento cuando se cuenta, del tono de la voz, de la forma en que está escrito.) Ante todo el caos, las distracciones, la absurdidad y la locura de la vida... no vemos muy a menudo una expresión tan clara de amor, verdad y generosidad sin reservas. Nos da a


la vez una lección de humildad y nos inspira enormemente. Cómo llega de forma tan directa al corazón, este cuento de algún modo nos permite sentir (nos obliga a sentir), todavía con más intensidad, nuestra propia humanidad, nuestra propia fragilidad... y luego nos saca de nosotros mismos y de nuevo nos conectamos con todo. Crecidos, llenos de vida. Compasivos. Nos hace crecer. Silenciosamente, volvemos a ser fuertes. Es un cuento extraordinariamente hermoso y espero haber podido contribuir un poco a esa belleza con mis ilustraciones. Enlaces Ron Brooks http://www.bookedout.com.au/illustrators/Ron_Brooks/index.html http://www.bienvenidosalafiesta.com/index.php?mod=Indices&acc=Inicio&acc2=Autor es&autLetra=b&autPais=00000001ME http://www.det.wa.edu.au/education/cmis/eval/fiction/authors/at2.htm http://www.allenandunwin.com/default.aspx?page=312&author=66


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